Capítulo 32. «No me dejes»

«No me dejes»

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Querida, Helen.

Esta tarde escuché una discusión entre nuestros hijos. Oliver le decía a Emma que no era lo suficientemente grande para escalar uno de los árboles más altos del bosque, (nuestro árbol), y ella le respondía que la grandeza es un estado mental.

Como podrás suponerlo, no pude evitar echarme a reír. Es evidente que esa genialidad la ha heredado de ti.

Me pregunto de quién habrá heredado la terquedad.

Con cariño, R. J.

🌴🌴🌴

OLIVER

—Todas las cartas son iguales a esta —anuncia Emma, abriendo un sobre tras otro—. Todas son para mi madre y en todas él le habla de nosotros.

—Pero nunca se las envió. ¿Lo ves? —Señalo el resto de los sobres—. Todos sellados.

—¿Por qué no se las envió?

—¿Por qué escribía cartas para tu madre? En primer lugar. —Me dejo caer contra la pared a mi espalda, cerrando los ojos por un par de segundos—. No entiendo nada.

—Al parecer, comenzó a escribirlas el verano de mi nacimiento. Mira. —Me enseña la parte posterior de uno de los sobres antes de abrirlo y comenzar a leer:

«Querida, Helen. Hoy es un día especial. Oliver estaba con Anny, comiendo de sus galletas (como siempre), cuando Eric llegó con tu hija de visita. Lo vi bajando de su auto a través de mi ventana. Mientras lo observaba sacar del asiento trasero la silla portabebés, pensé en lo bien que al muy cabrón le sentaba eso de ser papá. Es un hombre realmente afortunado, y habría bajado a felicitarlo por ello si no me hubiera acordado de lo mucho que sigue odiándome. Oliver regresó una hora después, preguntándome por qué la nieta de la vecina tenía el cabello color «zanahoria». Le dije que eso se debía a que era igual al de su madre. Quiso saber entonces si los ojos de la pequeña también eran como los tuyos. Yo me descubrí deseando que lo fueran. Con cariño, R. J.»

—Mis ojos no son verdes —anuncia Emma cuando suelta la carta—. Y mi pelo no es color «zanahoria», idiota. Es castaño rojizo.

—Tenía cuatro años cuando lo dije. —«Pero lo es»—. Ni siquiera recuerdo cuando lo dije.

—Y al parecer tu padre no quería que estos momentos se perdieran con el pasar de los años, ¿no crees? Quizás por eso escribía las cartas. Para atesorar momentos que ninguno de nosotros alcanzaríamos a recordar.

—De ser así, ¿por qué las cartas están dirigidas a tu madre? —inquiero—. Da la impresión de que solo quería contarle cosas que ella por sí misma no podía presenciar cuando tú estabas aquí.

—Ahora que lo pienso, mamá siempre tenía una excusa para no acercarse a casa de Anny durante el verano.

—Siempre era tu padre quien te traía —recuerdo.

—Y ella siempre se excusaba con cosas del trabajo, pero luego... cuando el verano llegaba a su fin..., cuando ustedes se iban, mamá venía a ver a Anny prácticamente a diario.

—Lo estaba evitando —digo porque es evidente—. Ella no se acercaba cuando Richard estaba en casa y él le escribía cartas que nunca le hacía llegar. Según Anny, ambos habían sido amigos toda la vida, pero en ese punto, cuando tu naciste, ¿cuánto tiempo hacía que se había acabado esa «amistad»?

—¿Crees que su relación haya terminado mal? De ahí la distancia y todas las palabras no dichas. —Emma agita un puñado de cartas en su mano—. Eso es lo único que podría tener sentido aquí.

—En la carta, Richard mencionaba que tu padre seguía odiándolo, pero no parecía que ese odio fuera recíproco. ¿Crees que la rencilla entre ellos esté relacionada con tu mamá?

—No tendría mucho sentido tomando en cuenta que en esta foto... —Emma vuelve a tomar el portarretratos—, mi madre parece tener unos dieciséis años, y tu padre apenas un par más. De haber existido una especie de triángulo amoroso entre ellos, es obvio que al final mamá se quedó con Eric. Ellos se casaron cuando ella cumplió los veintiuno. No veo por qué odiaría mi padre al tuyo cuando fue él quien se quedó con la chica. —Las palabras le salen amargas, y creo que podría tener razón, pero algo que sigue sin encajar.

—Siempre creí que mi madre había sido el primer amor de papá —confieso, intentando encontrar un recuerdo en el que Richard haya dicho lo contrario, pero lo cierto es que él siempre ha sido extremadamente reservado con su pasado y su vida personal—. Pero si tu madre estuvo en su vida antes que la mía, y papá tenía unos dieciocho en esa fotografía, significa que solo pasó un año antes de que embarazara a mi madre y se casara con ella.

—¿Tu mamá estaba embarazada cuando se casó?

—Sí, de Kate. —Asiento, aun pensativo—. No tardaron mucho en mudarse a la ciudad después de eso. Poco después mi padre ya estaba construyendo su futuro en los bienes raíces.

—¿Recuerdas lo que nos dijo Anny la noche de la cena? Algo sobre dejar de ser niños y querer cosas diferentes para sus vidas.

—Lo recuerdo.

