Capítulo 42. «Voy a disfrutar viéndote sufrir»

Música: Radioactive / Imagine Dragons

«Voy a disfrutar viéndote sufrir»

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OLIVER

Para cuando las puertas del elevador comienzan a cerrarse frente a mí, las manos de Kate ya están sacudiendo mis hombros con desesperación.

—¡Vamos, Oliver, reacciona! ¡Tienes que ir con ella, maldición! ¡Alessa te necesita!

—No... —la palabra me sale en un susurro—. No. —La veo desaparecer tras las puertas de metal—. Ella no me necesita. ¡Está así por culpa mía! ¡¿No lo ves?!

Un líquido tan espeso como la lava comienza a recorrerme las venas, quemando todo a su paso.

—¡¿Qué estás diciendo, Oliver?! ¡¿Cómo va a haber sido tu culpa que... —El hospital se queda en penumbra de pronto, y con el apagón, la frase de Kate queda suspendida en el aire—. ¿Y ahora qué?

La respuesta nos llega en forma del primer disparo. A este le sigue otro. Y luego otro más. Y después de eso se desata el caos.

Gritos que comienzan a venir de todas las direcciones y pasos que parecen estampidas viniendo.

Por instinto tomo el brazo de Kate y la pego contra mi cuerpo cuando la primera oleada de gente pasa corriendo en torno a nosotros en busca de la salida. La mayoría parece venir de la cafetería, pero en medio de la penumbra me resulta difícil estar seguro del todo.

Una alarma se enciende, tomándose todo el lugar con un pitido constante y las luces rojas de emergencia finalmente hacen su aparición. Hay horror en cada rostro que veo huyendo del desastre, pero mis ojos únicamente se centran en la pequeña pantalla del elevador cuando se enciende y sus puertas se abren de nuevo.

Los médicos intentan empujar la camilla donde llevan a Alessa de regreso al exterior, pero un tipo de La Cobra se interpone en su camino, alzando su arma.

Antes de ser consciente si quiera, ya estoy liberando la Glock de mi cinturilla y dando empujones para aparatar a la gente de mi camino. No llego a tiempo para impedir que el maldito le dispare al paramédico que intenta proteger a Alessa de las intenciones de la serpiente, pero sí antes de que otra bala atraviese la cabeza del médico. Porque es mi puntería la que acaba con la suya primero.

El tipo se desploma al instante y el color de su sangre se confunde con el rojo que lo está iluminando todo. No me da tiempo ni de procesar lo que se siente arrebatar una vida por primera vez.

No quiero hacerlo.

El médico sigue con las manos en alto, completamente en shock, cuando le ordeno en gritos para que me ayude a sacar la camilla.

Finalmente reacciona y obedece.

—Manténgala con vida, ¿está claro? —le digo al tiempo que mis hermanos se unen a nosotros.

Rob se preocupa por ayudar al paramédico que sigue tirado en el piso del elevador con un disparo en el hombro mientras Kate nos ayuda en la tarea de sacar a Alessa de aquí.

—Esta chica necesita intervención inmediata, nos enfrentamos a la posibilidad de una hemorragia interna —informa el cirujano, luchando a su vez con todas las personas que corren despavoridas a la salida—. Si no la llevo a un quirófano ahora, quizás no lo logre.

—¡Lo logrará! —le ladro, cogiendo la mano de Alessa—. Vas a lograrlo, Less. Tienes que lograrlo y pasarte la vida odiándome por lo que te he hecho, ¿me oyes?

No obtengo respuesta, pero no permito que la presión en mi pecho me detenga. Alcanzamos la salida y ubico una ambulancia entre el desastre de gente, policías y reporteros que se aglomeran en el exterior.

—¿A cuántos minutos de aquí se encuentra el hospital más cercano? —le pregunto al médico mientras corremos con la camilla en dirección al vehículo.

Por el rabillo del ojo veo que Robert nos sigue con el paramédico a cuestas.

