XXIII: El muelle 5

En uno de los distritos marginales de Battlos se encontraba la calle de las herrerías, la cual reunía a los artesanos del metal más diestros. No todos ellos tenían la integridad a la altura de su reputación pero, ¿cómo juzgarlos? Las herramientas para la guerra y el asesinato eran mucho mejor pagas que las cacerolas y los cerrojos.

El equipo conformado por Rupel, Demián y Luke acudió a esa calle en busca del hombre que había logrado romper el brazal de Winger y extraer la gema de Potsol. El calor de la tarde iba menguando despacio y el repiqueteo de los martillos comenzaba a cesar. El grupo se movía con discreción por la zona. Ya habían identificado el taller visitado por Caspión y aguardaban la partida de los últimos clientes de la jornada para entrar en acción.

—Qué espectáculo montaste hoy, cachorro de dragón —soltó Luke en cierto momento—. ¿Realmente puedes perder tanto la cabeza por esa niña tonta?

—Oye, estás hablando de mi amiga —lo enfrentó Rupel—. Pero tienes razón en eso... Demián, ¿en qué estabas pensando?

El aventurero agachó la cabeza y esquivó las miradas de sus compañeros.

—¿Tenemos que hablar de esto? —preguntó apenado.

—Sí, tenemos que hablarlo —repuso Rupel—. Porque, te guste o no, vas a seguir topándote con esos dos. Tendrás que afrontarlo.

—Había dado por sentado que Soria era tu novia —comentó Luke—. ¿Cómo puede hablarte tan despreocupadamente de ese tal Matts?

—Pues... Yo... Yo... —Demián sentía que la temperatura de su cara iba en aumento.

—¡Pues él nunca le dijo lo que sentía por ella! —declaró Rupel—. De acuerdo, mi amiga es una despistada. Pero este espadachín intrépido jamás le confesó sus intenciones. ¡No pretenderás que ella se quede esperándolo!

—Vaya, es más grave de lo que pensaba... —murmuró Luke y apoyó una mano sobre la cabeza del aventurero—. ¿Cuál es tu estrategia para conquistarla?

—¿Estrategia? —balbuceó Demián—. No sé... ¿Rescatarla y protegerla?

Tanto Rupel como Luke negaron pesadamente con sus cabezas.

—¿Nada más? —insistió la pelirroja.

—Bueno... Una vez se me ocurrió regalarle una flor.

—Patético —exclamó el jugador.

—¡Es un lindo gesto! —replicó Rupel—. Pero necesitas ser más directo y decidido. A este paso, ella nunca te tomará como un pretendiente real.

—Serás su amigo eternamente —agregó Luke.

—¿Podemos dejar esta conversación, por favor? —imploró el aventurero.

—¡Solo te estamos dando algunos consejos! —remarcó el apostador—. De momento, tal vez lo mejor sea que te alejes de la chica por un tiempo.

—Opino igual —coincidió Rupel—. Demuéstrale que tu vida no gira en torno a ella. Piensa en frío. Hazte valer un poco.

—Hacerme valer...

A pesar de que aquella charla lo había incomodando demasiado, el aventurero tomó en cuenta todo lo que le habían dicho, y más tarde se pondría a pensarlo detenidamente...

—Ey, miren.

Luke señaló hacia la entrada de la herrería. Un sujeto calvo y fornido había despedido a un cliente rezagado y ahora estaba guardando sus herramientas de trabajo.

—Ese es el tipo con el que habló Caspión —indicó Demián al reconocerlo.

—Podemos colarnos por el patio y entrar por la puerta de atrás —propuso Rupel—. Vamos.

Las primeras estrellas estaban apareciendo y el equipo se puso en movimiento.

Valiéndose de su don, Luke fue esquivando todas las miradas y condujo a sus compañeros de manera segura hasta el patio interno del taller. El lugar estaba repleto de piezas oxidadas, fundiciones fallidas y bolsones de carbón.

—El brazal estaba entre toda la basura —señaló Demián en voz baja.

