Capítulo 38. «Todos guardamos secretos por diferentes motivos»
«Todos guardamos secretos por diferentes motivos»
________________________
EMMA
Una neblina blanca cerniéndose a mi alrededor. Eso es lo primero que veo cuando abro los ojos.
Luego, el sonido constante de un «bit» comienza a tomar fuerza en mis oídos a medida que el manto neblinoso se va despejando y en su lugar me encuentro mirando unas paredes blancas e impolutas.
No me toma más de un segundo descubrir que se trata de una habitación de hospital, pero mucho más que eso intentar recordar cómo es que he terminado aquí.
Mis ojos se desvían de la pared a las máquinas conectadas a mi cuerpo a través de cables que se adhieren a mi pecho, marcando un ritmo cardiaco en la pantalla que parece normal. Luego me fijo en las vías endovenosas que atraviesan la carne de mis brazos y en el goteo constante de los medicamentos suspendidos en el atril.
Me remuevo, comenzando a sentirme aterrada con el agujero negro que se abre paso en mi cabeza. De nuevo.
«Esto no puede estar pasándome de nuevo».
Los ojos se me llenan de lágrimas y me resulta casi imposible ahogar un sollozo. De pronto siento unas manos frías rodeando mi rostro para hacerme girar y un par de ojos azules aparecen frente a mí, llenos de preocupación.
—Hey, nena. ¿Qué pasa? ¿Te sientes mal? ¿Te duele algo?
Niego con la cabeza, pero ahora me resulta imposible parar de llorar. Ver a Oliver desbloquea una parte de mis recuerdos, pero el agujero al final del camino sigue estando ahí. Lo último que recuerdo de anoche es la luz de las cámaras y los autos policiales, cegándome.
Después de eso no queda nada.
—Oliver... —gimo su nombre, y la garganta me escoce al hacerlo.
—Granger... —Su voz se quiebra antes de pasar los brazos bajo mi cuerpo y abrazarme con fuerza—. Joder, nena, si nada te duele, entonces dime qué pasa. ¿Por qué estás llorando?
—No lo sé —murmuro contra su hombro—. No puedo recordar nada. No puedo...
Sus brazos me aprietan más fuerte contra sí y sus manos trazan caricias por toda mi espalda. Aspirar el aroma de su perfume me hace llorar con mayor intensidad.
—No pasa nada, amor, acabas de despertar después de cuatro largos días de sueño. Es normal que no lo tengas todo claro.
—¿Q-qué? —Me separo a abruptamente para mirarlo—. ¿Cómo que cuatro días?
Los labios de Oliver se tuercen en una mueca.
—Fue necesario que te sedaran, Granger. —Me coloca un mechón de cabello tras la oreja—. Esa noche, fuera de la cabaña, sufriste un de tus episodios.
Me echo hacia atrás con tanta fuerza que mi cabeza golpea contra el respaldo de la cama hospitalaria.
—¿Cómo...? —La voz me sale temblorosa—. ¿Sabes de mis episodios?
Oliver aprieta los labios, pero termina asintiendo con lentitud.
—Anny me habló sobre ello mientras dormías —confiesa—. Y no te molestes con ella, no tuvo opción después de que tú... —Deja a medias la frase, tragando saliva.
—¿Después de que yo qué, Oliver? —Me aterra siquiera preguntarlo—. ¿Qué fue lo que hice esta vez?
Él desvía la mirada al sillón junto a la cama, ocupado con su cazadora y unas mantas que supongo estuvo usando para dormir a mi lado durante las últimas noches.
—¿Por qué no me lo contaste antes, Granger? Me habría gustado saberlo de ti.
—Por supuesto, ahora piensas que estoy loca. —Dejo caer la cabeza entre mis manos, sintiendo un nuevo sollozo atascado en mi garganta—. Pero no lo estoy, Oliver, esto es un trastorno, yo no...
—Lo sé —dice, apartándome las manos de la cara—. Y no te estoy juzgando, joder. Nunca lo haría. Simplemente me duele que... no hayas confiado lo suficiente en mí para hablarme de ello.
