XIX: Noches de silencio

Aquel marinero era el doble de robusto que Demián, y sin embargo sus sandalias colgaban en el aire mientras el aventurero lo sujetaba por el cuello.

—¡Lo siento, no debí haberme burlado! —balbuceó el hombre, intimidado por esos ojos dorados—. ¡Bájame de una vez!

—¡Pues llévame a Lucrosha! —vociferó el hombre-dragón—. ¡Llévame a Lucrosha!

—¡Pero si ya te he dicho que los barcos no están zarpando! —repitió el marinero—. ¡Han llegado en el peor día posible! ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡Lo siento!

—Oye, ¿por qué no lo sueltas? —sugirió Luke a su compañero—. Este es el quinto barco y en todos pasó lo mismo. Supongo que está diciendo la verdad...

—¡Pero tiene que haber alguno! —bramó el aventurero—. ¡Tiene que haber algún barco!

—Y por más que lo grites, las cosas no cambian —replicó el Viajero Regresivo—: Durante los Días Afuera del Tiempo no habrá viajes por mar.

La intensa travesía por el sur del continente los había desorientado en relación al paso del tiempo.

Estaban en el último día del año.

A partir de la media noche daría inicio ese período de cinco días durante los cuales la luna se ausentaba por completo del cielo. Los Días Afuera del Tiempo.

Y durante los Días Afuera del Tiempo, ningún hombre de mar osaría zarpar.

Navegar durante aquellas cinco jornadas era tan mal augurio que si las guerras tenían que postergarse, las guerras se postergarían, y si la medicina para los monarcas debía demorar en llegar, la medicina se demoraría.

Quiénes eran ellos, simples viajeros anónimos, para reclamar a los marinos quebrantar semejante tradición y arriesgarse a un destino ominoso.

—¡¿Qué ocurre aquí?!

Méredith logró con su grito que Demián dejara escapar al marinero. Ella y Winger habían visto el alboroto del puerto desde la distancia y aceleraron el paso al intuir problemas.

—Ocurre lo que temíamos —le contestó Luke—. No podremos viajar hasta que acaben los Días Afuera del Tiempo. ¿Cómo les fue a ustedes?

El mago y la ilusionista se habían dirigido a la oficina de correos de Playamar. Gasky les había hecho llegar un mensaje al punto de encuentro que habían acordado en el monte Jaffa: la clínica del doctor Lapidus. El historiador se limitaba a informarles que habían llegado a salvo a ciudad Miseto, y gracias a ese mensaje ahora contaban con una dirección con la cual contactarse.

Por supuesto que el encargado del correo se burló de ellos tal y como los marineros habían hecho con Demián. ¿A quién se le ocurría enviar una correspondencia el último día del año?

Más prudente que su alumno, Méredith no tomó al hombre del cuello, pero sí se valió de su insignia oficial para advertirle que estaba hablando con la general del ejército de Catalsia, y que se trataba de un asunto urgente. El encargado se mostró entonces mucho más colaborativo, prometiéndoles que se ocuparía de hacer llegar su carta mediante un mensajero de emergencia.

Cerrado aquel asunto, ya no tenían mucho más para hacer.

Por más que Demián pateara los postes del puerto, lo único que les quedaba era esperar.

—¿Cuántos días se tarda en cruzar el Océano? —preguntó Winger en cierto momento.

Caminaban por la playa de regreso al sanatorio. El doctor Lapidus les había dado permiso para quedarse allí durante los Días Afuera del Tiempo. Muchas habitaciones estaban disponibles debido a que los lugareños procuraban dejar descansar a su médico durante las jornadas festivas.

—Con una embarcación moderna, dos semanas aproximadamente —estimó Méredith—. No puedo darte una respuesta más concreta sin conocer nuestro destino.

Winger y Demián se miraron extrañados.

—¿Lucrosha? —dijeron al unísono.

—¡Lucrosha es un continente! —les hizo notar Méredith—. ¿A qué punto específico creen que puede haberse dirigido la embarcación del conde Milau?

