Capítulo 1

El amargo sabor del tequila recorrió toda mi garganta.

Fue imposible no hacer una mueca de asco cuando finalmente el líquido llegó a mi estómago.

Dejé el pequeño vaso sobre la barra que estaba frente a mí. Suspiré al recordar el motivo por el que estaba en este bar de mala muerte.

Aunque últimamente pasaba todas mis noches en lugares como estos, ésta noche era distinta, al igual que todas las noches posteriores a aquel horrible día. El día en que todo cambió y ya no supe que hacer.

Me desperté a eso de las dos de la tarde, la resaca que tenía era inmensa.

A duras penas llegué hasta el baño de mi habitación y me metí en la ducha. Intentando sacar ese malestar que sentía en todo el cuerpo.

Luego de una relajante ducha, salí del baño. Caminé lentamente hasta el vestidor que estaba a mi derecha y escogí lo que me pondría ese día. Un pantalón de chándal y una remera blanca. Hoy no pretendía lucirme frente a nadie.

Salí de mi cuarto, comencé a caminar por el largo pasillo que había en el piso donde estaba. Me agarré del barandal que había junto a las escaleras de madera y bajé.

El olor a café inundó mis fosas nasales, al parecer estaban al tanto de mi estado.

Sonreí al recordar al imbécil de Louis coqueteando con tres chicas al mismo tiempo, tres. Sin dudas ese chico no cambiaba más.

Pero la sonrisa desapareció de mi rostro cuando entré a la cocina.

Encontrarme con mi madre llorando desconsoladamente no era para nada bonito. A pasos agigantados me acerqué hacia ella y la abracé, sin saber el motivo, sin saber que era lo que le dolía, la abracé. Era jodidamente horrible ver a la mujer que más amaba llorando de esa manera.

— ¿Qué sucede? — le pregunté cuando por fin me miró a los ojos, con esa mirada que siempre me brindaba protección y cariño, esa mirada celeste como el cielo.

Su boca se abrió muy poco, estaba por contestarme pero la llegada de mi padre hizo que su boca volviese a cerrarse.

Mi padre era un hombre de carácter fuerte, decidido y sobre todo respetado. Alto, con un cuerpo trabajado, tez mestiza y ojos celestes.

Recuerdo que hace un par de años atrás, él me contaba como conquistaba mujeres con tan solo mirarlas. Siempre había sido así, seductor. Sabía lo que causaba en el sexo femenino y no lo desperdiciaba.

Y mi madre siempre en casa, cuidándome, estando pendiente de mí. Mientras él pasaba las noches con mujeres, cada noche con una distinta.
Ella siempre fue conciente de todo esto, sin embargo seguía junto a él. Supongo que el amor que sentía era más fuerte que los engaños.

Y la verdad no entendía porque mi padre no se sentía satisfecho con mi madre. Era muy bella.

Tenía los cabellos rubios y lacios largo hasta los hombros, un cuerpo demaciado cuidado para tener 50 años. Su rostro aún lucía como si tuviese 30. Ni hablar de los bellos ojos que tenía, iguales a los míos.

Caminó hacia donde estábamos y se sentó frente a nosotros. Notó que mi madre tenía el rostro lleno de lágrimas y frunció el ceño.

— ¿Qué está pasando aquí? — preguntó con su tono de voz tan frío. Pero mi madre no habló. Sino me tomó la mano y la apretó fuerte — Lisa, no hagas enojarme. Contesta.

Aparté mi vista del rostro de mi padre, parecía muy tenso. Miré a mi madre, quién seguía sollozando. Me partía el alma verla así.

Suspiró, corrió un pequeño mechón rebelde de cabello y lo dejó detrás de su oreja. Levantó la mirada y sus ojos observaron fijamente a Edward, mi padre.

— Llegaron los estudios que me hice, hace un par de semanas, tengo cáncer. Me queda menos de un año de vida.

