Capítulo 14. «¿Apostarías por ello, princesa?»

«¿Apostarías por ello, princesa?»

__________________

OLIVER

—Tienes cara de haber pedido cincuenta mil dólares en una partida de póker, princesa.

Le dedico una mirada asesina a mi mejor amigo, tomando asiento en el sofá frente a él.

—Y tú de que anoche no obtuviste lo que andabas buscando.

—Yo no andaba buscando nada —replica, concentrándose de nuevo en la pantalla de su celular.

—Claro, y por eso anoche me pareció que se te había metido un cohete en el culo cuando te presentaste en la casa de al lado medio minuto después de recibir mi llamada.

—Me encontraba rebuscando algo en la cocina cuando el móvil me sonó, y no es que lleve mucho tiempo llegar a la puerta principal y cruzar los jardines frontales desde ahí.

—Ajá. —Pongo los ojos en blanco—. No entiendo cuál es tu problema con aceptar que la chica te está volviendo loco desde que la conociste.

—Tú sabes cuál es. —Sus ojos verdes me miran esta vez—. Además, ella tiene novio.

—Lo sé —pronuncio notando el abatimiento con el que ha dicho las palabras.

—¿Lo sabes? —Sus cejas se alzan.

—Sí. El chico había estado ahí tan solo un minuto antes de que te marcara para que le dieras el aventón. ¿Recuerdas al rubio que vimos llegar ayer por la mañana?

—¿El novio de tu salvaje?

—Ella no es mía —pronuncio, y las palabras me saben amargas—. Ni de nadie, por lo visto. Ellos dos solo son amigos... muy cercanos.

—Ya. ¿Entonces por quién él había venido era por Lisa?

—Exacto. —«Y yo quedé como idiota al suponer lo contrario cuando esa bruja dijo que no me podía besar»—. Pero no te preocupes, entre esos dos hay algo que no va nada bien. Pude notarlo.

Edward resopla.

—Y por eso me llamaste, ¿no? ¿Porque viste una brecha en su relación y creíste que yo podría colarme fácilmente por ella? —Mi respuesta es un ligero encogimiento de hombros—. Eres increíble, en serio.

—Todos los malditos días de mi vida lo soy. —Le devuelvo una sonrisa que a él no parece causarle ningún tipo de gracia—. Vamos, Ed, ¿por qué tanta hostilidad?

—¿Por qué tanta hipocresía de tu parte? —replica con ironía.

—¿Pero de qué cojones estás...?

—¿Por qué tu cara larga al entrar? — Esta vez el que sonríe es él—. ¿Por qué no me dices que te dijo la salvaje esta vez para hacerte enojar? Ah, espera, no hace falta. Estoy seguro de que volvió a mandarte a la mierda y tu pondrás todo tu esfuerzo en fingir que no te importa cuando claramente te estás muriendo por una oportunidad.

Dejo escapar un resoplido.

—¿Qué clase de chorradas son estas, Edward? —Apoyo los codos sobre mis rodillas, inclinándome en su dirección—. Porque hasta ahora creí que me conocías lo suficiente para saber que no soy de los que se hecha a morir por una mujer.

—Eso es porque ninguna te había dicho que no en el pasado.

—Samanta lo hizo —digo, y no sé porque cojones lo hago cuando sé que...

—Eso no cuenta —bufa—. Básicamente porque esa noche en la Fashion Week tenías a Alessa pegada como una lapa a tus costillas y Samanta estaba siendo escoltada por un español y un italiano cuyo nivel tú todavía no alcanzas, princesa.

Pongo los ojos en blanco.

—¿De verdad que eres heterosexual?

—Tener la capacidad de reconocer a un buen macho cuando lo veo no me quita la hombría. O bueno, quizás es que soy bisexual y hasta ahora lo estoy descubriendo. ¿Quieres que nos demos un buen morreo para comprobarlo? —Me guiña un ojo, mucho más divertido que segundos atrás.

—Tener una conversación contigo es como subirse a una jodida montaña rusa, ¿lo sabías?