—Me habían dicho que esta ciudad tiene herreros talentosos —comentó Rupel—. Nuestro amigo debe especializarse en desbaratar y romper cosas...

—No sé quiénes son ustedes, pero el negocio ya está cerrado.

El hombre calvo acababa de aparecer en el patio. En una mano tenía el paño que utilizaba para limpiar sus herramientas, y en la otra, un martillo contundente. La expresión en su rostro era desconfiada y hostil.

—Tranquilo, señor —le respondió Rupel con una sonrisa—. Solo queremos hacerle algunas preguntas.

—¡¡DIJE QUE YA ESTÁ CERRADO!!

Aquel herrero era plenamente consciente de los trabajos clandestinos que realizaba en su taller, así como de la clase de clientes con los que lidiaba a diario. Por eso no vaciló al blandir su martillo contra la visitante sospechosa que trataba de engañarlo con una sonrisa.

Sin embargo, no previó que esa pelirroja era mucho mejor peleando que fingiendo.

Rupel se agachó con agilidad y el martillazo pasó de largo. Acto seguido y sin siquiera levantarse, propinó al calvo un puntapié certero en el abdomen.

El herrero soltó el paño y su herramienta y clavó las rodillas en el suelo de tierra.

—No te pases de listo con nosotros, ¡Tkj...! Marlon. —Luke se paró frente al dueño del taller con una postura intimidatoria—. Quédate muy quieto ahí y escucha con atención. No querrás que le hagamos una visita a tu padre, ¡Tkj...! Asmus, en villa Riviera.

Aún con la respiración cortada por el golpe, los ojos del hombre se llenaron de temor.

—¿Cómo saben esas cosas? —indagó.

—Sabemos muchas cosas, Marlon —replicó el Viajero Regresivo—. Solo necesitamos que nos ayudes con una en particular...

Una de las forjas todavía seguía encendida en el taller. Demián avanzó hasta ella, metió el brazo entre las ascuas y extrajo una barra de hierro candente con la mano desnuda.

Gotas de sudor espantado rodaron por la cabeza del herrero calvo.

—No estoy teniendo un buen día —dijo el aventurero con las pupilas ardientes—. Así que más vale que empieces a hablar, o esto se va a poner muy feo...


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Debido a que la misión doble que estaban llevando a cabo requería de cautela y sigilo, no todos los aliados de Gasky abandonaron los terrenos del conde Milau.

A la Guardia Inmisericordiosa se le dio la orden de extremar la vigilancia y resguardar las misivas reales de Catalsia, Lucerna y Pillón.

En cuanto a los demás, no tenían mucho más para hacer que esperar.

Una quietud muy incómoda había hecho nido en el comedor de la casa, justo encima de la mesa.

Sentadas en extremos opuestos, Lila y Soria no se quitaban los ojos de encima.

Ubicado en el medio, Matts no sabía bien qué hacer o decir.

—Esto... —balbuceó el inventor—. ¿A qué hora creen que regresarán los demás? ¿Deberíamos preparar algo de comer para cuando...?

—¿Vas a continuar mirándome de esa forma por mucho tiempo? —saltó Soria de repente.

—Solo hasta que confieses que le diste tu espada a mi jardinero —replicó Lila.

—¡Yo no le di ninguna espada a nadie! Y Demián no es ningún jardinero, ¿por qué lo llamas así?

—¡Entonces admites que lo elegiste como guerrero de Riblast!

—¡Deja de poner palabras en mi boca!

—¡Dónde has estado todos estos años!

—¡Estás loca! ¡Yo no te conozco!

Resignado y desconocedor de que estaba presenciando un conflicto entre dos ángeles, Matts metió la mano en su "Bolso Sin Fondo" y sacó las orejeras que utilizaba al trabajar para protegerse de ruidos intensos.


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Los uniformados que superpoblaban las avenidas de Battlos detenían su patrullaje antes de llegar al muelle 5. Los faroles de aquella zona irradiaban una luz tan tenue que las mercancías ilegales circulaban libremente entre los barcos sin registro, los galpones clandestinos y las carretas con destinos inciertos.

