Capítulo 29. «Tengo una adivinanza para ti»
Música: Lover / Taylor Swift & Shawn Mendes
«Tengo una adivinanza para ti»
_____________________
EMMA
—Necesito usar el baño.
Eso es lo primero que se me ocurre decir tras el incómodo silencio que se ha extendido entre los dos desde que subimos a su habitación, un par de minutos atrás. Lo cual es ridículo después de todo el rato que pasamos enrollándonos en la encimera y preparando la cena después de curar sus heridas.
Oliver parece estar igual de nervioso que yo. Y por alguna razón, verlo así de vulnerable me hace sonreír.
—Claro —dice, medio balbuceando—. Está por aquí. —Abre una puerta a la izquierda y me señala el interior con un gesto—. Puedes ducharte si quieres. Hay una pastilla de jabón sin usar y toallas limpias adentro.
—¿Esta es una indirecta para decir que huelo mal? —Cubro mi diversión con una mano.
Él entrecierra los ojos. Luego se acerca a mí y rodea mi cintura.
—Hueles a lo puto mejor que olido en mi vida, salvaje. Pero cada noche, cuando trepo como el maldito Tarzán hasta tu ventana para darte las buenas noches, tú cabello se encuentra mojado y tu piel huele a jabón. Así que no es tan difícil deducir que sueles tomar una ducha cuando llegas a casa del trabajo. Y yo quiero que te sientas como en tu casa aquí. Conmigo.
Aprieto los labios y asiento. Porque tiene razón. Durante la última semana se le ha hecho costumbre aparecer a través de mi ventana. El lunes casi me da un infarto cuando lo vi al otro lado del cristal con una hoja de papel que ponía «Buenas noches, brujita» en marcador rojo. Abrí la ventana y le pregunté si se había vuelto malditamente loco, y cuando él me contestó que se temía que sí, ya no parecía divertido, ni tan seguro de lo que estaba haciendo ahí, suspendido en el aire, arriesgando su vida por mí. Así que lo besé.
Lo hice porque no quería que se arrepintiera de haber trepado por las enredaderas, con una hoja de papel garabateada en la mano, solo para despedirse de mí. Lo besé para evitar que su mente pensara en el hecho de que los chicos como él no hacían cosas como esas por chicas como yo. Lo besé porque con ese pequeño gesto había conseguido revolucionar mi corazón, y ya no quería que se detuviera nunca más.
Por esas mismas razones volví a besarlo la noche siguiente, y la siguiente. Por eso, la cuarta vez lo invité a pasar, y en la quita me subí a horcajadas sobre su regazo sin dejar de besarlo.
Es ridículo que después de todo aquello me esté sintiendo tan nerviosa hoy. No es la primera vez que estamos solos en una habitación, pero sí la primera en la que mi abuela no resulta una excusa para acabar con lo que sea que hubiéramos iniciado en medio de la oscuridad.
—Está bien. Tomaré una ducha —le digo finalmente.
No porque huela mal, sino porque de alguna forma necesito bajar la temperatura que ha subido en mi cuerpo con eso recuerdos.
—Vale. —Se inclina para dejar un corto beso en mis labios y hace una mueca de dolor cuando se separa, acariciándose la comisura con el pulgar—. Juro que odio a tu ex.
—Lo sé. —Me río—. Ya me lo has dicho unas quinientas veces esta noche.
—Y no creo cansarme nunca de hacerlo —masculla antes de alejarse rumbo al armario, de donde regresa con una camiseta gris en las manos—. Esto te servirá para dormir.
—¿Y la parte de abajo?
—¿Alguna vez te he dicho lo bien que tus piernas lucen al descubierto, Granger?
Pongo los ojos en blanco.
—Eres un pervertido. —Le arranco la prenda de las manos.
—Y tú una incitadora —me devuelve él con una sonrisa ladina.
Maldice de nuevo por el dolor en su labio y yo aprovecho para escabullirme en el cuarto de baño.
Paso el seguro, dejo la camiseta sobre la encimera del lavabo y apoyo las manos contra el borde, y luego levanto la mirada a mi reflejo. No tengo idea de por qué demonios estoy sonriendo, pero lo hago. Llevo muchos días sin ser capaz de borrar esa estúpida sonrisa de mi rostro, y no me gusta nada. Soy consciente de que durante la última semana he sido más feliz que en los últimos diez años. Y eso es preocupante. Mi felicidad no puede depender solo de él. Ni de las cosas que siento en mi pecho cuando me mira. Ni del hormigueo que aparece en mi estómago cuando sus labios encuentran los míos.
