Capítulo 6. «¿Tienes idea de cuantas pelirrojas hay en el pueblo?»

«¿Tienes idea de cuantas pelirrojas hay en el pueblo?»

____________________

EMMA

Abro los ojos sintiendo una horrible punzada de dolor en la cabeza.

—Lisa —mascullo con la voz pastosa. Ella me responde con un «¿Ujum?» amortiguado por la almohada—. Me estoy muriendo y todo es culpa tuya. Te odio.

—Yo también te amo —me devuelve dándose media vuelta de espaldas a mí—. Pero haz el favor de dejarme dormir.

Se me escapa un gruñido, y haciendo un esfuerzo sobre humano consigo sacar los pies de la cama hasta quedar sentada sobre el colchón.

El mundo me da un poquito de vueltas, pero cómo puedo consigo enfocar el reloj de mi mesita de noche. Este marca las once menos un cuarto de la mañana.

Agradezco internamente no tener turno en el bar hoy. El dueño me dio el día libre como regalo de cumpleaños. Además de una bonificación por la que le estoy muy agradecida.

—Esto es horrible. No bebo más —me prometo al tiempo que busco a tientas mi móvil para comprobar si hay alguna notificación que valga la pena revisar, pero en lugar de tomar el mío, mi mano atrapa el de Lisa.

Lo descubro al desbloquear la pantalla y encontrarme con una docena de notificaciones de Instagram. Cosa que me daría igual sino fuera porque entre las primeras alcanzo a reconocer el nombre de cierto moreno que conocimos la noche anterior y con el que mi amiga no debería mantener contacto en lo absoluto.

Debajo de estas, me encuentro un mensaje de Adam informando que acaba de abordar el avión. Y de eso ya hacen tres horas.

—Lisa. —Echo mi brazo hacia atrás, zarandeándola un poco—. Lisa, despierta.

Si de Nueva York al aeropuerto más cercano son poco más de dos horas y media, y desde allí hasta el pueblo, en auto particular, apenas cuarenta minutos, quiere decir que Adam probablemente esté llegando a mi casa justo antes de mediodía.

—Joder, ¿qué pasa? —gimotea ella, poniéndose boca arriba y cubriéndose la cara con la mi colcha de gatitos.

—Pasa que tienes varias notificaciones de Edward Watson en tu Instagram y un mensaje de ese novio que anoche olvidaste que tenías —le digo, estampando el móvil contra su pecho—. Un novio que, por cierto, no debe tardar mucho en llegar.

Ella se deshace de la colcha en un movimiento brusco y toma su celular con manos torpes y temblorosas.

—¿Qué? ¿Ya? ¿Tan pronto? —inquiere de forma atropellada, desbloqueando la pantalla y comprobando lo que ya le había dicho—. Mierda, mierda, mierda —repite una y otra vez, dejando caer el teléfono de nuevo sobre su pecho y apretándose los laterales de la cabeza—. Me duele muchísimo, Em. Y seguramente estoy echa una mierda. No puedo dejar que Adam me vea así.

—Creo que hay cosas muchísimo más importantes por las que deberías estar preocupándote que por tu aspecto físico, Lisa —señalo, inclinándome para coger el vaso con agua que está sobre la mesita y una de las píldoras que seguramente mi abuela ha dejado aquí para nosotras.

—No hay nada más de lo que deba preocuparme —replica ella.

—Ah, ¿no? ¿Qué hay entonces de todas esas notificaciones de Ed? —le devuelvo, secándome las comisuras con el dorso de la mano.

—¿Con Ed? —Alza una ceja—. Por cómo lo trataste anoche, no creí que fueras a considerarlo tu amigo.

—Y no lo hago.

—Pues solo sus amigos lo llaman Ed.

—No seas ridícula, Lisa. —Me giro sobre el colchón para mirarla—. Te estoy hablando en serio.

Ella resopla y cierra los ojos, como si no soportara la luz. O peor, el peso de mi mirada.

