Capítulo 11. «La tregua solo aplica por esta noche»
Música: Animals de Maroon 5
«La tregua solo aplica por esta noche»
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EMMA
Atravieso el umbral de la cocina con el corazón estúpidamente desbocado.
Me sigue costando entender cómo es que ese imbécil tiene la capacidad de hacerme perder los estribos de una forma tan rápida y explosiva, aunque, pensándolo bien, no me sorprende.
Oliver Jackson siempre ha sido así. Incluso cuando éramos niños encontraba un retorcido placer en el hecho de molestarme. La única diferencia es que ahora ya no puede hacerme llorar. Ni siquiera de rabia.
Que es justo lo que estoy sintiendo ahora mismo mientras abro el refrigerador y saco la marquesa de chocolate que con tanto esmero preparé para «los invitados» de mi abuela.
Una rabia incontrolable y visceral que me está llevando a hacer algo que está terriblemente mal, pero que se siente jodidamente bien.
—No sé qué fue eso tan malo que te hice anoche, pero... —El modelito se detiene a mitad de la frase, reparando en el par de platos que se encuentran dispuestos sobre la encimera, cada uno acompañado por un vaso de agua.
Luego se fija en mí, por supuesto, que estoy tranquilamente apoyada al otro lado de la isla con una sonrisa que intenta parecer natural.
—¿Tregua? —le ofrezco señalando los postres.
Él me mira con ojos entrecerrados, pero un segundo después termina atravesando el umbral y acercándose con pasos cautelosos.
—Primero me pegas un rodillazo sin razón y ahora me estás ofreciendo una tregua, ¿de qué vas ahora, Granger?
Me muerdo la lengua reprimiendo las ganas que tengo de soltarle que la razón es él y su capacidad de comportarse como un completo y total egocéntrico de mierda que asume que por haberme quedado mirándolo —un poquito más de la cuenta— estoy auténticamente dispuesta a irme a la cama con él.
Y es que me da completamente igual la forma en la que otras chicas manejen sus vidas sexuales, si les va el sexo casual, con desconocidos, las orgías, el BDSM, o hasta los jodidos intercambios de pareja, pero yo no soy así. Y no porque intente creerme mejor que ellas, sino porque a mí me resulta bastante difícil eso de... confiar.
Y algo de confianza tiene que haber mientras se está intimando con alguien, aunque solo sea durante cinco fugaces y patéticos minutos en el interior de un baño público.
Así que lo siento por él si esa es la clase de chicas con las que está acostumbrado a tratar, y lo siendo mucho más si esa fue la impresión que le di de mí misma la noche anterior, pero si su intención no era quedar como un idiota conmigo, primero debió asegurarse de que ambos estuviéramos en la misma sintonía en lugar de tratarme con tanto descaro y tan poco respeto la noche anterior.
Lo peor es que acaba de hacerlo de nuevo.
—Esta es mi ofrenda de paz para ti —contesto finalmente, invitándolo a tomar asiento en la banqueta que está al otro lado. Él no lo hace y yo termino suspirando—. Mira. Sé que comenzamos con el pie izquierdo anoche. Tú te comportaste como un idiota y yo...
—¿Cómo una salvaje? —Se cruza de brazos con una ceja enarcada.
—Puede —admito posando los ojos en cualquier lugar que no sea él.
No porque me intimide, sino porque la cazadora de cuero le queda tan jodidamente bien en conjunto con sus vaqueros, que prefiero evitar un contacto que podría delatarme.
Está claro que jamás voy —a volver— a admitir en voz alta lo buenísimo que está, pero no por ello eso deja de ser una realidad que no hace más que cabrearme. Y es que no, no debería estar pensando en el buen trabajo que los años parecen haber hecho en el niño que una década atrás me hacía llorar.
Y reír.
Y soñar.
Y... una mierda.
«Necesito concentrarme».
—¿Entonces, Granger?
