Capítulo 31. «Solo tú magia me hace real»
«Solo tú magia me hace real»
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Lunes.
08:04
Oliver: Has estado muy callada desde que volvimos del puente, brujita.
08:32
Oliver: ¿Ya estás despierta, gruñona? ¿Puedo ir a tu casa?
09:08
Oliver: Joder, Granger. ¿Qué pasa? ¿Por qué no atiendes mis llamadas?
09:20
Oliver: Si hice algo para molestarte, solo dímelo, ¿quieres?
10:33
Emma: No estoy molesta por nada, Oliver. Todo está bien. Es solo que hoy tomé doble turno en el bar. Estaré ocupada el resto del día. Lo siento.
10:34
Oliver: ¿Y no se te ocurrió decirme que te llevara? Tomando en cuenta cómo están las cosas con la prensa y esas malditas serpientes.
10:36
Emma: Yo no soy nadie para la prensa. Y si el imbécil de la disco quisiera hacerme daño, a estas alturas ya lo habría hecho. No necesito que hagas de mi escolta personal todo el tiempo.
10:37
Oliver: Tu anonimato se esfumó desde que saliste públicamente conmigo, Emma. Creí que estabas de acuerdo con esto. Que me dejarías cuidarte, joder.
10:38
Emma: Soy mayor y sé cuidarme sola, Oliver. Ahora te dejo. Tengo trabajo que hacer.
19:04
Oliver: Estoy esperándote afuera del bar. ¿Cuánto falta para que acabe tu turno?
19:06
Emma: Acabó hace cinco minutos, y lo siento, pero Lisa ya pasó a recogerme. Esta noche me quedaré en su casa. Necesita que le haga de modelo con unos atuendos.
19:07
Oliver: Genial.
19:07
Emma: Nos vemos mañana.
19:09
Oliver: Como quieras, Emma.
🌴🌴🌴
Martes.
16:55
Emma: No vengas hoy a buscarme. Lisa lo hará. Sigue necesitándome.
16:56
Oliver: Sorprendentemente no es la única que lo hace.
17:06
Emma: ¿Qué quieres que haga? ¿Qué me niegue a ayudar a una amiga por ti?
17:07
Oliver: No. Lo único que quiero es que no uses a esa amiga para evitarme.
🌴🌴🌴
Miércoles.
20:05
Oliver: ¿Puedes decirme a qué demonios estamos jugando? Porque ahora mismo me siento completamente fuera de juego.
20:11
Emma: No sé de qué estás hablando.
20:12
Oliver: Pasaste por tu casa esta tarde y ni siquiera pudiste avisarme, ¿en serio?
20:13
Emma: No sabía que debía hacerte llegar el cronograma de mis actividades diarias.
20:14
Oliver: Y yo no sabía que no estaba hablando con una adulta.
20:14
Emma: Precisamente porque soy una adulta, entro y salgo de mi casa cuando me da la gana sin tener que darle explicaciones a nadie.
20:16
Oliver: Muy bien, Emma. Entonces por qué no me dices de una jodida vez qué es lo que te pasa y acabamos con esto, como la "adulta" que eres.
20:20
Emma: No se puede acabar lo que nunca ha empezado.
🌴🌴🌴
Jueves.
03:04
Oliver: Te creía más valiente que esto.
🌴🌴🌴
Viernes.
No hay mensajes nuevos.
🌴🌴🌴
EMMA
—Algo te pasa. La verdadera pregunta aquí es: ¿quieres hablarlo conmigo?
Cierro la puerta de mi casillero y me giro para encontrarme con Ezra. Está de pie, apoyado contra el marco de la puerta.
—No es nada —le digo, porque si soy sincera no creo que lo que me está pasando sea algo que le gustaría escuchar.
—Se trata de él, ¿verdad? Hace días que no te veo irte con su coche. ¿Te hizo algo?
Niego enfáticamente con la cabeza.
—Oliver no me ha hecho nada. Y aunque lo hiciera...
