Capítulo 37. «Yo siempre cumplo mis promesas»
«Yo siempre cumplo mis promesas»
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EMMA
Una hora atrás...
La brisa nocturna me golpea cuando cruzo la puerta de mi antigua casa y atravieso el caminillo de vuelta a la calle.
El cielo se encuentra despejado, como casi todas las noches del verano, pero en mi interior parece estar desarrollándose una tormenta.
—Emma —me llama Dakota, apoyada contra uno de los pilares del pórtico—. ¿Estás segura que no quieres que te lleve de vuelta al hospital? —Señala el mismo auto que una vez destrocé intentando vengarme por algo que ya no tiene el más mínimo sentido—. También puedo llevarte a casa si lo prefieres —insiste ella ante mi silencio—. O puedes quedarte aquí. Tu habitación sigue intacta, cariño.
—Gracias. —Le sonrío con todo el dolor de mi alma—. Pero creo que necesito caminar un rato. El aire fresco me ayudará a procesarlo todo mejor.
Dakota me mira con pena, pero parece entender que lo que necesito ahora es estar sola, porque termina asintiendo.
—Ten mucho cuidado —dice entonces—. Y no dudes en llamarme, para lo que sea.
—Seguro —le digo, suponiendo que ya no tengo motivos para negarme—. Y por favor, no le digas a papá que hemos hablado. Ya encontraré yo el momento adecuado para enfrentarme a él.
—Creo que es bastante evidente que soy buena guardando secretos, ¿no? —La sonrisa que me dedica es mucho más triste que orgullosa—. Recuerda no ser tan dura con Eric cuando llegue el momento. Lo único que ha intentado hacer desde lo de tu madre, es protegerte.
—Quizás, al final, la verdad resulta ser la protección más fuerte de todas —le digo—. Así nadie puede lastimarte nunca con una mentira.
Mi madrastra suspira y asiente en silencio, dejando que me aleje finalmente de la propiedad.
Dejo atrás el acaudalado suburbio donde solía vivir abrazándome a mí misma por la cintura, intentando contrarrestar unos temblores que estoy segura no se deben en nada al frío de la noche.
Me escocen los ojos y tengo que tragar repetidas veces para bajar el nudo que se me ha instalado en mi garganta.
Me recuesto contra una pared dibujada con grafitis y me cubro el rostro ahogando un sollozo. La presión en mi pecho es demasiada.
Dejo salir las lágrimas sintiendo que me duele muy fuerte el corazón, que una parte de mí, esa que atesoré durante años en mi niñez, acaba de hacerse pedazos.
Gimo, grito, lloro, y vuelvo a gritar, dejando salir toda la rabia, frustración y dolor que me invade.
Quisiera regresar el tiempo y nunca haber venido, nunca haber visto la verdad reflejarse en otros ojos. Mi verdad. Y la de esas personas que se han encargado toda mi vida de camuflarla.
Siendo mi madre la primera.
Los ojos de un chico que pasea por la acera sujetando la correa de su Pastor Alemán se encuentran con los míos, húmedos y enrojecidos por el llanto, antes de seguir su camino como lo hacen todos.
Me seco las mejillas con el dorso de la mano antes de rebuscar mi teléfono en el interior de mi bolso. Incluso cuando siento que el mundo se está deshaciendo a mi alrededor, en algún lugar no muy lejos de aquí se encuentra una persona necesitando la información que Dakota me ha suministrado minutos atrás.
Con el móvil ya en las manos intento dar con la tarjeta que esta mañana Andrew Williams me entregó en caso de dar con alguna pista sobre la cabaña, pero desisto después de un rato revolviéndolo todo sin éxito. Supongo que se me caería en la sala de espera del hospital, ya que lo último que recuerdo es haberla tenido en las manos antes de quedarme dormida.
La opción que me queda es llamar a Oliver, pero no sé hasta qué punto podría contener mi llanto si escucho su voz, así que me decanto por la opción más cobarde y abro el chat que compartimos, extrañada y aliviada en partes iguales por no encontrar mensajes nuevos de su parte.
Emma: Me fui sin avisar porque necesitaba tener esta conversación con Dakota. Ese es el lago donde el FBI debería encontrar la cabaña y, si todo sale bien, también a tu tía. Dales la información.
