Capítulo 35. «Sin comentarios»

Música: Gone, gone, gone de Phillip Phillips.

«Sin comentarios»

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EMMA

Seguimos al agente Williams hasta el elevador.

Pero mi caso, lo hago con la sensación de que las palabras de Kate esconden más de lo que parece.

—Salir de aquí va a resultar una completa mierda —masculla Oliver cuando las puertas se cierran, pasándose la sudadera de Ed por encima de la cabeza.

—Intentaré distraer a la prensa con una vaga declaración mientras ustedes se suben al auto —anuncia Andrew—. No respondan a ninguna pregunta. Y, sobre todo, no caigan en provocaciones.

No debe faltar mucho para el amanecer, porque un vistazo me basta para notar que el cielo se encuentra en su punto más oscuro cuando las puertas dobles de cristal se abren al exterior del hospital.

Sin embargo, esa oscuridad es consumida por una serie de relámpagos que parecen venir en todas direcciones, acompañados por un caos de voces disonantes que gritan por atención.

—¡Joven Jackson! ¡Aquí! Para el Miami Herald, ¿puede decirnos qué clase de negociación estaba realizando su padre esta noche en una fábrica abandonada?

La mano de Oliver se cierra con más fuerza contra la mía.

—Señorita, Clark. ¿Qué opina sobre los rumores que la acusan de haberse metido en medio de la relación entre Oliver Jackson y Alessa Gil? ¿Es eso verdad?

Oliver da un paso violento en dirección al reportero, pero Andrew se interpone y lo aleja solo mostrando su placa.

—He dicho que no caigan en provocaciones —gruñe por encima de su hombro antes de seguir avanzando delante de nosotros como uno más de los guardaespaldas que nos acompañan.

Sé que Andrew tiene razón, pero el comentario de ese reportero me ha hecho sentir enferma. Y sinceramente no sé si por lo que están diciendo sobre mí, o por la mención de que el chico a mi lado hubiera estado realmente involucrado en una relación con Alessa Gil.

Puede que haya sido un poco masoquista de mi parte, pero después de ver su like en mi comentario en Instagram, decidí visitar su perfil y ponerle rostro al nombre que llevaba rondando por mi cabeza desde que lo había visto en el móvil de Oliver.

Nunca he sido el tipo de chica que se arruina la vida comparándose con otras «más guapas», pero juro que en cuanto miré las fotos de Alessa Gil, por primera vez me sentí inferior.

No solo estaba mirando a una morena esbelta con el aspecto de una modelo, estaba viendo a una modelo de verdad. De las que salen en revistas y comerciales, y suben tutoriales en sus redes sobre el cuidado facial, la depilación y el bronceado perfecto. De las que se acuestan con el hijo menor del político más controversial del momento solo porque son lo suficientemente hermosas, populares y calientes para meterse en la cama del «chico malo» que todas desean.

De mi chico malo.

Y me odié por todas las inseguridades que me atacaron en ese momento, pero fue inevitable no pensar que esa chica luciría mil veces mejor que yo en una foto con él. A pesar de no haber encontrado ninguna en la que no aparecieran junto a la compañía de los que supuse eran su grupo de amigos en la ciudad. Lo que solo me hizo pensar en lo lejos que me encontraba de la vida que él había construido antes de regresar al pueblo.

Y ahora, de la forma tan retorcida que ha encontrado esa vida de alcanzarme.

—Oliver, para In News, ¿qué tienes que decir sobre las acusaciones que se están generando sobre tu padre y su relación con La Cobra? ¿Es cierto que es él quien lidera la banda criminal más peligrosa del estado?

«No caer en provocaciones», me repito al tiempo que seguimos avanzando hacia el estacionamiento, suponiendo que Oliver está haciendo lo mismo que yo.

—¿Podrían compartirnos algo sobre el estado vital de Richard Jackson? ¿Es cierto que en este momento sigue estando en quirófano? ¿Qué dicen los médicos?

Otro paso al frente.

