Noventa y dos

—¿Te gusta?

—¡Lo amo! —gritó Evangelina, aferrándose al volante.

—Basta, me voy a poner celoso —expresó Franco, fingiendo estar ofendido—. Así que voy a aprovechar estos celos para preguntarte por Daniel. ¿Volvió a escribirte?

—No... —Evangelina suspiró ruidosamente—. Y mejor que sea así, de verdad quiero que se vaya de mi vida. Cuando no aparece y me concentro en otras cosas estoy bien, si me escribe, siento como si mi cabeza hiciera rewind, empiezo a recordar, y es ahí cuando me caigo. Quiero el divorcio, que se aleje de mí, y bloquear el canal de noticias en el que trabaja con el control parental.

—¿Te confieso algo? En parte, te ayudé a comprar este auto por el placer de verlo reventar de rabia el el día que llegues al juzgado, bajando en modo bad bitch.

Ambos rieron maliciosamente por el comentario.

—Voy a esperar un poco, si en un mes no inicia el trámite, entonces ahí sí le meto la demanda.

—Al margen de lo que siento por vos, me alegra que estés empezando a superarlo. Y por cierto, ¿a dónde vamos?

—Ni puta idea. Tampoco sé en dónde estamos, yo solo estoy siguiendo el tránsito.

—Creo que sí sé a dónde vamos. A una estación de servicio, porque te estás quedando sin nafta.

Ya en la estación de servicio, Franco se ubicó, estaban en Palermo, muy cerca del Planetario. Fue al mini mercado, compró dos botellas de Coca-Cola y cuatro empanadas. Volvió al auto cuando Evangelina estaba abonando el combustible.

—¿Y eso? ¿Te dio hambre?

—Es la cena, arrancá, yo te digo a dónde vamos.

Cuando Evangelina divisó el Planetario a lo lejos, supo las intenciones de Franco. Buscó una zona con poco tránsito, y estacionó para poder cenar con el edificio a la vista. Se sentaron sobre el césped de la plaza y comieron en completo silencio, ambos con la mirada perdida en la cúpula del Planetario.

—¿Y qué vas a hacer en año nuevo, Evi?

Evangelina seguía con la mirada perdida en el Planetario, le dio un sorbo a su gaseosa, y momentos después respondió:

—No lo había pensado hasta ahora, creo que me voy a dar un gusto, algo que hace años no hago. Pasarla como un día común y corriente, lo que hacíamos cuando vivíamos en Pompeya. Festejábamos las fiestas, sí, pero de entrecasa. Justamente año nuevo, la fecha que correspondía pasar con mi familia.

—No entiendo... ¿Qué cambió de Pompeya a San Telmo? Porque con tu familia no iban, ¿qué les impedía pasarla de entrecasa?

—Las apariencias —determinó, mirándolo a los ojos—. Cuando Daniel comenzó a trabajar de periodista, tenía que producirme como si fuéramos a un casamiento solo para las fotos de Instagram. Y me parecía tan innecesario... —expresó molesta, negando con la cabeza—. Estaba toda la noche con ese puto teléfono en la mano, subiendo estados, reels, posts... Dejé el teléfono en el auto, sino te mostraba, si es que ya no borró todas las fotos conmigo.

Franco entró al perfil de Daniel en Instagram, y buscó él mismo las fotos. Tragó saliva al ver la versión sensual de Evangelina, enfundada en vestidos de noche, y si ponía atención, podía notar la tristeza en su expresión.

—No, no borró nada.

Evangelina se acercó a él, y fue relatando detalles de cada una de las fotos, el lado B, las emociones que no se transmitían en la instantánea y que los seguidores de Daniel no podían adivinar.

A excepción de Franco, que la leía como un libro abierto.

—Eras infeliz, mi amor —murmuró—. Y no lo sabías —finalizó, levantando la vista de la pantalla, clavando su mirada en la de ella.

—Sigo sin serlo —agregó con seguridad.

—Dejame ayudarte a ser feliz, por favor.

—Ya lo estás haciendo.

—¿Te puedo besar?

—No. —Cuando el rostro de Franco estaba comenzando a desfigurarse de desilusión, continuó—. Pero seguí por este camino, que estoy empezando a sentir cosas. Vos merecés que yo explote de amor por vos, y en este momento, Daniel todavía tiene una parte de mi corazón, y no te lo merecés. —Colocó su pequeña mano en el rostro de él, y lo acarició con dulzura—. Vos te merecés mi corazón entero, Fran. Dejame recuperarlo antes de entregártelo.

Franco solo pudo tirar de ella y abrazarla, mientras intentaba controlar el temblor del cuerpo y la respiración acelerada.

—Tranquilo, Fran —dijo al sentir como su corazón le cacheteaba el rostro de lo rápido que le latía dentro del pecho.

