Capítulo 10

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Army Dreamers.
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(Advertencia ⚠️ Escenas 18+)

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Pasado. Antigua Grecia.

Alyssa pov.

Siempre lo he pensado, ¿Sabes?

Desde que tengo memoria y entendí como funcionaba el mundo.

Siempre me pregunté cómo sería la vida para mí si fuera un varón.

Si fuera un hombre, quizás la gente no cuestionaría mi derecho al trono.

No se reunirían en la plaza solo para hablar de lo terrible que era el hecho de que la única heredera al trono sea una mujer y que no había forma de que pudiera gobernar. Aunque eso ni siquiera estaba en los planes.

Aún era pronto, pero eventualmente me casaría y no había forma de que subiera al trono como soltera.

Si fuera varón no habría problema en subir al trono sin haberme desposado. Sin un heredero o compañero.

Quizás el consejo del Rey no pondría tanta trabas en mi camino. Dejarían que mi tío me guiará libremente para gobernar como se planeó desde que Apolo dio la profecía sobre mi vida.

Las mujeres en Grecia no tiene permitido heredar ningún título o tierras. No son personas. Primero son la propiedad de su padre, luego pasan a ser la propiedad de su esposo.

No existe la libertad de elección.

Solo puedes hacer tres cosas; Esposa, Dedicar tu vida al culto de un dios o ser una prostituta. Solo las mujeres mestizas tienen la opción de unirse al ejército como consejeros y soldados.

Aunque solo se les permite si ellas renuncian voluntariamente ser una mujer (así que no sé si cuenta).

Algunas imitan a las amazonas se queman el pecho para que no les crezca durante la infancia.

Mi guardia me había contado que en Esparta, su tierra natal, las mujeres sí pueden heredar tierras, y que se les permite escoger a sus esposos y dejar el matrimonio si no cumplía con las expectativas. Según él, las mujeres de Esparta son extremadamente feroces y selectivas, así que quieren esposos fuertes que den hijos igual de fuertes.

Podría escucharlo por horas. Las historias de su tierra me intrigaban y fascinaban bastante, pero cuando le sugerí legalizar dichas leyes en Grecia el consejo no mi tío lo descarto.

Por qué eso causaría «Disturbios» no deseados y las primeras hijas podrían exigir las tierras de sus hermanos.

No importa. Cuando sea reina voy a implementar las leyes de inmediato.

Si tan solo fuera hombre, quizás escucharían mis ideas.

No tendría que lidiar con todos esos hombres intentando cortejarme con la esperanza de ser rey en un futuro.

Podría buscar el honor en la batalla guiando a mi ejército. Y no sirviendo a la corona produciendo herederos.

No tendría que morir.

No como mi madre.

Solo pensarlo me daban ganas de vomitar. No quería ver mi vientre hinchado, no quería que mis gritos se escucharán por todo el castillo.

Una parte de mí prefería morir con una espada en la mano antes que en una cama como viejo acaudalado.

No quería morir como mi madre.

Si tan solo hubiera nacido diferente…

—Tú no tienes que preocuparte por eso, cariño.— Dice mi padre con voz amorosa, acariciando mi cabello.— Puedes estar tranquila.— Asegura.

Por un momento mi sonrisa flaqueó ante su respuesta a mi pregunta, pero me forcé a mí misma a sonreír.

— Pero…— Tragué saliva.— Es solo un resfriado y soy fuerte.— Murmuró.

Zeus apartó la copa y me miro.

— Tu tío estará bien.— Me aseguro, me miro esperando una respuesta, así que asentí con la cabeza de acuerdo.— Pero entiendo que el consejo de tu tío no quiera exponerte a enfermar.

Cuando Zeus se gira tomo el valor para agregar un rápido;

— Apolo dice que su salud empeora.

Apolo estaba confinado en mi castillo, siendo parte de mi personal. Era más como un asistente, por qué sin poder divino era un inútil. Era su castigo por el espectáculo que armó durante la celebración de mi nacimiento.

Aun así, tenerlo cerca era útil de cierta forma. Podía tener un par de ojos divinos en el castillo que no serían cuestionados por nadie.

Apolo era respetado, incluso si no era un dios como tal en la actualidad.

— Solo te está molestando.— Zeus le resta importancia, tranquilo.

Aprieto la mandíbula.

— Necesito hablar con él.— Mi voz tiembla un poco y siento las lágrimas acumularse detrás de mis ojos.

— Alyssa.—Doy un salto en mi asiento y todo mi cuerpo se tensa. Zeus nunca me había alzado la voz. Los ojos de mi padre se llenan de energía eléctrica y centellan como rayos.—Ya te lo dije, no tienes que preocuparte por nada.— Dice suavemente al verme cohibida—Por qué no mejor reúnes las diosas de tu agrado y despejas tu mente.— Me recomienda con suavidad. Trato de no lucir como un ciervo asustado, pero es imposible controlar las lágrimas—Deja que los hombres se hagan cargo del problema ¿Está bien?— Súplica.

Párpado varias veces y las lágrimas se deslizan por mis mejillas.

Dirijo mi rostro al frente y apoyo mis manos sobre mis rodillas. Temblando.

Quería gritarle.

Quería decirle que estaba en mi derecho de exigir respuestas.

Que los asuntos de Grecia y la salud del Rey eran mi problema.

