Cincuenta y siete
Estela y Eugenio volvieron del cine antes de las doce, tiempo suficiente para que Franco tuviera un momento para charlar y despedirse de su padre. Era de madrugada cuando abandonó su hogar de nacimiento rumbo al aeropuerto, llegó con tiempo de sobra para registrarse y tomar un café antes de abordar su vuelo.
Aprovechó el tiempo para adecuarse a su nueva cuenta de Instagram, desde que la creó jamás le había dado mucho uso, y se perdió mirando el feed y las fotos que subían sus seguidos. Observó su maleta, y no dudó en sacarle una foto para llenar su perfil. El pie le salió del alma:
franco1011100 Mi Buenos Aires querido
Cuando yo te vuelva a ver
No habrá más penas ni olvido
Un adiós sin fecha de cuando yo te vuelva a ver.
Pero no tuvo el valor de darle al botón de publicar. Bloqueó el teléfono y bebió su café restante de un sorbo, luego, abandonó la mesa y fue a esperar el llamado de su vuelo.
Pero esa foto le quemaba, quería subirla, dejar un registro de esa despedida agridulce. Desbloqueó el teléfono, y publicó sin pensarlo más. Luego, compartió el post en las historias con el tango de Gardel musicalizándola, y cuando guardó el aparato en su bolsillo vibró con una llamada entrante.
Era de video. Y era Evangelina.
Sus pulsaciones se elevaron, hasta le tembló la mano mientras deslizaba hacia arriba para atender.
—Evi... —Intentó sonar casual—. ¿Qué hacés levantada tan temprano un sábado?
—Franco... ¿Qué es esto? ¿Cómo que te vas y no sabes cuándo volvés?
Se tomó un segundo para analizar el video de la llamada. Evangelina estaba en el balcón de su casa, el viento volaba su cabello despeinado, no llevaba ni una gota de maquillaje, y se notaba que estaba en pijamas bajo la gruesa campera de abrigo rosa, esa que vestía la primera mañana que fue a trabajar en el relevamiento de las nuevas terminales. Claramente estaba consternada, había visto su último posteo, de otro modo no había razón para que lo llamara en esas fachas a las cinco de la mañana.
—Me voy a Uruguay a coordinar la apertura de las oficinas de Montevideo.
—Pero vas a volver, ¿no?
—Sí, obvio... Lo que no sé es cuándo.
—Pero, ¿por qué ahora? —La voz de Evangelina temblaba cada vez más—. ¿Por qué no más adelante? ¿No podías organizar todo desde acá? ¿No puede ir Bruno?
—Eva... ¿Qué pasa?
—Es que... —Comenzó a llorar—. ¿Para qué me hiciste firmar ese contrato? ¿Para irte y dejarme acá sola? No me podés hacer esto, Franco... Hoy a la tarde Celeste me agregó al grupo de WhatsApp de desarrollo, y ya me pidieron ayuda para hacer más pruebas. Y yo no puedo hacerlo sola... Te necesito.
Franco quedó mudo y endurecido luego de esas palabras. Entre las órdenes que dejó a sus colaboradores, una era integrar a Evangelina al equipo de desarrollo, y les dejó en claro que durante su ausencia siguieran su criterio respecto a la terminal de cobros. Efectivamente, esa foto había detonado algo dentro de ella.
Aún así, no alcanzaba su mínimo para quedarse.
—Evi, yo confío ciegamente en vos, sé que lo vas a hacer de maravilla. Ya les dejé en claro a los chicos que quedan bajo tus ordenes, nadie está más capacitado que vos para desarrollar un POS.
—No, Franco... Así no son las cosas, apenas hace una semana te firmé ese contrato, ni siquiera llegué a trabajar un solo día a tu lado. Y ya me largaste sola.
—Todavía no me respondiste... ¿Qué hacés levantada a esta hora un sábado?
Evangelina se limpio las lágrimas con torpeza, aspiró fuerte y luego de un corto silencio respondió:
—No podía dormir, dormí de a ratos durante toda la noche, era una extraña sensación, presentía que algo andaba mal. No sabía qué, porque no me pasó nada, pero... Tenía una corazonada. Cuando entre a Instagram para ver si así conciliaba un poco el sueño, vi tus fotos. Ojo de loca no se equivoca —soltó con una risa irónica—, me sorprende sobremanera la conexión que establecí con vos para presentir cuando algo anda mal.
Esa confesión sumaba puntos para que Franco cancelara su partida, aun así, seguía sin alcanzar su mínimo. Eso no significaba nada, solo inseguridad de su parte por el nuevo trabajo que le había ofrecido, tal vez la costumbre de tenerlo en su vida.
¿O acaso había visto las fotos con Julieta y estaba intentando resaltar su amistad al descubrir que no era su única amiga?
—Deberías volver a la cama, Evi —dijo ignorando sus pensamientos—. Hace mucho frío para que estés afuera, si querés hablamos más tarde, te llamo una vez que esté instalado en Montevideo y te pongo al día de lo que estuvimos trabajando con los chicos esta semana, para que cuando te llamen para algo te sientas segura.
