XXXVIII: La estaca y la prisión (I)

Cuando el Gran Maestro Monmagnus falleció, la Torre entera lo lloró. Realmente era un hombre sabio y bondadoso. Una sola persona, sin embargo, experimentó un regocijo inconmensurable. Toda la vida había esperado ese momento.

Evan estaba convencido de que su destino era ser el nuevo Pilar de Este.

El claustro de maestros, sin embargo, no anunció su resolución de inmediato. Más de diez días estuvieron reunidos debatiendo, proponiendo nombres, comparando candidatos. Un allegado de Evan se apiadó de su impaciencia y le comunicó en secreto la decisión antes de que el anuncio se hiciera público.

El sucesor de Monmagnus sería... Jessio.

La desesperación se apoderó del joven mago. Fue como si la Torre entera se desmoronara sobre su espalda. Si no era el elegido, entonces su existencia carecía de sentido.

Tras una noche entera sin dormir, Evan tomó una decisión drástica: mataría a su amigo amado. Encerró su afecto en un compartimento de su alma y se abocó a idear un plan de emergencia. Un veneno mortal pero invisible era la solución óptima. Nadie debía desconfiar de él. Consiguió los ingredientes sin levantar sospechas. Preparó el té preferido de Jessio y le agregó la sustancia letal. Y entonces...

Los centinelas anunciaron que la niebla de la meseta se había disipado y que las nubes acababan de abrirse. Los rayos dorados bañaron la Torre. Riblast apareció en el cielo, clamando por la presencia de su guerrero elegido.

Cuando las nubes volvieron a cerrarse, su amigo y el Cisne ya se habían marchado. Evan regresó a su habitación y destruyó la tetera asesina. El claustro lo eligió como el nuevo Pilar del Este y ya nadie nunca se enteró de su maquinación.

La celda en el alma de Evan se abrió solo el día en que Jessio regresó, liberando una sustancia putrefacta que paralizó su sentido del deber para con la Torre.

Lamentable ironía: quien había estado dispuesto a matar con tal de convertirse en el soporte principal de la Torre, ahora veía y no hacía nada ante al colapso inminente.

—Lo siento, Evan —dijo Jessio—. Ya no se puede detener.

La señal de aviso había sido disparada.

Los demonios se acercaban.

La invasión estaba a punto de ocurrir.


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Legión advirtió el humo rojo elevándose desde la quinta terraza y sintió alegría. Demasiado tiempo había estado inactivo. Una esquirla de su mente partida, la cual probablemente había pertenecido a un estratega, tomó el control y armó un plan de ataque.

A partir de este punto, debían actuar de manera conjunta, con rapidez y precisión.

Reniu ya había llamado a los demonios voladores. Los que no cayeran ante los dragones se meterían en la Torre a través de las ventanas y balcones de los pisos superiores.

¡Construcción!

Mantis tocó el suelo de la meseta y extrajo los minerales necesarios para generar una esfera metálica, hueca y unida a una cadena. La dejó junto a sus compañeros y a continuación echó a correr hacia la Torre.

—¡Reconstrucción! —exclamó e hizo emerger púas de sus guanteletes y de sus botas.

Los dragones habían comenzado a cazar becúberos. Ninguno se percató del individuo recubierto en láminas metálicas que trepaba por el muro circular buscando una abertura para acceder desde los pisos inferiores.

Legión sonrió ampliamente. Los elementos se iban acomodando.

Miró a Reniu, quien ya sabía qué hacer.

El esclavo tenía una habilidad que solo había descubierto a través de los combates. Cerró los ojos y se concentró hasta que su cuerpo se desmaterializó. Convertido en una sombra flotante, en un fantasma de oscuridad, se desplazó hasta la bola de hierro creada por Mantis y se coló en su interior a través de una ranura.