—¡La vida es una jodida montaña rusa, Oliver! Pero tú te niegas a vivirla por miedo a caer.

—¿Dónde venden el porro que te metiste? ¡Seguro que a Rob le encantaría acompañarte en el viaje! —suelto con un bufido—. En serio, Ed, ¿cómo puedes decir que tengo miedo a vivir cuando tú mejor que nadie sabes que llevo todos mis jodidos días al límite?

Mi amigo sonríe, negando con la cabeza.

—En eso es en lo que sueles equivocarte, princesa —dice, y algo en la convicción de sus palabras consigue acojonarme un poco—. Para ti vivir es pasarte el día follando como un conejo y salir por las noches a ganar cada maldita carrera en la que osan retarte. Pero te dejas de lado la parte más complicada de vivir, Oliver: los sentimientos.

—Chorradas —mascullo, dejándome caer nuevamente contra el respaldo—. Los sentimientos son lo único que no te dejan vivir a placer. Solo mírate.

Mi amigo deja escapar un bufido.

—Es curioso que lo digas cuando esta mañana me he encontrado en la basura la servilleta con el número de la camarera.

—¿Y eso qué tiene que ver? —gruño, y hasta yo admito que he de parecer un niñato malcriado.

—¿Se puede saber por qué ha decidido que no la va a llamar, señor Don Juan?

—No por lo que seguramente te estás imaginando tú —repongo, y su gesto me invita a continuar—. He decidido pasar de las chicas durante nuestra estadía en el pueblo, eso es todo.

—Interesante —pronuncia con la actitud de Caesar Flickerman, el entrevistador en «Los juegos del hambre»—. Y dime, querido Oliver, ¿a qué se debe una decisión tan... peculiar?

—Eres imbécil, es serio —mascullo entre dientes, pero sé que no me dejará en paz si no le respondo, así que de mala gana lo hago—: Papá insistió con eso de que venir aquí me ayudaría a alejarme de la «mundana» vida que llevo en la ciudad, entre otras pendejadas como encontrarme a mí mismo y bla bla bla. En ese momento estaba demasiado cabreado para prestarle atención, pero ahora que lo pienso con cabeza fría; y que no tengo más opción, además; puede que no resulte tan mal si lo intento.

—Interesante —vuelve a decir, esta vez con un asentimiento muy críptico—. ¿Entonces no quieres nada con la salvaje?

—Nada que no implique devolverle la bromita que me jugó anoche con el ají.

—Claro, porque ella es la única chica a la que estás dispuesto a acercarte sin ningún tipo de interés sexual, ¿verdad? Ella es diferente para ti.

—Ve al grano, Ed. —No estoy para sus jueguitos mentales.

—Te haré una última pregunta y quiero que seas completamente sincero conmigo, ¿vale? —Asiento de mala gana—. ¿Seguirías queriendo mantenerte alejado de las chicas por lo que resta del verano si la salvaje no te hubiera rechazado? Y en repetidas ocasiones, por lo que pude observar hace un momento a través de la ventana.

Se gana una mirada asesina por andar de vieja chismosa, pero no hago comentarios al respecto porque se supone que está esperando una respuesta muy seria de mi parte, sin embargo...

—No lo sé. —Esa es la verdad—. Ella parece tener tan altas sus barreras, que sinceramente ni siquiera soy capaz de imaginarme un escenario en el que fuera capaz de ceder a esto...

—¿Esto qué?

—Esto, Edward. —Lo miro como si fuera un niño de cuatro años al que hay que enseñarle a sumar dos más dos—. Las ganas. La atracción. La tensión.

—Vale. ¿Entonces estás seguro de que ella también siente «esto»?

—Cómo que me llamo, Oliver Jackson —pronuncio—. Pero ella no podría ser más terca, prejuiciosa e irritante en la vida.

—Tienes razón. —Mi amigo se echa para atrás en el sofá, estirando las piernas—. Apostaría a que no podrías ganarte su aprobación ni aunque quisieras.

—Eh, eh, yo no iría tan lejos. —Siento como una vena en mi cuello comienza a saltar—. Estoy seguro de que, si me lo propongo, podría persuadirla lo suficiente para hacerla ceder. El problema es que no estoy dispuesto a arrastrarme por ella. Ni por nadie.

