Capítulo 12. «Para ella soy el diablo»

«Para ella soy el diablo»

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OLIVER

Salgo de la cocina unos segundos después de que ella lo hace, dispuesto a hacer lo que me dijo y ponerle fin a este circo.

No tiene mucho sentido que me quede ahora que el postre ha resultado en un fiasco y he recibido no solo el golpe de su rodilla, sino también el de su rechazo.

De nuevo.

Admito que una parte de mí se siente complacida al saber que solo me ha dicho que no por respeto al «rubiecito» de esta mañana, pero a la otra le jode en sobremanera tener que aceptar que existen personas que sí se toman en serio esa chorrada de las relaciones y la monogamia.

Con lo bien que podríamos pasarla todos sin tantas reglas y posesividad.

Atravieso el comedor y reparo en la marca roja de su pintalabios sobre la copa de vino a medio tomar que ha dejado en la mesa.

No sé exactamente por qué lo hago, pero me detengo, la cojo y me acabo su contenido de un solo trago. Quizás porque esté necesitando el alcohol para eliminar los rastros en mi paladar de su chistecito con el ají picante, o puede que solo sea para sentir que, de cierta forma, no me he quedado con las malditas ganas de probar sus labios.

Me regaño internamente por estar comportándome como un idiota de nuevo, dejo la copa de nuevo sobre la mesa y me dirijo a la estancia al tiempo que Emma y «su chico» salen por el pasillo que conecta con la entrada principal.

La salvaje viene enganchada de su brazo y él se está riendo de algo que probablemente ella le dicho. Ahora que lo veo de cerca, algo en su rostro me resulta desagradablemente familiar.

—Vamos, Em, en el fondo Beth no es tan mala como aparenta ser, si tan solo tú... —El rubio corta la frase cuando repara en mi presencia—. Eh..., hola, tú debes ser...

—Él es el idio... el vecino del que te estaba hablando —le dice Emma, apretándose más a su brazo—. Oliver, él es Adam, mi...

—Sé quién es —me adelanto a sus palabras.

No sé por qué, pero no me apetece que me confirme su relación con este tipo un minuto después de haber estado a punto de besarla.

El rubio frunce el ceño, pero termina asintiendo.

—Es un placer. —Me tiende la mano con educación, pero intuyo la misma falsedad en sus palabras que hay en las mías cuando se las devuelvo, dándole un apretón nada sutil.

Ahora que lo veo de cerca, algo en su rostro me resulta desagradablemente familiar.

—Oliver Jackson —pronuncio con el protocolo que me han obligado a manejar.

—¿Jackson? —Levanta las cejas, deshaciendo el agarre—. ¿De casualidad guardas alguna relación con el candidato...?

—Sí, Richard Jackson es mi padre —me adelanto a su interrogante.

Siempre que menciono mi apellido es lo mismo. Y al parecer haberme recorrido cientos de kilómetros para alejarme de la ciudad no han hecho esto diferente. Ahora solo me queda esperar que saque el tema de la prensa y las acusaciones que hay en torno a mi familia, pero...

—Que pequeño es el mundo, ¿no? Mi padre ha hecho negocios recientemente con el tuyo.

—¿De qué estás hablando? —Emma verbaliza la interrogante que se me ha formado a mí en la cabeza.

El rubio la mira.

—Recuerdas que te hablé sobre la sucursal que papá tenía pensando abrir en la ciudad. —Emma asiente en respuesta—. Vale, pues resulta que hace poco finalmente tomó la decisión de comprar el local, y quien lo ayudó a conseguir uno en Upper East Side a un excelente precio y con las mejores vistas de Biscayne Bay fue precisamente Richard Jackson. Hasta donde tengo entendido es el mejor en lo que hace.

—Pero... —Ella ahora me mira—, no se supone que tu padre está metido en la política.

—Sí, pero también en los bienes raíces, Granger. A eso se dedicaba antes de convertirse en político, y sigue haciéndolo ahora, aunque en menor medida. —Mi atención recae nuevamente en el rubio—. Lo que no me queda claro es cómo mi padre y el tuyo...

—Pueblo chico, ¿recuerdas? —repone él con ironía—. Al parecer tu padre y el mío se conocen desde siempre, pero fue durante la secundaria que se hicieron amigos. Papá me contó que desde entonces no han perdido el contacto.

