Capítulo 28. «Lo siento jodidamente todo»
Música: Adore You de Harry Styles
«Lo siento jodidamente todo»
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OLIVER
—¿Qué mierda haces tú aquí?
Diría que la pregunta me sorprende, pero en realidad no esperaba una gran bienvenida al poner de nuevo un pie en el interior de «Taylor's Lunch & Bar».
Soy consciente de que los hijos del dueño me odian —por diferentes razones—, pero fuera no hay ningún cartel con mi cara donde pongan «Prohibido el paso», así que no pido otra cosa que ser tratado como lo que soy esta noche: otro cliente.
—Hola para ti también, Ezra. —Entrelazo mis manos sobre la madera de la barra—. ¿Me sirves un whiskey? En las rocas, por favor.
Mi puya lo hace tensar la mandíbula. Aun así, no parece tener intenciones de disculparse. No tardé mucho en descubrir que había sido este imbécil el causante de mi contusión cerebral. Lisa se lo dijo a Ed y Ed me lo dijo a mí. La chica no tenía idea de que Emma me había mentido respecto a eso en el hospital, y Emma no tiene idea de que me cabreé un montón cuando supe la verdad. Sin embargo, decidí no hacer comentario al respecto y dejarlo pasar. Primero, porque me habría cabreado muchísimo más que se pusiera a defenderlo, y segundo, porque mientras menos menciones hagamos de este pelele cuando estamos juntos, mejor.
Sin embargo, esta noche, cuando Emma me escribió para decirme que no la esperara porque la celebración en el bar se extendería y que ya se iría más tarde con el transporte, no pude resistir el impulso de bajar de mi auto y venir a comprobar que se encontrara bien. Después de que anoche se pasara su turno sin probar bocado y casi se desmayara mientras estábamos en la pizzería, tengo razones para preocuparme hoy.
Y que el viejo Mustang de su ex estuviera aparcado frente al local, haciéndome temer que al final de la noche fuera él quien se ofreciera a llevarla a casa, no tiene nada que ver con esto.
—¿Qué haces aquí? —repite, sujetándose del borde de la barra con más fuerza de la necesaria.
—Solo quiero un trago mientras espero a que mi... a que Emma acabe su turno.
Ezra sonríe, aunque no parece alegre en lo absoluto.
—Si te das cuenta que no eres bienvenido en este lugar, ¿verdad? —inquiere en un siseo—. Casi matas al hijo del dueño.
—Y tú casi me matas a mí para defenderlo. Me parece que estamos a mano. Ahora cumple con tu trabajo y sírveme el puto trago.
—No pienso servirte una mierda. Así que mejor lárgate antes...
—¿Antes de qué? —replico—. ¿Qué vas a hacer si no me da la jodida gana de irme? Porque, que yo sepa, solo soy un cliente mayor de edad y con dinero en el bolsillo para pagar por el maldito trago que desea tomar.
—Si crees que con tus billetes, ese brazo tatuado y esa actitud de mierda vas a conseguir intimidarme, te digo que estás muy equivocado
Las luces rojas del establecimiento confieren un aspecto mucho más rudo del que sé que tiene, pero si soy completamente sincero, me sorprende un poco que tenga los huevos para ir de frente esta vez en lugar de atacarme por la espalda como aquella noche en el parque.
—No estoy aquí buscando problemas, Ezra. Tampoco venganza, si es lo que estás pensando. Solo intento hacer tiempo mientras Emma acaba su turno. Es todo.
—¿Ella sabe que estás aquí?
—Pensé en darle una sorpresa.
—Emma odia las sorpresas.
—No cuando se trata de las mías. —Mi sonrisa solo consigue cabrearlo más.
—¿Qué es lo que quieres con ella en realidad?
—Dudo que eso sea algo que te incumba ahora.
—Sigo siendo su amigo.
—Claro. Lo único que vas a ser siempre, por lo visto.
Su mandíbula se tensa.
—¿Te complace sentirte un ganador ahora mismo, ¿no es así? ¿Es eso lo único que te importa? ¿La victoria? ¿Tu ego?
—No tienes idea de lo que estás diciendo.
Ezra se ríe.
—Por supuesto que la tengo. ¿Te crees que no he conocido antes a tipos como tú? El problema es que Emma no es de las que caen con fiestas caras, autos lujosos y ropa de marca. A ella tienes que ofrecerle algo que va mucho más allá de eso, y dudo que tu tengas lo que se requiere para hacerlo, hijo del candidato.
