Capítulo 4. «Pueblo chico, infierno grande»
«Pueblo chico, infierno grande»
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OLIVER
Las últimas palabras que me dijo la salvaje se repiten en mi mente una y otra vez.
«...conmigo ni te la creas, modelito de pacotilla»
No me hace falta ser un genio para interpretarlas como un muy educado «Vete a la mierda».
La verdad, no sé qué esperaba recibir cuando me puse de pie y vine tras ella, pero claramente no esto.
No cuando estaba seguro de haber visto el mismo deseo en sus ojos que tenían los míos cuando se encontraron con su cuerpo en lo alto de la barra.
Es imposible que me haya equivocado tanto, lo sé. Pero tampoco entiendo qué pude haber hecho tan mal para que ella —como sea que se llame—, terminara despreciándome así.
«¿Existir, acaso?»
No sé cuánto tiempo transcurre desde que la veo perderse entre la gente hasta que finalmente dejo escapar un suspiro y me doy media vuelta para volver por donde vine, solo sé que lo hago con un dolor en las pelotas, una punzada en el pie y el peso del rechazo sobre mis hombros.
El puto primer rechazo que recibo en mi vida.
Pero no bastando con eso, al girarme tropiezo con una chica, y el impacto hace que parte del líquido rosa de su bebida termine salpicando la tela blanca de su vestido.
—¡Mierda! Lo siento. Lo siento mucho. Estaba distraído y... —«Y mi maldita noche no para de ir de mal en peor».
Pero eso último solo lo pienso, porque al levantar la mirada descubro que quizás me esté equivocando. Se trata de una rubia preciosa. Tan preciosa como una jodida muñeca de porcelana.
Aunque parece triste. Muy triste. Y un poquito borracha, eso también.
—No pasa nada. —Me sonríe con timidez—. Yo también estaba distraída.
—No parece que te la estés pasando muy bien. —Ella niega con la cabeza, aunque sigue sonriendo.
—No. La verdad es que no. Pero tal vez eso sea algo que tú puedas solucionar —pronuncia, medio coqueta, medio cohibida—. Después de todo, me debes un trago.
—Lo hago. —Asiento, imitando su gesto—. ¿No te extrañarán tus amigos si te vienes conmigo a mi reservado?
Un destello de tristeza se cruza por su mirada, pero rápido se encarga de ocultarlo.
—No te preocupes por eso. He venido sola.
Todas mis alarmas se activan. Una chica como ella, sola en una discoteca, con al menos un par de cocteles encima, y con ganas de ligar, solo puede ser señal de despecho. Y a mí no me gusta ser el que borra las penas de nadie. Pero..., mierda, es hermosísima.
Aunque no tanto como...
—Soy Oliver —le digo antes de que mis pensamientos regresen a esa jodida pelirroja del infierno—. Y estoy seguro de que esta noche tú y yo nos vamos a divertir.
La rubia se muerde el labio inferior.
—Yo también lo estoy. —Me extiende su mano en un gesto formal pero divertido—. Mi nombre es Elizabeth, por cierto.
—Elizabeth —repito con lentitud, tirando de su mano y acercándola lo suficiente a mi cuerpo como para dejar claras mis intenciones—. Tienes un nombre de abeja reina.
—Y tú un acento de ciudad inconfundible —repone ella, muy cerca de mi oído—. ¿De dónde eres?
—Aquí lo importante no es de dónde soy, sino a donde te voy a llevar.
—Ah, ¿sí? —Me mira arqueando una ceja, y el destello blanco de las luces me permite apreciar con claridad el tono verde de sus ojos—. A ver, Oliver, ¿a dónde pretendes llevarme?
—Al puto cielo, preciosa. —Le guiño un ojo y aprovecho su silencio para guiarla por la espalda hasta mi reservado.
Lo que no me esperaba al hacer esa promesa, era que después de pasar un rato volando por los aires en medio de charlas banales, risas tontas, caricias inocentes, y besos apasionados, me darían ganas de dejarla caer desde lo más alto del firmamento.
Y es que además de haber sido rechazado por una maldita salvaje que de seguro colonizará mis pesadillas a partir de ahora, acabo de enredarme con una psicópata que después de tres cocteles y un par de tequilas, me está mirando con unos ojos verdes envenenados mientras me riñe por mirarle el culo a una pelirroja que —según ella— acaba de pasar frente a nuestro reservado.