—Hace años que no sufría un episodio —le digo—. Del último todavía tengo agujeros negros, pero sé lo que hice. Y me sigo sintiendo profundamente arrepentida. Así que dime... —Se me entrecorta la voz—, dime qué he hecho esta vez.
«Porque la amnesia disociativa es una completa mierda, y no recordar nada me está matando».
Durante algunos segundo Oliver no me responde, pero cuando estoy a punto de pedirle que hable de una maldita vez, deja caer la bomba:
—Lo mataste. —Su voz es un susurro—. Mataste al hijo de puta de Jake Anderson.
No doy ni para parpadear.
—¿A qué te refieres con que lo maté? —Es una pregunta estúpida, lo sé, pero es que la idea de matar a alguien...—. Lo último que recuerdo es a él, a punto de matarme a mí.
Oliver vuelve a tragar, como si el mero recuerdo lo atormentara.
—Y estuvo a punto de hacerlo, el muy maldito —admite en un gruñido—. Pero mientras él negociaba con los federales una huida bajo la amenaza de quitarte la vida, yo intenté convertirme en el héroe de tu historia, Emma. Quise ser el protagonista que te mereces. —Sus dedos se acercan para acariciar nuevamente mi mejilla y el instinto me hace cerrar los ojos—. Pero resultó que al final quien terminó salvándome a mí fuiste tú.
Y así, de pronto, lo recuerdo.
Las luces de los vehículos iluminando la noche. El tibio cañón de un arma sobre mi cien. La asquerosa voz de esa serpiente contra mi oído. Andrew exigiendo mi liberación. El malnacido llevándome consigo a la camioneta y entonces... Oliver.
Oliver interponiéndose entre nosotros y la carrocería, con una pistola en las manos, apuntando justo sobre mi cabeza.
—Déjala ir —le había exigido con una voz tan gélida como el hielo—. Déjala ir y arreglemos esto como hombres.
Jake se echó a reír contra mi oído.
—Pero miren nada más, aquí tenemos al causante de todo este alboroto. ¡El príncipe Cobra!
—La única maldita serpiente aquí eres tú. ¡Déjala ir!
—Oliver... —su nombre era una súplica en mis labios. Puede que tuviera un arma en sus manos, pero ya había visto a Jake en acción, y sabía que no le iba a temblar el pulso al momento de dispararle.
—No temas, bonita —me susurró el maldito al oído—. Ya he dicho que ella los quiere a los dos, par de niñatos incestuosos.
Eso último hizo que me removiera entre sus brazos, asqueada por la forma tan despectiva en la que había resumido lo que éramos Oliver y yo. Me sentí enferma. No por el hecho de sentir que estaba mal, sino porque suponer que pare el resto del mundo lo estaba.
Que nosotros éramos un maldito error.
Porque en mi interior... nada había cambiado.
E incluso en ese momento, más que nunca, me di cuenta de cuanto lo amaba en realidad.
El miedo a perderlo estaba congelando la sangre en mis venas, y cuando Jake dio un paso más cerca de él, ignorando las ordenes de los federales, hice exactamente lo mismo que llevo haciendo toda mi vida: construir un muro de protección a nuestro alrededor.
Eché la cabeza hacia atrás con todas mis fuerzas y sentí el crujir de un cartílago contra mi cráneo. El gruñido de dolor que dejó escapar Jake me bastó como distracción para golpear en el brazo con el que sostenía la pistola.
Escuché el metal golpeando las hojas y chillé cuando sentí su otra mano golpeando con fuerza mi cabeza para hacerme a un lado y coger de nuevo la Glock.
Oliver fue más rápido, abalanzándose contra él con el arma aun entre las manos. Lo golpeó en la cara con ella y Jake retrocedió por el impacto. Luego volvió su rostro ensangrentado para mirarlo con una sonrisa macabra.
—Ya veo que heredaste su fuerza, niño bonito. —Escupió un tajo de sangre sobre sus pies.
Y lo siguiente ocurrió tan rápido que apenas pude captar algunos fragmentos de la pelea.
