Cincuenta y ocho

Con la maleta en la mano y la mochila en la espalda, luego de pasar migraciones, Franco sintió un deseo irrefrenable de volver a su casa y arroparse en la cama a contemplar las aguas del dique. Ese extraño capricho angustioso que todos alguna vez sentimos al estar lejos de casa. El problema era que ni siquiera tenía un techo en dónde apaciguar ese sentimiento.

Tomó asiento en el hall del aeropuerto dispuesto a buscar un alojamiento, cuando recibió un correo electrónico de confirmación de reserva. Lo abrió dudoso, sospechando que fuera phishing alimentado por las búsquedas que había realizado para su viaje, pero sonrió de costado al constatar la validez de la dirección. Había olvidado que Bruno conocía todas sus contraseñas, y agradeció el detalle de su hermano. Consultó la dirección del hotel al pie del correo, y no perdió tiempo. Dos horas después ya se encontraba duchado y recostado en la cama, con la mirada clavada en el techo y una incertidumbre grande como una casa.

—¿Y ahora qué mierda hago? —pensó en voz alta.

Obviamente, nadie respondió, y ante la falta de respuesta tomó su celular. Abrió WhatsApp, y por inercia el chat de Evangelina. Se debatió entre mandarle un mensaje diciendo que había llegado bien a Uruguay y llamarla, pero luego recordó el motivo por el cual estaba ahí, y cerró la aplicación con resignación.

Indudablemente, fue un error viajar en fin de semana. ¿Qué se supone que haría hasta el lunes para mantenerse ocupado y no pensar en ella? Era el momento para comenzar a reacomodar su vida con calma.

Se levantó de la cama y fue a buscar su computadora, comenzó a buscar propiedades en venta o alquiler cerca de las oficinas de Chanchi, y gastó lo que quedaba de la mañana y parte de la tarde perdiéndose en las fotografías, imaginando una vida entre esas paredes que veía en las instantáneas. El problema era que ninguna lo convencía del todo, a todas les buscaba el pelo al huevo. Que la habitación era muy chica, que la vista no era agradable, que la ubicación no era óptima, que la cocina se veía incómoda... Frustrado, comprendió que el problema no era el mercado inmobiliario, el problema era él.

Cerró su computadora y decidió dejarse llevar. Salió a caminar para comenzar a aclimatarse con su nueva ciudad, y sin pensarlo demasiado estaba frente al edificio uruguayo de Chanchi, en el Palermo montevideano. Bajó a la rambla, y soltó una risa irónico sarcástica al comprobar el nombre: Rambla República Argentina. Sin dudas, su hermano estaba hasta en el más pequeño detalle. Caminó un poco más por la rambla, con la vista dividida entre las aguas y la ciudad, y se detuvo al observar un bonito edificio de departamentos, en donde el último balcón tenía un letrero de venta. Trazó los tres puntos de referencia que le interesaban: las oficinas uruguayas de Chanchi, la quietud del agua, y su potencial nuevo hogar. Todo encajaba perfecto, sacó una foto con su celular para obtener los datos y volvió al hotel más satisfecho.

De a poco, su loca aventura iba tomando forma.

Fue así como se disolvió su primera semana en Montevideo. Entre la gestión de compra de su nuevo departamento, y su presentación en la sede uruguaya como CEO de la casa madre en Argentina. No pensó en Evangelina ni por un segundo debido a la vorágine de cosas que estaba haciendo, y su chat se fue hundiendo en WhatsApp, empujado por Bruno, Ismael, Julieta, y los nuevos vínculos que estaba formando en el país vecino. Y para llenar el tiempo disponible los fines de semana, el departamento que había comprado necesitaba varias renovaciones, tareas de las cuales se encargó personalmente para mantener su mente ocupada.

Sin notarlo demasiado, los días se fueron diluyendo hasta convertirse en un mes, gracias a Bruno y Julieta, que desde la distancia lo ayudaron a mantener un vínculo con su Buenos Aires natal. Su hermano no lo expresaba verbalmente, pero estaba viviendo un romance de ensueño con Ismael. No convivían formalmente, pero la realidad era que el joven pasaba la mayoría de las noches en el departamento de Puerto Madero, y las restantes en su residencia en Barracas junto a Bruno. Nunca pasaron una noche separados, ni siquiera cuando el show de discutir por motivos laborales frente a extraños se les iba de las manos. Aunque quedaran rencores, siempre lograron resolverlos en la intimidad.

Julieta era la única que tenía una tristeza feliz. Si bien extrañaba horrores a Franco luego de la última noche que compartieron juntos en Buenos Aires, se sentía plena al ser su canal de contención cuando hablaban con la excusa de don Eugenio. Sabía leerlo a la perfección, y cuando lo notaba decaído se encargaba de levantarle el ánimo. Completamente rendida a su enamoramiento, se conformaba con alguna pequeña muestra de cariño por parte de Franco, eso le bastaba para sonreír y suspirar hasta la próxima videollamada. Se decía a si misma: «Si va a ser, será cuando tenga que ser».

