Capítulo 5. «Prometo firmemente no volver a pecar»


«Prometo firmemente no volver a pecar»

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OLIVER

Después de dejar a Elizabeth en su casa no me han quedado dudas de que es la típica niña rica y mimada de pueblo.

Su casa ha resultado ser enorme en comparación a las que se encuentran en la zona opuesta del poblado. Justo hacia donde me dirijo mientras intento, con algo de suerte, encontrar la casa de mis abuelos.

Admito que conducir medio borracho a las cuatro de la madrugada por un lugar del que solo tengo vagos recuerdos de mi niñez no ha sido la mejor de las ideas, pero según mi padre todas mis ideas son malas. Así que da igual.

—Tantas vueltas ya están comenzando a marearme, princesa —murmura Ed, sin apartar la mirada de la pantalla de su celular.

Le echo un pequeño vistazo y descubro que está viendo fotos en Instagram de una rubia que no conozco, pero que parece estar muy buena.

—¿Quién es esa? —le pregunto, volviendo mis ojos a la calle.

—Una chica que conocí esta noche —dice, bloqueando la pantalla.

Me quedo esperando que agregue algo más, pero no lo hace.

—¿Es por ella que estás más rarito de lo normal?

—No... Sí. No lo sé. Es que me dijeron algo esta noche que me ha dejado pensando.

—Ya. Pues a mí también —mascullo por lo bajo, evocando inevitablemente las palabras de la salvaje—. ¿Y se puede saber qué fue lo que la rubia te dijo?

—No fue ella. Lo hizo su amiga. —Edward suspira—. Es la primera vez que alguien intenta huir de mí como si fuera un depredador, ¿sabes?

Mi ceño se frunce.

—No estoy entendiendo nada —le digo, dando vuelta en una esquina—. ¿Estás así por la rubia o por la amiga?

—Joder, creo que por las dos. —Sonríe de lado—. Aunque los contextos sean muy diferentes.

—¿Sabes qué, hombre? Mi noche ha sido una completa mierda, pero me alegra que no haya sido el caso para ti. Es bueno saber que finalmente estés descubriendo que existe un mundo fuera de América.

Ed pone los ojos en blanco, pero no me contradice. Lo que me resulta épico porque siempre que le toco este tema se pone a la defensiva.

Y después de dar otro par de vueltas alrededor de unas casas que me parecen exactamente iguales, consigo una a mitad de la calle que me resulta especialmente familiar.

Reduzco la velocidad mientras detallo cada tramo de la casa, cada pared, cada pilar, cada teja, cada puto nomo del jardín, hasta que ya no me queda ninguna duda de que...

—Es aquí —anuncio, deteniendo completamente el auto y apagando el motor.

Después de una década, la impresión de estar nuevamente en este lugar, de sentirme realmente aquí, me produce un vacío en la boca del estómago.

Como si el mero hecho de estar mirando el lugar en el que me pasé todos los jodidos veranos de mi infancia, tuviera la capacidad de desbloquear parte de mis recuerdos.

Por instinto mis ojos se mueven hacia la casa de al lado, y encontrarme con las luces encendidas en una de las ventanas superiores provoca que me dé un vuelco el corazón.

Es ridículo, lo sé. Después de tantos años en los que la creí completamente olvidada, pensar en qué ella podría seguir estando ahí no tiene sentido. Esa ni siquiera era su casa.

Pero mi lado racional no parece estar de acuerdo conmigo, porque cuando una silueta femenina se desliza frente a la ventana, vuelvo a sentirme como el puto crío que se emocionaba cada que la veía llegar por las tardes en el auto de su padre.

«No puede ser ella». Me digo. Y aunque lo fuera, tendría que darme exactamente lo mismo.

El peso de esa promesa que hice cuando tenía doce años no tiene por qué afectarme ahora. Tan solo era un niño.

Y un niño no puede contradecir la palabra de su padre cuando le dice que no volverán al pueblo jamás.

Vale, pues parece que un adulto tampoco puede.

Porque heme ahora de nuevo aquí, pensando en chorradas de críos que no tienen ningún sentido ya.

—Andando, princesa. ¿Qué estamos esperando para bajar? —Ed se desabrocha el cinturón de seguridad e intenta abrir la puerta, pero lo detengo.

—Es muy tarde para tocar a su puerta, ¿no crees? —le digo, sin entender a qué se debe este nerviosismo que me ha atacado de pronto.