Jake golpeando a Oliver en la mandíbula y enviándolo al suelo.
Oliver asentándole un rodillazo al estómago cuando se abalanzó sobre él con la intención de quitarle su arma.
El gruñido de dolor que Oliver dejó escapar mientras Jake le retorcía la mano para que la soltara.
Un par de brazos tomándome por detrás para alejarme de ellos.
La maldita serpiente logrando su cometido.
El terror abriéndose paso en mi pecho y dándome fuerzas para liberarme de los brazos del agente Scott.
Mis rodillas arrastrándose por la tierra en busca de la pistola con la que Jake había amenazado quitarme la vida.
Mis ojos apuntando a su cabeza mientras los suyos apuntaban a la del chico que amo.
Y luego... ¡Bam!
—Le volé los sesos —digo en un jadeo, abriendo los ojos—. Le volé los malditos sesos y... no paré ahí.
—No... —Oliver traga saliva—. No paraste hasta descargar el cartucho completo en su pecho. Y cuando ya no quedaron más balas, usaste los pies para patearlo. Y luego de eso...
—Basta —lo corto, apretando los párpados y sacudiendo con la cabeza. No quiero recordar nada más. Casi habría sido mejor no haberlo hecho—. Ahora soy una asesina.
«Y, además, ha quedado grabado».
—Hey, escúchame. —Oliver toma mi rostro entre sus manos y me obliga a mirarlo—. No tienes razones para sentirte culpable. Al contrario, me salvaste la vida. Estoy aquí por ti, brujita.
—Lo sé. —Apoyo mi frente contra la suya—. Pero todo lo demás que hice fue innecesario. Él ya... ya había muerto con el primer disparo.
—Lo sé —repite él—. Pero piensa en que ese hijo de puta se lo merecía. Secuestró a mi tía, luego también a ti, y casi mata a Steven y a papá.
«Mierda, ¿cómo no había pensado antes en ellos?»
—¿Entonces... lo lograron? —Me echo atrás y lo miro—. ¿Todos ellos?
Oliver asiente en respuesta y siento mi pecho liberarse de la presión.
—Dieron con mi tía a medio kilómetro de la cabaña. Eso fue lo más lejos que pudo llegar sin desmayarse después de que Steven la ayudara a salir por una de las ventanas.
—Dios mío, Oliver, ¿está bien?
—Ahora mismo está atravesando un proceso de desintoxicación. Tras todas las drogas que esos malditos le estuvieron suministrando para controlarla, los médicos no creen que vaya a ser un proceso fácil. Pero están seguros que logrará salir adelante con rehabilitación. —La mueca en sus labios me indica que sigue sintiéndose culpable por todo este desenlace, aunque intente disimularlo—. Steven, bueno... tú lo has dicho, Granger, el hombre es una maldita roca, pero pienso sugerirle unas vacaciones después de recuperarse. Y mi padre, por su parte, está en un coma inducido. Después de recibir dos tiros casi en el mismo lugar, los cirujanos consideraron que sería lo mejor. También dijeron que Richard Jackson tenía más vidas que un gato.
Sonrío, imitando su gesto.
—Me alegra mucho escuchar eso... —Carraspeo, sintiendo la garganta reseca. Oliver se apresura a coger un vaso con agua de la mesita y ofrecérmelo. Me lo bebo hasta la mitad—. Gracias.
—Gracias a ti, Granger. —Me quita el vaso de las manos y lo deja de nuevo en su lugar. Luego me mira, desarmándome una vez más con su intensidad—. Gracias por despertar. He pasado los peores días de mi vida en este hospital.
—Lo siento... —Mis ojos se desvían hasta la manta azul que me cubre las piernas, pero casi de inmediato él me obliga a alzar la vista de nuevo.
—No tienes que sentirlo por nada.
—Debí haberte dicho antes sobre mi trastorno, Oliver, pero supongo que ignorar que seguía formando parte de mí era mejor enfrentarme de nuevo a él. —Mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas. Estoy malditamente cansada de llorar—. No es algo de lo que me sienta orgullosa, ¿sabes?
