XL: La estaca y la prisión (III)
El asalto a la montaña Entalión había sido planeado de manera meticulosa durante más de una década, con el único objetivo de acceder al jardín de Arrevius y conseguir la manzana de Oro.
Diez años de entrenamiento, de selección cuidadosa de los ladrones más calificados, de estudio exhaustivo de la estructura interna de la joroba sobresaliente del desierto de Lakathos. Y a pesar de todo, se subestimó la tenacidad del inquebrantable jardinero llamado Mogleek. Él solo acabó con los invasores.
El último en caer fue un hombre llamado Ayush. Tumbado frente al guardián del desierto, cubierto de contusiones, no recibió la muerte, sino una pregunta:
—¿Qué motivo empujó a un peleador tan admirable como tú a realizar semejante ultranza?
—Mis causas son justas —aseveró Ayush—. Yo confío ciegamente en mi maestro.
—Ojalá llegue el día en que algún hecho evidente te abra los ojos...
Mogleek perdonó la vida de su enemigo y le dejó marchar.
Sin saber que al jardinero solo lo mantenía en pie su valentía, y que acabaría muriendo esa misma mañana, Ayush se arrastró hasta la salida de la montaña y se reunió con su anciano mentor.
—No hay nada más que hacer —se lamentó Neón, profundamente afectado por el fracaso—. Nos iremos y volveremos a empezar. Y cuando estemos preparados, lo intentaremos otra vez.
A partir de ese día, Ayush comenzó a utilizar una máscara y cambió su nombre a Mantis. Con el tiempo se convertiría en el capitán de los Herederos, y jamás cuestionó las motivaciones de su maestro.
Así fue durante cincuenta largos años. Hasta la llegada de Legión.
El viaje junto al monstruo sembró dudas en su interior. Algunas noches, las notas desafinadas de una ocarina le recordaban la sentencia final de Mogleek. Y cuando la tan buscada manzana de Oro brilló ante sus ojos, en medio del espectáculo desgarrador de la madre y la hija, no pudo más.
Debajo de todas las capas de su armadura, algo dijo basta.
----------
La quinta terraza se había partido a la mitad.
Demián contempló los escombros precipitándose a su alrededor, hacia abajo, junto a él. La gravedad no discrimina.
De repente, sin embargo, algo lo retuvo.
Había quedado colgando de cabeza, sujeto a un saliente por la cadena en su tobillo. Trataba de entender qué había pasado cuando empezó a ser jalado hacia arriba.
Quien lo había rescatado fue Mantis.
El enmascarado esforzó un último tirón y Demián consiguió treparse a la cornisa. Entonces descubrió que la mitad del cuerpo de Mantis se hallaba bajo una pila de escombros. Resultaba evidente que no sobreviviría...
—Reconstrucción...
Las manos del asesino tocaron su armadura y tocaron la cadena.
Ambas piezas se fusionaron y envolvieron a Demián.
Su escudo había regresado, más ligero y tan resistente como antes. Los protectores que le cubrían el torso y los hombros, las canillas y los antebrazos, ahora resplandecían con el mismo tono azulado. Pero lo que verdaderamente impresionó al aventurero fue otra cosa:
La edad de Mantis.
Sin su máscara y su armadura, su apariencia era la de un hombre muy viejo. ¿Cómo había podido alguien de edad tan avanzada luchar y moverse así? Demián sintió una admiración secreta hacia este anciano que agonizaba.
—Tú... —musitó el muchacho—. ¿Por qué...?
—Considéralo un obsequio... —masculló el asesino—. Por haberme superado...
—¡No me refiero a eso! —bramó el aventurero, indignado—. ¿Por qué me salvaste...?
Mantis rió con mucha dificultad.
—Porque pude abrir los ojos —reconoció el capitán de los Herederos—. Sé que el maestro Neón no me guardará rencor. Sin embargo, debo ser egoísta y pedirte un último favor...
Demián lo escuchaba con atención.
—Detengan a ese monstruo...
Mantis tocó la Torre y sus palmas liberaron su último hechizo transmutativo.
Varios niveles más arriba, Legión había recobrado la consciencia y se regocijaba ante la vista de la manzana de Oro. Había tenido éxito.
