Capítulo 40. «El mundo tiene razón al decir que eres gilipollas»

«El mundo tiene razón al decir que eres gilipollas»

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OLIVER

Yo seguía estando despierto cuando esos malditos se llevaron a mi tía.

La noche en que Ed y yo llegamos a casa de mi tía, después de que ella me dijera que se haría cargo de hablar con mi padre y yo me acomodara en la antigua habitación de este, ella salió al pórtico en busca de privacidad.

Eran las cinco menos un cuarto de la madrugada cuando los malditos de La Cobra se acercaron a ella apuntándola con un arma y pidiéndole con un gesto que guardara silencio.

Yo aún seguía mirando el techo de la habitación, estudiando la posibilidad de que la pelirroja de la disco fuera la misma niña con la que solía jugar en la casa de al lado, cuando esos malditos la raptaron.

Por culpa mía.

Aunque seguro que papá también se culpa por ello. Después de todo fue el quien me envió aquí para protegerme. Fue el quien estuvo demasiado centrado en la campaña y sus propios problemas con los enemigos que se había ganado en el camino, para no detenerse a pensar en lo extraño que resultaba no haber sabido nada de su hermana en días.

—Le dije que estaría fuera por unas semanas, cariño —dice mi tía para excusarlo—. El... el desgraciado ese me obligó a decírselo mientras seguíamos al teléfono. Y no había razones para que no lo creyera, dado lo repentina que había resultado tu llegada. Además, esos malditos también respondían a sus mensajes desde mi celular. Jugaron con él. Lo hicieron con todos, cariño.

—¿Pero para qué? ¿Cuál era la finalidad de su juego? ¿Obligar a papá a que se retirara de la candidatura?

—Me temo que esas son respuestas que solo tu padre te puede dar, cariño. —Los delgados dedos de mi tía me acarician la mejilla con el mismo cuidado y amor que lo hicieron la noche de mi llegada.

Eso solo consigue que me sienta aún más culpable. Perdió mucho peso durante las cinco semanas que estuvo secuestrada, y las sombras bajo sus ojos están tan marcadas que no quiero ni imaginar las noches que se pasó en vela durante ese tiempo.

—¿Me perdonarás algún día?

—No tengo nada que perdonarte, Oliver Alexander Jackson. Eres casi como un hijo para mí, y si alguien me dijera que debo volver a atravesar todo ese infierno para protegerte, lo haría sin pensarlo.

Trago saliva ante esa perspectiva.

—Me he pasado toda la vida siendo un malagradecido, ¿verdad? Tengo la mejor familia del maldito mundo y no la he sabido valorar.

—Cariño, ningún Jackson es perfecto. Lo importante es que, a pesar de las diferencias, los problemas y las discusiones, tenemos la certeza de que daríamos la vida los unos por los otros. Siempre que sea necesario, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—Muy bien. —Coge mi mano y se la lleva a los labios para dejar un beso sobre mis nudillos—. Ahora ve y déjame pasar tiempo con mi chico.

—Por Dios, tía, Andrew tiene como cincuenta. Además, ¿por qué te gusta tanto? ¡El tipo da miedo que te cagas!

—Esa es la idea, sobrino —responde la voz del agente federal a mi espalda.

Pongo los ojos en blanco y me vuelvo en su dirección. Andrew está apoyado contra el marco de la puerta de la habitación, con los brazos cruzados. Resulta casi anticlimático verlo con unos vaqueros rotos y una simple camiseta blanca. Por supuesto, las botas de trenzas siguen dejando claro que el hombre es un tipo rudo, pero la sonrisa torcida que me dedica bajo esa barba de cazador ya no me resulta tan aterradora como antes.

Supongo que haber recuperado a su chica ha sido un buen aliciente para cambiarle el humor estos últimos días.

—Retiro lo dicho. Ya no das miedo. Un poco de desagrado, quizás.

—Cuidado con lo que dices. Todavía estoy a tiempo de hacerte pasar un par de días en la cárcel como castigo.

Me pongo de pie, ladeando una sonrisa.

—Suerte con eso, anciano. Yo no he cometido ningún delito.

—Ah, ¿no? —Andrew enarca las cejas. Se adentra en la habitación y rodea la cama de mi tía—. Porque correr en carreras clandestinas puede contar como uno muy grave, muchacho.

Mi tía deja escapar una carcajada.

—Presiento que ustedes dos —Nos señala de forma simultanea—... van a llevarse muy bien.