—Yo tampoco me he sentido orgulloso de lo que soy últimamente, Emma, pero la diferencia es que yo puedo intentar ser un poco menos idiota cada día. Tú, en cambio, no tienes control cuándo o dónde sufrir uno de tus episodios. Lo único que puedes hacer es volver a la terapia, ¿no crees?
Aparto la mirada, sintiéndome estúpida y avergonzada.
—Qué hipócrita de mi parte, ¿no? Matricularme en la facultad de psicología cuando ni siquiera puedo hacerme cargo de mis propios problemas mentales.
—Granger... por Dios, eres la persona más fuerte que conozco. Solo fíjate, dejaste de ir a tus citas médicas hace años, y aun así conseguiste trabajar por tu propia cuenta para controlar la ansiedad. —Busca mis ojos, tomándome por la barbilla para que no me aparte—. Me salvaste la vida, Granger. Eres la heroína en nuestra historia. ¿No te parece ese suficiente motivo para sentirte orgullosa?
Hago un mohín.
—Solo porque acabé con el malo. ¿Pero qué hubiera pasado si lastimaba a alguien inocente?
—¿Te crees que el imbécil que pegó esa maldita foto en tu casillero era un santo? —Pone los ojos en blanco.
Y con eso me confirma que Anny también le ha hablado sobre el primer episodio que sufrí en el instituto.
«Maldito Frederick Thompson».
—Eso no justifica lo que le hice.
—¿Y lo justificó a él? ¿Intentas defender a un bully de mierda?
—No, pero...
—Sin peros. —Oliver coloca un dedo en mis labios y se inclina más cerca de mí—. Creo que ya hemos tenido suficiente durante los últimos días. Al menos hoy, intentemos no pensar en nada más, ¿te parece?
—M-me parece. —Me tiembla la voz cuando el dedo que se encontraba silenciándome, comienza a repartir una suave caricia en mi labio inferior—. Oliver...
—Estuve a punto de morir, Emma... —dice, rozando su nariz con la mía—. Cuando creí que podía perderte... casi me muero yo también.
Trago saliva con dificultad, respirando su aliento.
—Pero seguimos aquí, Oliver. —Cierro los ojos en contra de mi voluntad—. Tú mismo lo has dicho, no deberíamos pensar en nada más por ahora.
—Tienes razón, Granger. No deberíamos pensar. —dice, y entonces sus labios encuentran con los míos en un beso que me sabe a él, a verano, y a prohibido.
Gimo, dejándome llevar por lo primero y enredando mis dedos en su cabello, porque los sentimientos no desaparecen solo con desearlo, porque lo amo y me nunca me había sentido tan agradecida de tenerlo a mi lado.
Dejo que su peso me empuje contra las almohadas, recordando la forma en la que estuvimos besándonos sobre la arena caliente en ese pequeño trozo de mar que ahora también nos pertenece.
Me dejo llevar por el recuerdo, por sus dientes mordiéndome hasta hacerme gemir, por sus manos haciéndome retorcer bajo sus caricias, y por su respiración tan errática como la mía.
Hasta que la opresión en mi pecho se vuelve tan fuerte que no me deja respirar, y lo empujo lejos de mí, aceptando finalmente que nada de esto está bien.
Que no podemos seguir haciendo esto.
Porque él y yo somos...
—Hermanos —la palabra quema al atravesar mi garganta—. Somos hermanos, Oliver.
—Lo sé —dice con la respiración agitada.
—¿Lo sabes? —Parpadeo, intentando recuperarme también.
—Lo sé, Granger. Y me importa una mierda —dice—. No te veo como a una hermana y no creo que vaya a poder hacerlo nunca. Ni siquiera cuando éramos niños lo hacía, porque incluso entonces, ya te amaba.
El corazón me da un vuelto, porque inconscientemente, estoy segura de que yo también lo así, sin embargo...
—Eso no significa que deje de estar mal, Oliver. Prohibido.
—¿Quién lo dice? —inquiere, con una mano en mi mejilla—. ¿Nuestra familia? ¿La iglesia? ¿La sociedad? Que se jodan todos. Yo te amo.