Guardó la reliquia en sus entrañas. Estaba listo para partir rumbo al norte, hacia el bosque de Eskibel, cuando el suelo cobró vida y lo que quedaba de la quinta terraza se transformó en una mano colosal que lo estrelló contra el muro externo de la Torre.
Legión fue veloz y logró generar una barrera de carne y grasa para reducir el impacto.
Acabó en el interior de una gran sala de duelos en el piso 76.
—¡Qué oportuno...!
Solo había alguien más allí.
Se le acercó caminando sin prisa. Sus botas metálicas resonaban en el salón vacío.
—Te estaba buscando. Imagino que tú eres el responsable de todo este lío. —Agathón apuntó al sospechoso con su hacha gigante—. Como máxima autoridad presente en esta institución, no puedo permitir que sigas quebrantando el orden.
Legión se incorporó y sonrió.
Dos monstruos iban a luchar.
----------
Todavía con las manos sobre el suelo, Winger percibió que las palabras del Vigía eran ciertas.
—¿La Torre ha muerto...? —balbuceó el muchacho.
—La Torre ha muerto —repitió el Pilar del Oeste y se puso de pie con dificultad—. Pero eso no es algo que deba competerle a un visitante. Los Pilares nos haremos cargo del asunto.
Se acercó a Winger, se agachó a su lado y le inspeccionó las pupilas.
—Me pregunto si tú también eres Diábolo —musitó—. O tal vez eres Símbolo...
El joven mago no entendía de qué hablaba ese anciano. Más le preocupaba el anuncio de la inminente destrucción de la Torre...
Y como respuesta a sus inquietudes, otro evento inesperado ocurrió.
Un viento agresivo brotó del pozo en el centro de la terraza como si fuera la erupción de un volcán. El viento era negro y aullaba con furia.
—¡¿Q-qué...?! —exclamó Winger y se echó hacia atrás.
—Son los seres del mundo anterior —explicó el Vigía—, abriéndose paso para reclamar lo que les fue arrebatado.
—Tiene que haber alguna forma de impedirlo... —murmuró el muchacho.
—Ya te he dicho que esa es responsabilidad nuestra —replicó el Pilar del Oeste con firmeza y se sentó de espaldas al pozo—. Una invasión cada tanto no viene mal. Revela cuán íntegro se encuentra un grupo de personas. En nuestro caso, es evidente que la arrogancia y la dejadez nos han vuelto débiles. Llegó el momento de demostrar que estamos a la altura de las circunstancias.
Un círculo de símbolos alquímicos se iluminó alrededor del anciano.
—¿Qué va a hacer...? —indagó Winger.
—Pedirle a los espíritus del aire, del peso y de la gravedad que se apiaden de esta aguja y la mantengan erguida. Al menos hasta que mis compañeros hagan su parte. ¿Y qué hay de ti? ¿No deberías ir tras el hombre que acaba de marcharse?
El viejo Pilar del Oeste logró que el mago de la capa roja recordara cuál era su misión. Jessio ya viajaba rumbo al bosque de Eskibel, dispuesto a dar inicio al ritual de la resurrección de Daltos. No había tiempo que perder.
Regresó sobre sus pasos y dejó nuevamente solo al anciano que meditaba junto a un huracán demoníaco.
----------
El piso 40 de la Torre era un área restringida a la que solo los cuatro Pilares podían acceder. Se trataba de una enorme habitación circular cubierta de inscripciones hechas con nómosis, la tinta mágica. El nombre de aquel sitio era la Sala Medular.
En el centro del recinto, frente al soporte principal, había un pedestal que brotaba del suelo, con una llave de oro con forma de espada. El objeto era una réplica creada por un hechicero llamado Triágono, hermano y sucesor de Munroc, y primer Gran Maestro de la torre de Altaria. La llave original había desaparecido en las tinieblas del pasado.
Cuando apurada Gligette ingresó a la Sala Medular, se encontró con que Evan ya estaba allí.
El Pilar del Este contemplaba la llave dorada en el pedestal con el semblante apagado. No alzó la vista, pero supo que era la Gran Maestra quien se paró frente a él.
—La Médula ha sido destruida —dijo aún sin mirarla—. El responsable fue Jessio.
—Temía que algo así llegara a ocurrir —respondió la mujer, apenada—. No me preguntes desde cuándo, porque no lo sé...