—Tú eres perfectamente capaz de defenderte sola, lo sé.
Ezra echa un vistazo por el pasillo del personal. Comprueba que no hay nadie cerca y da un paso al interior de la habitación.
Nos separa un banco de metal, pero a esta distancia soy perfectamente capaz de ver la pequeña y blanquecina cicatriz de su pómulo. El único rastro que queda de la pelea que Oliver y él tuvieron semanas atrás. Los moretones hace muchos días que pasaron a la historia.
—¿Por qué estás así entonces? —me pregunta con suavidad—. ¿Por qué lo has estado durante toda la semana? ¿Qué te pasa?
No quiere quiero mentirle, pero tampoco sé cómo decirle lo que me pasa sin herirlo más de lo que lo he hecho ya.
Después de la pelea, me preocupó que el señor Taylor tomara represarías en su contra. Sé que Ezra se ganó el aprecio del jefe siendo su yerno y que, tras su rompimiento con Elizabeth, ese aprecio no cambió, pero eso no significa que fuera a permitir ese tipo de comportamientos en su bar.
Por suerte, el señor Daniel había tenido que salir del pueblo por un viaje de negocios ese mismo día en la tarde. No se esperaba que regresara al menos en un par de semanas. Mientras tanto, Adam y Elizabeth se harían cargo, y ninguno de los dos decidió comentarle a su padre sobre el incidente.
Sé que no hay excusas para que Oliver y Ezra actuaran como cavernícolas, pero también sé que ellos no se odiarían si no fuera por mí. Fui yo quien llevó a Ezra a una fiesta que Oliver había organizado para mí. Y fui yo quien se besó con ambos en la misma noche.
No puedo justificarlos, pero al menos puedo intentar comprenderlos.
Puedo comprender a Ezra, quien ha sido bueno y paciente como novio, pero como mi amigo ha sido excepcional. Lo menos que le debo ahora es mi sinceridad.
—¿Quieres que te diga lo que me pasa, Ezra? Pasa que estoy defectuosa.
—Cariño, eso no es verdad... —La lástima que percibo en su voz es incluso peor que todo lo demás que me ha atormentado durante la última semana.
—No te lo estoy diciendo para que me compadezca. —Tomo asiento en la banqueta que nos separa, dándole la espalda—. Solo te lo digo porque eso era lo querías.
Ezra toma asiento a mi lado.
—Sabes que puedes hablar conmigo de lo que sea, ¿verdad? —Asiento sin mirarlo, porque creo que estoy a punto de derrumbarme—. Estoy aquí para ti, Emma. Sigo siendo tu amigo.
Sus manos encuentran las mías y me da un ligero apretón.
—Lo sé, pero tú...
—No te preocupes por mí, sé que ya has hecho tu elección. Y la respeto.
—Pero... —Él me dedica una sonrisa al notar la sorpresa en mi voz.
—Elegiste la misma noche de la pelea, cuando te fuiste con él en lugar de quedarte conmigo.
—No creo que realmente hubiera una elección que realizar, Ezra.
—Tienes razón, no la había. —Me aparta un mechón de la cara—. Porque desde que él regresó a tu vida, yo dejé de ser una opción para ti. En realidad, creo que dejé de serla cuando terminaste conmigo, solo que no lo quise aceptarlo.
—Lo siento.
—Está bien, Emma. No existen buenos ni malos en esta historia. Solo personas incapaces de forzar los sentimientos. Tampoco de detenerlos cuando estos llegan dispuestos a derribar todas nuestras barreras, ¿verdad?
—¿Por qué dices e...? —No soy capaz de terminar la pregunta, lo veo en su mirada.
Ezra me conoce incluso mejor de lo que lo que lo hago yo.
—Supongo que la comparación resultó más favorable para él de lo que te imaginabas. —Asiento en silencio, dándole la razón—. ¿Cuál fue el problema entonces?
Bajo la vista.
—Que de nuevo no supe cómo responder ante las palabras. —Una lágrima se desliza por mi nariz y aterriza en la tela de mi vaquero—. Que tú tenías razón, Ezra: lo único que llevo haciendo durante años es huir.