—Lo dudo mucho, princesa. —Edward se cruza de brazos—. Se nota que tu amiga de la infancia no se ha convertido en la clase de chicas que van por la vida enrollándose con tipos como tú.

—¿Tipos como yo? —Me río sin gracia—. Si es que hasta ya suenas como ella.

—Solo estoy diciendo lo que creo. —Se encoje de hombros—. Esa chica no parece ser de las que espera tener un rollo de una noche con el playboy de turno. De ser así no hubiera dudado cuando la abordaste en medio de la disco. Ella es de las que espera vivir una historia épica de amor durante su último verano.

Resoplo una carcajada.

—Las únicas historias que disfrutan las brujas como ella son las de terror. Si es que hasta odia a su padre.

—Pues ya tienen algo en común, ¿no? —Lo miro mal.

Yo no odio a mi padre, es solo que a duras penas soporto sus reglas.

—Como sea. Esa chica parece pasarse la vida repartiendo veneno.

—Y rodillazos —agrega Ed con una risita—. Vale, hablando en serio ya: Creo que te equivocas.

—Ilumíneme entonces, señor experto en saber lo que las mujeres quieren.

—Ya te lo he dicho, princesa. No es tan difícil aceptarlo: lo que todas quieren es amor —zanja sin ningún atisbo de dudas—. Y si no es eso lo que tú le vas a ofrecer, entonces hacerte a un lado ha sido la mejor decisión que has podido tomar. No tendrías ninguna oportunidad con ella de todas formas.

—No entiendo por qué lo dices con tanta seguridad —replico, sintiendo que sus palabras son como ácido en el interior de mis venas.

—¿Por qué no la tendría? —Su ceño se frunce—. Tú eres de los que no se enamora, ¿no? Y ella de las que buscan enamorarse de alguien con la capacidad de sentir. Jamás encajarían, créeme.

—Que no me interese por el tema del amor no significa que sea incapaz de hacer que ella se interese por mí de forma romántica.

Ni siquiera sé por qué le estoy discutiendo esto. Quizás porque me cabrea el hecho de que Ed insinúe que existe algo fuera de mi alcance cuando llevo toda mi vida comprobando que nada lo está.

—¿Apostarías por ello, princesa? —Un brillo desafiante aparece en sus ojos.

—Sin ningún atisbo de duda —respondo, aunque una insidiosa vocecita en mi interior me advierte que eso no es del todo verdad.

—¿No te molesta entonces que lo hagamos oficial? —Una sonrisa lucha por tomarse sus comisuras.

—¿Qué propones?

—Estaremos encadenados a este pueblo durante ocho semanas, ¿no? —Asiento una sola vez como respuesta—. Bien, pues ese será el tiempo exacto que tendrás para enamorarla.

—¿Eso es todo? —inquiero con el aire de superioridad que a mis pulmones parece estarle faltando, porque una presión desagradable empieza a apoderarse de todo mi pecho.

—No creo que haga falta más, princesa. Pero como el amor puede resultar tan ambiguo, complejo y silencioso, para asegurarnos de que ella realmente se haya enamorado de ti, deberá decirte las palabras mágicas.

—¿Por favor?

—Te quiero, imbécil.

—Yo también te quiero a ti, morenito.

Mi amigo se echa a reír.

—Qué bueno que finalmente hayas decidido abrirme tu corazón, princesita. Pero ten cuidado con abrírselo a la salvaje, porque si eres tú el primero en confesarle tu amor, lo pierdes todo. Sin importar que ella se haya enamorado también.

—Por favor, no seas ridículo.

—Solo estoy poniendo las reglas de esta apuesta sobre la mesa. Para que todo quede claro.

—Si crees que tu única oportunidad de ganar recae en que yo me enamore de ella, te diré que tus probabilidades son nulas, amigo mío. Y si hay algo que deberías estar poniendo sobre la mesa, son los billetes que vas a apostar.

—Quinientos.