—A unos veinte minutos, quizás menos sin tráfico.

—Bien. Ese es el tiempo que deberá mantenerla con vida. —Busco sus ojos a través de los cristales de sus gafas—. Yo salvé su vida, ahora salve usted la de ella.

—Lo intentaré.

Llegamos a la ambulancia y otro par de paramédicos se acercan al rescate, seguidos por un grupo de nuestros hombres de seguridad, que se suponían estarían cuidando el perímetro en torno al hospital.

—¿Qué demonios está pasando? —pregunta Kate nada más verlos—. ¿No habían dicho que ya estábamos a salvo?

—Lamentamos todo esto, señorita Jackson. No sabemos cómo exactamente, pero de alguna forma un miembro de La Cobra ha conseguido colarse de encubierto y darle a paso a los demás.

—Da igual —les digo, porque no estoy para excusas de mierda—. Necesito que dos de ustedes se vayan escoltando la ambulancia. Su único trabajo es mantener a Alessa y a Katherine a salvo, ¿me oyen?

Mi hermana alza la mirada al descubrir que la estoy incluyendo a ella también.

—Emma, tía Cristina y papá siguen ahí dentro, no puedo dejarlos, Kate —agrego a modo de explicación.

—Pero, Aaron también sigue ahí dentro. —Ella mira por encima de mi hombro como si necesitara comprobar que en efecto ninguno de los chicos ha conseguido salir aun—. Tengo que...

—Yo iré por él, hermana. Me aseguraré de que todos estén bien —promete Rob tras haber dejado al paramédico herido en cuidado de uno de sus colegas—. Tú te vienes conmigo —añade en dirección a uno de nuestros hombres—. ¡Vamos!

Ambos se alejan sin perder más tiempo y yo miro a mi hermana rogándole para que haga lo mismo.

—Confía en mí, Kate. Por favor. No quiero que la dejes sola. —Me inclino para dejar un beso sobre el cabello ensangrentado de Alessa mientras en mi mente le pido mil veces perdón.

—Está bien, vamos. —Mira al equipo de paramédicos a su lado—. ¿Qué esperan? ¡Suban a la chica!

No necesita repetirlo, un minuto después ya se están cerrando las puertas traseras de la ambulancia y dos de los autos del servicio salen del hospital escoltándola.

—Ustedes se vienen conmigo. —Señalo al par de hombres con los que me he quedado antes de darme la vuelta y avanzar de regreso al hospital.

Sin embargo...

—Oye, espera, no puedes entrar ahí. —Un policía joven que está custodiando la entrada me detiene con un empujón en el hombro.

—Mi familia está ahí dentro. —Lo empujo de vuelta—. ¡Déjame pasar!

—¡Nadie entra y nadie sale de este lugar hasta haber neutralizado la amenaza! ¿Lo entiendes o tengo que ponerte las esposas para que lo hagas?

—¡Y una mierda! —Apunto al oficial con el cañón de mi arma. Los hombres a mi lado hacen lo mismo, solo porque están obligados a imitar mis cagadas con tal de protegerme—. ¡Apártate de mi maldito camino o juro que te mato!

El muy imbécil lleva una mano a la funda de su propia pistola, pero parece notar que estoy hablando muy en serio, porque no hace ningún otro movimiento para sacarla.

—Estás loco, ¿no? ¿Sabes que puedes ir preso por amenazar a un oficial?

—¿Y tú sabes que puedes morir por interponerte entre el bienestar de los míos y yo? —le devuelvo.

—La Cobra tiene tomado todo el hospital. ¿Acaso quieres morir?

—Si muero ahí dentro, al menos lo haré haciendo mucho más de lo que estás haciendo tú aquí fuera, maldito inútil.

—No puedo dejarlos entrar —dice con los dientes apretados—. Tengo órdenes.

—Pues métete tus jodidas órdenes por el cu...