—O muy temprano, según se mire —repone Ed, comprobando la hora en su reloj—. Cuatro y veinte de la madrugada.

—Esperemos entonces a que salga el sol.

—¿Aquí? ¿En el auto?

—No será la primera vez que duermas en uno, ¿o sí?

—¿Para qué hacer todo este recorrido si al final vamos a dormir en la calle? —Mi amigo resopla—. Podíamos habernos quedado en un hotel, ¿sabes?

—Lo sé. Pero quería asegurarme de que recordaba cómo llegar.

—Ay, princesa. No hacen ni doce horas que has puesto un pie en este pueblo y ya te me estás poniendo sentimental.

Ahora el que resopla soy yo.

—Por favor, no seas ridículo —espeto, dándole un vistazo rápido a la ventana de al lado. Ya han apagado las luces—. Además, ya falta poco para que amanezca. No pretendo matar a mi tía de un infarto tocando a su puerta a las cuatro de la madrugada.

Ed hace un sonido con los labios que simula los de sus pedos antes de reclinar el asiento hacia atrás y acomodarse de medio lado.

—Despiértame cuando sea de día —murmura, y conociéndolo, estará dormido en menos de un minuto.

—Lo haré con un beso —le prometo, tirando de sus rulos y ganándome un manotazo.

Se supone que yo soy el gruñón de la relación, pero eso es porque casi nadie conoce a Edward Watson cuando tiene sueño.

Lo dejo dormir en paz mientras intento con todas mis fuerzas no pensar en la pelirroja salvaje, la rubia bipolar, y la chica de mi infancia que solía venir a la casa de al lado durante el verano.

Estoy a punto de reclinar mi asiento para intentar dormir cuando las luces de un auto llaman mi atención a través del espejo retrovisor.

Me resultaría extraño ver otro vehículo vagando por aquí a estas horas de la noche de no ser porque mientras dejaba a Elizabeth en su casa y conducía hasta acá, me pareció ver un par de faros idénticos a la distancia.

Espero a que avance para comprobar de qué vehículo se trata, pero lo hace tan lentamente por la calle que mi interés no hace más que aumentar.

Cuando ya está lo suficientemente cerca para distinguir que se trata de una camioneta negra del tipo Pick Up, unos golpes en el cristal a mi lado por poco consiguen que me dé un puto infarto.

Me vuelvo para mirar de quien se trata al tiempo que escucho la camioneta aumentar la velocidad y pasar rápidamente por un lado de mi auto. Pero esta vez no me preocupo por mirarla porque lo que está frente a mí es mil veces más importante.

Un segundo después ya estoy bajando la ventanilla.

—Por amor a Dios, Oliver, ¿qué estás haciendo aquí afuera?

—¡Tía! —exclamo, despertando a Ed—. Lo siento, no quería molestarte.

—¿Molestarme? —parece descolocada—. No te esperaba hasta mañana, pero eso no significa que debas dormir en la calle.

—Eso mismo le dije yo —murmura mi amigo entre bostezos.

Mi tía se inclina sobre la ventanilla, acomodándose el albornoz.

—¿Y este niño quién es? —pregunta entonces, mirándolo con la cabeza ladeada.

—Soy su futuro marido, señora —le responde Ed con una de sus sonrisas de angelito, incorporándose en el asiento.

—Si vuelves a llamarme «señora» dudo que llegues a ser si quiera un invitado en mi casa —le devuelve mi tía con una ceja enarcada.

Ed se ríe antes de pronunciar en mi dirección:

—Me agrada tu tía, princesa. —Vuelve a mirarla y le extiende una mano por encima de mi cuerpo—. Mi nombre es Edward Watson, soy el mejor amigo de este idiota, y prometo firmemente no volver a pecar.

Mi tía se ríe en respuesta, como una jodida adolescente.

—Más te vale, Edward —le devuelve el apretón—. Yo soy Cristina Jackson y creo que lo mejor es que vengan adentro y me expliquen por qué demonios estaban durmiendo frente a mi casa —agrega eso último mirándome a mí con reproche.

Contengo el impulso de poner los ojos en blanco ante la similitud que hay en sus gestos y los de mi padre. Por suerte para mí su parecido no resulta más que físico.

—Vale. Enseguida vamos.

Ella asiente y unos segundos después está regresando por el caminillo que conduce a la propiedad mientras Ed y yo nos disponemos a bajar del auto con nuestras maletas.

—¿Por qué no me habías dicho que tu tía estaba tan buena? —inquiere él al tiempo que nos acercamos al pórtico, donde mi tía nos espera con la puerta abierta.