—Ya veo. —Asiento con lentitud, asimilando que existe una relación entre mi padre y el suegro de la salvaje. Pero claro, sería imposible que yo pudiera conocer a cada una de las personas que conoce Richard Jackson. La lista es casi infinita—. ¿Cómo dijiste que se llamaba? Tu padre.

Adam separa los labios, pero la aparición de una chica rubia —que reconozco por la cantidad ingente de fotos que Ed ha estado estalkeando de ella en Instagram—, lo obliga a cerrarlos de nuevo.

—Lo siento, lo siento, me regresé al auto porque tenía frío, pero la estúpida chaqueta se había quedado atorado entre los asientos. Casi me parto una uña intentando sacarla, pero... —se calla a medio camino de colocarse la prenda, reparando en mi presencia con los ojos muy abiertos—. Oh, mierda, ¡¿tú eres el nieto de Joaquín?!

—¿Joaquín? —repito con el ceño fruncido—. ¿Quién cojones es Joaquín?

La salvaje pone los ojos en blanco.

—No existe ningún Joaquín, Lisa. O bueno quizás sí, pero no es verdad que mi abuela se encontró con él en el jardín y lo invitó a cenar con nosotras.

—¿Entonces lo de la cita doble no era más que un engaño? —La rubia termina de pasarse la chaqueta por los brazos, haciendo un puchero.

—Lo de la cita doble solo fue un invento tuyo —le devuelve la salvaje con un bufido—. Pero en resumen sí, todo eso de Joaquín y su nieto no fue más que la excusa que utilizó Anny para sorprenderme esta noche con la visita de mi «gran amigo» de la infancia: Oliver Jackson.

—¿Oliver? —repite la rubia, y tal parece que esta noche todos nos estamos esforzando por decir lo mismo una y otra vez—. Espera..., Oliver. ¿Ese Oliver?

—Sí, Lisa —le responde la salvaje entre dientes—. El mismo de mi infancia y también de la noche anterior.

Las cejas de la rubia se elevan, mirándome de nuevo con sus ojos verdes muy muy abiertos durante un par de segundos. Y luego... luego se echa a reír como una desquiciada.

El rubio la mira con la misma extrañeza que lo hago yo, mientras su amiga solo se limita a poner los ojos en blanco.

—Ya va, ya va... un momento —pide ella en medio de su ataque—. Es que... ay dios mío, lo siento, pero tengo... tengo que preguntarlo: ¿cómo se encuentran tus pelotas después de que Em te las destrozara?

—Lisa, por dios... —el rubio comienza a reprenderla, pero ella lo corta con un:

—Ay, amor, ¿es que aún no lo sabes? Este es el chico al que nuestra dulce Emma le pateó las pelotas anoche en la discoteca. —Él me dedica una mirada confusa tras esas palabras, pero no más que la mía al reparar en el apelativo por el que Lisa lo ha llamado—. Qué agradable coincidencia, ¿no les parece?

—No creo que «agradable» sea la palabra adecuada —dice la salvaje por segunda vez en la noche.

Su amiga pone los ojos en blanco, dando un paso en mi dirección.

—No le hagas caso a esa amargada —dice con un ademán de la mano antes de extenderla en mi dirección—. Soy Lisa, por cierto. La mejor amiga de tu mejor amiga.

La sonrisa que se forma en sus labios es tan pícara y divertida que solo eso basta para que comience a agradarme.

—Oliver —le devuelvo el apretón, aunque es bastante obvio que ya se sabe mi nombre.

—Es un placer conocerte al fin. —Libera mi mano—. ¡No tienes idea de la cantidad de veces que Emma me ha hablado de ti!

—Lisa —la regaña su amiga esta vez, pero ella la ignora de forma deliberada.

—Supongo que mientras yo luchaba por sacar mi chaqueta del auto te ha dado tiempo de conocer a Adam. —Vuelve su rostro para dedicarle una pequeña sonrisa antes de agregar—: Mi novio.

—¿Tú... novio? —inquiero sin ser capaz de ocultar mi sorpresa.

Y es que sí, definitivamente hoy es el día de repetirlo absolutamente todo.

—Sí, sí, sé que puede resultar sorprendente creer que un chico como él pueda estar con una loca como yo, pero tampoco es para tanto —bromea acercándose a él para abrazarlo por la cintura.

El chico le ríe la broma antes de murmurar en su oído algo que la hace sonrojar, pero yo no puedo dejar de mirar la escena con desconcierto y también algo de... alivio.

