Noventa y cinco
Cualquier persona que los veía esa última noche del año, hubiera pensado que Franco y Evangelina eran una pareja recién casada. Cumpliendo la regla de entrecasa, ella solo vistiendo la remera de Lanús y una tanga, y él con su short deportivo y sin ropa interior, cenaron en completa informalidad hablando de cualquier cosa y hasta de trabajo. Se robaron millones de besos mientras reían como dos adolescentes que descubrían el amor, esperando que el reloj diera por finalizado el año que cambió sus vidas para siempre.
—¿Recibimos el año en el balcón? ¿O en tu habitación? —preguntó Evangelina mientras aceptaba la botella individual de champagne que le entregaba Franco.
—En ninguno de los dos, seguime.
Evangelina lo siguió hasta el fondo del living, en donde tomó otro pequeño control remoto, y la cortina del ventanal se levantó para dejar a la vista una terraza con una pequeña piscina privada.
—Mierda —exclamó sorprendida.
En un segundo, Franco le quitó la botella de su mano y la cargó en sus brazos antes de salir corriendo para arrojarla a la pileta.
—¡Franco! —chilló entre risas—. ¡Mi remera de dormir! Vas a tener que prestarme otra.
Volvió con las dos botellas, y se arrojó con ella a la pileta.
—¿En serio me lo decís, Eva? —dijo casi sobre su boca, encerrándola contra el borde de la pileta con sus brazos—. Esta noche te quiero desnuda en mi cama —exigió con un tono bajo—, así sea para dormir, no me importa.
—No quiero que me hables más así —exigió en el mismo tono.
—¿Por qué?
La respuesta de Evangelina fue quitarse la remera y abalanzarse sobre él. Lo besaba mientras se abrazaba a su cintura con sus piernas, y comenzaba a moverse, en busca de contacto.
—No te tenía tan ninfómana —murmuró Franco sobre su boca.
—Y yo no sabía que debajo de ese hombre dulce y cariñoso, había otro que es un fuego en la cama.
Evangelina se retorcía en sus brazos, solo con el roce de las telas y el vaivén del agua sobre sus cuerpos. Franco solo la acariciaba y disfrutaba dejando besos en las zonas que la ayudaban a llegar al punto más alto.
—Dale, por favor. —Evangelina rogó sobre su boca por la unión de sus cuerpos.
—No... —determinó Franco—. Tu maternidad tiene que ser planeada. Ya tendremos tiempo para eso, ¿sí?
Evangelina afirmó con la cabeza, y Franco la ayudó a apagar ese incendio que el agua había generado, mientras el cielo se teñía de luces y colores. Después de los espasmos, cuando volvió en sí, Franco ya la esperaba con la botella de champagne en la mano.
—Feliz año nuevo, Evi. —Le entregó su botella.
—Feliz año nuevo, Fran —dijo con una enorme sonrisa.
Evangelina le dio un sorbo a la botella después de chocarlas, y Franco la besó de manera dulce. Luego, salieron de la pileta y se sentaron frente a la baranda del balcón a admirar el cielo colorido en completo silencio. Hasta que ella rompió el silencio.
—Admiro tu capacidad de autocontrol —destacó bajando la mirada.
—Me controlé seis meses por respetar tu matrimonio y tus sentimientos, ¿por qué no podría controlarme un rato más? —afirmó sarcástico.
—Gracias, te juro que no estaba pensando. Lo que menos necesito ahora es un problema más.
—Ya habrá tiempo para hijos. No hay nada en este mundo que desee más que eso.
—Todavía te duele lo que pasó con tu ex, ¿no es cierto?
—No te miento que hay veces que pienso en mi hijo no nacido. Me imagino con él, enseñándole a programar, jugando videojuegos, o llevándolo a la cancha a ver a Lanús, y me duele. Ahora debería tener siete años.
—¿No es muy chico para enseñarle a programar? —preguntó con una risita.
—Te voy a mostrar algo, esperame.