—¿Por qué finges que habría hecho alguna diferencia si te lo decía?

—Eres un bastardo. —Me empuja con el hombro, riendo.

—Y tú un santito —le devuelvo con una sonrisa burlona que se me borra antes de agregar en un tono mucho más serio—: Pero, oye, no me importa cual haya sido la jodida revelación que tuviste la noche de hoy. Ni se te ocurra colarte en la cama de mi tía, porque te mato.

—No voy a colarme en la cama de tu tía. Promesa de princesa —dice, y levanta su dedo meñique porque es un payaso de primera. Siguiendo la tradición, se lo aprieto fuertemente con el mío—. Pero no te prometo nada sobre su baño.

—Imbécil. —Le aparto la mano de un manotazo y lo escucho reír mientras me adelanto hasta las escaleras del pórtico.

Mi tía me hace un gesto con la mano para que entre a la casa seguido de Ed. Y lo siguiente que escucho es el sonido de la puerta al cerrarse.

Avanzo por el corto pasillo hasta llegar a la estancia, dejar caer mi maleta sobre uno de los sillones, y comenzar a recorrer la casa como si fuese mi primera vez pisando el lugar.

Anteriormente la propiedad les pertenecía a mis abuelos, pero cuando ellos murieron en un accidente de auto, pasó a ser de sus hijos. Mi tía tenía quince años y papá dieciocho cuando ocurrió, y según me contaron, servicios sociales los consideraba muy jóvenes para permanecer en la casa sin ningún adulto a cargo, pese a que papá ya era mayor de edad.

Después de una larga pelea legal, a papá le concedieron la custodia de mi tía bajo visitas sociales frecuentes. Y fue por ello que, desde muy joven, mi padre adoptó el rol de hombre de la casa.

Para mi sorpresa, sigue casi igual a como la recuerdo. Escaleras de caoba, cocina blanca impoluta, piso de parqué perfectamente pulido, olor a madera recién cortada.

Está claro que en diez años mi tía ha tenido tiempo de sobra para hacer algunas modificaciones, como sustituir los muebles antiguos por unos más modernos, o cambiar el color de las paredes, pero en general, la propiedad conserva su esencia.

Tanto que, si cierro los ojos, soy capaz de recrear alguno de esos tantos momentos que viví en el interior de esta casa.

Puedo ver a Rob, tirado sobre el sofá con un par de cascos en las orejas y el susurro de una canción de Bod Marley colándose a nuestro alrededor. También a Kate, acomodada en el sillón con su laptop rosa sobre las piernas y una sonrisa asquerosamente enamorada mientras teclea a toda prisa sus mensajitos de amor.

Y a papá, a él también puedo verlo, preparando las cañas para salir de pesca con el tío Luke. La última pesca en la vida de mi tío.

Abro los ojos de golpe, negándome a seguir pensando en cómo habrían sido las cosas si en lugar de negarme a acompañarlos esa mañana, me hubiera ido con ellos al río, obligándolos como siempre a permanecer en la parte más concurrida del parque en lugar de dejar que se internaran en aquel terreno pantanoso y desolado seguidos por un maldito psicópata que, al ver la oportunidad, no dudo en disparar una bala que llevaba el nombre de mi padre, pero que mi tío recibió en su lugar.

Quizás si yo hubiera estado con ellos, nada de eso hubiera pasado. Papá nunca habría tomado la decisión de dejar este pueblo. Seguiríamos siendo una familia normal que se pasa los veranos acampando alrededor de una fogata a orillas del río, o visitando la feria, o simplemente viendo una película en el auto cinema todos apretujados en la parte trasera de la vieja Pick Up de mi tío.

Quizás yo habría podido cumplir esa promesa que dejé tallada diez años atrás.

Pero ya no sirve de nada pensar en lo que pudo haber sido si ese día hubiera marcado un precedente en nuestras vidas. Porque tras la muerte de mi tío, papá se convirtió en un obseso de los negocios, la seguridad y la política, y es gracias a esa faceta suya que hoy en día puedo disfrutar de todos los lujos y la vida que dejé en la ciudad. Mi jodida y espléndida vida.

Una que entra en pausa a partir de ahora, cuando, tras casi un año desde la última que me tía nos visitó en casa, me detengo frente a ella y la rodeo fuertemente con los brazos. Ella me devuelve el abrazo, meciéndonos un poco en el proceso.

—Te he echado muchísimo de menos, tía.

