Ciento siete
Había llegado el viernes en el que se acababa el tiempo que les concedió Bruno a solas. Esa mañana se levantaron, fueron a trabajar, y al salir optaron por pasar la noche en el departamento de Evangelina. Absolutamente todo el mundo ya sabía que ella estaba separada y que Franco era su nuevo amor, por lo que eran libres de entrar y salir del edificio sin tapujos.
El plan estaba claro: cocinar pizzas caseras y buscar departamento o casa para mudarse juntos. El lazo de gemelo que lo unía a Bruno miraba departamentos en la zona de Puerto Madero, incluso en la mismísima torre Alvear, y su lado sentimental quería volver a Lanús. Evangelina solo tenía pretensiones en cuanto a las comodidades del inmueble, quería dos habitaciones pensando en expandir la familia en un futuro, y el resto eran detalles menores.
Discutían algunas de las opciones que habían visto cada uno por su cuenta, mientras Franco amasaba las pizzas. Y como ya era costumbre, Evangelina no pudo resistirse al ver los músculos de Franco en acción mientras amasaba en cueros.
Recién duchada, lo observaba de pie frente a él, contra la pared, con las manos enlazadas sobre su espalda baja, vistiendo solamente la camiseta de Lanús anudada y una tanga blanca. No dejaba de mirar a Franco con lascivia mientras se mordía el labio inferior. Estaban tan ensimismados en lo suyo, él amasando y ella intentando llamar su atención, que ninguno prestó atención a lo que sucedía fuera de la cocina.
Daniel estaba entrando al departamento con la llave de emergencia que tenía su hermana.
Dejó sus valijas junto a la puerta mientras escuchaba la música que sonaba al mayor volumen aceptado en el consorcio, esa lista de rock nacional que detestaba, pero que era la preferida de Evangelina. Estaba por comenzar a buscarla para discutir los puntos del divorcio, en vista de todo lo que había sucedido con él en los medios, cuando escuchó su voz proveniente de la cocina. Imaginó que estaba acompañada de Franco, y no se equivocaba.
—Basta, Evangelina. Estoy cansado. —Lo escuchó protestar algo agobiado.
—No te necesito, puedo hacerlo sola. Alejate, no te acerques Franco —exigió Evangelina, y luego se produjo un silencio—. ¡No me toques!
En ese momento, Daniel se acercó a la cocina, con claras intenciones de intervenir en la escena, pero se quedó estático cuando Franco se acercó a Evangelina y tomó su mano derecha. Lamió cada uno de sus dedos, jugueteando con lo que parecía un piercing en la lengua, y finalizó escupiendo sobre sus dedos. Luego, se alejó nuevamente hasta su posición sobre la mesada, y se cruzó de brazos mientras la observaba fijamente. Todavía ninguno había percibido su presencia.
Daniel no esperaba la escena que siguió a continuación.
Evangelina metió la mano que Franco había salivado dentro de su ropa interior, y comenzó a masajear su zona baja mientras se retorcía contra la pared. Acariciaba sus pechos sobre la remera de Lanús anudada, y Franco observaba estático, en cueros y solo vistiendo una bermuda de jean celeste y zapatillas blancas. Cuando las caricias estaban a punto de hacerla explotar, Franco se paró frente a ella, y la orden fue precisa:
—Gritá.
Inmediatamente, tomó su rostro con una sola mano, y le cubrió la boca con la suya, hasta que las convulsiones de Evangelina cesaron. Luego, tomó su rostro con ambas manos y la besó con dulzura.
—¿Satisfecha?
—Por ahora.
—Te amo.
—Yo más —respondió ella, y le devolvió el beso.
Era su momento de intervenir.
Comenzó a aplaudir sarcásticamente, mientras se acercaba a pasos lentos a la cocina. Evangelina se asustó al verlo, y rápidamente quitó el nudo a la remera y cubrió su cuerpo con pudor. Franco lo advirtió, y se colocó delante de ella.
—Si te viera tu padre usando la camiseta de Lanús le da un infarto —escupió Daniel, despectivo.
—No todo es fútbol en la vida, Daniel —remarcó, asomando la cabeza detrás de Franco—. Está camiseta tiene un valor sentimental que no entenderías.
—Evangelina, por favor. Conozco hasta el último lunar de tu cuerpo, no seas ridícula —espetó con soberbia.
—El problema es que ya no tenés derecho a verlos, los perdiste el día que la dejaste —aclaró Franco.
Evangelina corrió a la habitación en busca de un short, y Franco aprovecho para sacarse la ganas que le tenía a Daniel. Lo tomó de la camisa, elevándolo unos centímetros del suelo, y lo empotró contra la pared.
—Ahora me vas a decir qué mierda haces en la casa de mi mujer —siseó entre dientes.
—Estás equivocado, todavía es mi mujer, el divorcio recién está empezando.
—Dame un motivo para no desfigurarte a golpes, porque hace rato que te tengo ganas.
Daniel señaló con su vista detrás de Franco, Evangelina observaba horrorizada la escena. Franco lo soltó con tanta brusquedad que Daniel chocó contra la pared.
—Perdón —le dijo a Evangelina.
—¿Qué hacés acá, Daniel? Creí que ya no tenías llave.