La salvaje sigue enredada en el brazo del rubio, pero ahora que lo detallo bien, no es un agarre que se aprecie como el de una pareja de novios, sino como el de un par de amigos que se tienen una cantidad considerable de afecto y confianza.

Él no la mira a ella como está mirando a la rubia, y ella no lo mira a él como... me está mirando a mí.

«Joder».

Como un imbécil lo he estado interpretando todo mal. Y ahora que me queda claro que su rechazo no tiene nada que ver con el hecho de que haya alguien más en la ecuación, mi curiosidad —y ganas— por conocer las verdaderas razones de su rechazo se avivan como llamas en mi interior.

—Bueno, chicos, me parece que Oliver ya se iba. —Emma carraspea—. La noche ha resultado muy larga y...

—¿Ardiente? —completo por ella, con una sonrisa de lado.

—No tanto para mí como para ti, seguro. —Sus labios forman la más falsa de las sonrisas—. Así que está bien por si ahora te vas a descansar. Anny estará muy contenta mañana cuando le cuente que te ha encantado mi postre.

—¡Yo quiero postre! —exclama Lisa dando saltitos—. Dime que hiciste algo con mucho mucho chocolate, por favor, por favor.

—Pues mira que es tu noche de suerte, Lisa, porque exactamente eso fue lo que hizo —contesto por ella—. Marquesa de chocolate con un aderezo especial, ¿cierto, Granger?

—Ay, por todos los dulces del universo, dime que es aderezo de fresa. ¿Dónde lo tienes? ¿En la nevera?

—Lisa, no... —Emma suelta el brazo de Adam para irse corriendo detrás de su amiga, rumbo a la cocina—. No hay ningún aderezo, no seas idiota...

Adam sacude la cabeza, sonriendo.

—Esas dos siempre están igual —comenta en mi dirección—. Será mejor que vaya con ellas antes de que se maten, ¿vienes? —me invita entonces con un gesto de cabeza.

Sin embargo, sé que lo hace más por educación que por verdadero interés en que me les una a... sea lo que sea que tengan planeado hacer.

—Creo que Emma tiene razón. Lo mejor será que me vaya.

—¿Seguro? Porque básicamente Lisa y yo hemos venido para rescatar a Emma de «Joaquín y su nieto», pero ahora que ambos resultaron ser un invento de Anny... —El rubio encoge ligeramente los hombros.

—Créeme que si le preguntas a Emma dirá que la rescataron de algo mucho peor que una cita doble con su abuela. —Sonrío sin nada de gracia—. Al parecer para ella soy el diablo.

—Lo dudo —repone él, sacudiendo la cabeza—. Lisa no ha sido la única en escuchar historias sobre el Harry Potter de su niñez.

—Ah, ¿no? —inquiero, medio sorprendido medio cabreado por el hecho de que todos por aquí tengan conocimiento de las tonterías que solía hacer cuando era un crío.

—No. —Su sonrisa se torna divertida—. Puede que la cagaras anoche, pero conozco a Emma y sé que, si te esfuerzas un poco, puedes volver a ganarte su amistad.

«Amistad». La palabra se repite en mi mente, y algo me dice que en este punto su amistad no va a resultarme suficiente.

—Seguro que sí. —Asiento por mera condescendencia—. Sin embargo, reitero que ha sido suficiente por esta noche, Adam. ¿Podrías despedirme de ella?

Conozco a este chico desde hace cinco minutos y tres de ellos me los pasé creyendo que era el novio de la chica que me ha dejado con un dolor de pelotas que va más allá de una lesión física —para mi desgracia—, así que no creo tener mucho más que hablar con él.

—Por supuesto, Oliver. Ha sido un placer.

Nos despedimos con otro apretón educado y masculino antes de tomar rumbos opuestos. Él en dirección a la cocina, y yo a la entrada principal, tirando del pomo al mismo tiempo que el timbre resuena por toda la casa.

—¿Oliver? —inquiere la chica que se encuentra de pie al otro lado de la puerta, dedicándome una mirada de la cabeza a los pies.

—Elizabeth —pronuncio, maldiciendo a todos los dioses.

—Per... ¿qué haces tú aquí?

—Yo... eh... Te dije que tenía un compromiso para esta noche, ¿recuerdas?

—¿Un compromiso con Emma Clark? —me devuelve, y por la forma en la que pronuncia su nombre, deduzco que la salvaje no es su persona favorita en el mundo.