¡Kenopsia! —exclamó el conde Milau.

Los símbolos alquímicos de Daltos lo envolvieron junto a sus dos compañeros de equipo. La penumbra los tragó a los tres.

Winger trató de mirarse las manos, y una desagradable sensación de vértigo lo invadió al no poder encontrarlas. Pensó por un momento que sus ojos estaban encegueciéndose, pero comprobó que podía ver con claridad todo lo que se hallara por fuera del radio de influencia del hechizo del inmortal.

—Kenopsia repele las partículas de luz —le explicó Méredith al sentirlo nervioso.

—Así nos resultará más fácil eludir a los vigilantes —acotó el conde—. Comencemos por los galpones de almacenamiento. Dividámonos.

Méredith se encargó de investigar el primero, pero allí solo había cajas con armas de contrabando.

Lo único que Milau halló en el segundo fueron plantas medicinales, opiáceos y hongos alucinógenos.

Aves exóticas recibieron a Winger en el tercero agitando sus plumas coloridas. El muchacho comprobó entonces que a pesar del largo alcance de la técnica de camuflaje del conde, esta solo obnubilaba el sentido de la vista.

Caminaba con cuidado entre las jaulas cuando lo vio, más allá de los barrotes, entre carretas tiradas por bueyes.

El individuo que habían ido a buscar.

—Caspión... —murmuró Winger.

El antiguo general de los ejércitos de Catalsia se ocupaba de impartir órdenes a sus subordinados. Varios de ellos portaban máscaras de animales.

—Lo has encontrado —dijo Milau, quien de repente se hallaba parado detrás de Winger.

Méredith también se había reunido con ellos, y estaba fijándose en el trayecto que aquellos hombres andaban y desandaban.

—Miren eso... Están descargando algo desde una de las fragatas.

—¿Bloques de piedra? —dijo Winger.

En efecto, lo que los subordinados de Caspión parecían estar acomodando en múltiples carretas eran piezas de roca de gran tamaño.

—Se los ve apurados —señaló la ilusionista.

—Actuemos rápido entonces —repuso el conde—. Méredith, Winger, busquen la forma de subir a esa fragata y averigüen tanto como puedan. Yo me ocuparé de inspeccionar las carretas.

—¿Subir al barco...?

La sugerencia del inmortal tomó a Winger desprevenido, como así también lo hizo la vampiresa al apresarlo con sus piernas y elevarse de súbito.

Aquello fue más un gran salto que un verdadero vuelo. Un solo aleteo potente bastó para que los faroles del muelle se convirtieran en manchas luminosas esparcidas por el suelo. Segundos luego, las botas de Winger ya pisaban los tablones de la cubierta de la fragata clandestina que tenían que investigar.

—A partir de ahora, máxima discreción —le susurró Méredith, quien había vuelto a ser humana—. Sígueme.

Descendieron por unas escaleras hasta el depósito de la embarcación. El efecto de la Kenopsia del conde iba poco a poco apagándose, por lo que debían extremar las precauciones. Winger encendió una minúscula Bola de Fuego en la palma de su mano, y Méredith hizo lo mismo con una azul. La bodega estaba dividida en pasillos por largas estanterías, las cuales contenían aquellos bloques de piedra desgastada que habían visto en el exterior. Cada estantería estaba marcada con un código alfanumérico, así como cada bloque tenía su propia etiqueta individual.

—Winger, observa este lugar —le pidió la ilusionista—. ¿Qué se te ocurre?

El mago de la capa roja posó la mano sobre una de las estanterías, analizando el código que la identificaba.

—Los datos son muy precisos —destacó Winger—. Parecen coordenadas. Podrían indicar la posición exacta en la que cada pieza debe ensamblarse.

—Lo mismo pensé yo —coincidió Méredith—. Es un gigantesco rompecabezas...