—¿Qué es esto? ¿El instituto? No voy a correr una apuesta por quinientos dólares, Edward.

—Mil —me corrige—. Quinientos mil dólares a que no puedes hacer que la salvaje se enamore de ti.

—¿Qué? —Una carcajada se me escapa sin poder evitarlo—. ¿Estás malditamente desesperado por quedar en la quiebra?

—No dramatices, princesa, que no creo necesario recordarte que mi padre es más rico que el tuyo.

—Claro, porque se dedica a hackear las cuentas bancarias de los millonarios —bromeo, ganándome un cojín en la cara por su parte.

—Puedes decir lo que quieras, pero no soy yo quien se caga de miedo por apostar quinientos mil dólares y su bebé más preciado.

—¿Cómo que mi...? —Me callo al caer en cuenta de sus intenciones—. Ni de coña voy a poner mi Camaro sobre la mesa.

—¿Tienes miedito, princesa? —Un puchero divertido se forma en sus labios, pero a mí no me causa nada de gracia—. No veo razón para estar tan preocupado, si es que tienes la victoria asegurada.

Mi mandíbula se tensa. ¿En dónde cojones me vine a meter?

—¿No te basta con perder un millón de dólares? ¿También estás dispuesto a poner en riesgo el Lamborghini que dejaste tranquilamente resguardado en tu casa? Porque ni creas que mi bebé va a entrar en esta apuesta sin que el tuyo también lo haga.

—Como si no tuvieras otro auto de carrera en la ciudad. Llorón.

—El Ferrari está bien —admito—. Pero el Camaro ha sido mi amigo fiel durante todo este tiempo.

—Gracias por lo que me toca, colega. —Ed pone los ojos en blanco—. En fin, hagamos esto oficial entonces: quinientos mil dólares y nuestros bebés más preciados a que lograrás o no enamorar a la salvaje sin caer perdido en el intento.

—Estoy dentro. —Extiendo mi mano por encima la mesita enana que nos separa.

—Una última cosa antes de cerrar —dice Ed, mirando mi palma con una expresión divertida que está comenzando a cabrearme—. Si logras que la chica caiga perdidamente enamorada de ti, demostrándotelo con un «te quiero», antes de que finalice el verano deberás confesarle que todo lo que hiciste por ella fue con el fin de ganar esta apuesta.

—Ya veo. Tú lo que quieres es que me maten para heredar todos mis bienes, ¿no?

—No alucines, hombre. Solo le estarías haciendo un favor. Así no le será difícil desenamorarse de ti después de que se termine el verano. Por todo eso de que eres incapaz de desarrollar sentimientos y bla bla bla.

Joder. Admito que algo de lógica sí que tiene. Pero si lo hago... estaría matando también cualquier posibilidad de que la salvaje y yo pudiéramos volver a ser amigos.

Aunque..., puede que a mi yo del pasado le importara ser el amigo de una chiquilla llorona y malcriada, pero yo ya no soy ese chico. Mis prioridades han cambiado y... ahora mismo no podría importarme menos su amistad.

O al menos eso es lo que me digo para no echarme atrás con esto.

Edward sabe mejor que nadie que soy incapaz de negarme a un reto, y la salvaje no ha parado de retarme desde el mismo instante en el que nos reencontramos.

—Muy bien. —Extiendo de nuevo mi mano—. Tenemos una apuesta.

La sonrisa de mi amigo sería capaz de iluminar una ciudad entera.

—Tenemos una apuesta, princesa. —Me devuelve el apretón.

Y por alguna razón que me eriza la piel, siento que acabo de hacer un trato con el diablo.

🌴🌴🌴

Cinco días han pasado desde la última vez que tuve contacto con la salvaje.

O bien ella ha estado haciendo un excelente trabajo evitándome, o yo llevo muy mal esto de «conquistar» a una chica.

Lo cierto es que después de pasarme tardes y noches montándole cacería desde la ventana, he decidido mandar todo a la mierda y esperarla en las afueras del único lugar donde es seguro que voy a encontrarla: su trabajo.

