XXV: El bosque de Eskivel
Psicofanto era un hechizo avanzado de Zacuón que imitaba la apariencia de un individuo. La ilusión era visualmente perfecta y se mantendría estable siempre y cuando el usuario no recibiera ningún daño.
Infiltrada entre las carretas que se movían bajo la noche, Méredith estaba segura de que no sería descubierta.
Diez eran los vehículos tirados por bueyes. Cada uno transportaba entre cuatro y ocho de aquellos grandes bloques de piedra gastada. Algunos de los responsables del viaje eran Herederos. Otros eran soldados del ejército de Párima, y se mostraban visiblemente incómodos en compañía de los enmascarados.
Sentada en la caja de la quinta carreta, oculta bajo la máscara del escarabajo, Méredith le prestó mucha atención a la ruta por la que marchaban. La caravana había salido de la capital para avanzar hacia al sur. No siguieron la línea costera, sino que se adentraron en los territorios provinciales del imperio.
La ilusionista estaba al tanto de que si seguían viajando en esa dirección, acabarían llegando hasta Tegrel. Ella esperaba que ese no fuera el caso, pues el reino de la magia se hallaba a tres días de viaje en carreta.
Para su fortuna, torcieron el rumbo antes del amanecer. Entonces el destino de los bloques le resultó evidente. Ese camino solo conducía a un lugar, el cual colina abajo ya se divisaba a la distancia:
Un silencioso bosque negro, hundido en un valle y envuelto en neblina...
—El bosque de Eskivel. —El conde Milau le puso nombre al paisaje que Méredith acababa de describir en su relato—. Se encuentra a cien kilómetros de ciudad Battlos. Antiguamente era el sitio donde se asentaba la fortaleza de Eskivel, el último bastión de defensa de Párima frente a un reino sureño que ya no existe. Se supone que la misma se encuentra abandonada desde hace varios siglos.
—Todo indica que ya no es así —remarcó la ilusionista luego de aprovechar la intervención del conde para darle un sorbo al té que Elina le había preparado—. La caravana se detuvo en un poblado rural antes de entrar al bosque. Allí logré obtener información útil antes de escabullirme. Señor Milau, ¿podría facilitarme un mapa del continente?
El inmortal fue hasta el estudio y regresó con un rollo de pergamino que desplegó sobre la mesa. El territorio actualmente ocupado por Párima tenía la forma de una garra con cuatro uñas afiladas cerniéndose sobre el continente.
Méredith señaló la uña que apuntaba hacia el sur, lindante con Tegrel. De todos los presentes, el conde Milau fue el primero en captar lo que la ilusionista insinuaba:
—Desde el bosque de Eskivel se puede llegar con relativa facilidad hasta la meseta de Cobalto —señaló el inmortal.
—El lugar donde está la torre de Altaria. —Winger recordaba que Méredith había mencionado ese detalle en Playamar.
El Pilar de Amatista asintió con la cabeza.
—Sospecho que ese sitio fue elegido justamente por su cercanía con la torre. Mientras Jessio resuelve el problema de las reliquias faltantes, Neón y sus aliados lo aguardan en la fortaleza de Eskivel.
Mientras el inmortal y la ilusionista intercambiaban opiniones, Winger cruzó la mirada con Demián. Intuyó que ambos estaban pensando lo mismo: habían descubierto un dato de vital importancia. Ahora conocían la ubicación exacta donde se desataría la batalla definitiva...
—Méredith —dijo conde—, antes has mencionado que había soldados del imperio mezclados con los Herederos. ¿Has podido averiguar algo más en relación a ese asunto?
—No mucho —se lamentó ella—. Evitaban lo más posible el contacto con los Herederos. Pero noté que estaban muy familiarizados con el territorio. Deben ser hombres oriundos de la provincia del sur...