—Lo dudo —decimos al unísono, y casi igual de sincronizados, ponemos los ojos en blanco.

Mi tía se vuelve a reír.

—Claro, claro. —Sacude la mano en mi dirección—. Anda cariño, ve a besuquearte con tu chica en la habitación de al lado y déjanos solos.

Resoplo, pero estoy sonriendo. Los chismes definitivamente vuelan en este hospital.

—Sí sabes que somos hermanos, ¿verdad?

La sonrisa de mi tía se tambalea un poco, pero no tarda mucho en alzarse de nuevo.

—Lo sé.

—¿Y...?

—¿Y qué?

—¿Por qué a nadie aquí parece importarle demasiado ese hecho? —le pregunto, realmente desconcertado—. ¿No se supone que deberías estar diciéndome que lo nuestro está mal?

—¿Por qué está mal que estés con tu hermana, Oliver? —me devuelve ella, y su entonación me deja claro que es una pregunta retórica.

—¿Por qué es mi hermana, tal vez?

—¿Has leído lo que dice el antropólogo Claude Lévi-Strauss sobre el tabú del incesto?

—Lo he hecho —«Hace solo un par de días, cuando ese tema me estaba volviendo loco».

Pero eso no importa.

—Muy bien. Pues yo también. Y aunque no lo hubiera hecho, seguiría creyendo que no tiene sentido pedirte que dejes de quererla. Eso no va a pasar, cariño. —Tía Cristina sonríe de nuevo, y yo no necesito más respuesta que esa.

Porque es la verdad: eso no va a pasar.

Un segundo después estoy saliendo de la habitación y cerrando la puerta. La sonrisa se me borra cuando me fijo en una de las personas que se acercan por el pasillo de camino a la habitación de al lado.

—¡Oliver! —saluda Jessica, llegando a mi lado y plantándome un sonoro beso en la mejilla—. Me alegra verte. Supe lo de tu padre y tu tía. Espero que estén bien.

—Hola, Jess. —Mi saludo es mucho menos alegre—. Mi tía se está recuperando y papá sigue en coma inducido, esperamos que despierte pronto. ¿Vienes a ver a Emma?

—Sí, a eso hemos venido —responde ella, echándole un vistazo a su acompañante—. Pero puedes pasar tú primero, Ezra. Seguro que Em se alegra mucho más de verte a ti que a mí. Yo espero mi turno aquí afuera.

Los ojos del pelinegro se encuentran con los míos y... nada más. Solo me mira sin ningún tipo de emoción visible antes de asentir en dirección a Jess, y atravesar la puerta de la habitación de mi chica con un ramo de rosas naranjas en la mano.

—Hola, preciosa... —lo escucho decir antes de cerrar la puerta a su espalda.

«Maldito imbécil».

Estoy a punto de atravesar la madera y hacer alguna mierda de la que seguramente me voy a arrepentir, pero Jessica tira de mi mano en dirección al juego de sillones que hay junto a un ventanal, salvándome de mi propia impulsividad.

Respiro profundo y me obligo a recordar que no tengo derecho a montar una escena. Que él es solo un amigo. Y que oficialmente la salvaje y yo seguimos sin ser otra cosa que medios hermanos.

Eso lo confirmamos con una prueba de paternidad.

Los chicos y yo autorizamos que le tomaran una muestra a mi padre y Emma entregó la suya a voluntad. Supongo que, en el fondo, una parte de nosotros esperaba que el resultado del examen no arrojara un 99% de coincidencia.

Emma es, sin lugar a duda, una Jackson. Pero esa no es una noticia que no planeamos hacer pública.

—Te noto muy tenso, guapo —La voz de Jessica me despierta del trace—. ¿Qué tienes?

Mis ojos se desvían hacia la puerta de la habitación y vuelvo a tensar la mandíbula.

—Nada.

—Tremendo triángulo amoroso el que se traen ustedes, ¿eh?

—No hay ningún triángulo amoroso aquí, Jessica. —La miro, y aunque me sigue pareciendo una chica jodidamente guapa, no hay nada en ella que mi invite a quedarme—. Ellos solo son amigos.

—Amigos que se besan en la boca, claro.

—¿Qué has dicho?

Ella niega con la cabeza.

—Nada, nada. No me hagas caso.

—No. Dime. —Me giro sobre el sofá para mirarla de frente.

A su espalda, las vistas del pueblo se llenan con los colores del ocaso.