Pero no podía hacerlo, nunca lo haría. No sin poner en riesgo mi posición de por sí delicada como heredera.

Si mi padre divino Zeus dejaba de apoyarme, el consejo de mi tío me vendería como yegua de cría al mejor postor en la primera oportunidad.

— Está bien.— Vocalice.

Cuando Zeus apoya su gran mano en mi hombro, toda mi piel se eriza.

— No debes sentirte herida, hija mía.— Dice con voz derrotada. Aprieto los puños con tan fuerte que mis uñas se clava en mis palmas, mi respiración agitada—Solo quiero protegerte.

Tardo unos minutos, pero por fin logro decir un ahogado;

— Entiendo.

El dios de espesa barba y ojos azules inflo su pecho antes de dejar que todo el aire se escapara por su boca.

— Desearía que fueras un chico.—Mi pecho se aprieta con un dolor sordo y seco rápidamente mis lágrimas.—De esa forma esas lágrimas no serían mi debilidad.— Murmura amargó.

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— ¿A dónde irán?— Pregunto abrazando mis rodillas.

Él ni siquiera ha explicado lo que pasa cuando mis ojos se humedecen.

— A la frontera. Todas más tropas mestizas estarán allí para mañana.— Me informa desde la puerta, siempre alerta a cualquier movimiento.

— ¿Por qué?— Pregunto.

El pelinegro baja la mirada.

— No sabemos— Admite— Pero órdenes son órdenes. — Dice.

Abrazo mis sábanas y trato de ignorar el nudo que se aprieta en mi garganta. La ansiedad se desborda de mi pecho y se extiende por mis venas. Estoy tan acabada, estaré sola, sería mejor que clavaran una estaca en mi corazón.

El pánico me invade, temblorosa, empiezo a morder mis uñas.

— Princesa.

— ¿Sí?— Pregunto con la voz entrecortada, fingiendo estar completamente tranquila.

— Los soldados mestizos se reúnen a las afueras del reino, hacen una fogata y celebran antes de salir al campo.— Me explica suavemente.— También eres una mestiza, ¿Quieres ir?

— ¿Eso no me pondría en peligro?— Pregunto con la voz baja—Es tarde y podrían colgarte si nos descubren.

El pelinegro me mira con solemnidad.

— Te protegeré.— Me recuerda con voz firmé.—Y regresaremos antes de que helios ilumine el cielo.— Dice.

El nudo en mi garganta desaparece y siento como mi corazón agitado. Mis manos se aprietan alrededor de las sábanas. Lo miro sintiendo mis orejas ardiendo y el palpitar de mi corazón extendiéndose por todo mi cuerpo.

Asiento con la cabeza.

— Estoy de acuerdo.— Digo.

Nunca había visto un campamento de guerra, pero había leído sobre eso.

No sabía que había uno de ellos tan cerca de mi castillo. Hay un centenar de carpas ubicadas en forma circular, el sitio está iluminado con lámparas de fuego griego. Escucho cantos, risas y charlas. La ciudad parece una dama dormida en comparación. Se ve vivo.

Hay una enorme fogata en el centro del campamento donde parece que se han reunido los mestizos. Cuando mi guardia detiene el caballo baja de la montura primero, y luego me toma de la cintura para ayudarme a bajar.

Nuestra presencia no pasa desapercibida para nadie.

Mi hermano nota a mi guardia casi de inmediato, casi parece que lo hubiera estado esperando todo este tiempo.

— ¡Nikolai! ¡Hermanó por fin muestras tu rostro! — Exclama mientras se acerca con una copa rebosante de vino oscuro.

Me asomó por detrás del cuerpo del pelinegro de armadura obsidiana.

Casi de inmediato el rostro de mi hermano se descompone y tropieza con sus propios pies, aunque se recupera antes de caer al piso.

— No me digas que …—Balbucea— ¿T-trajiste a la princesa aquí?

— Hola hermano.— Lo saludo.

El rubio hace una reverencia exagerada y por accidente su copa de vino se vacía sobre la tierra.

— Hola, mi señora.— Exclamó con fuerza llamando la atención de los demás mestizos que celebraban.

De pronto siento todas las miradas sobre nosotros. Deben ser unas 4 docenas de ojos escudriñando cada parte de mi ser. Todos saben de mi existencia, pero pocos me han visto realmente y solo conocen mi aspecto por los rumores que circulan. Así que comprendo su curiosidad, pero eso no significa que me sienta temerosa al verlos acercarse a nosotros.

Son muchos y tienen esas potentes auras divinas que te sobrepasan.

— ¿Es la princesa mestiza?— Escucho una voz infantil preguntar.

— No puede ser …— Murmura, alguien a la distancia, sorprendido.

— Es la princesa.— Susurra otro.

El caballo detrás de nosotros relincha en descontento al ver tantos humanos acercarse con rapidez. Da pisotones y sacude su cabeza antes de alejarse agitando la cola en desagrado.

Entonces nos rodean y los ojos curiosos se convierten en manos que se estiran para intentar tocarme.

Como si quisieran comprobar que estaba aquí. Que era real.

Mi guardia desenfunda su espada y lleva su mano libre hacia mí, colocándome de nuevo detrás de él antes de cortar el aire con la hoja de su filosa espada.

