Capítulo 2. «Eres un ligón de primera clase»


«Eres un ligón de primera clase»

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OLIVER

La salvaje parpadea muchas veces cuando finalmente su mirada se encuentra con la mía a través de las luces y la multitud que nos rodea.

Casi como si no fuera capaz de creer lo que sus ojos están mirando.

Sonrío de lado. No porque sea un arrogante de mierda —que lo soy— y me divierta en demasía la reacción que estoy consiguiendo en la chica que se ha robado toda mi jodida atención desde que se subió en lo alto de esa barra. Sino porque me complace saber que no soy el único de los dos que parece haber caído en un hechizo.

No sé cuánto tiempo transcurre mientras su mirada y la mía permanecen conectadas, solo sé que, en cierto punto, la mano con la que sostengo mi trago se levanta por inercia, ofreciendo un brindis en su honor.

Ella enarca una ceja, interrogante, altiva, y con ese simple gesto sé que acaba de joderme la noche. Apenas llevo mirándola un par de minutos, pero tengo la certeza de que esos minutos han bastado para que no consiga sacármela de la cabeza por lo que resta de noche.

No sé qué cojones tiene esta chica, pero aparte de estar buenísima, definitivamente hay algo en su mirada que me está resultando demasiado familiar.

Quisiera tener más tiempo para averiguar de qué se trata, pero en eso el barman deja su flirteo con la rubia de senos enormes y se acerca a ella a toda prisa para tirar de su brazo.

No alcanzo a escuchar lo que le dice, pero sea lo que sea, consigue que el contacto entre nosotros se pierda. El tipo de chaleco luce molesto, pero la salvaje lo parece aún más cuando le grita de vuelta que es capaz de bajarse por su propia cuenta.

No me sorprende, la verdad. Después de ver cómo se defendía del imbécil al que acaba de partirle la nariz con el tacón de su sandalia, no debería estar considerando ni siquiera acercarme a ella.

Pero también está la forma en la que me ha mirado, como si no hubiera nadie más a nuestro alrededor, como si todo el maldito mundo hubiera desaparecido y para ella solo quedara yo.

No es que eso resulte nuevo para mí. Suelo recibir ese tipo de miradas de forma constante. Me va bien con la comunidad femenina y disfruto estando con ellas.

Sí, soy esa clase de chico y no me da vergüenza admitirlo.

Pero esto... esto es totalmente desconocido para mí. Que una chica consiga aislarme del resto del mundo de forma tan abrupta e irrevocable, no ser capaz de apartar la mirada ni un segundo de ella, sentir un hormigueo en las palmas de mis manos que me pide tocarla para comprobar que sea real..., esto sí que no suele pasarme.

Es nuevo. Y muy estúpido.

Lo sé porque, cuando la veo bajando finalmente de la barra sin volver a dirigirme ni una sola mirada, siento una punzada en el pecho que me obliga a coger mi trago y el coctel que había pedido para la morena que está esperando por mí en el reservado, y, como un imbécil, comenzar a colarme entre la multitud, yendo tras ella.

Y de verdad lo intento. En medio de la estridente música latina, las luces, y el calor de los cuerpos danzantes, intento dar con su melena rojiza y sus ojos mordaces. Pero después de varios minutos vagando sin rumbo, me doy por vencido.

El lugar es una puta locura, y la salvaje parece contar con la habilidad especial de camuflarse entre el gentío.

Apretando los labios con fuerza me doy media vuelta y regreso a ese reservado del que me estoy arrepintiendo de haber salido.

Tracy, la morena con la que llevo compartiendo un buen rato de la noche sigue estando ahí, esperando por mí. Me siento a su lado y sin mediar palabra deposito un beso en su hombro antes de susurrarle al oído:

—Tu coctel, preciosa.

Ella se gira hacia a mí con una sonrisa y recibe su trago sin quitarme los ojos de encima.

—Ya estaba comenzando a creer que te habías perdido —dice con coquetería, llevándose el coctel a los labios.

«Pues casi lo hago por una chica altiva, pelirroja y con unos tacones capaces de asesinar a cualquiera, bonita».

El pensamiento me hace sonreír, pero no soy tan cabrón para verbalizarlo, así que me limito a lo básico: inventar una excusa.

—Demasiada gente en la barra.

—Te dije que le pidieras los tragos al camarero, princesa —me recuerda Ed, desparramado en el sofá frente a nosotros, con un brazo sobre el respaldo y el otro sosteniendo la cerveza que se lleva a los labios.

Michelle, la amiga de Tracy, se encuentra a su lado, mirándolo con ojos soñadores y un pelín lujuriosos.

—Tu siempre tan sabio —le devuelvo con una mueca que lo hace reír.

No me arrepiento de haberle pedido a mi mejor amigo que me acompañara a vivir esta puta tortura por la que mi padre me ha obligado a pasar. Solo un idiota como él es capaz de sacrificar su verano para pasarlo en un pueblito de mierda como este con tal de no dejarme solo. Y por eso lo quiero. Aunque nunca vaya a admitírselo en voz alta, claro.

