Capítulo 27. «Con amigas como tú quien necesita enemigas»
«Con amigas como tú quien necesita enemigas»
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EMMA
Oliver se ha pasado toda la semana más callado de lo normal.
Me he visto tentada a preguntarle qué es lo que está rondando por su cabeza mientras conduce por el pueblo de todas las tardes de camino a mi trabajo, pero es fácil deducir que sigue preocupado, además de culpable, por el ataque de «La Cobra» que sufrimos durante la carrera del sábado, a pesar de que ya han pasado seis días de eso.
No sabría decir en qué punto nos encontramos ahora. Mucho menos lo que somos. Solo sé que las peleas que no parábamos de tener un mes atrás cuando nos reencontramos, ahora se han transformado en una excusa para picarnos y acabar comiéndonos la boca en cualquier lugar que esté fuera de los ojos curiosos de Anny.
Por las mañanas, el bosque nos resulta perfecto, y estar ahí con él casi se siente como antes, cuando éramos niños, solo que nuestros juegos de ahora resultan mucho menos inocentes. La encimera de mi cocina también es un buen escenario cuando mi abuela decide tomar su siesta tras la comida. Y luego, por las tardes, nos resguardamos en el interior de su auto, el cual se pasó dos días a principio de semana en un taller de latonería donde Oliver tuvo que pagar una pequeña fortuna para que no hicieran preguntas respecto a los agujeros de balas en la carrocería, y ahora huele a sándalo y pintura fresca.
—No creo que algún día pueda cansarme de esto —murmura él, mordiendo mi labio inferior—. Eres un puto vicio, Granger.
—Eso ya me lo has dicho antes. —Sonrío contra su boca.
—Y no me cansaré nunca de hacerlo. —Introduce su mano bajo mi camiseta y todo mi cuerpo se estremece con el contacto de sus dedos.
Me separa lo suficiente de él para colocar mis manos sobre sus hombros y apoyar la espalda contra el volante. Nos estamos enrollando como un par de adolescentes hormonales en el interior de su deportivo, aparcado frente a mi pizzería favorita del pueblo.
—Me parece que ya estamos llegando al límite de esto, ¿no crees? —Me remuevo sobre sus piernas y lo escucho ahogar un gruñido.
—¿Te refieres a esto? —Su mano sube lo suficiente por mi costado para que un par de sus dedos consigan colarse bajo mi sujetador, rozando el contorno de mis senos con una lentitud que me hace gemir.
Hace días que los preliminares han dejado de ser suficiente para nosotros, pero tampoco me siento lista para dar el siguiente paso. No del todo. No porque tema acostarme con él, sino porque sigo sin estar completamente segura de que no me estoy equivocando al confiar en que esto que estamos haciendo ahora mismo vaya a terminar bien.
—Mejor bajemos del auto. —Me inclino para dejar un beso corto sobre sus labios—. Muero de hambre.
Su mirada se torna acusadora cuando me dice:
—No deberías hacer eso, Emma. Pasarte una jornada entera de trabajo con el estómago vacío va a hacer que termines enfermando.
—Suelo tomar un descanso para comer, es solo que hoy... Hoy lo olvidé.
Miento a medias, porque mi estómago sí me recordó un par de veces lo hambrienta que me encontraba. Pero el bar estaba a tope con una celebración especial, no quería perder ninguna de las propinas, que fueron más que jugosas esta noche. Así que entre eso y que Regina George estuviera más mandona que nunca, mi hora de salida llegó sin que probara bocado.
Lo peor es que Oliver no es el único que me ha reñido por ello esta noche. Cuando salí del cuarto del personal con unos vaqueros, camiseta y mis deportivas, lista para encontrarme con el modelito al otro lado de la calle, donde suele esperar por mí cada noche, Ezra me interceptó para recordarme que debo comer si no quiero desmayarme en mitad de mi turno. No me sorprendió que lo hubiera notado. Ezra suele mantenerse atento a todo lo que se refiere a mí. Me cuida. Y aunque sé que está mal y que es egoísta, a una parte de mí le gusta que lo haga.