Se quedaron contemplando el artefacto en el pedestal.
—Le hemos fallado a la Torre. La hemos dejado morir —reconoció el Pilar del Este—. ¿Crees que podremos purgar nuestras faltas?
—Que el peso de la culpa recaiga sobre nuestras espaldas —respondió la Gran Maestra—. Nuestro hogar nos lo reclama.
Los dos al mismo tiempo tomaron la empuñadura de la llave de oro...
----------
Agathón estiró sus músculos y articulaciones y echó a correr hacia su adversario.
Apéndices de malignidad brotaron del abdomen de la bestia y arremetieron como látigos.
El general los eliminó con su hacha gigante y siguió avanzando. Llegó frente al monstruo y soltó un tajo descendente.
Legión alzó los brazos para cubrirse y el golpe le arrancó las manos. Dio un salto hacia atrás. Si algo le sobraba en el interior de su cuerpo grotesco era carne. Reconstruyó con facilidad sus miembros amputados, pero en lugar de manos ahora tenía dos cabezas de mujer.
—¡Mar de Leche Agria!
Las bocas en sus extremidades se abrieron y dispararon un potente líquido corrosivo que el general se esmeró en esquivar. Las columnas y las baldosas que fueron alcanzadas por la sustancia se empezaron a derretir.
«No es cualquier enemigo», reflexionó Agathón, no sin cierta emoción.
Dio un salto y se preparó para atacar desde el aire:
—¡Meteoro! —exclamó y un punto rojo se materializó en la punta de su hacha.
Los reflejos de Legión fueron veloces. Sus manos regresaron a la normalidad y respondió al fuego con más fuego.
—¡Meteoro!
Las dos esferas incendiarias estaban enfrentadas y camino a una colisión directa.
Pero Agathón desvió su disparo en el último instante, redirigiéndolo hacia el techo, justo encima de su oponente.
Mientras la bestia desplegaba sus ramas de oscuridad para protegerse de los escombros en caída, el general encaró al Meteoro que avanzaba hacia él y le dio un golpe contundente con el hacha.
El conjuro de fuego viajó de regreso hacia su ejecutor.
Hubo una explosión que hizo temblar la sala de duelos y el piso dañado por el ácido se partió.
La bestia descendió al nivel inferior y quedó envuelta en los destrozos.
Agathón era una herramienta de guerra. Sabía disfrutar de una buena lucha, pero también sabía cuándo era mejor acabarla. Y por lo que había visto hasta ese momento, este no era un adversario al que debiera subestimar.
Aún sobre el suelo partido del nivel 76, Agathón comenzó a hacer girar su gran hacha sobre su cabeza.
Legión emergió de la pila de rocas y se encontró con el disco de horror y pesadilla listo para atacar. Intuyó que ya no podía hacer nada para detenerlo.
—¡Espejo de la Muerte!
El hechizo de Daltos y Zacuón descendió al piso 75 e hizo saltar los escombros. Cuando el polvo en el aire se disipó, se hizo visible que el monstruo había quedado completamente inmóvil.
—Je...
Pero solo fue por un momento.
—Qué técnica tan intrigante —murmuró la bestia con su voz múltiple—. Uno de nosotros ya no responde a nuestras órdenes, y parece estar sufriendo mucho.
Legión se puso a regurgitar hasta soltar por la boca un muñeco de carne con apariencia humana. Parecía estar vivo, aunque paralizado. El hechizo hipnótico de Agathón había funcionado, pero no del modo habitual.
«¿Acaso tiene más de una personalidad?», especuló el general.
—Toma, te lo regalamos —dijo Legión y aventó a su despojo con violencia.
Agathón reaccionó a repelerlo con el filo de su hacha, pero no notó que uno de los tentáculos de la bestia se le había acercado como una serpiente sigilosa. El militar fue arrastrado de la pierna hasta el piso inferior, y antes de que llegara a hacer nada, su temible oponente se le vino encima como un oso salvaje. En vano interpuso su arma frente a semejante fuerza arrolladora.
Chocaron contra un muro y lo atravesaron.
Atravesaron otro más y quedaron al borde del hueco de un disco elevador.