—Jessio fue a la Torre de Altaria a buscar el último canalizador mágico —señaló Demián—. Eso fue lo que dijo Gasky.

—La Torre de Altaria se encuentra en la meseta de Cobalto, la cual pertenece al reino de Tegrel —explicó Méredith—. No es posible acceder a la Torre sin el consentimiento del emperador de Párima. La relación política entre ambas naciones no es sencilla...

—Entonces es posible que el conde Milau haya regresado a su tierra natal —observó Winger.

—Tengo entendido que el conde Milau es un héroe condecorado de la Gran Guerra —comentó Méredith—. Si su destino es la capital de Párima, tal vez esté iniciando el diálogo con las autoridades del imperio para obtener su consentimiento y así acceder a la Torre.

—O nos colamos en la Torre y ya... —murmuró Demián.

—¡No vamos a colarnos en la Torre de Altaria! —le espetó Méredith—. Estás hablando de la cuna de los grandes magos de la historia. Ni se te ocurra que nosotros podremos entrar allí sin autorización.

—Seh, cómo no...

—Pero tampoco tenemos la certeza de que el conde haya viajado a la capital de Párima —agregó Winger.

—Lo más sensato será aguardar las instrucciones de Gasky —concluyó Méredith—. Esperemos que su respuesta llegue pronto...

—Oigan —dijo de pronto Demián—. ¿Adónde está Lila?

—Se quedó en el sanatorio —respondió Luke—. La vi muy entretenida con un canasto de mimbre. Imposible saber lo que Cabello de Azúcar está pensando... Mira, ahí la tienes.

Libélula estaba esperándolos en la puerta de la clínica. A pesar de que no era muy usual que ella interactuara con Winger, en esta ocasión fue directo hacia él con un anuncio inesperado:

—El doijien de cabello blanco dejó esto para ti.

—¿Una nota? —balbuceó el mago y tomó el trozo de papel que la muchacha de rizos le estaba tendiendo.

El trazo era desprolijo y revelaba que el mensaje sido escrito de manera apresurada.

Con sus compañeros espiando por encima de sus hombros, Winger leyó en silencio:


HEMOS TENIDO QUE PARTIR RUMBO A BATTLOS.

WINGER, TE PROMETO QUE NO ME MOVERÉ DE ALLÍ. PASE LO QUE PASE. ESTARÉ ESPERÁNDOTE EL TIEMPO QUE SEA NECESARIO.

POR FAVOR, VEN A BUSCARME.

RUPEL


Las miradas maliciosas de Luke y Demián se clavaron en la nuca del mago como rayos calóricos.

—¿Qué dice el mensaje? —quiso saber Méredith.

—Parece que sí debemos ir a Battlos —murmuró el Viajero Regresivo con una voz sugerente.

—¡T-tengo que ir a agradecerle por la nota!

Sin siquiera voltear para mirar a nadie a la cara, Winger salió disparado hacia el interior del sanatorio.

La habitación de los doijiens, la misma que Rupel había ocupado, era la única que alojaba a una paciente durante aquellos días. La clínica estaba tan silenciosa y vacía que Winger se llevó un sobresalto al cruzarse con la enfermera saliendo justo de ese dormitorio.

—¿Ibas a entrar aquí? —indagó la mujer—. Te recomiendo que no lo hagas en este preciso momento. Jade no se encuentra de muy buen humor...

A partir del relato del doctor Lapidus, Winger pudo calcular que ya hacía varias semanas que la compañera del doijien se hallaba en tratamiento.

—¿Cómo está la chica? —preguntó él.

La enfermera Amil negó con pesadumbre.

—Sigue sin responder a las medicinas. A este ritmo, es difícil que llegue a ver la luz del año entrante...


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Cuando Winger salió del establecimiento, todavía tenía la nota de Rupel en la mano. Recordaba perfectamente que faltaba muy poco para el aniversario de la pelirroja, pues coincidía con los Días Afuera del Tiempo.