«Esos fueron los mejores años de nuestras familias. Hasta que los niños dejaron de serlo y... simplemente comenzaron a querer otras cosas para sus vidas»

—Quizás ese haya sido el motivo de su rompimiento —dice Emma—. Que mamá quería quedarse en el pueblo y tu padre mudarse a la ciudad. Recuerdo lo mucho que a ella le gustaba este lugar. Dudo que siquiera haya considerado la idea de dejarlo.

—Entonces ellos rompen y al poco tiempo papá comienza a salir con mi madre. —Señalo una foto en la que ella aparece sobre las piernas de Eric Clark, abrazada a su cuello y riendo con la cabeza inclinada hacia atrás. Era tan hermosa—. ¿Crees que tu padre haya tenido algo que ver con ella alguna vez? Quizás hayan sido algo más que amigos antes de que comenzara a salir con mi padre. —«O durante»— Quizás por eso Eric odia a papá y a toda su descendencia.

«En especial a mí».

Vuelvo la atención a la fotografía. No parece más que la estampa de dos amigos en confianza y la pasándola bien, pero no tengo ni una maldita idea que otras cosas se esconden en el pasado de estas personas. Si hasta ahora ni siquiera sabíamos que Helen y Richard habían estado involucrados sentimentalmente, ¿qué más no sabemos?

—Si papá estuvo enamorado de tu madre en el pasado, tiene algo de lógica que al final nunca quisiera realmente a la mía —murmura Emma como si las palabras le quemaran—. Solo mira, la mujer que buscó para reemplazarla hasta tiene un aire con ella.

Señala el cabello oscuro de mi madre en la fotografía, una diferencia bastante marcada entre ella y la difunta Helen Bell.

Esparzo el resto de las fotografías en el suelo para tener una visión general del grupo de amigos. En algunas aparecen frente a una vieja cabaña. En otras, entorno a una fogata, saltando al agua desde un muelle, los chicos —Eric, Richard, Luke y Daniel— fumando y tomando cervezas, las chicas —Hele, Sophia, y Cristina— luciendo trajes de baños coloridos y comiendo emparedados. Me detengo en una que fue tomada a orillas del lago. En esa aparecen dos chicas sonriendo y formando un solo corazón con las manos. Una pelinegra y la otra pelirroja.

—Eran mejores amigas, ¿no? Eso fue lo que Anny nos dijo. Y por lo visto, Eric y Richard eran amigos bastante cercanos. —Señalo una instantánea en la que ambos aparecen enseñándole el dedo corazón a la cámara como un par de críos—. ¿Se supone que el intercambio de pareja formaba parte de esa amistad? Porque todo esto tiene la pinta de haberse transformado en un drama de verano cuyo resultado fuimos nosotros.

«Sus hijos».

—Ya hemos visto suficiente —dice ella alzando la vista de todas las fotos y cartas de mi padre—. Es hora de hablarlo con Anny. Ella es la única que puede responder a todas nuestras preguntas.

«Ella, tu padre y tu jefe», pienso, pero sé que los últimos dos no son una opción. El primero por razones evidentes, y el segundo porque ahora mismo está fuera del pueblo.

Nos toma menos de un minuto recogerlo todo y bajar las escaleras de camino a la puerta principal. Grito el nombre de Ed para informarle que estaré en la casa de al lado, pero Emma me informa que él iba de salida con Lisa cuando ella llegó, así que no espero que venga a dormir esta noche. Pero da igual, también dudo que yo lo haga.

Se lo que sea que Anny tenga para decirnos, estas probablemente sean las últimas horas que pase en el pueblo, no pienso pasarlas lejos de Emma, y, además, tengo que encontrar la forma de explicarle que solo estaremos lejos por un par de semanas.

Cuando el verano termine, será ella quien se instale en la ciudad para comenzar sus estudios universitarios, y hay algo que me he estado guardando desde noche que en la que ella me habló de la beca parcial que había obtenido en la Universidad de Miami gracias a su excelente promedio.

Estábamos en la cama. Abrazados. Y sus palabras fueron un murmullo. Casi como si temiera a lo que sea que le esté esperando en la ciudad. O a mí, regresando a una vida completamente opuesta a la que tenemos en el pueblo.

No es un secreto para nosotros que en dos semanas las cosas van a cambiar, y en ese momento no quería que la idea de estudiar en el mismo campus universitario que el mío la hiciera sentir abrumada. Que mi estilo de vida, las cosas que hago y los amigos que frecuento resultaran demasiado para afrontar. Que decidiera levantar de nuevo sus muros y me dejara fuera para protegerse de lo que implica estar a mi lado.

El final del verano nos asecha como el único alfiler capaz de romper la burbuja en la que nos encontramos. Sin embargo, tras indagar un poco más en el extraño pasado de nuestros padres, tendré que contarle que ese final se ha adelantado dos malditas semanas, pero que, al final de estas, habrá un nuevo comienzo para nosotros en la ciudad, y que yo seguiré siendo el mismo chico que aquella mañana en el puente le confesó que la amaba.

Aun no puedo ponerle un nombre a lo que somos. Solo sé que para mí Emma no es solo una maldita apuesta. La quiero en mi vida. Las condiciones se las dejo a ella.

Por ahora, si realmente la quiero, debo cuidarla. Y para hacerlo, primero necesito que todo este asunto con La Cobra y mi padre se resuelva. Necesito que sus secretos ya no sean un obstáculo entre nosotros.

«Necesito confirmar que su pasado tampoco lo sea».