—Si me permiten acotar algo... —intervino el señor Julius. Se acercó hasta la mesa y puso un dedo sobre el mapa—: Nuestro país se halla dividido en cinco provincias, cada una de las cuales es gobernada por un general. El bosque de Eskivel se encuentra en la provincia Tres, y quien está a cargo de ese territorio es el general Himbert...
—¡Es el hombre que firmó la autorización que tenía Caspión! —exclamó Winger con espanto—. Entonces es cierto. Las autoridades de este país están aliadas con Neón...
—No necesariamente —repuso el señor Julius—. He vivido en Párima muchos años y sé que si ese fuera el caso, esta residencia ya habría sido allanada por la milicia. Lo que yo pienso es que quien está trabajando con la persona que llaman Neón es Himbert en solitario. Es un hombre sin escrúpulos que haría cualquier cosa con tal de ganar poder. Incluso esclavizar al mismísimo símbolo de esta nación.
—Si lo que dices es acertado, Julius, entonces ese hombre actúa a espaldas del emperador —razonó el conde—. Quizás no sea el único. Debemos ser cautelosos.
—¿Cautelosos? —se atrevió a replicar Demián—. Si ya sabemos dónde se esconden los malos, no tenemos por qué seguir con ese complicado plan de la torre de Altaria. Vámonos ya a ese bosque y ataquemos primero.
—No podemos atacar sin saber lo que nos espera —lo frenó Méredith—. Recuerda que el ejército de Párima está implicado. Y nosotros solo somos un puñado de personas.
—Pero él tiene razón en un punto —intervino el conde, inesperadamente a favor del impulsivo Demián—. Un asalto sorpresa nos permitiría recuperar las reliquias en posesión de Neón. Por más que Jessio consiguiera la manzana de Oro y los ojos de Tatiana, ya no podría llevar a cabo el ritual de la resurrección.
—Comprendo... —musitó la ilusionista, evaluando las posibilidades—. En ese caso, lo mejor sería abordar ambos frentes a la vez. Un equipo puede encargarse de negociar el acceso a la torre mientras el otro se ocupa de explorar el territorio enemigo. Yo puedo guiarlos hasta el bosque...
—Eres la general de los ejércitos de Catalsia —remarcó el inmortal—. Haremos lo que consideres más adecuado, pero debo señalar que tu presencia en la audiencia con el emperador también es importante.
—¿Entonces volveremos a formar los mismos equipos? —quiso saber Winger.
—Es una buena posibilidad —convino Méredith—. Las habilidades conjuntas de Rupel, Demián y Luke son idóneas para una misión de reconocimiento como esta.
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Habiéndose fijado los próximos pasos de la alianza que Gasky lideraba desde Dánnuca, dos miembros de la Guardia Inmisericordiosa fueron enviados esa misma noche a la casa de Matts para informar a Rupel que requerirían de su ayuda nuevamente.
Cuando a la mañana siguiente la pelirroja arribó a los terrenos del conde, cuatro caballos ya habían sido ensillados y estaban listos para emprender el viaje hacia la provincia Tres.
—¿Por qué esa niña puede unirse al equipo de Rupel y yo no? —protestó Soria mientras los corceles se alejaban.
—Lila tiene un olfato increíble —le explicó Winger—. En una misión como esta, ella puede ser de mucha ayuda.
—¡Yo también puedo ser de ayuda! —lloriqueó la reencarnación de Blásteroy, dolida por las palabras de su primo.
—No te aflijas, Sory —trató de animarla Matts—. El conde dijo que necesita consultar unos documentos en la Biblioteca Nacional. Tal vez nosotros también podamos aprovechar la salida y descubrir algo bueno.
Pasar un día de verano encerrada en un edificio con olor a polvo y pergamino no era el tipo de plan que Soria elegiría para levantar el ánimo. Pero mucho menos lo era quedarse sola y refunfuñando. Por eso se unió a los demás en la incursión al distrito del pueblo, llamado así por ser la zona donde convergían los principales edificios de la administración estatal.