—¿Qué quieres que te diga, Em? Creí que había quedado bastante claro. Ed solo es un chico agradable que anoche se preocupó por nosotras. Y si me ofrecí mostrarles el pueblo a él y a su amigo solo fue para devolverle el favor.

—Sí, y yo tengo cinco años. —La pincho, provocando que abra de nuevo los ojos. Aunque solo sea para mirarme mal—. ¿Tú de verdad crees que ese chico querrá ser solo tu amigo después de que le enseñes el pueblo, Lisa? ¿O si quiera es solo eso lo que tú quieres que sea?

—¡Vamos, Em! —exclama, cubriendo de nuevo su cara—. El chico estaba buenísimo, sí, pero tú lo has dicho ya: tengo novio.

—Pues anoche mientras le sonreías como tonta no era esa la impresión que dabas. —Le arranco la colcha de un solo tirón—. Ni a él ni a nadie, Lisa.

—¡Por todos los abdominales del planeta, Emma! ¡Estaba borracha! —Levanta los brazos—. Puede que me haya dejado eclipsar un poquito por su belleza, pero conozco mis límites.

—¿De verdad los conoces? —inquiero, entrecerrando los ojos en su dirección. Ella resopla, pero termina asintiendo. Yo dejo caer el peso de mi cuerpo de nuevo a su lado y entrelazo mis dedos con los suyos—. Dios, lamento ser tan pesada contigo, Lis. Pero ya sabes cómo me pone este tema.

—Lo sé —responde ella, bajito—. Sin embargo, debes entender que no puedes controlar las decisiones de todo el mundo para que hagan las cosas bien. A veces las personas simplemente comenten errores, y no hay nada que tú puedas hacer para evitarlo.

—Lo sé —ahora soy yo quien murmura las palabras—. Es solo que tú y Adam... son tan perfectos juntos. Y él te quiere tanto, Lisa. Odiaría que arruinaras lo que tienes con él por un rollo pasajero. Por algo que no vale la pena.

«Porque Adam definitivamente vale toda la pena del mundo».

Y no lo digo porque lo conozca de toda la vida, que lo hago. Es difícil no conocer a alguien cuando has nacido y te has criado dentro de esta pequeña burbuja. Pero no fue hasta un par de años atrás, cuando él y su hermana fueron transferidos a nuestro instituto después de haberse estudiado toda la vida en uno privado, que realmente conseguí conocerlo. Al Adam de verdad. Al divertido, dulce, y atento.

No al típico capitán del equipo de futbol, rubio, guapo, buenísimo, y con padres tan adinerados que daba la impresión de haber sido sacado directamente de una novela de Wattpad.

Claro, no tardó mucho en convertirse en el capitán del equipo de mi instituto cuando llegó, y seguía siendo rubio, guapo, y estando buenísimo, pero tenía algo muchísimo más valioso que todo eso: humildad.

Y fue por ello que congeniamos tanto.

Él estaba cursando el último año y yo aún me encontraba en tercero, pero coincidimos en una clase de química que había decidido adelantar. En mi último año de preparatoria iba a necesitar de muchísimas horas libres si realmente quería trabajar y ahorrar el dinero suficiente para ir a la universidad.

La profesora nos emparejó en un proyecto sobre el amor y las endorfinas y después de eso no tardamos mucho en volvernos amigos. Amigos de verdad. De esos a los que no tardas mucho en cogerle cariño y sientes que van a formar parte de tu vida siempre.

Fue por eso que, cuando Lisa me confesó que el capitán del equipo le estaba mojando las bragas, todas mis alarmas se encendieron.

No me emocionaba la idea de que Lisa lo viera solo como un trozo de carne. Porque de esos ella ya había tenido bastantes. Y de todos se había cansado muy rápido. Tanto que perdí la cuenta de la cantidad de corazones rotos que fue dejando a su paso.