—¡¿Quién anda ahí?!

El depósito se vio repentinamente iluminado por el brillo de una lámpara de aceite. Se trataba de un hombre con una máscara de escarabajo.

Méredith alzó las manos y se dejó apresar por el rayo de luz.

Confió en que su discípulo sabría lidiar con una eventualidad como esa:

—¡Puño Tornado!

El golpe de viento sorprendió al enmascarado.

Directo en las vértebras cervicales.

Soltó un grito ahogado y cayó al piso inconsciente.

—Bien hecho —exclamó la ilusionista—. Veamos qué hacer con él...

Mientras Winger y Méredith buscaban un sitio para esconder al enmascarado, el conde Milau revisaba las carretas supervisadas por Caspión. Eran un total de diez vehículos resistentes, con toldas para protegerlos de la intemperie y tirados por bueyes fornidos. Estaban preparadas para soportar mucho peso y recorrer una larga distancia.

El inmortal se arrimó con pisadas inaudibles a la carreta más alejada de los faroles. Esta ya había sido cargada y estaba lista para partir. Descorrió la lona y se encontró con los bloques de piedra gris. Pasó los dedos por la superficie rocosa y notó que algunos tenían relieve. Imposible descifrar su contenido solo con el tacto, por lo que se valió de una flama discreta para iluminarse.

Las figuras esculpidas con las que entonces se encontró despertaron su interés. Las estudió con detenimiento. La incertidumbre inicial dio paso al escepticismo, y este acabó transformándose en una perplejidad contundente.

La cara del conde, siempre imperturbable, ahora mostraba el mayor de los desconciertos:

«¿Es posible que estos bloques provengan de...?»

—¡ALTO!

Un grito estridente llegó desde arriba.

Cien lámparas se encendieron al mismo tiempo.

Todo el movimiento en el muelle 5 se detuvo.

Nadie entendía lo que estaba pasando. Los hombres armados que habían rodeado la zona liberada eran oficiales del ejército. ¿Qué hacía el ejército en la zona liberada...?

La persona cuya voz resonó como el disparo de un fusil bajó de un salto desde el techo de uno de los galpones. Milau confundió su silueta con la de un demonio. Pronto descubrió que lo que había visto como un par de alas eran los filos de una enorme hacha doble.

El portador del arma de guerra era un joven cuya edad no superaba los veinte años. Tenía el cabello largo y de color púrpura, y vestía una armadura de metal gris opaco.

A Milau ya le habían advertido acerca de un individuo con tales características...

—¡Buenas noches, señor conde! —exclamó el inoportuno con un tono jovial y una reverencia respetuosa—. Tal vez esta redada lo haya sorprendido. Antes que nada, permita que me presente. Mi nombre es...

—Agathón —se adelantó a contestar Milau—. Uno de los doce generales del imperio de Parima.

El dueño del hacha gigante sonrió con satisfacción.

—Es un honor para mí el ser reconocido por una figura legendaria como usted —dijo el general—. Pero cuénteme, conde Milau, ¿qué rayos hace alguien de su talla en este lugar y precisamente en este momento?

Todas las lámparas estaban apuntándolo. Los trabajadores ilegales, Caspión y sus subordinados entre ellos, también querían saber qué estaba ocurriendo.

No valía la pena excusarse o tratar de aparentar, por lo que el inmortal decidió encarar la situación de frente:

—Yo...

—¡Lo sé! —Agathón lo interrumpió abruptamente—. Usted acudió a este muelle para desbaratar una red de contrabando de armas. ¿Verdad que es así? ¡Pero, señor conde, usted se equivocó de cargamento! Las armas ilegales no están en estas carretas, ni en esa fragata. La embarcación que usted buscaba es aquel galeón...

Con la suavidad de quien levanta una pluma para escribir, Agathón desenvainó su gran hacha y apuntó contra el barco que se hallaba amarrado junto al que Winger y Méredith habían ido a investigar:

—¡Meteoro!