También sé que eso no es del todo verdad. He sido feliz muchas veces durante la última década. He vivido muchos momentos memorables con mi abuelo, mis amigos, e incluso con Ezra, pero es que hace mucho no sentía que ese estado pudiera ser permanente. A veces se quedaba conmigo un día o dos, otras veces, solo horas. Una semana es mucho tiempo siendo feliz, porque mientras más tiempo eres feliz, más duro resulta cuando dejas de serlo. Y este verano no va a ser eterno. El día llegará. Y yo no deseo acabar destrozada.
Pero tampoco deseo negarme a ser feliz. Y es tan agobiante desear tantas cosas contradictorias al mismo tiempo, que lo único que me veo capaz de hacer por ahora es desprenderme de la ropa y tomar esa ducha que mi cuerpo tanto está necesitando.
Doblo la camisa y la falda del uniforme y los dejo sobre la encimera. Me desprendo del sujetador y dejo de último las braguitas rojas de encaje que recibí como regalo por parte de mi mejor amiga en mi cumpleaños número dieciocho.
«Para que recuerdes lo sexy que eres, muñeca», la recuerdo guiñándome un ojo tras esas palabras.
Y la verdad es que la prenda cumple con su cometido. Cuando decidí ponérmelas esta tarde, me miré al espejo con ellas y comprobé lo realmente bien que lucen en mi cuerpo. A una parte de mí le gustó sentirse así. Sexy. Atractiva.
Y esa es otra de las cosas en las que me siento diferente. Sé que no debería, pero desde que paso mi tiempo con el modelito, una parte de mí se siente así la mayor parte del tiempo. Quizás sea por la forma tan intensa que tiene de mirarme, pero ahora no solo sé que soy una chica atractiva, también me siento como una.
La belleza siempre me ha resultado algo demasiado subjetivo, pero Oliver hace que mi belleza parezca un hecho irrefutable. Una verdad a la que nadie en el mundo se podría negar. Y mi descarado ego ha estado disfrutando un poquito más de la cuenta de eso.
Supongo que tampoco es tan malo sentirse así de vez en cuando. Tampoco es tan malo desear que él no vuelva a mirar a otra chica de la mismo forma en la que me mira a mí, ¿verdad?
Sacudo esos pensamientos de mi cabeza antes de desprenderme de las bragas. Maldita lencería sexy, y malditas todas esas ideas superficiales que Lisa me mete en la cabeza.
Doblo las bragas para guardarlas entre los pliegues de mi uniforme, junto al sujetador, pero antes de hacerlo descubro algo que me horroriza y me avergüenza en partes iguales: están empapadas.
Empapadas nivel charco. Río. Cascada. Manantial. O hasta el maldito océano. Una completa exageración que deja de resultarme tan absurda al recordar todos los besos y manoseos que compartimos minutos atrás en la cocina de mi vecina.
—Este idiota te tiene muy mal, Emma. Muy mal.
Sigo mascullando en voz baja mientras doblo de nuevo las bragas y las escondo entre mi uniforme.
No sé cuánto tiempo paso bajo la regadera después de eso, solo sé que termino necesitando más agua fría de la que imaginaba.
También necesito un cerebro nuevo. Que no sea tan estúpido, a ser posible. Pero descubro que ese deseo no me ha sido concedido cuando salgo del cuarto de baño vestida únicamente con la camiseta de Oliver y me encuentro con los músculos de su espalda contrayéndose a causa de los movimientos que realizar al cambiar las sábanas de la cama.
Me aclaro la garganta antes de que esa visión me deje idiotizada. No puedo permitírmelo de nuevo. Él se da media vuelta, y los músculos de su torso resultan ser mucho más atrayentes que los de su espalda. Cada uno de ellos marcados y brillando bajo la luz de la lámpara en su mesita.
Sus ojos me recorren de la cabeza a los pies con una sonrisa ladina. Luego me señala el pequeño escritorio de la esquina.
—Puedes dejar ahí tu ropa.
Hago lo que me sugiere, recorriendo los bordes de la vieja madera con las puntas de mis dedos hasta llegar al compartimiento bajo la superficie. Las alas de un ángel se forman a cada lado de la cerradura.