Sentí unas fuertes ganas de romper todo, pero tuve que contenerme. Estaba en un lugar público, debía comportarme.

Pero es que toda esa situación podía conmigo, lograba sacar lo peor de mí. No digo que sea un chico al que le guste los problemas y estar siempre metido en eso pero últimamente era lo único que hacía desde que me había enterado del estado de mi madre. Por lo tanto, conocía muy bien mi peor "yo" y les puedo asegurar que era para nada agradable.

Cuando estaba metido en una pelea, todo desaparecía y lo que más anhelaba en esos momentos era descargar toda mi rabia con mi adversario.

Y me importaba una mierda que me golpearan, que me lastimaran. Después de todo, el dolor físico siempre era menor al dolor emocional.

Y aquí estaba, refugiado en un bar de cuarta con el alcohol y algún que otro cigarro. Cuando lo único que debería estar haciendo era estar disfrutando al máximo a mi madre, a la que en muy pocos meses dejaría de ver.

Pero no podía ni siquiera imaginarme aquella situación, por lo tanto prefería estar inconsciente durante unas horas. Olvidando mi catastrófica vida, donde mi madre moría y mi padre pretendía no ser mi padre.

Levanté mi mano mientras miraba al barman que estaba en la otra punta de la barra y él me asintió con la cabeza.
En cuestión de segundos, lo tenía frente a mí.

— Otro shot de tequila. — dije con la voz algo temblorosa.

Nuevamente asintió, instantes después me dejó el vaso frente a mí para luego marcharse y seguir con su trabajo.

Este debía ser mi octavo o noveno shot de tequila en la noche, ya había perdido la cuenta. Sin embargo, todavía estaba algo conciente de lo que hacía.

De un solo trago me tomé el shot. La horrible sensación del amargo trago recorrió nuevamente mi cuerpo. Pero no me importaba, lo único que me importaba ésta noche era olvidar que en unos meses perdería a mi madre, para siempre.

Dios, que espantoso sonaba eso. Perder a mi madre. No estaba listo para todo eso, no estaba listo para despedirme de la única persona que me quería. Porque sé que a mi padre le importo muy poco, a él lo único que le interesa es el dinero y las mujeres. Que asco de persona.

La música que sonaba no era tan mala, era música alternativa y me gustaba, no mucho pero lo hacía.

Me giré sobre mis tobillos, de esta forma quedando frente a todo el movimiento del bar.

Puse mis codos sobre la barra y eché todo mi cuerpo sobre ella.

¿Cómo había terminado ahí?

Ni yo mismo lo sabía, pero de algo estaba seguro. Odiaba el lujo que normalmente me rodeaba.

Odiaba que las personas te miraran mal si no llevabas alguna prenda que salía más de dos mil dólares.

Odiaba mi clase social. Tenía que cumplir con un tipo de perfil social que era para nada de mi agrado.

Debía ser la personas más vacía que existía, que lo único que le interesaba era tener el mejor auto del mercado, las mejores ropas y sin olvidar las mejores mujeres.

Debía denigrar a las personas por el simple hecho de no tener la fortuna que tenía, de tener que trabajar para ganarse apenas el pan de cada día.

Y ese no era mi verdadero yo, mi verdadero yo no era una persona vacía.

Mi verdadero yo era una persona totalmente distinta a todo el perfil que debía ser.

A mí me gustaban las cosas sencillas, básicas y que te hacían sentir jodidamente bien. Por ejemplo un buen momento con amigos me hacía sentir mejor que tener en mis manos el último celular que hacía salido al mercado.

A mí un mínimo instante de risas me hacía más feliz que manejar el auto mas caro.

También me hacía feliz el dibujo, me hacía sentir completo. Y eso no es algo fácil de conseguir. Porque imaginense, yo, una persona que lo tenía absolutamente todo y no me se siente completo.

Porque es así, hay personas tan pobres que lo único que tienen es dinero.

Yo no quería ser una de ellas, de ninguna manera iba a ser así.

