Ciento diecinueve
Franco mantuvo el trago de champagne en su boca cuando Evangelina salió finalmente del baño. Y a ella se le hizo extremadamente sexy que el moño de su smoking colgara de su cuello desabrochado, además de los dos primeros botones de su camisa. Tirado en el sillón, con la pierna levantada igual que cuando jugó a ser Christian Grey, unas horas atrás.
Tragó la bebida y comenzó a examinar cada detalle de ese tercer vestido, que estaba compuesto solamente por dos simples piezas que congeniaban perfectamente: un body de encaje con un pronunciado escote que llegaba hasta su ombligo, dejando la espalda al descubierto, y justo donde terminaba el escote, comenzaba una falda simple de tul, con una abertura que dejaba entrever su pierna al completo. Subida a unos stilettos cerrados de plataforma en color beige, aguardó a que Franco reaccionara para decidir por dónde empezar esa larga noche.
Finalmente, se puso de pie, todavía con la copa en su mano, y se acercó hasta ella. Comenzó a explorar las texturas de su atuendo con caricias firmes y certeras, mientras la respiración de Evangelina comenzaba a entrecortarse y a exhalar pequeños gemidos. Lentamente, volvió hacia el sillón, tomó un hielo de la frappera, y lo deslizó por cada uno de sus pechos para resaltar aún más la transparencia.
Con total parsimonia, fue hasta el mueble de la televisión, y sacó una cámara profesional de un cajón.
—¿Puedo? —preguntó, levantando el aparato—. Son para nosotros.
Evangelina solo asintió con la cabeza, eso no estaba en sus planes, pero era un giro que potenciaba ese remolino que ya comenzaba a formarse en su entrepierna.
Comenzó a posar para él, con una sensualidad que desconocía y que le agradaba. Y Franco, que tenía un talento natural para trabajar con las luces y sombras, sacó unas postales dignas de un profesional, después de todo él había sacado la foto que usaba Bruno en la aplicación de citas y que cautivó a Ismael. Cada tanto se acercaba a Evangelina para dar retoques con el hielo, dejando pequeñas gotas sobre el pecho, o reforzando una vez más las transparencias. Luego, programó la cámara para posar junto a ella en algunas instantáneas, le quitó la tarjeta de memoria a la cámara, y la arrojó dentro de la pequeña caja fuerte de su habitación. Volvió hasta ella con la mirada completamente encendida, se paró imponente a escasos centímetros sin hacer absolutamente nada más que observarla encendida de deseo, y jadeando solo con el contacto visual.
Y Evangelina no lo soportó.
Desabrochó su pantalón, urgida de contacto, y luego se subió de un salto a horcajadas. Franco entendió perfectamente sus intenciones, y se sentó en la cama con ella, mientras dejaba la copa en la mesa de luz. Sin desvestirla, corrió la tela del body y se fusionó sin dudarlo demasiado, besándola y acariciándola por encima del encaje, embobado con el vaivén del tul sobre él. Cuando por fin concretaron la fantasía de amarse vestidos de novios, le llegó el turno de sacarle el vestido, que en realidad no era más que la falda, porque todavía quería disfrutarla vistiendo solamente el body.
Perdió la cabeza jugando de mil maneras con ella, mientras juntaba fuerzas para otro round. Los hielos duraban pocos minutos sobre la piel de Evangelina, que disfrutaba el contraste del frío y el calor de la boca de su esposo, cuando lo capturaba con su boca, o bebía sorbos de champagne sobre su cuerpo, mientras jugaba con el piercing de la lengua. Había conocido al amigo con derechos egoísta, al prometido egoísta, y era el turno del marido egoísta.
Y le encantaba el hecho de que cada uno tuviera un nivel más de intensidad.
Con la certeza de que el piso 51 era completamente de ellos, se entregaron al deseo hasta casi el mediodía del día siguiente, en un tour que incluyó hasta el gimnasio como locación de sus exploraciones más profundas, solo por el banco de abdominales y el gran espejo en la pared. Ni siquiera pudieron resistirse en la ducha final, les excitaba el morbo de saberse esposos ante la ley, la libertad de tener el departamento entero a su disposición, y ese tiempo en las manos del que tanto hablaba Evangelina, porque estaban ausentes en la oficina hasta nuevo aviso.
Incluso, a la hora de acostarse, ya pasado el mediodía, Franco necesitaba enterrar al esposo egoísta, y le hizo el amor por primera vez en la ya noche soleada. Lento, repitiendo una y otra vez cuánto la amaba y lo feliz que era al saberla su esposa, hasta que finalmente se durmieron alrededor de las tres de la tarde.
Y obviamente, habían perdido un día de luna de miel en el cuerpo del otro.
Se despertaron al amanecer del siguiente día, el sol apenas comenzaba a aclarar el cielo. Fue Franco el primero en salir de la cama, y mientras se vestía no podía dejar de admirar a Evangelina, durmiendo boca abajo, con las manos debajo de la almohada, y la espalda al descubierto. Dejó un beso en su cabeza y fue a preparar el mate, el café era algo que había dejado para su jornada laboral, porque todavía no se acostumbraba a hacer semejante ritual mientras trabajaba, lo desconcentraba. Evangelina lo sorprendió con un abrazo por la cintura, podía ver en sus brazos que usaba su camisa.
