Capítulo 10. «Lo único que te falta es la escoba y salir volando»
«Lo único que te falta es la escoba y salir volando»
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OLIVER
Parpadeo un par de veces intentando asimilar que la muy salvaje acaba de cerrarme la puerta en la cara.
Internamente me debato entre soltar una maldición o soltarme a reír. Cualquiera de las dos reacciones estaría bien considerando la contrincante a la que me estoy enfrentando la noche de hoy.
Una chica impulsiva, malcriada, y ya que estamos, al parecer también muy mal educada.
Pero antes de que pueda hacer una cosa o la otra, la puerta se abre de nuevo, y esta vez sí me reciben como el invitado que soy: con los brazos abiertos y una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Oliver, bienvenido! —exclama Anny—. Me alegra mucho que hayas podido venir.
—Hola de nuevo, Anny. —Correspondo a su abrazo.
—¿Y tu amigo? —inquiere mirando sobre mi hombro—. ¿No nos acompañará?
—Edward te envía sus disculpas —miento por él—. Pero es que después de un excesivo consumo de comida grasienta y poco saludable, terminó enfermándose del estómago.
Puede que mi amigo sea el jodido traidor que me ha dejado adentrarme completamente solo en la cueva de la bruja, pero no soy tan cabrón para decirle a Anny que prefirió quedarse en mi antigua habitación jugando Harry Potter en mi PS2 antes que venir a probar su comida.
A pesar de que me llamara «cosita linda» luego de descubrir que esos eran los únicos video juegos que había en mi colección.
—Oh, pobrecillo —comenta Anny con una mueca muy triste—. Recuérdame darte unas hojitas de toronjil y manzanilla cuando te vayas para que le prepares un tecito, ¿vale?
—Vale. —Asiento antes de seguirla al interior de la casa.
Emma se encuentra de pie en medio de la estancia con una de sus botas delante de la otra, los brazos cruzados y una mirada inquisitiva en dirección a su abuela.
Aprovecho que me está ignorando de forma deliberada para darle una repasada a su aspecto. Y tengo que contenerme para no tragar saliva ante lo jodidamente bien que le queda el vestidito negro que ha decidido ponerse hoy.
«Maldita bruja».
—Lamento mucho que mi nieta no haya reaccionado de la mejor manera cuando te vio al otro lado de nuestra puerta, Oliver —se disculpa la anciana, dedicándome una pequeña sonrisa—. Pero debes entender que el ser humano tiene muchas formas de reaccionar ante la emoción de encontrarse nuevamente con un ser querido.
—Yo no lo llamaría «ser querido» —murmura Emma entre dientes.
—Aun así —continúa Anny como si no la hubiera escuchado—. Ahora que el shock ha pasado, ¡este es Oliver, cariño! ¡Tu mejor amigo de la infancia! ¿puedes apreciar ahora la sorpresa que he preparado para ti?
Anny está que da saltitos de la emoción mientras las fosas nasales de su nieta se hinchan preparándose para escupirme fuego.
—Por supuesto que ahora puedo apreciar la sorpresa, abue —le responde ella sin apartar la mirada de la mía—. Lo que no creo es que sea grata —agrega en un murmullo.
—¿Cómo dices, cariño?
—Que muchas gracias, abuela. ¡Ni en mil años me habría imaginado que Oliver Jackson se presentaría de nuevo frente a mi puerta!
Y la ironía se refleja en sus cejas alzadas.
—Yo tampoco me lo esperaba —dice la anciana con emoción, tomando mi mano—. Pero nunca perdí la esperanza de volver a verte por acá. A toda tu familia, cariño.
—Yo tampoco perdí la esperanza de regresar, Anny —le devuelvo sintiendo que muy en el fondo existe algo de verdad—. Ojalá no hubiera tenido que irme en primer lugar.
La mirada de Anny se llena de nostalgia.
—Dejemos el pasado en el pasado —dice con un suspiro—. Lo importante es que ahora estás aquí. No permitamos que la tristeza nos arruine esta noche, ¿de acuerdo?
—De acuerdo. —Asiento porque soy consciente de lo duro que habrá sido para ella lo que ocurrió el día en el que mi familia y yo nos marchamos del pueblo.
—Muy bien. —Anny toma la mano de su nieta y la obliga a acercarse—. Ahora háganme muy feliz y dense el abrazo que se merecen después de una década sin haberse visto.
—¡¿Qué?! —exclamamos al unísono, dando un paso en direcciones opuestas, pero Anny de un tirón nos vuelve a juntar.
—Ay, niños, no se hagan de rogar —nos regaña ella, apretando nuestras manos—. Los años los han cambiado físicamente, pero por dentro siguen siendo los mismos chiquillos que se amaban y se odiaban en partes iguales. Así que vamos, un abrazo para comprobarlo.
