Cinco

Era otro miércoles de frío, pero esa mañana el clima ya no era aguanieve, era lluvia copiosa, y Evangelina fue la primera en llegar porque Daniel estaba demasiado ocupado con la cobertura como para hacer la videollamada matutina.

Abrió el restaurante y puso a calentar la cafetera para que Patricio hiciera su magia al llegar, se acomodó y esperó a que todos comiencen el turno antes de poner su serie. Pero cuando el trío de apertura estuvo completo y Evangelina acababa de presionar play en el control remoto, el cliente extraño volvió a entrar por la puerta, dejando a todos boquiabiertos. A diferencia del día anterior, eligió el taburete de la barra más cercano a la caja y se sentó con parsimonia, sacando su computadora de la mochila antes de dejarla en el piso.

Franco no emitía palabra, Evangelina y sus dos amigos tampoco. Los cuatro se miraban como si se debieran algo. Fue Patricio el que cortó ese extraño silencio, elevando sutilmente sus ojos.

—Buen día, bienvenido a La Escondida. ¿Café negro de nuevo?

—Buen día —devolvió el saludo sin despegar la vista de Evangelina—. Sí, por favor. Y uno para ella, lo que tome, no sé... ¿Qué se te antoja, Eva? Yo invito.

La mandíbula del trío cayó al piso cuando el extraño cliente había llamado a Evangelina por su apodo. Ángel se acercó hasta ella, y apoyó una mano en su hombro en señal de protección.

—Te dije que este era un hacker, ¿cómo sabe tu nombre? —susurró muy bajo, tratando de que el extraño no leyera sus labios—. ¿Querés que lo saque a las trompadas?

Evangelina estaba muda, si bien era incómodo que el hombre la llamara por su nombre y le hablara como si fueran conocidos, la realidad era que ella como esposa de Daniel no dejaba de ser una persona parcialmente pública. Lo más probable era que se tratara de otro futbolero que la reconoció el día anterior, quizás tarde, luego de marcharse. Decidió seguirle el juego.

—En realidad no me llamo Eva, soy Evangelina. Aunque bueno... Todos me dicen Eva. Y usted es...

—En realidad no soy tan viejo como para que me trates de usted —la chicaneó, devolviéndole la acotación—. Soy Franco, un placer conocerte.

Evangelina sonrió algo incómoda, la situación era más extraña que la de la mañana anterior, y trataba de comprender por qué se comportaba así con ella. Volviendo a la teoría de que quizás era un fan de Daniel, por un momento pensó que su intención era sacar algo de ventaja si se acercaba a ella en plan de amigos. Pero decidió dejar que él mismo exponga sus motivos y no darle ideas, si él no la reconocía como la esposa de Daniel, ella tampoco se reportaría como tal.

Patricio puso frente a Franco la taza de café, y de nuevo, le dio el primer sorbo sin endulzarlo. Observó la barra, y notó que faltaba una taza en su pedido.

—¿Y el café para ella? —preguntó con soltura.

El trío volvió a mirarse, jamás, a ninguno, un cliente lo había invitado a una bebida. Ángel reforzó su postura guardiana, mientras Patricio se debatía entre hacerle caso al cliente o a su compañero, que lo frenó con una mano en alto.

—Pato, haceme otro café con leche —sentenció finalmente Evangelina mientras le extendía su taza—. ¿Nos conocemos? —Se dirigió a Franco.

—No, pero necesito tu ayuda, y quería hacerte una propuesta.

—¿Ayuda? ¿Y en qué puedo ayudarte yo?, si apenas nos conocemos.

—Cobrame. Mi café y el tuyo.

Franco sacó la billetera del bolsillo y deslizó la tarjeta rosada por la barra. Evangelina cada vez estaba más confundida, pero aceptó cuando él la incitó levantando las cejas.

—Está bien, pero solo tu café. El mío ya viene bonificado con el trabajo —soltó entre risas nerviosas.

Tomó la vieja terminal de cobro, deslizó la tarjeta y facturó el importe de su consumo. Cuando fue su turno de deslizar el voucher con la birome para firmar, Franco se levantó y rodeó la barra hasta llegar a su lado. Evangelina dio un paso atrás, temerosa, y Ángel estaba a punto de abalanzarse sobre él para increparlo por impertinente, pero ella interpuso el brazo para impedirle el paso y dejarlo actuar, quería ver hasta dónde llegaba. Franco se agachó levemente para inspeccionar el mueble bajo la registradora y ahí estaba, al fondo, imposible de obviarlo. Lo agarró y lo analizó como si fuera una bomba a punto de explotar.

