Capítulo 3. «Como en un clásico cliché»
Música: Diamonds by Rihanna
«Como en un clásico cliché»
___________________
EMMA
Intento escabullirme nuevamente entre la multitud con la esperanza de borrar de mi mente la imagen de lo que acabo de ver y, de una vez por todas, encontrar a mi amiga en este maldito antro del infierno.
Sin embargo, la suerte no parece estar de mi lado, porque en medio de la pista, un chico aparentemente borracho y con ganas de que le clave mi tacón en la cara, me bloquea el camino marcando unos pasos de baile con los que a Bruno Mars le sangrarían los ojos si pudiera verlo moverse al ritmo de That's What I Like.
—Dame permiso, por favor —le pido con la poca amabilidad que me queda después de todas las cosas absurdas por las que he tenido que pasar en tan pocos minutos.
—Vamos, linda, baila conmigo —me pide de vuelta él con un movimiento de esqueleto.
Resoplo con fuerza, preguntando si es que cargo un cartelito en la frente que reza «Bailarina». Primero el puerco del tatuaje, y ahora este... chico espagueti.
—No te lo voy a repetir —siseo entre dientes—. Déjame pasar o te parto las jodidas pelotas.
Él chico me sonríe con unos dientes amarillos que estarían perfectos para el «Antes» en un comercial de dentífricos.
—Me gustan las chicas rudas —dice, y acompaña sus palabras con un guiño de ojo en el que se le cierran los dos.
—Que conste que te lo pedí con amabilidad la primera vez. —Le pego un empujón que lo hace derramar su bebida antes de pasar por su lado, harta ya de intentar dialogar con imbéciles.
Y cuando creo que ya me he librado de él, siento uno de sus brazos huesudos rodeándome la cintura y haciéndome girar hasta que quedamos nuevamente de frente.
—Solo te estoy pidiendo que bailes una maldita canción conmigo —gruñe con la mandíbula apretada—. No es necesario que seas tan perra, sabes.
Mis labios se separan en respuesta a mi indignación, pero antes de que pueda atacarlo —esta vez con algo más que palabras—, una voz a mi espalda me hace cerrarla boca de golpe.
—Oye, ¿te está molestando? —inquiere, como en un clásico cliché.
El chico que me tiene cogida por la cintura mira más allá de mi cabeza. Y sea lo que sea con lo que sus ojos se encuentran tras de mí, es lo suficientemente aterrador para hacer que me suelte como si mi piel le quemara.
—Lo... lo siento —murmura antes de darse media vuelta y perderse por donde vino.
Me quedo tan aturdida que no doy ni para moverme mientras escucho que la música cambia y de pronto la voz de Rihanna se encuentra tomándose todo el lugar en una versión tecno de Diamonds.
—¿Estás bien? —escucho pronunciar nuevamente a «mi héroe», y no sé exactamente por qué, pero algo en mi interior me advierte sobre lo que me voy a encontrar cuando me vuelva para mirarlo.
De cualquier forma, me giro. No puedo evitarlo. Y cuando me encuentro con un rostro que parece haber sido genéticamente alterado para la perfección, mi mente solo es capaz de repetir un trozo de la canción que está sonando por los altavoces:
«A primera vista sentí la energía de los rayos del sol. Vi la vida dentro de tus ojos».
Y es que, irónicamente, es eso lo que consigue captar toda mi atención...: sus ojos.
Son tan azules que por un momento me siento navegar en unos mares que, con facilidad, me llevarían al naufragio.
Y es que, por dios, sería capaz de perderme dentro de ellos. A pesar de todas las promesas que me he hecho a mí misma, yo podría...
—Oye..., te he preguntado si te encuentras bien. ¿Ese imbécil te ha lastimado...?
—No —lo corto, aclarándome la garganta—. Estoy bien. Gracias.
Doy un paso atrás, preguntándome cómo es que he tenido el valor de retar a los dioses cuando está claro que estos han respondido al llamado bajándome uno y plantándolo delante de mí. Cómo si de una maldición se tratara.
Y es que el chico podría definirse como la personificación de un dios del olimpo. Un cabello oscuro y despeinado que luce desastrosamente atractivo y hace un contraste perfecto con la tonalidad clara de su piel, una nariz perfilada, una barbilla que se parte justo a la mitad y le da un toque jodidamente sexy a sus demás atributos, y unos ojos que ya han demostrado ser capaces de dejarme sin palabras.
Estoy segura de que no lo había visto en la vida, y aun así percibo cierta familiaridad en su mirada que consigue erizarme la piel.
O quizás solo sea esa aura de chico malo que lo rodea, con su porte y altura, su cazadora de cuero, y su sonrisita arrogante, lo que provoca este efecto en mi sistema.