—Ese es mi corazón diciéndote cuánto te ama. Así, reparado y todo, está listo para otro round.

—¿Ves? El mío todavía está roto, lo acomodo un poco y te lo regalo.

Evangelina se recostó sobre su regazo y comenzó a buscar constelaciones en el cielo, se sentía a gusto en las piernas de Franco mientras él le peinaba el flequillo con los dedos.

—Te propongo algo. Recibamos el nuevo año juntos, en mi departamento, con tu dress code de entrecasa y los teléfonos apagados. Así no te quedás encerrada en una casa llena de recuerdos.

—¿Y tu papá? ¿Lo vas a dejar solo? Bruno no vuelve hasta mediados de enero.

—Él lo va a entender, además va a estar con Estelita y Ju. Después pasaré a saludarlo.

—Me encanta la idea.

—Tomalo como un fin de semana de prueba. Yo pongo la casa, vos ponés las reglas. Traé pijama porque vamos a tomar alcohol, y no pienso dejarte manejar en ese estado. Te dejo mi cama, con las persianas levantadas así te dormís mirando la ciudad, y yo me voy a la de Bruno.

—Es que el pijama es el dress code.

—¿Lista entonces para verme en cuero?

—Me dormí en tu pecho desnudo la noche de Navidad, ya lo conozco bastante bien. —Hizo un silencio, y luego agregó con picardía—. Te queda lindo el piercing del ombligo.

Evangelina le levantó la remera y lo observó con las luces de la calle, un piercing simple y sin incrustaciones. No podía mentir, se le hecha sexy, y era una señal de que carecía de masculinidad frágil. Pasó su dedo por el frío acero, y su cabeza voló a lugares inimaginables hasta ese momento, situaciones que no eran apropiadas para una mujer casada. Tal vez no eran tan inadecuadas para una amiga, pero una amiga casada era totalmente inapropiado. Esas sensaciones eran la puerta a un nuevo mundo que ahora podía explorar sin culpas.

Y volvió a la tierra cuando recordó que, para la ley, todavía era una mujer casada, aunque la esposa devota estuviera muerta dentro de ella.

—Deberíamos volver, ¿no? —propuso Evangelina, para eliminar por completo toda la fantasía que había generado en su cabeza—. Mañana tengo que seguir con la app, ese bono no se va a pagar solo.

—Si ya lo tenés a tu bono, ahí está. —Franco señaló el auto tras de sí con su pulgar.

—Y bueno, me toca a mí pagar con trabajo duro.

Evangelina se puso de pie, y juntos limpiaron los restos de la cena. Luego, le dedicó una última mirada a la cúpula del Planetario antes de llevar a Franco hasta su casa. La situación le resultaba extraña, ya que generalmente era él quien la recogía y la acompañaba hasta su hogar, pero finalmente comenzaba a sentir esa independencia que tanto deseaba.

Comenzar a tomar las riendas de su vida influyó considerablemente en su rendimiento laboral. Se había convertido en líder del equipo de Franco, era la nueva figura de autoridad para todos los programadores, que seguían al pie de la letra sus instrucciones, y Franco aprovechó para introducirla en el desarrollo de aplicaciones. Le mostraba entusiasmado cómo cada una de sus ideas se escribían en el lenguaje de programación de las terminales POS, quería que aprendiera a programar para que pudiera hacer realidad sus ideas sin depender del equipo.

La última semana del año voló, y no fue hasta el viernes a la tarde que Evangelina recordó la cita que había acordado con Franco el lunes, con el Planetario de testigo.

—¿A qué hora mañana? —le preguntó antes de irse, en voz baja porque todavía merodeaban miembros del equipo.

—Siete de la tarde, ¿está bien? A la mañana voy al súper a comprar para la cena, y después voy a Lanús a ver un rato a papá.

—¿Y yo que llevo?

—El pijama y las ganas de pasar el mejor año nuevo de tu vida.

—¿Y qué me vas a cocinar de rico?

—Hamburguesas caseras a la plancha de hierro, con la receta de Estela. Quiero que sea un año nuevo bien informal.

—¡Ay, qué rico! —chilló en voz baja—. Me voy a casa, ya quiero que sea mañana.

—No te imaginás lo ansioso que estoy yo, por eso me llené de cosas para hacer, para que la hora se me pase más rápido. ¿Nos vemos mañana?

Evangelina asintió repetidamente con la cabeza, se colgó de su cuello y le dio un largo abrazo, dejó un ruidoso beso en su mejilla, y salió de la oficina a pasos cortos pero apresurados. Ya en su departamento, cenó sobras de la noche anterior, se duchó, y repitió la misma rutina de la semana anterior. Se fue a dormir temprano luego de apagar la alarma, quería estar bien descansada porque sabía que con las ocurrencias de Franco, más que un año nuevo sería un pijama party.

Y no se equivocaba. La esperaba una larga noche de año nuevo.

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