Capítulo 8. «La piedra filosofal que deberás proteger»

«La piedra filosofal que deberás proteger»

______________________

Diez veranos atrás...

Hola, Granger —saludó el jovencito de ojos azules, tirando un mechón rojizo y alborotado de su cabello.

La niña chilló, más de sorpresa que de dolor. No lo había oído llegar a pesar de que todo el bosque se encontraba en silencio.

—Eres un bruto —le riñó con los labios apretados. Él sonrió ampliamente y se sentó junto a ella, apoyando la espalda contra el tronco del árbol que hace mucho tiempo ya habían reclamado como su favorito—. Y llegas tarde —agregó entonces con un gesto enfurruñado, comprobando la hora en el pequeño reloj que adornaba su muñeca.

Ese cuyas agujas se asemejaban a las escobas de una bruja y marcaban veinte minutos de retraso en sus itinerarios. Sus encuentros para jugar comenzaban a las tres de la tarde. Ambos debían llevar sus respectivas capas negras. Y el pelinegro los anteojos sin cristales que la niña había tomado prestadas de su difunto abuelo.

Eso era ley. Y Oliver acababa de romperla con su llegada tardía.

—Tenía cosas que hacer —respondió entonces airoso—. Cosas de chicos grandes.

La niña bufó. Le sacaba de quicio que su vecino no perdiera la oportunidad de recordarle que era varios años mayor que ella y que debía estar agradecida de que aun así se tomara su «valioso tiempo» para pasarlo con ella.

Sí, se te nota —ironizó ella, pinchando el pequeño parchecito blanco que el niño traía pegado en la mejilla—. A veces creo que eres tonto, Oliver. ¡Tú ni siquiera tienes pelos!

—¡Y tú ni siquiera tienes dientes! Así que calla, fea —le devolvió él, tirándole otro mechón.

—¡Auch! chilló la niña, y se giró para encararlo con los ojos brillantes.

—¿Qué? ¿Te vas a poner a llorar o saldrás corriendo a acusarme con Anny?

Ella lo miró con sus ojitos cafés llenos de rabia. Y un poquito de dolor, eso también.

—¿Te crees que eso es lo único que sé hacer? ¿Llorar y salir corriendo?

—Siempre lo haces —respondió el niño, chulito.

Ella le dio un pellizco en el brazo que lo hizo chillar.

—Pues al único que yo veo llorando aquí es a ti, idiota.

El pelinegro la miró con ojos entrecerrados, sobándose el brazo.

—¿Pero qué rayos te pasa hoy, brujita? Estás más pesada de lo normal —eso último lo gruñó en voz baja.

Aun así, ella alcanzó a escucharlo.

—No sé qué haces conmigo si tan pesada soy —espetó indignada, poniéndose de pie.

—La verdad es que yo tampoco —le devolvió él, comenzando a molestarse en serio por la actitud de su amiga.

—Bien —dijo ella con un movimiento infantil de la cabeza—. Entonces por qué no estás allá afuera jugando con Vanessa y Carolina, ¿eh?

Señaló en dirección a la casa de las gemelas que vivían al otro lado de la calle. Con quienes había visto a Oliver charlando minutos atrás.

Ella, cansada ya de esperarlo, se había acercado a la puertezuela que conectaba con la parte frontal de la propiedad y había asomado la mirada por un pequeño resquicio de la madera.

Las gemelas eran dos años mayores que ella, de piel tostada y muy bonitas. Sin mencionar que cada que veían a su vecino se reían como tontas y le hacían ojitos. A Emma, en cambio, la trataban como la rarita del vecindario y nunca la invitaban a jugar.

Oliver la miró en ese momento, entrecerrando los ojos.

—¿Eso es lo que tú quieres? ¿Qué me vaya a jugar con otras niñas?

«No», pensó ella, apunto de llorar internamente con la idea, pero al mismo tiempo negándose a darle el gusto de verla rogar.

Era una niña muy orgullosa.

—Si eso es lo que tú quieres —respondió entonces, alzando la barbilla.

—Vale. —El pelinegro asintió, cruzando los brazos—. Me iré a jugar con las gemelas. De seguro ellas no son tan lloronas como tú.

—Suerte con eso —le devolvió la niña imitando su pose—. Pero cuando te aburras de sus jueguitos tontos, no vengas a buscarme. Yo ya no quiero seguir siendo tu amiga.

Fueron simples palabras, pero para el chico se sintieron como un golpe tan real, que terminó retrocediendo dos pasos, arrastrando un puñado de hojas secas en el proceso.

