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«¡ESCÁNDALO! ¡SE DROGA TRAS FALLARLE AL PAÍS!», dice el titular el día siguiente sobre una fotografía en la que estoy fumando en mi jardín. Seguramente Alex me delató y esa fue la única razón por la que acudió a mi llamado: para que me tomen la puta foto. La marihuana ni siquiera es una droga de verdad. El resto del plantel de la selección jala coca en los baños de la concentración y nadie dice nada. Yo no inhalo coca porque dicen que te caga el cerebro y no quería decir alguna estupidez en una conferencia de prensa y quedar mal con el público. Irónico, ¿no?

Más tarde veo a mis compañeros de equipo confesando lo preocupados que están por mi supuesta caída a la drogadicción. Conjeturan que se debe al estrés del gol errado. Juran que como mucho fuman tabaco cada tres meses. Hijos de puta, lo que podría decir yo de ellos. Pero no me rebajaré a su nivel.

Ya no falta demasiado para que inicie la temporada. Llamo a mi representante. No me sorprende en absoluta que me diga lo mismo que el directivo, mi novia y Alex, aunque un tanto más suave. «No sirves más».

Necesito plata para contratar a otro representante. Telefoneo a mi club para arreglar los temas de la liquidación. Sorpresa, sorpresa. Se niegan a pagarme un dólar: aluden que incumplí el contrato al emplear sustancias psicoactivas. Su abogado me explica que la violación de esa cláusula no solo impide que desembolsen, sino que les abre la posibilidad de demandarme. Sí, el mismo abogado con el que fumé crack hace seis meses.

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