—Somos vecinos. —Señalo la casa de al lado con un movimiento de cabeza—. Allí vive la tía de la que te hablé anoche. Donde me estaré quedando por el verano. Nuestras familias han sido amigas toda una vida. Anny me invitó a cenar y yo... no podía decirle que no.

«Tampoco quería».

La rubia asiente, sopesando la información.

—Entonces, ¿ya te ibas?

Esta vez el que asiente soy yo.

—Y tú... ¿qué haces aquí?

—Sí, Elizabeth, ¿qué haces aquí? —repite Emma apareciendo de pronto a mi lado—. ¿Y de qué se conocen ustedes dos?

Por la forma en la que la bipolar mira a la salvaje y viceversa, puedo deducir que no son precisamente mejores amigas.

—De anoche en la discoteca, cuando tenía su lengua metida en mi garganta —le responde la rubia sin inmutarse.

Mierda.

Los ojos de Emma automáticamente buscan los míos, y algo parece hacer clic en su cerebro, porque termina asintiendo con lentitud.

—Por supuesto..., ¿cómo he podido olvidarlo? —inquiere para sí misma, irónica.

—Muy bien, ahora que ya lo sabes, podrías ser tan amable de decirle a mi hermano que estoy aquí —le pide la rubia, y no es hasta este momento que consigo identificar la familiaridad que creí percibir en Adam momentos atrás. En un pueblito como este era de esperarse la bipolar con la que me enrollé anoche terminara siendo la hermana del novio de la chica que le gusta a mi mejor amigo, claro—. Su número no conectaba y tu amiguita no contesta su móvil. Se trata de una emergencia familiar.

—¿Todo bien con los señores Taylor?

—No les ha pasado nada, si es lo que te preocupa.

—¿Cuál es la emergencia entonces?

—Nada que te incumba. Solo ve por Adam, ¿quieres?

—¿Necesitas que te recuerde que estás en mi jodida casa y que aquí no eres mi jefa, Regina?

—Deja ya de llamarme así —le gruñe la bipolar entre dientes.

—Entonces deja ya de comportarte como una plástica.

Las mejillas de la rubia se encienden de rabia.

—¿Te crees que por que mi papá te perdonó lo que le hiciste a mi bolso Chanel lo hará de nuevo al saber que le andas poniendo sobrenombres ridículos a tu superiora?

—En lo único en lo que tú me superas es en la estupidez, Elizabeth. Y fuera de las paredes de «Taylor's Lunch & Bar», puedo tratarte cómo se me antoje —replica la salvaje, consiguiendo que me sienta en medio de una partida de pingpong—. Además, mi verdadero jefe se llama Daniel Taylor, mientras que tu solo estás ahí para fingir que sabes hacer algo más que pintarte las uñas, Regina George.

—¡Eres una maldita perra!

Me veo obligado a intervenir cuando percibo las intenciones de Elizabeth de abalanzarse sobre Emma con garras y todo.

Que jodida manía tienen las mujeres de soltarse apelativos tan denigrantes entre ellas mismas, por dios. Ni siquiera yo como hombre siento la necesidad de referirme a ellas de una forma tan despectiva solo por tener la misma necesidad de disfrutar en la cama conmigo.

Me da igual con cuantos tipos hayan estado antes que yo, o incluso con cuantos estarán después, mientras ambos queramos lo mismo y disfrutemos del momento con protección, todo está bien para mí.

Ellas seguirán siendo libres de hacer con su vida y sus cuerpos lo que les plazca. Igual que yo.

Y por esa razón me cabrea tanto escuchar a Elizabeth tratando de «perra» a otra mujer cuando ella misma se permitió pasársela bien conmigo la noche anterior a pesar de apenas estar conociéndonos.

Y eso estuvo bien. Porque los dos queríamos. Así de simple.

—Me tienes harta —le gruñe la salvaje, intentando alcanzarle los pelos por encima de mi hombro—. Dime de una maldita vez cuál es tu problema conmigo. Y no me digas que es por el accidente con el Cappuccino, porque no me lo trago.

—Mi único problema contigo es tu existencia. ¿Por qué no le haces un favor a la humanidad y te desapareces?

Ejerzo más fuerza en un intento por mantenerlas separadas, pero al parecer las ganas de arrancarse los pelos mutuamente las han hecho desarrollar los poderes de un súper héroe. Y es que casi puedo ver los rayos laser rebotando entre ambas.