Empleando el arma como canalizador, Agathón disparó el conjuro rojo con una potencia arrolladora.

Las flamas se apoderaron del galeón, y esa fue la señal para que los hombres del general abrieran fuego con sus rifles.

La embarcación no tardó en convertirse en una ruina. Los contrabandistas tuvieron que saltar por la borda para salvar sus vidas y rogar clemencia.

Con la nave a medio hundir y los soldados procediendo a arrestar a los sobrevivientes del ataque, Agathón volvió a dirigir su atención hacia el conde Milau.

—Gracias por su colaboración, señor —agradeció el joven militar al inmortal—. Con su ayuda hemos podido detener a estos malhechores. En cuanto al cargamento que usted estaba revisando... —Cubrió las rocas talladas con la lona—. No tiene por qué preocuparse. Estoy seguro de que se trata de una actividad totalmente legal. ¿No es así?

—Por supuesto.

Caspión se hizo oír y caminó hasta el general con un documento en la mano.

Mientras Agathón se tomaba un momento para inspeccionar la autorización, Milau y el aliado de Neón se miraron con odio.

—Tanto tiempo —murmuró el hombre de la armadura negra.

—Y sigues eligiendo una y otra vez el mismo sendero —repuso el inmortal.

Ellos dos se habían conocido durante la batalla que puso fin a la Era de la Lluvia.

Por aquel entonces, Caspión no era más que un simple soldado raso del imperio de Laconte, un muchacho de mirada fría que fue tomado como prisionero luego de un episodio caótico causado por los guerreros de Riblast.

Su presencia en el grupo generó no pocas disputas. Imploró que se le permitiera unirse a la expedición, pero muchos desconfiaron de sus verdaderas intenciones. Neón fue el único que apostó por él, y su intuición terminó siendo acertada: Caspión traicionó a los suyos y fue la pieza clave que les permitió llegar hasta la capital del imperio, sitio donde tuvo lugar el último combate.

Una vez finalizada la guerra, se los vio partir a los dos en el mismo barco...

Habían transcurrido casi veinte años desde aquel entonces. Caspión ya no era un muchacho incomprendido y rebelde, sino una cínica máquina de matar que había trepado hasta la cima de la organización criminal más peligrosa del mundo.

Veinte años atrás, Caspión no hubiera osado desafiar la mirada del conde del modo en que esta noche lo estaba haciendo.

—Este documento se encuentra en orden —anunció Agathón—. Tiene la firma del general Himbert, lo que prueba que lo que estas personas están haciendo está dentro de los términos de la ley.

—En el muelle 5... —murmuró Milau.

—Señor conde, no debe sorprenderse —dijo el general—. Entre otras cosas, este muelle es utilizado para operaciones que precisan de una rápida resolución. Battlos jamás permitiría que uno de sus muelles sea empleado para actividades deshonestas. Usted mismo acaba de comprobarlo —acotó señalando el galeón hundido—. Quiero creer que usted no sospecharía nunca de nuestra auténtica vocación de justicia y bien común.

—Por supuesto que no —contestó Milau con total sequedad.

—Hablando de otra cosa —prosiguió Agathón—. Ya que la confusión ha sido aclarada, ¿le importaría ordenar a sus subalternos que se muestren ahora mismo? No necesitan seguir escondiéndose.

—¿Subalternos? —Milau trató de fingir desconcierto.

—Dudo mucho que una personalidad como usted se haya infiltrado aquí en solitario. Vamos, dígales que salgan...

La voz del joven general sonó a una petición, pero en realidad era un mando. Sus ojos lo confirmaban.

El conde demoraba su respuesta cuando de pronto dos individuos descendieron de la fragata. Uno de ellos llevaba una máscara de escarabajo, y escoltaba al otro a punta de espada. El prisionero era Winger, quien tenía los brazos en alto.

El mago de la capa roja miró de reojo a Caspión. Luego fijó sus pupilas en el conde, tratando de transmitirle un mensaje secreto...

—¿Nos conocemos?