—No quisiera pecar de entrometida, Oliver. En serio. No es mi problema.

—Vamos, Jess, solo di lo que tengas que decir. —Le dedico una sonrisa que se aleja mucho de la amabilidad—. Ambos sabemos que quieres hacerlo.

Ella suspira dramáticamente, echándose el cabello de nuevo hacia atrás.

—Vale, pero que conste que solo te lo diré porque eso de estar jugando a dos bandos me parece muy bajo. Ezra es un buen chico, y tú... —Acaricia mis tatuajes con una de sus largas uñas— estoy segura que tú también lo eres, guapo.

—No estoy tan de acuerdo con eso, pero adelante.

—Bueno... como ya te lo había mencionado antes, estoy bastante familiarizada con las idas y venidas en la relación de esos dos. Sin embargo, después de la pelea en el parque, estuve casi segura de que finalmente ella lo había dejado por ti.

—Vale.

Me muerdo la lengua para no decir que ella lo había dejado mucho antes de que nos encontráramos en el bar.

—Bien, pues básicamente eso. Creí que ellos dos ya no tenían nada, y por eso me sorprendí tanto cuando...

—¿Cuándo qué, Jessica?

—Cuando los vi besándose en la habitación del personal —dice, apartando la mirada—. El mismo día que le dispararon a tu padre en la fábrica.

Se me tensa la mandíbula, pero antes de que alguna palabra consiga salir, la puerta de la habitación se abre de nuevo y Ezra sale de ella. Esta vez con las manos vacías.

—Jess, ¿entrarás a saludar?

—Claro. —La pelinegra lo mira un segundo antes de regresar a mí su atención y agregar en un tono más bajo—: No estoy segura de en qué punto se encuentran Emma y tú. Pero está claro que no eres el único para ella, guapo. Lo siento.

Después de eso se inclina, besa mi mejilla —demasiado cerca de mis labios—, y se pone de pie.

—No pienso demorar demasiado —le dice a su compañero antes de entrar en la habitación con un—: ¡Hola, hola, bella durmiente! Te he traído un regalo...

La puerta emite un sonido fuerte al cerrarse, pero Ezra y yo estamos demasiado ocupados asesinándonos con la mirada para reaccionar ante nada.

O al menos yo lo estoy.

«Los vi besándose en la habitación del personal... El mismo día que le dispararon a tu padre en la fábrica».

Si eso es cierto, entonces tuvo que haber sido justo antes de ella se apareciera en mi habitación. Antes de que discutiéramos. Antes de que confesara que me amaba. Antes de que estuviéramos a punto de hacer el amor.

Maldición. Nada de esto tiene ninguna lógica. ¿Por qué coño besaría a su ex cuando ya tenía claro que estaba enamorada de mí? ¿Y por qué... aun así, no consigo descartar esa idea de inmediato?

Decido que la única manera de saberlo es preguntándoselo directamente, así que me pongo de pie. Él parece leer mis intenciones, porque comienza a acercarse sin que se lo pida, y cuando finalmente estamos frente a frente, es el primero en hablar:

—Hace días que quiero disculparme contigo, Oliver.

—¿Por qué? ¿Por casi matarme de una contusión cerebral? ¿O por besar a mi chica el otro día? —«Que prácticamente se siente igual».

Mi maldita cabeza parece estar a punto de estallar.

—¿Q-qué...? ¿De qué estás hablando?

—¿Qué? ¿Entonces no es verdad? —Me cruzo de brazos, dando un paso más cerca de él—. ¿No la besaste el viernes pasado, en la habitación del personal?

—¿Ella te lo dijo? —La pregunta es como una patada directa a mi estómago.

Maldita sea, es verdad.

—Jodido cabrón... —siseo, lleno de una corriente que solo podría compararse con veneno en mis venas—. La besaste sabiendo que estaba conmigo.

—Básicamente sí, pero no por las razones que tú estás pensando. —El muy cobarde retrocede—. Ella debió habértelo explicado, ¿no?

—¿Explicado qué?

Ezra parece tener intenciones de responder, pero en eso Jessica vuelve a aparecer en escena.

—Listo, bebecito. —La pelinegra entrelaza uno de sus brazos con el suyo y me sonríe—. Ya podemos irnos.

—Vale... —le responde dubitativo, sin dejar de mirarme—. Deberías hablarlo de nuevo con ella, ¿sabes? Seguro puede explicarte mejor que yo como fueron las cosas.