Así que tomo su mano y tiro del pomo, decidido a ir en busca de todas esas respuestas, pero me detengo en seco al encontrarme con un desconocido al otro lado de la puerta. Un desconocido de barba prominente que estaba a punto de abrir con su propio manojo de llaves.

—¿Quién demonios eres tú? —pregunto al tiempo que él me suelta:

—¿Qué haces tú aquí, Oliver Jackson?

—¿Cómo sabes quién...? —Dejo la frase a medias. Todo el jodido mundo sabe quién soy. La verdadera pregunta aquí es—: ¿Quién eres tú y por qué intentabas entrar a esta casa?

—¿Quieres saber quién soy? —El hombre se yergue, rebusca en su bolsillo de su cazadora y me muestra un sobre abierto de cuero con una insignia dorada en su interior—. Aquí lo tienes.

Leo los datos de identificación junto a su foto: «Andrew Williams / Agente especial del FBI».

Lo miro, intentando ocultar mi sorpresa. El tipo parece mayor que mi padre por muchos años, pero tiene el doble de músculos, una barba castaña que le da aspecto de hombre de las montañas, y un porte bastante acorde al de un oficial, a juzgar por sus botas grandes y trenzadas.

—¿Tienes una orden?

El agente se ríe como si la pregunta fuera una clase de broma.

—Esto no es un allanamiento, niño.

—¿Entonces qué? ¿Por qué estás aquí? ¿Quién eres?

Emma aprieta mi mano y me dice en voz baja que no le alce la voz al oficial. Este le lanza una mirada y sonríe.

—Deberías hacerle caso a tu chica y cuidar el tono con el que me hablas. Soy un agente federal, pero también soy el novio de tu Cristina.

—Mi tía no tiene novio.

—¿Por qué tendría una copia de sus llaves si estuviera mintiendo?

—Eres un agente del FBI, ¿no? Supongo que te resulta fácil conseguir lo que quieres.

—Somos oficiales, no magos. Pero si tienes alguna duda, la señorita Clark puede confirmar que me ha visto por aquí en más de una oportunidad, ¿no es así, señorita Clark?

Mis ojos se clavan en Emma esta vez.

—¿Eso es verdad?

—No sabía que era su novio —dice, mirando alternativamente entre los dos—. Un día le pregunté a mi abuela por el hombre que entraba eventualmente aquí durante las noches. Su respuesta fue que una mujer tenía necesidades. No creí que fuera algo tan serio.

—Mi lugar de trabajo está en la ciudad. Solo puedo permitirme cuatro o cinco noches al mes con mi mujer, cuando no estoy de misión fuera del país, como ha sido el caso esta vez. Así que puedo comprender que lo nuestro parezca casual, pero no lo es. Mi trabajo fue cuidar de ella en el pasado y ahora...

Lo corto.

—¿A qué te refieres con que tu trabajo fue cuidar de ella?

Andrew Williams suspira como si mi interrogatorio lo agotara.

—Fui su guardaespaldas —responde—. Antes de unirme al cuerpo federal, tu padre me había contratado para cuidar de ella después de que asesinaran a tu tío Luke por su culpa.

—¿Contrató un guardaespaldas para mi tía aun después de que le dieran al psicópata cadena perpetua?

Una sonrisa sombría aparece en sus labios.

—¿Eso fue lo que te dijo tu padre? ¿Qué había sido un psicópata al azar?

—Al azar no, fue un imbécil que lo culpaba por quedar arruinado, cuando la verdad es que Richard solo había hecho un mejor trabajo que él cuidando de sus clientes.

—Ya veo —murmura él, negando con la cabeza.

—¿Ya ves qué?

El agente se frota la frente con aire cansado.

—Mira, niño, te diré algo: me tomó seis horas de vuelo regresar de España a la cuidad y al menos cuatro más conducir hasta acá. Si quieres conocer los secretos de tu padre, mejor ve y pregúntaselos a él. Yo solo quiero entrar y ver a mi mujer. Así que, ¿me permites?

Levanta una maleta que ni siquiera había visto apoyada contra la pared junto al umbral y me hace a un lado para entrar en la casa.

—Se supone que eres el novio de mi tía, ¿no?

Andrew deja caer la maleta en la mitad de la estancia y me mira.

—No se supone, lo soy.

—¿Entonces por qué cojones no sabes que ella se encuentra de viaje?

El agente frunce el ceño, y tras una orden poco amable de su parte y una mirada asesina de Emma, me veo obligado a contárselo todo. Mis razones para venir al pueblo y el viaje que emprendió mi tía tras mi llegada.

—Hay algo que está muy mal en todo esto —dice Andrew cuando finalizo. Se pone de pie y comienza a dar vueltas alrededor del salón—. Muy mal.

—¿Qué es lo que está mal?

Me mira, y en sus ojos oscuros puedo ver un millón de engranajes intentando encajar sin ningún tipo de éxito.

—Seis semanas atrás recibimos una pista en el departamento —dice de pronto—. Fue anónima, pero logramos verificar que era fiable. Se trataba de una pista que nos conducía directo hacia el mayor productor de opio en el mediterráneo. Mismo que abastece a la élite de la mafia en Nueva York, quienes, a su vez, mantienen conexiones con La Cobra. ¡Era un maldito pez pequeño que nos serviría de carnada para atrapar a los gordos! ¿Y sabes a donde nos llevó la jodida pista tras mes y medio de planes, estrategias e infiltración? ¡A ninguna parte! Hicimos el maldito ridículo atrapando a un tipo cuyo mayor crimen ha sido besar a su hermana. ¿Y sabes cuándo recibimos la pista? ¡La misma mañana que Cristina desapareció!

