Cuarenta y siete
La semana pasó volando para todos. Evangelina estaba mucho más tranquila luego de haberse descargado con Daniel sobre sus sentimientos, y éste trató de concentrar sus energías en su esposa para olvidar los nervios que sentía por su primera nominación como periodista. Su padre tenía varios Martín Fierro, tanto de cable como de aire, y él quería aunque sea uno para su repisa.
Por su parte, Franco estaba mucho más tranquilo, esa incertidumbre de cómo sería llegar al final de su proyecto y agradecerle a Evangelina su ayuda, cruzando los dedos para seguir viéndola, se había esfumado cuando ella le firmó el contrato. Pasó toda la semana pensando ideas para mantenerla activa y demostrarle que tenía mucho potencial en su equipo de desarrollo.
El único que no la estaba pasando bien era Bruno, porque día a día iba sintiendo cómo sus energías se apagaban, hasta que el viernes sus defensas dijeron basta, y lo dejaron tirado en la cama. El primer problema era que su fiebre iba en aumento, y al consultar al médico obtuvo setenta y dos horas de reposo.
El segundo problema era que no podía asistir a la entrega de los Martín Fierro de cable, como había prometido al ser el principal patrocinador de los premios.
Franco estaba tan en su mundo que jamás se había enterado de eso, y grande fue su sorpresa cuando Bruno, entre estridentes toses, le pidió por favor aquello que solían hacer de adolescentes.
—¡¿Qué?! ¡¿Estás loco?! ¡Se van a dar cuenta! Ya crecimos, tenemos personalidades distintas...
—Pero no tenés que hacer nada más que saludar y sentarte a comer. Te sacas el piercing de la ceja, te tiras el flequillo para atrás como yo... ¡Y listo!
—No, puber... No es tan sencillo —expresó agobiado, con la cara hundida en sus palmas—. Vos sos más carismático, más sociable, conocés a mucha gente ahí... La voy a cagar, y vas a perder publicidad porque no nos van a aceptar más como patrocinadores.
—Con el fangote de guita que invertí ahí, lo dudo. —Volvió a toser por el esfuerzo que hizo con la garganta —. Elegí uno de mis trajes y andá, además... Quien te dice y te enganchás alguna soltera para olvidarte de Evangelina.
—¡Es que ella va a estar ahí! —exclamó sacudiendo los brazos —. El marido es uno de los nominados, y no estoy en condiciones de verla con él.
Bruno abrió los ojos de la sorpresa.
—¿Y por qué va? Si se invita a los nominados y alguna que otra personalidad del medio, nadie va con las parejas, a menos que también sean famosos.
—No tengo ni puta idea, pero va a ir, me lo dijo. Incluso, ella no quería porque se siente incómoda. Ya viste cómo es de sencilla y de barrio... Te juro, no sé que hace con un tipo como Grimaldi.
—Me mata tu lógica. —Bruno levanto las cejas, irónico—. Según vos es una chica sencilla, de barrio, incompatible con el estilo de vida de un periodista deportivo de medio pelo, pero para el el dueño de la empresa que más factura en el país es perfecta.
—Por empezar, yo no la expondría de la manera en que lo hace él. Por seguridad, y porque lo que siento se lo demostraría a ella, en persona y en privado, no a mis seguidores. No la obligaría a acompañarme a los eventos que no quiere ir porque respetaría si no se siente cómoda, sería capaz de dejar de trabajar solo por darle un hijo y acompañarla durante todo el embarazo, más el tiempo que necesite de mi ayuda los primeros meses. Lección aprendida después de Pilar —acotó con un dejo de amargura—. Somos muy distintos, Bruno, y eso que lo conozco a través de lo poco que Eva me cuenta de él. Y bueno... Del reality show que monta en sus redes sociales.
Bruno procesaba todo el monólogo que escuchó de su gemelo, con la vista medio perdida porque los analgésicos comenzaban a anestesiarlo, y porque tenía razón con sus argumentos. Conocía a Daniel de ese reality show que decía Franco, y a Evangelina desde que comenzaron el proyecto de los POS.
Y siempre percibió un aura triste bajo esa chispa que mostraba en su día a día.
—La puta madre, sé que me voy a arrepentir de esto, pero... —protestó, cubriéndose la cara con ambas manos —. Agarrá uno de mis trajes, sacate el piercing, tirate el flequillo para atrás, y andá a la ceremonia. Sé que te cuesta, pero ponete en mis zapatos como hacíamos a los dieciséis. Si realmente el tipo no le da bola y la tiene de esposa florero, es la oportunidad perfecta para marcar la diferencia. Que vea a un lado y al otro, que los compare.
—¿Me estás jodiendo, puber? Si me estás pidiendo que vaya fingiendo ser vos, no me va a ver a mi, va a ver a Bruno.