Evangelina no hablaba, en su lugar, sus ojos se enrojecieron más, y derramó más lágrimas.
—Vos no sos así, Franco. ¿Qué mierda pasa? ¿Por qué te vas? Decime la verdad.
Enmudeció. ¿Se lo decía? Se tomó la barbilla y miró a un costado, realmente lo dudó. Pero prefirió callar.
—Soy tu amiga, carajo —insistió—. ¿O ya no confiás en mí porque tenías otra amiga escondida?
No pudo evitar sonreír y volver a mirar fijo la cámara. Estaba en lo cierto cuando supuso que las fotos con Julieta iban a detonar los celos en Evangelina. Seguía sumando puntos, pero puntos vacíos, hasta el momento nada cumplía su mínimo estándar para quedarse.
—No, Evi... Para ser sincero, en este momento de mi vida confío más en vos que en Julieta. Nuestra amistad se congeló tanto que hay cosas que me cuesta contarle, la diferencia es que ella me lee con una mirada y termino cediendo.
—Eso no es lo que ella dijo en su foto de Instagram. Diez años que parecen diez minutos —repitió mirando al vacío—. Pero no importa, si no querés contarme no hay problema, Franco. Yo sé que pasó algo y por eso te vas. Nadie en su sano juicio se levanta y se va del país así como si nada. Pero bueno... Nos conocemos hace poco más de un mes, no somos besties de toda la vida.
—Evangelina, la concha de tu hermana. ¿Por qué me la hacés tan difícil? —protestó con un quejido que ocultaba sus ganas de llorar—. Está bien, ¿querés la verdad? No quiero irme, pero no tengo opción. Detecté una situación irregular que pone en riesgo la apertura de las oficinas. La situación es algo delicada, y no quiero que se filtre de este lado del charco. Por eso me voy así, y por eso no te dije nada, porque sos la esposa de un periodista, y cualquier mínimo comentario que le hagas, podría malinterpretarlo y filtrarlo a sus colegas.
En parte no mentía, la situación irregular tenía nombre: Evangelina. Era delicada en demasía y no quería que sus sentimientos se filtren a la prensa, porque era carne fresca para cualquier periodista de prensa rosa: el hombre más rico del país interesado en la esposa de un periodista deportivo de renombre, recientemente galardonado con dos Martín Fierro.
Sin embargo, esa mentira verdadera convenció a Evangelina, quien finamente derramó algunas lágrimas más, pero ya avergonzada.
—No sabía, Fran... Perdón.
—Evi, no llores. Me rompés y así no puedo irme a ningún lado —mintió para no decir sus verdaderos motivos.
—Si ya me viste llorando mil veces, Franco —soltó con una risa.
—Pero ahora es distinto, yo te estoy haciendo llorar. Y no quiero que llores por mi culpa.
—Es que... Estoy tan acostumbrada a tenerte en mi vida poniendo todo de cabeza, que no sé cómo voy a hacer ahora para volver a la vieja monotonía de mi rutina.
Se acercaba un poco más, pero seguía sin ser suficiente.
—El tiempo pasa volando, Evi. Cuando menos te des cuenta, me tenés de nuevo en La Escondida rompiéndote las pelotas —la consoló—. Mientras tanto, quedás como capitana de mi barco, sé que lo vas a hacer genial.
Y de repente, de fondo en el video de Franco, apareció Daniel en bata, abriendo el ventanal del balcón.
—Evi... ¿Qué hacés afuera con este frio?
—No tenía buena señal adentro, termino esto y desayunamos, ¿sí? — explicó volteándose levemente.
Daniel levantó la vista y observó a Franco en la pantalla del celular de su esposa. Se limitó a bajar la cabeza en forma de saludo y entró al departamento con cara de pocos amigos. Ese pequeño gesto, restaba todos los casilleros que había avanzado durante su conversación con Evangelina. Era obvio que el hombre sospechaba, y correcto que se alejara un tiempo.
Era lo que necesitaba para reafirmar su decisión.
—Andá con tu marido, Evi. Ya tomaste demasiado frío y te vas a enfermar. Te llamo a la noche, ¿sí?
Suspiró resignada, sabía que Franco era testarudo y no podía detenerlo cuando algo se le metía en la cabeza.
—Buen viaje, Fran.
Y cuando Franco estaba por colgar la llamada, alcanzó a escuchar las últimas palabras de Evangelina.
—Y no te olvides de mí.
Colgó la llamada y respondió:
—Nunca, Evi. Nunca.
Guardó el teléfono en el bolsillo, y enfiló para tomar el avión, sabiendo que serían semanas o tal vez meses perdidos porque hiciera lo que hiciera, jamás la olvidaría.
Sé que es un embole para los no porteños, pero este sería el tango que puso Franco en su historia de Instagram.
https://youtu.be/cDmCrTWlfCU
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