La pregunta de Agathón tomó desprevenido a Winger. El general se había parado justo enfrente de él y, por algún motivo, le estaba sonriendo con interés.

—Creo que no... —balbuceó el prisionero.

—¿Cómo te llamas? —insistió el general.

—Winger de Catalsia.

El rostro de Agathón resplandeció al oír ese nombre.

—¡El traidor de Catalsia! —exclamó—. Me complace conocer a un estratega como tú.

Winger no pudo disimular una cara de total extrañeza. Buscó auxilio en el conde, pero este le hizo saber con un gesto que lo mejor era no decir nada.

—Supongo que ya tendremos tiempo para platicar en otra ocasión —concluyó el general alegremente—. Ya es tarde, y todos deberíamos regresar a nuestros quehaceres. Señor Caspión, puede continuar con lo suyo —dijo y le devolvió la autorización con el sello oficial—. Señor Milau, tengo entendido que ha solicitado una audiencia con la cúpula administrativa de nuestro imperio, ¿cierto?

—En efecto —corroboró el conde—. Pero aún no he recibido ninguna contestación a mi pedido.

—Todos odiamos la burocracia —se lamentó el general y negó con la cabeza—. No se preocupe. Yo mismo me encargaré de arreglar esa reunión. Acuda al palacio de gobierno dentro de tres días. ¿Le parece bien a primera hora de la mañana?

—Es muy amable de su parte, general.

—No tiene por qué agradecerme. Uno de nuestros héroes históricos se merece un trato especial. Ahora, si me disculpan, debo acabar con la redada de esta noche. Los veré de nuevo en tres días.


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Méredith creó una burbuja translúcida empleando símbolos de Zacuón.

¡Psicofanto!

La burbuja entró en contacto con el cuerpo del enmascarado caído y se expandió hasta cubrirlo por completo. Luego regresó hasta las manos de su creadora con una espiral de colores en su interior. La ilusionista la reabsorbió a través del diafragma y despacio, lentamente, su apariencia fue mutando.

No se trataba de una transformación. Más bien era un espejismo. Cuando Méredith recogió la máscara de escarabajo y se la colocó, nadie habría podido ver que se trataba de una impostora.

—Vamos a encerrarlo en este armario —dijo la ilusionista con su voz de siempre—. Confiemos en que no despertará hasta que las carretas hayan partido.

—¿Qué tienes pensado hacer? —le preguntó Winger.

—Viajaré infiltrada entre ellos para descubrir adónde llevan estos bloques. Ustedes no se preocupen por mí. Regresaré a la residencia del conde en cuanto haya reunido información suficiente.

Todo aquello sucedió luego de que la explosión del Meteoro de Agathón aconteciera. Méredith había tomado una decisión en cuatro segundos. Lo único que entonces restó por hacer fue tomar una espada y salir a cubierta en calidad de captor escoltando a un prisionero.

—... Y eso fue lo que pasó en el barco —concluyó Winger.

Caminaba junto al conde por una de las avenidas comerciales de Battlos.

Habiendo sido descubiertos, ya no tuvo sentido permanecer en la zona del muelle clandestino. Caspión los había vigilado mientras se alejaban, pero sin mostrar una intención de seguirlos. Al menos, no en ese momento.

—Claramente, su prioridad era el desembarco —concluyó el conde—. Si la infiltración de Méredith resulta exitosa, tal vez descubramos el por qué. La información que logre recolectar puede sernos de gran ayuda. Sobre todo luego de lo ocurrido esta noche...

Las veredas se hallaban menos transitadas a esas horas y había más espacio para caminar. Los carteles brillantes de los puestos de comida invitaban a los paseantes a probar su variedad de sabores.

El conde le dio a Winger algunas monedas de plata y lo envió a comprar algo para comer. El muchacho vaciló entre los emparedados de albóndiga y las salchichas a la parrilla, pero acabó decidiéndose por dos varas de pescado frito.