Lo que Milau y Méredith querían cotejar en la Biblioteca Nacional era si aquellos bloques misteriosos que ambos habían descubierto tenían el origen que suponían. Los guardianes del establecimiento les negaron el acceso a los archivos más valiosos, pero eso no importaba. Los libros que precisaban no eran singulares o reservados, sino simples crónicas de expedicionarios y obras de historia y arqueología centradas en el continente nórdico de Mélila.
La sala de lectura común estaba fresca, oscura y vacía. Los tomos con los que el conde y su compañera colmaron la mesa eran como un bosque de hojas amarillentas. Y no había atajos hacia las respuestas que buscaban. Cada uno por su cuenta recolectaba datos potencialmente valiosos para luego reunirse y comparar hallazgos. Durante esos momentos de encuentro, Méredith se asombraba por la memoria infatigable del conde Milau, mientras que a él le admiraba la capacidad de ella para asociar, deducir y sacar conclusiones.
Finalmente emergieron del bosque con un resultado. Sus sospechas habían sido confirmadas.
—No cabe duda —sentenció el inmortal—. Los bloques provienen de la isla Plasma. Por insólito que parezca, lo que Neón está haciendo es reconstruir pieza por pieza el Templo de la Luna en el interior de la fortaleza abandonada.
—A pesar de que todo apunta en esa dirección, todavía tengo algunas inquietudes —señaló la ilusionista—. Los signos tallados en esas rocas pertenecen a lo que los eruditos llaman la Primera Lengua. Se desconoce cuál fue su civilización de origen, pero sí se sabe que varias culturas esparcidas por el mundo la compartieron. ¿Cómo podemos estar seguros de que los bloques de Caspión llegaron desde la isla Plasma, y no desde alguna otra ruina con mensajes escritos en la Primera Lengua?
El conde negó con seguridad.
—Si bien es cierto que aún es posible hallar vestigios de esa primera civilización dispersos por el mundo, no todos son funcionales a los fines que Neón persigue. Las placas que fueron desenterradas en Ácropos, por ejemplo, solo cuentan historias acerca de los orígenes cósmicos. Si realizáramos una búsqueda más exhaustiva, verías que la única de estas localizaciones que cuenta con altares de invocación y cámaras para rituales es el Templo de la Luna en isla Plasma. Salvo que Neón haya descubierto nuevas ruinas...
—Por todo lo que cuentan sobre ese hombre, no me sorprendería —repuso Méredith, arqueando una ceja—. El Templo de la Luna es un completo misterio. Es anterior al tiempo de Maldoror y ni siquiera se sabe quién lo edificó. ¿Cómo está Neón al tanto de todo esto?
—Yo me he hecho la misma pregunta —confesó el conde—. Por momentos he tenido la impresión de que su plan atraviesa toda la historia de nuestro mundo...
Méredith y Milau guardaron silencio, envueltos en pensamientos especulativos. La sala de lectura continuaba fresca, oscura y vacía. No había nadie más allí. Los dos, sin embargo, compartían la secreta sospecha de estar siendo observados. No por un semejante, sino por alguna entidad incorpórea, vasta, remota, ilimitada...
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Un cordón rojo bloqueaba el acceso a los pisos más altos de la biblioteca. Solo los visitantes autorizados tenían permiso para consultar los libros más valiosos y, probablemente, los más interesantes.
—Menos mal que estamos en una biblioteca pública —masculló Matts ofendido.
El inventor tuvo que conformarse con la lectura de un manual clásico de mecánica que ya conocía de memoria, mientras que Winger aprovechó para informarse un poco más acerca de la alquimia moderna y el símbolo de la electricidad.
Se habían separado del conde y de Méredith al llegar al establecimiento y ahora se encontraban en otra sala de lectura, sentados en un banco de madera frente a un ventanal. Afuera el día era claro y los rayos de sol se filtraban a través de las copas de los árboles. Mientras los chicos leían, Soria estaba acostada sobre el regazo de su novio jugando con sus pulgares. Seguía tan malhumorada como en la mañana.