Más luces cegadoras.

Nuestros nombres viniendo de todas direcciones.

Una mujer plantándose delante y obstaculizándonos el paso.

—Oliver Jackson, para Vanity Fair, nos gustaría saber hace cuanto no visitas el hospital de rehabilitación y salud mental Hopeless Dreams.

El modelito mira a la reportera delante de nosotros con el ceño fruncido. Creo que yo también lo hago, sin tener idea a qué ha venido esa pregunta. Las comisuras de sus labios rojos se elevan con una sonrisa ávida que me estremece.

—Oh, lo siento, veo que en todos estos años nunca los has hecho.

—La verdad es que no. No tengo razones para visitar un lugar como ese. —Oliver intenta rodearla, pero la periodista lo detiene tirando de la manga de su sudadera.

—¿Seguro que no tienes razones? —inquiere, aun con su grabadora en lo alto—. Porque yo en tu lugar tendría muchísimas razones para visitar a mi ma...

—¡Sin comentarios! —Interviene de nuevo el agente Williams, en un tono mucho más elevado y autoritario—. Y usted, señorita, si no quiere que la arreste por acoso agravado, será mejor que aparte sus manos y dé un paso atrás.

La mujer aprieta la mandíbula, pero obedece. La amenaza de un agente federal parece ser suficiente para que los demás periodistas también retrocedan. El silencio se toma la noche de nuevo y Andrew aprovecha para empujarnos lejos de la muchedumbre en compañía de los escoltas mientras él se queda haciendo una breve declaración.

Descubro a Oliver mirando hacia atrás cuando ya estamos a punto de alcanzar el auto. Sigo el camino de su mirada y me encuentro con los ojos oscuros de la mujer observándonos desde la distancia.

Un nuevo escalofrío recorre todo mi cuerpo con el guiño que nos dedica.

—Eso ha sido raro —digo al tiempo que subo con Oliver al deportivo.

—Definitivamente lo ha sido.

🌴🌴🌴

«All of the stars» de Ed Sheeran llena el silencio que nosotros somos incapaces de llenar durante el camino de regreso a casa.

Cuando llegamos, el sol ya ha comenzado a asomar por el horizonte. Le digo a Oliver que pasaré a comprobar el estado de Anny y a cambiarme de ropa mientras él toma una ducha y recoge las fotografías.

Los escoltas que nos acompañan deciden registrar la propiedad antes de dejarlo entrar. Me resulta tan irreal que todo este tiempo esos hombres hubieran estado por ahí, entre las sombras, observando cada uno de nuestros pasos. O al menos los del hijo menor del candidato.

Yo no soy lo suficientemente valiosa para necesitar que me cuiden del mal.

Y lo compruebo cuando ni siquiera reparan en mí mientras rebusco la llave en una de las masetas del pórtico y entro en casa de Anny cuidando de no hacer ruido.

No me toma más de veinte minutos darme una ducha rápida, cambiarme de ropa y dejarle una nota a mi abuela en la mesita de noche para cuando los efectos psicotrópicos abandonen su sistema. Lo que calculo no será pronto si tomamos en cuenta que los chicos consiguieron que se quedara dormida después de la media noche.

Beso su frente y susurro en su oído que todo va a estar bien. Luego voy por el móvil que había puesto a cargar en mi habitación y salgo nuevamente de casa.

Cuando uno de los escoltas me deja entrar en la casa de al lado, descubro que Oliver ya ha recogido todas las cartas y fotografías que había dejado en la mesa del comedor después de que el agente Williams nos sorprendiera en la puerta ayer por la tarde. Subo a su habitación encontrándome con los trozos del escritorio partido todavía desparramados en la esquina y a Oliver de pie frente a la ventana, llevando la misma camiseta ensangrentada de antes.

—Hey, amor... —susurro, cerrando mis brazos alrededor de su cintura y apretándome contra su espalda—. Tú padre va a despertar pronto y vamos a encontrar a tu tía. Solo confía.