La salvaje y yo nos miramos, luego miramos a Anny, y después nos volvemos a mirar.
Conozco muy bien mis razones para sentirme tan reticente a abrazarla. No es algo que suela hacer muy seguido con una chica. Ni siquiera estando en la cama. ¿Pero cuáles son sus razones para mirarme cómo si pudiera contagiarle la lepra si tan solo le rozara la piel? ¿Por qué en el infierno le causo tanto rechazo incluso ahora que ya sabe quién soy?
Su desprecio me cabrea más de lo que me gustaría admitir. Pero me dije que esta noche vendría a darle una lección, y la primera será que en esta guerra gano yo.
—Vamos, brujita, un abrazo —digo con una sonrisa, dando un paso en su dirección. Ella intenta retroceder, pero Anny la retiene.
«Tranquila, salvaje, que no te voy a morder. Al menos no sin tu consentimiento».
—Anda, cariño. No seas tímida. Por los viejos tiempos —le pide la anciana, empujándola hacia mi pecho.
El contacto me descoloca por un momento, pero reacciono envolviéndola entre mis brazos antes de que pueda alejarse. Ella se queda inmóvil. Tanto que dudo si quiera que esté respirando. Pero el olor que emana de su cabello me noquea con un golpe tan fuerte que me traslada directo al pasado.
Huele a verano. A bosque. A ella. A mi hogar.
No sé cuánto tiempo pasa antes de sentir cómo sus brazos finalmente comienzan a rodearme y sus manos se prenden de la tela de mi cazadora. Puede que segundos, minutos, u horas. No tengo ni puta idea. Solo sé que la aprieto con más fuerza contra mi pecho, tan fuerte como se están apretando mis párpados.
Y vuelvo a vernos a nosotros ahí, corriendo en medio de los árboles. Lanzando hechizos. Descifrando misterios. Riendo. Llorando...
—Joder, Granger... lo siento tanto —las palabras se escapan de mis labios sin pedirme permiso, en un jodido suspiro—. Siento haberme ido así, sin siquiera despedirme, justo el día en que tú....
—Yo también lo siento... —me corta en un susurro, separándose lo suficiente para mirarme.
Sus ojos cafés brillan con un sentimiento que no consigo descifrar. Y por un momento, tan solo un instante, me olvido de todo.
No existe nuestro encuentro de la noche anterior. No existen prejuicios. No existe una guerra.
Solo somos ella y yo. Los niños de antes. Los que prometieron estar juntos por siempre.
Pero ese momento termina cuando el destello de un flash ilumina nuestros rostros acompañado por el sonido de una captura.
—Hermosos, mis niños —exclama Anny, agitando la foto instantánea que acaba de tomarnos con una cámara polaroid que no tengo ni puta idea de donde ha sacado—. Ahora tenemos una foto del antes y el después.
Emma y yo nos miramos, y como si una fuerza magnética tirara de nosotros en sentidos opuestos, damos un paso hacia atrás, separando nuestros cuerpos y... quizás también algo más.
Algo en lo que no me gustaría pensar ahora mismo.
—¿Del antes y el después? —inquiero con un carraspeo, evitando la mirada de la salvaje.
Ella parece estar haciendo lo mismo.
—Eh, sí, abue, ¿de qué hablas?
—Oh, cierto —exclama Anny alzando su índice y encaminándose a las escaleras—. Nunca te he enseñado ese álbum, cariño, pero creo que ha llegado la hora de que lo veas... De que ambos lo vean.
La salvaje y yo cruzamos una mirada confusa tras ver a la anciana desaparecer escaleras arribas, pero no tardamos mucho en recordar nuestro momento incómodo de hace un momento, porque nuestros ojos se desvían un segundo después.
Los de ella buscando las telarañas en el techo. Los míos, las grietas en el suelo.
Así durante unos minutos que me resultan ridículamente incómodos, innecesarios y sin sentido. ¿Desde cuándo en el maldito infierno una chica tiene la capacidad de hacerme sentir así de... inseguro?
Dejo escapar un suspiro de pura frustración, y cuando intento alzar la mano para mirar la hora en mi reloj, descubro que aún estoy sosteniendo la botella de vino que traje para la cena.
—Ten, tómalo como un agradecimiento por la invitación. —Se la extiendo.
Ella mira la botella y luego me mira a mí.
—La que te invitó fue mi abuela, no yo —sisea entre diente, aunque de todas formas me la recibe. O, mejor dicho: me la arranca de las manos—. Gracias.
—No ha sido nada —pronuncio apoyándome contra el respaldo de uno de los sofás y cruzando los brazos—. Pero es una lástima que tu sigas sin tener la edad legal para beber. Por cierto, ¿qué hiciste para colarte anoche en la discoteca?
—Lo mismo que hiciste tú para colarte esta noche en mi casa —repone imitando mi pose—. Fingir ser lo que no soy.