En una rincón oculto de mi habitación hacia una gran carpeta que contenía muchísimos dibujos que había hecho desde que descubrí que era bueno para el dibujo.

Creo que fue en un verano, tenía 13 años aproximadamente, un niño.

Estaba en el extenso patio de mi casa, acariciando a mi perro Zeus y admirando el hermoso atardecer.

El cielo parecía tener una infinidades de colores. Desde el rojo intenso del sol ocultándose hasta un rosado casi de en sueño.

Había quedado enamorado de aquel paisaje y quería recordarlo por siempre, porque me transmitía muchísima paz, una paz que era imposible de encontrar en mi hogar. Y en ese momento se me ocurrió dibujarlo. De esa manera podría apreciarlo por siempre.

Corrí hacia mi cuarto, ignorando unos fuertes gritos de discusión provenientes del cuarto de mis padres, tomé una caja de lápices de colores que usaba para ir a clases y una hoja blanca.
Volví al patio, donde me esperaba Zeus con su cola moviéndose rápidamente de izquierda a derecha, observé una vez más el paisaje y me propuse recrearlo en la hoja que estaba frente a mí sobre una pequeña mesa que había allí.

Desde ese día, cada vez que sentía que necesitaba paz, que estaba frustrado, enojado, triste o hasta feliz, dibujaba. Dejaba salir mis sentimientos a través de una hoja y un lápiz.

Nadie sabía de mi "talento" y decidí que era lo mejor dejarlo como estaba, en secreto.

No veía la necesidad de contarle a nadie lo que hacía para sentirme mejor, temía que dijeran que era algo completamente estúpido e incluso infantil. Pero para mi no lo era, para mi era algo tan relajante como una ducha después de un largo día o como la calada de un buen porro.

Y así era yo, reservado. No me gustaba contarle mis cosas a las personas, no me gustaba que me conocieran a fondo y de esta forma quedar completamente vulnerable frente a alguien.

Había momentos que ni yo podía con mis miserias o alegrías ¿para qué molestar a alguien con mis cosas?

Mías. De nadie más.

Ni siquiera mi mejor amigo me conocía a fondo, las personas debían saber lo justo y necesario sobre mí. ¿Para qué más?

Por eso, era toda una misión saber qué quería, qué deseaba, qué escondía.

Era bueno saber que era completamente impredecible, que nadie sabía que traía bajo la manga.

Me gustaba ser un misterio.

Prendí un cigarro y me lo llevé a los labios.

Era completamente estúpido lo que hacía, sabiendo las consecuencias que traía, también las que traía el alcohol pero era lo único que podía sacarme cualquier presión sobre el cuerpo en aquel momento.

Solté el humo muy lento mientras le daba una vista panorámica al lugar.

No había mucha gente pero si la suficiente como para sentir que el aire podía faltarte, sobre todo por el olor de cigarrillos, María y alguna que otra droga.

Las mujeres corrían de acá para allá. Había tres tipos de mujeres en éste bar; las meseras, las acompañantes de los hombres que estaban aquí y por último, las prostitutas.

Me gustaban las mujeres pero nunca había estado físicamente con una. Sí, era virgen. Pero no me avergonzaba.

No sé porque la sociedad en la que vivo miraban mal a una persona por el simple hecho de ser virgen, de esperar a la persona a correcta.

Pueden llamarme afeminado por ese pensamiento, pero era lo correcto. ¿Para qué adelantarse?

No iba a morir por no follarme a una muchacha, creo.

No quería estar con una mujer por las simples ganas de acostarme con ella, sino porque la quería.

Supongo que ver a mi madre en esas condiciones cada día había influenciado bastante en mí, verla sola, ver que no se sentía querida. Era jodidamente feo verla así y yo no quería hacer sentir a una mujer de esa manera.

También las actitudes de mi padre me habían influenciado, verlo con distintas mujeres cuando pasaba por la empresa o algunas noches que llevaba mujeres a su propia casa, casa de familia.