—No lo dices de verdad —murmuró, todavía incrédulo.

—Mi mamá me enseñó a no decir mentiras —le respondió ella, altiva.

Los rayos de sol que se colaban por las copas de los árboles hacían brillar su cabello en varios tonos de rojo y resaltaban las pequeñas pecas que caían sobre su nariz y mejillas, haciéndola lucir como un ser celestial.

En ese momento Oliver fue consciente de varias cosas: Emma era una niña extremadamente preciosa, incluso cuando estaba enojada —sobre todo cuando lo estaba—; ya no se permitía llorar tan fácilmente como antes, había crecido y madurado mucho durante el último año; y, en ese momento no tenía idea de qué sería de él si ella dejaba de necesitarlo.

Dio un paso en su dirección, esta vez preocupado.

Resultaba tonto si lo pensaba bien, porque mientras los niños de la calle lo invitaban a jugar futbol, cartas, o al atrápame si puedes, desentrañar los misterios de Harry Potter con ella en el bosque le resultaba mucho más divertido e inteligente.

Quizás él le llevara ventaja en edad. Pero ella lo superaba en temple y valentía. Ella lo complementaba.

Y al comprenderlo, dio un paso más para acercarse.

—Vamos brujita, tú y yo somos amigos —le recordó con una sonrisa nerviosa—. Siempre lo hemos sido.

—Los amigos no dejan tirados a sus otros amigos para pasar el tiempo con un par de niñas tontas y malvadas —lo acusó.

Oliver comprendió finalmente a qué se debía todo el enojo de la pelirroja: lo había visto hablando con Vanessa y Carolina minutos atrás. Estaba celosa. Y ese hecho lo hizo morderse el labio con fuerza para ocultar una sonrisa.

—¿Qué crees que estaba haciendo con ellas, Granger? —le preguntó, retador.

—No lo sé. ¿Cosas de chicos grandes? —le devolvió con ironía.

El pelinegro no lo soportó más. Terminó con la distancia que los separaba y la tomó por las mejillas, obligándola a mirarlo a los ojos.

—¿Quieres saber qué era lo que les estaba diciendo, brujita?

—No me importa —siseó ella, removiéndose.

—Les estaba diciendo que dejaran de molestarte o se las verían conmigo —confesó él de todas formas—. Les estaba diciendo que prefería jugar contigo todos los días del verano porque tú eras la niña más divertida, inteligente y sarcástica que conozco. Les estaba diciendo que te prefería a ti. —Los ojos de Emma se llenaron de lágrimas—. Lo que no sabía era que tú también necesitabas escucharlo, brujita.

—Eso es porque tienes la capacidad emocional de un ladrillo... —le devolvió ella en un hilo de voz, haciendo referencia a una frase de Hermione Granger.

Y es que Emma a sus ocho años, no solo se había leído la saga completa de Harry Potter, sino que también se había memorizado una cantidad ingente de diálogos y sucesos importantes de los libros.

—¿Lo ves, brujita...? —pronunció el niño con una pequeña sonrisa, divertida—. Por esto es que tú eres mi única amiga. No existe nadie como tú.

—Tampoco como tú —susurró ella de vuelta, sin ser capaz de detener el par de lágrimas que corrieron libremente por sus mejillas.

Él estuvo ahí para secárselas.

—¿Divertido, guapo e inteligente? —intentó bromear, como ya era costumbre en él tras hacerla llorar.

—Tonto, creído y molesto, diría yo. —Él puso los ojos en blanco, pero estaba sonriendo. Sus miradas volvieron a encontrarse y ella aprovechó para murmurar una disculpa—. Lo siento. Yo solo... creí que me ibas a cambiar por ellas.

El joven negó con la cabeza, mirándola con esos ojos azules y profundos llenos de brillo.

—Nunca —dijo, y la palabra sonó como una promesa—. Nunca te cambiaría por nadie, bobita.

—¿Lo dices en serio? —Ella torció los labios en un pequeño puchero que la hizo lucir adorable.

A él le dieron ganas de comérsela a besos, pero fue un sentimiento tan nuevo y aterrador, que su única reacción fue asentir y separarse de ella para coger la piedra más afilada que pudo encontrar entre las hojas. Era rojiza y de aspecto cristalizado.

—Completamente en serio —respondió finalmente, acercándose al árbol donde antes estaban apoyados—. Y mira, te lo voy a demostrar.

