Cincuenta y dos

Esa noche de sábado, ya convertida en domingo, la única que pudo dormir como un bebé fue Evangelina, desnuda y enroscada al cuerpo de su esposo. Ni Franco, Bruno, o Ismael, pudieron pegar un ojo en lo que quedaba de noche.

Franco, estático y todavía con el traje puesto, sentado en su cama observaba el alba reflejada en el dique desde su gran ventanal. Asimilaba lo difícil que sería lograr siquiera que Evangelina se confundiera, porque no dejaba de mirarlo como ese buen amigo sincero y cariñoso.

Bruno sufría una pequeña recaída arropado en su cama. No se sentía físicamente pleno mientras conocía la piel desnuda de Ismael, y estaba pagando las consecuencias. Además, su cabeza no paraba de imaginar escenarios posibles para el primer lunes que se vieran las caras en la oficina, teniendo en cuenta que nunca fue fácil para él ocultar sus sentimientos cuando se trata de una pareja.

Pero el que peor la pasó fue Ismael. Se odiaba a sí mismo por haber sido tan débil, no confiaba en esa faceta oculta que Bruno le había mostrado. En plena mañana del domingo y con la cabeza más fría volvió a desconfiar de él, y ya iba planeando cuál sería su reacción para el momento en que Bruno volviera a ser el jefe malhumorado y caprichoso que conocía. Pero lo que más bronca le daba era que ya lo había probado, y le había gustado lo que vivió esa extraña noche. Durmió un poco, y ya pasado el mediodía de domingo, agarró su bicicleta y fue a descargar tensiones por la ciudad.

En el departamento de los gemelos todo era tensión. Bruno sabía que Franco estaba herido por lo que había vivido con Evangelina en la premiación y se sintió culpable, decidió no molestarlo y evitó preguntar cómo le había ido encarnando su personaje. Después de todo era evidente, Franco estaba callado, serio, y rezongaba por nimiedades.

Y no podía verlo más así.

—Puteame —soltó cuando compartían un almuerzo tardío a las tres de la tarde—. O pegame, si eso te hace sentir mejor.

—¿Qué decís, puber? —rezongó sin mirarlo.

—Yo fui el que te mandé anoche a la gala, es mi culpa que hoy estés con cara de orto.

—Es laburo, teníamos que hacerlo —dijo desanimado—. No es tu culpa que te enfermaras, son cosas que pasan.

—Precisamente por eso, debí haber cancelado mi asistencia. Fue egoísta mandarte en mi lugar.

—Pero me sirvió, fue un lindo baño de realidad. Y tenias razón... —Franco dejó los cubiertos sobre el plato y miró a Bruno por primera vez en la conversación—. Son la pareja ideal.

—Te lo dije —afirmó alzando las cejas.

—Pero yo tenía razón en algo, y es que no son tan perfectos como se muestran en Instagram. Lo poco que pude ver de su intimidad reafirmó mi teoría de que Eva está reprimida, y me parece injusto. Siento rabia e impotencia por no poder hacer nada, ella está tan enamorada de él que no es capaz de distinguir la venda que tiene en los ojos.

Siguieron comiendo en silencio, sumidos en sus pensamientos, hasta que Bruno continuó la charla.

—Y sabiendo todo esto... ¿Qué vas a hacer?

Franco suspiró y peinó su flequillo con los dedos.

—Trabajar. Seguir trabajando es lo mejor.

—Franco, no de nuevo, por favor....

Bruno temía que su hermano volviera a ahogar con trabajo sus fracasos amorosos, evitando transitar el duelo y la etapa de superación. Pero Franco levantó la palma para callar a su hermano y así poder continuar.

—Trabajar... Con ella y en ella —explicó—. Quiero mostrarle una vida distinta, potenciarla como profesional, demostrarle que está para más, que no depende de ningún hombre ni es su deber hacerlo feliz. Si es la mujer de mi vida, en algún momento llegará, y sino... Tocará sacar turno con un tatuador para que me coloree de negro el segundo corazón.

Bruno observó el tatuaje de su hermano e hizo una mueca de disgusto, no porque no le agradara la idea, sino porque no entendía ese afán de llevar en su piel los fracasos en el amor.

Por suerte, habían terminado de comer cuando el celular de Franco sonó con un mensaje de Evangelina. No había texto, era la selfie que se habían sacado la noche anterior. Miraba la instantánea con algo de nostalgia, en su cabeza imaginaba cuántas fotos como esa podrían sacarse si le daba una oportunidad.