Bloqueo la pantalla tras comprobar que lo ha recibido, porque soy demasiado cobarde para quedarme en línea hasta que lo lea. Levanto la mirada y me recorre un escalofrío al notar lo desolada que se encuentra la calle a mi alrededor.
Me aferro con fuerza al aparato y retomo la marcha sintiéndome mucho menos decidida que minutos atrás cuando abandoné la que era mi casa. Pienso en que quizás no resulte tan mala idea regresar ahí y pasar la noche en mi antigua habitación, o simplemente pedirle a Dakota que me lleve con Anny, pero eso sería retroceder.
Y creo que mi vida ya lo ha hecho lo suficiente tras el último par de horas, así que sigo avanzando hasta que un brazo fuerte y robusto me toma por la cintura desde atrás y el filo de una navaja amenaza con abrirme la garganta.
El grito que se me escapa es amortiguado por el sonido de mi celular haciéndose pedazos contra el pavimento.
—Shh, bonita. No te conviene gritar —susurra una voz en mi oído que logro reconocer al instante—. Te dije que me las ibas a pagar, niña estúpida. Y yo siempre cumplo mis promesas.
—Quítame las manos de encima, maldito acosador. —Me remuevo, muerta del miedo, pero lo único que consigo es que el filo de la navaja me corte la piel.
El olor de mi propia sangre se cuela a través de mis fosas nasales.
—Quieta —sisea y su aliento me provoca una arcada—. Me imaginado mil formas de cercenarte la piel, pero tú bonito culo parece valer mucho para ella. Así que, para mi desgracia, tendré que llevarte de una pieza.
—¿Llevarme a dónde? —inquiero, fallando estrepitosamente en la tarea de esconder el temblor en mi voz.
—A donde todo empezó —dice justo antes de colocar un paño húmedo sobre mi boca y nariz que huele a cloroformo.
Lo único que consigo distinguir antes de comenzar a sumirme en la oscuridad, es la imagen borrosa de una camioneta negra deteniéndose junto a la acera a mi lado y la presión que ejerce la maldita serpiente en torno a mi cuerpo mientras me empuja a su interior.
El golpe sordo que produce la puerta al cerrarse es lo último que alcanzo a escuchar antes de que todo se vuelva negro a mi alrededor.
🌴🌴🌴
El susurro de unas voces se cuela por mis oídos al tiempo que de nuevo siento unos brazos fuertes y repugnantes arrastrándome fuera del auto.
No sé cuánto tiempo ha pasado, puede que solo minutos o quizás horas, solo sé que las piernas no me responden y un hombre gruñe antes de hacer que mis pies dejan se separen del suelo. De pronto mi abdomen aterriza contra una superficie dura y mi cabeza, aun dando vueltas, cae sobre un material con aroma a cuero y cigarrillos.
Intento que mis párpados se separen, pero se sienten tan pesados que no lo consigo. No sé en donde estoy o hacia donde me están llevando los pasos que parecen crujir sobre las hojas secas conmigo a cuestas.
De un momento a otro, las voces que hace un momento me estaban sonando lejanas, discordantes, van tomando forma hasta convertirse en una maldición.
—¿Qué coño...? —reconozco la voz del malnacido de la disco, seguidos por unos pasos rápidos sobre la madera.
—Shane está muerto, Jake —dice otra voz ajena antes de agregar en un tono más bajo—: Creo que quien haya hecho esto, sigue dentro.
—Ustedes dos. Rodeen la cabaña y entren por detrás —ordena el maldito que ahora sé, se llama Jake—. Bayron, tú y yo por el frente. Clint, tú quédate atrás y protege a la mocosa. Vale más de lo que me gustaría.
El traqueteo de las armas siendo despojadas de los seguros me acelera el corazón. Intento zafarme, o al menos hago el movimiento más cercano a ello, tomando en cuenta que no solo mis párpados parecen estar pesando una tonelada, pero no consigo nada.
El imbécil que supongo es Clint, aprieta su agarre contra mis piernas y gruñe por lo bajo para que deje de moverme de una maldita vez.
Unos segundos después, escucho algo muy parecido a una puerta siendo pateada con violencia y luego la voz del malnacido de Jake exclamando:
—¡Pero miren nada más quien ha decidido honrarnos con su presencia! ¡El maldito Jesús resucitado!