—Y yo a ti, cariño —dice, y en esas palabras encuentro parte de ese amor que no conozco, pero que supongo, me ha hecho falta toda la vida.

Después de todo, tía Cristina ha sido la única figura femenina en la que he podido encontrar un referente de lo que debería sentirse al abrazar a una madre.

No se puede extrañar lo que nunca se ha tenido, pero claramente yo la he extrañado a ella.

Desde que abandonamos el pueblo, nuestra relación familiar jamás volvió a ser la misma. Los dos años siguientes a nuestra partida, no vi a mi tía ni siquiera una vez. Después de ese tiempo, fue ella quien comenzó a viajar esporádicamente a la ciudad para visitarnos.

Casi siempre de sorpresa y por periodos de tiempos muy cortos. De ahí la razón de que Ed no hubiera coincidido con ella en el pasado.

No tengo idea del por qué, pero a papá nunca parecía agradarle que ella estuviera cerca. O que si quiera los relacionaran entre sí.

Lo que es ridículo tomando en cuenta lo parecidos que son. Mi tía tiene un cabello castaño abundante, nariz perfilada, ojos cafés, y una piel que aún se conserva lisa pese a estar cerca ya de los cuarenta.

Además, Ed tenía razón al decirlo, está buenísima. Pero eso es algo en lo que evito pensar para que no se me revuelva la bilis. Por dios.

—Cada día estás más guapo —agrega al romper el abrazo, dejando sus manos sobre mis hombros para detallarme—. Mírate, si es que hasta cara de modelo tienes.

—Vamos, tía, ya basta —le pido, odiando la comparación por obvias razones.

—No te pongas tímido, princesa —pronuncia Ed, tirándose en uno de los sofás como si fuera su casa—. Mira que yo he sido testigo de las horas que te pasas mirándote esa carita frente al espejo.

—Eres cabrón —le espeto, pero la risa de mi tía consigue contagiarme.

—Muy bien, niños. Basta de chistecitos. —Se pone seria, cruzando los brazos sobre su pecho—. Ahora que hemos acabado con las presentaciones y se encuentran seguros dentro de la casa, ¿quién quiere comenzar a explicarme que hacían durmiendo en el auto a las cuatro de la madrugada?

—Yo no sé nada. A mí me arrastraron aquí —se defiende Ed con las manos en alto—. Así que dejaré que te lo explique tu sobrino.

Mi tía asiente complacida. No sé si porque concuerda en que sea yo quien le dé todas las explicaciones que necesita, o porque le agrada que un veinteañero la tutee con tanta naturalidad.

Lo cierto es que después de que ambos tomamos asiento, comienzo a relatarle todo sobre la discusión que tuvimos Richard y yo antes de que me escapara de casa. Mi tía me observa con el ceño fruncido y reprobatorio, pero es una ventaja para mí que se encuentre al tanto de que mi padre y yo no somos especialmente los mejores amigos.

Cuando finalmente termino de contárselo todo, ella se encuentra negando con la cabeza.

—Hacer eso ha sido muy irresponsable de tu parte, Oliver —dice, y...

—Lo sé. No me esperaba que me dijeras otra cosa, tía. Pero ya conoces a papá. Resulta imposible lidiar con él la mayor parte del tiempo.

Ella sonríe.

—Es gracioso, sabes, porque él me dice exactamente lo mismo de ti cuando hablamos.

Escucho a Ed ahogando una risita, pero lo ignoro.

—Lo siento. No era mi intención llegar aquí y perturbar tu tranquilidad.

—No es conmigo con quien tienes que disculparte, cariño —repone ella—. Además, no estás perturbando absolutamente nada. Tu padre me sorprendió un poco con la noticia de que vendrías a pasar el verano en el pueblo, pero créeme, lo único que me molestó fue haberme comprometido con otros asuntos antes de saberlo.

—Por mí no te preocupes, tía. No hace falta que cambies tus planes por mí llegada.

—No digas tonterías. —Agita la mano en el aire—. Mañana mismo pienso cancelar todos mis planes. No hay nada más importante para mí que ustedes, cariño. Y si por mí fuera, Robert y Katherine también estarían aquí. Quisiera tenerlos a todos de nuevo llenando esta casa.

—¿Y por qué no nos tienes? ¿Por qué papá lleva una década empeñado en mantenernos lejos?

—Por cosas que es mejor dejar en el pasado, Oliver. —La sonrisa de mi tía pasa de soñadora a triste en una fracción de segundo—. Pero lo importante es que tú estás aquí ahora.