Descansó una mano contra el enorme árbol —uno que prácticamente se encontraba en medio de las dos propiedades—, y con la otra comenzó a tallar algo sobre la corteza.

La niña frunció el ceño sin comprender lo que el pelinegro intentaba hacer, y no lo hizo hasta que la primera letra quedó tallada sobre la madera.

Era una «H».

Y esa le siguió otra igual, separadas únicamente por el signo de «+». Debajo de las letras, talló un «4 ever». Y al final, encerró todo en un corazón torcido y «muy masculino», según sus propias palabras.

—Harry y Hermione por siempre —pronunció la niña, sin ser capaz de ocultar su sonrisa.

—Por siempre —repitió él, dándose media vuelta. Todavía sostenía la piedra cuando se acercó a ella para dejarla sobre la palma de su mano—. Y está es la piedra filosofal que deberás proteger para que nada ni nadie sea capaz de romper nunca esta promesa, ¿de acuerdo?

Emma asintió, apretándola contra sus pequeños dedos.

—Prometo mantenerla a salvo de todos los males que habitan en esta tierra —dijo con firmeza, entrando en el papel.

La sonrisa de Oliver se hizo más grande, complacida y aliviada en partes iguales.

Solo le habían hecho falta esas palabras para saber que la pelirroja no intentaría alejarlo de su lado nunca más.

Y aunque extraño, ese hecho le generaba una sensación vertiginosa en la boca del estómago.

Una sensación que no había sentido años atrás.

De lo que el niño no tenía idea cuando Anny los llamó para que fueran a probar las cervezas de mantequilla y las galletas de chocolate que con tanto amor había preparado para ellos, era que de los dos, quien primero terminaría alejándose sería él.

Y que al hacerlo dejaría una parte de su corazón en el pueblo.

Una que años diez años después volvería a encontrar.

🌴🌴🌴

EMMA

Mi abuela entra a la cocina con una sonrisa que no tenía antes.

Cuando ha salido a buscar un «hijito» de rosa para enviárselo a la madre de Adam, que al parecer tiene intenciones de plantar un rosal en su inmenso jardín.

—¿Adivina con quien me acabo de encontrar ahí afuera, cariño? —inquiere en mi dirección, colocando la rosa sobre la encimera.

Mis amigos y yo nos dedicamos una mirada, pero termino encogiendo los hombros.

—¿Con quién, abue?

—¡Con Joaquín! —responde muy alegre.

—¿Quién es Joaquín? —Mi ceño se frunce.

—Un viejo colega del ayuntamiento. ¿No te acuerdas de él?

Niego con la cabeza.

—Ay, cariño, Joaquín. El calvito de lentes. —Sigo negando, porque la verdad es que mi abuela hizo tantas amistades durante sus años de labor en el ayuntamiento, que es imposible recordarlos a todos. Tomando en cuenta que yo ni siquiera había nacido cuando la jubilaron. Todo lo que conozco son anécdotas e historias de sus «años de gloria»—. Bueno, da igual. El punto es que ha pasado por aquí, y después de tantos años sin vernos, lo he invitado a cenar para ponernos al día. Vendrá a eso de las siete y traerá consigo a su nieto, que es más o menos de tu edad, Emma. Así que prepara lo mejor de tu recetario y ponte linda.

—¡Oh, por dios, Anny! ¡Has organizado una cita doble! —suelta Lisa en un chillido, dando saltitos sobre la pierna de su novio, que sostiene su peso en una de las banquetas de la encimera.

Miro a mi abuela con los ojos muy abiertos, pero ella no tarda en torcer los labios y negar con la cabeza.

—Nada de eso, niña. Solo seremos cuatro amigos que se reúnen para cenar.

—¡Pero es que el nieto de ese Joaquín no es amigo mío! —profiero—. Ni siquiera lo conozco, abuela.

—Te aseguro que te agradará, cariño.

—¿Y cómo es que estás tan segura?

—Porque tienen más cosas en común de lo que te imaginas —canturrea en respuesta, entregándole la rosa a mi amigo—. Saluda a Diana de mi parte, ¿quieres?

—Con todo gusto, Anny. —Le devuelve Adam apretando la mano que mi abuela ha colocado sobre su hombro.

—Quedan a cargo de lavar los platos, niños —anuncia antes de buscar la salida—. Yo estaré tomando mi siesta. Necesito estar descansada para la noche.

Después de eso abandona la cocina tarareando una canción de Maroon 5 que probablemente haya memorizado gracias a mi costumbre de ponerlas a todo volumen mientars cocino u horneo mis postres.