—No quiero problemas —dice una voz que ligeramente alcanzo a reconocer, entrecortada—. Solo estoy aquí por... Cristina. Descifré el... acertijo. Me estoy entregando.
Jake se echa a reír.
—Claro, y por eso mataste a uno de mis hombres —escupe—. Ah, por cierto, suelta esa maldita pistola y patéala en mi dirección.
—Ahí... la tienes. —Capto el sonido del metal arrastrándose por la superficie mientras lucho sin éxito entre los brazos de la serpiente—. No quería matarlo, pero él... no quiso escucharme. Solo quiero que dejes ir a mi hermana. Mírame. Estoy herido... y he venido solo. ¿Qué más quieres?
—Me parece haber sido bastante claro durante nuestro encuentro en la fábrica, candidato —responde Jake, confirmando mis sospechas, pero sin explicarme cómo demonios es posible—. Te dije lo que ella lleva queriendo desde hace veintidós malditos años y tú te has negado a dárselo. Sin eso, no hay forma de que puedas salvar a tu hermanita. Así como tampoco pudiste salvar al amor de tu vida, ¿no?
—¡Maldito hijo de pu...! —El insulto es cortado por el estallido de una bala.
—La siguiente irá a tu cabeza —advierte Jake antes de que su voz me llegue con más fuerza mientras grita—: Clint, todo controlado aquí dentro. Trae a la chica.
La serpiente que me lleva al hombro como si no fuera más que un desperdicio no tarda en obedecer, y lo siguiente que siento es la brusquedad con la que soy depositada en una silla y la fuerza con la que me atan a ella.
—¿Qué demonios creen que... están haciendo? —escucho de nuevo la voz del candidato—. ¿Por qué tienen a la chica? Ella no... no tiene nada que ver en esto.
Jake se vuelve a reír, y esta vez mis párpados empiezan a responder, abriéndose lo suficiente para captar destellos de una luz mortecina y la silueta de un hombre encorvado que poco a poco se va volviendo más nítida.
El cabello castaño le cae sobre la frente húmedo y desordenado, y el uniforme blanco de enfermero que está cubriendo su cuerpo resulta incapaz de esconder la línea roja que se le dibuja a un costado, marcando el lugar exacto en el que los cirujanos suturaron la herida de bala que recibió la noche anterior.
Richard Jackson parece a punto del desmayo, pero de alguna forma consigue mantenerse en pie.
—¿Eso es lo que crees? —le pregunta Jake, dando vueltas perezosas a su alrededor—. ¿Qué esa niña estúpida no tiene nada que ver en esto?
Intento enfocar la vista en todo lo demás que me rodea y descubro al menos cuatro miembros más de La Cobra, con sus cazadoras negras y aspecto de ex convictos, apuntando en dirección al hombre que acaba de tomar un papel totalmente diferente en mi vida, incluso ahora cuando se encuentra de pie ahí, en lo que parece ser la sala de estar de la cabaña que antes solo había por fotos.
Más allá, tras la puerta entornada de una habitación, consigo distinguir la silueta de una mujer, amordazada y amarrada contra un camastro de madera.
«Cristina».
Siento que el estómago se me vuelve del revés y un líquido amargo asciende por mi garganta.
Richard me mira.
—¿Estás bien, pequeña? —me pregunta en voz baja.
Asiento torpemente en respuesta, consciente de que mis ojos han comenzado a llenarse de lágrimas.
Ver a este hombre de nuevo... y que me hable con esa clase de ternura a pesar del dolor que seguramente lo está cercenando a través de su herida es... simplemente demasiado.
Igual que encontrarme aquí, presa de la maldita serpiente que juró vengarse de mí la noche de mi cumpleaños.
—¡Pero qué bonito! —exclama Jake, acariciándose la cabeza rapada—. Ver a padre e hija al fin reunidos.
—¿Qué...? —La palabra es un jadeo en los labios de Richard—. ¿Por qué demonios... estás diciendo eso?
—Porque es la verdad. —Jake entierra el cañón de su arma en la herida de Richard, haciéndolo caer de rodillas—. La maldita salvaje es tu hija. Y ahora que se ha involucrado sentimentalmente con tu queridísimo Oliver, ella los quiere a los dos. Ya sabes lo mucho que le gustan este tipo de cosas turbias.