—¿Desapareció? —Me pongo de pie—. ¿Pero de qué coño estás hablando?

—¿No lo ves? A tu tía la secuestraron y se encargaron de sacar de juego a la única persona que habría hecho algo para encontrarla. ¡A mí!

—¡Estás demente! Mi tía no está desaparecida, está en un retiro espiritual con sus amigas del club de lec...

—¡Por Dios, niño, ya cállate, ¿quieres?! Tu tía no pertenece a ningún maldito club de lectura. Y lo sabrías si tú y tu padre realmente se preocuparan por ella y por la vida que lleva en este pueblo del infierno.

—Pero, ella dijo...

—Oliver... —La mano de Emma se cierra en torno a mi muñeca, y en su mirada veo grabado un «Te lo dije» que me atraviesa como un puñal.

Porque es verdad. Ella me lo dijo y yo no le di ni un ápice de importancia en ese momento.

—Está bien... —digo, sintiendo que me tiembla la voz—. Puede que lo del club de lectura no haya sido verdad. Pero mi tía está bien. Tiene que estarlo. Tengo mensajes que lo comprueban.

—Mensajes... —repite Andrew con desdén, arrancándome el móvil de las manos—. ¿Si quiera has escuchado su voz en todo este tiempo?

—No, pero... ¿qué hay de ti? Se supone que eres su novio, ¿no deberías haberla llamado al menos una vez en todo este tiempo?

—Estaba infiltrado en una misión secreta que resultó en un fiasco —espeta—. No podía tener ningún tipo de comunicación a menos que no fuera con el coronel para comentar los avances a través de una línea segura. Apenas tuve tiempo de escribirle un mensaje antes de tomar el avión y ella me contestó como es habitual siempre que debo ausentarme por trabajo.

—¿Qué te dijo?

Andrew aparta los ojos momentáneamente de mi celular.

—«Te voy a extrañar» —dice con un ligero temblor en la voz—. No tuve razones para sospechar.

—Hasta ahora —murmura Emma, dejándose caer de nuevo en el sofá.

—Aquí. —El agente señala algo en la pantalla—. Hay algunos mensajes sin respuesta que están marcados como leídos. ¿Eso te parece normal?

—Por supuesto que no, pero si te fijas, esos se los he enviado hoy. Unas horas sin respuesta no parecen alarmante cuando se supone que está en medio de un retiro espiritual y su sobrino solo le he escrito para darle problemas.

Andrew asiente, bajando la vista de nuevo a los mensajes.

—¿Por qué tu papá quiere que regreses a la ciudad mañana? ¿Qué ha pasado?

—¿Tú papá quiere que regreses a la ciudad? —replica Emma antes de que pueda contestar.

—Era eso lo que estaba a punto de decirte antes, en el escritorio...

—Pero, ¿por qué?

Me disculpo con la mirada.

—Tiene hombres vigilándome desde que llegué, y estos indagaron hasta descubrir que la noche de las carreras habíamos tenido un incidente con la gente de La Cobra.

—¿Tiene hombres vigilándote? —Es Andrew quien pregunta esta vez—. Si es así, alguno de ellos debió ver salir a Cristina por la mañana. Si es que realmente se fue de aquí por su cuenta.

—No lo creo. —Trago saliva al decirlo, y procedo a explicarle que esa tarde salí a escondidas de la ciudad, por lo que los hombres de mi padre no pudieron seguirme.

Le digo que no tenía idea de lo que estaba pasando realmente cuando mi padre me obligó a venir y que, tras mi inesperada llegada, mi tía lo llamó a papá para ponerlo al día. Después de eso, Steven vino aquí para cuidarme como el puto niño que creen que soy, pero dudo que haya podido llegar hasta un par después del amanecer.

—¿La viste? —inquiere Andrew cuando acabo con mi relato—. Esa noche, antes de irte a dormir, ¿la viste entrando a su habitación?

Niego dolorosamente con la cabeza.

—Se quedó aquí abajo. Dijo que se encargaría de hablar con mi padre antes de volver a la cama.

—¿Qué más recuerdas después de eso?

—Nada. Estaba cansado. —«Y también un poco borracho».

Andrew maldice, pateando la mesita del centro. Emma ahoga un grito al tiempo que los adornos y portarretratos vuelan por los aires y se hacen pedazos al caer.

—¡¿Pero a ti qué cojones te pasa?! ¡¿Te has vuelto loco¡?

Andrew se gira en mi dirección con actitud gélida.

—Estás frente a un agente especial del FBI y un novio cabreado —gruñe entre dientes—. Te recomiendo que cuides la forma en la que te diriges a mí de ahora en adelante, porque eres la segunda persona a la que voy a culpar si algo le ha pasado a Cristina. La primera es tu padre. Así que comienza a rezar para que tu tía esté sana y salva.

Doy un paso en su dirección con intenciones de replicar, pero Emma tira de mi brazo y me lleva consigo hacia el comedor.

—No lo provoques, Oliver. ¡Es un jodido federal! —me dice en un susurro—. Además, él tiene razones para estar preocupado. Tú también deberías estarlo.