Un ataque tan fuerte como ese podía dejar a alguien imposibilitado. Todos retroceden asustados y mi hermano grita de la impresión, ahogó un grito.

— ¡Aléjense!— Ordena con voz ronca y fuerte. La tierra debajo de nosotros se sacude como si llamase a lo que sea que habitará el inframundo.— El que la toque perderá la mano— Advierte.

Me sorprendió la forma en la que ponía en contra de su propia gente.

— ¡Nikolai!— Lo regaña mi hermano.

— Está bien, baja tu espada.— Pongo mi mano sobre la suya y presiono su carne, obligándolo ceder. Él me mira con los labios apretados —Por favor.— Suplico y este hace lo que le pido.

— Prometo no apuñalarlos— Coloca su espada en la funda atada alrededor de su cintura.—No sin un motivo, por supuesto.— Murmura con voz ronca.

— Está bien.— Digo al aire con voz calmada— Acérquense.— Pido

Poco apocó los niños vuelven a acercarse con pasos cautelosos.

El hijo de Hades cubre mi torso con su brazo de forma protectora. No le digo nada, pues no puedo evitar que haga su trabajo que consiste en cuidarme.

— Princesa.

— Es hermosa.

— Su cabello es como las nubes y la plata.— Recita como si fuera algo que escucho de otra persona y aprendió —Y sus ojos son como el cielo.

— Es realmente hija de Zeus.— Susurran con voz asombrada.

— ¿Es real?— Alguien toma un mechón de mi cabello y lo deja deslizarse entre mis manos.

— No toquen.— Los regaña Nikolai y algunos retraen sus manos, aunque a otros les gana la curiosidad e intentan alcanzarme — ¡Basta, dije! Mantengan sus manos alejadas de la princesa…— Les grita tenso y llevo su mano hacia la empuñadura de su espada.

— Baja tu espada.— Le pido y estiró mi mano, dejando que ellos me toquen y rocen sus manos con la mía.

Nikolai gruñe y suelta su espada.

— ¡Arg…!— El pelinegro me toma de la cintura y me impulsa hacia arriba.

Pronto estoy sentada sobre el hombro del hijo de Hades y aunque mi cuerpo amenaza con perder el equilibrio, mi guardia me sostiene con fuerza en un intento por alejarme de las manos de los semidioses. A esa altura por fin me percató del pequeño ejército que hay a mi alrededor, estirando sus manos pequeñas y llenas de ampollas para tocarme mientras dicen mi nombre.

El resto de la noche conozco a los hijos de los dioses que forman parte de este pequeño ejército. Me hablan con dulzura y ponen coronas de flores sobre mi cabeza plateada, me cuentan sus historias de como llegaron allí (la mayoría tristes; Pues debían alejarse de sus familiares para no ponerlas en peligro mortal) bailan, beben y comen alrededor de la enorme fogata.

Incluso conozco al hombre encargado del campamento. No es humano. Por qué es un centauro; El entrenador de héroes. Famoso por sus pupilos.

— Parece que les agrado…

— Te adoran, Alyssa.— Su rostro es iluminado por la luz cálida del fuego. Sus ojos, en lugar de verse marrones por la luz directa, parecen dos pozos llenos de oscuridad.— Tienen toda su esperanza puesta en ti. Una mestiza es la responsable del futuro de Grecia…— Niega con la cabeza y lleva su copa a sus labios — Quieren ser héroes por ti, y para ti. Si les pides que peleen a tu lado, lo harán sin dudarlo.

El calor se extiende por mi pecho y una sonrisa cruza mis labios.

Miro a los semidioses disfrutar su último día en Troya antes de partir hacia las fronteras de Grecia.

— Pero… —Susurro—Son todos niños.

El pelinegro de piel pálida y ojos ónix bajo la mirada luciendo inexpresivo.

— Están en el tiempo de vida útil de un mestizo. La mayoría no vivirá para ver 17 inviernos.—Me responde —Sé que es difícil de entender para ti, pero no todos podemos ser el favorito del Rey de los dioses— Dice con rudeza y firmeza. Hay un tono de reproche en su voz que rápidamente oculta con un rostro sereno.— Y en absoluto…— Da una inspiración— No contamos en absoluto con su protección.

—Pero sus padres divinos…— Murmuro con voz confusa.

— Ellos tienen prohibido intervenir.—Me explica —El único que lo hace es Ares y… Sabes cuáles son sus castigos.

Aprieto los labios.

— No tienen que ser héroes, ni soldados … Podrían ser sacerdotes, granjeros, poetas—Insisto, alterada.

— ¿Poetas? La mayoría de ellos no sabe escribir o leer.

— ¿Políticos?

— No llegarán a la edad adecuada para ser tomados en serio.

— Entonces podrían formar parte del personal, servir en mi castillo.

— Somos demasiado valiosos para la guerra, tú misma lo dijiste. Valgo por 100 soldados mortales.

Apartó la mirada hacia los niños que jugaban con pequeñas figuras talladas hechas de madera. Hoy descubrí que Nikolai, es quien los hace para los más pequeños del campamento de guerra.

— No tienen que morir.— Murmuro.

— No.— Concuerda —Algunos toman barcos— Explicar —Rodean el mar de los monstruos hacia tierras más frías o se dirigen a Egipto.— Dice—Aunque todos esos lugares tienen sus propios peligros.—Suspira profundamente— Pero les garantiza una vida.— Mira a sus compañeros—lejos de la gloria, de la guerra y de sus padres divinos.