—Yo también te amo —y odio tener que decirlo con tanta tristeza—. Pero seguimos siendo hermanos, ¿cómo no puedes estar siquiera un poco afectado con esto?
—He tenido cuatro días para asimilarlo, analizarlo, y mandarlo todo a la mierda. Lo siento, Emma, pero que la genética también se joda. ¡Adoptaremos sin es necesario!
Me resulta imposible no echarme a reír.
—¿Adoptar? ¡Pero si ni siquiera somos novios!
—Eres mía desde la primera vez que te vi, cabeza de zanahoria. —Resoplo cuando me revuelve el cabello—. Y yo siempre he sido jodidamente tuyo, Granger.
—Oliver...
—No existe una etiqueta que pueda abarcar todo lo que somos. Ni amigos. Ni hermanos. Ni pareja. Porque tú y yo somos más que eso, Emma... mucho más. Pero si es necesario que nos pongamos una, entonces toma mi mano y déjame presentarte al maldito mundo como mi novia. Mi chica. Mi jodida salvaje. Porque estar contigo es lo único que yo quiero.
—Yo también lo quiero, modelito... —Entrelazo mis dedos con los suyos, luchando contra una sonrisa—. Pero..., ¿me lo puedo pensar?
Veo destello de decepción atravesar su mirada, pero tras un par de segundos termina asintiendo. Una parte de mí se alegra de que sea capaz de entender que a veces el amor, por sí solo, no es capaz de solucionar todos los problemas. Esto ha sido demasiado. Para ambos. Y lo mejor será que nos lo tomemos con calma por ahora.
—Tómate todo el tiempo que quieres, solo no me apartes de tu lado mientras lo haces, ¿quieres?
—No lo haré —le prometo antes de que otro pensamiento se cruce por mi cabeza—. Un momento. ¿Cómo lo supiste? Si tu padre está en coma —«Y el malnacido de Jake muerto, y espero, también enterrado»— entonces no hay forma de que...
—Te había marcado una docena de veces. Estábamos preocupados por ti, pero yo estaba muy ocupado persiguiendo a mi padre, así que Ed y Lisa fueron a buscarte en casa en casa de tu padre.
—Dakota se los dijo...
—Tuvo que hacerlo. No sabíamos nada de ti. Y ella se sentía culpable de solo imaginar que hubieras cometido una locura tras toda su confesión. Tú padre parecía muy molesto con ella cuando lo supo.
—Mi padre —repito, sintiendo que el pulso se me acelera de pronto—. ¿Está aquí?
—Hace un par de horas se fue a casa a tomar una ducha y dormir un poco, pero no debe tardar en regresar. Igual que todos, él también ha estado durmiendo en el hospital las últimas noches. Aterrizó de Nueva York la mañana siguiente a toda la mierda de la cabaña, después de haber visto las noticias.
—Debió estar muy preocupado, igual que... ¡Oh, mierda! Dime que Anny está bien. Que no le ha dado un infarto por culpa mía.
—Creo que lo que más le preocupa a Anny de todo esto es que su nieta esté saliendo con su medio hermano.
—¡Pero si ella insistió hasta el cansancio para que estuviéramos juntos!
—Eso fue antes de saber que lo nuestro era pecado, brujita.
—¿Y realmente no crees que lo sea? ¿Que estemos pecando con esto?
Oliver me sonríe, una de esas sonrisas ladinas que marcan su hoyuelo.
—¿Estás viendo todos estos tatuajes, Granger? —Señala el brazo que tiene apoyado junto a mi cabeza, inclinándose para quedar más cerca de mí—. Soy todo un chico malo. Y los chicos malos no seguimos las reglas.
—Los chicos malos son un cliché. —Pongo los ojos en blanco, escondiendo una sonrisa.
—Tal vez... —Se encoge ligeramente de hombros—. Pero soy tu buen cliché, salvaje. Solo tuyo.
Y esta vez, cuando me besa de nuevo, ni siquiera se me cruza por la mente la idea de rechazarlo.