Legión había atrapado al general y lo sujetaba del brazo con el que aferraba su hacha. A pesar de que sus pies colgaban más allá del límite del suelo, la mirada de Agathón seguía siendo desafiante.
—¿Sabrás volar...? —murmuró el monstruo con curiosidad.
Mientras se debatía entre dejar caer a su presa o despedazarla, un intenso dolor en la espalda lo desconcertó
—¡Maldita cosa! ¡¿Qué hiciste con las semillas?!
La espada de Blásteroy había abierto una herida profunda en el lomo de Legión. El plan de Demián era arrancarle por la fuerza la reliquia que había ido a buscar, pero solo se topó con incontables gusanos rojos y negros que se lanzaron sobre él.
Veloz como siempre, Agathón aprovechó el descuido de su enemigo para realizar un movimiento arriesgado.
—¿Querías saber si puedo volar? —dijo el general y jaló al monstruo hacia el agujero—. Vamos a descubrirlo todos juntos...
—¡E-ey! ¡¡Qué haces!! —bramó Demián, enredado entre las fibras musculares de Legión.
No hubo queja que lograra detener la caída.
Los tres se precipitaron a través del hueco, donde la lucha continuó.
La bestia trató de abrir sus alas en ese espacio reducido, pero Agathón se las amputó con el hacha. Luego intentó aferrarse a las paredes con sus garras, y Demián le cortó los dedos.
Los tres caían por el agujero.
Los pisos pasaban rápidamente frente a sus ojos.
Hubo un estallido de tentáculos. Los apéndices de oscuridad trataban de estrangular, pero las armas eran hábiles y filosas.
Al llegar al piso 60 se toparon con un disco elevador que descendía. Por fortuna nadie estaba montándolo en ese momento, pues el choque produjo que el dispositivo fallara y cayera junto a la bola de brazos, filos y tentáculos.
El túnel acababa en el nivel 54, en un gimnasio donde un grupo de aprendices había buscado refugio.
—Me pregunto qué fue ese ruido... —murmuró Butchie.
—Las baldosas siguen vibrando... —acotó Heckot, señalando un estante con pesas que se tambaleaba.
—Algo se acerca... —advirtió Svante a sus compañeros—. ¡Retrocedan!
Apenas acababa de alertar cuando el disco elevador averiado se estrelló contra el suelo, trayendo consigo a un monstruo de brazos múltiples. Hubo gritos y los aprendices corrieron a esconderse detrás de los estantes.
Demián y Agathón lograron salir ilesos gracias a que el enredo de tentáculos amortiguó su caída.
De inmediato tomaron distancia. Mientras rodaban los últimos trozos del disco partido, el monstruo escudriñó a sus rivales con la vista y el olfato.
—Ustedes dos... —Había notado un detalle que hasta entonces le pasó desapercibido—. Hay algo en ustedes dos que nos resulta familiar... Extremadamente familiar... ¿Quiénes son ustedes dos?
Ni Demián ni Agathón entendieron a qué se refería.
Legión seguía observándolos con curiosidad cuando sintió algo en una pierna.
—¿Hm...?
Un pequeño Sigilaria estaba usando sus puños para golpearle una rodilla. La bestia estiró una garra para aplastarle la cabeza cuando...
¡BAM!
El puñetazo demoledor de un Sigilaria de tres metros de altura lo hizo rodar por el suelo.
—Lo siento, no podemos permitir que sigas causando estragos.
Oopart se sumaba al combate, y venía acompañado por varios de sus sirvientes mágicos.
Rodeado ahora por todos los frentes, Legión en parte se entusiasmó ante el desafío de enfrentar a tantos rivales, y en parte sospechó que tal vez era momento de emprender la retirada...
De repente hubo una brusca sacudida.
Varias estanterías colapsaron y todos tuvieron que esforzarse para no caer.
—¡Oh, no...! —exclamó el Pilar del Sur—. ¡Este sismo es diferente...! ¡Algo va a pasar...!
Los temores de Oopart eran acertados. La Torre estaba anunciando que ya no daba más.
El colapso había empezado.
En la terraza final, el Pilar del Oeste finalizó su ritual de invocación. Abrió un frasco y liberó a un ser etéreo con forma de espiral. Le entregó un mensaje condensado en un único símbolo alquímico y le dijo:
—Vuela. Ve hacia la esencia guardiana.