«¡Pelirroja! Como si no existiera otro jodido color de cabello».
Eso sin mencionar que sus acusaciones son completamente infundadas, porque desde que me topé con ella en mitad de la pista de baile, no he tenido ojos para nadie más.
No puedo decir lo mismo de mis pensamientos, claro. Pero por el bien de mi propia integridad, no se lo digo.
—Vamos, preciosa, estás viendo cosas que no son. Yo no estaba mirando a nadie —intento calmarla, acariciando su hombro.
Ella se sacude mi mano con un movimiento brusco y orgulloso.
—¡No me toques! —escupe cada palabra con una mezcla de ira y dolor—. ¡Siempre me dices lo mismo! Estoy cansada de que intentes verme la cara de estúpida. ¿Crees que no me doy cuenta de cómo se te iluminan los ojos cuando la miras?
—Vamos, Elizabeth —le digo, comenzando a perder la paciencia—. No tengo ni puta idea de lo que me estás hablando.
—¡Ja! —exclama con ironía, poniéndose de pie—. ¿Ahora quieres hacerte el desentendido? ¿Ahora me dices que no estás jodidamente loco por ella? ¡Soy rubia, pero no tonta, Ezra!
—¿Ezra? —repito, arrugando la frente—. ¿Quién cojones es Ezra?
Elizabeth se queda paralizada, parpadeando una y otra vez. Entonces, cuando parece finalmente haber caído en cuenta de que la persona que está frente a ella no es quien su mente alcoholizada se está imaginando, hace algo para lo que un hombre jamás en la vida se encontrará preparado: comienza a llorar.
—Joder —mascullo, alzándome del sofá para rodearla con los brazos—. ¿Qué pasa, bonita? ¿Por qué lloras?
—Lo... lo siento —gimotea entre sollozos, aferrándose a mi cazadora—. Soy tan... patética.
—Hey, hey, hey, no digas eso. —Tomo su rostro entre mis manos y la miro a los ojos—. No eres patética. Eres una chica hermosa, inteligente y con un humor de puta madre. Es solo que ahora mismo...
—Estoy siendo patética —repite ella con una risita que se mezcla con la pastosidad de sus mocos. Le ofrezco un pañuelo de papel para que se limpie. Ella lo hace con el cuidado de una princesa y luego me mira—. Estoy horrible, ¿verdad?
—Como un mapache. —Le sonrío—. Un mapache rubio y muy bonito.
La chica suelta una carcajada, negando con la cabeza.
—Perdóname por el numerito, ¿vale? Se me fueron completamente los papeles. Yo... no sé qué me...
—No pasa nada —la corto, aunque claramente pasa de todo. Esta chica tiene toda la pinta de ser bipolar, y hablo desde el punto clínico de la palabra—. ¿Puedo saber quién es Ezra?
Sus labios forman un puchero que me invita a mordisquearle los labios, pero me contengo porque no creo que me convenga demasiado continuar con los planes que tenía para nosotros la noche de hoy.
Esos que nos dejaban a ambos desnudos y sudorosos sobre una cama. No me quiero arriesgar a que en mitad de la diversión ella saque un cuchillo de la nada y acabe con mi vida. Odiaría darle el placer a la prensa de una primera plana sobre el hijo del candidato Jackson siendo asesinado por una rubia psicópata.
—Es mi ex —dice entonces, dándome toda la razón. Una ex loca siempre suele ser peligrosa. Es por eso que yo no tengo ninguna—. Hace un tiempo ya que terminamos, pero...
—Sigues estando enamorada de él —completo, colocando un mechón de cabello detrás de su oreja.
Ella asiente con suavidad.
—Y él sigue estando enamorado de su ex.
—Qué culebrón.
Elizabeth se ríe. Y luce tan preciosa que, aunque sé que yo nunca podría enamorarme de ella —ni de nadie—, me pregunto por qué ese imbécil de Ezra no la querrá.
Y es que, apartando lo de su bipolaridad, la chica resulta ser bastante agradable. Aunque un poquito engreída y mimada.
Todo sea dicho.
—Ya sabes lo que dicen: pueblo chico, infierno grande.
Sonrío, porque tiene razón. Durante las pocas horas que tengo en el pueblo ya he vivido más dramas que en todo un mes en la ciudad.