Su mano se aprieta contra la mía al tiempo que deja escapar un suspiro.

—Lo sé. Es solo que... me he equivocado tantas veces, Emma... —dice con la voz ahogada, volviéndose entre mis brazos—. ¿Qué pasa si lo estoy haciendo de nuevo? Contigo.

—¿A qué... a qué te refieres con eso?

—¿Dime que después de todas esas cartas y la forma en la que papá te miró antes de desmayarse, la idea no se te ha cruzado por la cabeza a ti también? —Me aparta un mechón húmedo de la cara con mucho cuidado, sin dejar de mirarme—. Tus ojos, joder. No sé cómo no había reparado antes en el pareci...

—No. —Doy un paso atrás, negando con la cabeza—. Tengo el color de ojos más común del planeta. Eso no significa nada. Y creo que ya estaba clara la parte en la que ellos habían sido novios en el pasado. Puede que tu padre haya tenido una pérdida temporal de la memoria y al verme creyera que seguía estando en los 80s. ¡Acababa de recibir un disparo, Oliver! Es ridículo sacar una conclusión como esa basada en un puñado de cartas viejas y las palabras de un hombre que estaba al borde del desmayo. Además, he tenido un padre toda mi vida. Llevo su apellido. Estaba casado con mi madre. No hay razones para dudar.

—Tienes razón. Supongo que estoy dejando que toda esta situación me sobrepase. —Se frota la cara, ahogando un gruñido. Cuando sus ojos cansados y enrojecidos vuelven a mirarme, algo en mi pecho se comprime. No hay rastros en él del chico engreído y ligón con el que me topé aquella primera noche en la discoteca—. Será mejor que me dé prisa en la ducha. Andrew no deberá tardar en regresar por las fotos al hospital, ¿no?

Acaricio su mejilla antes de inclinar la cabeza en dirección a la puerta del baño.

—Ve —le digo—. Yo me encargo de seleccionar las fotos que muestren el lago y la cabaña mientras tanto.

—Vale. —Se inclina para besar ligeramente mis labios antes de perderse al otro lado de la puerta.

Para cuando Oliver baja las escaleras y se encuentra conmigo en la cocina, vestido con vaqueros y una camiseta negra, yo ya he hecho lo que le había prometido, además de algunos sándwiches y una jarra de café para los chicos.

El regreso al hospital transcurre con Oliver fumándose un cigarrillo en un silencio únicamente interrumpido por la letra de «Gone, Gone, Gone» de Phillip Phillips.

Y sé que no es el mejor momento para decirle que yo también apagaré las luces de la ciudad, mentiré, engañaré, suplicaré y sobornaré para que él esté bien; cuando los enemigos toquen a su puerta, intentaré llevarlo lejos de la guerra; estaré allí si necesita mi ayuda; y compartiré su sufrimiento para que esté bien.

Así que me lo guardo. Aunque siento las palabras en cada fibra.

Los hombres de seguridad nos ayudan a entrar en el hospital por la parte de atrás para evitar un nuevo encuentro con los paparazzi y reporteros. Cuando nos encontramos de nuevo con Steven y los chicos en la sala de espera, el panorama sigue siendo el mismo, aunque un doctor ha prometido dejar que los hijos del candidato finalmente pasen a verlo durante un par de minutos.

—Supuse que tendrían hambre. —Ofrezco los emparedados y la jarra térmica de café.

Robert es el primero en recibir la comida.

—Gracias, chica roja. Los nervios siempre me ponen hambriento.

—La abstinencia también lo hace, Rob. —Su hermano menor se cruza de brazos a nuestro lado—. Debería aprovechar que llevas horas sin fumar esa mierda para finalmente dejarlo.

Robert pone los ojos en blanco.

—Vamos, hermanito. Ya hasta te pareces a papá. Date la vuelta a ver si tú también tienes un palo metido en el culo.