—Mi mamá tenía uno igual —digo al notar la similitud en los detalles—. Que curioso, ¿verdad?
—Este era de mi padre —dice Oliver apareciendo detrás de mí y tirando en vano del pequeño pomo. El compartimento no cede—. He intentado abrirlo desde que llegué, incluso pensé en golpear la cerradura con un martillo hasta hacerla pedazos. Pero este escritorio parece una antigüedad. No quiero dañarlo. Y mi tía no se ha dignado a aparecer para pedirle la llave.
—Oye, por cierto... —Me giro para quedar frente a él—. ¿Cuándo regresa tu tía?
—No lo sé. La última vez que respondió a mis mensajes me dijo que su retiro se extendería un poco más. Así que... —Encoge ligeramente los hombros, pero en sus ojos puedo ver que la ausencia de su tía le afecta.
—Nunca había visto a Cristina ausentarse de casa durante tanto tiempo, pero supongo que en parte eso es bueno —le digo—. Anny me contó lo que pasó con su marido el mismo día que... ya sabes. Y supongo que tu presencia en la casa le ha servido para desprenderse de este lugar sin remordimientos. Mi abuela me dijo que a tu tía no le gustaba ausentarse por mucho tiempo porque... una parte de ella siente que él sigue estando aquí. Pero ahora, contigo en la casa...
—No se siente culpable por dejar solo al tío, Luke —completa él, encontrándole el sentido.
—Estoy segura de ella regresará antes de que se acabe el verano, Oliver.
—Y ojalá lo haga con un anillo en el dedo —dice con una pequeña sonrisa—. El apego que tiene mi tía con la casa y los recuerdos que esta guarda de él no puede ser sano. Creo que ya es momento de superarlo.
—Tal vez en este viaje lo está consiguiendo.
—Tal vez... —repite él con un suspiro antes se señalarme la cama—. Cambié las sábanas para ti. No es que las otras estuvieran sucias, es solo que estabas tardando demasiado y yo necesitaba hacer algo para no volverme loco mientras te esperaba. Así que siéntete cómoda y recuerda que Oliver Jackson no es tan inútil como aparenta ser.
—Ah, ¿no? —Enarco una ceja—. Porque a mí me parece que has puesto las fundas al revés.
—Mierda, es verdad. —Se ríe entre dientes al notarlo también—. Lo siento, Granger. Lo dioses griegos no podemos ser perfectos en todo.
Se encierra en el cuarto de baño tras un «Ya vuelvo» y un beso corto en los labios. Yo me acerco a la cama para colocar las fundas de las almohadas de forma correcta, pero sigo sintiéndome demasiado inquieta para tumbarme, así que mientras escucho el grifo del lavabo abierto, me pongo a dar vueltas por toda la habitación.
Lo primero en lo que me fijo es en los trofeos deportivos que están sobre la repisa de la pared, luego en las medallas y certificados de estudios con el nombre de Richard Jackson, hasta que mi atención finalmente recae en un pequeño retrato que se encuentra casi al final de la pared. Es pequeño, y la imagen que resguarda en su interior parece haber sido tomado con una cámara polaroid. Como la de mi madre.
La fotografía fue tomada en el bosque, alrededor de una fogata, y en ella se encuentran cuatro chicos y tres chicas más o menos de mi edad, sonriéndole a la cámara con varitas de malvaviscos y cervezas en las manos. A tres de los chicos los reconozco de inmediato. Richard Jackson, Daniel Taylor, y mi padre. Un Eric Clark que en la foto abraza por los hombros al padre del modelito mientras sonríe. El mismo Eric Clark que ahora me quiere lejos del hijo de alguien que al parecer fue su amigo en el pasado.
Sacudo la cabeza con incredulidad antes de fijarme en el otro muchacho. Se trata de Luke, el difunto marido de Cristina. No tengo muchos recuerdos de su cara, tampoco es tan difícil de adivinar cuando la chica que está sobre sus piernas claramente es ella. Con las otras dos me pasa lo mismo. Mi madre aparece sentada en medio del señor Taylor y papá, mientras que la madre de Oliver lo hace al otro lado de Richard Jackson.
Diría que en esa imagen todo se encuentra en su lugar, pero hay algo en la forma en la que dos de los integrantes del grupo se están mirando, que no me termina de encajar.
Un escalofrío recorre mi cuerpo y por instinto me abrazo a mí misma, intentando deshacerme de la sensación.
—¿Tienes frío, Granger?