Mis cejas se alzan.
—¿Y qué se supone que estoy fingiendo ser, según tú?
—Un chico bueno. Tú y yo sabemos que no lo eres.
Una sonrisa de listilla se desliza por sus comisuras.
—Tú no sabes nada de mí, Granger.
—Me basta con lo que está a la vista. —Me repasa de la cabeza a los pies con actitud altiva, pero...
—¿Te gusta lo que ves? —le pregunto al notar que traga saliva—. Espera, no me respondas, anoche me quedó bastante claro que sí, salvaje.
Ella pone los ojos en blanco.
—Te recuerdo que ya no tengo ocho años, modelito. Así que piénsatelo muy bien antes de seguir molestándome con eso, porque mis rodillas están dispuestas a recordarte lo que son capaces de hacer ahí abajo.
Mi mirada recorre por sus piernas y se detiene sobre el suelo de parqué bajo sus botas.
—Estoy seguro de que tus rodillas son capaces de hacer muchas cosas desde ahí abajo. En conjunto con otras partes de tu cuerpo, claro. —Mis ojos se posan en sus labios esta vez.
Tan rojos y carnosos que siento un músculo en mi entrepierna dar un tirón involuntario cuando los veo entreabrirse, presos de la indignación.
—Eres un puerco. —Da un paso en mi dirección—. Tú y todos lo de tu clase son iguales. —Su dedo índice choca contra mi pecho y sus ojos me miran llenos de rabia—. Solo pueden pensar en sexo. Y lo peor es que en serio creen que todas nos estamos muriendo por hacerlo con ustedes. Pero, ¡sorpresa, Oliver! No es así.
—Me parece muy malo de tu parte eso de generalizar —le devuelvo tragándome la bilis por sus comentarios—. Sin embargo, tus palabras no reflejan lo que tus ojitos me gritaban anoche desde la barra. Yo diría que, en su lugar, las contradicen. ¿O ya se te olvidó como me estabas comiendo con la mirada desde la barra?
—¡Por todos los dioses! —exclama en un siseo—. Supéralo ya.
—Eh, eh. —Coloco una mano sobre su hombro, cauteloso—. No creo que sea buena idea para alguien como tú invocar a los dioses, Granger. He escuchado que son enemigos de las brujas.
Se quita mi mano de encima con un movimiento brusco, dando un paso hacia atrás.
—¿De verdad quieres jugar a esto conmigo?
—Depende de cuál sea tu idea de juego. —Muerdo mi labio inferior, divertido—. ¿Qué pretendes hacer esta vez? ¿Prepararme una poción de Amortentia? ¿O hechizarme con tu varita? Porque lo único que te falta es la escoba y salir volando.
—Estás imbécil si crees que me interesa enrollarte con pociones y hechizos de amor. —Ella suelta un bufido que me resulta exagerado—. Y si realmente pudiera hacer magia, la usaría para desaparecerte.
—Ah, ¿sí? ¿Y eso lo pensaste antes o después de decir que también habías lamentado mi partida de diez años atrás?
Ella separa los labios, pero las pisadas de Anny bajando las escaleras la obliga a tragarse todo el veneno que de seguro estaba a punto de escupirme.
—¡Lo encontré! —exclama la anciana agitando un álbum que parece bastante antiguo.
Su cubierta es marrón y en el centro tiene grabadas las iniciales «H. B.». Lo descubro cuando llega a nuestro lado y nos invita a sentarnos en el sofá junto a ella.
Soy el primero en seguirla. La salvaje lo hace después de resoplar con disimulo y haber dejado la botella sobre la mesa del comedor.
—¿A quién le pertenecía? —le pregunto a la anciana, notando que recorre la cubierta con infinito cuidado.
—A mi adorada Helen —responde ella con un suspiro—. Este álbum solía estar lleno con fotos de su infancia, pero un día... cuando sintió que los recuerdos pesaban demasiado para ella, decidió quitar la mayoría de las fotos y hacer espacio para nuevos recuerdos. Para los recuerdos de su niñita —eso último lo agrega con una sonrisa mientras Emma se sienta a su otro lado en el sofá.
—Nunca me habías hablado de esto, abue. —Le señala su nieta, con los ojos fijos en las iniciales.
—Esperaba el momento adecuado para hacerlo, cariño —le responde Anny con un apretón a su pierna—. No quería que te pasaras la vida añorando esta parte de tu vida en lugar de vivir la que tenías delante. No después de... todo por lo que tuvimos que pasar. Pero, ahora... ahora ya eres mayor. Ahora ya puedes disfrutar de estos recuerdos como lo que fueron: felices y hermosos.