Después de nuestra conversación en el elevador del hospital un par de semanas atrás, no hemos vuelto a hablar sobre su idea de «luchar por mí». Después de eso solo recibí un mensaje de él, y se trataba del archivo con la canción que había tocado para mí horas atrás. No tengo claro si ha desistido de su idea o simplemente está esperando el momento preciso para hacer su siguiente movimiento. Esa incertidumbre me tiene de los nervios la mayor parte del tiempo porque, pese a lo que muchas chicas de mi edad puedan pensar, tener a dos chicos peleándose por ti no es nada agradable, mucho menos cuando sabes que vas a dañar a uno de ellos.
Me duele tener que admitirlo, pero Ezra tenía razón en algo de lo que me dijo aquella noche en el hospital: «Al menos ahora tendrás con quien compararme». Y lo he hecho. Que dios me perdone porque lo he hecho y el resultado no ha sido favorecedor para él.
Me odié un poquito cuando me vi obligada a aceptarlo, pero no creo que nada de lo que he experimentado antes pueda compararse con lo que el modelito y yo hemos estado viviendo desde la noche de nuestra cita.
No sé lo que es. Ni siquiera sé si estoy preparada para averiguarlo. Pero tampoco quiero que acabe.
Como pasa con el beso que comienza un segundo después de mis excusas por haberme saltado la cena esta noche y se ve interrumpido por un nuevo rugir de mi tripa.
—Vamos a alimentarte, salvaje. Antes de que termines comiéndome a mí.
Pongo los ojos en blanco, pero estoy sonriendo.
Oliver no tarda en buscar mi mano y entrelazar nuestros dedos mientras caminamos hacia la entrada del local. Solo me suelta cuando tomamos asiento en lados opuestos de la pequeña mesa junto a la cristalera con vistas al mar.
El local está ubicado frente un paseo marítimo que suele ser muy concurrido durante el verano. Casi todos los restaurantes de la zona mantienen sus puertas abiertas hasta el amanecer, pero solo en esta preparan mis pizzas favoritas: bordes de queso, pepperoni, anchoas frescas, champiñón, pimentón, cebolla y una pizca de orégano.
Mi estómago ruge solo con el aroma. Y en poco tiempo una camarera se acerca a nosotros para tomar nuestra orden. Oliver pide por ambos sin dejarse nada por fuera, y cuando la chica finalmente se va, le pregunto totalmente alucinada:
—¿Cómo es que sabías exactamente lo que iba a ordenar?
—Ya te he dicho que suelo fijarme en los detalles, Granger. —Señala la pulsera que sigue adornando mi muñeca—. Recuerdo cada de uno los contornos que había en la pizza que ordenaste en tu casa el día de los jodidos Cupcakes.
Me rio.
—¿Es así como vas a referirte siempre a ese día? ¿Tan malo fue para ti?
—Puede que solo la parte de barrer y fregar.
—Pobre Cenicienta. —Finjo un puchero que lo hace poner los ojos en blanco.
—De tanto juntarte con Ed se te está contagiando lo chistosa.
—Mejor eso a contagiarme con tu idiotez. —Le lanzo un besito antes de ponerme de pie—. Iré al baño un momento. No te comas la pizza en mi ausencia, si no quieres conocer realmente mi lado salvaje.
—Uh, que amenaza. Me muero de miedo. —Lo escucho reír a mi espalda tras haberle hecho un gesto muy poco femenino con la mano.
Una vez en el cuarto de baño, entro a uno de los cubículos para vaciar mi vejiga. Otra cosa que no hice mientras cubría mi turno en el bar. Mientras lo estoy aquí dentro, escucho que la puerta se abre de nuevo, seguido por uno de los grifos. La persona que ha entrado tras de mí aún se encuentra frente al espejo cuando tiro de la palanca y salgo de nuevo al lavabo. Sin embargo, me quedo congelada al reconocerla a través del espejo.