Legión entonces sujetó la cadena y la hizo girar por encima de su cabeza. Mientras la esfera ganaba velocidad, apuntó hacia la Torre. Tuvo que modificar la estructura interna de sus retinas para ganar precisión en el momento del lanzamiento. El proyectil avanzó con máxima certeza y se incrustó en alguno de los niveles centrales.

La Torre ya estaba infectada.

Legión entonces desplegó sus alas de carne y cartílago y voló rumbo a la señal de humo, al encuentro de su querido maestro.


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La esfera aterrizó en un aula llena de aprendices de nivel inicial. Ni ellos ni su maestro comprendían qué era el negro vapor que emergió del objeto para cernirse sobre ellos de forma amenazante. Antes de que pudieran descubrirlo, otro evento inesperado los sacudiría no solo a ellos, sino a la Torre entera.

Mantis había logrado entrar a través de una ventana diminuta del piso 14. Parecía tratarse de un almacén de muebles en desuso. Caminó con sigilo por el lugar hasta dar con las escaleras que conectaban con el nivel inferior.

—¡Reconstrucción!

Cerró el hueco en el piso. Sabía que los Sigilarias de vigilancia se hallaban abajo, y uno de sus objetivos era bloquearles el paso.

Utilizó la misma ventana para salir y siguió escalando hasta llegar debajo de la primera terraza, en el piso 25.

Estudió la estructura de la plataforma. Le resultó evidente que no eran las reglas del diseño arquitectónico lo que había mantenido semejante torre erguida durante miles de años. Sus técnicas jamás podrían competir contra semejante magia. Por eso no se contuvo.

—¡Deconstrucción!

Una leve vibración se esparció por la terraza.

Mantis se ubicó en una posición segura y asestó un segundo golpe:

—¡Destrucción!

La torre de Altaria soltó un rugido de dolor cuando las rocas se partieron. La terraza se separó del muro, pero no cayó. Hilos de una poderosa fuerza invisible la sujetaban. Había quedado suspendida en el aire.

La sacudida que produjo el desprendimiento no dejó indiferente a nadie. Quienes no habían tenido la mala suerte de toparse con los becúberos o con el hijo de las sombras, fueron conscientes del peligro a través del temblor bajo sus pies.

—Espero que tú no tengas nada que ver con esto —amenazó Gligette a Agathón.

La Gran Maestra había enviado una señal de aviso a sus asistentes mediante un sistema de anillos enlazados con el Lenguaje Remoto, y acababa de despachar al Pilar del Sur encomendándole una tarea específica. Ahora avanzaba hacia el disco elevador con el joven general caminando a su lado.

—No se preocupe, Gran Maestra. Párima cuida de sus dependencias —aseguró Agathón—. Mis hombres y yo defenderemos la Torre.

—No creas que esa discusión está cerrada —repuso la mujer, aunque era consciente de que había asuntos más urgentes que encarar.

Mientras tanto, en el dormitorio de la comitiva de Párima, otro temblor hizo crujir las literas y una jarra con agua se estrelló contra el suelo.

—¡¿Qué está pasando?! —preguntó Demián y se incorporó sobresaltado.

—¿Creen que Agathón esté usando la violencia para someter a la Torre? —aventuró Winger.

—No es su estilo —opinó Rupel—. Aunque ya nada me extraña viniendo de él...

Todos estuvieron de acuerdo en ir a investigar qué estaba pasando. Ya se preparaban para abandonar la habitación cuando el aventurero se acordó de algo.

—¡Es cierto! —exclamó y se puso a revolver sus pertenencias—. Pery les envía esto desde Lucerna...

Dentro del fardo que Soria le había encomendado a Demián había cuatro anillas de oro para Rupel, y para Winger, una réplica de su primer brazal con un gran rubí incrustado en el sitio de la gema de Potsol.

—Pery prestó mucha atención durante la batalla de Pillón —señaló la pelirroja, luciendo ya sus nuevos accesorios en las muñecas y los tobillos—. ¡Serán unos canalizadores estupendos!