—No —dice, obligándome a mirarlo—. Ahora sé cuan equivocado estaba cuando te dije eso, Emma. Tú no estabas huyendo, simplemente te alejabas porque no podías forzar un sentimiento que no era para mí. Y fuiste más valiente al decírmelo que yo al intentar aceptarlo. Pero ahora...
—¿Ahora qué, Ezra?
—Dime algo, ¿cuál fue tu primer impulso cuando él te lo dijo? —Separo los labios, pero no soy capaz de pronunciar una respuesta que al parecer ya conocemos los dos. Lo sé por la forma en la que me sonríe—. ¿Puedes ver la diferencia ahora, cariño?
—La veo. —Incluso cuando cierro los ojos la veo—. Pero tengo miedo, Ezra. No sé qué es lo que se supone que debo hacer con esto.
—Definitivamente no dejar que te consuma por dentro. —Me limpia las lágrimas—. Eso no le hace ningún bien a nadie. En especial a ti.
—¿Y si sale mal?
—La tierra no se detendrá si eso sucede, Emma. Cada experiencia, buena o mala, le suma a tu vida. Pero para obtener experiencias necesitas vivir. Y hacerlo sin miedo.
Hundo mi rostro en su cuello y lo abrazo con fuerza.
—Sé que ya te he dicho esto muchas veces, Ezra, pero en serio: no te merezco.
—Yo soy el único que puede decidir eso. —Se ríe.
—¿Cómo puedo pagarte por tanto?
—No me debes nada, bobita —dice, separándose lo suficiente para vernos de frente—. Pero hay algo que quisiera hacer por última vez, si tú me lo permites.
Podría preguntarle a qué se refiere, pero puedo advertir su respuesta por la forma en la que está mirando mis labios. Así que solo le pregunto:
—¿Por qué?
—Porque llevo noches enteras analizando lo que ha sido de mi vida durante los últimos años, y no lo sé..., de pronto nada me resulta tan claro.
—Ya lo veo. —Le dedico una sonrisa perspicaz—. ¿Tú también necesitas comparar?
—Puede... —Sus labios se acercan lentamente a los míos—. Así que, por favor, Emma, sólo déjame hacer esto una última vez.
No soy capaz de negarme. No después de todo lo que Ezra ha hecho por mí. No después de haberle roto el corazón por partida doble. Se lo debo. Y es precisamente por eso que no pongo resistencia cuando su mano se enreda en mi pelo y sus labios se unen a los míos en un beso suave, casi tímido, que poco a poco se va convirtiendo en uno de esos que compartíamos en el interior de mi habitación, pero sin la chispa de emoción que antes los acompañaba.
Un beso donde nuestras lenguas apenas se rozan y acaba como si nunca hubiera comenzado. Cualquier intención romántica que había existido entre nosotros en el pasado, acabamos de comprobar que no existe ya. Y lo aceptamos con una sola mirada.
—¿Estaremos bien?
—Lo estaremos —responde con una sonrisa.
Tengo intenciones de ponerme en pie cuando la sombra de una persona se desliza rápidamente al otro lado del pasillo. No alcanzo a verle la cara, pero podría reconocer el voluminoso cabello oscuro de Jessica a kilómetros de distancia. Me inquieta que se haya llevado una impresión equivocada de mi situación con Ezra, pero ya tendré tiempo para hablar con ella después.
—Debería irme ya.
—Sí. Yo también. Afuera hay un par de borrachos esperando a que les sirva las mejores cervezas de todo el lugar.
—Sabes que tu verdadero talento es la música, ¿verdad?
—No todos los sueños fueron hechos para cumplirse.
—Los tuyos sí.
Ezra sonríe.
—Será mejor que te vayas, Em. Tienes algo muy importante que hacer.