—Mierda que es feo... ¿En qué carajo estaban pensando cuando sacaron esto al mercado? —refunfuñó entre dientes—. Cobrame de nuevo, pero con esto.

—Pero ya te cobré, te van a venir dos cargos iguales en la tarjeta.

—Primero, es prepaga, el importe del café ya no está en mi cuenta. Y segundo, no importa, me sirven otro café y quedamos a mano.

Franco le extendió el aparato rosado y regordete, como un chanchito, y Evangelina lo recibió confundida. Volvió hasta su posición en la barra, mientras Patricio y Ángel se unían a ella en el intento de encender el tan peculiar aparato.

—¿De dónde se enciende? No veo un botón de power. —Patricio fue el primero en comenzar a investigar la terminal de cobros.

—El que debe saber es Alan, él compró esta mierda y ni él supo usarla —escupió Ángel con total sinceridad.

Lejos de sentirse ofendido, Franco intentó contener una risotada, pero falló miserablemente. Los tres posaron su mirada en él, aumentando la confusión del momento, y el joven solo se limitó a levantar las manos, en señal de disculpa.

Y fue Evangelina la que, luego de examinarlo cuidadosamente, dio en el clavo.

Tomó la colita retorcida del chancho bajo la ranura superior que imprimía el comprobante, y luego de girarla la terminal se encendió, emitiendo un oink oink mientras mostraba un simpático chanchito con gafas oscuras bailando en la pantalla, similar al guiño del viejo MSN.

—Esto es ridículo —protestó Ángel—. Solo al descerebrado de Alan se le ocurriría comprar esta mierda.

—Él y doscientos noventa y nueve más —acotó Franco con un dedo en alto.

—¿Y vos cómo sabés eso? No te digo yo... —protestó Ángel—. Es hacker, Eva, y nos está haciendo perder tiempo valioso.

Evangelina hizo caso omiso a su compañero, y decidió darle el gusto a Franco, pero apenas la terminal terminó de encender, se encontró con un menú plano, y no entendía cómo efectuar el cobro.

—Inicio, inventario, delivery, programa de recompensas... —Evangelina leía los ítems del menú principal en voz alta—. ¿Billetera crypto? ¿Ranking de clientes?

—¿O sea que esa cosa guarda los datos de los clientes? —exclamó Patricio horrorizado—. ¿Es legal eso?

—Bueno... El registro de clientes queda en cualquier local que factura —explicó Franco—, lo que no sé si es legal es el ranking. Aunque, convengamos que cualquier comerciante con mucho tiempo libre puede armarlo en base a los duplicados de las facturas, así que sí. No creo que sea ilegal.

—¡Acá está! Creo... Facturación. A ver...

Efectivamente, el último ítem de la lista era el que debería estar primero. Evangelina tocó con el dedo varias veces, al ser tan chica la fuente era difícil acceder al submenú. Cuando entró, se encontró con otra encrucijada.

—Pago QR, pago por contacto, transferencia, gasto dividido, crypto, ¿efectivo? ¿Y para que usaría un POS si el cliente paga en efectivo?

—Por favor, decime que un ítem dice tarjeta —rogó Franco frotándose la cara con ambas manos.

—Sí, el último. A ver...

Evangelina pulsó, pero nuevamente no supo qué hacer.

—Seleccioná un producto... vacío. No hay lista de productos, Alan nunca la cargó. ¿Y ahora?

—¿No hay otra opción? ¿Algo así como ingresar importe manualmente? —Quiso saber Franco antes de perder por completo la paciencia.

—No, pero dejame ver...

Ni siquiera hizo a tiempo a buscar, cuando la terminal emitió un pitido, y la pantalla automáticamente cambió por un «Ingrese importe». Volvieron a mirarse entre todos, a excepción de Franco, que estaba a dos segundos de arrancarse el flequillo con sus dedos. Sin demorar, ingresó el importe por otro café, pasó la tarjeta por el lector, y se imprimió el comprobante de pago.

Lo que más le sorprendió al trío no era el papel rosado, sino el contenido del mismo.

Franco Antoine
Medio de pago: Tarjeta de crédito
Tarjeta: ************1588
Establecimiento: null
Su pedido: null
Importe: $325,00
Poinkts por tu compra: 3
Saldo de poinkts: 1.876.345
¡Gracias por visitar null!

—¿Ahora sí podemos hablar de mi propuesta?

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