Ahora el que se ríe soy yo.
—¿Eso que estoy oliendo es temor? —inquiero, apoyando los codos contra la madera—. ¿Tienes miedo de que, además de poder ofrecerle todas las cosas banales que has mencionado, también sea capaz de ocupar los espacios que no fuiste capaz de llenar tú durante meses?
—No te atrevas a hacer de ella uno más de tus trofeos, niño rico —me devuelve, acercándose tanto a mi rostro que nuestras narices casi se rozan—. Emma pasó por mucha mierda durante esos años que tu estuviste dándote vida en la ciudad. No pretendas que, tras un mes de tu llegada, ya la conoces lo suficientemente bien para ser digno de ella.
—Pues eso es algo que solo ella puede decidir, ¿no es así?
—Lamentablemente —masculla sin retroceder—. Pero ten muy claro que no pienso quedarme de brazos cruzados al menor indicio de que puedes dañarla. No me quedaré contemplando cómo recae por culpa tuya.
—¿Cómo recae? —repito, dejando en evidencia lo mucho que sigo sin saber de ella.
Lo sé por la sonrisa que se forma en sus labios antes de echarse hacia atrás y coger una copa chata de cristal.
—Diez años son mucho tiempo para recuperar en un solo mes, ¿no crees? —Deja caer un whiskey en las rocas frente a mí. Luego agrega—: O puede que ella no se fíe lo suficiente de ti para contártelo. Puede que aún no haya hecho su elección final.
Sus palabras consiguen subirme la bilis, pero...
—Yo que tú no me sentiría tan confiado, eh. —Le doy un trago a mi copa, sin perder el contacto visual—. Puede que ella aun no haya elegido aun, pero según tu historial, pareces ser la última elección de cualquiera. Por alguna razón todas tu ex siempre terminan dejándote, ¿no?
Mentiría si digo que lo he visto venir. Aun así, el impacto llega. Su puño se estrella directamente en mi ojo derecho, haciendo que mi banqueta se tambalee y mi cuerpo caiga el suelo.
Lo siguiente pasa tan rápido que apenas me da tiempo a procesarlo. Cuando consigo ponerme de pie ya Ezra ha saltado la barra y se encuentra de nuevo frente a mí, dirigiendo su puño a mi estómago esta vez.
Consigo esquivarlo por un par de centímetros y aprovecho su confusión para asentar un golpe contra su nariz. El crujir del cartílago se cuela a través de mis nudillos, pero el impacto inmediato que reciben mis costillas no me deja procesarlo.
Y de pronto nos hemos transformado en una masa de cuerpos que ruedan sobre la pista de baile entre gruñidos, puñetazos y maldiciones. Las personas se apartan entre gritos y jadeos de horror, formando un círculo a nuestro alrededor y convirtiéndonos en el centro de atención de todos los presentes.
En un momento Ezra está sobre mí, estrellando el puño contra mi labio, y al siguiente soy yo quien lo tiene inmóvil bajo el peso de mi cuerpo, cobrándose la sangre que ahora se derrama de mi boca y salpica el piso de linóleo a cuadros blancos y negros bajo nosotros.
—¡Que alguien los detenga! —escucho la voz de una mujer gritando—. ¡Seguridad, por favor! ¡Seguridad!
Nadie aparece para separarnos durante los segundos suficientes para que el imbécil se zafe de mi agarre y nos haga rodar hasta que es él quien me presiona bajo su peso. Su puño se prepara para estrellarse de nuevo contra mi rostro cuando una mano aparece para interceptarlo en el aire.
—¡Ezra! ¡¿Pero qué mierda estás haciendo?! —Es Emma, que se interpone en la pelea con una expresión que se debate entre el cabreo y el horror—. ¿Qué están haciendo los dos?
Tira de él para que se ponga de pie. Y yo lo hago tras liberarme de su peso. Los hermanos Taylor no tardan mucho en aparecer en escena.
—¿Pero qué cojones crees que estás haciendo? —De pronto, tengo los ojos de Adam a escasos centímetros de los míos y sus manos están apretándose contra los bordes de mi cazadora—. No solo tienes el descaro de pisar el negocio de mi familia, sino que además atacas a mi mejor amigo, maldito imbécil. Será mejor que vayas pensando en lo que vas a decirle a la policía cuando vengan por ti.
Emma jadea su nombre, y yo estoy a punto de replicar cuando Ezra tira de su brazo para apartarlo.