No le discuto, siempre que el tema de su música sale a colación, Ezra se cierra completamente. He aprendido a respetar eso, pero también me resulta frustrante cuando sé lo lejos que podría llegar con su música si se lo propone. Solo ha tocado en público un par de veces. Una en el instituto, para una obra de teatro, y la otra para mí, en el parque. El público lo adoró en ambas ocasiones. Y eso que no tienen idea de todo lo demás que Ezra tiene para ofrecer.
—Vale. Voy a ser valiente. —«Si es que aún estoy a tiempo de serlo».
La idea de que Oliver se niegue a hablar conmigo me provoca un nudo en el estómago, pero acepto que no me merezco menos después de lo que le he estado haciendo durante toda la semana.
Me despido de Ezra con un abrazo y me vuelvo antes de cruzar el umbral para decirle:
—Ella todavía te quiere, ¿lo sabes?
Está de espaldas a mí, guardando algo en su casillero, pero puedo ver los músculos de su espalda tensarse.
—Si eso fuera verdad, no me habría dejado en primer lugar.
—Todos huimos por algún motivo, Ezra. Quizás solo debas averiguar cuál fue el suyo.
No espero una respuesta de su parte. Abandono la zona de empleados y me fijo en la chica que se encuentra detrás de la caja registradora contando un montón de billetes. Elizabeth Taylor luce tan hermosa y perfecta como una muñeca, pero estoy segura de que bajo todo ese plástico, hay alguien que siente y padece como el resto de la humanidad.
Sigue siendo mi persona menos favorita en el mundo, pero también estoy segura de que Ezra no se habría fijado en ella años atrás si estuviera tan vacía por dentro como aparenta.
Todos tenemos algo que dar.
«Yo tengo algo que dar».
Las campanillas de la puerta suenan a mi espalda cuando abandono el local. Fuera, el ocaso se abre paso entre las nubes en tonos rosas y naranjas.
No veía un atardecer tan bonito desde el día que pasé con Oliver en la playa, pero cualquier emoción positiva que esos recuerdos consigan evocarme, se esfuman con la sensación de que alguien me observa durante todo mi camino de regreso a casa.
A su casa.
🌴🌴🌴
OLIVER
La última semana ha sido una mierda en todos los sentidos.
Papá se enteró del altercado que tuve con «La Cobra» la noche de las carreras y me ordenó que volviera inmediatamente a la ciudad. Intenté decirle que esa no había sido más que la venganza de un mal perdedor, pero igual se negó a que me quedara.
—Sigue siendo demasiado arriesgado, Oliver —me dijo—. Por muy buenos que sean mis hombres, no son capaces de cuidarlos si tú sigues empeñado en participar de esas malditas carreras.
—Espera, ¿a qué te refieres con tus hombres?
—¿En serio creías que te había dejado todo este tiempo sin protección? —Una risa ronca me llegó desde el otro lado de la línea—. Te estaban siguiendo cuando fuiste a esas malditas carreras en las afueras del pueblo. No pudieron seguirte adentro sin correr el riesgo de llamar la atención, así que se quedaron al margen hasta después de la media noche, cuando tu auto apareció de nuevo en la carretera principal. Ninguno reparó en los impactos de bala que tenía la carrocería. Te doy puntos extras por guardar tu auto esa noche en el cobertizo y no sacarlo hasta el día que lo llevaste al taller. Ninguno de mis hombres habría sospechado si no hubieran visto el impacto de bala en la única pieza que no consiguieron reemplazar en el taller: tu espejo retrovisor. Después de eso solo hizo falta investigar un poco y sobornar a un par de personas para obtener toda la información que me has ocultado toda la maldita semana, Oliver.
—¡Y ya ves por qué lo hice! —repliqué—. Para evitar esto.
—¿Esto qué? ¿Qué me preocupe por tu seguridad?
—¡Me has estado vigilando todo este tiempo, papá! ¡Existe una mierda que se llama privacidad!
—Te he estado protegiendo —me corrigió Richard—. Es lo único que estoy intentando hacer.
—¿Desde cuándo? —le pregunté—. ¿Desde cuándo tengo los ojos de tus hombres puestos sobre mi espalda?