—¿Qué ha sido todo eso? —inquiere mi amigo, mirándome con las cejas alzadas.

Me limito a negar con la cabeza, porque la verdad es que no tengo ni idea.

—Por favor, es muy obvio —suelta Lisa con un bufido—. Está intentando hacer de celestina contigo y el nieto de ese tal Joaquín.

—¿Por qué iba a querer emparejarme con un desconocido si hasta hace un par de días me seguía insistiendo para que regresara con...?

—La copia triple «A» de Shawn Mendes, lo sabemos —interrumpe la rubia.

—Lisa, por dios —la regaña su novio, aunque está sonriendo.

—¿Qué? —Ella se encoje ligeramente de hombros—. Nadie podría superar a Shawn, pero le estoy haciendo un cumplido al compararlo con la copia de mejor calidad. ¡No está nada mal!

—En fin. —Pongo los ojos en blanco—. Dudo que esa sea la intención de mi abuela.

—Entonces tal vez solo esté usando la excusa del nieto para ligarse al Joaquincito ese.

Pongo una mueca. No me gusta nada la imagen que se forma en mi mente de mi abuela enrollándose con un viejito arrugado y pelón. Aunque, en cualquier caso, no tengo derecho a negarme si ella decidiera darse una nueva oportunidad en el amor.

Nunca es tarde para esas cosas, según dicen. Y ya hace un par de décadas que perdió a mi abuelo en aquel trágico accidente donde fue arrollado por un auto que se dio a la fuga.

—Como sea —termino diciendo—. El punto es que esta noche me toca esmerarme en una cena a la que no tengo ni las más mínimas ganas de asistir.

—Y además tienes que ponerte muy sexy —agrega mi amiga, guiñándome un ojo—. ¿Qué? Eso lo dijo tu abuela. —Alza las manos frente a mi mirada asesina.

—Ella dijo «linda», no «sexy».

—Y linda ya es. —Adam me pellizca un cachete, haciendo morritos. Lo aparto con un manotazo—. ¡Eh!, pero qué amargadita que estás, Em.

—Tiene la regla —le informa mi amiga como si mi periodo menstrual fuera algo de dominio público—. Se pone así cada que le viene. Sin mencionar que anoche tuvo un par de encuentros que la dejaron más agresiva de lo normal.

Le dedico una mirada asesina que la hace reír. Y cuando Adam le pide más información, ella no se corta un pelo antes de comenzar a relatarle todas mis desgracias de la noche anterior.

Pongo los ojos en blanco y aprovecho el tiempo para meter en el lavavajilla los platos donde minutos atrás mis amigos y yo nos comimos la pasta con boloñesa que Anny había preparado para nosotras.

Cuando Adam llegó buscando a Lisa, lo primero que hizo mi abuela fue pedirle que se quedara a comer. Al igual que con mi mejor amiga, ella lo adora. Dice que Lisa no pudo haberse conseguido un partido mejor y que espera seguir viva para el día que se casen.

Hace un tiempo la idea me emocionaba muchísimo, porque incluso podía verme a mí misma como la madrina, esperando junto al altar a que mi mejor amiga hiciera su aparición tras las puertas de la iglesia, llevando un vestido blanco, ceñido al cuerpo, y con un escote que haría al cura persignarse, pero también con la más hermosa de las sonrisas.

Ahora tengo el mismo sueño, pero en este ella nunca aparece.

Mi abuela dice que las Bell tenemos una capacidad extrasensorial de sentir cosas que otros no pueden.

Que podemos percibir en los huesos cuando algo va a resultar terriblemente mal. Y desde hace un tiempo ya que esa sensación me ha estado rondando en lo que respecta a mi amiga, pero desde la noche anterior parece haberse intensificado.

Les dedico una mirada por encima del hombro y suspiro al reconocer el mismo brillo en los ojos verdes de Adam que aparecía dos años atrás cuando la miraba en medio de la cafetería.

Mi amigo sigue estando tan enamorado de Lisa como lo estaría un chico que viaja casi mil trecientas millas cada vez que tiene la oportunidad de estar a su lado. Incluso si solo puede quedarse por un día.

Lisa, en cambio..., de ella no sé qué pensar, la verdad.

Solo espero que, sea lo que sea que esté pasando en su interior, tenga la valentía de hacer lo correcto.