—Estás mintiendo... —gruñe Richard, preso del dolor.
Y no me sorprende en nada que esté diciendo exactamente lo mismo que he dicho yo cuando Dakota me lo ha contado. Pero...
—Es la verdad —dice Jake—. No tendría por qué mentirte con esto. A ninguno de los dos. —Sus ojos oscuros se posan en mí y hace una mueca—. ¿Por qué no pareces tan sorprendida como tu padre con la noticia, bonita? ¿Acaso ya lo sabías?
Richard me mira, y la intensidad con la que lo hace consigue partir en dos mi corazón. Del hombre recto e imponente que he visto un par de veces dando discursos en la televisión solo queda la sombra, y el resto de él no es más que la representación de la forma en la que una mentira es capaz de destruir el mundo de una persona como la conocía.
—¿Eso... eso es verdad, Emma? —que me lo pregunte solo sirve para confirmar que realmente lleva dieciocho años tan engañado como yo, pero no para que la respuesta sea menos dolorosa.
—Me temo que sí —le digo, sintiendo un par de lágrimas caer de mis ojos.
—Pero, Helen, ella me dijo que...
—Mi madre mintió —lo corto con un escozor ascendiendo por mi garganta—. Y mi padre apoyó su mentira durante todos estos años.
—Pero..., ¿por qué? —Richard sacude ligeramente la cabeza—. Antes de que tu madre saliera embarazada... nosotros íbamos a intentarlo de nuevo, ¿sabes? Se iba a divorciar de Eric. ¡¿Por qué demonios me ocultó que eras mía?!
Trago saliva y aparto la mirada.
—No lo sé —murmuro, pero eso no es verdad.
Dakota me ha dado una idea, aunque siguen quedando agujeros en esa historia que ni siquiera ella fue capaz de llenar. Cosas que solo y mi madre sabía y llevó con ella a la tumba.
—¿Tú... lo supiste todo este tiempo? Que eras... mi hija.
Busco de nuevo sus ojos al escuchar la pregunta y niego con la cabeza. ¿Realmente cree que me habría involucrado sentimentalmente con Oliver aun sabiendo que era mi hermano?
«Maldita sea. Estoy enamorada de mi jodido hermano. ¿Cómo hacer para cambiar lo que siento ahora?»
—Mi madrastra me lo confesó todo justo antes de que este malnacido me secuestrara. —Mis ojos se clavan nuevamente en Jake, quien me sonríe satisfecho y de pronto comienza a aplaudir.
—Un momento muy emotivo y bla, bla, bla. Es una pena que el tiempo entre padre e hija no les vaya a durar demasiado —canturrea, acercándose deliberadamente a la silla en la que me encuentra sujeta—. Porque ahora que ella te tiene a ti, pescar al niño bonito será pan comido. Pero mantenerte con vida a ti —Señala a mi padre en el piso con el cañón de su arma—, resulta ser una complicación totalmente innecesaria para La Cobra.
—¿Cuánto te paga? —le pregunta entonces él, luchando para levantarse de nuevo—. ¿Cuánto te paga esa maldita para hacer esto? Porque estoy seguro de que puedo darte mucho más de lo que una psicópata recluida en un centro psiquiátrico puede pagar.
Jake se vuelve a reír, negando con la cabeza.
—No tienes idea de nada, ¿verdad? Te crees muy poderoso con todos esos millones, influencias políticas y hombres seguridad a tu alrededor, pero sigues estando tan ciego ante lo que está frente a tus ojos. —Los dedos de Jake acarician descuidadamente mi cabello mientras le habla, haciéndome estremecer—. No sabes absolutamente nada sobre este mundo, Richard Jackson.
—Sé que todo en esta vida tiene un precio, y yo finalmente tengo como pagar por los errores que he cometido. Así que... deja tu moral de mierda a un lado y dame una cifra.
—Esta organización no se puede comprar, candidato. Y definitivamente mi lealtad no está en venta.
—¿Tu lealtad? —Es el turno de Richard para reír, aunque forma dolorosa—. ¿Le eres leal a una psicópata? ¿Pones en riesgo toda tu maldita organización criminal... por una mujer?