Y sinceramente, creo que ha sido suficiente por esta noche.
—Vamos, te llevo a casa. No estás en condiciones de conducir.
Ella me mira con una tristeza que no es capaz de ocultar bajo esa sonrisa tímida y ladina que se forma en sus labios.
—Te he espantado, ¿verdad?
—Joder, no. Por supuesto que no —le miento—. Pero tú no estás bien, bonita. Y yo no quiero ser el cabrón que se aprovecha de eso.
—Estás hecho todo un príncipe, Oliver Jackson. —Su sonrisa se amplía.
—Eh, eh, no te equivoques. Que en casa todos me conocen como el chico malo de la ciudad —me juego con ella, acariciando su labio inferior.
Ella se lo muerde tras mi contacto.
—¿Me llamarás algún día? —pregunta entonces, y esta vez parece nerviosa—. Durante tu estadía en el pueblo.
—Solo si prometes no volver a llamarme por el nombre de tu ex —bromeo, y ahora parece avergonzada.
—Te lo prometo. —Ella asiente y se inclina para dejar un casto beso sobre mis labios.
La miro a los ojos, y casi siento pena por no estar siendo sincero. No tengo intenciones de llamarla. Nunca lo hago.
—Vale, entonces andando. —La aparto de mi campo de visión para dirigirme a Ed, pero descubro que el muy cabrón ya no se encuentra en el reservado—. Mierda.
—¿Qué pasa? —inquiere ella, siguiendo el camino de mi mirada
—Que antes de poder largarnos, tendremos que encontrar a mi amigo en medio de todo este desmadre.
🌴🌴🌴
EMMA
—¡Lo siento! —le grito al chico que tropiezo en mi camino al callejón lateral de la discoteca.
Temprano dije que ser buena amiga apestaba, y ahora que Lisa se encuentra en medio de una crisis vomitiva, lo confirmo.
El chico no me responde, pero lo escucho toser el humo de su cigarrillo mientras prácticamente corro con Lisa cogida del brazo hacia el basurero más cercano. El pobre no tiene la culpa de que mi mejor amiga tolere tan mal el alcohol.
Son alrededor de las tres de la madrugada, estoy agotada hasta la mierda, un poquito —muy— borracha, y tener que escuchar las arcadas de Lisa mientras lo expulsa todo de su sistema no me está ayudando a sobrellevar nada. Sobre todo, cuando tengo que sostener su cabello en una coleta y sentir las gotitas de su bilis salpicando sobre mis pies.
—Por Dios, qué asco, vas a hacer que me vomite yo también —le digo, conteniendo mi propia arcada.
Ella se disculpa entre lágrimas y sonidos guturales. Un segundo después vuelve a vomitar. No es hasta que finalmente culmina, que me intereso por mirar a nuestro alrededor.
Y una vez que lo hago, maldigo para mis adentros.
Todo está tan solo y oscuro que apenas distingo la silueta que se nos acerca a través del destello de luz que nos llega desde la vieja farola de la esquina.
—Hola, chicas, ¿está todo bien por acá? —escuchar una voz masculina, después del enfrentamiento que tuve temprano con el cerdo de La cobra, y, además, rodeada de un escenario tan lúgubre, por poco me hace entrar en pánico.
Pero descarto la idea de que nuevamente se trate de ese imbécil cuando la luz amarillenta ilumina el rostro de un chico que reconozco como el que tropecé momentos atrás.
Por un segundo me quedo inmóvil. No porque su cara me genere alguna clase de terror, sino porque los halos de luz casi parecen formar un par de alas a su espalda, dándole el aspecto de un ángel que está muy bueno.
Su tez es morena, su cabello ondulado y oscuro, sus ojos parecen estar resaltando en un verde más tenue que los de mi amiga, pero muchísimo más brillantes, y su perfecta sonrisa sería capaz de derretirme un poquito de no ser por los desastrosos encuentros que tuve la noche de hoy con el cromosoma «Y».
Ahora me resultará mucho más difícil fiarme de un chico. Y mucho más si es guapo.
—Sí, todo bien —me obligo a responder, forzando una pequeña sonrisa.
—¿Segura? Porque esa chica no parece estarlo —dice, señalando a mi amiga, que sigue medio encorvada sobre el basurero.