—Por amor a Dios, Robert. Nuestro padre está en terapia intensiva. No es momento para hacer bromas sobre su rigidez —le espeta Kate—. Y tú, Oliver, no te creas con la moral para ordenarle a tu hermano mayor que deje su vicio cuando tú mismo eres incapaz de abandonar las apuestas.

—Ya has escuchado a la patrona, baja bragas. —Los labios del castaño forman una sonrisita divertida—. Tú dejas de insistir en que la maría me puede matar, y yo dejo de insistir en que podrías terminar como Paul Walker en una de esas carreras.

—¡Chicos! —Kate parece tan exasperada como yo.

Oliver gruñe por lo bajo antes de alejarse hacia la máquina expendedora en busca de goma de mascar, supongo que para calmar las ansias de fumarse otro cigarrillo. Yo me ocupo de repartir el resto del café y los emparedados, asegurándome de guardar uno para cuando a finalmente le apetezca desayunar. Cuando termino me siento a su lado, en uno de los sofás más alejados, y recibo la tirita de goma que me ofrece.

—¿En serio no quieres comer nada? Te vas a enfermar.

—Tengo el estómago del revés, nena. Pero luego. —Besa un costado de mi cabeza y entrelaza su mano con la mía.

No volvemos a hablar hasta que el médico aparece de nuevo para indicar que el señor Jackson sigue inconsciente, pero que sus hijos pueden pasar a verlo durante cinco minutos en la UCI.

—Ve —le digo—. Los chicos y yo estaremos aquí cuando regreses.

Cinco minutos después, los hermanos Jackson regresan luciendo aún más descompuestos que antes, si cabe. Cabizbajos y con los ojos enrojecidos.

Aaron abraza a su esposa y Edward estrecha a su amigo contra sí. Me gustaría hacer lo mismo con Rob, quien se queda atrás, completamente solo y devastado, pero no nos tenemos ese nivel de confianza, y por la forma en la que Lisa me mira, apuesto que está lamentando lo mismo.

Al cabo de un rato nuestros amigos se excusan para ir a tomar una ducha con la promesa de que regresaran lo antes posible. Mientras tanto, Robert y Aaron deciden que la sala de espera le resulta claustrofóbica y se disponen a buscar un espacio al aire libre en el que salir a fumar en compañía de sus guardaespaldas.

—¿Vienes, pequeño cabrón? —pregunta el marido de Kate en dirección al modelito.

Este mi mira a mí, dudando.

—¿Está bien para ti si te dejo aquí? Solo serán un par de minutos. Lo prometo.

—Creo que puedo sobrevivir sin tu arrogancia por ese periodo de tiempo. —Le dedico una sonrisa tranquilizadora y me inclino para besar ligeramente sus labios—. Ve a fumar si eso es lo que necesitas. Aquí dentro no va a pasarme nada.

—Además, no estará sola, idiota —agrega Kate poniendo los ojos en blanco.

El modelito suspira antes de abandonar la sala junto a los chicos.

—¿Estás bien? —le pregunto a Kate cuando nos quedamos solas.

—Todo lo bien que puedo estar en esta situación. —Suspira—. ¿Puedo ver las fotos que encontraron en la habitación de papá?

—Ah, claro. —Ni siquiera recordaba haber guardado las instantáneas en mi pequeño bolso cruzado mientras Oliver tomaba su ducha, pero enseguida me siento junto a ella y se las entrego—. En la casa quedaron otras. Solo tomé las que muestran de forma más clara la cabaña. Ese lago de ahí nunca antes lo había visto. —Señalo—. Así que no estoy segura si se encuentra en el pueblo o en algún lugar a los alrededores.

Katherine observa una a una las fotografía. Y mientras lo hace, no puedo evitar fijarme en lo hermosa que es y en el parecido que tienen sus ojos cafés con...

—Lucían como muy buenas amigas. —Ella me mira—. Tu madre y la mía.

Bajo hasta la instantánea que sostiene en sus manos. Esa donde un par de chicas adolescentes forman un corazón y sonríen a la cámara con el lago de fondo.

—Mi abuela dijo que eran las mejores.