—Hey, ¿qué está pasando aquí? —De pronto, un rostro familiar se interpone entre el policía y yo—. Jackson, ¿qué se supone qué estás haciendo?

—Evitar que de nuevo intenten matar a mi padre, agente Scott. Pero ese imbécil de ahí me lo está poniendo difícil.

Jacob vuelve la cabeza para mirar al policía. Luego me mira de nuevo a mí.

—No puedes entrar, Oliver —me dice en tono más bajo esta vez—. Nuestros hombres ya están haciendo su trabajo. Tu familia va a estar a salvo.

—¿Después de toda la mierda que ha pasado pretendes que me quede tranquilo con eso? ¡Por favor! Déjate de mierdas y haznos entrar.

El agente parece dudar, pero...

—Te recuerdo que tu querido jefe también se encuentra ahí dentro —le digo—. ¿Quieres ser el cobarde que se quedó fuera? ¿O el héroe que lo rescató?

Jacob se vuelve hacia el oficial con su credencial del FBI y en la mano.

—A un lado.

—Pero...

—¿Piensas llevarle la contraria a un federal? ¡He dicho que te apartes!

El policía tensa la mandíbula, pero obedece, haciendo a un lado la barricada de metal. El agente Scott nos hace una señal para que lo sigamos, y una vez de vuelta en el vestíbulo mis ojos deben adaptarse a la intermitencia de las luces rojas de emergencia.

Mis hombres y yo nos movemos con pasos rápidos y alertas en dirección a los ascensores, siguiendo las indicaciones de Jacob cuando, de pronto, la onda expansiva de una explosión nos hace volar por los aires.

Mi cabeza aterriza en el suelo con un golpe sordo y un agudo dolor se extiende por mi columna.

Los segundos siguientes se sumen en una completa oscuridad. Luego, el destello rojo de unas luces comienza a atravesarme los párpados. Solo que, al separarlos, descubro que no se trata de una luz artificial.

El ala este del hospital está prendida en fuego, y la capa de polvo que se desprende de los escombros se mete en mis pulmones con cada respiración, haciéndome toser y retorcerme en el suelo por el dolor.

El mundo entero me da vueltas.

Y la realidad de todo esto recae fuertemente sobre mi pecho.

«Tiene que ser una maldita pesadilla», me digo, pero eso no consigue que el calor del fuego se sienta menos real.

Mi intento por levantarme falla estrepitosamente cuando las piernas no me responden. Miro a mi alrededor y solo alcanzo a reconocer a uno de mis hombres, tirado a varios metros de mí con un bloque de concreto sobre su pecho.

La conmoción del exterior me llega lejana a través del zumbido que siento en los tímpanos. Y sé que necesito levantarme, ahora más que nunca, pero no consigo coordinar mis movimientos y todo mi cuerpo se siente pesado.

«La pistola».

No tengo idea de dónde fue a parar, pero no tardo mucho en encontrar su brillo bajo unos escombros a un par de metros. Me arrastro, ignorando el dolor en mi cabeza. Y entonces, cuando finalmente vuelvo a tenerla entre mis manos, la silueta de una mujer atravesando un estrecho camino entre las llamas como si de un ave fénix se tratara, consigue llamar mi atención.

El traje blanco de enfermera que viste, por un momento me hace pensar que podría tratarse de ayuda, pero luego veo el arma que cuelga de su mano a un costado mientras camina hacia los elevadores con la barbilla muy en alto.

Sus pasos son firmes, pero femeninos.

Su cabellera oscura como la noche misma.

Su sonrisa... cruel y divertida.

Tan parecida a la mía que pronto siento unas ganas terribles de vomitar.

«Tu madre está viva, Oliver. Y ahora que he descubierto sus planes, ella me quiere matar».

Antes de poder reaccionar, una mano se cierra entorno a mi brazo y comienza a tirar de mí hacia arriba. Descubro al agente Scott intentando ponerme en pie.

Veo sus labios moverse bajo la sombra del fuego, pero no consigo captar ni una sola de las palabras que salen de su boca.