Él suspiró.
—Envié a uno de ellos un minuto después de que tu tía me llamara para informarme de tu repentina llegada al pueblo. Mi plan original era que por la mañana abandonaras la propiedad con un par de autos señuelos. De esa forma ella no podría seguirte.
—¿Ella?
—La Cobra, Oliver. Me estoy refiriendo a La cobra —dijo con la voz ronca—. Esa maldita serpiente sabe que la forma más eficaz de joderme es atacarte a ti. Por eso al primero que envié fue a Steven.
Su hombre de confianza, claro.
—Apuesto a que te mantiene al día de cada maldito paso que doy.
—Y también de con quién los das. Aunque eso dejó de ser un secreto tras la publicación que hiciste con ella en tu cuenta de Instagram, ¿no es así? —Cerré los ojos, conteniendo la ira. Nunca había sentido mi privacidad tan violentada como ahora—. Envié más de mis hombres después de tu pelea en el parque. Por si te estás preguntando cómo he conseguido que la prensa se ha mantenga alejada de ti después de eso. Pero tienes que entender que al estar saliendo con... con ella, la estás poniendo en peligro también. ¿Crees que vale la pena por un rato de diversión? ¿Tan poco te importa la chica?
Con eso último terminé estallando.
—¡Porque me importa es que no quiero largarme de aquí sin más, Richard! Y si tan vigilado me tienes, deberías saber que Emma no es solo un rato de diversión para mí.
«Ya no».
Mi padre guardó silencio un par de segundos. Luego, tras un suspiro, pronunció tres palabras completamente inesperadas para mí:
—Me lo temía.
—¿Qué mierda se supone que significa eso?
—Significa que, si realmente la quieres, vas a hacer lo que te digo, ¿me oyes? Pegresarás a la ciudad y me dejarás resolver este maldito problema con... La Cobra. Luego podrás buscarla y hacer las cosas bien esta vez.
—¿Esta vez...? ¿A qué te refieres con eso?
—Te daré una semana, Oliver —fue lo que me dijo—. Si no regresas por voluntad propia, haré que mi equipo deje las sombras y te traiga a rastras si es necesario.
Una semana.
La misma maldita semana que ella lleva pasando de mí. Y ahora solo me quedan veinticuatro horas antes de que los hombres de mi padre aparezcan por la puerta para llevarme de vuelta a la ciudad.
Lo peor es que Ed ni siquiera lo sabe. No quería que Lisa se enterara de que nos íbamos y terminara contándoselo a Emma. Eso solo me correspondía a mí, pero a estas alturas dudo si quiera que eso suceda antes de abandonar el pueblo.
Durante el último par de noches me he visto tentado a tomar las llaves de mi auto y salir a buscarla, pero Ed se ha negado rotundamente a darme la dirección exacta de Lisa y mi orgullo no me ha dejado rogarle para que lo haga.
Solo sé que la chica vive en la misma acaudalada zona del pueblo en la que viven los Taylor, y donde anteriormente solía vivir Emma con sus padres.
Podría pasearme por el vecindario, hacer algunas preguntas y dar con la propiedad de los Jones, pero me resulta bastante patético tener que ser yo quien vaya por ella después de las dos malditas palabras que le dije antes de saltar en el puente.
No esperaba recibirlas a cambio, pero tampoco que ella saliera huyendo de mí como si en lugar de confesarle mi amor, la hubiera amenazado de muerte.
He intentado llamar a mi tía para que —de nuevo— intercediera por ti ante mi padre, pero su número no conecta y no he recibido respuesta a ninguno de los últimos mensajes que le he enviado.
«Retiros espirituales de mierda», pienso con la vista perdida en una mancha de humedad que hay en el techo.
Supongo que estar tirado en la antigua cama de mi padre con el móvil sobre el pecho, a la espera de que la salvaje me envíe una señal de vida resulta menos patético que escribirle un nuevo mensaje y perder la poca dignidad que me queda.