Winger se colocó el brazal en el antebrazo derecho y contempló la joya roja en silencio.

—Estos materiales... —musitó.

—Deben costar una fortuna —acotó Rupel.

—Soria me dijo que fue Gasky quien los aportó —explicó Demián mientras preparaba su espada y su escudo de stigmata.

—Son parte de la herencia de su padre... —comentó Winger—. De Nicolatías...

La gratitud que sintió hacia el anciano historiador se mezcló con algo desagradable.

«"Apuesto a que Gasky no te lo dijo..."»

Trató de apartar las palabras de Jessio.

No era el momento para pensar en eso.

Algo grave estaba sucediendo en la Torre.


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Legión llegó a la quinta terraza manchado de sangre.

Divisó a Jessio cerca de un hombre y una estatua, y fue a postrarse ante él.

—Volvemos a encontrarnos, maestro —dijo—. La infiltración ha sido exitosa.

Los becúberos pasaban volando sobre sus cabezas. Se metían a la Torre por las ventanas y los balcones. Buscaban sembrar el caos.

Jessio asintió con la cabeza y extrajo un objeto diminuto que presentó a su antiguo discípulo.

—Esta es la última semilla de Arrevius. Siempre ha sido un misterio el proceso mediante el cual una se convierte en una manzana de Oro. Ni siquiera los jardineros de Derinátovos saben el cómo ni el por qué. Yo, finalmente, lo he descubierto. El detonante secreto que activa la transformación es un fuerte deseo maternal de proteger a su descendencia.

—Una madre que desesperadamente quiere ayudar a su hijo —parafraseó el monstruo.

—Intuyo que entre todas las almas que habitan tu cuerpo debe haber algunas que encarnen ese arquetipo —sugirió Jessio.

El monstruo dijo que sí con inmenso placer.

—¿Comprendes lo que tienes que hacer? —preguntó el hechicero.

—Comprendemos, maestro —contestó el monstruo—. Nosotros engendraremos la manzana de Oro.

Jessio quedó conforme con esa respuesta.

—Vuela hacia el sur cuando la obtengas —le indicó—. Neón nos espera en la fortaleza del bosque de Eskibel.

Mientras la bestia se sentaba a pensar bajo la estatua, con la semilla entre las manos, Jessio encaró hacia la salida de la terraza. Su objetivo estaba en otra parte...

—Quiero que me expliques qué está pasando.

Su amigo Evan le cortó el paso.

—Por qué hay demonios volando hacia la Torre —siguió hablando el Pilar del Este—. Qué es esa criatura grotesca...

—Lo siento, no me queda tiempo para disipar tus dudas —dijo Jessio y pasó junto a su amigo sin detenerse.

—¡No puedo dejarte ir! —gritó Evan y lo apuntó con una mano—. No me obligues a atacarte...

—Te recomiendo que no lo intentes...

La advertencia no fue escuchada.

¡Lazo de la Pura Verdad!

Jessio alzó un brazo para defenderse. Un cordel de plata se hundió en sus venas y conectó su muñeca con la de Evan.

—No te muevas —ordenó el Pilar del Este—. Esta cuerda encantada ahora nos une. Quiero que me respondas lo que te pregunté la otra noche. Si llegas a mentirme, el Lazo de la Pura Verdad lo sabrá y hará estallar nuestros corazones.

Jessio miró a su amigo a los ojos. Sospechó que había ingeniado un hechizo tan arriesgado con el único propósito de utilizarlo en él.

Evan aguardaba.

—La promesa que te hice sigue intacta. Nada ha cambiado. Voy a erradicar el sufrimiento del mundo. Voy a disipar las tinieblas. Cueste lo que cueste.

Aquellas palabras fueron pronunciadas con tal convicción que el Pilar del Este estuvo seguro de que el Lazo de la Pura Verdad no habría sido necesario.

—J-Jessio... —musitó—. ¿Qué vas a hacerle a la Torre...?