—Y lo estoy, joder. Pero no puedo dejar que este hombre aparezca de la nada, destruya la casa y sugiera que mi tía le ha pasado algo por culpa mía. Porque si eso es verdad... Mierda, no puede ser verdad.

Me revuelvo el cabello con frustración y observo a Andrew Williams en la distancia.

—Oliver, tenemos que pensar en esto con cabeza fría...

—¡Hey! ¿Qué estás haciendo? —Regreso al salón al ver cómo el hombre se lleva mi celular a la oreja.

—¿Tú qué crees? —Me mira como si fuera obvio.

—Pierdes el tiempo. He intentado un par de veces y la llamada sale...

—Desviada —gruñe con una maldición, golpeando su frente con el aparato.

Un segundo después enciende de nuevo la pantalla, me pide la clave y comienza a teclear.

—¿Y ahora qué haces?

—Lo único que puede garantizar una reacción del otro lado: una amenaza.

—¿Qué clase de amenaza?

Me tiende el teléfono para que lo compruebe yo mismo, pero es Emma quien lee en voz alta el mensaje que Andrew acaba de enviar.

¿Debo iniciar una maldita búsqueda por aire, mar y tierra o simplemente me dirás donde la tienes? Está demás decirte quien soy. Tienes un minuto para contestar a esto.

Pero no pasan ni treinta segundos cuando un nuevo mensaje llega en respuesta.

«Oh, querido, de nuevo llegas tarde para resolver el misterio. Qué lástima. Escuché rumores sobre el enorme fracaso de tu misión en España. Diría que lo siento mucho, pero Dios sabe cuánto detesto mentir... a veces».

—¿Pero qué demonios es...? —Andrew me arranca el teléfono antes de que termine la frase.

Su reacción tras leer el mensaje es acabar con lo primero que tiene a la mano. Un cenicero de cristal termina hecho pedazos contra la pared.

—Será mejor que te calmes —le advierto, y doy un paso delante de Emma para protegerla de cualquier locura que a este maniaco se le ocurra realizar—. ¿Qué demonios significa ese mensaje?

—Significa que yo tenía razón. Que mi misión fue orquestada por esa serpiente para distraerme de lo que estaba pasando aquí. Y que tu tía de nuevo está pagando por los malditos errores de Richard Jackson. ¡Eso significa!

Me acerco a él importándome una mierda su hostilidad y leo lo siguiente que escribe:

«Si me la entregas sana y salva, puedo garantizarte un trato benevolente. Si desestimas mi oferta, tú y tus malditas serpientes no tendrán garantía de nada. Toma una decisión y hazlo ahora, porque no pienso descansar hasta encontrarte».

—¿Sabes quién es? —le pregunto—. ¿Sabes quién la tiene?

Andrew me da una mirada larga, pero se mantiene en silencio hasta que obtiene una respuesta:

«Donde la madera cruje y un viejo secreto se descubre. Donde los días son noches y el ulular de los búhos esconde reproches. Donde una vez fue encanto y ahora solo queda el llanto».

Emma repite el mensaje en voz alta, y solo entonces noto que se ha colocado al otro lado de Andrew.

—Un maldito acertijo, claro. —Se ríe sin pizca de gracia—. Todo es un puto juego para ella.

Tengo intenciones de preguntarle a quién se refiere con «ella» cuando un nuevo mensaje aparece en la pantalla:

«Oh, casi olvido decirte que este acertijo no fue diseñado para ti, agente Williams. No puedes encontrar si no sabes dónde buscar. Tik, tak, tik, tak. Tu tiempo se agota... ¿o era el de él?».

—¿Qué quiere decir con que no fue diseñada para ti? —inquiero, completamente aturdido por todo esto—. ¿Para quién fue diseñada entonces?

Andrew me mira.

—Para la única persona que conoce cómo funciona su mente —dice, rechinando los dientes—. Tu padre es el único que sabe dónde buscar. Creció con ella en este maldito lugar.

«Tik, tak, tik, tak, tu tiempo se agota... ¿o era el de él?», la última línea se repite en mi cabeza.

—Si el acertijo es para mi padre y dice que su tiempo se agota, significa que... ahora mismo lo está resolviendo.

—Y si no lo hace a tiempo tu tía morirá —agrega Andrew.

—No —interviene Emma, dirigiéndose a él—. Dice: «tu tiempo se agota». El tuyo. Porque la conversación estaba siendo personal, una burla. Pero luego pregunta en retórica: «¿o era el de él?» —Ella me mira—. Con «él» se está refiriendo a tu padre. Si el acertijo es para él, significa que están intentando llevarlo a algún lugar conocido para él. Y si su tiempo se agota, significa que...

—Que es una trampa —digo—. El cebo es mi tía, pero el objetivo es él. Sin embargo, papá no sería tan estúpido como yo para salir sin protección.

Andrew resopla.

—¿Qué harías tú si tu hermana estuviera en peligro y te entregaran una pista para rescatarla con la condición de que vayas solo o ella muere?

Trago saliva, sintiéndome enfermo de solo imaginar a Kate en una situación como esa, pero...

—Obedecería —esa es la única respuesta posible.

—La gente hace cosas estúpidas por las personas que quiere. —Andrew señala la mesa destrozada y los cristales rotos sobre el parqué—. Y lo único que podemos hacer ahora es advertirle.

Hace amago de marcar el número de mi padre, pero le arranco el teléfono de las manos.

—Yo lo hago —le digo—. Se trata de mi familia.