—Supongo. —Kate acaricia el lado de la fotografía en la que aparece su madre—. Eran tan buenas amigas que lo compartían todo, ¿no?

—¿A qué te refieres? —Mi ceño se frunce.

Ella sonríe, triste.

—¿Sabes que la universidad de Harvard ha hecho un estudio en el que aseguran que un niño puede comenzar a albergar recuerdos a partir de los años?

—No lo sabía —respondo, un poco descolocada por el cambio de tema.

—Yo tampoco —dice, bajando la vista nuevamente a la imagen—. Antes de leerlo, creía que esos fragmentos que aparecían constantemente en mi mente al despertar no eran más sueños. Pesadillas, para ser exacta. Ahora ya no estoy tan segura.

—Kate...

—Antes solía quejarme mucho de papá, ¿sabes? —Sus manos revuelven las fotografías, deteniéndose en una donde Richard aparece usando únicamente un pantaloncillo corto, a orillas de muelle, sonriendo. En la actualidad era un hombre atractivo, pero como adolescente parecía el sueño de cada chica hormonal que habitaba el planeta—. Me preguntaba cómo había pasado de ser el padre que se esforzaba por esconder todas sus penas, nos traía aquí cada verano, pescaba, se reía, y veía películas con nosotros, al hombre paranoico, controlador y completamente desolado en el que se había convertido tras la muerte de nuestro tío.

—Lo siento, supongo que no debió ser fácil para ustedes como familia.

—No lo fue —admite Kate en un susurro—. Como cualquier adolescente, me había estado quejando durante los últimos años de que papá nos arrastraba aquí cada verano. Pero en el fondo me gustaba venir. Incluso antes de conocer a Aaron, tuve un par de amores de verano en este pueblo.

—No me digas. —Abro mucho los ojos y Kate me sonríe—. ¿Vas a decirme quienes fueron los afortunados?

—No creo que los conozcas, ambos eran mayores y solo estaban aquí por el verano. Igual que yo. —Sacude la cabeza, restándole importancia—. El punto es que fueron años divertidos, por no decir los mejores. Y después de todo lo que pasó ese último verano, cuando regresamos a la ciudad, nunca nada volvió a ser igual.

—Por la muerte de tu tío Luke —supongo.

—Al principio creí que solo se trataba de eso. Ya sabes, papá se sentía muy culpable por... el psicópata que había intentado matarlo y en su lugar se había llevado al tío Luke. —Desvía la mirada—. Entendí su sobreprotección y lo distante que se volvió después de eso, pero...

—Pero ¿qué? —inquiero ante su silencio. Sus ojos vacilan un segundo antes de posarse de nuevo sobre los míos.

—Con el tiempo dejé de creer que el tío Luke fuera el único motivo de su depresión y la razón por la que no había regresado esa misma tarde al pueblo, después de ponernos a salvo en casa con el equipo de seguridad.

—Espera, ¿tú padre tenía intenciones de regresar ese mismo día?

Kate deja escapar un suspiro y asiente.

—Ese era su plan hasta que tía Cristina llamó, justo antes de que saliera por la puerta. No sabía que le estaba diciendo, pero vi todo el color abandonando su cara. La llamada no duró más de un minuto, pero después de colgar se encerró en su despacho y lo destrozó casi todo. Esa fue la primera vez que escuché a mi padre quebrarse por el llanto. Y supuse que nuestra tía lo había llamado para decirle que no querías saber nada de él. Nunca más. Era lo lógico. Así que no hice preguntas y simplemente me aseguré de que comiera lo suficiente para no morirse de inanición durante el mes y medio que pasó sin salir de la cama después de eso.

—Depresión... —la palabra me sale en un susurro, tan familiar que me estremezco.