La fantasía se elevó y se mezcló con las nubes.
Los temblores se intensificaban.
El huracán de oscuridad seguía allanando el camino para el regreso de los amos del pasado.
Entonces el cielo se despejó.
Una criatura asombrosa y monumental descendió sobre la Torre.
Parecía una medusa hecha de aire.
Era la encarnación del espíritu de la meseta de Cobalto.
El fabuloso ser envolvió la aguja como una campana protectora, brindándole sustento transitorio. El viento negro se filtraba a través de su membrana transparente y salía convertido en brisa renovada.
—¡Compañeros míos, Pilares de Altaria...! —vociferó el Vigía—. ¡Demuéstrennos que son más grandes que ustedes mismos...!
Mientras tanto, en la Sala Medular, las inscripciones en la gran pared circular habían comenzado a centellar. Cada una era el deseo de cada Gran Maestro que hubo en la Torre. Sus voluntades se hallaban conservadas en aquel recinto como un poema guardián que mantenía los bloques unidos y firmes.
El descenso de Jessio había roto la cadena de buenas intenciones, pero no la había borrado.
Aferrados a la llave del primer Gran Maestro, Evan y Gligette les pedían a sus antecesores que volvieran a brindarles su apoyo. Que siguieran creyendo en ellos y en la Torre.
Las letras talladas en nómosis cobraron vida y giraron por la habitación. Se movían como un remolino en la dirección opuesta al huracán que trepaba por el túnel del soporte principal. Cargadas de convicciones se pegaron a la piel de los Pilares del Este y del Norte como sanguijuelas que luchaban por sobrevivir. Los antiguos maestros estaban utilizándolos como canales para llegar a cada rincón de la Torre, cicatrizando sus heridas, sanando uno a uno los nodos de la Médula.
Las manos de los Pilares ardían y sus piernas flaqueaban y se obligaron a no soltar la empuñadura dorada. Sabían de la importancia de aquel acto restaurador.
«"Cuidar la Torre es cuidar al mundo entero"», les dijo una voz en sus cabezas, que ambos al mismo tiempo imaginaron que era la de su mentor y antiguo Gran Maestro, Monmagnus.
Los temblores entonces simplemente cesaron.
El torbellino de oscuridad retrocedió y el inmenso espíritu de la meseta se disolvió como espuma y volvió a dormir.
La Torre se había salvado.
La entrada al mundo de los demonios, por ahora, permanecería sellada.
Los brazos de los Pilares del Norte y del Este se desprendieron de sus cuerpos y se volvieron de oro, quedando unidos a la empuñadura de la llave como las ramas de un árbol que sellaba una nueva alianza, un renovado compromiso con el hogar de los magos.
Antes de perder el conocimiento, Gligette y Evan tuvieron un pensamiento final. Ella se resignó y validó el golpe institucional de Agathón, pues venía a gritarles sus flaquezas a la cara. Él sintió inquietud por la seguridad con que su amigo Jessio afirmaba obrar por el bien de la humanidad. ¿Qué sabía, o qué creía saber, que ellos no...?
----------
Winger bajó del disco elevador en el piso 46 y notó que algo había cambiado.
La estabilidad de la Torre había regresado.
«¿Lo consiguieron?», se preguntó.
Frente a él, el combate entre becúberos, soldados y Sigilarias persistía.
Oyó una explosión y vio a su compañera asestando un certero Puño de Fuego al esclavo nacido de su sombra. Un objeto de cerámica se desprendió de su manto de oscuridad y rodó hasta las botas de Winger.
Apenas llegó el mago a percatarse de que se trataba de una ocarina cuando su doble se incorporó y recuperó con apremio el humilde instrumento.
Se miraron una vez y luego la sombra se marchó escaleras arriba.
—Rupel, ¿estás bien...? —preguntó Winger.
—¡No te quedes ahí parado! —respondió la pelirroja, embravecida—. ¡Se está escapando! ¡Vamos tras él!
—¡S-sí!
Los becúberos no eran el único tipo de demonio que se había colado en la Torre. También había algunos kloes, aquí y allá, mascando algunos talones con sus tenazas, pero sin aportar demasiado al conflicto. Su propósito debía ser otro.