—¿Por no nos haces tú el favor y terminas aceptando de una maldita vez que todo el odio que sientes por mí se debe a Ezra?

«Ezra».

Mi mente hace clic devolviéndome al ataque de bipolaridad que sufrió Elizabeth la noche anterior. Ese fue el nombre que utilizó para llamarme. El nombre de su ex.

«—Sigues estando enamorada de él.

—Y él sigue estando enamorado de su ex.»

—Ezra no tiene nada que ver en esto, no seas ridícula —escupe la rubia con un tono que deja entre ver todo lo contrario.

Emma se queda mirándola, entornando los ojos, e intentando descubrir hasta qué punto la chica que tiene de frente está diciendo la verdad.

—¿Por qué será que no puedo creerte? —Se cruza de brazos.

—Porque tienes problemas cerebrales, por eso. ¿O es que se te olvida que fui yo quien lo dejó antes de que tú decidieras ir a comerte mis sobras?

—No se me olvida, lo que todavía no entiendo es por qué lo hiciste cuando claramente sigues estando colada por él.

El rubor en las mejillas la rubia ahora se extiende por toda su cara.

—No tienes idea de las estupideces que estás diciendo —masculla, aunque su voz suena mucho más débil ahora.

—La que no tiene idea de lo que ha estado haciendo todo este tiempo eres tú —le devuelve la salvaje, perdiendo un poco de la tensión asesina que la acompañaba segundos atrás—. Él realmente te quería, ¿sabes? Y tú le partiste el corazón.

—Cállate.

—Que no te guste escuchar la verdad no es mi jodido problema Elizabeth. ¿Pero sabes a quién sí le va a gustar escuchar todas las jugarretas y malos tratos que me has hecho en el trabajo por tus simples y estúpidos celos? A tu padre.

—Cómo te pongas a hablarle mal a mi padre de mí, te juro que...

—Ya ha sido suficiente, ¿vale? —intervengo al notar que la rubia tiene intenciones de irse nuevamente contra la pelirroja—. Emma tiene razón en algo y es que no puedes venir y atacarla en su propia casa, Elizabeth. Anoche me pareció que eras mucho más educada que eso.

Ella me mira con un desprecio que no estaba ahí minutos atrás. Luego sonríe en dirección a la salvaje, despectiva.

—Ya veo que no pierdes la costumbre de ir tras mis deshechos.

Emma separa los labios, pero la voz de Adam a nuestras espaldas la hace callar.

—Beth, ¿qué estás haciendo aquí?

—Papá te necesita en el negocio ahora mismo. Y la próxima vez procura mantener tu celular encendido —le espeta ella antes de darse media vuelta y dirigirse al Porsche blanco que está estacionado tras el BMW rojo que reconozco como el auto de su hermano.

—¿Alguien sabe que le ha pasado ahora? —inquiere Adam completamente descolocado.

—Que está loca —responde su novia masticando lo que supongo es un trozo de la marquesa que la salvaje preparó para el postre.

Un trozo sin pizca de ají, a juzgar por lo deleitada que ella luce cuando se lo traga.

—Lo siento, Adam, pero creo que lo de tu padre es realmente importante. De lo contrario Elizabeth no se habría tomado la molestia de ensuciar los tacones de sus sandalias viniendo a mi casa.

—En eso Emma tiene razón —apunta Lisa—. Deberías ir a ver qué pasa, amor.

—Pero tú, nena... tendré que llevarte a casa primero.

La rubia niega con la cabeza.

—Perderías mucho tiempo si lo haces. No te preocupes, yo puedo pedir un taxi.

—O quedarse conmigo —agrega Emma—. Tampoco sería la primera vez que lo hace, ¿no?

—¿Estás segura? —inquiere el rubio achinando los ojos en dirección a su chica.

—Segura. —Le sonríe ella—. Y ahora anda, no hagas esperar más a tu padre.

—Vale. Nos vemos mañana entonces, nena. —Se inclina para dejar un corto beso sobre sus labios—. Te amo.

—Yo también —le devuelve ella, y hasta yo puedo notar que no lo hace con la misma convicción.

Adam la abraza una última vez antes de despedirse de Emma con un beso en la mejilla y de mí con un movimiento de cabeza.

—Te quiero mucho, muñeca, pero dormir contigo es la muerte —pronuncia Lisa una vez que el rubio a partido haciendo rugir el motor de su coche—. Voy a pedir un taxi.