El dolor, la conmoción y la sorpresa han conseguido abatirme completamente, y cuando mis ojos se desvían de nuevo en dirección a la mujer, las puertas del elevador ya se han abierto para ella.

Una vez dentro, se gira en mi dirección y un fogonazo de fuego hace que sus ojos brillen cuando se encuentran con los míos a la distancia.

Se lleva un dedo a los labios al tiempo que las puertas comienzan a cerrarse frente a ella.

Después de eso desaparece.

—...movernos de aquí. —La voz de Jacob finalmente consigue atravesar mis oídos—. ¡Tenemos que movernos, Oliver! ¡Vamos, de pie!

A pesar del mareo y la punzada de dolor que me sigue atravesando la cabeza, lo hago. Me pongo de pie y enseguida siento un líquido espeso y caliente recorrerme el cuello y la espalda.

El olor de mi propia sangre se cuelo en mis fosas nasales acompañado por una nube de humo y polvo.

—Las escaleras —me indica el agente, tirando de mí en esa dirección.

—Espera, falta uno de mis hombres. —Intento ubicar a Iván entre los destrozos, pero Jacob me hace mirarlo y niega con la cabeza.

—Está muerto —me informa—. Debemos hacer esto solos. Así que te necesito centrado, ¿me oyes?

Jacob no me da oportunidad de responder antes de seguir avanzando en dirección a las escaleras. Lo sigo aun con la imagen de los ojos azules de esa mujer en mi cabeza.

Una extraña.

Un fantasma.

—Agente Scott, reportándose —Jacob habla a través de su radio mientras subimos las escaleras.

Lo copio —responden al otro lado. Hay mucho ruido de fondo—. Informe su posición.

—Escaleras del ala oeste. Rumbo al piso del candidato.

¿Quién ha autorizado el operativo?

—Nadie. —Jacob me da una mirada de «esto es culpa tuya, Jackson»—. Pero estoy de servicio y en el área.

¡¿Qué demonios, Scott?! —le gritan—. Estamos organizando un operativo aquí. Tu improvisación podría arruinarlo todo. Sal de ahí ahora.

—El agente Williams no estaba en servicio al momento del ataque. Mientras ahí fuera ustedes organizan, La Cobra podría intentar matarlo aquí dentro.

El agente Williams sabe defenderse bastante bien.

—Y yo aprendí de él, coronel. Cambio y fuera.

Jacob apaga su radio y la deja de vuelta al cinturón. Luego toma su arma y permanece en alerta hasta que finalmente salimos al vestíbulo del piso número cuatro.

Las luces rojas de emergencia siguen estando encendidas en esta sección, y una sombra moviéndose tras el mostrador consigue alertarme.

Me preparo para disparar, pero una mujer vestida de blanco se asoma con las manos en alto y descubro que se trata de una enfermera que he visto casi todos los días trabajar en esta área del hospital.

Ella parece tan aliviada como yo cuando me ve, a pesar de que está temblando y tiene los ojos llorosos.

«¿Dónde está?», le pregunto únicamente con el movimiento de mis labios.

Ella nos señala el pasillo donde se encuentran las habitaciones de papá y tía Cristina al tiempo que una detonación rompe el silencio en esa misma dirección.

—Mierda —mascullo al tiempo que la enfermera se resguarda de nuevo tras el mostrador.

Jacob y yo avanzamos con pasos rápidos y cautelosos hacia las habitaciones y lo primero que vemos son dos cuerpos sangrantes tendidos muy cerca de la puerta de papá. Los reconozco como hombres de nuestro servicio de seguridad y no tardo en comprobar que están muertos al reparar en sus heridas de bala.

Los vellos de la piel se me erizan cuando echo un vistazo hacia la puerta y pienso lo que podría encontrarme al otro lado. Sin embargo, es el golpe sordo que proviene de la otra habitación lo que me hace brincar.