La anciana abre la cubierta del álbum revelando las primeras fotografías. Son de una pequeña pelirroja de ojos verdes sentada sobre las piernas de un hombre que no reconozco, pero que se parece lo suficiente a ella como para asumir que se trata de su padre. También hay un par de la niña jugando en el jardín con un gato negro y otras de ella abriendo los regalos de navidad. En esta última aparece una Anny muchísimo más joven sentada con ella frente al árbol. Da la impresión de que eran una familia realmente feliz.
Estúpidamente ese pensamiento me hace sentir un resquemor en el pecho.
La anciana pasa la página y en las siguientes fotos muestran a la misma pelirroja de antes luciendo mucho mayor, pero no lo suficiente para catalogarse como una adolescente. En una de las imágenes se le ve sonriendo a la cámara con una camiseta de los Backstreet Boys, en otra riéndose a carcajadas junto a una chica a la que el cabello negro le cubre la cara, pero que parece estarla abrazando con mucha fuerza, y debajo de esa... una que realmente consigue llamar mi atención.
—¿Esos son...?
—Tu tía y tu padre, sí —se me adelanta Anny, acariciando la imagen. Los tres se encuentran sentados sobre un tronco frente a una fogata y con una tienda de campaña armada detrás, Papá está en medio de ambas chicas, y luce una sonrisa que no creo haberle visto jamás—. Los tres solían hacer eso todo el tiempo. Acampar, asar malvaviscos, contar historias. Eran inseparables. Exceptuando las veces en las que Cristina los abandonaba para irse a dormir en la comodidad de su cama. —Anny se ríe—. Esa chiquilla siempre ha preferido el refugio de su hogar.
Y eso no se lo puedo discutir.
—Entonces, ¿eran amigos? —inquiere Emma con un deje de incomodidad en la voz—. Nuestra vecina, mamá, y...
—Y Richard —completa Anny—. Por supuesto que lo eran. Más que eso. Crecieron prácticamente como hermanos. Así como lo hicieron ustedes. —La anciana sonríe, alternando su mirada entre nosotros.
Y tengo que morderme la lengua para decirle que, si esa chica fuera mi hermana, mis ojos no se estuvieran desviando a su escote como lo hacen ahora.
Joder.
Todavía me cuesta asimilar que la chiquilla llorona y sarcástica de mi pasado es la misma que con ese maldito vestido ha conseguido tensarme la polla.
—Para los Jackson y los Bell era de lo más común ver a esos chicos pasearse de aquí para allá entre las propiedades —continúa Anny ante nuestro silencio, pero por la cara que se le ha quedado a la salvaje, sospecho que sus pensamientos no se alejan mucho de los míos—. Esos fueron los mejores años de nuestras familias. Hasta que lo niños dejaron de serlo y... simplemente comenzaron a querer otras cosas para sus vidas.
—¿Quién es ella? —inquiere Emma, señalando la foto en la que aparece su madre abrazando a una chica cuyo rostro no se ve.
Anny le sonríe a la fotografía antes de mirarme.
—Está es Sophia Smith —dice, y las palabras son como un golpe en la boca de mi estómago—. Tu madre.
—¿Cómo dices? —la salvaje es la primera en reaccionar—. ¿Su madre y la mía... eran amigas?
—Las mejores —responde Anny esta vez mirando a su nieta—. Helen y Sophia fueron mejores amigas durante muchos años, cariño. Es una pena que ninguna de ellas... esté con nosotros ahora.
Trago saliva sin ser capaz de apartar la mirada de la foto.
«Mamá».
Se siente extraño incluso cuando lo digo en mi mente. Pero es ella. Mi madre. Junto a la mujer que trajo al mundo a la única niña que durante años consideré mi única amiga.
—¿Por qué nunca nadie nos habló de esto? ¿De ellas siendo tan... unidas? —pregunta Emma, y su voz consigue que mis ojos se aparten del álbum para posarse en los suyos, que me miran tan confusos como supongo se encuentran los míos.
Anny suspira antes de buscar mi mirada.
—A veces es mejor no despertar viejas heridas —dice acariciando mi mejilla en un gesto compasivo—. Y eso es precisamente lo que evitaremos hacer esta noche, ¿de acuerdo?
Vuelve su atención al álbum y procura pasar las páginas con rapidez hasta llegar a esas que comienzan a mostrarnos a una brujita de cabello largo y esponjado cayendo sobre su pecho, ropa interior de princesa y una sonrisa sin dientes de lo más graciosa.
—¡Abuela, por dios! —exclama Emma cubriendo la imagen con su mano.
«Muy tarde, Granger. He podido verla ya».
—Ay, cariño, no seas tímida —la regaña Anny, apartando su mano—. Mira que te ves adorable en esa foto. Además, Oliver te ha visto en peores condiciones.
—Lo confirmo. —Le guiño un ojo que la hace fulminarme con la mirada y gesticular un «imbécil» en mi honor.