—¿Eh...?
—Estabas diciendo que comenzamos con el pie izquierdo, que eres una chica muy terca, soberbia, llorona y...
—Yo no estaba diciendo eso.
—Ah, ¿no? Pues me parece que no sería más que la verdad.
—Estoy intentando que hagamos las paces, imbécil. —Golpeo el mármol con un costado de mi puño, perdiendo de nuevo los papeles.
Y claro que ese hecho no le pasa desapercibido a él, que sonríe de lado con ironía.
—Ya lo veo.
Inhalo profundo, tratando de calmarme.
—¿Podríamos simplemente ponerle fin a este circo de la mejor manera posible?
—¿Y crees que un pastel de chocolate es la mejor manera de hacerlo? —Señala su plato, dando un paso más cerca.
—Es una marquesa —le corrijo con una mueca—. Y no lo sé. Pero es lo que Anny quería que hiciéramos. Y cómo te habrás dado cuenta, me esmero bastante por complacerla.
—Pues me parece que podrías esforzarte un poco más la próxima vez que me invite a cenar, Granger. No lo sé, quizás evitando la violencia.
—No pienso disculparme por eso, si es lo que estás esperando. Y está demás que te diga que no habrá próxima vez.
—Ah, ¿no? Porque a mí me pareció que Anny estaba llena de ideas para juntarnos de nuevo, brujita.
—Deja ya de llamarme así, ¿quieres? Y no importa cuántas ideas tenga en mente mi abuela, créeme que encontraré la forma de evitarlas todas.
—Pensé que me estabas ofreciendo una tregua. —Señala de nuevo la marquesa antes de apoyar sus palmas a cada lado del plato, inclinándose en mi dirección.
—La tregua solo aplica por esta noche —le aclaro—. Para tener algo bonito que contarle a mi abuela por la mañana.
—¿Algo bonito? —Su sonrisa se hace más grande.
—A ella le encantará escuchar lo mucho que a mi amigo de la infancia le ha gustado mi postre y lo contento que se ha ido después de probarlo.
—Y tanto que quiero probarlo.
—Después de haber organizado toda esta noche en tu honor —continúo como si no lo hubiera escuchado—, lo menos que se merece es que le des el gusto de una salida triunfal, ¿no crees?
Su mirada se entrecierra de nuevo, suspicaz.
—Muy bien —dice finalmente—. Voy a comerme tu postre, Granger. Pero solo si... intercambiamos los platos.
Y el muy imbécil ni siquiera espera a obtener una respuesta de mi parte. Pasa su brazo por encima de la isla y sin ningún tipo de protocolo deja el plato que había servido para él en el lugar donde se encontraba el mío y viceversa.
Y no siendo suficiente con eso, hace lo mismo con nuestros vasos de agua.
—¿Mejor ahora? —inquiero con la mandíbula apretada.
—Mucho mejor. —Me sonríe de vuelta, tomando asiento en la banqueta y animándome con la mirada para que yo haga lo mismo—. Vamos, Granger, necesitamos algo bonito qué contarle a Anny por la mañana, ¿no?
—Claro. —Fuerzo una sonrisa, tomando con fuerza mi tenedor.
—Las damas primero. —Realiza un gesto caballeresco con la mano que me hace considerar mi puntería para los dardos.
Porque desde esta distancia creo que podría clavarle perfectamente el tenedor en un ojo.
—Guao, me parece que te estado juzgando muy mal, Oliver Jackson —pronuncio cortando un trozo de mi marquesa antes de llevármela a los labios y masticarla muy lentamente.
Oliver me estudia durante varios segundos, expectante, pero solo hasta después de verme tragar se anima a imitarme, cortando un trozo considerablemente más grande del que he tomado yo y separando los labios para recibirlo en su boca sin dejar de mirarme.
