Cincuenta y cuatro
Después de la gala de los Martín Fierro de Cable, las cosas habían cambiado para todos, y ya nada era igual. Paradójicamente, los cambios en la vida de cada uno fueron tan abruptos, que terminaron por ser imperceptibles.
Franco todavía sentía el sabor amargo del baño de realidad que sufrió al ver a Evangelina con Daniel, a pesar de que estaba convencido de que algo en ese matrimonio estaba roto. Vivió una semana en modo automático, y había perdido las ganas de ir a La Escondida con cualquier excusa boluda solo para verla.
A consecuencia de eso, no notó esa complicidad que compartían Bruno e Ismael en su día a día en las oficinas de Chanchi, ya embarcados en una relación sentimental. De hecho, si les prestaba un poco más de atención, hubiera notado que sus peleas eran forzadas y muy mal actuadas.
Y Evangelina no lo sabía, pero sentía un vacío por la ausencia de Franco, tanto en La Escondida como en su chat de WhatsApp. Atribuyó esa ausencia al trabajo a contrarreloj que hacía para poder lanzar las nuevas terminales, ni por asomo pensó que se debía a la desilusión que Franco experimentaba al saberla imposible. Se había acostumbrado tanto a su presencia en el restaurante que había olvidado cuánto se aburría en los tiempos muertos, o en los momentos en que sus amigos estaban atestados de trabajo. Estuvo tentada a escribirle con cualquier excusa, solo para que se apareciera de improviso, pero se abstuvo para no molestarlo en caso de que estuviera focalizado en su trabajo.
Pero el único que tocó fondo fue Franco. Apático y desmotivado con el trabajo de las nuevas terminales, ese mismo que puso a Evangelina en su camino y que por desgracia se la recordaba cada vez que interactuaba con un Orson, decidió intentar olvidarla tomando el camino más sencillo.
Alejarse por un tiempo.
Buscó en línea el siguiente vuelo a Uruguay, reunió a su equipo antes de que se fueran a disfrutar del fin de semana, y les dejó instrucciones precisas para la recta final del desarrollo de los nuevos POS. Se despidió de todos, prometiendo estar en contacto con ellos, y partió al departamento a preparar su maleta, no sin antes pasar por la oficina de Bruno para despedirse.
—¿Tenés un segundo, puber?
Bruno e Ismael reían animadamente, y se quedaron de piedra al escuchar a Franco en la puerta del despacho. Ismael forzó una facción de fastidio, mientras Bruno reajustaba su corbata perfectamente anudada, visiblemente nervioso.
—Sí, obvio... Ismael, dejanos solos, por favor.
El hombre se levantó y trató de pasar junto a Franco evitando mirarlo, pero éste lo detuvo apoyando la mano en el marco de la puerta.
—No es necesario —expresó con seriedad—. Quedate.
Ismael caminó hacia atrás, preso del pánico de que finalmente haya descubierto la relación con su gemelo. Le regaló una mirada aterrada a Bruno, pero ya estaba en modo jefe. Dejó fluir la situación.
—¿Qué pasa, Franco? Te noto raro.
—Me voy, en la madrugada sale mi vuelo a Montevideo. Voy a ponerme al mando de la apertura de las oficinas de Uruguay.
—¿Estás en pedo? ¿Para qué vas? Si la apertura de la filial ya está casi lista, y además falta un mes para que empiecen a operar. Estamos coordinando todo desde acá, no es necesario que vaya alguno de los dos.
—Ya lo sé, pero quiero ir, necesito ir.
Los gemelos se sostuvieron la mirada por un minuto que se hizo eterno para Ismael.
—Te vas por ella, ¿no es cierto? —Bruno cortó el silencio eterno—. Entonces, ¿eso es lo que pensás hacer? ¿Huir como una rata? Si estás tan seguro de que su relación con el periodista es falsa, ¿por qué no pones los huevos sobre la mesa y se lo decís, eh?
—No es tan fácil, Bruno...
—¿Que no es fácil? ¿Dónde quedó el Franco de la semana pasada decidido a luchar por ella? ¿O acaso pasó algo más?
—No, no nos vemos desde la premiación. Tampoco hablamos, soy yo el que al final decidió alejarse. Quizás si dejo de verla...
—No... —lo interrumpió, comenzando a perder la paciencia—. Ni Pilar te movió tanto el suelo como Evangelina. Es al pedo, Franco, va a ser peor estar a kilómetros de ella, no seas pelotudo.
—Pero es cierto que quiero ponerme al tanto de la nueva filial de Uruguay, Evangelina es solo una excusa para dejar de postergar algo que quiero hacer desde que volví de Miami. De hecho, si no hubiera salido el proyecto de recambio de las terminales, tenía pensado ir una semana para allá solo para ver cómo iba todo.
—Pero no te vas a ir por una semana... Sino, no estarías despidiéndote así.
Franco suspiró con pesadez, y afirmó con la cabeza gacha.
—Es por tiempo indeterminado —murmuró—. Además, ahora me voy más tranquilo porque sé que al menos no estás solo, lo tenés a Isma.
—Lo sé, pero igual me vas a dejar solo en casa. Franco, en treinta años jamás nos separamos.