—Ah, esto. No es nada. Ella solo se pasó de tragos. Las mezclas no son lo suyo —agrego eso último como una reprimenda para ella.
Lisa se defiende lanzándome un manotazo antes de escupir una última vez y limpiarse los labios con el dorso de la mano.
—Oye, ¿te sientes bien? —pregunta el chico con unos ojos preocupados que, para mi sorpresa, parecen sinceros.
Ella se gira en su dirección antes de contestar, y cuando se encuentra con él se queda completamente paralizada. En el sentido literal de la palabra. Lo único que se le mueven son los párpados mientras los abre y lo cierra como si necesitara enfocar al moreno para convencerse de que es real.
—Ahora me siento mucho mejor —dice finalmente con unos ojos brillantes que la hacen ganarse un codazo de mi parte.
Ella reprime un aullido apretando los labios, pero eso no impide que le eche un repaso de la cabeza a los pies.
—¿Segura? —inquiere él, dando un paso más en nuestra dirección—. Luces muy pálida.
—Solo... solo necesito un poco de agua. Es todo.
—Ten. —El moreno le extiende una botella de agua sellada que hasta ahora no había notado que traía en la mano—. Suelo tomarme una después de fumar, pero tú pareces estarla necesitando más que yo.
—Gracias. —Mi amiga se la recibe y él le guiña un ojo en respuesta.
Por la forma en la que sus ojos se iluminan mientras ella bebe de la botella, deduzco que también ha quedado un poquito prendado de su belleza. Incluso cuando todo ese glamur que Lisa posturea a diario acaba de irse literalmente a la basura.
—¿Mejor? —le pregunta cuando ella vuelve a colocar la tapa de la botella.
—Sí. —Le sonríe, tímida—. Ahora solo me queda el amargo sabor de la vergüenza.
El moreno se ríe de la bromita. Yo solo me limito a mirarla mal.
—Tranquila, a todos nos pasa alguna vez —dice él—. Sobre todo, cuando aún no estamos acostumbrados al alcohol.
—Ah, no. Pero es que yo sí estoy muy acostumbrada —repone ella con una sonrisa tonta, pasando un brazo por encima de mis hombros—. Es solo que hoy mi mejor amiga está de cumpleaños y teníamos que celebrar a lo grande.
—Sí, Lisa, mezclando tequila con cerveza y vodka. Qué gran idea —ironizo sobre su oído.
El moreno no parece escucharme, porque me dedica una enorme sonrisa. Sin arrogancia, sin suficiencia, simplemente como un ser humano normal.
—Pues vaya, ¡feliz cumpleaños...!
—Emma —digo ante el tono interrogante de su voz.
—¡Feliz cumpleaños, Emma! ¡Que mejor día para nacer que el día de la independencia nacional!
—¡Oye, eso mismo le he dicho yo! —celebra mi amiga, apapuchándome—. Qué mejor regalo que tener a un país entero lanzando fuegos artificiales en tu nombre, ¿eh?
—No creo que haya uno mejor —concuerda el chico.
—Pues yo sí —murmuro con una sonrisita irónica, recordando la mueca de dolor que se formó en la cara del modelito cuando mi rodilla se encontró con... sus partes más preciadas.
Pero al ser consciente de que nuevamente estoy pensando en él, la sonrisa se me borra. Ni si quiera lo conozco, no en realidad, pero algo en esa mezcla de Badboy y Fuckboy de la que parecía estar hecho, me advirtió que lo mejor para mi seguridad sería marcar las distancias.
No suelo interesarme en chicos como él. Nunca lo he hecho. Y por muy... magnético que el idiota sea, no pienso comenzar ahora.
Además, pensándolo bien, quizás lo único que me hizo quedarme mirándolo como una tonta, haya sido esa particular familiaridad con la que me encontré en sus ojos.
Quizás sea por eso que su imagen no ha dejado de venir a mi cabeza desde que nos separamos en la pista de baile.
Y nada más.
—Vale. Ahora que he comprobado que todo está bien por aquí, no me queda más que presentarme —dice el moreno, extendiendo su mano en mi dirección y trayéndome de vuelta con ese gesto—. Me llamo Edward y soy forastero.
Le devuelvo la sonrisa. Es imposible no hacerlo.
—Emma —digo—. Pero eso ya lo sabías.