Y sé que debería parar ya de invocar a los dioses, pero es que, por todos los jodidos dioses del olimpo, puede que frente a mí se encuentre el idiota más grande del mundo, pero es un idiota con una boca muy... provocativa.
Sexy.
Besable.
Y muy... ardiente.
En el sentido literal de la palabra.
—¿Pero qué...? —jadea él, escupiendo el trozo de marquesa a medio masticar sobre la palma de su mano—. ¿Qué mierda le has puesto a esto?
Sus ojos azules se clavan en sobre los míos tan encendidos en llamas como ahora mismo se encuentra su boca.
—Ají picante —respondo con la sonrisa más grande y real que mis labios han formado en toda la noche, sintiéndome una completa genia al haber previsto que el muy idiota pediría que intercambiáramos platos antes de probar la marquesa—. Dicen que la venganza es dulce y se sirve en un plato frío, pues mira que no estaban muy alejados de la verdad.
Un músculo en su mandíbula se contrae, pero creo que tiene cosas más urgentes de las qué ocuparse antes de comenzar a soltarme todos los insultos de su repertorio.
Localiza el vaso de agua que está a su derecha y se lo lleva a labios con brusquedad, en medio de jadeos que lo hacen darle un trago muy muy largo.
Uno que segundo después termina escupiendo como una regadera sobre el resto de la marquesa que queda en su plato.
—¿Qué mierda le...?
—Sal —me adelanto a su interrogante, entrelazando mis manos sobre la isla como la niña buena que soy cuando no se trata de él—. Dicen que la sal contrarresta al picante, ¿o era la azúcar?
Esta vez no es solo un músculo el que se contrae, sino toda su mandíbula. Sin embargo, y para mi completo asombro, se pone de pie sin decir una sola palabra y rodea la isla en mi dirección.
Mi cuerpo se tensa inevitablemente con su cercanía, pero a un par de pasos de distancia, se desvía hacia el lavaplatos que se encuentra a mis espaldas, abre el gripo y se inclina para beber directamente del pico.
Cuando al fin parece haberse saciado, toma uno de los paños de cocina con figuritas de cupcakes, se seca las manos y se da media vuelta para enfrentarme.
No tengo idea de en qué momento me he puesto de pie y he apoyado la espalda baja contra el filo de la isla, pero cuando él da un paso en mi dirección, me resulta imposible retroceder.
—¿Ha valido la pena, Granger? —inquiere con un tono de voz inquietantemente calmado—. ¿Todo este numerito ha valido la pena para ti?
Su rostro luce muy rojo y sus ojos cargados con una neblina que consigue erizarme la piel.
—Anoche te dije que no era una maestra, pero toma esto como una segunda lección.
Él me dedica una sonrisa mordaz, echándose el cabello negro hacia atrás.
—¿Una lección por qué? ¿Por ser el único de los dos que no tiene miedo a decir la verdad?
—¿La verdad? —Esta vez la que sonríe soy yo—. ¿Cuál verdad, Oliver? ¿La de que eras más agradable cuando seguías siendo un niño?
—No, Granger —responde, acercándose lo suficiente para apoyar una mano a cada lado de mis caderas sobre la encimera—. La verdad de que, a pesar de tus estúpidos prejuicios, te gusta bastante el hombre en el que me he convertido.
—¿Hombre? —inquiero con una burla que no se refleja tras el hilo en el que me sale la voz—. Puede que tengas el cuerpo, pero de mente te falta un mundo completo.
—Perdona, casi se me olvida que estoy hablando con una traga libros que se cree más lista que los demás.
—Yo no me creo más lista que nadie. Bueno, más lista que tú si soy, pero...
—¿Y yo soy el engreído? —me corta con ironía—. ¿Si sabes que esto podíamos haberlo arreglado anoche mismo de no ser porque decidiste comportarte como la niñita terca y altiva de siempre?
—¿Pero qué estupideces dices? ¿Qué se supone que debíamos arreglar?