—¿Por qué no buscas algún libro, Sory? —le sugirió Matts—. Tiene que haber alguno que te interese.
—Hm... —murmuró ella, poco entusiasmada con la idea.
Sin embargo, pasados apenas unos segundos, se incorporó de golpe y salió volando hacia las estanterías.
Winger y Matts la vieron alejarse y regresar un rato después con un libro grande y celeste titulado: "Las Historias de los Ángeles".
—¡Ey, yo conozco ese! —exclamó el inventor—. El artista que lo ilustró es muy popular en este país. Se lo suele usar para enseñarles a los niños acerca de los ángeles. Recuerdo que mi madre a veces me leía algún pasaje antes de ir a dormir.
—¿Quieres leerme este? —le pidió Soria sonriente, señalando la página treinta y tres.
—¿Estás segura de que no prefieres algo un poco más...?
—¿Quieres leerme este? —repitió la muchacha, imperativa y ahora sin sonrisa.
—De acuerdo... —balbuceó Matts.
A Winger le llamó la atención la insistencia de su prima. Dejó a un lado los hechizos de electricidad y se fijó en el libro celeste. Las ilustraciones que acompañaban al texto eran simples y bellas a la vez, y lograban transmitir sentimientos muy precisos con sus colores. La imagen de la página treinta y tres representaba a una joven vestida de blanco alzando una espada...
«Es la espada de Demián», pensó Winger, asombrado al reconocer el diseño del arma. Tal vez nunca había considerado seriamente el hecho de que su mejor amigo era el poseedor de una reliquia legendaria...
—"Un vestido lleno de marcas" —leyó Matts el título del relato. Puso su mejor voz y comenzó a narrar:
La última danza entre los dioses estaba llegando a su final. Por años, siglos y milenios, no habían dejado de bailar. Cerín ya se había retirado, seguida por Yqmud y por Zacuón. Y cuando Derinátovos se hizo a un lado, en la pista solo quedaron dos.
Riblast con sus alas de cisne. Daltos con sus ojos hermosos. Y el Recinto Etéreo vibraba ante el duelo majestuoso.
Matts dio vuelta la página. Una nueva ilustración representaba a las dos divinidades enfrentadas. El artista había puesto mucho cuidado en resaltar el color de los ojos de Daltos, azules y grises, aunque finalmente lo que más destacaba en su figura eran los cuernos intimidantes. Riblast, por otro lado, era representado como un joven atlético, envuelto en un plumaje blanco y portando una corona de laureles. A pesar de que el relato hablaba de una danza, la postura de los contrincantes delataba que en realidad se trataba de un combate.
Por mucho tiempo Riblast había sido el vencedor, pero esta vez Daltos danzaba mejor. Sus giros veloces causaban mareas. Sus fuertes pisadas partían la tierra. Y aunque la música seguía, el resultado era aplastante: El trono divino pronto tendría un nuevo ocupante.
Entonces sobrevino algo inesperado. Pues nadie se percató de un visitante indeseado que tras colarse en el palacio y hurgar en la sala de tesoros, abandonó el Recinto Etéreo con el más preciado de todos:
Un gran cuenco lleno de mazamor.
Un gran cuenco lleno de mazamor...
La ilustración ahora mostraba a una criatura encapuchada, huyendo con un plato de comida entre las manos.
—¿Qué es mazamor? —preguntó Winger.
—Es un postre tradicional de Lucrosha que se prepara con maíz, leche y miel—explicó Matts—. Por lo general son los niños quienes comen mazamor, pero por algún motivo en todos estos cuentos siempre se dice que es el alimento de los dioses.
El inventor volvió a dar vuelta la página. La nueva imagen impactó mucho a Winger.
Al enterarse del robo, Daltos enfureció. Y nadie en ese palacio de su venganza se salvó. Culpó a sus propios ángeles, sintiéndose traicionado, y uno a uno los devoró para así recobrar la mazamor. Pero no hubo caso: El alimento divino se había ido...