No es que conozca demasiados chicos como él, pero sí que le leído un millón de veces sobre ellos para tener una idea clara de lo que está esperando recibir a cambio de su acto heroico de la noche.
Todos son iguales. Lo sé. Y, aun así, me está costando un mundo que la adolescente hormonal que habita dentro de mí no tome el control de mi cuerpo y me deje en ridículo cuando el chico da un paso en mi dirección, reduciendo la distancia que nos separa.
—A mí no me parece que estés muy bien —susurra sin perder la sonrisa—. Apostaría incluso a que luces... nerviosa.
—Estoy bien —repito, negándome a retroceder como una cobarde, porque a este juego podemos jugar los dos—. Y si crees que estoy nerviosa, entonces es que no viste nada de lo que hice arriba de aquella barra.
Su sonrisa se hace más grande, y cuando creo que va a salirme con algo parecido a lo que dijo el rarito sobre gustarle las chicas rudas y esas tonterías, me toma desprevenida con algo completamente diferente:
—Sabes, me da la impresión de que tú y yo ya nos conocemos.
Se me escapa un bufido.
—No te había visto en la vida. —«Créeme, lo recordaría»
—¿Estás segura? Porque a mí me resultas muy familiar.
—Pues debes estar confundiéndome. —Él niega con la cabeza, apenas un poco.
—No eres la clase de chica que podría confundirse fácilmente con otra.
Pongo los ojos en blanco.
—Por favor, dime que esa frase no te funciona. Me sentiría muy decepcionada de la población femenina si ese fuera el caso.
El chico se ríe, y lo hace de verdad.
—Lo dicho: no eres la clase de chica que podría confundirse con otra —su tono es más suave esta vez, más íntimo.
—Lo que tú digas. Me tengo que ir —pronuncio, y en contra de mi espíritu competitivo, doy un paso hacia atrás, huyendo de la intensidad de su mirada.
—Hey, espera, ¿por qué tanta prisa? —Me toma por una muñeca para impedir que me aleje, y el mero roce de sus dedos ardiente contra mi piel, envía una oleada de calor por todas mis venas.
—Porque ya no tengo nada más que hacer aquí —respondo sintiendo que me late rapidísimo el corazón.
—¿Te liberé de ese friki y ni siquiera vas a decirme tu nombre? ¿Así es como me pagas? —Parece divertido, pero también un poquito cabreado.
—¿Qué pasa, chico Rolex? ¿Es que te has quedado cortito de dinero? —le devuelvo, echándole un vistazo al reloj que está adornando su muñeca.
—Muy observadora —me felicita—. Pero no es con dinero que esperaba que me pagases. Eh, eh, no enloquezcas, tampoco es con lo que seguramente te estás imaginando —agrega al notar mis cejas alzadas.
—Ah, ¿no?
—No —repone muy firme—. Con tu compañía podría bastarme.
—Lo siento. Pero lo único que tengo para ofrecer es el «gracias» que te di hace un momento. Aunque no es como si tu intervención hubiera sido muy necesaria. Creo que está de más que te diga que sé defenderme yo solita.
—Eso no lo pongo en duda —dice, tirando de mi muñeca para acercarme un poco más—. ¿Te parece si brindamos por eso? En mi reservado.
Me hago de todo mi autocontrol para no retorcer los ojos como la niña de «El exorcista».
Y es que este chico, como sea que se llame, está usando el mismo patrón del resto: primero te invitan un trago, luego otro, y después otro más, hasta que comienzan a escaparse las risitas tontas seguidas de los toqueteos inocentes; más tarde llegan los besos robados, cortos, superficiales, esos que le dan paso a los dientes que abren heridas para que luego las lenguas ávidas las puedan sanar; unos minutos más tarde ya se ha agotado el oxígeno entre los labios del otro, y cuando te das cuenta, ya estás bajo las sábanas con el chico malo.
O en este caso, con el remedo de uno.
Pero no es su propuesta lo que en realidad me molesta, es que me la haga cuando sabe que ya lo he visto en compañía de otra chica. La misma que escuché parloteando en los lavabos sobre llevarse a un «niño rico» a la cama la noche de hoy.
«¿Qué es lo que pretende? ¿Un trío?»
—¿Te crees que con tu entradita de «Oye, ¿te está molestando?» a lo película cliché de los noventas basta para que me vaya contigo a pasar la noche? —Me llevo la mano libre a los labios para ocultar mi sonrisa—. Hazte un favor, ¿quieres? Deja de hacer el tonto conmigo, que no te va a funcionar.
Su mandíbula se tensa en respuesta, pero en lugar de dejarme ir, aprieta su agarre.
—¿Por qué será que no puedo tragarme ni un poco tu indiferencia? Ah, cierto, porque te vi mirándome desde la barra como si desearas comerme con todo y envoltorio.