—Una depresión profunda y horrible —asiente Kate—. Solo tenía dieciséis. No sabía muy bien cómo ayudarlo, así que llamé a tía Cristina. Quizás si ella hablaba con él y le decía que realmente no lo odiaba, papá saldría de su miseria. Pero entonces me confesó que papá no estaba así por ella, o siquiera por Luke. «Dale tiempo», fue todo lo que me dijo. Y ese día me sentí más perdida que en toda mi vida. ¿Cómo iba a ayudarlo si no sabía por qué estaba tan mal en primer lugar?

—¿Qué hiciste entonces?

—Revisé la única cosa que había quedado de una pieza en el despacho: su computador. Entré en su historial y descubrí la única página a la que había entrado después de la llamada de mi tía. Se trataba de una web local. Específicamente, la página del periódico del pueblo.

—¿Estaba viendo alguna noticia referente al asesinato de Luke?

Kate niega con la cabeza, sin dejar de mirarme.

—Estaba viendo el obituario de tu madre, Emma.

—¿Qué...? —La voz me sale ahogada.

—No tenía idea de que ella había muerto el mismo día del tiroteo. Y por lo visto, antes que tía Cristina lo llamara esa tarde, papá tampoco lo sabía. —Sus dedos ahora acarician una instantánea en la que salen solo tres de los chicos—. Esa mañana todo había pasado demasiado rápido.

🌴🌴🌴

—¿A dónde vamos? —preguntó el menor de los Jackson, viendo la casa de su vecina hacerse cada vez más pequeña a través del parabrisas trasero del viejo Camaro de su padre.

—Volvemos a la ciudad.

—¿Qué? ¿Por qué? —Oliver se volvió bruscamente para mirar a su padre—. No podemos irnos.

—Sí que podemos, y lo estamos haciendo. Es necesario.

—Pero Emma me necesita, ella...

—Tu amiga puede sobrevivir sin ti, Oliver —lo cortó el hombre con dureza, fijando sus ojos en la carretera antes de agregar en un tono más bajo, casi inaudible—: Cualquier Bell estará mejor sin un Jackson de por medio.

—Papá, por favor, tengo que regresar con ella, su ma...

—¡Ya basta! He dicho que nos vamos a casa. Volveremos cuando yo lo considere prudente.

El niño de doce años apretó la mandíbula, pero no discutió con su padre. Nunca le había ganado en un berrinche y sabía que esa no iba a hacer la excepción. Sin mencionar que verlo tan alterado y lleno de sangre lo tenía nervioso.

—¿Qué está pasando, papá? —le preguntó la mayor de sus hijas unos segundos después, en voz baja. Katherine Jackson estaba aterrada, pero sabía que debía mantenerse fuerte por sus hermanos—. ¿De quién es toda esta sangre? ¿Por qué el tío Luke no llegó contigo?

—Porque está muerto —respondió Richard con un nudo en la garganta, echándole un vistazo a sus otros hijos por el espejo retrovisor. Le subió el volumen a la radio—. Y debería ser yo quien lo estuviera en su lugar. Era a mí a quien ellos querían matar.

—¿Ellos... quienes, papá? —En ese punto gruesas lágrimas ya estaban corriendo por el rostro de Kate.

—Las malditas serpientes. —Richard apretó los dedos contra el volante—. Los hombres de La Cobra.

—¿Po-por qué? ¿Por qué te quieren muerto?

—No tengo idea —dijo, y esa era la verdad—. Pero tampoco tengo el poder suficiente para ir contra ellos. Son demasiados.

—Eso lo entiendo, ¿pero irnos así? ¿dejar a tía Cristina después de lo que acaba de pasar? ¡Eso es una mierda, papá!

—¿Crees que no sé? —Golpeó con fuerza el volante, sobresaltando a los chicos detrás—. Pero no podíamos quedarnos más tiempo. Resulta demasiado peligroso después de que...

—¿Después de qué...? —Kate se estaba desesperando.

—¡Después de que ese hijo de puta alardeara sobre sus planes para llevárselo una vez que me matara! —siseó Richard, mirando al menor de sus hijos por el espejo retrovisor.

El chico tenía la vista fija en la ventana y las mejillas húmedas por las lágrimas.