Nunca habían visto a Daltos tan desaforado. Su lanza en una mano, sus dientes ahora rojos, sus cuernos afilados. El dios de la noche y la oscuridad ahora también era el dios de la crueldad. Y estando los divinos fatigados por la danza, no quedaba nadie capaz de impedir la matanza.
Pero un ángel valiente dio un paso al frente.
"Yo sé quién se llevó la mazamor", fue Blásteroy quien habló. "No puedo recuperarla, pero sí guiarte hacia el ladrón"
"¿Y cómo sé que dices la verdad?", indagó Daltos, sin terminar de confiar.
"Saldremos del palacio y caminaremos", explicó el ángel. "Y por cada cien pasos que demos sin hallar al que buscamos, tú podrás castigarme y no haré ningún reclamo."
A Daltos le pareció una oferta razonable. Y siguiendo a la dama de blanco abandonó la pista de baile.
Caminaron juntos cien pasos, y no encontraron al ladrón.
Ofendido el dios de la noche marcó al ángel con una maldición.
Caminaron otros cien, y de nuevo, nada.
Y el dios vengativo volvió a marcarla.
Y así el vestido blanco de Blásteroy se fue llenando con marcas negras de maldición. Era comprensible, pues ella no sabía quién se había llevado la mazamor. Hasta el día de hoy, nadie lo sabe con seguridad. El ángel de la espada solo quiso engañar al dios de la oscuridad, alejándolo del trono divino para dejárselo a Riblast.
La Era del Mito hace mucho ha terminado. Mas ninguno de los dos todavía ha regresado.
Hay quienes dicen que el Cisne vuela para dar con su guardiana. Y aunque continúa recorriendo el mundo, su busca sigue siendo vana.
Sin embargo Blásteroy fue vista una vez más, en una aldea de campesinos. A ellos les entregó su espada, y luego siguió su camino.
Quienes entonces la vieron aseguran que ya tiene tantas marcas en su vestido que más que una prenda, parece un libro.
Un libro acerca de un peregrinaje que sigue hasta nuestros tiempos.
Un libro que cuenta este mismo cuento...
—¡Fin!
Matts cerró el libro con una sonrisa, pero notó que sus oyentes tenían rostros mucho menos animados que el suyo.
Soria acariciaba el dobladillo de su vestido. Su vestido blanco lleno de símbolos negros. Imposible para sus compañeros saber qué era lo que estaba pensando ella pues, ¿quién podría imaginar que allí se encontraba el mismo ángel del cuento?
A Winger, por su parte, el relato le había generado emociones inusuales. Que no le había gustado, eso era claro. Pero había algo más... O varias cosas más.
—¿Lo que dice el cuento es cierto? —indagó Soria.
—No soy experto en el tema, pero no deberías tomártelo al pie de la letra... —le sugirió su novio—. Recuerda que es solo una historia para niños.
—¿Esto es una historia para niños? —Winger no pudo evitar compartir sus inquietudes.
Matts se mostró sorprendido ante la pregunta.
—Cielos, ahora que lo dices, la verdad es que tiene un tono bastante oscuro —meditó el inventor en voz alta—. Y no es el único cuento sombrío en este libro. Tal vez cuando uno es pequeño no se detiene a pensarlo y simplemente disfruta de compartir un buen momento con su madre. Al menos en mi caso, supongo...
—Tenía entendido que Daltos era la deidad de Párima —siguió hablando Winger—. Pero en este relato él es el antagonista. Y de hecho, no sale muy bien favorecido... ¿Cómo es posible que en un país como este permitan este tipo de libros?
—Sucede que la iglesia de Daltos no es como las otras —explicó Matts—. Se dice que Daltos fue el descubridor de todas las ciencias. Y al igual que en la ciencia, en su iglesia se fomenta el pensamiento crítico, incluso frente a la figura de la divinidad. En las misas de la catedral de la noche es común que se citen los errores de Daltos junto con sus aciertos. En otras palabras, no se lo considera un dios "bueno y perfecto", y sus fieles sostienen que está bien que así sea.