—Marcan un camino —señaló Winger—. Parece que así es como mi sombra sabe hacia dónde ir...
—Un estruendo muy grande llegó desde esa dirección —acotó Rupel—. Sospecho que estamos yendo hacia el punto más caliente del enfrentamiento...
La línea de alimañas demoníacas llegaba hasta el piso 54.
El gimnasio.
Los apéndices de oscuridad de Legión arremetieron contra Demián. Su escudo mejorado fue capaz de repelerlos sin dificultad. El hacha de Agathón cercenó los tentáculos. Con el camino despejado, el aventurero saltó por encima del militar y blandió su espada. El monstruo múltiple aprontó a cubrirse, pero un Sigilaria robusto lo embistió desde el costado.
A pesar de encontrarse en clara desventaja numérica, la bestia seguía sonriendo con sus dientes en sierra. No se agitaba. Su poder no disminuía...
Svante había permanecido como un mero espectador hasta entonces. Al constatar que las fuerzas aliadas de la Torre comenzaban a fatigarse, entendió que era momento para colaborar.
El pueblo natal de Svante se llamaba Lacuna, al oeste de la ciudad capital de Tegrel, y era tierra de pastores. Él siempre se destacó entre ellos no como un genio, sino como un excéntrico que aspiraba a una vida distinta, más allá de los rebaños.
El muchacho partió del hogar prometiendo que los habitantes de Lacuna algún día lo reconocerían. No pensaba regresar físicamente al pueblo. Su fama y su reputación hablarían por él.
Aquel debía ser el primer paso en la dirección anhelada.
—¡Cubo Ponens! ¡Cubo Tolens!
Los dos prismas protegieron al talentoso aprendiz cuando se metió en el área de combate. Nadie reparó en él.
«Ahora lo harán...», pensó con recelo.
Y alzó un brazo.
—¡Hashín...!
La mano libre de Svante trazaba las ecuaciones alquímicas que había estudiado en textos pretéritos. Fórmulas inconclusas que había remendado gracias a una página maldita del libro maldito.
Una sustancia brumosa empezó a enrollarse en el brazo levantado, en la punta de sus dedos.
Legión se percató enseguida. Ese ovillo sutil le era hostil y lo drenaba. Algunas celdas de su colmena interior se estaban vaciando...
La sustancia evanescente, de color gris pálido, se enrolló sobre sí misma hasta formar una esfera no más grande que una Bola de Fuego.
Los aprendices alrededor de Svante se desplomaron.
Los ojos pequeños de Oopart, llenos de experiencia, entendieron de qué estaba hecho ese nudo nebuloso.
—¡¡SVANTE, NO...!! —gritó el Pilar del Sur con espanto.
Su advertencia fue desoída.
Svante disparó:
—¡... Rah!
El brazo descendió con ímpetu y los dedos apuntaron hacia el enemigo.
La esfera gris se transformó en un chorro de lamentos espectrales que atravesó a Legión. Su cuerpo no sufrió daño alguno, pero más de un tercio del ejército que lo conformaba le fue arrancado. La gente en aquel sitio solo vio un humo vaporoso tras el monstruo, pero sintió un extraño estremecimiento sin nombre.
Solo Oopart se dio cuenta de que eran almas.
Y de almas estaba hecho Hashín Rah...
Legión soltó un grito ahogado que se transformó en un rugido de desesperación. La descoordinación de sus tejidos le provocó bultos grotescos debajo del cuero y en distintas partes. Era como si un asalto sorpresivo hubiera desestabilizado el orden en una fortaleza. Irónicamente, dentro del monstruo estaba ocurriendo exactamente lo mismo que él le había hecho a la Torre.
—¡Heckot! ¡Butchie!
Recién cuando Svante escuchó la voz asustada de una aprendiz se dio cuenta de que había al menos diez jóvenes tumbados a su alrededor.
—Nana... —la llamó por su nombre—. ¿Qué les pasó...?
—Ellos... —balbuceó la chica—. Ellos no están respirando...
—Su esencia vital les fue arrebatada —intervino Oopart tristemente. Sus Sigilarias habían abandonado el modo de combate e intentaban socorrer a los caídos.
—Sus almas... —masculló Svante—. Acaso yo...
