Cuarenta y uno
A Franco le pareció raro entrar al departamento y escuchar música un sábado a la mañana, y más extraño aún era que no estuviera Estela, porque venía de Lanús y ella tampoco estaba allá. Siguió el rastro de la música hasta el estudio, en donde estaba Bruno revisando algo en su computadora en compañía de Ismael. Ninguno había notado su presencia por el volumen de la música, hasta que Franco tomó el control remoto y lo redujo un poco.
—Franco... No te oí llegar.
—Y, no... Con la música a ese volumen... —ironizó.
—¿Cómo te fue con papá?
Franco clavó la mirada en Ismael, y éste solo negó con la cabeza.
—Al final le pasaste el informe, ¿no?
—Ni ahí, solo no sabía dónde estuviste toda la noche, le dije que nos fuimos de gira y que de ahí fuiste a lo de tu viejo. Lo que hablo con vos él no tiene por qué saberlo. Soy su secretario presidencial, no la CIA.
Bruno tragó saliva al sentirse descubierto frente a Franco, y hasta se ruborizó. Decidió cambiar de tema.
—¿Cómo te fue con papá? —insistió.
—Excelente... —enfatizó, sin agregar ningún detalle de lo que conversaron.
—¿La viste a Juli? Siempre que voy me pregunta por vos.
Bruno clavó la mirada en su hermano, y Franco, ni corto ni perezoso, arremetió contra su hermano.
—¿Qué pasa? ¿Estás celoso, puber? Tuviste la oportunidad con ella hace años y la dejaste pasar, así que ahora jodete.
—Para nada... Aunque... Se la podría presentar a él, con lo dulce que es Juli seguro lo termina de pulir. Sé que ella sacaría a la bestia y me lo dejaría hecho un príncipe.
Ismael tragó saliva, intentando ocultar la incomodidad que sentía. Si Bruno hablaba en serio no le quedaría otra que contarle sobre su preferencia sexual, y todavía no se sentía en confianza para decírselo. Franco notó la molestia de Ismael, con la ventaja de conocer su secreto, y salió al rescate.
—No creo que sea una buena idea, Bruno —deslizó con parsimonia.
—¿Por qué?
—Primero, porque creo que Isma está lo suficientemente grandecito para escoger una pareja por sí solo. Y segundo, porque Ju ya tiene bastante con papá y su carrera universitaria, es mejor que ella decida cuándo quiere un compañero de vida. No seas impertinente, Bruno. ¿Qué te parece mejor si te busco una pareja a vos? Así te mantiene ocupado y dejás de controlarle la vida a todos los que te rodean.
—Creo que escuche un orto cerrarse —deslizó Ismael a Franco, conteniendo una risa, mientras Bruno ardía de rabia. Franco se golpeó el pecho y apuntó a Ismael, quien le devolvió el gesto, guiñando un ojo.
—Te recuerdo que trabajás para mí, imbécil —siseó Bruno, enfurecido—. Te juro, en mi vida jamás vi un empleado tan desagradecido, maleducado, y border como vos. No soy tu amigo del bar, soy tu puto jefe, por si todavía no te diste cuenta...
—Medio jefe, el otro está allá —lo señaló a Franco—. ¿O no?, hermano.
—Obvio, es lo que dice tu contrato. Los dos tenemos que estar de acuerdo para despedirte, y no está en mis planes hacerlo, así que...
Franco se cruzó de brazos y levantó los hombros, restándole importancia al asunto. Ismael todavía estaba en plan de contener la risa, y evitaba a toda cosa mirar a su otro jefe, sentado a su lado.
—Gracias por desautorizarme frente a un empleado que pasa el noventa por ciento de su tiempo conmigo, hermanito. Muy maduro de tu parte.
—Ese es el punto, la simbiosis perfecta entre gemelos. ¿Y qué estaban haciendo? Es sábado, como jefe responsable que sos, me imagino que está corriendo su fichero, ¿no? Si pensabas pagarle ayer por vigilarme, ahora que los veo trabajando, si no le vas a pagar estas horas es para cagarte a trompadas.
—Le estoy enseñando inglés, con música. —Bruno pasó por alto la indirecta de Franco, no pensaba permitirle que siguiera mofándose de él—. Es la mejor forma de reforzar la gramática y pronunciación.
—Muy buena idea esa, eh... Entonces no los molesto, solo necesito una cosita, Bruno. ¿Ya está la lista de los comercios a los que hay que retirarle el POS?
—Creo que sí, dejame ver... —Bruno revisó en su computadora, hasta encontrar el archivo que solicitó su hermano—. Sí, acá la tengo. ¿Para qué la querés?
—Para empezar a retiralos, la versión final ya está casi lista, y lo que sigue es reciclar esas unidades.
—¿Y lo vas a hacer hoy? Es sábado, Franco.