Winger se puso de pie y caminó hasta el ventanal. Más allá de los árboles que rodeaban la biblioteca sobresalían las agujas de un edificiode rocas negras, vidrio y metal..
Esa era la catedral de la noche, el centro de la religión basada en Daltos. El dios que sus adversarios estaban tratando de esclavizar...
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La vampiresa y el inmortal recorrían los senderos de piedra que rodeaban la biblioteca bajo la sombra de los cedros. Finalizada ya su investigación, habían decidido abandonar la fría sala de lectura y salir a tomar aire. Los gorriones y su canto eran los guardianes de aquel jardín solitario al que los sonidos de las calles ajetreadas de la capital no tenían acceso.
—Realmente me sorprendió que me recordara, señor —comentó la ilusionista en cierto momento—. Pasaron muchos años, y fue apenas una breve plática...
En aquella época, Méredith se hallaba completando sus estudios sobre la magia que engaña los sentidos bajo la tutela de Ruhi. Después de tantos meses merodeando en solitario por ese castillo estrafalario, no pudo resistir la tentación de asomarse a la sala del té al oír que su maestra conversaba con alguien. La voz del desconocido era grave y poco expresiva, y sonaba como gastada. Se asomó a través del arco de piedra y vio a un caballero con facciones que parecían talladas en mármol. Su melena rubia se partía en dos y caía en cascada sobre unos hombros anchos. Sentado a la mesa junto a la diminuta Ruhi, aquel desconocido parecía un gigante...
—Si mi memoria no falla, eso pasó hace diez años —dijo el conde, para mayor asombro de su acompañante. Y esbozó algo parecido a una sonrisa—: Ruhi te descubrió escondida y sugirió que te acercaras a saludar.
Méredith no pudo evitar reír de la vergüenza. ¡Cómo había podido Ruhi delatarla así!
—No recuerdo de qué hablamos ese día —confesó ella—. Lo siento, mi memoria no es tan buena como la suya, señor.
—Fue una plática sin importancia —respondió el inmortal—. En cuanto al hecho de rememorar, te aseguro que se torna una maldición cuando has vivido tanto como yo.
El atisbo de sonrisa solo había durado un instante y ya se había ido.
Méredith sintió una pequeña pena, como la que se experimenta cuando el sol está por asomarse entre las nubes pero se vuelve a esconder.
—No estoy habituado a este tipo de conversación informal —murmuró el inmortal a modo de disculpa—. Espero no haberte espantado.
—¡Oh! Por supuesto que no, señor. Y tampoco era mi intención incomodarlo —se apresuró a aclarar la ilusionista, quien si bien estaba disfrutando del paseo, en ningún momento buscó generar una charla de amigos.
Los gorriones cantaron con más ímpetu, quizás para disimular el silencio que se estaba formando entre ellos dos.
Entonces ella recordó algo más de aquel lejano encuentro. No era una imagen ni una palabra. Era la impresión que diez años atrás le había causado la mirada tristemente inalcanzable del conde Milau...
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El día en la capital de Párima siguió su curso con normalidad. Matts acompañó a Soria hasta el distrito céntrico para ayudarla a cambiar de humor. Winger y Méredith retornaron a su rutina de entrenamiento. El conde Milau, por su parte, volvió a trabajar en su oficina improvisada, resumiendo la información recabada hasta ese momento y a la espera de un posible contacto por parte de Gasky en los días siguientes.
En las inmediaciones del bosque de Eskivel, en la provincia Tres, el panorama era distinto.
El grupo encabezado por Demián y Rupel dejó los caballos en la aldea de Quimo y siguió a pie a partir de allí. No se toparon con soldados del imperio ni con enmascarados, pero aún así mantuvieron la discreción. Tampoco hubo indicios de ningún carro de carga, lo cual quizás indicaba que el traslado de los bloques ya había finalizado.