Mi corazón se estremece.

— ¿Tú también te irás?— Pregunto aunque tengo miedo de su respuesta.

— Le hice un juramento a tu padre. No puedo abandonarte.— Responde, siempre poniendo esa barrera entre nosotros. Aunque me alivia, también me hace sentir culpable atarlo así.

— Pero si pudieras.— Pregunto.

— No podría dejarte.— Admite y cambia de tema— Sabes cómo hacer las llamadas de iris, si algo pasa en mi ausencia, si alguien te mira mal o roza uno de tus cabellos plateados— El hijo de Hades se gira hacia mí. Sus orbes ónix se fijan en los míos — Solo envía un mensaje. Y vendré por ti.

— No vayas…—Suplico y tomo la esquina de su toga—Estoy asustada.

Odio admitir eso, pero es verdad. Todo parecen en mi contra ahora.

— No, no llores…—Me pide y no sabía que estaba llorando hasta que lo dijo— Voy a protegerte. De los hombres y los dioses. Te hice un juramento, jure por la laguna Estigia.— Su mano se envuelve alrededor de mi nuca.

Me acerco y dejo caer mi frente sobre su pecho. Él no me abraza. Nunca lo haría por qué soy demasiado noble para que sus manos me toquen.

Al menos eso piensa él.

— Solo quiero comer pastel y volar junto a ti en danzarina lunar.— Digo con la voz ahogada en llanto.

Danzarina lunar era mi pegaso, Zeus lo regalo cuando tenía cuatro años y a esa edad le puse nombre. Aun así, no había podido volar nunca, pues todos los hombres del consejo se indignaron ante la idea, era escandaloso, y que podría afectar a mi fertilidad.

Siempre la visito en los establos y a veces lo saco a pasear, pero nunca puedo montarlo. Aunque me fascine la idea de hacerlo algún día.

— Lo haremos cuando vuelva.

Nikolai me llevo a mi habitación antes de que saliera el sol, luego se fue, igual que el resto de los semidioses. Todos.

Todos excepto yo.

El tonto de Apolo no era la mejor compañía por qué solo se quejaba de lo horrible que era ser humano. Así que lo mandaba a hacer un montón de misiones idiotas, como buscar un ramo de flores silvestres o traerme algún postre desde la cocina.

Esa noche entré en la habitación del Rey a escondidas. Estaba convencida de que podía hacer esto sin Nikolai y de todas formas antes de que el fuera mi guardia, yo ya hacía mis escapadas hacia las áreas prohibidas del castillo.

Mi tío estaba muy mal. Ni siquiera parecía un resfriado, él parecía una cáscara de lo que alguna vez fue.

Apenas podía hablar, pero lo último que me dijo antes de que los guardias me arrastrarán fuera de la habitación fue lo mucho que deseaba que fuera un hombre, de esa forma no estaría aterrado de lo incierto que sería mi futuro sin él para defenderme.

Murió al día siguiente.

El cadáver del Rey aún estaba tibio cuando los hombres que juraron a su nombre, lealtad y sumisión tomarán el castillo con un ejército. Asesinaron a mis guardias durante la noche. Lo escuché del otro lado de mi puerta sin poder hacer nada al respecto.

Mis protectores habían sido suplantados con soldados para no dejarme salir de mis aposentos.

Estaba encerrada. Encarcelada en mi propio castillo, mientras el consejo del rey confabulaba en mi contra.

Se suponía que al amanecer debía ser coronada como reina, pero en lugar de eso mi habitación se llenó con un montón de mujeres nobles, no eran mis damas. Se trataban de la madre del novio, sus hermanas y tías.

No seguirían el ritual tradicional, la boda se realizaría al atardecer.

Caí en la más profunda desesperación cuando me di cuenta de lo que estaba pasando. Estaba siendo usurpada. No solo mi derecho de nacimiento, sino que sería forzada a un matrimonio para que un hombre hambriento de poder se apoderará de mi trono.

No un matrimonio pactado por el Rey, el cual aceptaría por tradición. No. Él lo haría, había llegado a la conclusión de que al ser la única heredera con su sangre y elegida por los dioses, no se debían correr riesgos innecesarios.

El pactar un matrimonio no estaba los planes futuros del Rey

No era necesario en cuestión de alianzas políticas o ganancias, y prefería seguir el consejo del mestizo hijo de Atenea, que se desenvolvía como general y en su mayor parte como consejero o mano de no que me encamara a temprana edad. Según sus datos, había un alarmante precedente de que las jóvenes que no pasaban de los 15 años tendían a sufrir y no sobrevivir a la cama de parto.

Cómo le pasó a mi madre.

Pero a la cohorte no le importaba, no les importaban los deseos del difunto Rey. Y mucho menos su heredera.

Después de todo la profecía era clara para ellos. Los futuros reyes debían ser mi descendencia para que Grecia prosperará, pero el Oráculo nunca dijo que yo debía ser Reina.

Ser reina regente.

Cuando el sol se ocultara por el horizonte dejaría de ser una persona libre, dejaría de ser la princesa, la hija del rey y la heredera al trono.

Iba a desaparecer.

Sería la propiedad de mi esposo.