—¿Te olvidaste que mi hermana tenía un juego de cuando venía a regar las plantas en vacaciones?
—¿Y eso te da derecho a venir a una casa que ya no es tuya? En serio, empezá a dar una razón completamente válida para irrumpir en la casa de mi prometida —exigió Franco, remarcando las palabras para no perder la paciencia.
Daniel tragaba saliva mientras Franco se acercaba a pasos lentos, como un felino listo para atacar a su presa, porque ya le había demostrado que los músculos de su espalda y sus brazos no estaban de adorno. Y es que Franco en cueros era mucho más intimidante que con la ropa deportiva holgada que solía utilizar. Sin embargo, no estaba dispuesto a dejarse amedrentar.
—Hay un problema. Resulta que esta sí es mi casa, está a mi nombre, y no es un bien ganancial porque la compré siendo soltero. Sé que fue el regalo de bodas para Evangelina, y que cuando terminé mi relación con ella cumplí en dejársela. Pero pasaron cosas.
—Sé claro, Daniel. No tengo tiempo para tus pelotudeces —lo apuró Evangelina—, no hagas lo mismo que hiciste aquel veinte de diciembre.
—Tenés razón, voy a ser claro y directo. Por tu culpa me echaron de Noticias Ya, y no solo eso. La gente me repudia por tu puta entrevista, y ningún canal me quiere en su plantilla. Entonces, ¿por qué tengo que gastar en un alquiler, cuando no tengo trabajo, si soy propietario? Por eso volví, tendremos que vivir juntos.
—Yo no pienso vivir con vos, Daniel. Me dejaste, te fuiste, jodete. Quererte un poco y hacerte cargo de tus errores. ¿En serio me vas a dejar en la calle?
—Nunca dije que te fueras, Evangelina. Solo dije que volvía a vivir a mi departamento —remarcó—. Es tu decisión si te quedás o te vas.
—Nos vamos —sentenció Franco—. Ahí llamo a mi hermano y a Isma, entre todos te ayudamos a juntar tus cosas —le dijo a Evangelina en un tono más bajo.
—No es justo esto —lloriqueó en voz baja— ¿A dónde voy a ir un viernes a la noche?
—Vamos a casa y el lunes hablo con la inmobiliaria, alquilamos el depa que vimos en la torre Alvear, así tenés tu espacio en el mismo edificio mientras definimos nuestra futura casa, ¿sí? —Franco tomó su rostro para consolarla—. Y si te encariñás, lo compramos y ya.
—Las ventajas de acostarse con un millonario —acotó Daniel, despectivo, mirando la escena—. En cinco minutos te resolvió el tema de la vivienda, y después te llenabas la boca diciendo que los detalles costosos no te deslumbraban. Decime algo, depender de Franco, ¿no es violencia económica? ¿O solo es violencia económica lo que te conviene?
Franco soltó el rostro de Evangelina, y se abalanzó sobre Daniel, empotrándolo de nuevo contra la pared.
—Exactamente esto que acabas de hacer es tu último acto de violencia económica, porque sabes que Evangelina no tiene a dónde ir, y la estás obligando a convivir con vos—rugió sobre su rostro—. Yo solo la estoy ayudando porque la amo, y el día que desaparezcas de su vida va a ser mi esposa. Evi, juntá tus cosas, no quiero que estés ni un minuto más con este sorete.
—¿En dónde? —inquirió comenzando a desesperarse—. Las únicas valijas que tenía se las llevó él cuando se fue.
Franco lo soltó, esta vez arrojándolo al piso, y se dirigió hasta la puerta del departamento. Abrió las dos valijas con prepotencia, y dejó caer todo el contenido en el medio de la sala.
—¡¿Qué hacés?! —protestó Daniel, intentando impedir que siguiera arrojando sus cosas—. Esas valijas son mías, las uso para mis coberturas.
Franco se frenó en seco, sacó su billetera, tomó un par de billetes, y los arrojó al rostro de Daniel de manera despectiva
—Ahí tenés para comprarte otras, aunque es una pena que ya no las necesites porque te rajaron del canal —acotó sarcástico, y con una sonrisa irónica.
Franco tomó las dos valijas ya vacías y siguió a Evangelina hasta el dormitorio, donde vaciaba el ropero con lágrimas en los ojos. A continuación, Franco se colocó la remera negra, porque le parecía ridículo seguir en cueros en esa situación, luego tomó su teléfono para llamar a Ismael y pedirle ayuda con la mudanza de Evangelina.
—Bro, tenemos un problema, ¿estás ocupado?
—No, recién terminamos de cenar con Bruno y empezamos a ver una película, ¿qué pasó?
—Ahora te explico, ¿podés venir al departamento de Eva? Trae el Porsche.
—No me asustes, decime que pasó.
—Apareció Daniel a usurparle el departamento, me la llevo hasta que encuentre otro.
—Mierda, bro. Tranquilo, ya salgo para allá. Y otra cosa, no te ensucies las manos con semejante sorete.
—Vení rápido entonces, una boludez más que diga y le reinicio el Windows de una trompada.
Ismael colgó, y cuando le contó a Bruno lo sucedido, de inmediato se ofreció a acompañarlo.
Querían que Daniel supiera que Evangelina no estaba sola.
UCR picó, versión 1 millón... 🤣
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