—Y yo también —añade Ed, levantando la mano.

Mi tía se ríe.

—Sí. Y tú también, morenito. —Le guiña un ojo y con eso parece regalarle cien años de vida a mi amigo—. Vale. Entonces así están las cosas: en el piso de arriba hay dos habitaciones disponibles. La de invitados al final a la izquierda y la que le pertenecía a tu padre a la derecha. Suban, pónganse cómodos y duerman un poco. Mientras tanto yo me encargaré de hablar con mi hermano para informarle de que ya están aquí. No quiero que se preocupe innecesariamente, ¿estamos?

—Apoyo lo de dormir —dice Ed, poniéndose de pie y cogiendo su maleta—. Que la princesa decida el resto. Buenas noches, people.

Sacudo la cabeza mientras lo veo ascender por las escaleras arrastrando los pies.

—Tu amigo es todo un personaje —murmura mi tía, siguiendo la dirección de mi mirada.

—Es medio payaso, medio raro, y medio pendejo, pero con el tiempo terminas cogiéndole cariño.

Ella niega con la cabeza.

—No seas malo. A mí me parece encantador.

—Es muy joven para ti —le advierto en broma, aunque internamente va en serio.

—¿Por quién me tomas, Oliver Jackson? A mí me gustan los maduritos. Ya sabes, porque tienen más experiencia en la cama y todo eso.

—Tía, por dios. —Hago una mueca.

Aún no me he podido borrar las imágenes de ella y el tío Luke metiéndose lengua en la cocina como para tener que agregarle también la imagen mental de ella enrollándose con algún cincuentón.

Y no es que me moleste la idea. Después de todos estos años siendo una viuda, mi tía se merece rehacer su vida. Pero simplemente no me hace falta tanta información.

—Bueno, eso es para que no vuelvas a tomarte el atrevimiento de insinuar quien es o no adecuado para mí. Soy una mujer completamente capaz de tomar mis propias decisiones en ese y en cualquier otro aspecto de mi vida, ¿estamos?

—Estamos —repito, intentando no poner los ojos en blanco.

—Muy bien. —Me da dos golpecitos en el hombro—. Ahora sube a tu habitación, date una ducha y acuéstate a dormir mientras yo intento remediar tu desastre.

—No entiendo por qué tanto drama. Da igual que haya llegado antes, ¿no? De cualquier forma, estoy cumpliendo con el deseo de papá.

Mi tía deja escapar un suspiro.

—No lo entiendes, cariño. Todo lo que tu padre hace es por tu bien. Cada detalle. Cada decisión. Por muy pequeña que esta sea.

Resoplo una risita, irónica.

—¿No has pensado que si se dignara a explicarme algo de lo que en realidad está pasando sería mucho más fácil para mí entenderlo?

—Por supuesto que sí, lo he pensado. Pero hay cosas que no me corresponden a mí contarte.

—Joder, tía, si tan solo...

—Ve a dormir, Oliver —me corta ella con un apretón en el hombro—. Dentro de poco tendremos un nuevo día para pensar en esto con mucha más claridad, ¿vale?

—Vale —repito la palabra en un suspiro, porque sinceramente estoy agotado—. Hasta mañana. —Tiro de ella para abrazarla de nuevo.

—Te quiero mucho, mi amor.

—Y yo a ti. —Deposito un corto beso sobre su cabello antes de darme media vuelta, coger mi maleta y seguir el camino que tomó Ed segundos atrás.

Cuando voy por la mitad de las escaleras, me vuelvo para mirarla por última vez. Está de pie en medio de la estancia, de espaldas a mí y con el celular entre las manos. Seguramente pensando en cómo decirle a papá que he una vez más me he cargado todas sus órdenes.

Una parte de mí siente un poquito de pena por ponerla en esa situación. La otra, esa que es mucho más egoísta y cabrona, se alegra de no ser yo quien vaya a escuchar los gritos de mi padre esta vez.

Después de todo, ya la noche ha sido lo suficientemente mala con aquel golpe a mi ego —y a otras partes mucho más vergonzosas de mi cuerpo— como para tener que sumarle otra reprimenda del hombre que me ha jodido el verano.

Mejor me voy a dormir, y por todos los dioses, espero no tener pesadillas con esa salvaje.

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Hola, pecadoras.

Vamos conociendo más cosas sobre los personajes. ¿Que les va pareciendo?

Besitos ♥


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