—Pero miren, aquí está la que estaba buscando. —Señala una foto en la que salimos Emma y yo, uno frente al otro, abrazados y mirándonos.
Justo como nos encontrábamos minutos a atrás.
El bosque se encuentra de fondo y los halos de luz que se cuelan a través de las copas de los árboles hacen brillar su cabello. En la fotografía ninguno de los dos parece tener idea de que había alguien mirándonos a través de la lente, y eso parece ser lo que hace de la imagen algo realmente mágico.
Sobre todo, si tomamos en cuenta que ambos llevamos puestas las capaz de Harry Potter que Anny había hecho para nosotros y que mi nariz sostiene las gafas sin cristales que le pertenecían al señor Bell cuando estaba con vida.
—Recuerdo ese día —escucho murmurar a Emma en un hilo de voz, pero no puedo dejar de mirarnos ahí, atrapados en una imagen que resguarda un montón de recuerdos.
Y es que yo también lo hago. Yo también me recuerdo el día en el que tallé sobre la corteza de un árbol —de nuestro árbol— esa promesa que no fui capaz de cumplir.
—Simplemente hermosa. —Anny suspira antes de sacar la fotografía instantánea que recién nos tomó y colocarla en el álbum.
Justo a un lado de la que nos había tomado durante nuestro último verano juntos. Y debo decir que diez años después seguimos viéndonos jodidamente bien.
—Bueno, mis niños, creo que ya hemos retrasado demasiado la cena —anuncia Anny, cerrando el álbum de fotos y poniéndose de pie—. Vamos, Emma, ayúdame a poner la mesa.
La salvaje me dedica una mirada que no consigo interpretar antes de tomar la mano de su abuela y comenzar a seguirla.
Espero un par de segundos a que desaparezcan tras el umbral que conecta con el comedor, y me apresuro a tomar el álbum que Anny ha dejado sobre la mesita, buscar la página en la que se encuentra la foto de la salvaje sin dientes, activar la cámara de mi móvil, y capturar un momento de su vida con el qué poder extorsionarla en el futuro.
Pero antes de volver a cerrar el álbum y dejarlo en su lugar, decido actuar como como el idiota que me he jurado no ser, buscando esa página en la que se encuentra nuestro «antes y después» y capturando también la metamorfosis que hemos atravesado a lo largo de los años para..., no lo sé, para cuando me apetezca recordar cosas ñoñas de mi pasado.
Y encuentros incómodos de mi presente, eso también.
Mientras vuelvo a dejarlo todo en su lugar y me pongo de pie, me riño mentalmente por hacer una algo que carece completamente de sentido.
«En mi defensa tengo que decir que la idiotez de mi mejor amigo es contagiosa».
Para cuando me uno a mis anfitrionas de la noche en el comedor, descubro que realmente se han esmerado en ofrecer una cena digna de la realeza para mí. Y mientras la salvaje coloca un pollo horneado —y bastante apetecible— en el centro de la mesa, no parece muy contenta con el hecho de tener que servirme.
Eso me hace sonreír con mayor entusiasmo.
—Huele muy rico —digo, apoyando el hombro contra el umbral.
—Y sabe mejor, querido —exclama Anny señalando una de las sillas—. Vamos, toma asiento.
—Gracias. —Ocupo el lugar que se encuentra a su izquierda, junto a la cabeza de la mesa—. De haber sabido que sería una cena tan elegante, me habría vestido para la ocasión.
—No te preocupes, Oliver. Te ves muy guapo con esa cazadora, ¿no es así, cariño? —La anciana clava los ojos en su nieta, que está rodeando la mesa con la botella de vino en las manos.
—Claro —dice inclinándose sobre mi puesto para llenar mi copa. Mis labios se aprietan ante la vista de senos bajo la tela translúcida del escote—. Guapísimo, abue. Y tanto que por eso parece usarla como su uniforme predilecto de badboy. —Eso último lo agrega solo para mí, guiñándome un ojo antes de dejar la botella en el centro de la mesa y tomar asiento en la silla que está frente a la mía.
La observo servirse su copa con los ojos entrecerrados. Ella me devuelve la mirada con una sonrisita petulante que tras unos segundos consigue contagiarme.
No me sorprende descubrir que ella está más que dispuesta a darme guerra esta noche. Y aunque eso debería cabrearme, la realidad es que su actitud de niñita terca e insolente genera un efecto del todo contrario en mi sistema.
—Una oración antes de dar inicio a la cena —anuncia Anny tomando nuestras manos y obligándonos con la mirada a que hagamos lo mismo entre nosotros. Los dedos me hormiguean al hacer contacto con los suyos, dándole fuerza a la idea de que esta chica realmente es una bruja. La anciana cierra los ojos. Su nieta y yo fingimos que hacemos lo mismo—. Gracias padre por traer a nuestra mesa a una persona tan especial para nosotras como lo es Oliver Jackson. Gracias por brindarnos la alegría y bendición de volver a tenerlo en esta casa. Y gracias por estos alimentos que con tanto esmero mi hermosa nieta ha preparado para su... mejor amigo de la infancia. Amén.