—Vale, lo del imbécil al que le pateaste las bolas estuvo muy bueno, Em —comenta Adam con diversión, acariciando despreocupadamente la espalda de mi amiga—. Lo del tipo de la La Cobra no tanto —agrega, mucho más serio esta vez—. Estamos hablando de gente muy peligrosa, ¿sabes?

—Lo sé —gruño, secando mis manos en un pañito de cocina—. Pero en mi defensa diré que no sabía que era una Cobra cuando le partí la nariz.

Mi amigo deja escapar un suspiro.

—Vas a tener que andarte con mucho cuidado ahora, Emma. Lo digo en serio.

—Yo le he dicho eso mismo —agrega mi amiga, mirándome con los labios torcidos—. Podría decirle a mamá que me preste su auto para llevarte y buscarte al trabajo cuando te toque el turno de noche. Total, no estoy haciendo nada.

—No hace falta, Lisa —le digo con una sacudida de cabeza—. Aún es de día cuando salgo de casa para llegar a mi turno. Y después de lo de Jess, el señor Daniel ha contratado un transporte para el personal. Estaré bien. No tienen de qué preocuparse, ¿vale? —añado al ver que tienen intenciones de replicar.

—Vale —suspira mi amiga—. Pero si un día se te hace tarde, o ese transporte te falla, no dudes en llamarme.

—O a mí —agrega Adam con actitud protectora—. Sabes que voy a estar muy cerca.

—Lo sé. —Le dedico una sonrisa, consciente de que durante estos días de verano lo estaré viendo más seguido a él que a mi amiga—. Y ya que los dos están en modo «protección activada», ¿por qué no se vienen esta noche a cenar con nosotros?

—¿Y arruinar tu cita doble? Ni de chiste, muñeca —exclama Lisa, bajando de las piernas de su novio para ir en busca de una jarra de agua en el refri.

Adam para de reírse cuando repara en mi mirada de pocos amigos.

—¿Lo dicen en serio? —Me cruzo de brazos los brazos—. ¿Mis mejores amigos van a dejarme morir?

—Vamos, Emma, no exageres —bufa Lisa, clavando los ojos en la pantalla de su celular al tiempo que se lleva el vaso de agua a los labios—. Solo serán un par de horas.

—Sí, cenando con un par de extraños. —Me enfurruño más.

—Lo siento mucho, Em. —Adam se inclina sobre la encimera, formando un puchero en mi dirección—. De verdad que no tendría problemas en venir y ayudarte con esto si mis padres no hubieran organizado ya una cena familiar para esta noche.

—A la que yo también estoy invitada —agrega Lisa, todavía con la atención en su móvil—. Y dios me libre de hacerle un desplante a mis suegros.

Adam rueda los ojos, pero termina asintiendo.

—Es verdad. Para ellos mi chica también hace parte de la familia. Y no se los discuto.

—Pero mi cuñadita sí que lo hace. —Bufa ella, sin dejar de teclear.

—Lo que Beth opine no tiene que tener importancia para ti, cariño. Ya te lo he dicho.

—Y no la tiene —replica mi amiga con una mueca—. Pero después de dos años no le vendría mal dejar de ser tan pesada con el tema y aceptar finalmente que estás conmigo, ¿no crees?

Adam aprieta los labios en una línea, pero se limita únicamente a asentir. Lisa regresa a lo suyo demostrando que el tema ya la tiene cansada.

Y soy testigo de que ese es el caso.

Desde que mi amiga comenzó a salir con Adam, su hermana no ha intentado ocultar la animosidad que siente por ella, utilizando su «antigua reputación» como medio para humillarla y hacerla de menos delante de él, sus padres, y todo el maldito instituto.

Perdí la cuenta de la cantidad de discusiones y amenazas que han ido y venido entre ambas a lo largo de los últimos años.

Y me consta que Lisa no ha hecho más que defenderse de los ataques de la bruja. Sin inmutarse ni flaquear.

Yo, en cambio, me he visto obligada a soportar más desplantes de los que me gustaría admitir en voz alta. Y todo porque mi vida y mi futuro depende de ello.

La hermana de Adam tiene en su haber una lista de las personas que más odia en el mundo, y por alguna razón que no termino de comprender, parece que quien la encabeza soy yo.

—En fin... —Adam suspira al comprender que Lisa no tiene intenciones de prestarle más atención—. Como te decía, no podremos acompañarte. Pero te prometo que, si tu cena se alarga y la de nosotros acaba temprano, estaremos aquí para hacerte de bote salvavidas, ¿vale?

Una sonrisa muy grande e infantil se me forma en la cara.