—Emma —dice al reparar en mi presencia. Coge un toallín del dispensador y se gira hacia mí mientras seca sus manos—. No tenía idea de que te encontraría aquí esta noche.
—Tampoco yo, de lo contrario habría evitado este lugar a toda costa, Dakota.
La forma en la que digo su nombre no puede sonar más despectiva y cargada de veneno, pero a ella no parece importarle eso cuando da un paso en mi dirección. Luce tan esbelta con ese vestido de flores que acentúa sus curvas y llega hasta sus sandalias de plataforma que me dan ganas de vomitar. Odio que me parezca tan guapa.
Pero esa es una realidad. Dakota Vagary es una mujer espectacular a la vista. Tiene unos ojos del color de la miel. Su cabello es castaño y tan largo como el de Pocahontas. Y sus demás atributos son envidiados por casi todas las mujeres del pueblo. Muchas de ellas desearían verse así de bien a sus casi cuarenta años, pero yo estoy segura de que, si mi madre siguiera con vida, su belleza natural sería capaz de opacar todas las capaz de maquillaje y delineador que mi antigua maestra lleva en la cara.
Sigue sin entender cómo Eric no fue capaz de verlo antes. Sigo sin entender cómo es que decidió que valía la pena engañar a mi madre con ella. Dudo que algún amorío clandestino valga el precio de una destrucción familiar como la nuestra. Pero eso no importa ya.
—Me largo de aquí —digo antes de dirigirme a la puerta. Ella consigue cerrarme el paso y poner el seguro como si este baño fuera de su propiedad. Supongo que está acostumbrada a sentir que todo le pertenece. Incluido el marido de otra—. Apártate de mi camino.
—No lo haré hasta que escuches lo que tengo que decir —dice con firmeza—. Llevo años intentando llegar a ti, y no creo que sea una coincidencia haberlo hecho justo ahora. Necesito que me escuches.
—Dame una sola razón para hacerlo. —Me cruzo de brazos—. Dime por qué, después de lo que le hiciste a mi madre, debería escucharte.
Dakota cierra los ojos y suspira, como si estuviera cansada de escuchar lo mismo. Pero yo no pienso dejar de echárselo en cara jamás.
—Sé que es algo muy difícil de creer para ti, Emma, pero yo no soy la villana de esta historia. Helen era mi amiga.
—Con amigas como tú quien necesita enemigas.
Su rostro contrae en una mueca de dolor, pero ese gesto me resulta tan falso como todos esos que tuvo conmigo luego de la muerte de mi madre. Durante cinco años ella se esforzó por en llenarme de tantas atenciones que no fui capaz de notar que solo intentaba ocupar cada espacio que había dejado mamá, suprimir sus recuerdos y hacerlos suyos. Compraba libros y los leía para mí, me llevaba a la feria, al parque, y por helados. Me hacía reír. Incluso decía que me que quería. Y yo la quería a ella.
Sin embargo, No fue hasta que descubrí la verdad, que entendí que todo aquello no había sido más que el teatro de una mujer carcomida por la culpa tras haber traicionado a una amiga que, no solo le había confiado a su hija, sino que además la había ayudado económicamente cuando más lo necesitaba.
Aun puedo recordarlas en el jardín trasero tomando café y galletas mientras reían por cualquier cotilleo de pueblo. En ese momento me sentía tan afortunada de que mi maestra y mi madre fueran amigas que hasta intenté llevarme bien con el pequeño demonio que Dakota tenía por hijo.
Nunca lo conseguí.
—Que te pases la vida satanizándome no va a restarle veracidad a lo que tengo que contarte sobre tus padres —dice, comenzando a rebuscar algo en el interior de su bolso—. Pero es cierto que un baño público no es un buen lugar para que hablemos de esto. Mucho menos cuando pareces tan poco receptiva a escucharme ahora mismo. Sin embargo, estoy segura de que pronto vas a querer hacerlo.