—Andrew —murmura Jacob al notar que se trata de la habitación de mi tía. Y solo hasta ahora noto el tubo soldado contra la cerradura—. Yo iré con ellos. Tú ve con tu padre.

Asiento, pero el segundo disparo que rompe el silencio proviene de la puerta frente a nosotros, acompañado de un grito de dolor que cambia completamente los planes.

Al segundo siguiente, Jacob ya están volando la puerta de una patada y dando un paso dentro de la habitación.

—¡FBI! Baje su arma y ponga las manos en alto.

Como respuesta: una bala en el pecho que lo derriba.

El grito ahogado de una chica me pone en tensión, y la escena con la que me encuentro al otro lado me deja sin aire.

—Mamá... —la palabra es una exhalación. Un imposible. Algo irreal.

Pero la forma que ella tiene de tomar por el cabello y apuntar a Emma con el cañón de su arma, por el contrario, se siente bastante real.

Tanto que desearía estar soñando.

—Oliver —dice mi madre, sonriéndome como lo hacía en esas fotos con las que tantas veces me quedé dormido siendo un pequeño crio—. ¡Cuánto has crecido, bebé!

—Mamá... —repito, más alto esta vez.

Miro a mi padre que se encuentra tirado en el suelo a su lado, con Clarissa Banks entre sus brazos, medio inconsciente y llena de sangre.

Supongo que fue ella quien recibió el disparo que escuchamos segundos atrás, y no sé en qué me convierte sentirme aliviado por eso. En este punto, creo que cualquier tipo de emoción es justificable, porque casi parece que lo estoy sintiendo todo a la vez. Ira, miedo decepción.

Ese hombre de ahí, que me mira con unos ojos idénticos a los que me he pasado admirando durante el último par de meses, es el mismo que me ha hecho vivir toda una vida de engaño.

Es el que me llevaba a visitar la jodida tumba de una mujer que no parece tener problemas para respirar ahora en mi presencia.

—Me alegra que al fin nos estemos encontrando, cariño —agrega ella, ladeando un poco la cabeza para observarme—. Lástima que solo hayas venido a mí porque quieres rescatar a la putita con la que te acuestas.

El nudo que se me instala en el estómago se me hace más grande cuando mi mirada recorre su brazo hasta llegar a la mano con la que está tirando del cabello de Emma.

Ella me mira con lágrimas en los ojos mientras niega sutilmente con la cabeza. Supongo que pidiéndome que no haga nada estúpido.

El problema es que no me siento capaz de hacer nada en absoluto. Ni siquiera de hablar. Es como si me hubieran trasladado a una dimensión paralela en la que está todo mal y no tengo ningún tipo de control.

Donde no eres más que un inútil espectador.

—Déjala, Sophia, ya me tienes a mí —es mi padre quien le ruega, alzando una mano bañada con la sangre de su jefa de campaña. Ella parece seguir respirando, pero no la miro durante el tiempo suficiente para saber de dónde proviene su herida—. Ya me tienes a mí, deja a los niños en paz.

—¿Eres tan ególatra para seguir creyendo que eres tú lo que quiero? —Mi madre se ríe, y es una risa tan cruel y envenenada que, bajo las luces rojas de emergencia, me estremece—. Hace muchos años deseaba construir un imperio a tu lado. Tú y yo podíamos haber sido los reyes. Incluso me había esforzado por darte herederos, querido. ¿Y qué era lo único que a ti te interesaba? ¡Arrastrarte como una maldita rata de regreso a los brazos de la estúpida y mojigata de Helen!

—No te atrevas a hablar así de mi madre. —Emma se remueve y mi madre la silencia con un violento tirón de cabello.

El instinto me hace dar un paso al frente, pero la amenaza del cañón contra su sien me detiene de dar el siguiente.

—Buen chico —me felicita mamá.

Su sonrisa ladina hace que me pregunte quién es realmente esta mujer. Y si esa perversión que parece emanar de ella fue lo que llevó a mi padre a mentirnos sobre su muerte.