—Amén —repetimos ella y yo al tiempo que Anny abre de nuevo los ojos. Sin embargo, yo no soy capaz de apartar los míos de los suyos—. Así que... ¿tú has preparado todo esto? —Señalo el pollo relleno, la ensalada, el puré, y los demás aderezos que se encuentran ocupando la mesa.
No quiero parecer sorprendido, pero es difícil no estarlo cuando lo único que yo sé hacer es servirme cereal.
—Por supuesto que lo ha cocinado ella, cariño —responde Anny ante el silencio de la salvaje, tomándola cariñosamente por la barbilla—. Hay tanto que aún no conoces de mi pequeña. Como su talento para la cocina y la repostería, por ejemplo.
Ella comienza a servir y nos anima a nosotros para que hagamos lo mismo.
—Tienes razón, Anny. Hay muchas cosas que ya no conozco de ella —pronuncio tomando mi cuchillo y tenedor para cortar una de las presas del pollo y depositarla en mi plato junto al resto de los acompañamientos—. Pero es una suerte que vaya a tener todo un verano para conocer a la chica en la que se ha convertido —agrego con un guiño en su dirección, antes de llevarme el primer bocado a los labios.
Y joder, está malditamente delicioso.
—¿Qué opinas, cariño? —inquiere Anny mirándome con expectación—. Divino, ¿verdad?
Asiento con la cabeza, lamentando tener que tragarme lo que podría definirse como uno de los mejores bocados que he probado en la vida. Y eso que han sido muchísimos y casi todos costosos.
—Exquisito —pronuncio dándole un sorbo a mi copa de vino—. Tu abuela tiene razón, Granger. Tienes talento para la cocina.
—¿Lo ves, cariño? —inquiere Anny en su dirección antes de regresar su atención a mí —. Eso es lo que yo siempre le digo. ¡Me he pasado años insistiéndole para que se inscriba en uno de esos programas para chef que pasan en la televisión! Pero Emma ha resultado ser una niña muy muy terca.
—Al parecer eso es lo único en lo que no ha cambiado, ¿eh? —Le dedico una mirada divertida a la que ella responde con una mueca—. ¿Por qué no le has hecho caso a tu abuela, Grager? ¿No te interesa llevarte el primer lugar en Master Chef?
Intento que la pregunta parezca una burla, pero la verdad es que me da mucha curiosidad saber por qué, con el talento que tiene para las artes culinarias, no ha intentado explotarlo.
—Ser chef no es lo que tengo en mente para mi futuro —se limita a responder, centrando la atención en su plato como una clara señal de que no pretende decir nada más al respecto.
—Cómo te he dicho, cariño: terca, terca. —Su abuela suspira antes de probar también su comida.
Después de eso la conversación se inclina completamente hacia mí. Anny me pregunta por mis hermanos, consiguiendo que le dé una vaga explicación de sus razones para haberse mudado a California; por mis estudios, haciendo que le explique mis razones para estar a punto de comenzar a cursar mi último año en economía y negocios: y finalmente por mi padre y nuestra relación.
No me siento muy cómodo hablando del tema, así que me limito a decir:
—Papá es un hombre muy ocupado, Anny.
—Lo sé, lo sé. Últimamente veo mucho sobre él y su campaña en la televisión.
—Nada bueno, supongo. —Hago una mueca.
—No pienses ni por un segundo que me creo todo lo que dicen en los noticieros, cariño. Todo lo contrario, me indigna muchísimo que intenten ensuciar su imagen así. Conozco a mi querido Richard. Sé lo que hay en su corazón. Y estoy segura de que no sería capaz de hacer nada de lo que se le acusa.
—Has de ser la única que piensa eso, Anny. —«Porque ni siquiera yo puedo estar así de seguro ahora mismo».
—Tonterías —bufa la anciana—. Estoy segura de que Richard seguirá contando con el respaldo de todas las personas que lo han estado apoyando a lo largo de su carrera política. No pueden estar tan ciegos para no notar que todas esas acusaciones no son más que una pantomima para tratar de arruinarlo.
—Un momento —interviene Emma con el ceño fruncido y sus ojos fijos en los míos—. ¿Tu padre ahora mismo se encuentra en medio de una campaña política?
—Richard Jackson es el candidato para la alcaldía de la ciudad de Miami —contesta Anny por mí—. Y estuvo liderando las encuestas hasta que algunas personas envidiosas y malintencionadas decidieron sembrar la duda en los cuidadanos relacionándolo con un grupo de...
—Narcotraficantes —completo yo tragándome la bilis.