Paradójicamente, la que peor transitó la ausencia de Franco fue Evangelina. Fue duro el golpe de volver a la monotonía del restaurante, y comenzó a replantearse fuertemente la idea de abandonar La Escondida mucho antes del traspaso del restaurante a Claudio, el primo de Alan, a quien tuvo la oportunidad de conocer una tarde oscilando entre cliente y mistery shopper. Empujada por ese sentimiento, decidió comenzar a involucrarse más a fondo con el equipo de desarrollo de Franco, y asistió en varias oportunidades a las oficinas de Chanchi a colaborar con las pruebas de la terminal. Y era inevitable sentir una patada en el pecho al ver el escritorio de Franco vacío y sin vida.

Sin embargo, se negaba a escribirle si él no lo hacía primero. Porque Franco jamás cumplió su promesa de llamarla al llegar a Uruguay. 

En cada visita esperaba verlo en la pantalla del televisor por videollamada, dándole instrucciones a su equipo en videoconferencia. Incluso era extraño que tampoco hablara por el chat grupal de WhatsApp, aquel en donde coordinaba con los desarrolladores sus horarios de visita. Jamás sospechó que las videoconferencias eran a primera hora de la mañana porque Franco evitaba verla en Chanchi, y que la comunicación oficial del equipo la habían mudado a un grupo creado en el chat empresarial, con la excusa de facilitar el trabajo remoto a la hora de compartir repositorios de documentación.

Cansada y enojada consigo al sentirse desilusionada por la actitud de Franco, decidió no desaprovechar la gran oportunidad que le había dejado. Hizo valer su contrato y su rol de analista de producto, y dio lo mejor de sí para el proyecto de las terminales de cobro. Fue aprendiendo sobre la marcha con la ayuda del equipo a manejarse en una empresa de la talla de Chanchi, estableció días de visita independientemente de si el equipo la necesitaba o no, y sin darse cuenta se había cargado el proyecto entero al hombro.

Nunca supo que Franco tuvo mucho que ver en eso.

La frase «Y siempre, ante cualquier duda, apóyense en Evangelina. Ella sabe mejor que nadie el funcionamiento de un comercio, no se olviden que tiene doble experiencia: barrial y cadenas», era su latiguillo al finalizar cada daily. Ese era el famoso potencial que descubrió en ella, y aunque no fuera profesional de tecnología, era tan valiosa como cualquier programador del equipo, la consideraba una pieza fundamental para el éxito de sus productos.

El tiempo se escurrió entre los dedos de todos, cada uno concentrado en sus nuevas realidades. Dos meses después, el invierno murió a manos del sol mientras Evangelina, ya completamente acomodada en Chanchi, encontró un nuevo amigo en Bruno, y no le fue difícil descubrir su romance con Ismael. Jamás creyó en sus falsas peleas, podía ver las chispas que salían de sus miradas intensas, y ambos no tuvieron más remedio que confesar su secreto. Se convirtió en cómplice y confidente de los dos, lo que afianzó el vínculo y reforzó la amistad.

Aunque la partida de Franco había desestabilizado ligeramente las vidas de todos, supieron reconstruir sus rutinas. Todo fluía con naturalidad esa tarde de jueves en La Escondida. Charly García cantaba «De mí» en los parlantes del restaurante, a un volumen agradable, y Evangelina acompañaba el canto mientras hojeaba el catálogo de cosméticos de la kioskera de la esquina. Vestida acorde a la primavera, con una camisa rosa floreada en colores vívidos, una minifalda blanca de jean, y sus nuevas Converse rosadas de plataforma, jamás notó que alguien la observaba desde el umbral de la entrada del local.

No te olvides de mí, porque sé que te puedo estimular.

Levantó la vista, y sus pulsaciones se elevaron. Franco estaba de pie frente a ella, al otro lado del mostrador, ligeramente cambiado.

Había vuelto sin previo aviso.

La canción que acompaña este capítulo, ni se calienten en buscarla en Spotify porque es el demo de Tan Bionica (de hecho, en ese momento se llamaban Bionica Electrónica), y nunca fue editado en estudio.
Ahora que el mundo ya conoce Boquitas Pintadas (la gema escondida del Piberío Biónico PAMI, que también pertenece a este demo) Buscame pasa a ser nuestra nueva hidden gem. Así que disfruten esta canción hermosa que dejé en multimedia.

Y les dejo el temón de Charly que escuchaba Evangelina cuando llegó Franco.

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