Son casi las cinco de la tarde cuando finalmente la veo salir con ese uniforme de camarera que le queda tan malditamente bien.

Ni siquiera me lo pienso antes de bajarme del auto y abordarla a mitad de la calle, fuera del alcance de cierta rubia bipolar que ha de estar en el interior del negocio torturando a sus pobres empleados.

—Tú —pronuncia Emma cuando me ve, deteniéndose antes de dar otro paso. Cabe decir que su tono de voz no resulta para nada agradable—. ¿Qué haces aquí? ¿Vienes a visitar a tu novia?

—Si así es como querrás que te llame de ahora en adelante, entonces sí.

Sus ojitos se ponen en blanco tras el guiño que le dedico.

—He estado trabajando durante más de ocho horas seguidas, Oliver, así que no estoy de humor para tus bromitas.

—¿Oliver? —inquiero—. ¿Ya no soy el modelito sexy del demonio para ti?

Ella me empuja, queriendo pasar por mi lado, pero la tomo del brazo para impedírselo.

—Oye, solo espera un momento, ¿sí?

—¿Qué quieres?

—¿Saber por qué me has estado evitando? Quizás.

—No me importas lo suficiente como para tomarme la molestia siquiera de evitarte. Lo que pasa es que tengo una vida fuera de la holgazanería y debo trabajar hasta tarde todos los días.

—Excepto hoy —acoto, señalando el cielo azul y despejado de nubes que se abre sobre nuestras cabezas.

—Eso es porque le cambié el turno a una compañera que necesitaba el día para unos asuntos personales.

—Lo que resulta maravilloso para nuestros planes de esta noche.

—¿Nuestros? —repite ella, enarcando una ceja—. Yo no recuerdo haber hecho planes contigo.

—Eso es porque has estado muy ocupada, Granger. —Enrollo un mechón suelto de su cabello en la punta de mi dedo—. Pero como yo no hago más que holgazanear, he hecho planes por los dos.

—Basta. —Me aparta la mano con un manotazo—. Me dan iguales tus planes. Mi respuesta para lo que sea es «no».

—¿Por qué?

—Porque tengo cosas mejores que hacer en mi casa que pasar el tiempo contigo —dice con la vista perdida en los locales y turistas que caminan a nuestro alrededor.

Puede que este sea un pueblito pequeño, pero tiene como atractivo unas cálidas playas a pocos minutos del centro. Unas que Ed y yo nos hemos dedicado a visitar durante las mañanas para matar el tiempo.

—¿Cosas cómo qué, salvaje?

—Deja ya de llamarme a así. Me haces sentir como la Jane de Tarzán.

—Lo siento, pero no me veo usando taparrabo.

Ella me mira mal.

—Eres idiota, en serio.

—Eso ya lo hemos dejado claro con anterioridad. Pero dime, Granger, ¿qué cosas pueden ser mejor que pasar el tiempo con tu mejor amigo de la infancia?

—Leer, cocinar, ver una serie de Netflix. Las opciones son infinitas, y todas mejores que tu compañía. —La sonrisa que me dedica es tan falsa como irónica.

—Veo que te sigue encantando hacerme rogar, ¿eh? Pero como hoy me siento tan complaciente, lo haré pidiéndote que vengas esta noche a la casa de mi tía. Tengo preparada una sorpresa para ti.

—Créeme, la sorpresa que me llevé el sábado pasado al abrirte la puerta me bastó para toda la vida.

—Eres toda una «Drama Queen», ¿lo sabías? —Ella rueda de nuevo los ojos, pero puedo ver una esquina de sus labios luchando para no ceder ante la sonrisa—. Vamos, brujita. Míralo como una ofrenda de paz de mi parte. Y créeme que mis intenciones nada tienen que ver con las tuyas al jugarme tu bromita con el ají. Solo quiero que nos demos una nueva oportunidad, tú y yo.

—¿Una oportunidad de qué? —Intenta ocultarlo, pero puedo ver como todo su cuerpo se pone en tensión.

—De conocernos, Granger —contesto—. De conocer a los chicos en los que nos hemos convertido después de todos estos años y no al par de niños tontos que se pasaron toda la cena del sábado en guerra.