Doy un pequeño salto al escuchar su voz en mi oído. Estuve tan concentrada en la fotografía que ni siquiera reparé en el sonido de la puerta al abrirse o en sus pasos al acercarse.
—No me habías hablado nunca de esta foto —digo al tiempo que siento su barbilla apoyarse en mi hombro y sus brazos rodear mi cintura.
—Me la encontré el otro día en el fondo del armario y me pareció que era una estampa bastante memorable para dejarla ahí tirada.
—Lo es —digo sin dejar de observarla—. Y todos lucen muy felices, además. Pero, ¿no te parece que algo no encaja?
Siento su cabeza ladearse sobre mi hombro.
—¿Qué tu padre no parecía odiar al mío por aquel entonces?
—No seas tonto. Estoy hablando en serio.
—Vale. —Vuelve a concentrarse en la foto—. No me parece que haya algo fuera de lugar. ¿Qué es lo que no te encaja?
Me fijo en ellos de nuevo y sacudo la cabeza.
—Nada —le digo—. Tienes razón. No hay nada fuera de lugar.
«Nada».
—Bien. Ahora vamos. —Oliver tira de mi mano en dirección a la cama—. Tengo una adivinanza para ti.
—¿Una adivinanza? —Entrecierro los ojos mientras me acomodo contra el respaldo de la cama.
Él lo hace a mi lado.
—Cómo las que hacíamos antes, Granger, cuando uno de los dos encontraba un «tesoro» en el bosque y el otro debía adivinar qué era, ¿lo recuerdas?
—¿Y acabas de encontrar un tesoro?
—El mejor de mi vida —dice con una sonrisa demasiado complacida para mi gusto—. Y ahora te toca adivinar de qué se trata.
—Vale —acepto poco convencida.
—¿Qué esperas, Granger? Comienza.
—Bien. Me arriesgaré diciendo que encontraste el cerebro que te faltaba, ¿a que sí?
Mi chiste no le causa ni pisca de gracia, pero a mí me hace reír.
—Te quedan dos intentos.
—Veamos —Suspiro y hago que me lo pienso con seriedad—. ¿Tu humildad?
Él dice que no rodando los ojos.
—Te daré una pista: es de color rojo.
—¡Ah, lo tengo! Las puertas del infierno. —Aplaudo con alegría—. Ya sabía yo que ahí era donde ibas a parar.
—Otra pista... —dice, pasando de mi comentario—. Humedad. Mucha humedad.
La sonrisa se me borra al instante.
«Mierda, mierda, mierda».
—¿Qué... qué encontraste, Oliver?
Su sonrisa crece conforme lo hacen los latidos nerviosos de mi corazón, pero él no responde de inmediato. En su lugar, introduce la mano en el bolsillo de su pantalón de chándal y extrae unas braguitas rojas de su interior.
«¡Mis jodidas braguitas mojadas!»
—¿Pero qué...? ¿Cómo? Si yo... ¡Ahrg! —gruño con las palmas de mis manos, deseando que la tierra se abra y me trague. Pero no es hasta que lo escucho soltar una carcajada que decido arrancarle mis bragas de las manos—. Imbécil.
—Tú también me pones, salvaje —dice contra mi oído, y su aliento me llena de calor—. Pero te hice una promesa antes de subir a esta habitación. Te agradecería que me ayudaras a cumplirla.
Besa mi mejilla y luego se inclina para apagar la lámpara de la mesita de noche, dejándome que sea la luz de la luna, colándose a través de la ventana, lo único que nos ilumine ahora.
—Ven a dormir, Granger —agrega al notar que sigo completamente inmóvil contra el respaldo, apretando mis bragas en un puño.
Hago lo que me pide tras un gruñido, acomodándome bajo las sábanas a su lado. Su mano busca la mía y entrelazamos los dedos sin decir ni una sola palabra, pero algo me dice que ahora mismo nos encontramos muy lejos de quedarnos dormidos.
—Te odio —murmuro tras un rato de silencio, incapaz de superar que haya encontrado mis bragas mojadas.
—Si tu manera de odiarme es quedándote a mi lado, entonces espero que me odies durante todas las noches del verano.
Se lleva nuestras manos unidas a los labios y besa el dorso de la mía. Ese gesto tan íntimo me roba una sonrisa, y un impulso incapaz de resistir hace que me acomode de costado para mirarlo.