Mi nombre, mi apellido. No significaría nada. Nunca.

Reina consorte, quizás, pero sin voz ni voto en los asuntos del reino.

Me vería obligada a permanecer el resto de mi vida encerrada en este castillo, expulsando herederos.

Me miro al espejo. Tengo los ojos rojos, las lágrimas de impotencia se acumulan en mis ojos y bajaban por mis mejillas como cataratas. Estoy vestida con las telas más coloridas y finas, pero yo estoy de luto, tengo un velo hecho de oro, me colocan las joyas más grandes y brillantes.

Una de las nobles damas se para detrás de mí y pone una corona de hermosas flores sobre mi cabeza, su toque es casi maternal, acomoda mi cabello y ajusta los últimos toques en mi vestimenta con cuidado. Tengo una sensación extraña de cercanía.

Como si estuviera siendo atendida por mi difunta madre. Es tan gentil y tan cálida que parece un simple sueño.

La miro a través del espejo.

— Usted puede detener esto— Susurro con la voz rota, sin dejar de llorar.— Es la diosa del matrimonio, está unión no fue aceptada por mi padre, no se han hecho los rituales tradicionales, aún ni siquiera he sangrado…— Mi voz se llena de pánico con cada razón por la que no debería dejar que está unión se llevará a cabo.— Por favor.

Detrás de mí estaba la diosa Hera, la esposa del padre de los héroes griegos más famosos, pero lamentablemente no fue la madre de ninguno de ellos.

— Tus lágrimas no me conmueven, no como a tu padre.— Peina mi cabello con un toque amable y cuidadoso, sin mirarme a través del espejo, aunque mis ojos no se apartan de sus gráciles movimientos— Esta unión se llevará a cabo. Serás una esposa obediente y una madre piadosa para tus hijos y tu pueblo.— Su voz es tranquila.

No siento dolor, no jala los mechones blancos y tira mi cuerpo cabelludo. Es paciente, se toma su tiempo con cada nudo en mi cabello para no causarme dolor como si yo le importará.

Ella permanece impoluta e inexpresivo, fría cuál hielo.

— ¿Qué fue lo que te hice?— Pregunto mirándola a través del espejo.

Hera alza la mirada y sus ojos conectan con los míos.

Durante años ella ha cuidado de mí en el Olimpo. Mi nodriza, la nodriza que también dio pecho a mi madre, murió cuando tenía 5 años. Mi tío dijo que la eligió de entre todas las nodrizas, por qué creyó que así estaría más cerca de mi madre biológica. Él dijo; Hermanas de leche. Era Reconfortante de cierta forma saber que fuimos alimentadas por la misma mujer. Hera pasó a ser la única figura materna en mi vida.

No éramos especialmente cercanas. Aunque las ninfas me contaron que cuando Zeus me presento siendo tan solo una bebé de meses en el Olimpo, Hera me tomo en brazos y me acunó durante el festejo por mi nacimiento.

Cuando caminaba por el Olimpo y tropezaba con las falsas de mi vestido, mi nariz o rodillas sangraban por el golpe, ella se acercaba con un pañuelo y me limpiaba. Me consolaba hasta que dejes de llorar y cantaba para hacerme dormir durante fiestas.

Cuando empecé crecer y tomar conciencia, note que esos actos amables eran eclipsados por los desplantes y comentarios filos.

A veces creía ver como sus ojos fríos se suavizan al verme pasar.

Aunque solía convencerme a mí misma de que eran ilusiones mías.

De esa forma dolía menos saber lo mucho que me despreciaba.

— Tu madre sedujo a mi esposo y—

—No. — La interrumpo—Pregunté, ¿Qué fue lo que yo te hice?

No me responde de inmediato, toma unos brazaletes de oro que descansan junto a las otras joyas y los coloca en mis muñecas, y en lugar de alegrarme por su belleza y esplendor, en todo lo que puedo pensar es que se sienten como grilletes que me atan.

— Tu sola existencia es causa de vergüenza para mí.—La diosa aparta los pequeños mechones que se cuelan en mi rostro.—Eres una bastarda, y aun así serás reina. No acuses a la vida de ser cruel contigo.

Conozco a Hera desde que tengo memoria y nunca logré entenderla, siempre parecía estar en la delgada línea en la que no distinguía si quería ser mi madre o mi verdugo. Y estando aquí, ayudando a arreglarme para mis eminentes nupcias; Creo que las dos.

Un nudo se aprieta en mi garganta y mis ojos se llenan de lágrimas. Iba a ser castigada por nacer. Algo que no pedí, que no podía controlar.

Pero esta diosa me haría culpable de la infidelidad de su esposo.

Me hará miserable como venganza contra Zeus, en lugar de enfrentarlo ella misma. Hera es mi verdugo.

— Usted lo hizo, ¿No es así?— Me giró sobre mis talones para quedar frente a ella. Es alta e intimidante. Tengo que alzar el mentón para mirarla.—Usted envenenó la mente de mis generales y nobles del pueblo para que estuvieran en mi contra.—La acusó en voz alta y todas las mujeres en la habitación se paralizan. No flaqueo y no retrocedo.—Al igual que lo hizo antes con mis hermanos. Por qué no soporta mi existencia.— Gruñó con furia.