No dice nada más antes de darse la vuelta y recorrer el pasillo de regreso al elevador junto a Jessica. Esta se vuelve a medio camino para guiñarme un ojo antes de seguir avanzando con un contoneo de caderas como si no acabara de arruinarme el maldito día.

Sopeso la idea de volver a la habitación de Emma y enfrentarla inmediatamente por esto. Pero soy consciente de lo alterado que estoy ahora mismo. Así que, en su lugar, decido visitar a papá en la unidad de cuidados intensivos.

De camino en el ascensor reviso mi teléfono y descubro varias llamadas perdidas de Alessa y algunos mensajes que no me tomo la molestia de leer.

El día siguiente al rescate en la cabaña finalmente decidí atender a sus llamadas. La escena había sido transmitida en noticieros a nivel nacional. Era lógico que, como amiga, se encontrara preocupada. Así que decidí apartar de mi mente los recuerdos de nuestro último encuentro en la habitación de mi padre y hablé con ella.

Fue incómodo, lo admito.

No me había estado tomando demasiado tiempo para darle vueltas a la idea de que Alessa tuviera sentimientos reales por mí, pero tampoco era algo en lo que no había pensado tras su partida.

Las cosas entre nosotros eran una maldita pasada antes de todo este drama, pero, sobre todo, antes de que yo decidiera apostar contra la salvaje y terminara rindiéndome ante su victoria.

En ese momento, Alessa solo quiso saber cómo me encontraba. No hubo nada más, pero casi podía sentir todas las palabras no dichas asechándome cuando corté la llamada con la promesa de hablarle si algo pasaba.

No le pregunté por esas sospechas de las que antes me había hablado y ella no hizo nada por sacar el tema.

No había recibido más llamadas de su parte. Hasta hoy.

Cuando las puertas del elevador se abren en la sala de espera privado, veo a Aaron y mis hermanos, sin embargo, con ellos también se encuentra alguien a quien solo recuerdo haber visto una vez durante el último par de meses que he estado en el pueblo.

—Oliver —me saluda el hombre, dando un paso en mi dirección—. Quizás no te acuerdes de mí, yo soy...

—Daniel Taylor —lo interrumpo—. Por supuesto que lo recuerdo.

El hombre asiente, mirándome con unos ojos verdes idénticos a los de su hija menor, y la inteligencia de un hombre de negocios.

—Es bueno saberlo después de que casi matas a mi hijo de una golpiza —dice con una sonrisa ladina que me recuerda al cornudo de Adam.

—Si espera que me disculpe por defender a mi amigo...

—No estoy esperando nada —me corta—. No es ningún reproche, muchacho. Mis hijos saben que, si inician una pelea, deben estar dispuestos también a perderla. Tú, sin embargo, ya has ganado dos que ni siquiera has comenzado. Estoy bastante impresionado.

Es evidente que con la segunda pelea se refiere a la que tuve con el «ex» de Emma la noche que entré al bar para esperarla, pero...

—Esa última creo que se pudo haber definido como un empate —le digo.

Porque de haber ganado, el imbécil de Ezra habría quedado inservible, y no me gusta llevarme méritos que no me corresponden.

—A mí me parece que, si al final te quedaste con la chica, puedes considerarte un ganador. —Coloca una mano sobre mi hombro mientras hace ademán de pasar a mi lado—. Créeme, te lo dice alguien que ha perdido en el pasado.

Quisiera preguntarle a qué se refiere, pero entonces él alza la voz para despedirse de los demás y hacerle prometer a mi hermana que le avisaremos cuando mi padre despierte.

—¿De qué estaban hablando con el socio de papá, hermanito? —me pregunta Kate con una mirada curiosa en cuanto el hombre desaparece tras las puertas del ascensor.

Sacudo la cabeza.

—Chorradas.

🌴🌴🌴

Una hora después, cuando decido que ya estoy lo suficientemente calmado para regresar a la habitación de Emma, me encuentro con un doctor y una al pie de su cama.

Anny está sonriendo como si le hubieran dado la mejor noticia del mundo. La salvaje me mira al entrar y también me sonríe.

—Debe cumplir a cabalidad con los ansiolíticos que le han sido prescritos, señorita Clark, y ponerse en control con un terapeuta a la brevedad, ¿de acuerdo?

Ella asiente con obediencia.

—De acuerdo.

—Muy bien. Confiamos en que cumplirá con su palabra. De momento no nos queda más que desearle un feliz regreso a casa.