—Sabes que no serás capaz de cumplir esa promesa, ¿verdad?
Contiene el aliento por un segundo, luego lo deja salir con pesadez.
—Tengo que hacerlo —murmura, y me da la impresión que son las tres palabras que más trabajo le ha costado decir.
—¿Por qué?
Se vuelve para mirarme.
—Porque no quiero hacer nada de lo que puedas arrepentirte mañana.
—¿Por qué crees que me arrepentiría?
—Porque te conozco. —Aparta un mechón de mi cara—. Y porque lo veo en tus ojos cada vez que rompemos un beso.
—¿Qué ves, Oliver?
—Las dudas —murmura—. El miedo a que la profecía de tus novelas finalmente se haga realidad.
—¿La profecía de mis novelas...?
—Sí, esas que te han enseñado que «tipos como yo» son el estereotipo perfecto para el desastre —contesta con una sonrisa pequeña, casi triste—. Llevas demasiado tiempo conviviendo con esa idea para dejarla ir tan fácilmente, Emma. Lo sé. Me pides que no huya de ti, pero tengo el presentimiento de que serás tú la primera en hacerlo. Y solo porque un puñado de páginas sin sentido te aseguran que esto va a acabar mal. Porque te crees el personaje secundario cuando en realidad eres el principal. Porque no eres capaz de aceptar que el estúpido protagonista se está enam... —Sus ojos se cierran de la misma forma en la que lo hacen sus labios.
De la misma forma en la que se me ha cerrado a mí la respiración.
—¿El estúpido protagonista se está qué...? —la pregunta me sale en un hilo de voz.
Me mira esta vez, y de pronto no parezco ser la única aquí que se encuentra huyendo de algo. Quizás él no lo esté haciendo de mí. Pero sí de sus sentimientos.
Y entonces comprendo que no somos tan diferentes después de todo. Pero sí igual de tontos. Y de cobardes. Y de...
—Bésame —dice—. Bésame y deja que sean mis labios los que te respondan, Emma.
Ni siquiera tengo que pensarlo. En un momento estoy perdida en sus ojos y al siguiente lo estoy en su boca, buscando mi respuesta. Y encontrándola en la corriente que recorre mi cuerpo cuando su lengua roza la mía.
De un segundo a otro, todas mis dudas se esfuman acompañadas del miedo. Y todo lo que puedo es sentir. A él. A esto que somos juntos. Y a los latidos frenéticos de mi corazón orquestando una armonía perfecta con los míos.
Una de sus manos se desliza bajo mi cabeza, y la otra se aferra a mi cadera para acercarme a la suya, permitiendo que lo sienta por completo. Duro y palpitante bajo la tela que nos separa.
Gimo. Deseosa y frustrada de tanto esperar. De resistirme. De negarme a lo que quiero cuando todo lo que quiero está al alcance de mi mano. Y lo tomo.
—Granger, joder... —gruñe Oliver contra mis labios—. Me estás matando.
Deslizo mi palma por toda su longitud a través de la tela, presionando un poco más cuando llego a la punta.
—Te prohíbo morir antes de que esto acabe, modelito.
La risa ronca que sale de su garganta me hace temblar, y lo siguiente pasa tan rápido que apenas noto cuando nos hace girar sobre el colchón y se coloca encima de mí.
—¿Estás segura de esto?
La luz de la luna ilumina la mitad de su rostro. Sus ojos resplandecen con un brillo lobuno que me hace pensar en el significado de su tatuaje. Presa y depredador. Esos es lo que se supone que somos ahora. ¿Pero entonces por qué siento que soy yo quien más ansiosa está de ser devorada? ¿Por qué me da la impresión de que, si le digo que no, él no va a tardar ni un solo segundo en retroceder?
No quiero que lo haga. No quiero que retroceda con esto.
Porque su imagen en la oscuridad y la intimidad que nos arropa, finalmente se han transformado en el conjunto perfecto para obtener una tregua entre mi mente y mi cuerpo, obligados esta vez a tomar una decisión unánime.
Una decisión que no se basa en el hecho de nunca haber llegado tan lejos con alguien, ni en la posibilidad de que él tenga razón y pueda arrepentirme de esto mañana, tampoco en mi miedo a equivocarme y terminar lastimada, sino en la necesidad.
Porque en lo único en lo que puedo pensar ahora es en lo mucho que me gusta el chico frente a mí, y en la presión de mi vientre, obligándome a responder con voz temblorosa:
—No estoy segura, Oliver, pero tampoco quiero pasar una noche más sin saber cómo se siente.