—No empecemos, señora, por favor se lo pido —sentenció sin mirarla, mientras le quitaba el polvo a la yerba.
—Ya lo sé, me duele todo el cuerpo —confesó entre risas, hundiendo la cara en su espalda.
—Yo estoy bien, de hecho me hizo bien hacer algo de ejercicio. Con los preparativos del casamiento descuidé bastante el gimnasio. —Franco la observó de reojo mientras acomodaba la bombilla en el mate—. ¿Dormimos juntos, señora?
—¿Y a usted qué le parece, señor? —respondió ella, con la misma mirada pícara—. Buen día mi amor.
Evangelina se colgó de su cuello y besó a su flamante esposo, que la abrazó por la cintura con el mate todavía en la mano. Y Franco intercalaba besos con miradas a los ojos, todavía incrédulo de que la mujer prohibida de la cual se enamoró como un loco, estaba en ese mismo instante con su camisa puesta y un anillo en su dedo, el mismo que él también tenía.
—Todavía no me lo puedo creer, Evi —susurró con un tono muy bajo, chocando su frente a la de ella—. Si supieras todo lo que sufrí por no tenerte.
—Ya se acabó eso —aseguró ella—, este es el primer día de nuestra vida juntos.
—¿Te acordás cuando te dije que juntos podíamos hacer cosas maravillosas?
—¿Sabés que Isidro me soltó lo mismo cuando le anuncié que dejaba La Escondida?
—Ya sé: Isidro también notó que estaba enamorado de vos.
Evangelina asintió repetidamente con la cabeza mientras se reía.
—Todo el mundo se dio cuenta, menos yo —confirmó.
—¿Y qué hubiera pasado si lo notabas apenas me enamoré de vos?
Evangelina se separó, y se apoyó contra la barra de la cocina, una expresión triste se apoderó de ella cuando se cruzó de brazos.
—No estaríamos acá y yo seguiría con Daniel, porque hubiera marcado distancia para no generar más confusiones. Quizás te hubiera parado el carro o aclarado los tantos, tal vez hubieras suspendido el proyecto... —Suspiró y levantó la cabeza—. Lo mejor que pudo pasarte fue que yo no lo supiera, aunque me duele todo lo que sufriste por mí.
Franco se acercó y la tomó del rostro antes de responderle.
—Ya te lo dije: cada lágrima que derramé por vos, cada noche sin dormir, cada rabieta que me agarré por verte infeliz con Daniel valió la pena. —La besó dulce y pausado, hasta que la pava eléctrica los interrumpió con el corte—. Vamos a desayunar, pedí facturas por la aplicación que usás, en cualquier momento llegan.
Efectivamente, a los diez minutos llegó el pedido de la panadería, y mientras desayunaban iban juntando algunas cosas del viejo departamento de Franco para su luna de miel, porque la realidad era que él vivía entre los dos pisos. Y para qué negarlo, a Evangelina también le gustaba pasar tiempo entre las paredes en las que se enamoró como una loca de él.
Con todo casi listo, el Peugeot 208 se puso en marcha al día siguiente, y no se detuvo sino hasta la primera parada que llamó su atención: Bahía Blanca. Omitieron la costa bonaerese porque el clima no era el mejor para pasar unos días en la playa, y porque la idea era visitar lugares ocultos o emblemáticos. Recorrieron toda la ruta 3 hasta el empalme con la 40, casi a los pies de Argentina, y allí comenzaron a subir de vuelta.
Incluso, cruzaron unos días a Chile, y cuando volvían luego de su paso por Gualeguaychú, a Franco se le ocurrió la loca idea de cruzar a Uruguay, solo por darse el gusto de amar a Evangelina entre las paredes de su departamento montevideano. Pasaron una noche en la cama que compartieron en plan de amigos, y luego emprendieron el regreso a Buenos Aires, luego de más de un mes de travesía.
El viaje fue todo lo que Evangelina soñó, sin una gota de planeación, sorteando algunos obstáculos con el auto, incluso hubo noches que durmieron dentro de él, como lo supuso al proponer la idea. Evangelina subió mil fotos a su Instagram, y aunque Franco había jurado que no compartiría detalles de su vida personal en redes, terminó cediendo ante la insistencia de su esposa, que quería que todo el mundo supiera cuánto se amaban. Incluso, hizo algunas transmisiones en Twitch desde su celular, cuando encontraban algún lugar escondido que valía la pena compartir, y sus seguidores enloquecían al verlo tan parlanchín y carismático junto a su esposa. Volvieron los primeros días de agosto, con siete tarjetas de memoria llenas de fotos, y la cabeza llena de recuerdos.
—¿Y ahora? —preguntó Franco, la primera noche que sus cuerpos volvieron a tocar su cama en Puerto Madero—. ¿Qué vamos a hacer?
—Trabajar. Después de todo, eso fue lo que nos unió.
—¿No te parece que falta algo?
Evangelina entendió su punto, se reacomodó en la cama, entre sus brazos.
—Cuando esté listo va a venir, la puerta ya está abierta.
¿Listos para el gran final? No puedo creer que ya se acaba... 🙈
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