Me llevo el aparato a la oreja y escucho el primer tono al otro lado del auricular. A este le sigue otro, y otro, y otro más. Al quinto tono la llamada se corta. Pero vuelvo a marcar, sintiendo todo mi maldito cuerpo temblando.

Oliver. —Dejo escapar el aire que estaba conteniendo cuando escucho su voz al otro lado de la línea—. Lo siento, hijo, estoy ocupado ahora mismo, te llamo cuando termine de...

—¿De qué, papá? —lo interrumpo antes de que se atreva a cortar mi llamada—. ¿De rescatar a mi tía sin ningún tipo de protección?

A mi pregunta le sigue un silencio que no se extiende por más de cinco segundos.

¿Cómo lo sabes?

—Eso no es lo que importa, papá. Y sé que mi tía está en peligro ahora, pero si realmente quieres rescatarla, entonces escúchame: el acertijo que recibiste es una trampa. Sea quien sea que esté detrás de esto, está jugando contigo.

Siempre ha sido un juego —dice, y las palabras se escuchan dolorosamente crudas—. ¿Recuerdas cuando jugábamos a «Serpientes y escaleras» y te enojabas cada vez que pisabas la cabeza de una serpiente y debías retroceder todo lo que habías logrado avanzar?

—Lo recuerdo, pero ¿qué tiene eso que ver ahora?

A lo lejos escucho a Andrew dando instrucciones en su celular. Algo sobre un rastreo satelital.

Me he pasado toda la vida pisando la cabeza de la serpiente, Oliver. Y he tenido que sufrir por su veneno una, y otra, y otra vez. No estoy dispuesto a dejar que ataque también a mi familia. Llegó la hora de matar la serpiente por la cabeza.

—Solo dime dónde estás y espéranos ahí —le ruego—. Estoy aquí con Andrew Williams, ¿te suena de algo? Porque es un maldito agente del FBI que trabajó hace años para ti. También es la pareja de mi tía. Así que deja que él nos ayude a encontrarla, por favor.

Lo siento, Oliver, pero tengo que hacer esto solo.

—Papá, joder...

Sé que no te lo digo muy seguido, pero te quiero, hijo. 

La llamada se corta tras esas palabras. Vuelvo a marcar, pero me envía directo al buzón de voz. Lo intento de nuevo y nada.

«¡Mierda, mierda, mierda!»

Mi puño se estrella contra la pared la misma cantidad de veces que la palabra se repite en mi mente.

—¡Tienes que calmarte, niño! —Andrew me detiene antes de que vuelva a golpear.

—¿Y cómo cojones se supone que me calme cuando mi familia...?

—Tengo la ubicación del celular de Cristina —me corta—. Mis hombres acaban de dar con las coordenadas. Se encuentra en una fábrica de melaza abandonada en la salida sur del condado.

—¿Es ahí a donde se dirige mi padre?

—Si consiguió resolver exitosamente el acertijo, supongo que ahí lo encontraremos también a él.

—¿Qué estamos esperando entonces? Vamos. —Intento pasar por su lado hacia la puerta, pero el agente me toma del brazo para detenerme.

—¿Quién te crees que somos? ¿Los putos Vengadores? Necesitamos refuerzos y mi equipo tardaría horas en llegar.

—Llamemos a la policía local.

—¿La policía local? ¿Te refieres a esa que está en la nómina de La Cobra?

—¿Qué sugieres entonces? —Me revuelvo el cabello, desesperado por salir de esta maldita casa ya.

—Tienes un equipo de hombres ahí afuera cuidando de ti, ¿no? Pues llámalos y diles que su jefe se encuentra en peligro.

🌴🌴🌴

Tomó menos de un minuto que Steven atravesara la puerta de mi tía con una docena de hombres armados y listos para dar la vida por mi padre o cualquier miembro de esta familia. Bastó una llamada a la propiedad para confirmar que, en efecto, papá había conseguido escabullirse sin que nadie lo notara.

Hacía horas se había encerrado en su habitación con la excusa de tener una migraña y la orden de que nadie lo molestara. En el garaje encontraron todos sus autos, pero al recordar el viejo Camaro del 78 que papá guarda como un tesoro en el cobertizo trasero de la propiedad, libre de cámaras y de seguridad, pedí que fueran a comprobar si seguía estando ahí cubierto por una lona, pero como supuse, el clásico había desaparecido, y mi padre con él.

Ahora nos encontramos siguiendo su rastro por el camino que el departamento del FBI nos ha indicado tomar para llegar a la fábrica.

Cinco autos a toda velocidad por una carretera desolada con el único propósito de llegar a él antes de que sea demasiado tarde. Ni siquiera me tomé el tiempo para recriminarle a Steven por haberme ocultado los planes de mi padre. A ese moreno de casi dos metros de alto, el ancho de una pared y los ojos más claros que he visto en mi vida, siempre lo he considerado mi aliado dentro de casa. Tengo más recuerdos con él durante mi niñez que con mi padre en toda una vida, y aun así no fue capaz de decirme nada. ¿Por qué?

—Ya lo había visto antes. A ese hombre —dice Emma desde el asiento del copiloto.

Fue imposible hacerla bajar del auto cuando decidió que vendría con nosotros. Tampoco tenía mucho tiempo para hacerlo.

—¿De qué hombre estás hablando?

—Tu jefe de seguridad, el que se parece a «La Roca». Lo vi en el hospital. La noche de la pelea.