—¡Te he dicho que no me queda tiempo! —vociferó el hechicero. Y cortó el hilo plateado con facilidad—. Mientras más se prolongue esta invasión, más víctimas habrá. Estoy a punto de desgarrar el núcleo de la Torre. Ve y refuérzala. Evita la caída. Es lo mejor que puedes hacer.

"Lo mejor habría sido matarte hace veinte años."

Eso habría querido decir su amigo.

Pero Evan se quedó callado y lo dejó marchar.


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En el piso de las cocinas había una habitación especial con cristales azules. Estaban hechos de esencia natural pura, solidificada, la misma materia que formaba los cuerpos de los Sigilarias. Desde aquel lugar Oopart era capaz de comandar simultáneamente a todos los sirvientes mágicos de la Torre.

Los inofensivos Sigilarias de limpieza de repente cambiaron su postura y su actitud, convirtiéndose en celosos guardianes de su hogar. Los becúberos que se habían infiltrado pronto se toparon con una sólida resistencia a su avance. Los tutores, mientras tanto, aprovechaban la oportunidad generada por el Pilar del Sur para guiar a los aprendices hacia espacios más seguros.

En medio de la lucha y la confusión, Winger y sus compañeros se toparon con Vanessa, quien rápidamente los puso al tanto de lo poco que se sabía: la terraza del piso 25 se había desprendido, y al menos dos entidades hostiles habían sido detectadas, una en el auditorio del piso 41 y otra en la terraza del piso 77. Los aliados de Gasky decidieron verificar ambas localizaciones.

Conforme iban ascendiendo, más becúberos aparecían. Procuraron evitar enfrentamientos directos que pudieran demorarlos. Por fortuna para ellos, los Sigilarias estaban haciendo un gran trabajo manteniendo a los invasores a raya.

Cuando llegaron al piso 41 fue evidente que aquel era un centro de atracción para los demonios. Algunos soldados de Agathón se encontraban allí colaborando con los sirvientes mágicos, y al identificarlos les abrieron paso hacia el auditorio. En ese lugar, justo sobre la tarima desde la que Jessio había impartido su clase magistral, Reniu se enfrentaba a Knossos y Schum.

—Así que ese es tu doble —murmuró Rupel, asombrada—. Esos ojos dan miedo...

—Y es muy fuerte —acotó Winger.

Knossos se hallaba batallando en su forma de demi-humano. Con la cabeza de toro embistió al hijo de las sombras, quien invocó la Imago para protegerse. El demitoro fue más poderoso y atravesó la barrera protectora. El esclavo de Jessio recibió un duro golpe que lo aventó contra el pizarrón.

—No creo que las semillas se encuentren aquí —señaló Demián y dio media vuelta—. Voy a ir a ver esa quinta terraza.

—Ten cuidado —le dijo Winger, listo ya para entrar en combate.

—Creo que voy a estrenar el regalo de Pery y Gasky —comentó Rupel y empezó a realizar una de sus danzas.

—¡Eslabones Hambrientos!

Dos cadenas dentadas emergieron desde el sitio donde Reniu había caído y atraparon al demitoro por los cuernos, lanzándolo contra su corpulento compañero. La sombra aprovechó el choque entre los coroneles para posicionarse sobre un escritorio y adoptar una postura de brazos. El punto que se materializó entre sus manos era de color azul oscuro:

—¡Roca del Cielo Noct...!

Un destello carmesí a su derecha lo puso en alerta.

—¡Saeta de Fuego!

El esclavo logró evadir el disparo por muy poco.

Winger y Reniu se miraron cara a cara una vez más.


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En la quinta terraza, junto a la estatua de Riblast, Legión se había puesto a meditar.

El desafío que Jessio le había dado era arduo y extremadamente delicado, y por eso mismo le encantaba. Para tener éxito debía separar dos hebras individuales de la madeja confusa que era su interior y sacarlas a la superficie durante unos instantes. Solo así conseguiría activar la semilla.