«¿De esto quería protegerme?»

—¿Por qué... por qué estás haciendo esto? —consigo que las palabras me salgan, temblorosas—. ¿Por qué quieres destruirnos?

—No, cariño. Yo no quiero destruirlos —me dice—. Solo quiero destruir la ilusión en la que todos ustedes viven. —Sus ojos buscan los de mi padre—. Quiero que te arrepientas del día en el que te llevaste a mi hijo.

—¡¿Pretendías que viviera en un maldito psiquiátrico contigo?!

—¿Psiquiátrico? —repito, recordando las palabras de la reportera—. ¿Es ahí donde estuviste todo este tiempo?

—Es ahí donde tu querido padre me dejó tirada como si no valiera nada.

—¡Dile por qué, maldita loca! ¡Dile por qué tuve que encerrarte en ese lugar!

Los ojos de mi madre se entrecierran con desprecio.

—Esa solo fue tu excusa para deshacerte de mí y venirte a preñar a la traidora de Helen —escupe—. En el fondo sabes que no habría sido capaz de hacerlo.

—Ah, ¿no? —Mi padre la mira de arriba abajo—. Porque todo lo que estás haciendo ahora solo sirve para confirmar que lo mejor que pude hacer fue alejar a tus hijos de ti.

—A ellos no les he tocado ni un pelo. No puedo decir que no lo haré con tu bastarda. —Vuelve a tirar del cabello de Emma, haciéndola chillar.

—¡Ay, por Dios! No seas tan llorona, niña estúpida.

—Déjala en paz —siseo, apretando los dientes—. Déjala en paz y tómame a mí. ¿No fue eso lo que dijo en mal nacido de La Cobra? ¿Qué yo era el causante de todo esto? Pues aquí me tienes. Solo, no le hagas daño a ella, por favor.

Mi madre hace una mueca de asco antes de mirar a mi padre.

—A pesar de todo lo criaste como una copia barata de ti, ¿no es así? Un idiota propenso a enamorarse de zorras pelirrojas.

—¡¿Qué es lo que quieres?! ¡Maldita sea! —exclama mi padre, con los ojos rojos de ira y desesperación—. ¿No has tenido suficiente ya?

—Tu sufrimiento nunca será suficiente para mí, querido. —Mi madre le sonríe—. Además, tu bastarda acabó con uno de mis mejores hombres. Creo que tiene bien merecido el castigo que le tengo preparado.

—¿Qué planeas hacer con ella? —soy yo el que pregunta esta vez.

—Lo que sea necesario para que tú también vengas conmigo, bebé. Hace un tiempo ya que tienes un imperio esperando por ti. Uno mucho más grande del que te ofrece tu padre, te lo aseguro.

—¿De qué mierda estás hablando, Sophia?

—Te lo dije, Richie. Si no estás conmigo, estás en mi contra. Mientras tú aquí te arrastrabas como un perro bajo las faldas de tu amorcito, yo movía las fichas que me darían el poder y la posición que siempre me he merecido. Eso que tú me arrebataste cuando me metiste en el maldito loquero.

—¡Te metí en ese loquero porque intentaste matar a tus hijos, por Dios!

—¿Intentaste matarnos? —Se me dispara el pulso cuando sus ojos y los míos se encuentran.

—Solo estaba jugando, bebé. —Sacude la cabeza como si mi padre exagerara—. Jamás pensaría en matarte. Incluso intenté recuperarte un par de veces. Pero en todas se interpuso el señor candidato.

Lo mira con un desprecio que me intriga lo suficiente para querer averiguar cómo es que después de un matrimonio y tres hijos en común, acabaron odiándose así. Cómo es que una mujer como ella acabó así.

Mi madre luce una belleza casi irreal, como la de una Diosa. Pero sus ojos parecen brillar con las llamas del infierno.