—Gracias, doctor. —Es Anny quien le contesta, acunando su mano entre las suyas—. Ha sido usted muy bueno con mi nieta durante los últimos días.

—Nada que agradecer, señora Bell. Su nieta se ha portado como una paciente ejemplar. —El hombre le guiña un ojo antes de indicarle a la enfermera que comience a retirar de su cuerpo todas las vías endovenosas y los cables que monitorean sus signos vitales—. Cuídese mucho, señorita. Espero no tener que verla de nuevo por acá.

—No lo hará —le contesto yo, incluso antes de ser consciente.

Debería atribuírselo al instinto protector que, por muy cabreado que me encuentre con ella ahora, no me impide pensar en protegerla.

—Por supuesto. —El doctor me sonríe antes de mirarla a ella—. Su novio se encargará de hacerla cumplir con su palabra, señorita Clark.

—Son hermanos, doctor —Anny lo corrige y la cara del hombre se tiñe de rojo, mirando entre ambos, repetidas veces.

—L-lo siento, no lo sabía.

—No se preocupe. —Anny lo toma del brazo—. Venga, lo acompaño a fuera. Oliver, querido, ayuda a Emma a recoger sus cosas —agrega al pasar por su lado y salir de la habitación con el médico de edad avanzada.

El pobre no vuelve a mirarme, pero lo entiendo. Supongo que haber entrado a la habitación esta mañana mientras Emma y yo nos encontrábamos a mitad de una sesión de besos justifica su conmoción.

—Al fin podré salir de esta cama. ¡Yei! —exclama ella con una sonrisa, al tiempo que la enfermera se encarga de colocar una bandita en donde antes se encontraba una aguja atravesando sus venas.

—Sí, me alegro por ti, Granger —le digo, aunque con mucha menos emoción que la suya.

Su ceño se frunce casi al instante.

—¿No te alegra la noticia?

—Por supuesto que me alegra. —Le doy la espalda y me pongo a recoger algunas de sus cosas, evitando su mirada.

La enfermera termina su trabajo y le indica que ya puede ir a cambiarse la bata. Luego abandona también la habitación. Por el rabillo del ojo veo a Emma tomar una camiseta, vaqueros y par de zapatillas. Pero antes de cruzar la puerta del cuarto de baño se vuelve en mi dirección.

—¿Va todo bien, Oliver?

—Todo bien. —Mi sonrisa no parece ser lo suficientemente convincente para una chica tan perspicaz como ella, porque entrecierra los ojos en mi dirección.

—Qué maravilloso doctor, ¿no? —dice Anny entrando de nuevo a la habitación, e interrumpiendo así cualquier réplica que la salvaje estuviera pensando soltarme—. Vamos, cariño, ¿qué estás esperando para vestirte?

Emma me dedica una última mirada curiosa antes de perderse tras la puerta del baño.

🌴🌴🌴

El camino de regreso a casa transcurre en un incómodo silencio que solo se ve interrumpido por los parloteos de Anny sobre lo guapo que le ha resultado el doctor y de cómo se las ingenió para darle su número.

Sinceramente, dudo que el viejo la llame para tener una cita después de lo que sabe sobre nosotros. El crucifijo que llevaba colgando del cuello es la prueba de que, a pesar de ser un hombre de ciencia, tiene creencias bastante religiosas.

No digo nada porque me da pena arruinar las ilusiones de una anciana, y porque si soy sincero, no tengo muchas ganas de hablar.

Emma se subió al asiento trasero para darle a su abuela comodidad, y cada que sus ojos se encuentran con los míos en el espejo retrovisor, siento que el estómago se me revuelve.

Y es una mierda.

Caer por alguien sin un jodido paracaídas lo es.

De pronto me siento enfermo imaginando el momento en el que sus labios se encontraron con los de otro, lo que ella sintió mientras se besaban. ¿Por qué, maldita sea? ¿Por qué?

Estaciono en la plaza de aparcamiento de su casa. La noche ya ha comenzado a caer, pero las luces de las farolas siguen estando apagadas. Rodeo el auto para ayudar a Anny a bajar. Ella me lo agradece con una sonrisa y un par golpecitos en la mejilla. Luego sigue el caminillo de piedra que conduce al pórtico de la casa con el puto ramo de flores naranjas en las manos.

Emma baja tras ella, cargando con un pequeño bolso que le quito de las manos y me cuelgo al hombro mientras la ayudo.