En ese punto yo ya estaba convencida de que Adam no era la clase de chico que mereciera esa clase de trato, pese a que Lisa no se cansaba de insistirme para que les hiciera de celestina.

Y yo me habría seguido negado de no ser porque Adam también dio señales de corresponder a la atracción.

Cuando estábamos juntos no paraban de dedicarse miraditas y de sonrojarse como un par de críos. En toda mi vida había visto a Lisa sonrojándose por un chico. Y fue por eso, que después de una noche entera de advertencias sobre no ilusionarlo en vano, desecharlo después de haberse acostado con él, o partirle el corazón con un engaño, le di mi bendición.

O al menos eso es lo que Lisa dice que hice.

Adam y ella comenzaron a tener citas un par de días después, y al mes de estar saliendo, lo hicieron oficial.

Durante ese año de preparatoria fueron la pareja más popular del instituto. Se veían tan perfectos juntos que hasta su tono de ojos combinaba. Y como era de esperarse, al finalizar el curso los coronaron como el rey y la reina del baile de graduación. 

Eran tan inseparables que hasta yo me sentía un poquito celosa de que mis dos mejores amigos me dejaran tirada para ir a enrollarse en el cuarto del conserje. Pero en el fondo me sentía muy feliz por ellos.

Adam se graduó con honores y recibió una beca para estudiar Derecho en Nueva York. Ese último verano antes de que él se fuera a la universidad fue tan perfecto como nostálgico.

Estaba convencida que la idílica historia de amor llegaría a su fin, pero ambos me tomaron por sorpresa con la noticia de que mantendrían su relación a distancia.

Desde entonces Adam nos visita en el pueblo solo durante días feriados o vacaciones. Y aunque al principio Lisa parecía estarlo llevando muy bien, tengo que confesar que durante los últimos meses me ha dado la impresión de que la distancia entre ambos ahora no es solo física.

Sé que ella no lo quiere admitir, pero hace un tiempo ya que ha dejado de hablar sobre él con la ilusión que antes lo hacía.

Y eso está muy mal. Sobre todo, si tomamos en cuenta que al final del verano, sus planes son irse a estudiar diseño de moda en Nueva York. Con él.

—¿Cómo podemos saber lo que vale o no vale la pena, Em? —inquiere, trayéndome de mis pensamientos.

La miro de lado, con una sonrisa triste formándose en la comisura de mis labios.

—Supongo que probando. Como hacen todos antes de arruinar una relación.

—¿Y no has pensado que, si alguien se atreve a probar, es porque en parte su relación ya se encuentra arruinada? —inquiere ella, apretando mi mano.

—Tal vez. —Encojo ligeramente los hombros—. Pero apostaría a que la mayoría solo lo hacen porque no saben valorar lo que ya tienen a su lado.

Lisa suspira, pero no agrega nada más.

—Sabes, anoche tuve un encuentro con alguien —comento entonces, cambiando radicalmente el tema—. Cuando me separé de ti para ir al lavabo, ¿recuerdas?

—¿Por eso te perdiste durante tanto tiempo? —chilla, poniéndose de lado para mirarme—. Porque te estabas enrollando con un desconocido, pequeña pervertida.

—¡Por supuesto que no!

—Ah, ¿entonces sí lo conocías? ¿Quién era? ¿Cómo fue? ¡Exijo detalles!

—Por dios, Lisa, no seas ridícula. No estoy hablando de un encuentro sexual.

Mi amiga resopla como niña pequeña, provocando un sonidito de pedorrera con los labios.

—¿Qué es lo que estás esperando para comenzar a vivir experiencias emocionantes en tu vida, mujer?

—¿Haberle partido la nariz a un miembro de La Cobra resulta lo suficientemente emocionante para ti? —inquiero con una ceja enarcada.

—¡¿Qué?! —Lisa se sienta de un salto, mirándome con esos ojos verdes muy abiertos—. ¿Cómo que le partiste la nariz a un miembro de La Cobra? ¿Y por qué demonios no me habías dicho nada de esto?