Por suerte, dos golpes en la puerta de la habitación me impiden cometer ese error. Gruño cuando esta se abre y Ed entra en la habitación, aunque no me molesto en mirar.
—No sé para qué tocas si de todas formas vas a pasar sin permiso.
—Soy yo —dice una voz que no es la de mi amigo—. Ed me dejo entrar en la casa. ¿Podemos hablar un momento?
Aparto la vista del techo para comprobar que mi mente no me está jugando una mala pasada y que ella realmente está aquí, pidiéndome lo único que le he pedido durante toda la maldita semana.
Me incorporo.
—¿Ahora sí quieres hablar, Emma?
—Quiero disculparme.
—¿Disculparte precisamente por qué? ¿Por evitarme todos estos días? ¿Por mentirme? ¿Por actuar como una completa cobarde?
—No es tan sencillo —dice, apoyándose contra la madera de la puerta.
Se retuerce las manos con nerviosismo y a mí me da un vuelco el corazón al notar que no lleva puesta la pulsera que le regalé. Me pongo de pie, incapaz de soportar la distancia. Sea lo que sea que vaya a decirme, es mejor que lo haga mirándome directamente a los ojos.
—¿Qué no es tan sencillo, Emma? Porque yo lo veo todo muy simple: te dije lo que sentía y tú decidiste esconderte en tú puto caparazón una vez más.
—Eso no es verdad.
—Ah, ¿entonces no fue eso lo que hiciste con tu ex? ¿No lo dejaste tirado al descubrir que no lo querías igual?
—Contigo es diferente —dice, apenas en un susurro.
—¿Diferente cómo? Porque lo único que yo estoy viendo aquí es la repetición de un puto patrón.
—Te equivocas —dice, mirándome con determinación y algo más. Algo mucho más profundo y doloroso—. Es diferente porque esta vez, en lugar de sentirme culpable por no corresponder, las primeras palabras que lucharon por salir de mi boca fueron un «Yo también», Oliver. Yo también te amo, y es jodidamente aterrador amar a un chico como tú.
Una maldita patada en el estómago me habría dolido menos que eso.
—No importa lo que haga, ¿verdad? Tú siempre vas a encontrar un motivo para juzgarme. Para negarte a esto. Para alejarte de mí.
Porque el amor es una auténtica putada, ahora lo sé.
—Solo mírate. —Me señala con frustración—. Mírate en el espejo y dime lo que ves. Lo representas todo, Oliver. Todo. Tu cuerpo, tu cara, tu forma de ser, de actuar, de presumir tus tatuajes. ¿Tanto te cuesta entenderlo? ¡Es que te veo a ti y lo veo a él!
—¿A quién ves, Emma?
Doy un paso hacia ella sin entender absolutamente nada, pero me basta con ver sus ojos llenándose de lágrimas para caer de nuevo a sus pies.
—A mi padre —dice, dejando que la primera lágrima recorra su mejilla antes de limpiarla—. Él era exactamente igual que tú cuando iba al instituto. Todo ego, magnetismo y popularidad. Podía haber elegido a cualquier chica entre una lista infinita de candidatas. Pero eligió a mi madre. Se casó con ella. Y cuando ella ya no fue suficiente para él, decidió que mi joven maestra de tercero podía ser un buen reemplazo. Mi madre se enamoró del chico equivocado, Oliver, y perdió la vida por él.
—Joder, Emma... Yo no...