🌴🌴🌴
¿Qué otra cosa puede resultar peor a que tu padre interrumpa el beso que estabas a punto de compartir con el chico más guapo y engreído del universo? Que lo haga una segunda vez cuando la lengua de dicho chico se encuentra explorando tu boca.
Y es esa la razón de que Eric Clark se encuentre ahí, observándonos desde el otro extremo de la habitación con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
—Te dije que te alejaras de él. —Señala al modelito antes de cogerse el puente de la nariz como si solo mirarlo le diera dolor de cabeza.
—Una pena que no me dijeras por qué —le devuelvo con ironía.
Conocer las razones que mi padre tuvo para mentir me hicieron mi perspectiva hacia él diera un giro de 180°, pero eso no significa que una parte de mí no siga resentida por el engaño.
Aun así, dudo que de haber conocido el lazo que nos unía a Oliver y a mi desde la noche de mi cumpleaños, hubiera podido contener todo lo que comenzó a surgir entre nosotros desde entonces. Tomando en cuenta que se trataba de un sentimiento que había estado en pausa durante una década.
—Oliver, ¿puedes dejarme un momento a solas con mi hija?
Él hace ademán de levantarse, pero evito que lo haga sujetándolo por la muñeca.
—Si lo que quieres es decirme que no podemos estar juntos porque... —Papá me corta alzando su palma.
—No, Emma, no voy a decirte que dejes de besuquearte con tu hermano —gruñe—. Aunque tampoco voy a mentirte diciendo que me siento cómodo con ello. Pero ambos son mayores de edad y libres de hacer lo que quieran. Además, no soy precisamente la persona más adecuada para juzgar la vida amorosa de los demás, ¿no es así?
—No... —murmuro, entendiendo perfectamente a lo que se refiere.
—Bien. Entonces, Oliver, ¿nos dejas a solas? Hay un par de cosas que necesito hablar con mi hija. Además, creo que ya la has acaparado lo suficiente desde que despertó.
Aprieto los labios para no decir que he sido yo la que le ha impedido ir por los médicos para dar aviso de mi vuelta a la vida.
—Estaré fuera. —Oliver se inclina para besarme la frente antes de acercar sus labios a mi oído—: Te amo, salvaje.
No me da tiempo a decirle que yo también porque un segundo después ya está tomando su cazadora y saliendo de la habitación.
Mi padre tampoco demora demasiado en ocupar su lugar. Y por primera vez en cinco años, cuando extiende su mano para tocar mi cabello, no me aparto.
—Me alegra tanto que estés bien, cariño.
—Lo sé.
—¿Ya no me odias?
—Un poco menos que antes.
Mi padre sonríe, y casi puedo imaginar esa sonrisa convirtiendo en gelatina a todas esas chicas que se dedicó a conquistar en el pasado. ¿Todo para qué?
—Creo que puedo vivir con que me odies un poco menos ahora.
—¿Por qué nunca me lo dijiste, papá? Las cosas podían haber sido muy distintas para nosotros si hubieras desmentido los estúpidos rumores de las vecinas.
—Pero eso te habría roto el corazón, Emma.
—¿Por qué?
—Acababas de atravesar un episodio por culpa del niño ese de tu instituto. No quería que se repitiera. No quería cargarte con más estrés.
—¿Y crees que la idea de que Dakota y tú fueran la razón de que mi madre muriera no lo hizo?
—Por supuesto que lo hizo, pero podías sobrevivir creyendo que el culpable de su muerte había sido yo. Aun eras demasiado joven para conocer la verdad.
—¿Y cuál es esa verdad? —pregunto, sintiendo que en el fondo no quiero saber la respuesta.
Han sido demasiadas cosas seguidas las que me han estado golpeando, no estoy segura de poder resistir otro golpe.
—Se suponía que no debía haber leído esto... —Traga saliva antes de sacar un sacar un sobre amarillento y arrugado del bolsillo de su saco—. Pero supongo que yo también estaba necesitando respuestas.
Deposita el sobre en mis manos.