Mientras continuaban desandando el camino hacia la casa, el conde retomó la conversación en el punto donde la habían dejado:

—¿Qué opinas de la aparición de Agathón? —indagó.

—Usted me dijo que él es uno de los generales más importantes del imperio —señaló Winger—. Es sospechoso que estuviera ocupándose de ese tipo de trabajo, justo en ese lugar...

—Y no es lo único sospechoso —repuso el inmortal—. El documento que Caspión le enseñó era auténtico. Tenía el sello de Himbert, otro de los doce generales.

—¿Eso significa que los gobernantes de Párima son cómplices de Neón? —preguntó Winger, sumamente alarmado.

—Debemos tener presente que la deidad protectora de Párima es Daltos —advirtió Milau—. Dudo mucho que el plan de esclavizarlo sea del agrado de la totalidad de los líderes del imperio. Sin embargo, no podemos descartar que algunos de ellos formen parte de la confabulación orquestada por Neón.

—Los generales de Párima... —musitó Winger—. ¿Todos ellos son combatientes poderosos?

—Algunos son estrategas militares, otros son políticos astutos. El poder de pelea no es la única vía para escalar hasta la cima. Pero Agathón es un caso especial. Definitivamente no querremos tenerlo en contra.

—Me resultó alguien muy raro. Su forma de comportarse... Sabía lo que estábamos haciendo en el muelle 5 y no le importó. Parecía estarse divirtiendo.

—Es muy difícil entender la personalidad de alguien como Agathón. Lo que sí pude notar es que su actitud cambió al toparse contigo.

—¡¿Conmigo?! —balbuceó Winger.

—Lo noté muy interesado en ti —destacó el conde—. A tal punto que olvidó que tal vez teníamos más aliados escondidos.

—Él me llamó el traidor de Catalsia...

Winger detestaba ese apodo. Le resultaba desagradable que su mala fama del pasado ahora les estuviera abriendo las puertas del imperio más temible del mundo.

—No debemos sacar conclusiones precipitadas —sugirió Milau—. Todavía quedan cabos por atar. Esperemos que el otro equipo haya podido completar su misión. Y que el destino o el azar acompañen a Méredith.


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Cuando Winger y Milau ingresaron a la casa, encontraron al resto de los miembros del grupo sentados alrededor de la mesa del comedor, separados en dos facciones bien marcadas. Lila había vuelto a reunirse con Demián y Luke, mientras que Rupel se hallaba conversando con Soria y Matts. La pelirroja y el sobrino de Gasky eran los embajadores que mediaban en la frontera entre ambos extremos del mantel.

El primero que se dio cuenta de que faltaba alguien fue el aventurero:

—¿Dónde está Méredith? —inquirió.

—Su misión no ha concluido —contestó el conde.

—No te preocupes —tranquilizó Winger a su amigo—. Ella estará bien.

Los recién llegados procedieron entonces a narrar el episodio del muelle. Destacaron el hallazgo de los bloques misteriosos y la sospechosa irrupción de Agathón.

—Agathón es una persona sumamente inteligente —comentó Matts—. No por nada es el general más joven de la historia de Párima. Sus habilidades estratégicas le han permitido salir victorioso en más campañas militares que cualquiera de sus compañeros de rango. Ya es raro que se encuentre en la capital en vez de estar expandiendo las fronteras del imperio.

—¿Crees que él pueda estar conspirando con nuestros enemigos? —indagó el inmortal.

—Puede esperarse cualquier cosa cuando se trata de Agathón —respondió el inventor—. Se rumorea que el mismo emperador es consciente de que sus días a la cabeza de Párima terminarán cuando Agathón decida derrocarlo. Y si no hace nada para impedirlo es porque sabe que no hay nadie mejor que él para gobernar una nación bélica como esta. Agathón nació para la guerra.

—Hermoso ejemplar de soldadito... —masculló Luke.

—¿Y cómo les fue a ustedes? —giró Winger el eje de la conversación hacia el otro equipo.