Se saca el móvil del bolsillo trasero de sus vaqueros.

—Lo dice la que me ha tumbado chorrocientas veces de la cama.

Una sonrisa torcida se forma en mis labios ante lo indignada que parece la salvaje.

—Por eso —admite la rubia, trasteando en la pantalla de su celular—. Haces mucho ruido cuando caes.

—Eres imbécil.

—¿Cuánto crees que me cobren hasta mi casa? —inquiere Lisa como si no la hubiera escuchado—. Creo que solo cargo un par de dólares en la cartera, ¿me prestas más?

—¿Sabes qué, Lisa? no creo que haga falta que pidas un taxi.

—Ah, ¿no? —Ella me mira confusa.

—Tengo un chofer personal que puede llevarte a tu casa —le digo, buscando el contacto en mi agenda—. Solo déjame llamarlo.

—Vale... —pronuncia dubitativa, guardando nuevamente su celular.

Dos minutos después Edward está apareciendo al otro lado del umbral con una sonrisa de idiota que a la rubia parece gustarle.

—¿Alguien está necesitando mis servicios? —inquiere, ganándose una mirada asesina por parte de la salvaje.

Mi amigo le responde con un ligero encogimiento de hombros en tanto Lisa parece mostrarse insegura.

—¿Seguro que no es molestia?

—En lo absoluto —respondo por Ed, lanzándole las llaves de mi deportivo—. Lo importante es que llegues sana y salva a tu casa, ¿no?

—Supongo que sí —murmura ella, evitando la mirada de su mejor amiga mientras avanza en dirección a la puerta.

Sin embargo, no llega muy lejos antes de que la salvaje la tome por la muñeca y le susurre algo al oído que no alcanzo a escuchar, pero sea lo que sea, la rubia le dice que no se preocupe.

Su amiga no parece del todo convencida cuando la deja ir, pero aun así no agrega nada mientras ella atraviesa el umbral y se dirige con Ed a la casa de al lado donde mi Camaro se encuentra tranquilamente aparcado.

No es hasta que escuchamos al motor poniéndose en marcha y perdiéndose tras el final de la calle que ella me honra nuevamente su atención.

—¿Piensas irte en algún momento o todavía te queda algo más por arruinar?

—¿Y qué se supone que he arruinado hasta ahora?

—Mis recuerdos. Mi noche. Y la relación de mi mejor amiga. —Enumera ella—. ¿No te parece suficiente?

—Lo siento, pero nada de lo que dices tiene mucho sentido, Granger. Empezando porque los recuerdos no se arruinan a menos que tengas «Giratiempo» para regresar a cambiarlos; la noche estuvo bien hasta que tú intentaste envenenarme con ají picante: y si la relación de tu mejor amiga se destruye porque el mío le está dando un aventón a su casa, entonces es que lleva arruinada mucho más tiempo de lo que tú te podrías imaginar.

—Te crees muy listillo, ¿no?

—No más de lo que te crees tú, Granger.

—¿Sabes qué? Mejor lárgate.

—¿Y mañana le contarás a Anny la hermosa historia de cómo me corriste de tu casa?

Ella pone los ojos en blanco.

—La cena terminó hace mucho, así que básicamente el que está abusando de nuestra hospitalidad quedándose más tiempo del necesario eres tú, y no creo que mi abuela te recuerde como un «chico irrespetuoso», ¿verdad?

Me echo a reír sin poder evitarlo. Es muy divertido cuando el cabreo la hace hablar con los dientes apretados y los ojos encendidos.

—Vamos, brujita —digo dando un paso en su dirección. Uno que ella retrocede, dejándola contra la pared—. Ahora que nos hemos quedado solos de nuevo y no hay ningún novio de por medio, pensé que podríamos continuar lo que dejamos pendiente en la cocina.

—¿Sí? —Enarca una ceja—. ¿Y permitir que me metas la lengua hasta la garganta como se la metiste anoche a la plástica de mi jefa? Muchas gracias, pero no.

Y eso es lo último que dice antes de empujarme hacia la salida y cerrarme la puerta de nuevo en la cara.

¿Va a terminar siendo cierto eso de que lo que mal empieza mal acaba? Porque de momento es lo que me está pareciendo.

«Joder».

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¡Tanto drama en una sola noche! jaja

Opiniones AQUÍ

¿Qué creen que va a pasar?

Nunca he pedido más que sus votos y hermosos comentarios. Los estaré leyendo.


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