Me tiende una tarjeta en la que a simple vista puede leerse su nombre y un número de teléfono, al notar que no tengo intenciones de tomarla, suspira y la deja sobre la superficie de mármol del lavabo.
—Sé que odias a Eric —dice dando un paso que yo no tardo en retroceder—. Y sé que él va a odiarme a mí cuando te cuente la verdad. Pero ya estoy cansada de ver cómo paga por un error que jamás cometió.
—Claro, porque no es verdad que engañó a mi madre contigo y que ella se quitó la vida cuando él le pidió el divorcio, ¿verdad?
Dakota aprieta los labios, pero no dice nada. A mí las palabras que acabo de pronunciar me escocen por dentro.
—Quizás obtengas una respuesta a esa pregunta cuando decidas reunirte conmigo en condiciones para hablar. —Señala de nuevo la tarjeta—. De momento, solo te diré que la versión que tengo para contar, te explicará la razón de que Eric no te quiera cerca de ese muchacho, el hijo de Richard Jackson.
Y tras esas palabras desbloquea la puerta a su espalda y se va.
Oliver se pone de pie cuando llego a la mesa junto a él, un par de minutos más tarde.
—¿Qué te pasa? Estás muy pálida. —Me ayuda a sentarme con un gesto de preocupación en el rostro. Luego señala pizza humeante que ahora está sobre la mesa—. Te dije que saltarse la cena tenía sus consecuencias. Vamos, Granger, tienes que comer.
Me limito a asentir porque ahora mismo no me creo capaz de pronunciar palabra. Cojo un trozo de pizza a pesar de haber perdido por completo el apetito y me lo llevo a la boca.
Oliver pide la cuenta media hora más tarde. Sus ojos siguen mirándome con preocupación, pero ahora que he comido, la hipoglicemia deja de ser una excusa viable para mi estado. Por lo que me esfuerzo por sonreír.
—¿Lista para volver a casa?
—Más que lista. —Mi entusiasmo es tan exagerado que estoy segura de que lo nota, aunque no diga nada al respecto.
Salimos del local de la misma forma en la que entramos, tomados de la mano. Y cuando ya hemos avanzado la mitad del recorrido hacia su deportivo, siento un tirón en la muñeca.
—¿Qué pasa? —inquiere Oliver al notar que he detenido mis pasos.
Sus ojos recorren el mismo camino que los míos, pero dudo que sea capaz de interpretar la escena de la misma forma en la que lo estoy haciendo yo.
Estoy viendo de nuevo a Dakota, pero esta vez ella no puede verme a mí porque se encuentra de espaldas, apoyada en la puerta de un auto que no es el de mi padre, con un hombre que definitivamente no es mi padre.
Su cabello es rubio, su cuerpo más ancho, y está tan cerca de la cara de mi madrastra, que apostaría a que se encuentra besándola. Unos segundos después abre la puerta del copiloto para ella y rodea el auto para tomar el asiento del conductor.
Cuando el auto abandona el aparcamiento con ellos a bordo, la parte más cruel y mezquina de mi ser, sonríe, complacida de que Eric esté recibiendo un trago de su propia medicina.
La otra se siente triste por él, porque, aunque intente desesperadamente convencerme de que lo odio, odio aún más la posibilidad de que Dakota pueda hacerle daño.
Al parecer, la mente y el corazón nunca consiguen ponerse de acuerdo, y tras contestarle a Oliver que no pasa nada, subir a su auto y apoyar la frente contra la ventanilla durante nuestro camino a casa, mi mente no deja de pensar en la tarjeta de Dakota que reposa en el interior de mi bolsillo, pero mi corazón teme que las razones de mi padre para no quererme cerca de Oliver tengan más fundamentos de los que me gustaría aceptar.
Después de todo, me estoy colgando de un chico que trae un arma escondida bajo su asiento y parece ser el objetivo principal de la banda criminal más peligrosa del estado.
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Maratón 2/3
Muchos secretos por aquí, eh.
¿Qué creen que sea eso que Dakota tiene para decir?
Las leo ♥
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