—Se quitó la vida con unas pastillas después de que mi padre le pidiera el divorcio —continúa—. Yo no lo supe hasta que tuve trece años, ¿puedes creerlo? Mientras yo soñaba con la última aventura que tú y yo habíamos compartido en el bosque, mi madre se estaba muriendo lentamente en la vida en la habitación de al lado. A la mañana siguiente me desperté con los intentos de mi padre por hacerla despertar. La encontró tendida en la cama tras regresar de un viaje de negocios. Apenas pude ver su brazo colgando a un costado de cama antes de que él me cerrara la puerta en la cara. No entendía qué demonios estaba pasando. Unos minutos después la madre de Lisa me estaba tomando en brazos y llevándome con ella al salón. Luego llegó la ambulancia. Aun puedo escuchar sus sirenas, el trote de los paramédicos al subir las escaleras, las suplicas de mi padre mientras ellos la examinaban, las palabras susurradas de mi madrina: «Todo está bien, cariño». Pero nada lo estaba. Lo supe cuando un minuto más tarde, escuché a los hombres diciéndole a mi padre: «Lo sentimos mucho, señor. Su esposa ya no tiene signos vitales». Mi madrina no fue capaz de ahogar un sollozo y yo sabía lo que eso significaba. Cuando la camilla desfiló delante de mí con un cuerpo envuelto en una bolsa negra, me zafé de su agarre y corrí, gritando para que no se la llevaran. Eric me alzó en brazos antes de que pudiera llegar a ella, me abrazó con fuerza y me dijo que lo sentía mucho. No tenía idea de qué era lo que él realmente sentía. Así que me aferré a su cuello y comencé a llorar. No tengo recuerdos después de eso hasta que me subieron a un auto...
—Y te trajeron aquí... —digo, recordando el momento en el que la vi atravesar el bosque completamente hecha pedazos.
Ella me mira, sin preocuparse por ocultar las lágrimas esta vez.
—Cuando me abrazaste ese día, Oliver, de alguna forma sentí que todo iba a estar bien. Creí que realmente éramos mágicos y juntos podríamos hacer algo para revertir la muerte de mamá. Creí que contigo a mi lado, nada malo podía pasarme. Pero luego te fuiste, y yo...
—Tú te quedaste completamente sola —completo, odiándome más que nunca ese día—. Lo siento. Joder, lo siento mucho.
—Me creía muy fuerte, ¿sabes? —Sus ojos están llenos con tanto pesar que físicamente me duele—. Pero después de saltar al vacío contigo descubrí que quizás soy tan débil como ella. Quizás yo tampoco sería capaz de soportar que me rompieran el corazón. No si quien me lo rompe eres tú.
—Perdería absolutamente todo lo que tengo antes de romper tu corazón, ¿me oyes? —Acuno su rostro y la obligo a mirarme—. Eso nunca va a pasar, Emma. Te lo prometo.
—No puedes prometerme eso, Oliver. Tú no ves el futuro. No sabes si algún día terminarás aburriéndote de mí de la misma forma que te has aburrido de las demás chicas con las que has estado.
—Las demás chicas nunca han conseguido hacerme esto —le enseño, colocando su mano sobre mi corazón—. Antes de ti, ni siquiera sabía que tenía uno, Emma. Y ahora esta cosa late salvajemente cada que estás cerca de mí.
Su garganta se agita con el paso de la saliva, y sus ojos suben hasta los míos, haciendo una breve parada en mis labios.
—Es demasiado pronto para que sea verdad.
—No sé por qué te sorprende. —Sonrío—. Siempre has sido tú, Emma, tú con tu cuerpo, tu cara, tu forma de ser, de actuar, de presumir tus talentos.... Tú, siendo la salvaje con el humor más oscuro que he conocido en la vida, haces que me enamore fácilmente de ti.
—No deberías robarte mis frases.
—Y tú no deberías robarte mi cordura, pero de todas formas lo haces. ¿Qué más quieres de mí?
—Que seas real —susurra entonces, robándome también una sonrisa.
—¿Cómo es que aún no eres capaz de verlo, brujita? —Aparto un mechón de su cara—. Solo tú magia me hace real.
Ella me mira a través de la humedad en sus pestañas, e incluso antes de que suceda, lo sé, sé que lo siguiente que voy a sentir son sus labios contra los míos. Y también sé que con ese beso ella estará aceptando todo lo que yo tengo para dar. Todo lo que estoy dispuesto a entregarle sin la sombra de una apuesta cerniéndose sobre nosotros.