Dejo escapar un suspiro y cierro los ojos. La cabeza me sigue doliendo horrores.

—Fue sin querer, pero de cualquier forma se lo merecía —le digo—. Además, después de todo ese drama, por primera vez realmente estaba necesitando el alcohol, y si te lo contaba tú ibas a insistir en que nos fuéramos.

—¡Por supuesto! —exclama ella, sacudiendo mi brazo—. Tú mejor que yo sabes lo peligrosa que puede resultar esa gente.

—Sí, lo sé, pero no grites tanto, ¿vale?

Lisa ahoga un gemido de pura frustración.

—Si quieres callarme la boca, lo mejor será que comiences a contarme todo lo que pasó con lujo de detalles. Quiero saberlo todo. —Se cruza de brazos.

Y si este no fuera un asunto serio, me reiría de lo ridícula que se ve con mi sudadera de Gryffindor, los rizos revueltos, el maquillaje corrido, y una línea de baba seca marcándose sobre su mejilla.

Pero es un asunto serio. Así que me incorporo, me apoyo contra el respaldo de la cama y comienzo a contárselo todo. Desde que me subí en lo alto de la barra hasta la amenaza que el muy maldito me hizo antes de irse con la nariz reventada.

—Por todos los libros de tu librero, Emma. —Señala mi sagrada estantería en la esquina de la habitación—. Esto es muy serio.

—No te pongas histérica, ¿vale? El tipo iba tan borracho que quizás ni se acuerde de mi cara.

Lisa se ríe con ironía.

—Por favor, Em. ¿Tienes idea de cuantas pelirrojas hay en el pueblo?

—No.

—Yo tampoco, pero son poquitas —repone muy seria—. ¿No lo entiendes, Emma? Si ese mal nacido decide cumplir con su palabra, no le será muy difícil encontrarte.

—¿Crees que no lo sé? —Me muerdo una uña.

—¿Además que se supone que significa eso de que «tienes suerte de ser quién eres»?

—No tengo idea —murmuro, negando con la cabeza.

—Tienes que hablar con Jessica —repone entonces—. Quizás si le das la descripción de ese tipo, ella pueda decirte si fue el mismo que la atacó en el callejón el otro día.

—No lo sé. —Tuerzo una mueca con los labios—. Jess quedó muy traumatizada después de ese encuentro. No me gustaría abrirle de nuevo la herida.

Y lo digo de verdad. Jessica Flores ha sido mi compañera de trabajo desde que comencé a servir mesas en el bar el año pasado, y aunque no seamos las mejores amigas, le tengo mucho cariño. Me partió el corazón la noche que se presentó en el negocio con el uniforme rasgado y los ojos llorosos.

Entre los pocos detalles que consiguió captar de su atacante antes de que una patrulla pasara frente al callejón y el muy maldito saliera huyendo a toda prisa, fue un tatuaje en forma de cobra. Justo sobre la parte interna de su antebrazo.

—¿Y qué crees que sea mejor? —inquiere Lisa con rabia—. ¿Dejar que ese malnacido ande por las calles del pueblo aterrorizando a chicas solas e indefensas?

—No estoy diciendo eso. Pero no estamos seguras de que el cerdo al que le partí la nariz sea el mismo que atacó a Jess, y de serlo, ¿qué diferencia haría? Ella ya puso la denuncia, y la policía local no ha hecho más que darle largas al asunto. Al parecer ninguno de ellos está interesado en ponerle una mano encima a esa banda de delincuentes.

—Pues eso es una auténtica injusticia —replica mi amiga con indignación—. Su trabajo es cuidarnos.

—Lo sé, pero mientras ellos sigan aceptando sobornos, lo único que podemos hacer nosotras es andarnos con cuidado.

—Y con un spray de pimienta en el bolso —agrega ella.

—Una pistola eléctrica tampoco estaría de más.