—¿Qué es esto?
—Una carta que tu madre dejó para ti antes de morir. Se suponía que debía dártela cuando fueras lo suficientemente mayor para entender por qué los adultos hacemos cosas estúpidas y reprochables la mayoría de las veces. Intenté hacerlo aquella mañana, después de tu cumpleaños, cuando nos encontramos en la acera, ¿recuerdas?
—Lo recuerdo —murmuro—. Te dije cosas horribles esa mañana. Lo siento.
—Perdóname tú a mí por ser un cobarde, cariño. Pero no creí que la calle fuera un buen lugar para entregarte algo como esto con lo alterada que estabas. Y luego... el hijo de Richard apareció.
—¿Por qué lo odias, papá? A Richard.
—Por haber sido igual o más imbécil que yo en el pasado. —Tengo intenciones de preguntarle exactamente a qué se refiere cuando agrega—: Espero que pienses en eso a la hora de decidir cuál de tus dos padres es tu favorito. Yo no tengo una mansión en Miami, pero puedo comprarte una si quieres.
—¡Por Dios, papá! —exclamo, empujando su hombro—. No te comportes como un bebé. Sigo molesta contigo, pero sabes que nunca he dejado de amarte, ¿verdad?
La sonrisa divertida de Eric se pierde en un gesto de incredulidad.
—¿Qué pasa?
—Nada. —Sacude la cabeza—. Es que han pasado demasiados años desde la última vez que te escuché decir que me querías, brujita. Supongo que solo lo extrañaba.
—¿Intentas hacerme llorar? —bromeo, pero mis ojos igual se humedecen.
—Yo también te amo, Emma Clark.
—No voy a cambiarme el apellido, papá. No necesitas decir mi nombre completo a cada rato.
—¿Y sabes que otra cosa no vas a hacer? —me dice—. No vas a leer esa carta. No todavía.
—¿Por qué me la has dado entonces?
—Porque te pertenece, y es lo correcto. Pero no quiero que la leas ahora, no después de que sufrieras un episodio. No después de todo lo que has tenido que atravesar.
—¿Tan malo es? —Aprieto el sobre contra mi pecho.
—Será muy duro, cariño. —Acaricia mi cabello—. Sé que necesitas un cierre, pero también un respiro. Has sobrevivido diez años sin esta carta, puedes hacerlo un poco más. Hasta que tu vida regrese a la normalidad, ¿vale?
—No creo que mi vida vuelva a ser normal después de asesinar un hombre frente a un montón de cámaras noticieras —le digo—. Ni siquiera me quiero imaginar todo lo que se debe estar hablando de mí por las redes.
—¿Desde cuándo te importa lo que piense la gente, Emma?
—Tienes razón. Que se jodan todos.
—Que se jodan —repite mi padre sonriendo, pero al cabo de unos segundos su gesto vuelve a tornarse serio—. Escucha, cariño, cuando leas la carta de tu madre... vas a enterarte de cosas que podrían cambiar la vida de otras personas como la conocen hasta ahora. Solo te pido que, cuando eso ocurra, recuerdes que todos guardamos secretos por diferentes motivos. Y errados o no, hay verdades que no nos compete a nosotros contar.
—¿La vida de qué personas podrían cambiar, papá?
—Lo sabrás cuando estés lista para leerla. —Señala de nuevo el trozo de papel entre mis manos antes de inclinarse y dejar un beso sobre mi frente—. Voy por algún médico o enfermera para que te estudien y nos digan cuando estarás lista para volver a casa, ¿te parece?
Papá debe tomar mi silencio como una afirmación, porque un par de segundos después me encuentro sola en la habitación, contemplando la caligrafía cursiva en el reverso del sobre con la que está escrito mi nombre.
Deslizo un dedo por el contorno de las cuatro letras, imaginando lo que mi madre estuvo a punto de hacer antes de escribirlas, y luego suspiro.
«Lo siento, mamá, pero después de todo creo que no soy tan valiente».
____________________
Aquí vamos, pecadoras.
Armen sus teorías, las leo
Besitos ♥
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top