El punto es que esta tarde, cuando mi padre me sorprendió con la noticia de mi viaje, el cabreo le dio el paso al argullo, y el orgullo a la indisciplina.

Se supone que estoy aquí por ser el «hijo problema» del candidato Jackson, pues entonces, si no me quedaba más opción que cumplir con sus malditas reglas, al menos lo haría a mi modo.

Lo primero en mi lista fue hacer las maletas. Lo segundo ir por mi mejor amigo y prácticamente rogarle para que dejara tirada su vida en Miami y se viniera a vivir este sacrilegio conmigo.

No le discutí cuando me tachó de «niño mimado» y «exagerado», porque al final accedió ante mis súplicas y en menos de veinte minutos ya su equipaje estaba en la cajuela y su culito aplastado contra la tapicería de cuero de mi Camaro.

Papá esperaba que, además de dejar la ciudad, también dejara mi coche, y eso era algo que ni de coña estaba dispuesto a hacer.

No fue fácil salir de la mansión sin que el equipo de seguridad lo notara, pero tener un amigo hacker como Ed a veces tiene sus ventajas. Me bastó con una llamada para tenerlos a todos estudiando una falla en el sistema que los mantuvo distraídos el tiempo suficiente para que yo pudiera abandonar la propiedad.

Se suponía que mi llegada al pueblo estaba planeada para mañana, y que lo haría escoltado como una maldita reina por los hombres de seguridad. Probablemente para asegurarse de que no terminara desviándome y conduciendo durante un par de días hasta Las Vegas.

Después de todo, no sería la primera vez que lo hago.

Sin embargo, —y aunque pude haberlo hecho— no lo hice. Algo en el tono de voz de papá me advirtió que esta vez no tendría contemplaciones conmigo. Que iba muy en serio con eso de congelar mi suministro. Y aunque claramente sigo estando muy cabreado con él y con su explicación tan vaga sobre la razón por la que necesitaba sacarme tan desesperadamente de la ciudad, no fue hasta que vi el cartel de «Bienvenidos» al entrar al pueblo, cuando realmente supe que la pesadilla había comenzado.

Aun así, aquí estoy, acatando sus órdenes. O al menos la más importante de ellas: venir a pasar el verano con mi tía.

Sin embargo, antes de tocar a su puerta, hemos decidido parar en la primera —y tal vez única— discoteca que nos encontramos por el camino.

Admito que me sorprendió conseguirme con un antro tan... moderno, en un pueblito que no debe tener más de veinte mil habitantes, pero al parecer mi padre tenía razón al decir que por aquí las cosas también habían evolucionado.

Una suerte, porque lo único que estuve necesitando desde que salí de Miami fue llenarme las venas de alcohol sin importarme absolutamente nada más.

De cualquier forma, de haberme quedado, es eso lo que estaría haciendo en la fiesta de Alessa. Además de follar con ella en algún rincón de la casa mientras los fuegos artificiales estallaban en el exterior, claro.

Estoy seguro de que cuando encienda mi teléfono me encontraré con un montón de llamadas y mensajes de su parte, pero por esta noche lo mejor es mantenerlo apagado. No quiero correr el riesgo de recibir una llamada de mi padre gritándome por lo irresponsable que he sido al haberme largado sin avisar y bla, bla, bla.

Antes de salir me aseguré de decirle a Lupita —nuestra ama de llaves y mi nana de toda la vida— que esta noche me acostaría a dormir temprano y que no quería que nadie me molestara. Por la forma en la que ella me miró, dudo que se lo haya tragado, pero al menos espero que no me delatara.

Ella nunca lo hace. Y yo se lo agradezco soltándole una que otra adulación en español cada que tengo la oportunidad.

—¿En qué piensas, guapo? —inquiere la chica a mi lado, trayéndome de vuelta.

La miro formando una sonrisa canalla en la comisura de mis labios.

—En lo hermosa que eres —le suelto con un guiño que la hace reír.

—Por dios, eres un ligón de primera clase.

Encojo los hombros.

—Puede, pero está claro que a ti te gusta que lo sea, ¿a que sí?

—Puede —dice, imitando mi gesto—. Aunque también puede que las palabras bonitas me parezcan... muy innecesarias ahora.

—Casi siempre lo son, cariño —le digo, porque es un hecho.

He estado con chicas antes de pronunciar si quiera una sola palabra. A veces todo se resume en una mirada.

Como la que ella y yo compartimos minutos atrás. Tan intensa que...

Maldición, lo sabía. Sabía que no me la iba a poder arrancar de la cabeza hasta conseguir eso que todo mi cuerpo parece haber comenzado a anhelar desde el mismo momento en el que mis ojos la miraron en lo alto de la barra.

Sonrojada. Salvaje. Sexy. Muy sexy.