Lisa sonríe, medio resignada, medio decepcionada con el sistema.

—¿Alguna otra cosa que debas contarme sobre anoche? —inquiere ella después de un corto silencio. Sin poderlo evitar, la pregunta me hace bajar la mirada hacia mi edredón—. ¡Por dios, Emma! ¡¿Hay más?! —Sacude mi pierna, conociéndome a la perfección.

—Por favor, deja el drama. Que lo más importante ya te lo conté. El resto da igual. —Intentando ponerme de pie, pero ella tira de mí hasta que mi culo vuelve a encontrarse con el colchón.

—¿Cómo que da igual? —inquiere—. Nada más mira cómo te has puesto de roja.

—¡No estoy roja! —me defiendo, a pesar de sentir un calor extendiéndose por toda mi cara.

—Por favor, si es que pareces un tomate.

—Vale. Estoy roja. Pero es de pura rabia. —Lisa enarca una ceja, invitándome a continuar—. ¿Recuerdas la parte que te conté en la que desafiaba a los dioses griegos?

—Ajá... —Asiente lentamente con la cabeza.

—Bueno, resulta que los muy malditos me castigaron enviándome uno de carne y hueso.

Sus ojos s ahora se tiñen de interés.

—Esto está comenzando a pintar muy bien...

—De eso nada. —Resoplo—. Lo menos que estuvo mi encuentro con ese idiota fue bien.

Lisa no es capaz de quedarse solo con esas palabras, así que me obliga a contárselo todo con pelos y señales. Al principio pongo un poquito de resistencia, pero al final termino despotricando todo eso que se me había quedado atascado en el pecho después de separarnos en la pista de baile.

—Así que fue por ese chico que me sacaste prácticamente a rastras del callejón y me lanzaste en el taxi como si fuera un costal de papas.

—¡Ay, no exageres! —Empujo su cara con una mano y la escucho reír—. Además, aunque en parte te saqué de allí después de haber deducido que el amigo de Ed probablemente era él, también lo hice para librarte de la tentación. —Ella me dedica una mirada de reproche—. ¿Qué? ¡Si poco te estaba faltando para babearle encima como esos perros Bulldog!

—¡Pero es que estaba muy bueno, Emma! Y estoy segura de que tú también le echaste un ojito.

—Hay una diferencia muy grande entre echar un ojito y quedarse idiotizada, querida.

—Ah, es cierto que tú estás hablando desde la experiencia, muñeca. —Teatraliza con las manos—. A ver, cuéntame, ¿cómo se siente quedarse idiotizada por un badboy?

—¡Por favor, que yo no me quedé idiotizada! —Me pongo de pie y avanzo hacia el baño de mi habitación mientras me recojo el cabello en un moño—. Además, hasta el badboy más patético que he leído en la vida, podría gustarme más de lo que me gustó él —agrego antes de cerrar la puerta y ahogar el sonido de la carcajada que se le escapa a mi amiga.

—¡Por lo menos admites que te gustó! —su grito me llega amortiguado por la madera, pero no me molesto en replicar lo contrario.

Ella puede creer lo que quiera, pero yo tengo muy clara una cosa: nunca me arriesgaría a tener algo con un chico como él.

🌴🌴🌴

Cuando salgo del baño me encuentro a Lisa vestida con una de esas faldas que ella misma me regaló la temporada pasada y una de mis camisetas blancas de tirantes.

El celular la tiene tan absorbida que ni siquiera levanta la mirada cuando le digo que ya puede entrar a lavarse.

—Tu cepillo está en el estante de arriba.

—Ujum —responde ella, tecleando con rapidez.

Respiro profundo y me dispongo a salir de la habitación sorteando las prendas de ropa que dejamos tiradas en el piso anoche cuando llegamos. El vestido azul de Lisa está hecho una bola junto a sus tacones y mis vaqueros reposan sobre el respaldo de la silla de mi escritorio.