—Déjalo, Adam. Yo lo empecé —dice y todos parecen tan sorprendidos como yo ante esas palabras.
—No hace falta que lo defiendas, Ezra.
—No lo hago —asegura con una mirada asesina en mi dirección—. Él solo quería un trago y yo... perdí completamente el control. Lo siento.
—Ezra... —pronuncia Emma con una mezcla de decepción e incredulidad en la voz—. ¿Por qué?
Él le sonríe con tristeza y gesticula un «Lo siento» con el que ahora mismo podría limpiarme el culo.
—Emma. —Adam se vuelve en su dirección, y su tono es tan demandante como debe serlo el de un jefe—. Saca a tu amigo de aquí y asegúrate de que nunca más vuelva a pisar este lugar. Tu turno ha terminado por hoy.
Ella aprieta los labios en una línea, pero termina asintiendo. Le dedica una última mirada a su ex que no sé cómo interpretar y luego tira de mi mano para que me dirija con ella a la salida.
—Mi padre va a enterarse de esto —le susurra Elizabeth cuando pasamos por su lado.
No es más que una advertencia cargada de veneno que no debería tener importancia para ella, dado que no ha hecho nada malo, pero ver cómo su cuerpo entra en tensión me hace pensar en las consecuencias que mi decisión de entrar esta noche al bar podrían traer para ella a nivel laboral. No es que me parezca muy justo que ella pague algo solo por conocerme, pero tomando en cuenta el odio tan acérrimo que la loca bipolar parece sentir hacia ella, no dudo que sea capaz de hacer cualquier cosa para que su padre la despidiera.
Miro por encima de mi hombro antes de atravesar las puertas de cristal y me encuentro con la imagen Elizabeth examinando las heridas en el rostro de Ezra mientras él no deja de mirar la mano con la que Emma está sosteniendo la mía.
Una vez fuera, me aferro con mucha más fuerza a esa mano, temiendo que después de esta noche decida que no vale la pena seguir sosteniéndola.
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—¡¿Qué cojones te pasó en la cara?!
La pregunta de Ed nos hace mirar hacia la entrada de la cocina, donde me encuentro sentado en una de las banquetas mientras Emma, entre mis piernas, limpia el corte en mi labio con una gasa empapada de alcohol.
—Pregúntaselo a ella —mascullo, señalándola—. Esto me lo ha hecho su ex en un ataque psicótico de celos.
—Oye. —Golpea mi hombro—. Ezra no es así. Tiene que haber una explicación para esto.
Pongo los ojos en blanco por quinta vez desde que abandonamos el bar. Al parecer a Emma no le basta con que su ex se haya declarado culpable frente a todos. Ella tiene que seguir justificando sus acciones a como dé lugar.
—¿Tanto te cuesta aceptar que no es el chico tan «bueno y perfecto» que aparenta ser?
—Nadie es bueno y perfecto del todo —replica ella, limpiándome con más dureza de la necesaria—. Pero lo conozco. Y sé que Ezra no es un chico violento.
—¿Perdón? ¿Estamos hablando del mismo que imbécil me provocó una contusión cerebral y hoy casi me saca los dientes a golpes?
—Ay, por dios, ya deja de comportarte como un niñito exagerado y llorón.
—Al único que veo llorando es al imbécil que no parece tener intenciones de superarte algún día.
—Lo siento, Oliver, pero no todos los chicos tienen la capacidad de dejar a una chica e inmediatamente enrollarse con otra. Esa habilidad solo parece ser nata de ti.
—¡Touché! —exclama mi amigo con una carcajada—. Eres mi nueva heroína, chica independencia.
Le lanzo una mirada mordaz que lo único que consigue es hacerlo sonreír.
—¿Por qué mejor no te largas?
—Porque tengo sed, y escucharlos discutir es muy divertido. —Se acerca a la nevera, saca un zumo de naranja y apoya su culo contra el borde de los gabinetes, bebiendo directamente del bote con una pierna cruzada sobre la otra.
Decido ignorarlo porque sé que no se perderá este espectáculo por nada del mundo.
—Él mismo admitió haber iniciado la pelea, Emma, ¿qué más necesitas para confirmar mi inocencia?
—Que me digas de qué estaban hablando antes de que él decidiera asentarte un puñetazo en la cara, Oliver.
—Sí, Oliver, díselo.