—Puedo caminar sola. No estoy inválida.

—Vale. —Doy un paso al frente para adelantarla, pero ella me toma de la muñeca, impidiéndomelo.

—¿Vas a decirme qué demonios te pasa o nos pasaremos otra media hora sin hablar ahí dentro?

—No me pasa nada.

—Por favor, Oliver, es evidente que no soy la única aquí que no tiene talento para mentir.

—¿Tú crees? Porque en el último par de horas he estado reconsiderando eso de que mientes fatal.

Enarca las cejas y separa los labios, pero en eso Anny pregunta desde la puerta que si no pensamos entrar.

—En un momento, abue —le grita Emma de vuelta antes de arrastrarme junto al árbol de cerezo que decora el jardín. Un montón de pequeñas flores rosadas cubren el pasto bajo nuestros pies—. ¿Qué quieres decir exactamente con que estás reconsiderando eso de que miento fatal?

Se cruza de brazos y me mira con los ojos entornados.

—No sé. Solo piénsalo, ¿hay algo con lo que no hayas estado siéndome completamente sincera los últimos días?

—¿Pero... de qué estás hablando, Oliver? Porque si te refieres a los últimos días que me pasé inconsciente en una cama de hospital, dudo que haya mucho que decir al respecto.

—No me estoy refiriendo a esos días.

—¿Puedes ser claro de una jodida vez y decirme de qué me estás hablando? No me estoy enterando de nada y creo que tenemos edad suficiente para dejar atrás esta clase de jueguitos.

—La única que parece estar jugando a dos bandos aquí eres tú, Emma. —Me arrepiento al instante de esas palabras, no era así como tenía pensado tener esta conversación.

Pero el orgullo tampoco me deja retractarme, así que simplemente espero. Espero a que me diga que estoy loco. A que lo niegue. Incluso a que me dé una maldita bofetada por idiota. Pero lo que ella hace es dar un paso atrás, asintiendo con lentitud.

—Todo esto es por Ezra, ¿no es así? —Se ríe sin nada de gracia—. Sigues sintiendo celos de él.

—¡¿Y cómo mierda esperas que no esté celoso cuando te besaste con él a mis espaldas? —estallo finalmente, y con esas palabras, un maldito escozor me recorre la piel—. Te pasaste toda una jodida semana ignorándome, pero tuviste tiempo para besar a tu ex. ¿Qué debería pensar al respecto?

—Nada. No deberías estar pensando nada y en su lugar preguntarme por qué demonios lo hice.

—Muy bien, Emma. —Mis brazos se abren en una invitación—. ¿Por qué lo hiciste?

—Porque necesitaba una prueba —dice, alzando la barbilla—. Ambos la necesitábamos.

—¿Una prueba de qué? Por Dios. —Estoy a punto de echarme a reír.

—Una prueba de que ya no queda nada entre él y yo —dice—. Una prueba de que nadie en el maldito mundo puedo hacerme sentir lo que tú con un beso. Una prueba de que te amo solo a ti, maldita sea. ¿Te basta eso como respuesta, Oliver?

Esas palabras consiguen derribar la primera de mis barreras, joder. Aun así, no puedo dejar de preguntarme...

—¿Por qué, Emma? Si no significó nada, ¿por qué no me lo dijiste?

—¿Cuándo querías que te lo dijera? ¿Cuándo me vine corriendo a buscarte después de eso, para disculparme contigo por ser una cobarde? ¿Cuándo admití que te correspondía? ¿Cuándo descubrimos la vieja fotografía de nuestros padres? ¿Cuándo un agente del FBI apareció al otro lado de la puerta? ¿Cuándo le dispararon a tu padre? ¡¿O cuándo descubrí que eras mi jodido hermano?!

—¿Sois hermanos?

Esa pregunta nos sorprende a los dos. Emma se da media vuelta en busca de la persona que acaba de pronunciarla. Yo ni siquiera necesito hacerlo para comprobar que se trata de...

—Alessa, ¿qué estás haciendo aquí? —Miro tras ella y descubro su silencioso Audi blanco aparcado junto a la acera.

Estábamos tan metidos en nuestra discusión que ni siquiera lo oímos llegar.

—¿Sois hermanos? —repite ella, más fuerte esta vez.