—Y recoge todo este desastre antes de bajar.

—Ujum —repite, comprobándome que no ha escuchado ni medio rábano de lo que le he dicho.

Lo bueno de conocerla desde que usábamos pañales, es saber que Lisa Jones jamás accedería de buena gana a hacer los deberes del hogar.

Cierro la puerta de la habitación y me encuentro con mi abuela en el piso de abajo. En la cocina.

—Buenos días, abuelita linda, bella y preciosa —cuchicheo contra su oído, abrazándola por detrás.

Ella se ríe, apretando mis brazos.

—Querrás decir buenas tardes, cariño —dice antes de continuar moviendo la pasta que está hirviendo sobre la hornilla—. Y no hace falta que me adules tanto. No te voy a regañar por haber llegado casi a las cuatro de la madrugada el día de tu cumpleaños número dieciocho, Emma.

—No te estoy adulando —me indigno en broma—. Solo te recuerdo lo hermosa que eres.

—Ajá —se ríe, y yo no puedo evitar imitarla.

La verdad es que tengo mucha suerte de tener a Anny en mi vida. No solo es mi abuela, es todo mi todo. Además de la persona más bella y dulce que puede existir en el planeta.

Beso su cabeza canosa antes de alejarme para tomar mi taza predilecta de Harry Potter en uno de los estantes superiores.

Necesito cafeína para poder sobrevivir a esta maldita resaca, y para mi completo deleite, hay una jarra completa esperándome en la cafetera.

Lleno la taza casi hasta el tope, pero antes de acercarla a mis labios, pregunto en dirección a mi abuela:

—¿Cómo es posible que nos hayas escuchado llegar cuando se supone que tus pastillas te ponen a dormir como un tronco toda la noche?

Ella me mira de reojo.

—Es posible porque anoche no me las tomé.

—¡Abuela!

—No me regañes, señorita. —Advierte apuntándome con el trinchete con el que está preparando la pasta—. ¿Cómo se suponía que iba a acostarme a dormir tan tranquila mientras tú te encontrabas en la calle?

—Haciéndolo —replico—. Una de las razones por las que accedí a irme de fiesta con Lisa fue porque estaba segura de que tú no te preocuparías por mí, abuela. Eso no le hace nada bien a tu corazón y ahora me siento culpable.

—No digas tonterías, Emma. —Sacude la mano para restarle importancia antes de apagar la hornilla y pedirme el favor de que cuele la pasta—. Mi corazón está tan fuerte como una roca.

—Pues eso no fue lo que dijo el doctor la última vez que tuviste un infarto —le recuerdo, dejando los agarraderos sobre la encimera después de ayudarla con lo que me ha pedido.

—Los doctores suelen ser muy exagerados cuando se trata de vejestorios como yo, cariño.

—Abuela...

—Si te digo que estoy bien. Es porque lo estoy. Mírame aquí, preparando el almuerzo, feliz. No tienes nada de qué preocuparte. Además, solo me he saltado una dosis. No es el fin del mundo.

—No. —«Pero sería el fin de mi vida si algo te llegase a pasar»—. Aun así, no vuelvas a hacerlo, ¿vale?

—Ujum. —Sonrío de lado.

—Sabes, a veces creo que Lisa es más nieta tuya que yo.

—Oh, ahora que nombras a mi otra bebé. ¿Dónde está? ¿Sigue durmiendo?

—No —le digo, cogiendo nuevamente mi taza—. Está arriba terminando con su postureo matutino.

—Esa niña... —Sacude la cabeza—. El bendito celular terminará por matarle las neuronas un día de estos.

—Siento decirte esto, abu, pero hace un tiempo ya que las tiene muertas.

Ella resopla una carcajada antes de indicarme que nos ha dejado tostadas francesas sobre la encimera.

Le digo que la amo. Tomo un par y atravieso la puerta que conecta con el patio trasero.