—Yo... eh..., no tenía idea.
—¿No ves las noticias, Granger? —inquiero con una sonrisa de lado que intenta ocultar el malestar que me produce hablar sobre el tema.
—No veo televisión. En general.
—Emma también trabaja mucho —dice Anny ante mi sorpresa, con gesto aburrido—. Y cuando no está trabajando, está cocinando, o leyendo, o...
—O viendo alguna serie de Netflix —agrega ella—. Así que paso de las noticias. Pero, de verdad lamento que tu padre tenga que soportar todas esas... acusaciones infundadas.
—No lo lamentes.
«Si ahora mismo estoy aquí..., quizás es porque no son tan infundadas, ¿no?».
—Bueno, niños, ¿qué dijimos sobre no hablar de cosas tristes? —inquiere Anny, limpiándose los labios con una servilleta.
—Tienes razón, abue. —La salvaje le sonríe.
—¿Por qué mejor no hablamos de todos los planes que pueden hacer juntos para este verano, ahora que se han vuelto a encontrar?
—¿Planes? —inquiere Emma como si la idea la horrorizara.
—Planes, cariño —repite la anciana—. Este será tu último verano en el pueblo antes de irte a la universidad. Esperaba que fuera mágico e inolvidable para ti, y ahora que Oliver ha regresado, no tengo dudas de que lo será.
—Sí, seguro que lo será. —La salvaje resopla, aunque no lo suficientemente fuerte para que su abuela lo note.
—Como ya lo he dicho, Emma trabaja mucho —comenta Anny en mi dirección—. Pero estoy segura que durante sus ratos libres encontrará la forma de compartir su tiempo contigo y con el guapo de tu amigo.
—¡Abuela!
—¿Qué pasa, cariño? Solo estoy diciendo la verdad. Es un morenazo. —Emma se cubre el rostro con una mano—. En fin, no es que esté intentando emparejarte con nadie, ya sabes que yo...
—Lo sé, abuela, lo sé.
—Bien. Solo digo que a Oliver y a su amigo no les caería nada mal tu compañía y la de tus amigos. —Anny me mira—. Seguro que te caerán genial los amigos de mi pequeña. Son todos un amor. Igual que tú. Y juntos pueden visitar la playa, la feria, y, ¿por qué no? Hasta acampar en el bosque una noche de estas, como lo hacían sus padres. ¿No te parece una idea perfecta, cariño? —Ahora la mira a ella.
—Perfectísima —ironiza Emma con la sonrisa más falsa que he visto en la vida—. Pero de momento lo mejor será concentrarnos en terminar esta cena, abue. Así que iré por el postre. —Hace un amago de levantarse, pero Anny la detiene por la muñeca.
—Sirve solo para ustedes, cariño. Ha sido suficiente por esta noche para mí.
—¿Es en serio? Pero si te encanta mi marquesa.
—Y es por eso que me guardarás un pedazo muy muy grande para mañana. —La anciana bosteza—. Pero ahora mismo las pastillas están haciendo que comience a sentirme cansada y somnolienta. —Sus ojos verdes y un tanto afectados por las cataratas se posan en los míos—. Sé que te he invitado yo, cariño. Pero como verás, ya no tengo la vitalidad de años atrás. Así que será mejor que suba a dormir en mi habitación. No les molesta que los abandone por hoy, ¿verdad?
—Por supuesto que no —digo al tiempo que Emma escupe un «Por supuesto que sí».
—Tan comprensivo como siempre, mi pequeño Oliver. —Sus manos arrugadas aprietan las mías antes de inclinarse para besar mi mejilla—. Que disfrutes del postre.
«Seguro que lo haré», pienso dándole una mirada a la salvaje.
La anciana se pone de pie y rodea la mesa deteniéndose tras la silla de su nieta. No sé exactamente cuáles son las palabras que le murmura al oído antes de palmear su hombro y retirarse en dirección a las escaleras, pero sea lo que sea, a ella no parecen haberle gustado nada.
Sus ojos me fulminan al tiempo que se pone de pie.
—¿Qué pasa, Granger? ¿No te agrada la idea de quedarte a solas conmigo? —Me echo hacia atrás en la silla, observándola.
Ella se cruza de brazos.
—La verdad es que no.
—¿Por qué no? —inquiero poniéndome de pie y comenzando a rodear la mesa—. ¿A qué le temes, salvaje?
—A muchas cosas —responde sin inmutarse—. Pero claramente tú no entras en esa lista.
—Ah, ¿no? —Doy un paso más cerca de ella—. ¿Entonces por qué retrocedes?
—No lo he hecho —replica, pero la bota que se encuentra un par de centímetros por detrás de la otra afirma lo contrario.
—A mí me parece que sí. —Me acerco más, y puedo notar, por la forma en la que sus labios se aprietan, lo mucho que está luchando para no alejarse.