—Un placer, chica independencia. —Me guiña un ojo antes de soltar mi mano y sujetar la de mi amiga—. Entonces, ¿tú eres...?
—Lisa —responde ella con una sonrisa que me gustaría poder borrar de su cara.
Pero lo cierto es que por mucho que me provoque golpearla la mayor parte del tiempo, realmente soy incapaz de hacerlo.
—Lisa... —repite el moreno, como saboreando cada una de las cuatro letras de su nombre—. ¿Es el diminutivo de Annalisa o algo...?
Ella le sonríe de nuevo, negando con la cabeza.
—No. Soy solo Lisa. Al parecer mis padres no tenía demasiada imaginación. —El moreno se ríe mientras ella juguetea con el colgante de esmeralda que cae sobre su pecho. Es pequeño, y no llama demasiado la atención. Pero su significado es enorme—. ¿Y cómo es eso de que eres forastero, Edward? ¿De dónde vienes?
—De la ciudad —le responde él, escondiendo las manos en los bolsillos de su vaquero roto—. Un amigo y yo hemos venido a pasar el verano donde su tía. Lo primero que hemos hecho al llegar ha sido parar aquí.
—Pues esto es lo más moderno que van a encontrar en el pueblo —le advierto, apostando mentalmente a que él y su amigo, quien quiera que sea, no serán capaces de quedarse hasta el final del verano.
A los citadinos les cuesta mucho acostumbrarse a la tranquilidad que se respira en el pueblo.
O al menos la que se respiraba antes de que...
Un momento.
Chicos de ciudad, con complejos de superioridad, y recién llegados al pueblo.
«¿Todas las chicas de pueblo son como tú?», me preguntó él.
¿Y quién haría una pregunta cómo esa además de alguien que claramente no vive aquí?
El amigo de Edward no puede ser otro que...
Mi cólico menstrual.
Mi dolor de muelas.
Mi castigo de los dioses.
—Lisa, tenemos que irnos —anuncio sin siquiera pensar—. Ahora.
Edward me mira confuso, pero yo de pronto estoy demasiado desesperada por largarme como para ponerme a dar explicaciones.
Tomo el brazo de mi amiga y comienzo a moverme con ella en dirección a la calle.
—Oye, Em, para un momento, ¿qué pasa?
—Pasa que es tardísimo y mi abuela nos puso un toque de queda.
—Eso no es ver...
—Cállate —la corto en un siseo bajito—. No me discutas en esto y solo vámonos, ¿quieres?
—Pero sí ni siquiera nos hemos despedido de Edward.
—Eso es verdad, no se han despedido de mí —dice el aludido, apareciendo a mi lado.
—Ha sido un placer conocerte, Edward, pe...
—Llámame Ed —me interrumpe él—. Así suelen decirme mis amigos.
Frunzo ligeramente las cejas, sin dejar de caminar.
—Muy bien, Ed. Ha sido un placer, pero Lisa y yo tenemos que irnos a casa ya.
—Aunque no queremos hacerlo —agrega ella, asomándose por un lado para sonreírle.
—Vale. Entiendo que ya es tarde, se tienen que ir y cumplir todas esas cosas de chicas buenas... —bromea, devolviéndole la sonrisa a mi amiga—, pero al menos podrían darme algún número para contactarlas. No lo sé... quizás podamos quedar uno de estos días para que nos enseñen el pueblo.
—Nuestros servicios como guías turísticas están suspendidos hasta nuevo aviso.
—¡Emma! —me riñe Lisa al tiempo que salimos nuevamente a la calle—. Lo siento, mi amiga suele ponerse un poquito pesada cuando le baja la regla.
Le lanzo una mirada asesina, pero por suerte Edward parece tomárselo en broma, echándose a reír.
Dato curioso: no era broma.
—Vale. Ya que tú eres la más amigable. ¿Me das tu número, Lisa?
—No puede —respondo por ella incluso antes de que abra la boca—. Mi gato se comió su teléfono.
Los ojos verdes de Edward se entrecierran sobre los míos. Yo lo ignoro porque me resulta más importante ubicar la fila para los taxis en medio de toda la gente que se encuentra fumando y charlando fuera del antro.