—¿Qué tiene? Son comercios, la mayoría están abiertos. Vos dejame a mí con esto, que ya bastantes cagadas te mandaste con ese aparato, pasame la lista al correo. ¿La moto está abajo? —le preguntó a Ismael, quien aprovechó la visita para traerle el vehículo a Franco.
—Sí, la dejé donde dijiste.
—Perfecto, porque me llevo el auto.
Bruno bufó al escucharlo.
—¿De nuevo? Creo que ya va siendo hora de que vendas la moto y te compres un auto. No sé como podés andar por la ciudad con esa cosa.
—No la pienso vender, pero sí... Tenés razón. El lunes me busco un lindo auto, o no... Mejor dos. Isma, reservate la mañana del lunes, nos vamos de shopping. También necesitás uno.
Ismael abrió los ojos y la boca exageradamente.
—¿Yo? ¿Pero para qué necesito un auto? Se supone que soy el chofer, y...
—Y nada, tiene razón mi hermano —agregó Bruno—. No me di cuenta el día que te contraté. Si te necesito ante una emergencia o algo... ¡Pero no te ilusiones que no es un regalo, eh! Entra dentro de las herramientas de trabajo.
—Ya sé. Me parece exagerado, pero... Ninguno de los dos está bien de la cabeza, así que creo que está bien.
Los gemelos rieron, era indudable la química que había entre los tres, a pesar de que Ismael y Bruno a veces se llevaban a las patadas. Franco recibió la lista de comercios en su celular, la imprimió, y luego marcó con un resaltador los comercios situados en Microcentro y el casco histórico, unos treinta de distintos rubros. Ya con todo listo, se despidió de su gemelo y su secretario, y fue a poner en marcha su plan, siguiendo la recomendación de su padre.
—Hola, Fran... —Evangelina atendió con voz somnolienta.
—Hola, Eva. ¿Estabas durmiendo?
—Sí... Terminó tarde la jodita de anoche. ¿Qué hora es?
Sonrió, eran tan parecidos... Se vio reflejado en su yo de la mañana, cuando le preguntó la hora a Julieta.
—Minutitos para las once —repitió la respuesta que él había recibido en la mañana, para no alterar la magia.
—Mierda, Fran... —soltó una risa muda, la situación era calcada—. Creo que ni siquiera sentí cuando Dani se fue al canal. No debí tomar tanto, el alcohol y yo no somos buenos amigos.
—Mientras no hicieras el ridículo frente a los otros periodistas, creo que estás bien.
—¿Pasó algo que me llamás un sábado a la mañana?
—¿Te molesta?
—No, Fran... Es que es la primera vez que lo hacés, y no te miento, me asusta un poco.
—No, no es nada grave, Eva, solo quería pedirte un favor pero no sé si estás en condiciones de hacerlo —rio—. Bah, no sé si la palabra es pedirte o invitarte. Porque quiero invitarte, pero también te tengo que pedir algo, entonces...
—Franqui... —lo interrumpió ya más despabilada.—. Mejor decilo y yo decido si es favor o invitación.
—Tengo que retirar los Orson de los comercios, y quería que me acompañes. No los doscientos noventa y nueve, pero al menos los que están en los alrededores de la oficina que son treinta y cuatro, si no conté mal. Me gustaría tenerte conmigo, como comerciante vas a saber entenderte con tus pares si me hacen algún comentario del uso del POS. Y podemos ir a almorzar, te debo una comida en Puerto Madero con dress code informal.
—Ay, no de nuevo, por favor —rio con ganas—. Te acepto la salida, el almuerzo, pero vamos a comer al lugar más popular que haya. Y lo tomo como una invitación, favor no, no hago favores los fines de semana.
—¿Tan mal la pasaste anoche?
—No, solo me aburrí. Pero después te cuento, ¿sí?
—¿Entonces querés venir? Si tenías planes para hoy...
—Para nada —lo cortó—, Dani hasta las seis o siete no vuelve, y ya no sabía qué hacer en todo el día. Decime dónde nos vemos o cómo hacemos.
—Cuando me digas paso a buscarte, no sé cuánto tiempo te lleve arreglarte.
—¿Tan fea soy, Franco? —bromeó.
«No me hagas decirlo, por favor», rogó internamente.
—¿Cuánto te creés que tardo en arreglarme? —continuó al otro lado de la línea—. Tan hecha mierda no estoy...
—Sos hermosa, Evi... —susurró contra su voluntad—. Dejá de decir pelotudeces, ¿querés? Lo pregunto porque imagino que estás hablando conmigo en la cama, tapada hasta el cuello. ¿Cuánto tiempo te lleva levantarte y alistarte? No te preocupes por el desayuno, ahora paramos por café o lo que quieras.
—Te espero a las doce, ¿te parece?
—Perfecto, nos vemos en una hora, Evi.
—Adiosito.
Colgó más que satisfecho. La había llamado Evi dos veces, y ella no se había molestado. Era un buen comienzo en su carrera por conquistar su corazón.
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