El pecho se me comprime, y de pronto me siento enfermo pensando que mi existencia proviene de su vientre.

Que la mujer por la que tantas veces lloré, aun sin conocer, es la misma que ahora amenaza con matar a la chica de la que estoy enamorado.

La humedad de una lágrima recorriéndome la mejilla me hace consciente de que me encuentro llorando.

—Ma-mamá... —susurro, y empiezo a creer que no tengo la fuerza suficiente para continuar, pero encontrarme con la mirada empañada de Emma me destruye y me llena de fuerzas en partes iguales—. Iré contigo si es lo que quieres... pero solo déjala a ella.

—¿Crees que te dejaré proteger a la bastarda de tu padre? —El gesto de mi madre se descompone—. Te creía más listo, Oliver. Esto es decepcionante.

—La única que esta decepcionando a las personas en esta habitación eres tú —le digo—. Es la primera vez en toda mi jodida vida que te veo, ¿y con que me encuentro? ¿con una psicópata?

Un músculo en su mandíbula se tensa y de inmediato me arrepiento de haber provocado esa reacción.

—¿Quieres saber lo que soy, cariño? Soy una serpiente. Igual que tú. Y te guste o no. Es a mí a quien le debes tu lealtad. Solo a mí. —Sus ojos se desvían a los de mi padre, como si con eso lo retara a contradecirla—. Y como tu madre te ordeno, que alces la pistola entre tus manos y mates al maldito que nos separó veintidós años atrás. De lo contrario, quien morirá será ella.

—¡Estás loca!

Mamá me sonríe.

—Creo que ese punto ya ha quedado bastante claro, ¿no te parece? —El cañón se hunde en la cabeza de Emma para confirmarlo—. Ahora, hazlo. Mata al afamado Richard Jackson. ¿O piensas obligarlo a presenciar el momento en el que se extingue la vida del único y asqueroso fruto que nació entre él y «el amor de su vida»? Porque créeme, dudo que pueda perdonártelo algún día.

Mi padre me mira, y en sus ojos veo un millón de palabras no dichas. Pero también una que se lee muy clara: «hazlo».

Y de pronto, veo pasar toda una vida de momento junto a él en una fracción de segundo. Sus brazos alzándome por los aires, su sonrisa orgullosa cuando le enseñé el diez que me había sacado en matemáticas, sus dedos enredados en mi cabello las noches que no podía dormir, su voz susurrándome en el oído: «estoy contigo, pequeño».

Retrocedo de forma involuntaria.

—Hijo, por favor... —su voz es un ruego.

—Vamos, bebé. Enorgullece a tu mami —insiste mi madre—. ¡Hazlo!

La mano me tiembla cuando levanto la pistola. Pero en lugar de apuntar a mi padre, apunto directo a su cabeza.

—No —le digo—. Tú estás muerta para mí desde que nací. Nada cambiará si desapareces de nuevo. Pero no pienso matar a mi padre, ni dejar que tú mates a la chica que amo.

—Eres un tonto, Oliver Jackson. —Hace una mueca de asco—. Pero tranquilo, cariño. No hay nada que el veneno de una cobra no pueda arreglar —dice, y el cañón de su arma pasa de apuntar la cabeza de Emma a la de mi padre en un movimiento tan rápido que apenas consigo captar el momento en el que el estallido de una bala se toma la habitación, seguido de otro disparo casi sincronizado.

La primera bala atraviesa el hombro de mi madre, tiñendo de rojo la tela blanca de su uniforme. La segunda se incrusta en la pared a centímetros de la cabeza de papá.

Sophia aúlla de dolor y Emma aprovecha la oportunidad para asentarle un codazo en el abdomen y deshacerse de su agarre.

Intenta a travesar la habitación en mi dirección, pero mi madre en más rápida tirándola del cabello al tiempo que las luces de emergencia de apagan y la energía eléctrica habitual regresa con un parpadeo.

Mi madre se distrae tan solo un segundo mirando la lámpara blanca del techo y yo lo aprovecho ese descuido para abalanzarme contra ella.