—Esto —pronuncia, y el calor de su aliento me advierte que se encuentra mucho más cerca que antes. El jodido y embriagador aroma de su perfume también—. Esta maldita tensión que hay entre tú y yo.
—No hay nada entre tú y yo —replico, pero hasta yo puedo notar toda la fuerza que le falta a mi afirmación—. Ninguna tensión. Y ahora has el favor de alejarte.
—¿Por qué?
—Porque estás invadiendo algo que se llama «espacio personal».
—¿Has escuchado eso de que si te picas es porque ají comes?
—El único que ha comido ají aquí eres tú.
—Pero tú... —Sus manos se cierran un poco más a mi alrededor, casi rozando mis caderas—, fuiste tú quien te picaste después de escucharme decir la verdad, salvaje.
Niego con la cabeza.
—Esto ha sido por lo de anoche, y por aparecerte en mi casa sin avisar.
—Te habría avisado, si anoche me hubieras dado tu número en lugar de un rodillazo en la entrepierna.
—Te lo merecías.
—¿Por decir la verdad?
—Por ser un imbécil.
—Al que te quieres follar.
—¡Deja ya de decir eso!
—¡Cuando tú dejes de negarlo! —me devuelve, tomándome sin ninguna clase de aviso por la cintura y acercándome a su cuerpo—. Ya no somos unos niños, Granger. Puedes decírmelo.
—¿Decirte qué?
—¿Por qué me mirabas anoche? ¿Entre tantas personas, por qué a mí?
—Porque... me resultaste familiar.
—¿Entonces sabías quien era yo? —Sus cejas se elevan—. ¿Me reconociste desde el comienzo?
—Por supuesto que no —pronuncio atropelladamente—. Pero tú... ¿tú sí lo hiciste? ¿Por eso me estabas mirando?
Su cabeza se mueve ligeramente, negando.
—Tu espectáculo llamó mi atención, pero luego te seguí porque también me habías resultado familiar. Si solo me hubieras dicho tu nombre cuando...
—Quizás lo habría hecho de no haberte visto con esa morena en las piernas antes de intentar ligar conmigo —lo corto, y no sé por qué le estoy echando esto en cara.
Ni siquiera me importa.
—Estaba intentando quitármela de encima —se defiende en voz baja, tenso—. La estaba dejando ir por ti.
—Que halagador —ironizo con un bufido—. Soltando a una para agarrar a la otra.
—Quizás porque la otra me resultaba más interesante —susurra tan cerca de mis labios que casi puedo sentirlos rozándose con los míos—. Y mucho mucho más hermosa.
En mi estómago se produce un hormigueo tras sus palabras, uno que poco a poco va extendiéndose por todas mis venas.
—No me va eso de ser la segunda opción de nadie —pronuncio en el mismo tono, sintiendo que mis ojos comienzan a empañarse sin control.
No tengo idea por qué.
—Fuiste mi primera opción en el pasado—dice, haciendo su agarre más fuerte sobre mis caderas—. Y volviste a serlo anoche, aun cuando ni siquiera sabía que eras tú. Siempre has sido tú, Granger.
Mis ojos se cierran, incapaces de sostener su mirada por un segundo más. No sé qué está pasando conmigo. O con él. O con la ola de recuerdos y nostalgia que se están entremezclando con estas locas, irracionales y salvajes ganas que tengo de sentir sus labios contra los míos.
Pero sea lo que sea, se me está haciendo imposible marcar un límite entre nosotros. Ni siquiera sé si realmente quiero hacerlo. No cuando la distancia se hace tan corta que incluso puedo saborearlo. Caliente y picante. Sus labios carnosos y firmes contra los míos.
—Joder, Emma —lo escucho susurrar en un gruñido que se me antoja urgido, sensual.
Y siento que me falta tan, pero tan poco para sentirlo, para probarlo, para, a pesar de todo, dejarme llevar, que el sonido de mi celular anunciando una llamada sobre la encimera, termina resultando un golpe de realidad que hace estallar la burbuja que estaba envolviéndonos a los dos.