Se me escapa una carcajada que intenta parecer satírica, pero peca terriblemente de nerviosa.
—¿Sabes? Te aconsejo que intentes disminuir los niveles de egocentrismo en tu sistema. Matan neuronas. Para muestra las que a ti te faltan.
—Y yo te aconsejo a ti que dejes de tentar a tu suerte —me gruñe—. Te estoy dando una oportunidad, así que aprovéchala.
Verlo perdiendo los papeles me hace suspirar de puro placer.
—Perdona, tienes razón. Te estaba mirando porque me resultaste terriblemente atractivo —admito, buscando sus ojos—. Y si ahora estoy intentando poner alguna distancia entre nosotros debe ser porque sigo alterada después de mi encuentro con ese par de imbéciles. Lo siento mucho.
Él deja escapar un suspiro que se pierde entre el mar de cuerpos que nos rodean y el sonido de la música.
—No pasa nada, preciosa —dice, usando su mano libre para tomar un mechón de mi cabello—. Pero conmigo no necesitas estar tan a la defensiva, ¿sabes? Yo solo quiero que disfrutemos los dos. Que pasemos un rato juntos, divertido.
—¿Y qué pasa con ella? Con la chica que estaba sobre tus piernas cuando...
—No es nadie —se apresura a decir—. No hace más de una hora que la conozco y antes de venir tras de ti le pedí que abandonara mi reservado. Te lo juro.
—Ya. —Asiento con la cabeza.
Está claro que el muy imbécil cambia de chicas como si fueran barajas de póker, pero intento ocultar con una sonrisa lo mucho que ese hecho me molesta.
El gesto parece ser suficiente para que sus comisuras se eleven también, imitándome.
—¿Entonces? ¿Vienes conmigo...? —El agarre de su mano baja hasta encontrarse con la mía, tirando un poco de mis dedos.
Un contacto tan íntimo con alguien a quien apenas conozco debería estarme aterrorizando, pero en lugar de eso siento un hormigueo por todo mi cuerpo. Y no me gusta nada.
—Está bien, iré contigo —le digo, aclarándome la garganta—. Pero primero quiero que me digas si lo decías en serio.
—¿Qué cosa? —inquiere él, acercándose más.
—Eso de que puedo aprovecharme —comienzo a decir, deshaciéndome de su agarre y tomándome la libertad de conducir mis manos hasta su torso, bajo el grueso cuero de su cazadora—... de todo esto.
Su pecho me recibe tan duro y marcado que tengo que contenerme para no jadear. Me muerdo el labio inferior, juguetona, mientras veo sus ojos iluminarse como los de un niño que acaba de recibir la última PlayStation como regalo de navidad.
Él chico se acerca a mi oído para susurrar por encima de la música:
—Te doy mi permiso para que te aproveches de absolutamente todo lo que encuentres aquí. —Sus manos se posan sobre las mías para reafirmarlo.
Estando tan cerca, el aroma de su perfume casi consigue eclipsarme, pero contengo la respiración y me dedico a la tarea de recorrer con la punta de mis dedos la tela que oculta todos sus aparentemente perfectos abdominales.
Lo hago en un gesto sensual y provocativo que parece surtir el efecto deseado, porque su pecho se eleva con una profunda inhalación.
—¿Entonces también me das permiso...?
—Sí.
—¿...para patearte las pelotas, idiota? —Y tras terminar la oración le propino un rodillazo en la entre pierna al que le sigue un pisotón.
Porque sí. Porque se lo merece. Y porque hacerlo acaba de darme cien años de vida.
—¡Joder! —gruñe, retorciéndose del dolor—. ¿Pero a ti que coño te pasa?
No le respondo, pero tampoco soy capaz de ocultar la sonrisa de satisfacción que se me ha formado en el rostro.
—No soy maestra, pero espero haberte dado una buena lección.
Me doy media vuelta cuando veo que está comenzando a recuperarse, pero el muy maldito me alcanza cojeando y se posiciona frente a mí cerrándome el paso.
—No —dice, tomándome de las muñecas y llevando mis manos a la altura de mi pecho—. Ni creas que vas a salir huyendo ahora.
Su mandíbula está tan apretada que estoy segura le falta poco para hacerse el mismo daño que la presión de su agarre está ejerciendo en mis muñecas.
—Me estás lastimando —siseo, luchando para no mirarlo a los ojos.
—¡Pues vaya! No tenía idea de que un jodido bloque de hielo tuviera la capacidad de sentir dolor —me devuelve, mordaz.
—Y yo no tenía idea de que los perros hablaran —replico con una ceja enarcada, haciéndolo rabiar.