—Tú cállate, Ed. —Le lanzo una mirada capaz de sepultarlo cinco metros bajo tierra antes de regresar mi atención de nuevo a la salvaje.
—Ya te lo dije en el auto, lo único que hice fue pedirle un puto trago. Fue el quien comenzó con sus juicios y advertencias de mierda. ¿Qué querías que hiciera? ¿Que me quedara callado?
—Que usaras un poquito de la madurez que alguien de veintidós años debería tener, te levantaras de allí, y me esperaras en el maldito auto, Oliver.
—Ella tiene razón.
—¡Cállate de una puta vez, Edward!
Mi amigo se encoge de hombros y vuelve a beber de su jugo como si nada.
—Pero, ¿qué está pasando aquí? —Lisa aparece bajo el umbral y la mandíbula de su mejor amiga está a punto de tocar el suelo.
—¿Ahora vives aquí? —inquiere ella, cruzando los brazos.
La rubia mira sus piernas desnudas y la camiseta de Ed que le cubre hasta la mitad de los muslos antes de dedicarle una sonrisa culpable.
—Solo me estoy quedando esta noche, muñeca —miente al tiempo que busca el cobijo de Ed, quien enseguida la rodea por los hombros con un brazo—. ¿Qué te pasó en la cara, Oliver?
—Otro ataque de un ex novio loco. ¿Todos en este pueblo están igual de pirados?
A Lisa se le escapa una risita, pero la corta cuando Emma le lanza una mirada asesina.
—En lo absoluto —dice entonces—. Por aquí todos estamos muy cuerdos. Y no es muy educado de tu parte andar por ahí tratando a la gente de loca, ¿entendido?
—Cómo digas. —Suelto un bufido y le quito la gasa a Emma de las manos para continuar yo mismo con la limpieza de mis heridas.
Me cabrea quedar como el malo en cada jodida cosa que hago o digo.
—Lo estás haciendo mal. —Emma me arranca de nuevo la gasa antes de tirarla a la basura y empapar una nueva con alcohol.
Suelto un aullido cuando me limpia una herida en la ceja que ni siquiera sabía que tenía. Parece que mi sufrimiento es un aliciente para ella, porque la veo sonreír.
—Perversa salvaje —murmuro.
—Modelito llorón —replica ella en el mismo todo, concentrada en su tarea.
—Vale, será mejor que los dejemos solos con su drama —escucho decir a Ed.
—Estoy de acuerdo —responde Lisa—. Los tortolitos necesitan un poco más de privacidad para continuar con su lista insultos. —Mi amigo se ríe al tiempo que coloca una mano en su espalda y camina con ella hacia la salida de la cocina.
—Intenten que la reconciliación no sea muy ruidosa, allá arriba se escucha de todo. —Ed nos guiña un ojo antes de abandonar el lugar.
—Y ponle hielo en el pómulo, Em —grita Lisa desde la distancia—. Antes de que se le inflame más.
—¡¿Acaso crees soy su madre?!
—No, pero eres su novia. Y las novias cuidan de sus mallugados novios.
Sus mejillas se tiñen de rojo.
—¡Eso es bastante sexista, Lisa! ¡Además, no somos novios!
—¡Ah, pues pelean como unos! —Su risa de chiflada se pierde en medio del ascenso por las escaleras.
El silencio nos envuelve de nuevo, pero ahora la atmosfera es completamente distinta entre los dos.
—¿Peleamos cómo novios? —inquiero, solo para picarla.
—Peleamos cómo niños —repone ella, estampándome de nuevo la gasa en la ceja.
Me trago un gruñido de dolor y dejo que los siguientes minutos trascurran con ella entre mis piernas, haciéndose cargo de mí. No es la primera vez que una chica hace esto, pero sí la primera en la que deseara que no terminara de curarme jamás.
Hay algo reconfortante en el hecho de saber que le preocupo lo suficiente para haber decidido entrar aquí conmigo en lugar de largarse directamente a su casa.
—Quédate esta noche —las palabras se escapan de mis labios sin siquiera pensarlas. Como un deseo verbalizado en contra de tu voluntad.
Ella me mira, y en sus ojos veo reflejados un montón de inseguridades.
—Oliver, no confío en que...
—Quédate —insisto, acariciando su mejilla con el dorso de mi mano—. Solo quiero dormir a tu lado. Lo juro.
Ella se muerde el labio inferior, y ese gesto está a punto de volverme malditamente loco.
—Tú sabes que eso no es verdad.