Toda la habitación vuelve a quedar en penumbra mientras forcejeamos, iluminada únicamente por los destellos de la pólvora cuando su arma produce otro par de disparos.

Luego escucho el sonido del metal impactando con el suelo, seguido de un estruendo que parece producirse en la habitación de al lado. Para cuando las luces regresan yo ya tengo a mi madre inmovilizada contra la pared y Andrew Williams está atravesando el umbral vestido de civil y con cara de querer quemar todo el maldito mundo.

Con su llegada, el agente Scott, aun tendido en la entrada comienza a toser, y una cacofonía de pasos se hace presente en la lejanía, anunciando la llegada de los refuerzos.

—¿Estás herido? —le pregunta Andrew a su compañero.

El agente más joven niega con la cabeza mientras se incorpora.

—Salvado por el chaleco, jefe. —Se deshace de él mientras Andrew se fija en la mujer que Emma y mi padre intentan desesperadamente mantener con vida.

—¿Dónde le ha dado?

—En el hombro —responde papá—. Creo que solo se ha desmayado por el dolor.

—Tu nueva putita sobrevivirá, Richie —le dice mi madre con una sonrisa maliciosa—. No le di a matar. Tener que pasar el tiempo contigo por sí solo ya es una tortura para la pobre.

—¡Cállate! —le ladra papá—. No quiero volver a escucharte en mi maldita vida. Has intentado matarme dos veces, y dos veces has fallado. No pienso dejar que lo hagas una tercera. Te pudrirás en la cárcel, Sophia Smith.

Mi madre se echa a reír de forma maniaca bajo la presión de mi cuerpo.

—¿Realmente creíste que te mataría? —Chasquea la lengua—. Haces que este juego se ponga cada vez más divertido.

—Me disparaste, maldita psicópata.

—No. Mi arma se accionó cuando el hijo que me arrebataste para criar a tu imagen y semejanza, disparó en mi contra. —Mi madre se remueve, aullando de dolor—. Pero tranquilo, esto también forma parte del plan, mi querido Richard. Y he tenido tiempo de sobra para pensar en cada detalle.

Mi padre parece tener intenciones de replicar, pero en eso las fuerzas federales se toman la habitación.

Un equipo de médico se preocupa por asistir a Clarissa mientras dos agentes me apartan de mi madre para encargarse de ella, cerrando un juego de esposas en torno a sus muñecas.

—Sophía Smith, está usted bajo arresto bajo los cargos de conspiración, secuestro, tortura, asesinato y terrorismo. Tiene derecho a un abogado y todo lo que diga puede ser usado en su contra.

Los agentes la alejan de mi lado y Emma se me acerca. Inmediatamente la rodeo con los brazos y dejo que su cara se hunda en mi pecho.

No sé cómo sentirme cuando sus ojos azules de mi madre se vuelven para mirarme y sus labios me sonríen con una crueldad tan infinita como el amor que creo sentir por la chica entre mis brazos.

—Es una pena que no te enamoraras de la modelo, cariño. De ese modo no habría tenido que matarla.

El corazón me da un vuelco.

—Alessa está viva —le digo, aunque la verdad es que no estoy seguro de ello—. No lograste tu cometido.

—Por ahora..., hijo. Por ahora.

—No soy tu hijo —las palabras me salen solas, envenenadas.

Esta mujer no puede ser mi madre.

—Oh, cariño. Claro que lo eres —dice mirando a papá mientras los federales la arrastran fuera de la habitación—. Y por esa razón, es que más voy a disfrutar viéndote sufrir, esposo mío.

La risa macabra de Sophia Smith se queda flotando a nuestro alrededor incluso cuando ya no podemos verla.

Como el eco de un fantasma que ha llegado a nuestras vidas para atormentarnos.

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¡¿Sobrevivieron a este capítulo? jaja

Ya solo nos queda el final :(

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