Franco dio un largo sorbo que acabó la botella, acto seguido, fue a su habitación a buscar aquello que guardaba con tanto cariño. Volvió junto a Evangelina y le entregó en silencio un pequeño libro blanco. El título resaltaba en coloridas letras: JavaScript for Babies. Evangelina lo hojeó sin entender el contenido del libro.
—Compré ese libro con mi primer sueldo de bachero. Me acuerdo que me salió un huevo porque es importado, y no le dije nada a Pilar para que no me cagara a pedos por lo que había gastado. Era para el Chanchi, o Eric, como habíamos pensado en llamarlo.
—Todavía estas a tiempo de que tenga dueño o dueña —lo animó tomando su mano.
—Igual no va a dejar de doler.
—Obvio que no, pero te va a ayudar a llevar el recuerdo de una manera distinta.
—Estás temblando, Evi.
—Tengo frío con la remera mojada, pero estoy bien, esta vista es hermosa.
—Te vas a enfermar —la regañó—. Tengo un mejor plan, vení.
Evangelina siguió a Franco hasta su habitación, y se internó en su baño privado. Preparó el jacuzzi con agua caliente, y luego la invitó a entrar.
—Vas a hacer lo siguiente —susurró sobre su boca, sosteniéndole el rostro por las mejillas—. Encerrá a la ninfómana porque ahora me toca a mí amarte a mi manera.
Comenzó a besarla lentamente, pero sin descuidar la pasión. Estuvieron un buen rato antes de volver a la cama a darle un cierre al round de amor de Franco. La primera noche del año osciló entre dormitar y volver a la carga, hasta que finalmente se rindieron a un sueño profundo.
Evangelina fue la primera en despertarse, Franco dormía profundamente de espaldas a ella. Se levantó con sigilo y fue hasta la cocina a preparar el desayuno. Con lo poco que tenían dos hombres solteros que vivían en su trabajo, preparó unos panqueques mientras buscaba algún juego de mate para saciar su vicio mañanero. Franco apareció en la cocina cuando Evangelina volteaba un panqueque con destreza, mientras tomaba un mate con la otra mano.
Quitó la sartén del calor, y luego la tomó por la cintura para besarla profundamente.
—Buen día, mi amor —susurró sobre su boca.
—No empecemos —dijo ella entre risitas.
—Evidentemente me contagiaste tu apetito desmedido. Me vas a matar cocinando en estas fechas.
Evangelina solo vestía un top negro corto, de cuello redondo y sin mangas, y debajo solo estaba en ropa interior. Franco ya lucía más ropa, el short de la noche anterior y una musculosa blanca excesivamente ajustada.
—Bueno, vamos a desayunar y después hacemos lo que quieras.
Franco suspiró resignado, y le robó un panqueque mientras se preparaba el primer café de la mañana. Desayunaron ahí mismo en la cocina hasta que ninguno pudo resistirse a continuar con la noche anterior, cuando tuvieron que parar rendidos.
El domingo estaba llegando a su fin, y con él, ese fin de semana de prueba exitoso para ambos. Porque Franco pudo tener a Evangelina, y ella había descubierto la esencia del hombre enamorado. Y mientras él dormía a su lado, decidió levantarse a revisar su teléfono por primera vez. Lo había apagado al llegar, y quería saludar a su madre por el año nuevo.
Ya en la terraza, lejos de la habitación para no molestar a Franco, lo encendió y las notificaciones comenzaron a caer. Entre ellas, había un mensaje de Daniel. Deslizó la barra superior, y el contenido la dejó helada.
El viernes inicié los trámites de divorcio. Así ya quedás completamente libre para estar con Franco ahora que están comprometidos. ✓✓
Inmediatamente, le contestó.
Que decís? De dónde sacás eso? ✓✓
Y la respuesta no tardó en llegar.
Soy periodista, Eva. Nosotros sabemos todo. ✓✓
En un impulso, Evangelina lo llamó por videollamada, sin reparar en dónde estaba. Grave error.
—Mirá dónde estás, ¿me vas a negar que no es cierto? —soltó con suficiencia.