Resoplo con un fantasma de sonrisa.

—Seguro que estaba ahí. Siempre ha estado ahí.

Cinco minutos después estamos tomando una curva que deja ver a lo lejos los vestigios de una fábrica abandonada, escondida entre un puñado de hierba que parece no haber sido cortada en años y árboles llenos de ramas que semejan tentáculos.

El Impala del agente Williams lidera el camino, a este le siguen tres autos negros del servicio, y, por órdenes de Steven, la salvaje y yo los seguimos en mi deportivo al final.

—Se están desviando. —Señala ella al notar que dos de los coches están tomando un camino de tierra entre los árboles, paralelo al sendero que conduce a la fábrica.

—Están rodeando el perímetro —le explico—. Necesitamos tener todas las salidas cubiertas. Si allí dentro están Richard y mi tía, no podemos permitir que se escapen con ellos.

—Por Dios, esto es tan surrealista. Todavía no me creo que esté sucediendo de verdad.

—Yo tampoco. —Golpeo el volante, liberando un mínimo de la angustia y frustración—. Y tú no deberías estar aquí, Emma. No es seguro. Por algo te pedí que te quedaras.

—¿Y dejarte solo con esto? —Señala la fábrica.

—No es tu deber cuidar de mí, Emma.

—Tampoco el tuyo de mí. Puedo tomar mis propias decisiones. Y he decidido estar en esto contigo. —Su mano aprieta la mía—. No estás solo, Oliver.

Cierro los ojos solo un segundo, sin tener idea de cómo hemos pasado de besarnos intensamente en mi habitación, a desenterrar los secretos amorosos de nuestros padres, y luego a sumergirnos en una carrera contra el reloj para salvar la vida de los hermanos Jackson.

—Todo esto es culpa mía... —murmuro sintiendo el peso de esas palabras sobre mis hombros—. Tú tenías razón, salvaje. No soy más que el niño rico, egocéntrico y malcriado que en medio de una estúpida pataleta cometió la imprudencia más grande de su vida. Y este es el maldito resultado.

—No vale la pena que te castigues ahora, Oliver. La prioridad es encontrarlos. Así que concéntrate. —Señala el Impala de Andrew, que se desvía por un sendero que conduce a la fábrica.

Steven lo sigue de cerca y yo piso el acelerador para no quedarme atrás. Exhalo con una mezcla de alivio e inquietud al vislumbrar el viejo Camaro de papá aparcado en la entrada del galón.

El camino se extiende hasta una destartalada garita de seguridad, y cuando estamos a punto de atravesarla, un estallido consigue que una bandada de pájaros despegue su vuelo desde los árboles. La segunda detonación llega un segundo después. Y ambas provienen del interior de la fábrica.

Los frenos de mi deportivo chirrían cuando estaciono junto al auto de papá mientras le digo a Emma:

—Llama a emergencias. Dales nuestra ubicación. —Cojo el arma que escondo bajo el asiento y salgo a toda prisa del auto ignorando las quejas que ella comienza a soltar cuando activo el sistema remoto de seguridad y la dejo encerrada en el interior del vehículo.

—¡Oliver, déjame salir, maldita sea!

—¡Llama a emergencias! —repito mientras me alejo.

Ha sido demasiado riesgoso traerla aquí por sí solo. No puedo permitir que entre conmigo a la fábrica. No puedo ponerla en peligro a ella también.

Andrew y Steven intentan detenerme al ver la determinación con la que me dirijo a la puerta entreabierta de metal, pero soy más rápido que ellos al empujarla y abrirme paso al interior.

Tenues rayos de luz se cruzan entre sí desde los altos ventanales de un galpón lleno de maquinaria vieja, contenedores y gruesas vigas de metal, todos ellos convergiendo en el centro para iluminar un cuerpo tendido sobre el húmedo y mugriento suelo de hormigón.

Apenas he dado el primer paso en su dirección cuando una bala silva al pasar a un costado de mi cabeza, incrustándose en el metal a mi espalda. Una sombra se esconde rápidamente detrás de una caldera antes de que otra bala roce la superficie de metal con un sonido estridente.

A mi derecha aparece Steven con su pistola en lo alto. A mi izquierda, el agente del FBI disparándole a otra sombra en movimiento que se escabulle entre las vigas hacia la salida trasera del galpón.

Más disparos. Más latidos acelerados de mi corazón.

—¡Ve con tu padre, muchacho! ¡Yo te cubro! —grita mi jefe de seguridad, devolviéndole el fuego un malnacido que se desliza entre dos vigas gruesas de metal antes de asomar la cabeza y volver al ataque.

Me agacho y corro todo lo que puedo en medio de una nueva honda de disparos que parece producirse en el extremo sur del galpón. No tardo en reconocer al resto de mi equipo de seguridad colándose por detrás y atacando al grupo de serpientes que se ocultaba en las sombras. Me centro en mi padre y sigo avanzando hasta que un grito de dolor hace que me detenga apenas a un par de metros de él. Alzo la mirada y veo a un hombre frente a mí con los ojos muy abiertos y una pistola cayendo de su mano. Un segundo después se desploma boca abajo y localizo un agujero de bala en su espalda, atravesando la cabeza de una cobra tallada en la chaqueta de cuero negra que lleva puesta. Detrás de él, uno de los hombres de mi padre asiente en silencio antes de darse la vuelta para enfrentarse a otro miembro de la banda que dispara en mi dirección tras de una línea amarilla de contenedores.