—Lo es. Solo mírame, Granger. Estoy hecho una mierda. De cualquier forma, no podríamos hacer nada que no sea dormir. —Eso no es del todo cierto, pero en este punto diría cualquier cosa para que se quede a mi lado—. Solo necesito que me cuides un poco más.
Sacude la cabeza, pero no es capaz de esconder la sonrisa que se forma en sus labios.
—Pero, ¿qué pasa con Anny? Puede que te adore, pero no es tan liberal para permitir que me quede a dormir contigo sin más.
—Deja que yo hable con ella. —Extiendo mi mano para que me entregue su celular, pero ella parece dudar—. Vamos, brujita, déjame usar mis encantos.
Pone los ojos en blanco, aunque termina cediendo. Me pasa el móvil después de saludar a su abuela y decirle que quiero hablar con ella.
—No lo arruines —me advierte en un susurro antes de que yo exclame un «¡Querida, Anny!» contra el auricular.
No necesito más de un minuto para convencer a la anciana de que su nieta estará sana y salva en la casa de al lado. Emma parece indignada y sorprendida en partes iguales cuando le regreso el móvil.
—Te lo dije, Granger. —Le guiño un ojo—. Mis encantos nunca fallan.
—Creído —murmura, apartándose para comenzar a recoger los implementos médicos y dejarlos de nuevo en el botiquín de primeros auxilios que tomé de mi tía.
Tiro su mano para que se detenga. En un segundo ella vuelve a encajar en el espacio que mis piernas le dejan y mis manos se aferran a su cintura para acercarla más a mi cuerpo.
—¿Tienes miedo de quedarte conmigo? —La pregunta es un susurro, pero su peso es enorme justo ahora.
—Nunca había estado más aterrorizada en mi vida.
La sinceridad en su respuesta se toma todo el aire de mis pulmones, pero una parte de mí se alegra de que ella se encuentre exactamente igual que yo.
Es ridículo sentirme así después de que tantas chicas hayan pasado por mi cama, pero esta es la primera vez que una se quedará conmigo hasta el amanecer, y por petición mía.
Últimamente se me está haciendo jodidamente difícil discernir entre las cosas que hago por ganar esta apuesta y las que hago por ganármela a ella.
Ya ni siquiera estoy seguro de haber hecho algún movimiento solo con el fin de ganarle a Ed. De demostrarle que se equivoca y que al final del verano mis sentimientos no van a encontrarse comprometidos.
Ya no sé nada a aparte de que la quiero a mi lado a cada maldito segundo del día. Quiero sus labios contra los míos. Quiero sus manos enredadas en mi cabello. Quiero su humor negro haciéndome rabiar y reír. Quiero todo de ella.
Excepto sus lágrimas. Mucho menos si quien las provoca soy yo.
Estoy muy jodido, lo sé. Pero durante una noche. Esta noche. No quiero pensar en ello. No quiero concederme un segundo en el que pueda plantearme retroceder.
Porque quizás las palabras de Alessa hayan estado llenas de razón, después de todo. Quizás no soy más que un cobarde que teme ceder ante el sentimiento desconocido que se abre paso en mi interior con cada segundo que estoy a su lado.
Y ahora mismo quiero ser de todo menos un cobarde.
—Yo también tengo miedo —admito en voz baja, porque aceptar las debilidades es el primer signo de valentía—. Tú, y todo lo que provocas en mí me tienen jodidamente aterrorizado, Emma. Pero no tengo intenciones de salir huyendo justo ahora.
Ella sonríe, como si mi confesión la llenara de una tranquilidad que ni siquiera sabía que estaba necesitando. Sus manos se aferran a mi cuello y sus labios se acercan a los míos.
—Entonces no lo hagas. No huyas de mí —me pide, y sé que esas palabras guardan un significado mucho más metafórico en su interior.
Sé que en silencio me están diciendo: «No huyas de esto. No huyas de los sentimientos. No huyas del amor».
Y yo asiento sin siquiera pensarlo, comprometido con la promesa que dejo sobre sus labios cuando finalmente me inclino para alcanzarlo con los míos.
Luego, cuando estos se abren para cederle paso a mi lengua, dejo de pensar y simplemente siento.
Lo siento jodidamente todo.
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Maratón 3/3
Hasta aquí este maratón, y sé que me odian por dejarlas con gans de más jaja soy una escritora muy cruel.
Pero créanme que el capítulo siguiente será PERFECTO
Así que espérenlo con ansias.
Besitos ♥
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