—Mi maldita organización... —repite Jake en voz baja, como si las palabras le deleitaran—. ¿No fue exactamente eso lo que hiciste tú por Helen? ¡¿Ponerlo todo en riesgo?!
—No te atrevas a mencionarla. ¡Tú no sabes nada!
—Sé más de lo que tú crees, candidato. Cómo, por ejemplo, que ella seguiría estando viva si no fuera por ti.
—¡Cállate! —sisea Richard, realizando un movimiento brusco que parece llenarlo de dolor—. Cállate, maldita sea.
—¿Por qué? —Se mofa Jake—. ¿No quieres que tu hijita sepa la verdad? —El malnacido me agarra con fuerza por la barbilla y me obliga a mirarlo—. Tu papi solo tenía que hacer una cosa: mantenerse lejos de tu mami para no despertar a la bestia. Pero no solo la preñó de ti, sino que, además, ocho años después volvió a cogérsela en mitad de un maldito callejón. ¡Muy discreto, eh, señor candidato!
Jake me suelta como si ahora tocarme le repugnara, sin apartar los ojos de Richard. Yo sigo sin tener idea qué tiene que ver eso con la sobredosis de mi madre.
—¿Por qué está diciendo todas esas cosas? —pregunto, buscando la respuesta en unos ojos cafés que me miran desolados.
—Lo siento, pequeña... —dice, agachando la mirada—. Helen había prometido no volver a serle infiel a su marido después de tenerte, pero la tarde anterior a que ella... —Traga saliva con dificultad—. Nosotros estuvimos juntos... fui yo quien le insistió... quien la sedujo. Todavía la amaba, maldita sea. Y estaba seguro de que ella me amaba también. Así que... cuando la vi a mitad de la calla, me encontré dispuesto a todo para recuperarla. Supongo que en ese momento ella se dejó llevar y luego... luego no pudo con la culpa y se le fue la mano con las pastillas para dormir. ¡Pero fue culpa mía, pequeña! Lo siento..., lo siento mucho.
Niego con la cabeza, incapaz de contener las lágrimas. Ni siquiera sé por qué estoy llorando exactamente. ¿Culpa? ¿Por eso mamá ingirió una cantidad excesiva de pastillas? Eso tiene tan poco sentido como ahora lo tiene el que lo haya hecho por la infidelidad de mi padre. ¿Cómo, si quiera, Richard Jackson puede estar pensando eso?
—¡Bueno, bueno! —Jake da una palmada, apuntando nuevamente a Richard—. Creo que ya hemos tenido la dosis perfecta de drama por una noche. No se pueden quejar de este anfitrión. Les he dado más tiempo entre padre e hija del esperado. Así que, vamos, candidato. ¿Cuáles van a ser tus últimas palabras?
—Vete a la mierda.
—Bien, me esperaba algo más original de tu parte, pero si eso es todo lo que quieres decir... —Encoje los hombros, y el estallido de una detonación me hace brincar en la silla.
Sin embargo, cuando el sonido sordo de un cuerpo aterrizando sobre la madera llega a mis oídos, descubro que quien ha caído es una de las serpientes. Y a esta le sigue otra, después de un segundo disparo.
Alzo la vista hacia la puerta de la habitación que antes había visto entornada y me encuentro con la figura de Steven disparándole a los miembros de La Cobra con una pistola en cada mano.
—¡Maldito hijo de puta! —Jake le responde con una retahíla de disparos que la roca esquiva pateando una mesa y usando la madera como escudo.
La serpiente que sigue en pie cubre a Jake cuando Steven asoma de nuevo para disparar. De pronto, siento que la silla en la que me encuentro se vuelca a un costado y la figura de Richard se cierne sobre la mía. El hombre intenta deshacer mis ataduras con una mueca de dolor en la cara y la frente perlada en sudor.
—¿Estás bien? —pregunta tras liberarme las manos.
—Lo estoy, ¿y tú? —Me encojo tras un par de detonaciones que parecen silbar demasiado cerca de nosotros.
—Yo no importo —responde él, terminando de liberarme y arrastrándome consigo hasta ocultarnos tras la protección de lo que antes debió haber sido una encimera de madera. El cuerpo del tipo que reconozco como Clint se encuentra tirado a pocos centímetros de nosotros con un agujero en la cabeza, produciendo un charco de sangre a su alrededor. Richard no duda en acercarse a él y tomar el arma que reposa en su mano—. Tienes que salir de aquí, Emma, y corre todo lo lejos que puedas, ¿me oyes? Voy a cubrirte.