—Muy bien. Suponiendo que te creo... —pronuncia él cuando me detengo con lisa al final de la fila. Por suerte solo tenemos un par de grupitos por delante—. ¿Qué hay entonces de sus cuentas en redes sociales? ¿Facebook? ¿Instagram? ¿TikTok?
—Se las cerraron todas por uso inapropiado. —La sonrisa que le dedico lo hace negar con la cabeza.
Parece divertido, pero también muy decepcionado.
—No le hagas caso a mi amiga —repone Lisa, librándose de mi agarre y dando un paso en su dirección—. Estoy en Instagram como LisaJones21. No se te hará difícil encontrarme. Y si tú y tu amigo necesitan a alguien que les enseñe el pueblo, yo estaré encantada de ayudar. Tengo mucho tiempo libre, y después de todo, hacer nuevos amigos no es ningún pecado —agrega esto último lanzándome una mirada fugaz que me hace poner los ojos en blanco.
Ed le sonríe de lado al tiempo que la fila se mueve. Avanzamos y él lo hace con nosotras.
—Tienes toda la razón, LisaJones21. Hacer nuevas amigas no es pecado —le devuelve el moreno, sin apartar los ojos de los suyos.
Mi amiga le sonríe como tonta, enrollándose un mechón de cabello entre los dedos en un gesto que solo hace cuando se encuentra nerviosa.
Mi paciencia está a punto de agotarse cuando por suerte...
—Nuestro taxi —anuncio al tiempo que un auto de color amarillo se detiene a nuestro costado—. Hora de irnos.
Mi amiga tuerce los labios en una mueca que en otras circunstancias me resultaría adorable. Pero no ahora.
—Bueno, supongo que esta es nuestra despedida —le dice a Ed con un dramatismo que me hace poner los ojos en blanco.
De nuevo.
—De verdad espero que solo sea un hasta luego. —Finalmente sus ojos verdes se fijan en mí—. Lo mismo contigo, chica independencia. Te aseguro que no soy tan malo como para que necesites huir de mí.
—No estaba huyendo de ti —le digo al tiempo que empujo a Lisa al interior del vehículo.
—Ah, ¿no? ¿Entonces de qué? —Edward se rasca la barbilla.
—De un grave error. —Le dedico una sonrisa triste antes de subir al asiento trasero junto a Lisa.
Cierro la puerta y veo la confusión en sus ojos a través del cristal. Mi amiga se enfurruña contra el respaldo con los brazos cruzados mientras yo le indico al conductor la dirección de mi casa.
El taxista hace rugir el motor justo cuando escuchamos un par de golpecitos en el cristal. Lisa prácticamente me pasa por encima para bajar la ventanilla y encontrarse con los ojos aceitunados del moreno, pero para sorpresa de ambas, este solo me está mirando a mí.
—Sabes algo, chica independencia, en la vida a veces existen errores que valen la pena cometer. —Su mirada pasa de la mía a la de mi amiga—. Hablamos por Instagram, LisaJones21 —agrega con un guiño de ojo.
—Hablamos por Instagram, amigo —le devuelve ella, pronunciando la última palabra en español.
Me muerdo la lengua para no decir nada más, intentando convencerme de que lo que haga Lisa no es mi maldito problema. Ni lo que haga el resto del mundo.
Entonces, cuando finalmente el taxista comienza a poner en marcha el motor, una voz masculina pronunciando el nombre de Edward en la lejanía me hace mirar de nuevo en su dirección.
El moreno se vuelve en respuesta y yo sigo el camino de su mirada hasta la entrada de la discoteca, confirmando mis sospechas cuando me encuentro con la figura alta y malditamente atrayente del modelito del demonio avanzando directamente hacia él.
El auto sigue moviéndose y la distancia entre nosotros se va haciendo lo suficientemente grande para estar segura de que, cuando finalmente llega a la posición en la que dejamos a Ed, no debe tener ni idea de que quien se encontraba en el interior del taxi era yo.
Sin embargo, no existe ninguna distancia posible que pueda impedirme a mí reconocer a la rubia malvada con quien ha salido tomado de la mano.
Y es que al final va ser cierto eso de que «Pueblo chico, infierno grande».
El problema es que esta noche, las llamas solo parecen estar quemándome a mí.
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N/A: ¡Hello mis amores!
Opiniones del capítulo Aquí
Nunca pido más que una estrellita y sus hermosos comentarios ♥.
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