—Es la vida, puber —acotó levantando la cabeza—. En algún momento tenía que pasar, ¿no? Ponerse en pareja, casarse, tener hijos... Tarde o temprano iba a llegar el momento en que uno abandonara el departamento.
—Sí, lo sé... ¡Pero no así, Franco! No tan lejos, no tan repentino, no tan...
Los ojos de Bruno comenzaron a cristalizarse, Ismael lo notó y se maldijo por no poder contenerlo en ese momento. Se removió en su lugar, cruzándose de brazos y bajando la cabeza para evitar ver la escena.
—Tampoco me voy a Europa, Bruno. Es menos de una hora en avión, para vos es como un viaje en colectivo, dale...
—¿Y dónde te vas a quedar?
—Veré, por ahora solo tengo el pasaje. Allá buscaré un buen hotel para hospedarme hasta conseguir un lindo departamento cerca de las oficinas. No te asustes si ves un bajón repentino en las cuentas, en donde vea un lindo depto para los dos lo compro, lo vamos a necesitar cuando se inaugure la filial.
—Solo recordá que allá no sos nadie, no se van a arrodillar cuando te vean entrar, Franco. Por ahora... —acotó por lo bajo.
—Eso es lo que busco, desconectarme, volver a ser el Franco que se enamoró de Pilar. Y en parte, ya me siento así. Como aquel pibe al que las minas no le dan cabida por tímido, que no tenía ni para el colectivo...
Bruno no pudo objetar nada. Veía el corazón roto en los ojos de su hermano, y si alguien sabía de desconexiones para sanar mal de amores era él, solo que nunca llegó a ese extremo. Le bastaba un par de días encerrado en su casa para darse cuenta de que malgastaba su vida sufriendo por alguien que no valía la pena. Y se levantaba, se calzaba su traje, y volvía al mundo empoderado. Al fin y al cabo, Franco tenía razón, Ismael estaría allí con él para paliar la soledad.
Salió de atrás de su escritorio, y se paró frente a su gemelo. Luego de sostenerle la mirada por algunos segundos, lo abrazó.
—Buen viaje, hermano. Si esto es lo que te hace feliz, yo te voy a apoyar.
Franco reforzó el abrazo, y permanecieron así el tiempo que Bruno dispuso.
—¿Y a qué hora sale tu vuelo?
—A las cinco de la mañana, pero voy a casa, armo la valija, y me voy a Lanús a despedirme de papá. Por eso vine a verte, porque para cuando vuelvas a casa yo ya me habré ido.
—Vas a volver, ¿no? Sino te voy a buscar yo, y te traigo a patadas en el orto —bromeó, ya más animado.
—Sí, puber... No puedo decirte cuándo, porque es algo que ni yo sé... Puede ser un mes, dos, tres... Una semana, o mañana mismo si recibiera un solo mensaje de Evangelina pidiéndome que vuelva. Pero no... Mi objetivo es olvidarla. El único mensaje que me traería de vuelta en una hora sería, como mínimo, un «te necesito», «te extraño», o el imposible de que suceda: «te amo».
De nuevo, ante esa revelación, Bruno no podía objetar nada. Dio un paso atrás y lo dejó salir. Pero cuando Franco tomó el pomo de la puerta, lo soltó.
—Ismael y yo estamos empezando algo... —exclamó atropellando las palabras—. Quería que lo sepas antes de irte —murmuró para finalizar.
Franco se detuvo. Giró y vio a Ismael tragar saliva con los ojos duros, desvió su mirada hasta su hermano, en actitud más segura y aguardando una respuesta inmóvil en su posición.
—Te dije que le podías decir, ¿viste? —lo señaló a Ismael—. Me alegro por los dos, de verdad. Solo te digo una cosa. Le llegás a romper el corazón y te bajo todos los dientes, ¿me entendiste, puber? —Ismael estalló en una carcajada aliviadora—. Porque es un tipazo, y a vos ya te conozco, él no es como los desgraciados que te usaban, no tenés motivo para hacerlo sufrir, ¿estamos?
—Se supone que sos mi hermano, y al que le deberías decir eso es a él. Pero creo que está bien, de verdad tenía miedo de cómo fueras a tomarlo porque, bueno... Es mi secretario, y...
—Evidentemente lo esconden bastante bien, porque si no me lo decías no me daba cuenta. No sé hace cuánto están juntos, pero...
—Desde el sábado.
Silencio. De a poco, Franco fue entendiendo todo. Sonrió de costado. Abrió el bolsillo de su mochila, tomó el manojo de llaves y se lo arrojó a Ismael, que lo atajó antes de que cayera al suelo.
—La vas a necesitar. Ahí tenés tu compañero de piso, puber...
—Pero... ¿Cómo vas a entrar a casa ahora?
—Tengo un juego de repuesto en el auto. No se preocupen, les aviso cuando vuelva, así no los agarro con las manos en la masa.
Franco guiñó un ojo y salió de la oficina de su hermano con una sonrisa en los labios. Si se sentía mal por dejar solo a Bruno, siendo un hombre sentimentalmente inestable, podía irse con la seguridad de que Ismael no iba a lastimarlo, y que llenaría el vacío que dejaba su partida.
Armó una valija con lo esencial, llamó a un Uber para no dejar el auto en la casa de su padre hasta su regreso, y se dirigió a Lanús.
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