♪Baby I'm preying on you tonight
Hunt you down eat you alive
Just like animals
Animals
Like animals-mals♫
«Nena, esta noche estoy dándote caza. Te persigo, te como viva. Justo como animales, animales. Como animales».
La letra de Animals de Maroon 5 me obliga a soltar un suspiro que se acerca más a un gemido de frustración. Y no porque Lisa acabe de arruinarme el momento con su llamado. Todo lo contrario.
Y es que, si no fuera por ella, ahora mismo estaría cometiendo un error de proporciones épicas. Estaría haciendo todo lo que siempre me he jurado no hacer: caer por el chico malo.
♪So what you trying to do to me
It's like we can't stop, we're enemies
But we get along when I'm inside you, eh
You're like a drug that's killing me
I cut you out entirely
But I get so high when I'm inside you♫
«Lo que me estás intentando hacer..., es como si no pudiéramos parar, somos enemigos, pero nos llevamos bien cuando estoy dentro de ti, eres como una droga que me está matando. Te elimino completamente, pero me coloco tanto cuando estoy dentro de ti».
Cierro los ojos de nuevo, pero esta vez por apenas un segundo. Solo para recordarme a mí misma por qué la letra de esta canción representa la clase de relación que no quiero para mí. Mucho menos con un chico como él..., un chico capaz de enloquecerme, de eclipsarme, de hacer que me olvide incluso de mis principios solo por el placer de probar la droga que parecen tener en los labios.
Y es por eso que...
—Debo atender —le digo con la voz atípicamente ronca.
Él asiente con lentitud, separándose apenas unos centímetros para permitirme coger el móvil y llevármelo al oído. Me aclaro la garganta antes de pronunciar el «Hola» más incómodo de mi vida.
—Mueve tu culito y ven a abrirnos la puerta, muñeca.
—¿Eh?
—Estamos afuera —dice mi amiga—. ¿Recuerdas? Nos pediste que te salváramos de tu cita doble.
—Sí, sí, claro. Ya voy.
—Vale. Date prisa, que hace frío.
Corto la llamada antes de volver a mirarlo.
—Me están esperando afuera —le informo. Él vuelve a asentir, pero no hace ningún amago de moverse—. Eh..., necesito ir... a la puerta.
—Lo sé.
—Pero tus manos están... —Señalo mis caderas con la mirada—. ¿Podrías soltarme?
—Ah, sí. Claro, claro. —Finalmente parece reaccionar, apartando sus manos de mi cuerpo.
Quisiera decir que me siento agradecida por eso. Pero el instinto humano es una mierda, y en su lugar me encuentro anhelando que me vuelva a tocar.
—No... no tardo.
—Más te vale no hacerlo, Granger. —Una de sus manos se eleva hasta mi mejilla, acunándola con un cuidado que no me esperaba de él—. Hay algo aquí que debemos terminar.
Y son esas palabras las que finalmente consiguen darme la fuerza para apartarme de él, negando con la cabeza.
—No —pronuncio con mucha más firmeza esta vez—. No puedo... No puedo terminar nada contigo, Oliver.
—¿Qué dices...? ¿Por qué?
—Porque no. Lo siento. Todo esto... está mal.
—Pero creí que... —Una sombra atraviesa su mirada y se queda allí como una especie de bruma—. Es por tu novio, ¿no? ¿Por eso no puedes besarme?
Mi ceño se frunce.
—¿De qué estás habland...? —No he terminado de formular esa interrogante cuando el móvil vuelve a vibrar en mi mano. Es Lisa de nuevo—. Da igual. Tengo que abrir.
Y eso es lo último que le digo antes de abandonar la cocina rumbo a la entrada principal.
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Este par es un caso.
¿Como vamos hasta ahora? ¿Les va gustando?
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