—Eso es algo que no debería importarte, después de todo vos me empujaste a sus brazos con lo que hiciste —se justificó, maldiciéndose internamente por su error—. Y leí el mensaje que le mandaste a mi teléfono. ¿Entonces?
—Sí, pero que seas su prometida tan rápido me da a pensar que esto venía de antes y que me mentiste.
—No soy su prometida, Daniel —reiteró frustrada—. Y si estoy con él, es porque cuando me dejaste sola encontré en él un hombre que me acompañó y que no me dejó caer. Que me ama bien, y mucho más que vos. Y de repente empecé a sentir cosas, ¿cuál es el problema?
—¿Por eso no respondés mis mensajes?
—No te respondo porque quiero que termines de salir de mi vida. Te firmo el divorcio y quiero que sigas por el camino que elegiste ese veinte de diciembre. Quiero estar tranquila, rehacer mi vida, y no puedo.
—¿Estás segura de que vas a estar tranquila con Franco?
—¿Y por qué no voy a estarlo?
—Pensá esto. No soportaste mi exposición mediática, fuiste a su departamento, y media hora después se filtró a la prensa que estás ahí. ¿Te creés que no van a empezar a seguirte los paparazzis? ¿Intentar averiguar de tu vida porque nadie te conoce más que por mí? Y agrego, sos mi ex esposa. Ademas, trabajan juntos, por lo que no va a faltar el rumor de infidelidad. Yo me la banco, ¿pero vos?
Evangelina enmudeció, mordiéndose los labios y mirando la ciudad al vacío. Daniel continuó su descargo.
—No esperes una relación normal al lado de Franco porque no la vas a tener, solo quiero que te prepares para lo que se te viene encima.
—¿Ya está? ¿Ya terminaste de descargar todo tu veneno?
—No me digas eso, Evi. Entendé que todavía te amo, y me rompe en mil pedazos verte en el departamento de él, de entrecasa, a casi dos semanas de separarnos. Sé lo que les dije a los dos, pero me duele que todo fuera tan rápido, ni siquiera esperaste a divorciarte que ya te metiste a su cama, y hasta la prensa sabe lo de ustedes. ¿Cómo querés que esté?
Evangelina ya no podía aguantar las ganas de llorar, y no quería hacerlo frente a Daniel. Era hora de terminar la conversación.
—No me importa y no es mi problema, después de todo estamos en este punto por tus inseguridades. Cuando tengas novedades del divorcio me escribís. Nos vemos.
Colgó la llamada y comenzó a llorar porque Daniel tenía razón. No estaba preparada para la exposición mediática que se avecinaba con su divorcio y el inicio de la relación con Franco. Ese fin de semana había sido solo una pausa en su caótica vida, pero no reparó en que al día siguiente tendría que volver a su vida normal, trabajando junto al hombre que recorrió su cuerpo entero de mil maneras distintas, yendo por la calle paranoica a los flashes intrusos. Ya no podría andar por San Telmo con él, como los dos buenos amigos que eran, si alguien del edificio había filtrado la tontera que dijo Franco, su vida con él ya no sería igual.
Y en ese momento, necesitaba paz para encarrilar su vida.
Abrió la aplicación de correo electrónico, y le envió un extenso correo a Franco, en donde le agradecía por el hermoso fin de semana, y le explicaba los motivos por los cuales decidía retroceder a la amistad que los unió, e incluso aceptaría si ya no quería volver a verla. En síntesis: volvía al punto de partida de las primeras mañanas en La Escondida.
Entró con sigilo al interior del departamento, juntó sus cosas intentando hacer el menor ruido posible, y se fue. Una vez que estuvo dentro del auto, presionó Enviar, y el correo electrónico llegó al instante al teléfono de Franco. Se despertó sorprendido al no verla junto a él, supuso que quizás estaba en la cocina o en la terraza. Pero estaba solo. Revisó la notificación, y supo lo que había pasado solo con ver el asunto del correo.
Perdón.
—Y al final me hiciste mierda, Evangelina.
¿Cuánto duré? 🤣
Ahora yo les digo: Perdón. 🙈
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