Sus ojos cafés me miran entrecerrados.

—¿No tienes cosas más interesantes que hacer en tu fabulosa vida de millonario?

—Ahora mismo no encuentro nada más interesante que tú, brujita.

—Joder, tú sí que tienes madera para enrollar a una chica, Oliver Jackson.

—Tú me dirás si está funcionando contigo. —Le dedico la sonrisa más seductora de mi arsenal y me parece que realmente está funcionando cuando la veo morderse el labio inferior, conteniendo la suya—. ¿Entonces? ¿Vendrás esta noche a la casa de al lado?

Ella se lo piensa durante unos segundos que me ponen extrañamente ansioso.

—Solo si me dices cuál será la sorpresa —pronuncia finalmente, sacándome de mi miseria—. Creo que está de más decirte que no me agradan demasiado.

—Vamos, Granger, harás que se rompa por completo la magia.

—Tú y yo nunca hemos podido hacer magia de verdad. Así que da igual. Solo dime.

Pongo los ojos en blanco, pero no tengo más opción que ceder. Es una victoria el mero hecho de que esté accediendo a venir.

—Una fiesta —confieso, y la veo fruncir el ceño.

—¿Esa es tu sorpresa para mí? ¿Una fiesta?

«Que jodido puede llegar a ser complacer a esta chica».

—Bueno, resulta que cuando nos encontramos en la discoteca no tenía idea de que estabas allí celebrando tu cumpleaños, y siento que de alguna manera nuestro encuentro consiguió arruinarte la noche. Así que Ed me ayudó a organizar esta gran fiesta en el jardín trasero de mi tía para compensarte.

—¿Y tu tía está de acuerdo con eso?

—Ella no está —admito, todavía un poco decepcionado con ese hecho—. Salió de viaje con sus amigas del club de lectura a la mañana siguiente de mi llegada.

Su ceño se frunce.

—Que raro, yo formo parte del único club de lectura que hay en el pueblo y no tenía idea de que se hubiese estado organizando un viaje grupal.

—¿Estás segura?

—Bastante.

—Vale, pues quizás sea que ande en medio de una escapada romántica y le dé vergüenza decírmelo. —«Esa no sería una idea tan descabellada a juzgar por los mensajes en los que me ha estado diciendo que no tiene idea aún de cuándo va a regresar»—. Pero da igual, Granger, el punto es que dudo que haya algún problema ya que los invitados no van a tener acceso al interior de la casa.

—Ya... —Asiente lentamente con la cabeza—. Es que no lo sé, Oliver. Las fiestas no son mucho lo mío.

—Vamos, Granger. Solo se cumplen dieciocho años una vez en la vida. Ese día debiste habértelo pasado en grande y no discutiendo con un imbécil en la barra y un modelito del demonio en mitad de la pista.

—¿Entonces admites que eres modelito del demonio?

—Solo si tú aceptas venir a la fiesta conmigo. —Le sonrío.

—Vale. Agradezco tu gesto, en serio. Pero me estoy preguntando seriamente si en esa fiesta solo seremos tu amigo, tú y yo, porque no me imagino de qué otra forma piensas llenar el jardín de tu tía de invitados.

—Créeme, no resulta nada difícil reunir a un grupo de chicos si se les ofrece música, comida y alcohol gratis. Además, que el pueblo sea pequeño, y que solo hayamos necesitado a un par de personas para correr la voz, también nos ha servido de ayuda —digo, evitando mencionar que ese par de personas fueron Tracy y Michelle, las chicas que conocimos aquella noche en la disco—. Así que no te preocupes porque gente es lo que va a sobrar en tu celebración. Aunque igual eres libre de extenderle la invitación a los amigos que quieras tener allí. Después de todo, esto es por ti.

—Ya veo. —Ella asiente lentamente con la cabeza—. ¿Y qué habrías hecho con todo el alcohol y la comida si yo no estuviera dispuesta a acceder toda a esta locura de fiesta que te has ingeniado?