El aire se vuelve denso y frío en la habitación, pero la Hera lo corta como si su mano fuera una daga afilada de bronce celestial que se estrella contra mi mejilla. Es tan fue fuerte que me tiró al suelo sin problemas e hizo que mi cuerpo chocará contra el espejo.

Las mortales gritan y huyen de la habitación. Tiemblo en el suelo, mi mejilla está entumecida y siento una punzada detrás de mi cabeza. Sé que estoy sangrando, puedo olor el hierro en el aire. Hay pedazos de vidrios a mí alrededor y estoy bastante segura de que mi cabeza rompió el espejo.

— Ahora ya has sangrado.— Hera se alza sobre mi intimidante y fría.—Puedes casarte.—Exclamo.

La boda se realiza abierta al pueblo, la gente se amontona para ver cómo la amada hija del Rey se volvía reina.

Los veo por la ventana acercándose al castillo, y si alguien están desacuerdo dudo que alcen la voz. Son los mismos que se burlaban de mí en la plaza, los pensadores políticos que creía que si una mujer sangra una vez por mes no es digna de ser reina regente. Por qué no soy más que una propiedad y el rey solo estaba hipnotizado por mi sangre divina, que lo había hechizado.

Cuando sea reina, esos pensadores y eruditos políticos tendrán sus cabezas en una lanza afuera de mi castillo.

Voy a vengarme. No sé cómo, ni cuando, pero cualquiera que haya conspirado en mí contra morirá.

La madre del novio me entrega un ramo de flores silvestres. Hera coloca un medallón con el símbolo de Zeus tallado sobre mi cuello y desaparece tras recordarme cuál era deber.

Me miro en el espejo agrietado y manchado con mi sangre. Adornada con plata, oro y joyas. Como si fuera una maldita corona de laurel que algún señor de la guerra pondría sobre su cabeza para ser rey.

Me sentí humillada. En la ceremonia, en el banquete y noche de bodas.

Tan solo lloraba, inexpresiva.

Actualidad.

Raiden castillo Pov.

— Se supone que debe mirarse desde abajo.— Murmuro, aunque el sonido del agua cayendo eclipsa mi voz.

— ¿No te gusta?

Miro las pequeñas esferas de luz que flotan a mi alrededor que Apolo creo solo para que pudiera ver la cascada. Debe estar desesperado por ponerla.

Me dio una manta, chocolate caliente y realmente se esforzó por hablarme de temas casuales para distraerme.

Fue lindo en todo momento.

Sonrió para mí misma ante ese pensamiento ridículo, y cuando exhaló el vaho que se escapa de mi boca parece vapor. Hace frío.

Estábamos jodidamente alto, es de noche y hace un frío de mierda.

Hubiera sido mejor venir de día.

Pero la vista es bonita.

— No. Es bonito.—Aseguro y Apolo sonrió con emoción genuina.

Sus ojos brillosos me hacen alzar una ceja. Oh, sí que se está esforzando.

— ¿Vas a seguir llorando?

Niego con la cabeza. De camino aquí estuve llorando en silencio. Fue tan vergonzoso que cuando baje del auto pensé que lo mejor sería saltar de la cascada para terminar con todo.

No quiero pensar en ello.

Aún me duele el pecho y las lágrimas amenazan con escapar de mis ojos si pienso demasiado en lo que pasó.

Solo quiero olvidarme de todo.

De ser semidiós.
De mi estúpida situación.
De las suturas en mi brazo.
Y sobre todo de Nico.

— ¿Quieres que nos besamos en tu auto?— Pregunto con simpleza.

Los ojos de Apolo se dirigen a los míos de inmediato y prácticamente puedo ver la respuesta en sus ojos azules.

—¿Estás segura de eso?

Se acerca y por un momento pensé en retroceder. Apolo parece inofensivo.

Pero es alto, atractivo como el carajo, espalda ancha y cuerpo perfecto. Me siento ligeramente intimidada.

Alzó la mirada para verlo a la cara.

—¿Por qué no iba a estarlo?— Su pulgar trazó la línea de mi mandíbula.

Tragué saliva.

Bajó su boca hasta que pude sentir su aliento en la punta de mi nariz.

—¿Quieres que pare?—, preguntó. No. Sí. ¿Quizás? Sacudí la cabeza.

Apretó su boca contra la mía y un fuego rugió en mi vientre.

Los estallidos de sol estallaron detrás de mis párpados cuando su lengua separó mis labios, suplicando entrar en mi boca. Me pongo de puntillas, rodeé su cuello con los brazos y me entregué a él, besándolo con pasión y fervor desenfrenada que no sabía que poseía. Sus dedos amasaron la parte baja de mi espalda, mis omóplatos.

La punta de su nariz rozaba la mía con cada deslizamiento de sus labios.

Cuando se separó, tropecé hacia delante, su agarre alrededor de mi cintura se tensó para mantenerme erguida. Sí, esto hace que mi cerebro se vuelva sopa, servirá por ahora.

Pronto estábamos en le asiento trasero de su carro solar. Un bonito deportivo rojo cereza que se agita y rechina con cada movimiento. Las ventanas están empañadas en contra posición con el frío de afuera. No hay oscuridad, todo el auto está iluminado por dentro con el suave brillo que desprende Apolo naturalmente.

— Yo voy arriba, ¿Entiendes?— Susurró contra mis labios.