Y aun cuando tiene el aspecto de querer abrirme el cuello como un lobo lo haría, su jodida belleza consigue tener el poder de dominar todos mis sentidos, porque por alguna razón que no entiendo, no me encuentro luchando para soltarme de su agarre.
—Con que así te gusta jugar... —dice, acercándose de forma tan peligrosa a mi rostro, que el instinto me hace echar la cabeza hacia atrás—. ¿Sabes una cosa, salvaje? Yo conozco un par de juegos que te podría enseñar.
Trago grueso.
—A mí no me van los juegos de niños, y menos si son mimados.
—No tienes idea de cómo me gusta jugar a mí, preciosa. Ni idea.
—Ya. Pues no me interesa saberlo —le digo, sintiendo que las frases ingeniosas se me están agotando—. Así que haz el favor de quitarme las manos de encima y apartarte de mi camino. A no ser que quieras poner a prueba de nuevo la puntería de mi rodilla, guapo.
—¿En serio? —inquiere, soltando un bufido cargado de fastidio—. ¿Todas las chicas de pueblo son como tú?
—¿Cómo yo? —le devuelvo, alzando las cejas.
—Sí, como tú. Locas y salvajes —dice antes de soltarme con brusquedad.
Y si antes me sentía enfadada, ahora estoy entrando en modo Chernóbil. Detesto muchísimo que me llamen loca. Esa palabra se asocia a demasiadas partes de mi vida que ahora mismo no quiero traer a colación.
—¿Sabes qué? —inquiero, alzando las manos para englobar el lugar—. Aquí están prácticamente todas las chicas de este pueblo, te las presento. Así que ve y compruébalo por ti mismo, pero conmigo ni te la creas, modelito de pacotilla.
Dibujo en mi rostro una sonrisa que intenta esconder el dolor que me atenaza el pecho, y con toda la dignidad que poseo me doy media vuelta y comienzo a alejarme de él.
Esta vez no me detiene.
Me pierdo de nuevo entre la multitud, y no más de un minuto después, como si de un mal cliché se tratase, mis ojos se encuentran por fin con esa melena dorada y risada que tanto estuve buscando.
Mis pasos se detienen mientras me quedo ahí, observando a mi amiga con una punzada de envidia en el centro del pecho.
Y es que Lisa Jones, engullida en ese corto vestido azul en el que se le marcan hasta las estrías, es totalmente capaz de bailar sola sin temor a las miradas, sin tener que esconderse, simplemente porque le apetece hacerlo y ya está. Ella sola se sobra y se basta. A pesar de no encontrarse sola en lo absoluto. Es tan dueña de sí misma que no teme a disfrutar de cada jodido momento como nunca soy capaz de hacerlo yo.
Suspiro, odiándome un poquito por ser como soy. Y después de haber sido asechada por dos cerdos y un idiota en menos de veinte minutos, me acerco al sitio del que nunca debí alejarme sola, decidida a culminar esta noche... mi noche, pasándola bien.
—¡Mierda, Em! —exclama cuando me ve—. ¡¿En dónde estuviste metida todo este tiempo?!
«En el baño, querida. Pero al salir me perdí. Tuve que subirme a la jodida barra para buscarte. Desde allí invoqué a los Dioses Griegos y le partí la nariz a un ex convicto depravado con el tacón de mi sandalia. Luego un friki decidió acosarme en la pista de baile. Pero no temas, porque finalmente fui rescatada por un arrogante de mierda con cara de modelo de revista», pienso en decirle, pero...
—Te dije que estaría en el baño, Lisa —respondo en su lugar, fingiendo mi mejor sonrisa.
Después de todo, se me da bastante bien hacerlo.
—¡¿Qué?! ¿Tanto tiempo en el baño? ¡¿Es que tienes diarrea?! —Se echa a reír antes de que yo le responda, evidentemente borracha. La miro mal y sus labios forman un pequeño puchero—. Vamos, no te enojes y ten esto, nena. —Me entrega un shot de tequila—. Tómatelo y quita esa cara de espanto, que hoy es tu día.
Me lo bebo de un solo trago, haciendo una mueca. El líquido quema en mi garganta, pero sin embargo...
—¡Quiero otro! —le grito. Ella suelta una risita traviesa, complaciéndome.
—¡Así se hace, baby! —celebra mi segundo trago de la noche, levantando el suyo e invitándome a brindar—. ¡Feliz cumpleaños, muñeca!
—¿Y mi regalo? —inquiero en broma, imitando su puchero.
Pero no hace falta que me responda, estoy segura de que la mueca de dolor que se ha formado en la cara de cierto modelito arrogante ha sido el mejor de la noche.
Y estúpidamente, sonrío por eso.
_______________________
N/A: ¡Hello mis amores! Espero les vaya gustando la historia.
Nunca pido más que una estrellita y sus hermosos comentarios ♥.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top