Él cierra los ojos y suspira con pesadez.
—Me lo estás poniendo jodidamente difícil, Granger.
—Lo sé.
Sin embargo, puedo mentir diciéndole que estoy segura, porque no creo que alguien pueda estarlo al cien por ciento cuando está a punto de perder la virginidad, quizás porque sabes que, salga bien o mal, ese será un momento que te marcará para toda la vida. Pero tampoco puedo decirle que no lo quiero, porque lo quiero más de lo que he querido algo en muchísimo tiempo. Y creo que mi elección es bastante clara ahora mismo.
Estoy dispuesta a llegar al final si él también lo está. Y cuando sus ojos vuelven a posarse sobre los míos, me da la impresión de que acaba de tomar una decisión.
Las pruebas llegan con el beso que compartimos un segundo después. Lleno de declaraciones no dichas me hacen temblar. Separa mis piernas con las suyas y su mano recorre mi piel hasta colarse bajo la tela de la camiseta. Cada músculo de mi cuerpo se tensa cuando siento sus dedos recorrer la cara interna de mis muslos y encontrar el camino hasta esa zona de mi cuerpo que palpita de anticipación. Ambos contenemos el aliento cuando la encuentra, y la vergüenza que siento al pensar en toda la humedad que ahora mismo están palpando sus dedos, se esfuma cuando comienza a moverlos a mi alrededor.
No soy consciente de que estoy enterrando mis uñas en la carne de su espalda hasta que lo escucho gruñir contra mi oído. Su rostro se alza de nuevo y en sus ojos puedo ver que se encuentra tan excitado como yo.
—Emma... —mi nombre abandona sus labios en un jadeo, y estoy tan acostumbrada a los motes por los que suele llamarme, que escucharlo pronunciar esas cuatro letras con una voz tan profunda y cargada de significados, solo consigue que mi espalda se arquee un poco más, en busca de un contacto mayor—. Emma, Emma, Emma...
Un movimiento de sus dedos por cada vez que pronuncia mi nombre. Un jadeo de mi boca por cada vez que se mueven.
—¿Te estoy lastimando? —pregunta con preocupación, y al verme negar con la cabeza, se aventura más allá de la superficie, hundiéndose un poco en la entrada de mi canal. Me contraigo por el placer y la pequeña punzada de dolor—. ¿Y ahora? ¿Te estoy lastimando ahora?
—No —consigo decir, obligándome a separar los párpados para mirarlo—. Pero hay algo... algo que debes saber antes de continuar.
Sus movimientos cesan al instante y yo tengo que apretar los labios para no gemir de frustración.
—¿Qué? —Me estudia con la mirada—. ¿Hice algo malo?
Sonrío para tranquilizarlo.
—No has hecho nada malo, modelito del demonio. —Le aparto el cabello oscuro de la cara—. Todo lo contrario. Diría que lo estás haciendo muy, muy bien.
—Necesito que mi maestra me ponga un diez esta noche. —Su guiño me roba una carcajada.
—Admito que mis lecciones te han hecho mejorar en muchos aspectos este mes, pero para la siguiente prueba..., no tengo tanta experiencia como una maestra debería.
Frunce el ceño ligeramente, llenando su frente de sombras.
—¿Qué quieres decir con eso? —Le dedico una mirada significativa que tras unos segundos el parece interpretar, porque su gesto pasa de confusión a terror absoluto en un solo instante—. Tú... ¿Tú nunca has...? Joder, Emma, ¿eres virgen?
—No sé si reír o sentirme indignada ante tu reacción. ¿Tan difícil de creer te resulta?
—¡Sí! Bueno, no. Es que... Espera. Deja que ordene mis ideas.
—Espero.
—No es que no pueda creer que seas virgen, es solo que no fue esa la impresión que me dabas cuando te movías sobre mí, o me besabas. Yo simplemente no creí que...
—No creíste que fuera una virgen mojigata —completo por él, poniendo los ojos en blanco.
—No con esas palabras exactas, Emma. Nunca juzgaría a una chica por ser virgen, y mucho menos a ti.
—Ya, pero por lo visto esto comprende un problema para ti.
—Claro que no —dice, y ahora parece molesto—. Es solo que... yo nunca he estado con alguien virgen. Así que es comprensible que no me sienta tan cómodo con la situación, ¿no crees?