—En ese caso, creo que podemos hacer algo al respecto —dice Tracy, acercándose más a mi cuerpo y pegando sus labios en la piel de mi cuello mientras sus manos se encargan de estudiar cada centímetro de mi abdomen por debajo de la cazadora que llevo puesta. Aprieto sus caderas, más por costumbre que por deseo, y la escucho jadear contra mi oído—. Sabes, me encantaría que pudiéramos continuar esto en un lugar más... privado —agrega en un ronroneo, incitándome con un pequeño mordisco en el lóbulo de la oreja.

—Y a mí me encantaría que lo hiciéramos, bonita —le devuelvo, porque una parte de mí está intentando responder a sus caricias mientras la otra solo quiere ahogarse en alcohol para dejar de pensar en la chica de la barra—. Pero con toda esta gente, dudo que los baños estén disponibles.

Ella se separa, y sus ojos oscuros me miran con un brillo lujurioso que en otro momento estaría adorando.

—Entonces vayamos a mi casa —propone—. Mis padres no estarán en toda la noche. Tendremos el lugar solo para los cuatro, ¿qué dices?

Le lanzo una mirada inquisitiva a Ed, quien niega con la cabeza y me sonríe como diciendo que se lava las manos en esto.

Será cabrón.

—¿Sabes qué, Tracy? Ed y yo nos quedaremos a pasar el verano en el pueblo.

—¿En serio? —La chica parece realmente emocionada con la idea.

—Sí, claro que sí. Pero el viaje hasta aquí nos ha dejado agotados, sabes. —Acaricio sus caderas y bajo suavemente por la piel desnuda de su muslo, estremeciéndola—. ¿Te parece si mejor dejamos esto para otro día?

La morena forma un puchero triste con los labios, pero en menos de un segundo la tengo encima de mi regazo y abrazando mi cuello con sus brazos delgados.

—¿De verdad que no quieres pasar la noche conmigo, bombón?

—Por supuesto que quiero —digo después de darle un repaso rápido a su escote, aunque la verdad es que ni yo mismo me lo creo—. Pero como te dije, nuestro verano apenas está comenzando en el pueblo, bonita. Más adelante tendremos tiempo para esto.

—Ya, pero yo lo quiero ahora. —Juguetea con los bordes de mi cazadora, acariciando mi pecho por encima de la camiseta en el proceso.

Le dedico una sonrisa, sujetando su mano con disimulo.

—Algo dicen de que lo bueno se hace esperar, ¿no es así?

La chica se ríe de forma tan alta y exagerada que mi tímpano sufre las consecuencias del alcohol que está corriendo en sus venas, pero no me da tiempo a quejarme porque de pronto siento una corriente fría recorriéndome la columna.

Como esa sensación que te llega cuando alguien se encuentra mirándote fijamente desde la distancia. Puedes sentirlo en todo el cuerpo.

Y sé que podría ser la mirada de cualquiera, después de todo estamos rodeados de gente, pero por alguna razón que no puedo explicar, sé que se trata de ella. De la salvaje.

Mis ojos, sin pedirme permiso, enseguida se mueven para buscarla, casi como si supieran el lugar exacto en el que deben detenerse.

Y entonces, finalmente, la veo. A pesar de la multitud y los metros que no separan, lo veo ahí de pie, mirándome de vuelta.

Sus ojos van de los míos a la chica que se encuentra sobre mi regazo. Repite la acción un par de veces, y luego, como si al fin entendiera lo que está pasando, se da la vuelta de forma abrupta y vuelve a perderse entre la multitud.

Maldigo para mis adentros mientras me quito a Tracy de encima en un movimiento nada cuidado.

—¿Qué pasa? —inquiere ella descolocada.

—Nada. Solo tengo que... hacer algo.

—¿Ahora?

—Sí, ahora. —Ni de coña dejo que esta chica se me vuelva a escapar—. Déjame tu número con Ed, ¿vale? Y luego... luego puedes ir a divertirte con tu amiga por ahí. Ya te llamaré.

No tengo idea de si ella ha alcanzado a escuchar eso último porque ahora mismo me encuentro caminando en dirección a la pista de baile, pero por la mueca de indignación que tiene en la cara cuando me vuelvo para gesticular en dirección a Ed un «Ya vuelvo», deduzco que no le ha gustado para nada que haya decidido pasar de ella.

Sinceramente, a mí tampoco.

Tracy está dispuesta y buenísima. Todo lo que un chico podría desear, joder. Pero aquí estoy yo, abriéndome paso a empujones entre la gente para ir tras una chica que ni siquiera conozco.

No sé qué cojones está pasando conmigo esta noche. O si es que el puto aire del pueblo tiene la capacidad de atrofiar las neuronas. Pero sea como sea, dejo de pensar en ello cuando finalmente la encuentro ahí, en medio de la pista de baile, intentando quitarse de encima a un friki que baila frente a ella como si estuviera sufriendo un puto ataque epiléptico.

Sonrío. Porque al parecer ha llegado el momento de hacerme el héroe con ella.

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Ese héroe como que va a terminar estrellado jaja

¿Ustedes qué opinan?

Lxs leo ♥

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