Me arrastro por el suelo hasta papá, y lo primero que hago cuando estoy junto a él es darle la vuelta para comprobar que siga respirando. Por suerte lo hace, pero toda la sangre que empapa la camisa blanca a un costado de su abdomen me deja sin aire.

—Ya estoy aquí, papá —le digo, tragándome el nudo en la garganta—. ¡¿Me oyes?! ¡Estoy aquí!

Sus párpados continúan cerrados a pesar de mis gritos, y cuando una nueva bala impacta en el suelo junto a mis pies, lo único que soy capaz de hacer es responder con una serie de disparos coléricos, intentando hacerle pagar a quien sea por lo que le han hecho a mi padre.

No estoy seguro de haber acertado con alguna de las balas, pero cuando el cartucho se agota y otra bala se encaja en una viga a mi espalda, paso los brazos bajo los hombros de mi padre y me arrastro con él hacia una zona oculta entre las calderas.

—¡Richard! —lo intento de nuevo, presionando su herida para controlar la hemorragia mientras lo abrazo desde atrás—. Papá, no me hagas esto, joder. ¡No puedes hacerme esto! Te dije que me esperaras. Te lo dije.

—Oliver... —Su voz, apenas audible, llega para devolverme la vida en medio de una lluvia de disparos.

—Eso es, eso es. Mantente despierto. Quédate conmigo. —Busco sus ojos, que apenas se abren revelando el café de sus iris—. Lo siento, lo siento mucho, papá. Pero por favor, no me dejes.

—Tu... tu tía... —consigue decir, escupiendo un puñado de sangre en el proceso—. Ella la tiene..., la tiene... —Su mano se abre revelando un trozo de papel en el que no había reparado hasta ahora—. Búscala aquí...

—¿Aquí donde? ¡Richard! —Palmeo su rostro, intentando que abra los ojos de nuevo, que me hable, pero su mano cae a un costado y el trozo de papel se desliza de su palma hasta el suelo—. Papá, maldita sea, no me dejes.

No soy consciente de mis propias lágrimas hasta que las veo aterrizando sobre su rostro pálido y manchado de sangre. La presión en mi pecho es demoledora. Vacío, frustración, miedo y dolor, todo mezclándose y retorciéndose en mis entrañas.

Cojo el trozo de papel y lo aprieto en mi palma.

«No me dejes. No me dejes. No me dejes», tres palabras que se repiten sin cesar en mi cabeza por encima del estruendo de las detonaciones.

Tres palabras que no paran de repetirse cuando el sonido de la ambulancia se hace presente a lo lejos, ni cuando el estallido de las balas se detiene y una voz comienza a gritar «retirada» sin cesar.

No dejo de rogarle a papá que se quede conmigo cuando escucho los motores de varios autos alejándose tras la fábrica y un puñado más acercándose por el sendero de entrada.

Lo siguiente sucede como un borrón en mi cabeza. La tenue luz del atardecer colándose por las puertas del galpón con un grupo de hombres uniformados. Tres de ellos acercándose a mi padre y subiéndolo a una camilla. Un montón de preguntas para las que no tengo respuestas. La voz de Emma amortiguada desde el interior de mi auto. El clic de los seguros cuando desactivo el sistema de seguridad. Sus pasos acercándose a mí para subir a mi lado en la ambulancia. Sus dedos entrelazándose con los míos mientras nos dirigimos al hospital más cercano. Mi padre siendo conectado a cables y oxígeno. Mi vida entera pasando frente a mis ojos y desapareciendo tras cada leve exhalación que sale de sus labios.

—Está perdiendo mucha sangre —dice el paramédico que presiona la herida para detener la hemorragia—. Necesitamos ir más de prisa si queremos que lo logre.

El otro hombre responde con dos golpes en la cabina principal. Una señal para que el conductor acelere, lo deduzco por la fuerza de tracción que nos hace tambalear en el interior de la ambulancia un segundo después.

«No me dejes. No me dejes. No me dejes».

Mi mano se cierra en la de mi padre, demasiado fría para ser bueno, demasiado débil para tratarse del hombre más fuerte que conozco.

«No me dejes. No me dejes. No me dejes», todavía estoy rogando cuando siento que me devuelve el apretón, apenas con fuerza. Sus párpados se agitan y una vez más permite que vea sus ojos.

—Gracias, Dios, gracias —las palabras son un jadeo en mis labios—. No te duermas, papá. No de nuevo.

Él me mira un segundo, luego su mirada se desvía a la chica que se encuentra a mi lado, llorando en silencio. Mi padre levanta su mano con movimientos torpes y se libera de la mascarilla de oxígeno.

—Papá, no... —Intento colocarla de nuevo en su lugar, pero me detengo cuando escucho el susurro de un nombre abandonando sus labios:

—He-helen. —Sus ojos no se apartan de ella—. Mi amor, ¿eres tú?

El pitido que emite uno de los equipos médicos no permite que Emma responda. Los ojos de papá vuelven a cerrarse y lo siguiente que escucho en la voz de un paramédico es:

—Lo perdemos. Maldición, ¡lo estamos perdiendo!

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Holaaaa, pecadoras.

¿Sobrevivieron al infarto? jaja

Leo sus impresiones y teorías locas sobre este capítulo en los comentarios.

Besitos ♥

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