Apolo sonríe contra mis labios. Dejé escapar una respiración temblorosa.

—Eres tan dulce—Gruñó mientras sus labios devoraban los míos, sentada sobre su regazo y erección.

Sus manos se extendían para presionar mis omóplatos.

Su beso fue lo suficientemente potente como para inclinarme hacia atrás, y me enrosqué en su cuello.

El sonido de nuestros gemidos sin aliento resonó en las paredes y sus manos arrastraron mi camisa hacia arriba, dejando al descubierto ambos senos. Apolo se separó del beso. Un trozo de su pelo rubio se escapó del moño y colgó sobre su ojo mientras admiraba mis pechos con los pezones en plena alerta por el frío del aire.

Deslicé las manos por debajo del dobladillo de su camisa, acariciando todas las curvas y los surcos de sus abdominales. Él sonrió y me dejó manosearlo mientras le subía la camisa. Metió la mano por detrás y tiró de la ropa, con los pectorales rebotando por el esfuerzo.

—Parece que tienes frío—Se llevó uno de mis pechos a la boca y su lengua se arremolinó alrededor de mi pezón.

El calor me recorrió el pecho y bajó hasta los dedos de los pies.

Le clavé los dedos en la nuca y me eché el cuello hacia atrás. El calor era especialmente intenso y ardiente en mi estómago y entre mis muslos.

Gimiendo, tiré de la goma que sujetaba su pelo, dejándolo caer en su gloria dorada de dios del sol.

Se inclinó hacia atrás, mordiéndose el labio inferior. Arrastró un dedo por el encaje de mi ropa interior, (¿A dónde fueron mis shorts? No lo sé, ellos solo se desaparecieron) y se transformó en destellos dorados, flotando.

—¿Me los devolverás?— Pregunto. Me acerqué con avidez a la cremallera de sus vaqueros. Me besó, presionando nuestras frentes con suavidad.

—Lo pensaré— Susurra. Apoyó sus manos en las mías, deteniendo mis movimientos torpes y temblorosos.

Cuando miré hacia abajo, sus vaqueros habían desaparecido y estaba frente a mí, desnudo de pies a cabeza. Su hombría era todo lo que podía imaginar que poseía un dios griego. Carajo, de estos no hay en mi pueblo ¿A quién debo rezarle?

—No tienes idea del efecto que tienes en mí, Raiden—Buscó en mi cara.

Los latidos de su corazón se sincronizaban con los míos a través de nuestros pechos apretados.

Le chupé el lóbulo de la oreja.

—Entonces demuéstramelo.

Sonrió en mi pelo y sentí su punta empujando mi entrada. Rodeé su cuello con las manos para aferrarme a él. Mi espalda se arqueó cuando me llenó por completo. Me abrazó con un brazo alrededor de las costillas y con el otro me acarició el trasero mientras usaba la barra para equilibrarme.

Lo sentía todo. La intensidad de la sensación no es comparable al sexo por obligación con mi exnovio.

—¿Estás bien?

—Mejor que nunca.

Tardó un momento en colocarse correctamente y luego empecé a dar saltos de arriba hacía bajo para que la penetrara hasta el fondo; era la mejor y la peor sensación del mundo a la vez.  Arqueó la espalda, me sujetó a sus hombros, que le quedaban por detrás, y empecé a mover la cadera en círculos. Cuando gimió su nombre, creo que Apolo perdió la cabeza.

El dios Apolo alzó sus caderas para encontrarse con las mías y sentí una ráfaga de electricidad recorrerme. De esa forma adoptamos nuestro ritmo particular y totalmente delicioso.

—Apolo… —gritó, presiono mi mano contra la ventana empañada, tratando de estabilizarme y seguir saltando.

—Yo también estoy a punto, nena.

Yo llego al clímax primero, tengo que detenerme por lo intenso que se sintió todas esas sensaciones. Apolo siguió dando golpes con sus caderas hasta que encontró su propia liberación.

Apolo hecha la cabeza hacia atrás y exhala con fuerza, su pecho se agita y sus ojos azules se vuelven brillan en éxtasis igual que dos aros dorados al tiempo en que se libera dentro de mí. Su agarré no abandona mis caderas, y se inclina para poner su frente sobre mi hombro, aun jadeando, agitado.

— Te quedará una cicatriz…— Dice pasando su mano por los puntos aún recién puestos y piel enrojecida.— La herida se hizo con bronce celestial.—El hilo desapareció y la piel se cerró en una pequeña cicatriz blanca. El dolor se fue por completo— Así que no puedo sanarla por completo…

Lo miro con la respiración agitada, aun sintiendo su miembro palpitar dentro de mi cuerpo. El calor.

— Gracias.— Susurro apenas.

Apolo me sonríe con sus mejillas sonrojadas de un color carmesí.

—Sí, ahora lo entiendo todo.—Gime contra mi piel y alza la mirada para mirarme con una sonrisita burlona —Raiden— Ronronea— Debes aceptar ser mi amante. Te protegeré y pondré una casita. — Asegura con voz suave.

— Wakala.— Bufo y me deslizó de sus brazos. Bajo de su regazo y me siento a su lado para acomodar mi ropa.

— ¿Por qué no? ¿No te gustó?— Dice haciendo un puchero.