Ensimismado, aislado del entorno bullicioso, organizó las personalidades en conjuntos. Las repasó una por una. Al fin dio con lo que buscaba.

Dos hebras se separaron.

Dos consciencias subieron a la superficie.

Legión armó una burbuja de tripa en su espalda, un cuenco inmaculado dentro del cual el horror acontecería. La última semilla de Arrevius germinaría ahí dentro...

—¡¡AAARRRGHHHH!!

Demián divisó al monstruo desde la distancia.

Saltó desde el lomo de Jaspen con la intención de caerle justo encima. Algo le decía que tenía que reventar esa asquerosa burbuja que palpitaba. Sujetó con firmeza la espada de Blásteroy y soltó un golpe punzante...

¡CLASH!

Un filo metálico se interpuso en su camino.

—¡Tú...! —masculló el aventurero.

—No puedo permitir que interfieras —dijo Mantis; sus brazos ya se habían transformado en sables.

—Ya me estoy cansando de que te metas en mi camino —le espetó Demián.

El último duelo entre ellos dos estaba a punto de iniciar.


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Mientras las sillas volaban en un vórtice de oscuridad, Schum ató una cortina a un trozo de escombro e improvisó un arma.

—¡Estrella del Alba! —exclamó y la bola de escombros se llenó de clavos de luz.

El coronel soltó un grito vigoroso y la arrojó contra el torbellino, pero fue incapaz de atravesarlo. Las ráfagas eran tan agresivas que ninguno de ellos se podía acercar al enemigo.

—Dijiste que este sujeto es tu doble —soltó el general Knossos mientras se esforzaba por mantenerse en pie—. ¿No tiene algún punto débil?

—Lo siento, no se me ocurre ninguno... —se lamentó Winger—. Pero...

En la batalla en Vanilla el mago de la capa roja había confirmado que los vientos del esclavo de Jessio eran más poderosos que los suyos. No podía superarlos en un enfrentamiento directo. Sin embargo, se le ocurrió una alternativa.

—¡Abriré un hueco! —anunció y empezó a invocar un hechizo—. Atácalo cuando yo te lo indique... ¡Anticiclón!

Winger no pretendía contrarrestar la fuerza arrolladora de su rival. Estaba enfocando su magia en un único punto del torbellino para generar un movimiento de aire que girara en la dirección contraria. Un bucle que debilitara las ráfagas en aquella zona específica. Un remolino rebelde en medio de una corriente turbulenta.

Manipuló los símbolos de Riblast con esmero y habilidad. El rubí incrustado en su nuevo brazal resplandeció como el amanecer.

El portal finalmente se abrió.

—¡Ahora! —gritó.

Knossos no desaprovechó la oportunidad. Soltó vapor por los orificios nasales y atacó con sus cuernos por delante. Esta vez consiguió superar el remolino. Su adversario no tenía forma de esquivarlo y sin embargo... se desvaneció.

El esclavo se había transformado en una sombra flotante, una nube negra que se mezcló con el viento que castigaba al auditorio.

—¡Ciclón de Sombras!

El torbellino de oscuridad estalló generando una onda expansiva que derribó a Knossos, a Schum y también a Winger.

Reniu recuperó su forma física, las sillas voladoras cayeron y la quietud regresó al recinto.

—¿Nunca se le acaban los trucos? —protestó Schum, tratando de desenredarse la cortina del cuello.

—Antes no podía hacer eso... —masculló Winger con frustración—. Eso creo...

Con sus tres enemigos tumbados, el esclavo de Jessio se dispuso a volver a intentar hacer su Roca del Cielo Nocturno. Apenas había alzado las manos cuando un pájaro de fuego le picoteó los dedos.

—Un... Fuegorrión... —murmuró la sombra con estupor, sin importarle el daño que el ave le estaba causando.

—¡Ya estoy lista!

Reniu abrió grandes los ojos y se dejó guiar por aquella voz femenina.