—Eso no importa —le digo, dando un paso delante de Emma—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Estudio su rostro sin maquillaje. Luego me fijo en el resto de su aspecto, que nada tiene que ver con la forma tan deslumbrante en la que ella suele vestir a diario. Trae puestos unos pantalones deportivos que le he visto antes para dormir, una camiseta negra que reconozco como esa que una vez dejé olvidada en su dormitorio, y unas zapatillas de estar por casa.

Me preocupo al instante.

—¿Qué pasa? —le pregunto—. ¿Por qué vienes así?

Alessa vuelve a centrarse en mí, y con eso, parece recordar el motivo de su presencia.

—Lo sabrías si revisaras tu celular —dice, estampándome una uña en el pecho—. ¡Llevo horas marcándote, capullo!

—Un momento. —La tomo de las muñecas— Necesito que te calmes un poco, ¿vale?

—¡¿Qué me calme?! —grita más fuerte—. Lee los malditos mensajes y dime si debería estar calmada, Oliver.

—Joder. —Me revuelvo el cabello antes de sacarme el móvil del bolsillo—. No sé por qué simplemente no me lo dices y ya.

—Maldición, solo lee. —Alessa se cruza de brazos y el movimiento insistente de su pierna consigue ponerme más nervioso, si cabe.

Le dedico a Emma una mirada reojo, preocupado por su silencio, pero ella solo se limita a mirarme mientras yo desbloqueo la pantalla y encuentro el chat que comparto con Alessa. Me centro únicamente en los últimos veinte textos que he recibido de ella en las últimas horas, en la mayoría solo me pide que conteste el maldito teléfono, pero en los últimos...

—¿Qué mierda...? —murmuro, alzando la mirada de nuevo—. ¿Qué mierda, Alessa?

—Está bastante claro, ¿no? —Las palabras le salen temblorosas—. Te dije que tenía mis sospechas. Y ahora simplemente pude confirmarlas. Lo siento.

—¿Que lo sientes? —repito, sintiendo que se me hiela toda la sangre en las venas—. ¿Sientes estar jugándote con algo tan malditamente imposible como esto?

—¡No es imposible! Sé que es difícil de creer para ti. Para mí también lo fue, pero créeme que he tenido que comprobarlo con mis propios ojos para estar segura. ¡Para estar aquí!

—No es posible... —insisto, bajando la vista de nuevo a la pantalla.

—Joder, Oliver. ¿Estaría aquí, así de asustada, si no fuera verdad?

—¿Por qué coño no me hablaste de esto después de mi cumpleaños, cuando viniste?

—Espera, ¿qué? —Emma se mete por primera vez en la conversación—. ¿Ella estuvo aquí después de tu cumpleaños?

—¿No lo sabías? —Es Alessa quien le responde—. Me encontraba en su cama cuando dejé un «Like» en esa fotito vuestra.

—¿Eso es verdad? —Emma pregunta, mirándome directamente a mí.

«Mierda».

—Lo es, pero yo no estaba en la cama con ella. Te lo juro. Me estaba duchando.

—¿Te estabas duchando con ella en la misma habitación? —Su cara pasa de la desconfianza al cabreo en una fracción de segundo.

—Tranquila, niñata, que tu novio no tiene nada que no haya visto un millón de veces ya.

—Alessa, para de una maldita vez.

—¿Por qué? ¿Tienes miedo que de pronto la psicópata de la que estás enamorado saque una pistola y me mate a mí también?

—¿Cómo me llamaste? —pregunta Emma con lentitud, dando un paso amenazante en su dirección.

Tengo que interponerme entre ellas antes de que se terminen matando.

—Eso, capullo, controla a tu loca.

Esta vez no puedo hacer nada para impedir que Emma estire su mano por encima de mi hombro y tire del pelo de Alessa con todas sus fuerzas. La modelo chilla, clavando sus uñas en el brazo de la salvaje.

Necesito controlar mi fuerza para no lastimar a ninguna cuando las empujo en direcciones opuestas.

—¡Paren ya, joder!

—No me conoces si crees que no voy a responder a los insultos de esa maldita jirafa —me espeta Emma, intentando atacarla de nuevo.

—No puede ser insulto si lo que estoy diciendo es solo la verdad.

—Alessa, ¡ya cállate, ¿quieres?! —Me vuelvo de espaldas a ella para controlar a Emma, que parece ser la que tiene más afán por sacarle los ojos. La sujeto por los hombros—. Granger, mírame, no puedes dejar que las palabras te afecten así. Recuerda lo que hablamos. Tú no estás loca. No lo estás, ¿me oyes?