Mientras el prodigio trataba de asimilar lo que había ocurrido, Legión luchaba por recuperar el control de su cuerpo. No le resultaba fácil, sin embargo. Su espalda y sus hombros se hinchaban de forma irregular. Sus ojos se movían sin sentido. Su abdomen se desintegró y sus tripas se desparramaron. Un brillo dorado se hizo visible.
—¡Es la reliquia! —exclamó Demián.
Quiso aprovechar la oportunidad para acercarse a Legión, pero el monstruo no se dejaría robar. Sin su sonrisa lucía más intimidante que nunca.
Con esfuerzo logró centrar las pupilas. Soltó un nuevo alarido y toda la superficie de su cuerpo se llenó de bocas. Las bocas se abrieron y hubo llamas en su interior.
—¡CUIDADO! —gritó Oopart.
Legión liberó una lluvia de disparos explosivos en todas las direcciones.
Demián y Agathón buscaron refugio en las columnas. Los Sigilarias defendieron a los aprendices más expuestos. Los ladrillos y las lozas saltaban por los aires, formándose grietas en el techo, en el suelo y en las paredes. Un hilo de luz se coló a través de una fisura que daba hacia el exterior.
El monstruo fijó su atención en ese punto, antes de que la herida en el muro volviera a cerrarse por efecto de la Médula reconstituida.
—¡Meteoro!
Una sombra voladora había irrumpido en el gimnasio y disparó contra la cicatriz de roca.
El agujero volvió a abrirse. Esta vez era lo suficientemente grande como para permitir la fuga.
Legión no pensó dos veces.
Se aferró al manto de Reniu y ambos se arrojaron a través del orificio.
Un becúbero acudió en su ayuda y la bestia no dudó en devorarlo, absorbiendo su vida y sus alas. La sombra le aportó el impulso de viento necesario para mantenerse en aire.
—¡¡RAYOS!! —bramó el aventurero con un pie en el agujero—. ¡¡SE ESCAPAN!!
—¡Demián! —lo llamó Winger, quien acababa de llegar junto a Rupel.
—¡Ese monstruo se lleva la reliquia que brotó de las semillas de Lila! —exclamó el portador de la espada de Blásteroy, pateando piedras para evitar que el muro se regenerara—. ¡¿Qué hacemos?! ¡¿Los seguimos?!
Winger miró a Rupel aguardando su consejo.
—Ellos ya tienen los seis canalizadores de los ángeles —sentenció la pelirroja, muy seria—. No hay nada más que podamos hacer en este lugar.
El muchacho miró hacia atrás y se encontró con un reguero de violencia y destrucción.
Más allá del muro abierto, el cielo del norte les indicaba el camino que debían tomar.
—La fortaleza de Eskibel —murmuró el mago de la capa roja—. Es nuestra última oportunidad. Todo terminará en ese lugar.
Demián interpretó las palabras de su amigo como un sí y llamó a Jaspen con su campana.
Tres jóvenes montados sobre un ave blanca.
Una imagen muy similar había ocurrido tiempo atrás, en el palacio real de ciudad Doovati.
Solo que esta vez, ellos eran los perseguidores.
—¡Adiós, Winger! ¡Adiós!
Una voz se despidió de él mientras se alejaban.
Asomado al muro herido, Agathón lo saluda con una sonrisa infinita agitando su hacha gigante.
—¡Nunca olvidaré nuestro encuentro! ¡Gracias por todo lo que me has brindado! ¡Espero que logres cumplir tus metas, y ansío el día en que nos volvamos a ver!
Winger recibió aquel adiós como un insulto repugnante. Tanta confusión había en su cabeza por todo lo que había pasado ese día, por todo lo acontecido durante su errática estancia en la torre de Altaria, y por el desenlace de la batalla que se avecinaba, que no quería ni pensar en las auténticas intenciones de aquel sujeto, de aquella máquina de guerra, que ahora había conquistado la casa de los magos...
La historia y el mundo son demasiado grandes.
No todas las tramas convergen en el mismo tapiz.
Ni se sabe dónde inician, ni se sabe adónde acaban.
Ninguna es más trascendente que las otras, pero hay algunas que importan a todas:
Son las que sostienen al mundo.
Pues sin mundo, no hay historias.
La historia de Jessio y de Winger estaba a punto de terminar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top