De todas formas sabía como terminaría él, sin ninguna mujer, sin dinero y lo peor de todo, sin alguien que lo amara.

Porque de cierta forma ya estaba así, solo. Las mujeres lo buscaban sólo por el dinero, puede haber excepciones pero siempre era por dinero. El dinero no hace la felicidad, el dinero no te hace tan feliz como lo hace el abrazo de una persona que amas y te ama. Lastimosamente, él no iba a tener eso, nunca.

Y yo no acabar como él, yo no sería como Edward Palvin.

Apagué el cigarro sobre la barra, ya me empezaba a molestar tener esos pensamientos tan idiotas.

— Eh, Bruno. Ven aquí. — me gritó desde la mesa que estaba frente a mí uno de mis amigos, para ser sincero el único amigo verdadero que tenía, Louis.

Dí a penas un solo paso y casi me caigo. Mierda, el tequila hizo efecto.

Con lentos pasos me acerqué hasta esa mesa donde estaba sentado mi amigo, rodeado de otros tipos y un par de mujeres.

Finalmente llegué a la mesa y me senté en una silla que estaba libre.

— ¿Qué hay? — dije en general.

— ¿Cómo has estado? — me preguntó uno de los tipos que estaba ahí, creo que se llamaba Collin.

¿Cómo he estado?

Jodidamente mal. Creo que esa respuesta era la correcta.

— Bien. — respondí mientras sonreía sin mostrar los dientes.

— Louis nos contó que hace un par de meses terminaste la escuela secundaria. — habló nuevamente.

Asentí.

No estaba de ánimos como para hablar.

Ví que una mesera me miraba descaradamente, le hice una seña para que se acercara hasta donde yo estaba.

Caminó hacia mí moviendo sus caderas de una forma muy seductora, era bonita, debía admitirlo, pero no me interesaba.

— ¿Puedo ayudarte en algo? — me preguntó sonriente.

— ¿Podrías traerme una botella de cerveza? — le pregunté lo más amable posible.

Asintió con su cabeza y me dió la espalda para ir a buscarme una helada cerveza.

— La has dejado enamorada, hermano. — me dijo Louis, mientras se llevaba a los labios un vaso con Dios vaya a saber qué tenía adentro.

— No veas cosas donde no las hay. — le dije rodando mis ojos.

En ese instante la mesera volvió con una cerveza en sus manos. Se inclinó un poco sobre la mesa para depositar allí mi bebida, dejándome una buena vista de su escote, negué con la cabeza de sólo pensar que quería tenerme entre sus piernas.

Apenas se fue me llevé la botella a los labios, dejando que aquel fresco líquido corriese por mi organismo.

— Louis también nos contó que la semana anterior cumpliste los 18 años. — me dijo Collin, quién ahora tenía a una muchacha sobre su falda.

— Así es. — dije para luego acabarme la cerveza de un solo trago.

— Te tenemos un regalo. — habló esta vez Lou.

Miré a los otros dos muchachos que se mantenían en silencio pero que sonreían y asentían con la cabeza.

— ¿Regalo? — pregunté con mi ceño fruncido.

Collin hizo una seña rara hacia donde estaba una muchacha.

La ví, tenía un cigarrillo entre sus labios.

Dejaba caer su peso sobre una pared algo defectuosa, para complicarlo la escasa luz que había no me dejaba verle el rostro pero si pude ver su cuerpo.

Un diminuto pantalón negro que le llegaba cinco dedos más arriba de sus rodillas, dejaba bastante a la imaginación. Unas largas piernas aparecían debajo de aquellos jeans y al final de éstas había unos tacos de al menos 10 centímetros color rojo.

En su torso, hacia presencia un top blanco con un buen escote. Estaba bien equipada. Debajo del top, un vientre muy plano se asomaba y en su ombligo había un aro plateado que brillaba por algunos reflejos de la luz del lugar.

Una fachada de una digna prostituta.