— No estoy interesada.— Bajo mi camisa.—Y Estoy segura de que estás familiarizado con los encuentros de una noche.— Digo buscando con la mirada mis shorts o bragas.

Apolo pone los ojos en blanco.

— Eres tan fría.—Alarga.— La oferta seguirá en pie, puedes aceptar cuando quieras.— Se acerca y besa mi cuello.

— Lo tendré en cuenta.— Suspiro cuando logra acostarme boca arriba sobre los asientos traseros y Apolo se posiciona sobre mí con una sonrisa.

— Soy el dios de la luz. Así que esto no termina hasta que salga el sol.

Apolo tira de mi camisa y estaba vez la quita por completo.

— Me parece correcto.

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Narrador Pov.

El puño de Jason colisiona contra la mejilla dorada del dios Apolo.

— Uhhh…— Sisearon todos los presentes al unísono.

Todo el campamento.

Jason se sostuvo el puño e hizo una mueca de dolor, se contrajo sobre sí mismo y soltó un jadeo de dolor.

— Diablos.— Sacudió su puño y sostuvo su muñeca. —Como duele.

Apolo, quien ni siquiera se había movido por el puñetazo, se mantuvo comprensivo ante la furia de Jason.

—Lo dejaré pasar por aquella vez en que casi te matas por mi culpa.— Le dice Apolo con voz calmada.

— Aléjate de mi hermana.— Le advierte jason—¡Es menor de edad! ¡Menor! ¡Y tú tienes como 9 siglos o más!— Se puso rojo como tomate. Lo señala con un dedo acusador.—¡Eres un…! ¡Si pudiera denunciarte lo haría! ¡Tú…! ¡Arg! ¡Debería darte vergüenza, aprovecharte de una adolescente!

— Creí que iban a dejarme atrás.— Dice Raiden al encontrarse con Leo.

— Pospusimos la salida a la tarde.—Le informa y sonreí —Me negaba a partir sin ti.— Raiden sonríe y le da un golpe suave en el hombro. Leo mira a Jason gritándole a Apolo y vuelve su vista a la plateada—Tienes que contármelo todo…— Le susurra al oído.

— Te lo contaré en la cabina del capitán.— Le asegura la albina.

Las niñas y niños de la diosa Afrodita rodearon a la hija de Zeus para exigir muchos detalles de su escapada con el dios de la luz. Que Raiden estaba feliz de comentar, sin ninguna vergüenza.

— Tienes que contarnos todo.—Exclamo Kevin —Ni siquiera tienes que hablar, solo voy a— Saco una cinta métrica —Estirar esta cinta y tú me dieras cuando parar.— Explica.

Raiden y el resto de las niñas de Afrodita se ríen por el comentario.

— Pero tengo que empacar. — les recuerda la hija de Zeus.

—Te ayudaremos.— Afirma Piper —Rápido, rápido.— Ordena.

Los hijos de Afrodita arrastraron a la chica hacia su cabaña entre risas.

— Es un alivio que haya regresado sana y salva, ¿No?— Le cuestiona la morena de cabellos rizados oscuros.

Nico sonríe de forma amarga con la mandíbula apretada, la vena en su frente estaba brotada y palpitaba y sus parecían desprender oscuridad.

— Hola, Dina.—La saluda con voz ronca.— Sí, claro. Es un alivio.— Bufa y golpea su mejilla con su lengua.

— Suenas disgustado.— Señala la hija de Hécate con genuina inocencia.

— Por supuesto que no.

Dina me mira con esa expresión suya en la que parece perdida dentro de sí misma. Aunque siempre se ve así.

La morena desvía su mirada hacia Raiden quien camina junto a los hijos de afrodita entre risas y chillidos.

— El diablo es real.—Me mira de vuelta —Y no es un pequeño hombre rojo con cuernos y una cola—Explica y vuelve su mirada firme a Raiden —Puede ser hermoso.— Dice con cierta añoranza —Por qué es un ángel caído y solía ser el favorito de dios.— Dice.

Nico aprieta la mandíbula.

— ¿Y qué significa eso?

— Es una metáfora.— Dice Dina con simpleza y su rostro se llena de brillo de nuevo.—Por cierto, le leí las cartas a la hija de Zeus. — Me mira—Ayer. — Frunce los labios —Una hora antes de que fueras grosero con ella— Informa mientras juega con uno de sus rizos.

— Oh, siempre ayudando.

Dina sonríe.

— Está en un terrible peligro.—Me explica con calma—Maldita. Alguien ato su alma y no la dejará ir hasta que cumpla con su propósito.

El rostro de Nico se oscurece. Trataba de ignorarlo, pero no lo logra.

— ¿Por qué me cuentas esto?

— Por qué alguien hizo lo mismo contigo. Ya Debiste hablarle notado.

En un parpadeo la chica se había marchado. Ella no puede viajar entre las sombras, así que Nico no estaba seguro de como carajos lo hacía.

— Maldición, Dina— Gruñe.

Hola chicas y chicos.

Espero que les guste el capítulo. La historia de Alyssa y Nikolai es muy extensa, así que está son migajas de lo que realmente pasó con ellos.

Los únicos que ganaron en este capítulo fueron Apolo y Raiden.

Memes del capítulo;

Solo quiero que sepan que Hera se estuvo peleando con una niña desde que está tenía 7 años, y la niña iba ganando.

Bye bye.

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