—Evangelina te va a reconocer, pasa más tiempo con vos que conmigo. Y si no lo hace, a ella sí podés decirle que sos vos, siempre y cuando cierre la boca y te siga el juego.
Franco se lo pensó un momento, y podía ser divertido, solo tenía que obviar el hecho de que su esposo estaría allí. No quería pensarlo dos veces, así que abrió el armario de Bruno y escogió un traje. A continuación, saco el celular de su bolsillo y llamó a Ismael.
—Bro...
—Bro... —respondió igual—. ¿Pasó algo? Me asusta que me llames un sábado a la tarde noche.
—Sí y no... Escuchá... ¿Tenías planes para hoy?
—Todavía no. ¿Qué pasa? ¿Querés dártela en la pera mientras tu hermano se va a los Martín Fierro?
—Ese es el problema... Bruno no mejoró, al contrario. Está volando de fiebre y tengo que ir yo en reemplazo de él. Literal, me pidió que me haga pasar por él. —Ismael no pudo contener la risa al otro lado de la línea—. No quiero dejarlo solo, y me tranquilizaría que te quedes con él hasta que vuelva.
—Secretario, chofer, seguridad, investigador privado, y ahora enfermera. Ya quiero saber cuál va a ser mi próximo oficio.
—Si no querés, no, eh... No estás obligado, eso sí, te pago las...
—No es necesario que entres en papel ahora, Franco —lo interrumpió—. Ya te pareces a él, queriendo solucionar todo con guita. Dale, salgo para allá.
—¿En serio no te molesta?
—Pensaba ver alguna película con pizza y cerveza, qué mejor que verla en tu ochenta y cuatro pulgadas mientras Bruno duerme. Solo te voy a cobrar el acceso total a la heladera.
—Sentite como en tu casa, Isma.
—Salgo para allá.
—Te espero.
Colgó, y lo primero que vio fue la fulminante mirada de Bruno.
—Al pedo lo llamaste, me arreglo solo, no necesito una niñera.
—Estás hecho mierda, Bruno. Si empeorás, al menos él puede llamar a una ambulancia o llevarte a la clínica, no es para que te tome la fiebre apoyando sus labios en tu frente. Si me vas a torturar mandándome a donde Evangelina está con su esposo, dejame hacer las cosas mi manera.
Accedió de mala gana, se arropó en la cama mientras Franco sacaba el traje de su armario y enfilaba al baño para comenzar prepararse. Se duchó, se quitó el piercing de la ceja, y trató de emular el peinado tirante hacia atrás, con exuberantes cantidades de gel. Se vistió, y cuando estaba ultimando detalles en su transformación, como emborracharse en esa fragancia amaderada de Bruno que él tanto odiaba, el timbre del departamento sonó.
—A la mierda... Bruno, ¿sos vos?
—Dale, boludo, pasá.
Ismael no podía dejar de mirar a Franco transformado en su gemelo, y es que si no le hubiera dicho por teléfono que iba a suplantarlo en los premios, juraría que era el mismísimo Bruno ya recuperado y listo para salir.
—Es que no puedo dejar de mirarte, si antes ya me parecían idénticos, a partir de ahora voy a dudar seriamente de con cuál de los dos estoy hablando. Ya fue, no les creo más, si se intercambian así...
Franco estalló en risas hasta doblarse, e Ismael lo siguió, es que la situación era por demás graciosa.
—De pendejos lo hacíamos todo el tiempo. Incluso, hubo una vez en la secundaria que me hice pasar por él para rendir un examen de matemáticas. Por suerte, nadie se dio cuenta, él aprobó, y juramos no hacerlo más porque la pasamos mal, fue incómodo.
—¿Y ahora? ¿Dónde está Franco? —bromeó.
—Se durmió, la medicación lo planchó. Lo único que tenés que hacer es estar alerta por si necesita algo, de resto, estás en tu casa. Tenés en la tele todas las plataformas de streaming, y ya llamé a la pizzería del número que está en la heladera. Dejé dicho que te manden lo que pidas, que después les pago. Bruno no cenó, quizás se levante a comer...
—Ya, Franco... —lo interrumpió con una mano en alto—. Ya entendí. Y si el nene se porta mal, lo dejo sin postre y te llamo al celular. Andá que vas a llegar tarde.
—No sé a qué hora vuelvo, pero si querés acostarte un rato podés usar mi habitación.
—Andá, dale... —bufó—. Ni que fuera un bebé recién nacido que me estás dando tantas instrucciones.
—Te sorprenderías de lo drama queen que es cuando está enfermo.
—Me imagino, si sano es insoportable, enfermo se eleva a la décima potencia.
Franco ultimó los detalles de su apariencia, tomó las llaves del Porsche, porque si era Bruno no podía llegar en su nuevo Peugeot, y abandonó el departamento rumbo a la entrega de premios, preparándose mentalmente para ver a Evangelina de la mano de un hombre que, a sus ojos, no la merecía.
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