—¿Te estás echando para atrás? —inquiero, y odio que mi voz parezca tan urgida.
—Yo... yo no... —Deja caer la frente sobre mi hombro, mascullando una maldición—. Me lo estás poniendo malditamente difícil, Granger.
—Eso ya lo has dicho antes.
Vuelve a mirarme.
—Es que ahora temo mil veces más a que te arrepientas de esto cuando termine.
—No lo haré.
—Eso no lo sabes aun —dice, y las palabras parecen escocer en su garganta—. ¿Qué tal si esta noche empezamos con algo mucho menos... invasivo?
Cierro los ojos. Ahora mismo me encuentro en el punto en el que necesito sentir todo de él, pero también me agrada saber que no es capaz de dejarse llevar por el instinto sin pensar en las consecuencias.
—¿Hasta dónde quieres que lleguemos? —pregunto finalmente, mordisqueando nerviosamente mi labio inferior.
—Me gustaría acompañarte a tocar las estrellas algún día, Granger. —Mira brevemente por la ventana—. Pero esta noche tengo pensado llevarte a dar un paseo por la luna.
No soy capaz de contestar algo coherente antes de que su cuerpo baje por el mío en busca de ese punto en mi cuerpo que lleva semanas palpitando por él. Me separa las piernas y acomoda su cabeza entre ellas, deslizando una mano por mi abdomen para subirme la camiseta.
La visión de sus labios a escasos centímetros de mi centro me hace echar la cabeza hacia atrás y cerrar los ojos, presa de la vergüenza, la anticipación, y un deseo tan salvaje que siento mis músculos internos contraerse antes de que mi garganta se abra para murmurar un «Por favor».
—Mírame, Emma —dice, y su aliento ahí abajo me hace temblar—. Quiero que me estés mirando cuando lo haga.
—¿Cuándo hagas qué? —Lo miro, luchando para no cerrar los ojos de nuevo cuando su lengua se abre camino entre mis pliegues.
—Alimentarme de ti, salvaje.
Lo siguiente que siento es algo que no había experimentado jamás de esta forma. Una explosión de sensaciones que comienzan en mi vientre y se extienden por todo mi cuerpo con cada roce, succión y caricia de sus labios. Mi espalda se arquea y sus manos sujetan mis caderas para que no huya de su lengua y de todas las cosas maravillosas que está haciendo dentro de mí.
No tengo idea de qué hacer con mis manos cuando aferrarlas en las sábanas no parece ser suficiente, así que las dirijo a su cabeza y enredo mis dedos en su cabello, tirando y empujando sin ningún tipo de control. Porque en este punto no tengo ninguno. No sé si deseo que se detenga o si sería capaz de matarlo si lo hace. No sé si quiero acabar ahora o que esta tortura se extienda hasta el infinito.
—Oliver... —digo su nombre en un jadeo.
Su lengua no tiene intención alguna de parar, y sus ojos se alzan para verme caminar por la luna sin ningún tipo de gravedad que me ate a la superficie. Ahora mismo estoy flotando, y lo único capaz de bajarme de nuevo a la tierra es el latigazo de placer que me atraviesa tras la incorporación de sus dedos, apenas un poco, en un toque superficial que tiene la capacidad de romperme en mil pedazos y reconstruirme al mismo tiempo.
Me desplomo. Es la única forma que encuentro para describir lo que sucede cuando los últimos espasmos del orgasmo me abandonan y vuelvo a sentirme como un ser corpóreo.
Oliver se desliza por encima de mí en busca de mis ojos, pero ahora mismo no me creo lo suficientemente valiente para encontrarme con los suyos. Lo que acabamos de compartir es casi tan íntimo como el hecho de abrirse paso en mi interior, puede que incluso más. Y necesito al menos un minuto para deshacerme de la vergüenza y actuar como la chica de dieciocho años que acaba de abrirse de piernas para el chico que le gusta.
Uno que ni siquiera es mi novio.
Uno que me dejará al final del verano.
Uno que me toma de la barbilla y me susurra:
—Puedo repetir eso si quieres.
Uno al que yo beso en los labios antes de contestar:
—No, ahora me toca a mí.
_______________________
Hola, pecadoras.
Hoy les traje un solo capi, pero intenso.
¡Y lo que falta! jaja
Las leo en los comentarios.
Besitos ♥
Si te gustó regálame una estrella. Son gratis.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top