Mi gato maúlla cuando lo encuentro del otro lado y no me queda más remedio que sujetar las tostadas con los dientes y agacharme para cogerlo en brazos.

Cuchufleto no es el gato más precioso del mundo, al contrario, es tan feo como su nombre. Tiene el pelaje negro y erizado, y una horrenda cicatriz que atraviesa su ojo izquierdo, dándole un aspecto de malote que no le hace justicia a lo cariñoso que es.

Aunque solo lo sea conmigo.

Me lo encontré abandonado en un callejón después de mi primer turno de noche en el bar. Parecía tan pequeño e indefenso ahí escondido entre varias cajitas de cartón que no pude resistirme a la necesidad de traerlo a casa conmigo.

Y es que los gatos poseen el arte de la manipulación en la mirada. Eso lo reafirmo cuando tomo asiento en una de las mecedoras que adornan el pórtico, lo acomodo sobre mis piernas y parto a la mitad una de mis tostadas para darle de comer.

No me importa que ya casi sea medio día, se ha vuelto una tradición para mí compartir mis desayunos con Cuchu en el jardín.

Adoro la sensación de tomar asiento aquí y respirar el aire puro que desprende el bosque que bordea casi todas las propiedades en esta zona del pueblo. Uno que a su vez colinda con el parque natural más grande de la localidad.

Hace mucho tiempo que no me interno entre su vegetación, pero solo me basta con respirar el aroma a tierra, corteza y hojas verdes, para evocar todos esos recuerdos de mi niñez que temo que se borren por completo con el paso del tiempo.

Sé que es ridículo preocuparme por eso cuando ya ha pasado una década desde la última vez que estuve con él en medio de esos árboles, pero la nostalgia de una promesa que nunca se cumplió parece mantenerme atada a todos esos recuerdos de un par niños evocando hechizos con varitas hechas de ramas torcidas y una capa negra atada a sus cuellos.

Resultaba divertido dejar volar la imaginación pese a todas las veces en las que por su culpa yo terminaba llorando. Él parecía tener una fascinación por hacerme rabiar. Decía que una brujita enojada era mil veces más fuerte que una feliz. Y con el tiempo se lo creí.

«Harry y Hermione», así era como nos solíamos llamar mientras fingíamos ser unos magos capaces de salvar al mundo del mal.

Es una pena que al final ni hubiéramos podido salvarnos ni siquiera a nosotros mismos. Que no hubiéramos podido salvar esa parte de nuestras vidas que un día dejamos tallada en la corteza de un árbol.

Es una pena haber crecido a su lado verano tras verano y pensar en que, si hoy me lo encontrara de frente, no sería capaz de reconocerlo debido a todos esos recuerdos que ahora se ven tan lejanos y distorsionados en mi memoria.

Debido al tiempo, que no se detiene por nadie.

Y me siento una completa idiota por haber estado aferrándome durante tantos años los destellos de esa vida que compartí con él, pero quizás no solo se trate de lo que ese chico de sonrisa pícara y burlona fue para mí durante mi niñez, sino de lo que fue mi vida antes de que él se marchara.

Porque cuando él me dejó, también lo hizo mi mundo como lo conocía.

Nunca nada volvió a ser igual.

Nunca volví a serlo yo.

Y durante diez años estuve convencida de que él no iba a regresar.

Hasta ahora, cuando mi mirada recorre el jardín de mi vecina más allá de la empalizada de madera y me encuentro con unos ojos azules mirándome desde el pórtico con diversión.

Unos ojos azules que no solo soy capaz de reconocer como los de ese chico de mi infancia que jugaba conmigo y me hacía rabiar, sino también como los del idiota que la noche anterior me dio el mejor regalo de cumpleaños de la historia:

El placer de mandarlo a la mierda.

___________________

Hola, de nuevo, pecadoras.

¿Qué opinan de esta nueva edición? ¿Les gustan los cambios?

Las leo.

Besitos ♥

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top