—¡Ritual de Fuego Danzante!

Rupel había activado su danza de combate. En sus muñecas y en sus tobillos las llamas formaban círculos perfectos en torno a las anillas de oro.

—¡Nunca me sentí tan liviana! —exclamó la pelirroja, admirada por el efecto potenciador de sus nuevos accesorios—. ¡Pelea contra mí!

La muchacha avanzó con fiereza y se preparó para una colisión violenta contra el esclavo.

Reniu, sin embargo, solo se echó hacia atrás.

Rupel quedó desconcertada. El encapuchado se mostraba aún más descolocado que ella. La pelirroja no se detuvo a reflexionar y soltó una patada abrasadora.

Su adversario, de nuevo, simplemente retrocedió.

—¿Qué pasa? —se preguntó Rupel y arqueó una ceja.

—Parece que no quiere luchar contra ti... —balbuceó Winger desde la distancia—. No me digas que él...

—¡Vamos, vamos! ¡Hay que salir de aquí! —gritó Knossos.

—¡Deja que ella se encargue de ese tipo! —acotó Schum y se sumó a su compañero en retirada.

Rupel los observó marcharse, aunque sin descuidar a su extraño rival.

—Ellos tienen razón —dijo la pelirroja—. Winger, ve a buscar a Jessio. Yo me encargaré de esto.

El muchacho dudó por un momento, pero comprendió que lo mejor era hacerle caso. La sombra seguía sin atacar y se limitaba a esquivar los golpes de fuego. Rupel tenía la situación bajo control.

Mientras corría detrás de los coroneles, Winger se preguntó si esa misma cara de tonto había puesto él al reencontrarse con ella...


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Knossos y Schum avanzaban barriendo con los becúberos que se cruzaban en su camino. No lo hacían para despejarle el camino a Winger (probablemente, ni siquiera se habían percatado de que venía siguiéndolos), pero le facilitaron el llegar hasta las escaleras que conectaban el piso 41 con el siguiente. Todavía le quedaba un largo trecho hasta la quinta terraza, donde suponía que Demián estaba enfrentándose con otro temible adversario.

¿Y luego?

No tenía idea de dónde podía ubicar a Jessio. Subía por mero instinto, porque esa era la dirección que habían tomado desde que empezaron los temblores, pero no tenía forma de saber si esas escaleras lo llevaban hacia donde tenía que ir...

De golpe se topó con alguien que bajaba, tan apurado como él.

Era el Pilar del Este.

Winger se puso a la defensiva. Sabía que aquel hombre era amigo de su enemigo, aunque no mostraba intenciones de combatir. Se mantuvo prudente de todos modos, pasó a su lado y siguió subiendo.

—Aguarda —le pidió Evan—. Estás buscando a Jessio, ¿verdad?

El muchacho se detuvo y lo miró.

—Así es —confesó tras una pausa.

Era la respuesta que el Pilar del Este esperaba. Se arrancó del pecho la insignia que lo distinguía como uno de los cuatro guardianes de la Torre y utilizó sobre ella una variación inusual de la Encantación.

—Toma esto —dijo y se la entregó a Winger—. Te permitirá acceder a todos los niveles sin restricciones. También utilizar los discos elevadores exclusivos para maestros. Hay uno en el piso 47 que lleva directo al 95. No te costará llegar desde allí hasta la última terraza. Jessio va hacia ese lugar.

Sin comprender del todo lo que estaba pasando, con las explosiones y los temblores y los rugidos rebotando a su alrededor, Winger agradeció aquel gesto y tomó la insignia.

Antes de soltarla, Evan le habló con una profunda tristeza.

—Por favor, detenlo... —le imploró—. Tienes que detener a Jessio... Yo no puedo.

Nunca antes ellos dos habían hablado. Y nunca más lo volverían a hacer.

Uno siguió subiendo y el otro siguió bajando.

La batalla de la torre de Altaria apenas empezaba.

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