Ella al notar que Collin la llamaba, sonrió y se acercó hasta nosotros.

¿Qué se tenían estos entre manos?

Cuando estuvo frente a mí la pude examinar bien.

Una gran cabellera negra caía sobre su espalda, llegando casi hasta su cintura, un cuerpo de maravillas, de tez algo morena, labios un poco gruesos y de un rojo intenso, una pequeña nariz y unos hermosos ojos celestes escondidos debajo de unas grandes pestañas.

No estaba buena, era hermosa. Y esa es una diferencia enorme.

— Este es tu regalo, amigo mío. — dijo Louis — Espero que lo sepas disfrutar.

Me tensé por completo. Nadie sabía que yo era virgen, es más, pensaban que era un rey en la cama por la manera en que las mujeres me buscaban pero era todo lo contrario.

Sin darme cuenta, ella ya me había tomado de la mano y me estaba encaminando hacia no sé donde.

Sentí algo raro cuando me tomó la mano, pero no estoy seguro si era algo que ella tenía o era el efecto del alcohol. De seguro era la opción b.

Entramos a un pasillo angosto que parecía no tener fin, pero esta chica parecía conocerlo perfectamente.

Llegamos a la última puerta que había en aquel pasillo, ella sacó una llave del bolsillo trasero de su diminuto pantalón y abrió la puerta.

Entramos a la habitación y ésta era la típica habitación de prostíbulo.

Una gran cama matrimonial en el centro con sábanas blancas y unos cuantos almohadones. Ahí dentro había otro tipo de música, una muy relajante.

La luz allí era roja, se veía muy poco pero lo justo y necesario.

La "prostituta" cerró la puerta con la misma llave que la había abierto y se dió vuelta para mirarme.

No me gustaba decirle de aquella forma, pero era lo que ella era.

Sus claros ojos me intimidaron mucho, estaba nervioso. Iba a ser mi primera relación sexual.

Estaba hechizado por la belleza de aquella chica por lo que me importaba muy poco que no seamos novios o que no haya sentimientos de por medio.

A la mierda mis ideales de la primera vez, deseaba a aquella chica como nunca había deseado a ninguna otra.

Dió un paso hacia adelante y yo dos hacía atrás, de forma que terminé chocando contra la gran cama.

Me sonrió pero no por simpatía, sino porque se había dando cuenta de mi incomodidad.

— Relájate... — me dijo en un susurro.

Se acercó otro poco más a mi, rompiendo así mi espacio personal.

Su mano derecha subió hasta mi pecho y ahí se detuvo. Me desabrochó uno de los botones de mi camisa sin dejar de mirarme.

De repente me costaba respirar. Una muy buena sensación me recorría el cuerpo. Y no quería que terminara.

Con leve empujón logró tirarme sobre la cama, supongo que mi estado no era de los mejores. Ya que ella tenía unos delgados brazos y yo era de una buena contextura física, por lo tanto su empujón debía ser intenso para poder hacerme caer.

Con movimientos lentos se sentó sobre mi estómago y me miró a los ojos mientras se quitaba el pequeño top que tenía puesto. Lo arrojó hacía alguna parte de la habitación.

— Soy Eva. Por lo que veo seré la primera mujer en tu vida. — dijo guiñándome el ojo y acercándose peligrosamente a mi boca.

Eva.

***

¡Hola, hola! Primer capítulo aquí.

Sé que quizás estén un poco confundidas con el prólogo y el capítulo pero créanme que en parte esa es mi intención. Más adelante irán entendiendo el porqué, no se preocupen.

He decidido subir capítulo todos los viernes, así que en Argentina ya es viernes.

Espero que les guste, voten, comenten qué les pareció, qué debería mejorar, si encuentran algún error o algo, todo sirve. Y por último, ¡recomienden! Así daremos a conocer a la bella Eva.

En fin, gracias por todo ❤

En el multimedia, Bruno Palvin.

All the love

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