—Habría tenido que ofrecerla de todos modos. Por eso de evitar un motín de adolescentes desesperados en la casa de mi tía, claro. Pero seguramente, más tarde en la noche, cuando el alcohol ya estuviera nublándome la mente, tomaría la estúpida decisión de cruzar el jardín de tu casa, escalar por las enredaderas del pórtico, y me colarme en tu habitación a través de la ventana.

—Estoy bastante segura de que eso podría calificarse como acoso e invasión de la propiedad privada.

—Lo sé, pero resulta que tú estarías demasiado ocupada para denunciarme. —Doy un paso más cerca de ella, importándome una mierda toda la gente que transita a nuestro alrededor.

—Ah, ¿sí? ¿Haciendo qué? —Ella se muerde el labio inferior, y ese gesto se convierte en mi jodida perdición.

—Besándome —le digo en un susurro que solo nos encierra a los dos—. Me estarías besando hasta que se te olvide como pensar con racionalidad. Hasta que no puedas ver más allá de las estrellas que se forman tras tus párpados cerrados. Hasta que el aire te falte, pero no seas capaz de separarte de mi boca para respirar.

—Oliver... —mi nombre es un jadeo en sus labios—. Tú...

La miro esperando a que culmine la frase, y parece estar a punto de hacerlo cuando una voz femenina llamándola a gritos la hace girarse en dirección a su lugar de trabajo.

—Ay, dios, Emma, creí que ya no te alcanzaríamos —viene diciendo la morena cuando se detiene a su lado, jadeante—. ¿Por qué tanta prisa si...? —Deja a medias la pregunta cuando finalmente repara en mi presencia—. ¿Oliver?

Sus ojos oscuros se clavan en los míos, muy abiertos.

—Eh... hola, Jessica.

La salvaje alterna la mirada entre su compañera de trabajo y yo. La morena hace lo mismo. Y yo maldigo internamente el hecho de que este pueblo sea tan jodidamente pequeño.

—Un momento, ¿ustedes dos se conocen? —preguntan ambas chicas al unísono.

—Él es mi vecino.

—Él es el chico del que te hablé.

Vuelven a pronunciar a la vez.

—¿Tu vecino?

—¿El chico del que me hablaste?

Y ahí van ellas de nuevo.

—Pero, ¿cómo es que...? —Ahora los dos pares de ojos se posan en mí, pero cuando abro la boca para aclarar la situación, los míos solo se centran en los de la salvaje.

—El domingo pasado Ed y yo tomamos el desayuno allí. —Señalo el cartel que pone «Taylor's Lunch & Bar»—. En ese momento no tenía idea de que era tu lugar de trabajo ni mucho menos que Jessica era tu compañera.

—Por supuesto. —«Y fue por eso que tomaste su número de teléfono cuando te lo ofreció», no lo dice, pero puedo leerlo claramente en la mirada que me dedica.

—Me parece increíble que ustedes dos sean vecinos, en serio —se pronuncia la morena, cortando con el incómodo silencio—. Me he pasado toda la semana dándole la lata a Em, sobre el chico cuya llamada nunca llegó.

En sus labios gruesos se forma un puchero divertido, pero consigo reconocer que en el fondo se esconde un reproche. Las chicas pueden llegar a ser malditamente astutas cuando se lo proponen.

Estoy por decirle que nunca tuve reales intenciones de llamarla, pero eso me dejaría como un cabrón ante los ojos de Emma. Por otro lado, si le digo que perdí su número por accidente, ella pensará que de haberlo tenido en mano no habría dudado en marcarle.

En cualquier caso, estoy jodido.

Por lo que es una suerte para mí cuando una cuarta persona se une a la escena para rescatarme de mi miseria.

O tal vez terminarme de hundir.

Porque un segundo después descubro que el mismo chico que llega vistiendo con un uniforme del bar y coloca una mano entorno a la cintura de la salvaje es...

—Ezra.

_____________________

Ay dios, a Emma se le juntó el ganado jajaja

Yo estoy disfrutando un montón volver a vivir esta historia, espero que ustedes también.

¿Qué opinan de la apuesta con Ed?

Lxs leo ♥


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top