—Pero estás herido, no puedo dejarte —le digo—. Y tampoco a Cristina. —Doy un vistazo hacia la habitación de antes, pero me pongo más nerviosa que antes al no encontrar rastros de la mujer sobre el camastro.
—Tranquila. Steven ya se ha encargado de ella —me asegura, jadeante y dolorido—. Ese era el plan mientras yo los distraía. Lo que no esperábamos era tu presencia, así que nos toca improvisar un poco, ¿vale?
—Pero...
—Solo has lo que te digo —me corta, tomando mi rostro entre sus manos—. Tienes que salvarte. Oliver no sobrevivirá si te pierde.
—Es mi hermano —sollozo—. No podemos estar juntos.
Richard suspira, cerrando los ojos durante un segundo antes de volver a mirarme con determinación.
—Nunca dejes que nada ni nadie te diga con quien debes o no debes estar, pequeña. Esa decisión solo les compete a ustedes dos. —Se inclina para dejar un beso en mi frente que parece durar una eternidad cuando en realidad dura la cantidad de tiempo que le toma a una bala atravesar la madera junto a nosotros—. Ahora vete. Anda.
Richard se pone de pie a duras penas comenzando, disparándole a los miembros de La Cobra que siguen estando en pie. Yo me arrastro por el piso podrido y desvencijado de la cabaña en busca de la salida.
Grito cuando los ojos sin vida de otra serpiente me miran desde el suelo a pocos metros de mí, tras haber sido derribado por una bala de Steven en la cabeza. Eso consigue llamar la atención de Jake, quien posa sus ojos en mí al tiempo que Richard le asienta un disparo en el hombro que lo obliga gruñir de dolor.
Steven intenta propinarle el tiro de gracia, pero Jake es más rápido derribándolo con una bala en el estómago.
—¡No! —grita Richard, distrayéndose con el lento descenso que su jefe de seguridad hace contra la pared—. Maldito infeliz.
Su atención vuelve a posarse en el malnacido Jake, pero para entonces este ya ha tirado de mi cabello. Me alza del suelo y me usa como escudo.
—Vamos, candidato, ¡dispara y corre el riesgo de matar a tu hijita! —La sangre caliente que gotea de su hombro herido recorre mi espalda, haciéndome estremecer—. ¿O finalmente aceptarás que en esta guerra ella es la única ganadora?
De nuevo ella.
«¿Quién demonios es ella?», estoy a punto de preguntar cuando Richard abre la boca de nuevo para decir:
—Lo bueno de pagarle a alguien para que te entrene, es que aprendes a dar siempre en el blanco.
Después de eso, dos detonaciones simultáneas estallan a mi alrededor. Y de pronto, ya no siento el calor del cuerpo de Jake a mi espalda ni la fuerza de su brazo entorno a mi cintura, pero Richard Jackson tampoco sigue estando de pie frente a mí.
Me vuelvo para ver un lado de la cabeza rapada de Jake emanando sangre a borbotones, igual que lo está haciendo costado de Richard donde ya había recibido una bala antes.
Ni siquiera lo pienso antes de tirarme al suelo a su lado e intentar contener la hemorragia con un par de manos temblorosas.
—No, por favor, no te muerdas —le ruego, presa del sollozo que tengo atravesado en la garganta—. No te mueras ahora que apenas he alcanzado a conocerte. Ya sobreviviste una vez..., ahora solo debes hacerlo de nuevo. Por favor.
Sus parpados se agitan y sus labios se separan para formar unas palabras que me parten el alma:
—Eres tan hermosa como tu madre. —Alza una mano ensangrentada para tocar mi mejilla—. Lamento... lamento no haber estado más tiempo en tu... tu vida.
—No hagas esto, maldita sea. No te despidas. No me dejes. No dejes a tus hijos. —Tomo la misma mano con la que me está tocando y lo obligo a presionar con ella su propia herida—. Déjala aquí mientras pido ayuda, ¿vale? Debe haber algún móvil aquí dentro.