—¿A Oliver? —La chica inquirió en voz aún más baja, a pesar de que los altavoces no le permitían a sus hermanos escuchar nada—. ¿Por qué?

—No lo sé —dijo Richard, pero lo sabía—. Iremos a casa, los pondré a salvo, y luego regresaré con Cristina para hacerme cargo de... Luke.

—Mierda, papá... —Kate gimió y Richard no tuvo ni fuerzas ni moral para reprenderla por la palabrota—. Tío Luke se ha ido... es que no... no me lo puedo creer.

—Debí haber sido yo... —repitió Richard, y Kate sollozó más fuerte, sintiéndose terriblemente mal por agradecer que no hubiera sido su padre. Era un sentimiento tan mezquino como válido—. Necesito que seas fuerte, cariño. Por mí. Estarás a cargo de los chicos hasta que vuelva. Me encargaré de que haya todo un equipo de seguridad alrededor de la casa.

La chica asintió, limpiándose las lágrimas.

—Puedo hacerlo. —Miró por encima de su hombro a Rob, que a su vez tenía los ojos fijos en ella intentando leerle los labios. El chico era bueno en eso. Luego miró a Oliver, que seguía con la vista perdida en la carretera, apretando los puños—. Cuidaré de ellos, papá. Pero necesito que tú también cuides de ti. Intentaron matarte, por Dios.

Richard colocó una mano ensangrentada sobre la de su hija y le dio un apretón.

—Sigo aquí, cariño —le dijo—. No debería seguir aquí, pero lo hago. Debe haber una razón para ello.

Ella dejó caer su otra mano en la de su padre, arropándolo. Y tragó saliva antes de hacer la siguiente pregunta:

—¿Dejaste solo al tío Luke...? Simplemente tirado en el lugar donde recibió el disparo.

—Por supuesto que no —respondió el hombre, sintiéndose triste e indignado—. Daniel también estaba con nosotros. Se quedó en el pantano esperando la ambulancia mientras yo venía por ustedes.

—¿Qué hay de la policía? ¿No querrán hacerte preguntas y averiguar qué fue lo que pasó?

—Daniel también va a encargarse de eso.

—¿Y qué vas a decirle a los chicos?

—A Vicent Richardson están a punto de juzgarlo por asesinato —dijo el hombre en voz baja—. Mató a uno de nuestros colegas por envidia. Podemos partir de allí para plantearles una historia similar. Ellos no necesitan saber que hay una banda de criminales asechándonos, ¿estás de acuerdo?

Kate volvió a mirar a sus hermanos y luego suspiró. Ella era la mayor, podía vivir con esa clase de mierdas. Los chicos no.

—De acuerdo —dijo, y una vez llegaron a casa, intentó hacerse cargo de la situación, usando todo el tacto posible al hablar con sus hermanos sobre la muerte del tío Luke.

El de los ojos azules se encerró a llorar en su habitación. El de los ojos marrones simplemente la miró y le dijo:

—Sé que eso no fue exactamente lo que pasó, Katherine. Puede que papá aún me considere un bebé, además de un flojo, pero por favor, no lo hagas tú también. Puedo ayudarte con esto.

Kate suspiró de alivio y se abalanzó para abrazar a su hermano. Juntos llorando la muerte del tío Luke y se prometieron mutuamente que cuidarían de Oliver mientras Richard regresaba al pueblo para consolar a su hermana y a rogarle que lo perdonara.

Pero esa misma tarde fue Cristina quien marcó el número de la propiedad de los Jackson en Miami para dar una noticia que atormentaría a Richard a lo largo de toda su vida, incluso más que la muerte de su cuñado.

Helen Bell había amanecido muerta en su cama por una sobredosis de pastillas. Y eso también había sido culpa suya.

Estaba maldito.

Esa mujer lo había maldito.

Y por el bien de todos en ese pueblo, lo mejor que podía hacer era no regresar.

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Ehhh, ¿cómo vamos con los nervios hasta ahora?

Lxs leo ♥

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