—Más o menos... —dijo Rupel, cruzada de brazos—. Encontramos al herrero y lo interrogamos. Es un experto en desmantelar artefactos con cualidades inusuales de resistencia, como cajas de seguridad encantadas o grilletes de restricción. Admitió que la semana pasada logró extraer la gema de Potsol del brazal. Caspión lo visitó esta mañana solo para retirar un encargo relacionado con su ridícula armadura negra. La gema ya no estaba en manos de ninguno de los dos.

—¿Podemos confiar en su palabra? —preguntó el conde.

—Lo matamos de miedo, créenos —intervino Luke—. Ese tipo no se hubiera atrevido a mentirnos.

—La gema de Potsol es una pieza fundamental en el plan de Neón —explicó Milau—. Si la recuperamos, todos sus esfuerzos habrán sido en vano. Usa tu don para regresar en el tiempo y comunícame esta información personalmente. No bastará con que retrocedas solo unos días, pues en ese momento te encontrabas cruzando el Océano. Retrocede un mes y reúnete conmigo en Playamar.

El apostador no se molestó en disimular una carcajada ante semejante sugerencia.

—¡Que retroceda un mes! ¡Un mes entero! —exclamó sin parar de reír—. Seh, claro... ¿Y por qué no dos o tres años...?

La silueta del conde inmortal se le fue encima como un gran témpano de hielo.

—¿Te burlas de mí, Viajero Regresivo? —preguntó.

—¡N-no, señor...! ¡No es eso...! —Luke se achicó en su asiento mientras se atajaba con las manos—. Retroceder largos períodos no suele traer buenos resultados. Las cosas solo empeoran. Además, para llegar a tiempo con el mensaje debería ir incluso más atrás que la batalla en Vanilla. Y eso sí que sería muy malo...

—Luke repitió incontables veces el escenario de esa batalla —habló Winger en su defensa—. Solo en uno pudimos vencer. Puede que no volvamos a tener tanta suerte...

—No la tendremos —aseveró el apostador.

El dueño de casa regresó a su asiento con el ceño fruncido y la frustración de quien debe dejar pasar una oportunidad de oro.

—Confiaré en ustedes y dejaré ir la gema —se limitó a responder—. Lo cual significa que a nosotros solo nos resta esperar la audiencia que Agathón nos prometió con el emperador Behemot. Aprovechemos estos días para prepararnos mentalmente para ese encuentro.

La medianoche los encontró con sueño y cansancio. Lo más práctico hubiese sido que todos se quedaran a dormir allí, pero Rupel seguía firme en su postura de no compartir el mismo techo que el conde. Por el otro lado, Demián jamás pondría un pie en la casa de Matts...

Era la hora de separarse.

—¿No vas a venir con nosotros? —preguntó Soria a su primo con tristeza cuando llegaron a los peldaños que conducían hacia la salida de la estancia.

—Lo siento —se disculpó Winger con ella. Se moría de ganas, pero sabía que en estas situaciones debía estar junto a su mejor amigo—. Espero que no les moleste que me quede aquí.

A pesar de haber hablado en plural, la última frase iba dirigida a Rupel.

La pelirroja le acarició una mejilla sonriendo.

—No tienes por qué disculparte —aseguró—. Después de todo, la problemática aquí soy yo. Me conformo con saber que estamos en la misma ciudad.

—Si quieres, Winger, puedes venir mañana a visitarnos —le propuso Matts—. Pregúntale a mi tío cómo llegar al distrito norte.

Esa idea entusiasmó mucho al mago de la capa roja. Los acompañó hasta abajo y se despidió prometiendo que en pocas horas se volverían a ver.

Ya acostado en la parte superior de la litera que compartía con Luke, Winger se quedó un buen rato mirando los tirantes del techo.

El día había sido largo.

Muchas cosas habían pasado.

«Espero que Méredith se encuentre bien...», llegó a pensar antes de quedarse dormido.

No sabía que en ese mismo momento, lejos de la capital, la ilusionista disfrazada entre maleantes estaba por hacer un gran hallazgo. 

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