Y Evangelina, en línea, esperaba una respuesta que no llegaba. Comenzaba a acostumbrarse a esos arranques bipolares de Franco, como la vez que estaban en La Escondida haciendo el relevamiento de las modificaciones que debían realizar en las terminales de cobro.

—¿Pasa algo, amor? —preguntó Daniel al ver el rostro confundido de su esposa.

—No, solo le mandé la foto que nos sacamos anoche a Bruno —titubeó el nombre porque estuvo a punto de llamarlo Franco—. La vio y no me responde, se salió de línea... Es raro, no suele ser así.

Las alarmas de Daniel se encendieron. ¿Y si su mayor amenaza era el gemelo equivocado?

—No sabía que te llevabas tan bien con Bruno —deslizó casual—. Anoche se los veía muy amigos.

Evangelina enmudeció, ya no tenía sentido seguir mintiendo, y se sentía mal engañando a Daniel.

—Si te digo algo, ¿me prometés que no vas a ir corriendo a contárselo a tus colegas?

La respiración de Daniel se detuvo por un segundo, temió lo peor, aún así mantuvo la calma.

—Pero sí, Evi... ¿Qué pasa?

—El de anoche no era Bruno... Era Franco. Bruno se enfermó y él fue en su lugar, se intercambiaron aprovechando que son idénticos, y les salió bien porque nadie lo notó.

Dejó de respirar de nuevo, la espina de Laura volvió a su cabeza. Se los veía muy bien juntos, demasiado. Sabiendo cuál era el gemelo correcto, revivió en su cabeza la escena de ellos dos bailando, y comenzó a recordar a detalle el comportamiento de Franco.

Quería cortar de raíz sus dudas.

—Evi... Quiero que me digas la verdad, aunque me lastime prefiero sentir el dolor de una antes que una agonía interminable. ¿Pasa algo entre ustedes?

Evangelina quedó de piedra, procesaba las palabras de su esposo hasta que finalmente estalló a carcajadas.

—¡Daniel! ¿De dónde sacás eso? —dijo, tratando de contener la risa—. Franco es mi amigo, pegamos muy buena onda y la pasamos bien juntos, pero como amigos. ¿De verdad pensás que yo puedo estar interesada en él?

—Puede que vos no... Pero él sí.

—¡No! Nada que ver, si todavía no olvida a su ex, aunque él me diga que sí, yo no le creo. Le vi el corazón roto en la cara aquel sábado que se la encontró cuando salimos a buscar las terminales.

Daniel la observaba con detenimiento, buscaba en sus facciones una pizca de mentira, pero Evangelina estaba convencida de cada palabra que decía.

—Quiero que me prometas algo. Si algún día dejás de amarme, no me lastimes. Prefiero que vengas y me digas que se terminó, que te enamoraste de otro, y yo me voy, con el corazón partido pero me voy. Si eso es lo que te hace feliz, lo aceptaré.

—Dani... —chilló con tono infantil mientras se colgaba de su cuello—. Sos mi vida entera, te amo cada día más, ¿cómo podés dudar de eso?

—No dudo de vos, dudo de él, de su cuenta bancaria. Si él quiere hace un cheque y te baja la luna, y yo no puedo competir con eso.

—Me ofende que después de tantos años no sepas que soy la persona menos materialista e interesada que existe. Dani, lo que construimos no se compra ni con todo el dinero del mundo. Y si Franco está enamorado de mí, cosa que dudo porque es un chico tan cariñoso y desinteresado que puede prestar a confusiones, tendrá que entender que somos amigos y nada más.

Daniel se aferró a la cintura de Evangelina y la besó, de todos modos nada había cambiado en sus inquietudes, y se lo hizo saber.

—Entonces, si en algún momento te insinúa algo, no quiero que me lo ocultes, ¿si? Yo no me voy a enojar, así sea correspondido su sentimiento. Solo que si es lo segundo me va a doler, pero lo voy a aceptar.

Evangelina asintió con la cabeza y se abrazó a la cintura de Daniel, quien jamás se había puesto en esa pose; si bien no eran celos, atribuía esa inseguridad a la persona que era Franco. Intentaba buscar un ápice de interés en ella, pero no lo hallaba. Siempre se comportó como un caballero, y argumentaba que sus actitudes cariñosas se debían a la soledad que lo rodeaba. Veía en él esa persona falta de afectos, la misma que Bruno había asumido cuando se sinceró con Ismael, que se había aferrado a ella como un salvavidas para no dejarse hundir en la soledad de su oficina.

Efectivamente, Evangelina tenía una venda en los ojos.

Pero con Franco.

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