Eskivel era un bosque que se vivía raro. Estaba localizado en un valle poco profundo, al pie de un vasto paisaje de sierras que se extendía hacia el sur hasta convertirse en la meseta de Cobalto al llegar a los límites con el reino de Tegrel.
En cuanto al bosque en sí, este era muy silencioso. Casi no había aves, ni roedores, ni mamíferos de mayor tamaño tampoco. Las plantas y árboles crecían en ángulos inuguales, como si una tormenta feroz acabara de azotar la zona. El algarrobo era la especie dominante sobre aquel suelo duro y con escasa humedad. Un cuervo solitario fue la única compañía del grupo de viajeros en misión de reconocimiento.
La tarde avanzaba y pronto anochecería. Decidieron que lo mejor era montar campamento y dejar la búsqueda de la fortaleza para el día siguiente. No encendieron ningún fuego para no llamar la atención de posibles vigilantes enemigos.
—Este lugar me huele muy raro —comentó Demián mientras hincaba el diente en uno de los emparedados de atún que la cocinera de Milau les había preparado.
—Huele a demonio —dijo Lila como al pasar.
—Estando tan cerca de la base de Neón, eso no me sorprende —repuso Rupel—. Lo raro es que no nos hayamos topado con ninguno hasta este momento.
—Esos aleteos que se escuchan cada tanto —dijo el aventurero sin distraerse de la comida—. Te apuesto lo que quieras a que son becúberos.
—También debe haber virmens —señaló la pelirroja—. Noté que a intervalos irregulares hay montículos de tierra removida.
—Serán para nuestras tumbas —soltó Luke un chiste totalmente fuera de tono con la conversación. Acabó con su cena y se puso de pie—. Si me disculpan, la naturaleza me llama. Voy a ir atrás de esos arbustos. No me espíen. Sobre todo tú, Cabello de Azúcar.
—¡Oye!
El apostador se alejó mientras soltaba una carcajada. Estaba de buen humor porque esa noche los demás se encargarían de hacer guardia y lo dejarían dormir sin interrupciones hasta el amanecer. Necesitaba estar en el mejor estado posible para la misión que estaban llevando a cabo, y le encantaba pensar que los demás dependían de él.
Apenas acababa de desabrocharse los pantalones cuando...
¡Tkj...!
Acababa de dar un salto de tiempo importante.
Regresó corriendo al campamento. El nerviosismo en su mirada contrastaba con la actitud de hacía apenas unos momentos.
—Nos están rodeando, tenemos que movernos de aquí enseguida.
Todos se pusieron en alerta.
—¿Quiénes? —indagó Demián.
—Vamos —se limitó a responder Luke y tomó un camino diferente al que habían estado siguiendo.
Rupel miró al aventurero con intriga, y este le dio a entender que en esos momentos lo mejor era hacerle caso al Viajero Regresivo.
—No puedo creer que esas cosas se muevan tan rápido —masculló el jugador, hablando más para sí mismo que para los otros—. En dos horas estaremos todos muertos.
—Qué alentador —soltó la pelirroja con ironía—. ¿Vas a decirnos qué está pasando? ¿Nos están siguiendo?
—Nos están cazando.
—¡Quiénes!
Luke se detuvo de golpe y obligó a los demás a hacer lo mismo.
—Ahí tienes a uno.
Su dedo apuntaba hacia un pino que les cortó el paso.
Pero... ¿Realmente era un árbol?
La copa se mecía de un lado a otro de manera hipnótica. Pero no había viento. Una inspección más detenida revelaba que sus hojas eran extremadamente finas, como cabellos oscuros.
Y cuando el pino giró hacia ellos, entendieron el por qué del espanto de Luke.
Un ojo grande y amarillento sobresalía entre las ramas superiores y parecía estar sondeando los alrededores.