Sus ojos se quedan fijos en los míos durante un par de segundos, luego parpadea, alejando las lágrimas de la misma forma en la que sus manos me alejan a mí.

—No me toques. —Empuja mi pecho y se echa hacia atrás. Luego mira tras mi espalda—. Y tú, lárgate de mi propiedad.

Alessa enarca una ceja en mi dirección.

—Entonces, capullo, ¿piensas hacer algo respecto a lo que te he dicho o simplemente te quedarás ahí, cuidando que tu novia no monte otra escena?

Esta vez Emma solo se limita a cerrar los puños con fuerza. Me acerco a Alessa y la tomo del brazo. Necesito poner distancia entre ambas, y la mejor forma es acercándome con ella a su auto.

—¿Por qué estás haciendo esto, Alessa? —le pregunto cuando ya estamos en la acera—. ¿Intentas llamar mi atención? Porque si es así, te advierto que lo que me estás diciendo para conseguirlo es una auténtica putada.

Alessa deja escapar una carcajada tan amarga como la hiel.

—¿Tan mal concepto tienes de mí para creer que sería capaz de inventarme algo como esto? —Abraza su vientre, negando con la cabeza—. El mundo tiene razón al decir que eres gilipollas, Oliver Jackson.

Me revuelvo el cabello, frustrado.

—Suponiendo que no me estés mintiendo, entonces tiene que haber un error —le digo—. Te habrás confundido. Lo habrás visto todo mal. ¡Qué sé yo, Alessa! Pero nada de esto tiene sentido.

Ella me sonríe, irónica.

—Cuando me contaste lo de tu madre, aquella noche loca en la piscina, realmente fui tan ilusa de creer que todo eso tenía que ser una señal. ¿Qué probabilidades había de enamorarte de alguien cuya madre también había muerto en el parto? —Sus ojos se llenan de lágrimas y de nuevo yo no sé qué coño hacer—. Por muy retorcido que parezca, creía que eso nos convertía en almas gemelas. Que gilipollez, ¿verdad? Ahora sé que al igual que nuestra amistad, eso también era una mentira.

—Alessa, espera...

—Vete a la mierda, Oliver. —Se aparta de mi mano y se sube al vehículo—. No te necesito. Voy a enfrentarme a esta mierda yo sola, incluso si muero en el intento.

—¿Te puedes calmar, maldita sea? —le pido, notando que la mano le tiembla cuando introduce la llave en el contacto para encender el motor.

Las luces de los faros iluminan la oscuridad en la que ahora se ha sumido la calle.

—¡Y una mierda me voy a calmar! Estoy aterrada, pero a ti eso te da absolutamente igual. Incluso cuando me encuentro metida en este lío por culpa tuya. —Esta vez no intenta contener las lágrimas—. Anda, ve. Sigue viviendo una mentira con tu hermanita. ¡Y que seáis muy felices mientras puedan!

—Alessa, por Dios, cálmate y hablemos de esto.

—Que te den, capullo. —Eso es lo último que me dice antes de pisar el acelerador.

Mi primer instinto es seguirla, pero tras dar algunos pasos de pasos entiendo que hacerlo sería completamente inútil, así que termino quedándome aquí, como un imbécil a mitad de la calzada, hasta que los faros traseros de su auto se pierden en la oscuridad de la noche.

«¿Qué mierda acaba de pasar?».

Me vuelvo hacia Emma y la descubro sentado en los escalones del pórtico con la cabeza escondida entre las manos. Enciendo un cigarrillo y me lo llevo a los labios mientras recorro la distancia que nos separa.

Una que después de todo esto, ahora parece ser demasiada.

Dejo escapar la primera calada justo antes de tomar asiento a su lado. Ninguno de los dos dice nada por lo que parece una eternidad, y cuando el silencio finalmente es interrumpido, no es a causa de nosotros.

Los ojos de Emma se mueven a la pantalla de mi celular al mismo tiempo que lo hacen los míos.

—Kate... —digo al ver la cara de mi hermana iluminando la pantalla.

—Atiéndele. Puede ser importante.

Obedezco porque tiene razón. Aun así, cuando me llevo el aparato al oído y contesto con un escueto «Dime», el corazón me esté palpitando de miedo.

Es papá —dice mi hermana—. Acaba de despertar y quiere ver a todos sus hijos. Eso también incluye a Emma.

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¡Pero qué está pasando Dios mío!

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Besitos ♥

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