—Gracias, gracias, gracias. —Me acerco para darle un montón de besos en la mejilla que lo hacen reír.

Lisa lo imita de forma alta y escandalosa. Pero cuando nos volvemos para mirarla, descubrimos que su diversión proviene de lo que está viendo en la pantalla de su celular y no de nosotros.

—¿Qué es tan gracioso, mi amor? —Inquiere su novio, poniéndose de pie y acercándose a ella.

Lisa reacciona al fin. Levanta la mirada, bloquea la pantalla del móvil, y le dedica una sonrisa tímida. Diría que incluso nerviosa.

—Nada —responde sacudiendo un poquito la cabeza—. Una de mis seguidoras enloqueció porque le di «Like» a un comentario que hizo sobre mi outfit de anoche. Es todo.

Adam se ríe, rodeándole la cintura con uno de sus brazos de deportista.

—¡Pues vaya! Si mi chica es toda una influencer de la moda habiendo acabado apenas el instituto..., ¿cómo crees que será cuando te conviertas en una graduada de diseño en la ciudad de Nueva York?

—No tengo idea... —musita Lisa, más cohibida de lo que la he visto jamás.

—Pues yo sí que la tengo —le responde Adam, acercándola más a sus labios—. El maldito mundo será tuyo, nena. Y yo voy a estar muy feliz de encontrarme a tu lado cuando eso suceda.

Hay tanto orgullo y amor en la mirada que Adam le dedica, que me siento incómoda solo de estar aquí, invadiendo un momento tan íntimo y especial.

Lisa parece estarse sintiendo igual, aunque claramente no por las mismas razones que yo, porque tras un par de segundos la escucho murmurar un «Un yo también lo estaré» y da por terminado el momento dejando un casto beso sobre sus labios.

El ceño de Adam se frunce ligeramente, pero la sonrisa radiante que ella enseguida planta en su rostro es capaz de disipar todas sus dudas.

—Vale. ¿Entonces quieres que te lleve a casa? Para que te duches y descanses un rato antes de la cena. —Ella asiente en respuesta. Luego mira en mi dirección.

—Nos vamos —dice, acercándose a mí para darme un abrazo—. Llámame si necesitas que te rescatemos de emergencia. Seguro encontraremos alguna excusa creíble para escaquearnos de la tortura, perdón, de la cena familiar.

Adam la mira con desaprobación, pero le sonríe la gracia. Como siempre lo hace.

—Bueno, nos vemos después de la cena, Em. —Él me envuelve con sus brazos cuando Lisa se aparta—. Y de nuevo, lamento mucho haberme perdido tu cumpleaños. Prometo que el próximo año reservaré el vuelo con anterioridad.

—Si quieres que tus pelotas sobrevivan, será mejor que lo hagas. —Mi amigo contrae la cara en una mueca.

—Cariño, recuérdame que nunca debo molestar a esta salvaje —le pide a mi amiga, que se echa a reír por apelativo y la relación que este guarda con el idiota de anoche.

—Mierda, vámonos antes de que te mate. —Lo saca a empujones de la cocina al tiempo que me guiña un ojo—. Ti amu, salvaje.

Desaparece antes de que la paleta que lanzo en su dirección consiga alcanzarla. Y lo último que oigo antes de que salgan por la puerta principal, es el sonido de sus carcajadas.

Un segundo después el silencio vuelva a tomarse el lugar. Y no sé muy bien por qué razón lo hago, pero cuando soy consciente de mis movimientos, ya estoy nuevamente de pie sobre la madera del pórtico, mirando el espacio vacío en el que antes estaba él.

Y no es como si hubiera esperado encontrarlo de nuevo ahí, observándome con esos ojos azules llenos de reto y diversión, pero, aun así, una sensación de ansias y anhelo se apodera de la boca de mi estómago.

Antes de que Adam llegara, no tuve el tiempo suficiente para asimilar que Oliver Jackson es el mismo modelito del demonio con el que me topé la noche anterior.

Que el niño de mis sueños al fin ha regresado, pero convertido en el chico de mis pesadillas.

En el peor de mis miedos.

En mi maldito vecino.

Y es que, si algo aprendí de mi madre después de verla morir por un hombre, fue a mantenerme alejada de los malos.

____________________

Hola de nuevo, pecadora.

Sinceramente amé el flashback de este par cuando estaba chikitos.

Espero que ustedes también.

No olviden regalarme su voto y sus comentarios.

Besitos ♥


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top