—Una opia —susurró Rupel con inquietud—. Es un demonio de leyendas. Una criatura voraz que se hace pasar por un árbol para sorprender a sus presas.
—A eso tengo que verlo... —dijo Demián y desenvainó su espada con creciente curiosidad.
Rupel lo contuvo con un ademán brusco.
—Se dice que las opias no atacan directamente a sus presas, sino que tienen varios nidos de plumas viviendo en su pelaje.
—¿Nidos de plumas? —repitió el aventurero—. ¿Esas cosas realmente existen? Pensaba que eran un cuento para espantar a los niños.
—Nunca he visto uno —admitió Rupel—. Pero tampoco había visto una opia...
Las raíces de la criatura estaban levantadas. Más bien se trataba de cuatro garras con uñas afiladas que se clavaban en el suelo y le servían al monstruo para desplazarse de manera lenta y sigilosa.
—Si nos acercamos más, la opia nos verá —advirtió la pelirroja—. Entonces alertará a los nidos y cientos de plumas se abalanzarán sobre nosotros para arrancarnos la carne. La opia se alimenta de la sangre que esas alimañas recolectan.
—Y eso es lo que nos pasará a todos nosotros —intervino Luke, quien ya lo había vivido en carne propia—. Tenemos que esquivarla y salir de este lugar. Esas cosas se están moviendo ahora mismo para cerrarnos el paso.
—¿Y la misión? —preguntó Demián.
—No vamos a llegar hasta el fuerte —le contestó el Viajero Regresivo de forma tajante—. Este bosque está endemoniado. Literalmente.
Esquivaron al monstruo y siguieron avanzando. Sus pisadas se iban acelerando. De pronto tuvieron la sensación de que todos los árboles se movían. La vegetación parecía estar murmurando algo en su contra.
Y entonces se toparon con otra opia de frente.
Y esta vez el demonio los vio.
Su pupila se encendió como un faro en la noche, comenzó a vibrar y liberó un zumbido grave e inquietante. El pelaje de la criatura se erizó y una parvada de plumas se elevó.
—¡Lluvia de Fuegorriones!
El conjuro de Rupel fue masivo. Sus aves lograron retener a las plumas carnívoras mientras ellos echaban a correr.
—¡Maldita sea! —lloró Luke—. ¡Si nos llegamos a topar con otro más, juro que voy a retroceder hasta hoy a la mañana! ¡Este viaje no tuvo ningún sentido!
—¡No! —trató de detenerlo la pelirroja—. Nosotros también necesitamos conocer lo que pasa aquí. Si haces lo que sea que tú haces para regresar en el tiempo, cada vez que nosotros volvamos a este bosque será nuestra primera visita.
—¡Y por qué piensas en volver a este maldito bosque!
Los cuatro continuaron corriendo hasta llegar al sendero que conectaba el bosque con Quimo. A la distancia se avistaban las casas iluminadas del poblado. Esas luces fueron un rayo de alivio frente al peligro que acababan de dejar atrás.
Siguieron marchando a paso veloz. Pero...
—¡Tkj...!
Luke volvió a detenerse.
—Estamos yendo directo hacia una trampa —señaló el Viajero Regresivo—. En ese poblado hay decenas de enemigos esperándonos. Tampoco podemos retroceder. Además de los árboles asesinos, ahora también hay un grupo de búsqueda intentando atraparnos. Entre ellos, un maldito cuervo que probablemente nos estuvo siguiendo desde que llegamos a este lugar.
—Nos hicieron un movimiento de pinza —murmuró Rupel.
—¿Qué vamos a hacer? —inquirió Demián, quien se sintió repentinamente acorralado.
—Escuchen —retomó Luke la palabra—. Si hacen todo lo que yo les diga, puede que no solo salgamos ilesos de esta situación, sino que además le llevaremos al conde un bonito regalo.
Los temblores de espanto del Viajero Regresivo se habían convertido en una sonrisa llena de confianza. Había visto un futuro que los demás desconocían, y retornado con un plan en mente.
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