Mis ojos no pueden evitar recorrerla de arriba abajo. Y ahora que estamos tan cerca y que Anny no se encuentra junto a nosotros, todos mis jodidos instintos parecen estar comenzando a apoderarse de mi cuerpo, generando una tensión tan palpable que se ve reflejada en el bulto que comienza a crecer bajo mis pantalones.
«Joder».
Ni cuando tenía quince putos años me empalmaba tan malditamente rápido como ahora. Y eso no puede estar bien. No cuando me está sucediendo con ella.
Es como si, a pesar de todos los recuerdos pasados que comparto a su lado, los de la noche anterior consiguieran predominar en mi sistema. Como sí me fuera imposible relacionar a la niña con la mujer.
Como si no quisiera hacerlo.
Porque si lo hago, tendría que admitir que me está volviendo malditamente loco la forma en la que hoy, ella se muerde el labio inferior, cuando años atrás me recuerdo riñéndole por ese gesto cada que se hacía daño al llorar.
Al llorar por culpa mía.
Porque esa era nuestra dinámica. Porque eso es lo que se suponía que debía hacer un hermano mayor: molestarla y luego consolarla.
Pero ella no es mi hermanita menor. Ya ninguno de los dos somos unos niños. Y no estaría mal que me quedara mirando sus pechos por más tiempo de la cuenta si ella no interpretara ese hecho como el de un...
—¡Pervertido! —me acusa, cubriéndose el escote con una mano—. Eres un pervertido, Oliver Jackson.
—¡Y tú una incitadora! —le devuelvo con una ceja enarcada, barriendo su cuerpo con la mirada.
—¡Y tú un machista de mierda!
—¡Y tú una llorona de cristal!
—¡Idiota!
—¡Malcriada!
—¡Cretino!
—¡Salvaje! —replico, eliminando la distancia que nos separaba.
—Tú... —Me señala amenazadoramente con un dedo—. Eres un...
—¿Soy un qué...? —inquiero bajito, sonriendo. Eso parece cabrearla más—. Vamos, Granger, solo dilo. ¿Soy un qué?
—Eres un jodido... ¡modelito sexy del demonio! —termina estallando, y provocando con eso que yo lo haga también.
Pero en carcajadas.
—Ah, ¿entonces crees que soy sexy? —la pico en medio de mi ataque de risa.
La salvaje deja escapar un bufido exagerado.
—Jamás —dice, y admito que esto me está resultando bastante divertido.
—Pero si acabas de decirlo, salvaje.
—Yo no he dicho nada —miente con increíble descaro, cruzando nuevamente sus brazos.
—Bien, entonces vamos a fingir que yo no te quiero follar y que tú no quieres que yo lo haga —susurro en su oído como si fuera un secreto.
Porque he descubierto que me sigue divirtiendo en sobremanera hacerla enojar.
—¡Eres un cerdo! —Me empuja.
—Lo soy —admito con socarronería.
—¡Y un cretino!
Pongo los ojos en blanco.
—Sabes, no me sorprende que anoche hayas tenido que invocar a los dioses. Tu lista de insultos deja mucho que desear, salvaje. —Sus piernas chocan contra la silla que tiene detrás en un intento por alejarse de mí.
—Y un engreído, además.
—Lo siento, pero ese es el mal que debo sufrir por ser millonario. —Le guiño un ojo ganándome una mirada asesina de su parte.
—Serás creído —me escupe con un bufido.
—Puede. —Ladeo la cabeza—. Pero un creído muy muy sexy, según tú.
Ella sonríe de lado, justo como lo hizo la noche anterior.
—Un creído que sufre de pérdida de memoria a corto plazo, me parece —dice entonces.
Y juro por dios que estoy a punto de abalanzarme sobre sus venenosos labios cuando una parte de su cuerpo vuelve a encontrarse con esa parte del mío que resulta ser malditamente sensible al contacto.
—Mierda —mascullo junto a par de maldiciones más—. ¿Cuál es tu maldito problema con mis pelotas?
—Que son tan inservibles como tu cerebro —escupe, aprovechándose de mi sufrimiento masculino para escaparse de mí—. Pero no pasa nada, siempre que lo quieras puedo darte un recordatorio de lo que pasa cuando asumes cosas de mí que no son. Al parecer soy lo suficientemente buena para eso, modelito.
Después de eso desaparece en dirección a la cocina, dejándome con un dolor que ahora mismo solo podría desearle a mi padre como castigo por haberme enviado a pasar el verano en este pueblo del infierno.
—Jodida bruja.
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N/A: ¿Y el beso pa' cuando? jaja
Opiniones AQUÍ
¿Que tanto les gusta esta parejita?
¿Se van a quedar hasta descubrir todos los secretos que oculta este pueblo?
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