Porque esto nunca se ha tratado de ganarme su corazón, sino de arriesgar el mío. De ponerlo sobre la mesa y estar dispuesto a perderlo.
Lo descubro cuando el momento llega, cuando sus pies se alzan en puntillas y su cabeza se inclina para besarme. Mi corazón le pertenece ahora. Y resulta jodidamente aterrador saber que podría destruirlo si así lo quisiera.
Pero no pienso en eso cuando la tomo por la cintura y la acerco más a mi boca. Tampoco cuando separo sus labios con mi lengua para intensificar el beso. No estoy pensando en eso cuando pongo mis manos bajo sus muslos y la obligo a rodearme con las piernas, dejándola caer en el escritorio de la esquina, sin dejar de besarla.
—Oliver... —jadea mientras mis labios recorren la piel de su cuello y mis manos le suben la camiseta—. Creo que... creo que ya estoy lista.
Me detengo al instante y la miro, con la respiración agitada por la excitación.
—¿Estás...? —Trago saliva—. ¿Estás segura de esto, nena?
Ella asiente antes de morder su labio inferior, y solo eso me basta para dejar atrás el maldito control, abalanzarme sobre ella y apoderarme nuevamente su boca. Un gemido vibra contra mis labios cuando mis dedos consiguen desabrochar sus vaqueros y colarse bajo su ropa interior. Yo gruño al palpar toda su humedad.
—Joder, Granger, te extrañé como un maldito loco.
—Lo sé. Y lo siento mucho. —Jadea cuando muerdo su labio inferior como castigo—. Siento habernos hecho perder el tiempo así.
«Tiempo». Esa palabra hace que me detenga.
—Sobre eso... —murmuro, apoyando las manos a cada lado de su cuerpo—. Hay algo que no te he dicho aún. Y es una completa mierda.
—¿Qué pasa, Oliver? Me estás asustando.
Separo los labios, pero antes de que las palabras atraviesen de mi garganta, la madera cede y el escritorio se desploma.
—Mierda, ¿estás bien? —le pregunto tras el crujir de la madera haciéndose pedazos bajo nuestro peso.
—Estoy bien, pero qué susto. —La ayudo a ponerse de pie y nos quedamos mirando el desastre—. Era un escritorio muy bonito. Lo siento.
—No es culpa tuya. Esa cosa estaba podrida.
—Una lástima, porque... Espera, ¿ves eso? —Se agache junto a la tabla superior del escritorio antes de que pueda contestarle—. ¿No es este el cajón que se encontraba bajo llave?
Me acerco a su lado y levanto la tabla. Ella aprovecha para rescatar un cajón que ahora se encuentra desprendido del resto de la estructura. En su interior veo algunas hojas en blanco, bolígrafos de diferentes colores, una serie de sobres sellados y, debajo de estos, varias fotografías dispersas. Todas parecidas a la que encontré el otro día en el fondo del armario. Y solo una de ellas enmarcada.
Es ella quien la toma primero, pero ambos somos perfectamente capaces de apreciar la imagen que se esconde tras el astillado cristal del portarretratos.
—Esta es mi madre —susurra, buscando mi mirada.
—Y este es mi padre —digo a pesar de lo obvio.
—Se suponía que solo habían sido amigos, ¿no?
—Eso fue lo que Anny nos dijo, pero es obvio que mentía.
Emma regresa su atención a una foto escalofriantemente similar a la que ella y yo nos tomamos en mi auto el otro día. Pero en esta quienes se encuentra frente a la cámara son nuestros padres. Sobre el capó del viejo Camaro que Richard solía conducir. Besándose.
—Tu abuela nos debe un montón de explicaciones.
Emma me mira.
—Y la primera de ellas es por qué nos ocultó que ellos dos habían estado enamorados.
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Hola, pecadoras.
Aquí estoy de nuevo, sacándolas de la miseria con un nuevo capítulo y dejándolas de nuevo en la misma miseria con el final jaja
En fin, que este capi ha estado intenso, ¿les gustó?
Las leo.
Besitos ♥
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