Richard asiente en un movimiento casi imperceptible y yo me arrastro sobre la madera hacia el primer cuerpo sin vida con el que me encuentro. No hay más que tabacos y un par de billetes en sus bolsillos, así que me muevo al siguiente. Ahí tampoco consigo nada.
Miro el cuerpo de Steven apoyado contra la pared y me muevo hacia él. Sus manos se encuentran presionando un agujero en su abdomen y la sangre a su alrededor parece ser demasiada para tener alguna esperanza, pero el jefe de seguridad de los Jackson vuelve a sorprenderme cuando me inclino sobre él en busca de su teléfono móvil y su mano se cierra alrededor de mi muñeca.
Doy un respingo del susto y veo sus ojos abrirse un segundo antes de volver a cerrarse con la misma rapidez.
—Eres la maldita roca —le digo, revisando los bolsillos de su gabardina—. Tienes que resistir, ¿me oyes? Pediré ayuda para ambos.
Finalmente doy con su teléfono, agradeciendo internamente no necesitar su contraseña para llamar a emergencia. Me llevo el móvil a la oreja justo cuando me parece escuchar el rugir de un motor en la lejanía, un segundo después a este se une otro, y luego otro más, hasta que terminan siendo demasiados para contarlos, y todos parecen estar rodeando la cabaña.
Me quedo inmóvil, escuchando la voz del operador al otro lado de la línea: «¿Cuál es su emergencia?»
Entro en pánico suponiendo lo peor. Sin el sonido de las sirenas para confirmar que los autos allí afuera pertenecen a los oficiales, bien podría tratarse de los refuerzos de La Cobra.
Pero entonces las luces de los faros iluminan cada ventana y resquicio de la madera que me rodea, y la voz que habla a través del megáfono consigue devolver todas mis esperanzas:
—El lugar se encuentra rodeado. Salgan de ahí con las manos en alto.
«Gracias, Dios».
Corto la llamada a emergencia y me apresuro a salir por la puerta principal de la cabaña en busca de ayuda, pero entonces una mano se cierra alrededor de mi cabello y tira con fuerza hacia atrás para impedírmelo.
—¿A dónde crees que vas, maldita perra?
No necesito volverme para saber que se trata del Jake, pero igualmente lo hago para descubrir que toda la sangre que antes creí estaba emanando de un agujero en su cabeza, solo es consecuencia de la mitad de la oreja que ahora le falta.
—Suéltame, pedazo de mierda. —Me sacudo con violencia entre sus brazos, pero de un empujó Jake consigue que mi frente se estrelle contra la madera y un hilillo de sangre comience a brotar de la herida, empapando mi rostro.
—Quédate quieta, pequeña estúpida. Ya me has dado demasiados problemas por una noche y si no te mato ahora mismo es solo porque ella te quiere viva.
—¿Quién demonios es ella? —gruño en un siseo.
—La peor pesadilla de tu madre y ahora también la tuya.
Voy a decirle que no tengo ni idea de qué mierda está hablando, pero en eso la voz de Andrew hace de nuevo eco en el interior de la cabaña:
—Soy el agente Andrew Williams del cuerpo oficial del FBI y esta es una orden. Tienen diez segundos.
El conteo comienza casi de forma inmediata y escucho a Jake maldecir contra mi oído.
—Diez... nueve... ocho...
—Vamos, bonita, sirve para algo y ayúdame a librarme de esta.
—Siete... seis...
—No pienso ayudarte en una mierda —le devuelvo, retorciéndome cuando intenta hacerme salir a la fuerza.
El cañón de su pistola se me clava en la cien.
—Será mejor que obedezcas, pequeña fiera. —Me empuja hacia la puerta—. De lo contrario de aquí saldremos muertos los dos.
—Tres... dos... u...
—¡No disparen! —anuncia al tiempo que tira del pomo y el destello de las luces consigue cegarme. Me obliga a dar un paso al frente, sin dejar de apuntarme, y finalmente distingo la cantidad de oficiales y camarógrafos que hay a nuestro alrededor—. ¡No disparen o la niña bonita muere!
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Un minuto de silencio por todos los corazones rotos con este capítulo :(
Ahora sí, estamos a nada del final y aún nos falta lo PEOR
No me odien, que yo lxs quiero mucho.
Hasta pronto.
Besitos ♥
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