A pesar de que le hubiese gustado estar a su lado para celebrar, al menos le consolaba saber que ella había recuperado la salud...

La música proveniente de la plaza del pueblo atrajo su atención. Los lugareños ya estaban iniciando con el festejo para despedir el año. La costumbre ordenaba que el evento debía concluir justo a la medianoche, por lo que la bebida y la comida circulaban desde antes de la caída del sol.

Al mago buscó a su grupo entre las mesas comunales, y no le sorprendió encontrarse con Demián discutiendo con Méredith.

—¡Tú! —dijo el aventurero, señalándolo con un dedo amenazante—. Quiero creer que serás un poco más razonable que ella, y que no usarás tus heridas como pretexto para no entrenar durante los próximos cinco días.

Winger se miró la mano derecha, aún con el vendaje de la batalla contra su sombra, y solo pudo contestarle a su amigo con un gesto de disculpa.

—¡Son los dos un par de niñas! —protestó el aventurero—. ¿Qué harán si esos tipos vuelven a atacarnos mientras estamos aquí sin hacer nada?

—Oye, relájate. ¡Es fin de año! —le aconsejó Luke mientras alzaba su jarra de cerveza—. No te preocupes por los malos, que para eso estoy yo aquí. Ya es la tercera vez que retrocedo en el día y esos tipos no aparecerán. Ni hoy ni mañana...

—¿Y para qué has retrocedido tres veces? —inquirió Méredith.

—¡Para aprovechar la fiesta! ¿Para qué más? —replicó el Viajero Regresivo y dio un gran sorbo a su bebida—. ¡Oh! ¡Y aquí llegan los bollos! Acéptenlos, que en media hora se habrán acabado.

Justo entonces una mujer se acercó a ellos con una sonrisa amable y una bandeja con bollos de carne. Los cinco aceptaron gustosamente el ofrecimiento.

—Bueno, tal vez sí podamos relajarnos un poco... —murmuró Demián con la boca y los bolsillos llenos de alimento—. Supongo que tendré que entrenar solo durante todos estos días.

—Y yo supongo que me la pasaré leyendo —acotó Winger, a quien por una vez ese no los resultó un plan demasiado satisfactorio.

—No te amargues, Caperucita —exclamó Luke, cuyo ánimo iba en aumento y ya empezaba a posar los ojos en las damas locales—. Si tantas ganas tienes de sanarte y entrenar, ¡siempre te puedes tomar el escupitajo curativo del ángel del pantano!

El jugador echó a reír por su propio comentario, y ajeno a la burla, Winger tuvo un instante de iluminación.

—Es verdad —soltó—. La poción... ¡Tengo algo que hacer, nos vemos luego!

Se comió su bollo de un solo bocado y salió corriendo en dirección a la clínica, dejando a los demás con la intriga.

El sol comenzaba a ocultarse tras el horizonte y el ritmo de la celebración era cada vez más alegre.

En marcado contraste, el sanatorio del doctor Lapidus se hallaba silencioso y apagado, como si estuviera cerrado. El médico bebía una copa de su licor preferido en su despacho mientras admiraba las olas por la ventana, abstraído en remembranzas lejanas.

Winger no lo interrumpió y siguió camino hasta la habitación de los doijiens.

Llamó a la puerta e ingresó discretamente.

Crysta jadeaba en su lecho, inconsciente y afiebrada.

Teñido con los colores del crepúsculo, Jade contemplaba a su compañera con aire meditabundo. Solo alzó la vista para escudriñar al intruso.

—Si vienes a agradecerme por el mensaje, no es necesario que lo hagas —se adelantó a contestar—. Es el último favor que le hice a esas dos.

Winger se permitió avanzar hasta la cama de Crysta antes de hablar.

—No estoy aquí por eso. Aunque sí estoy agradecido. —Estiró la mano y le mostró el frasco que Sapo le había entregado—. Este es el elixir milagroso de un ángel. Tiene propiedades curativas que pueden sanar cualquier enfermedad.

Aunque las facciones de Jade no variaron mucho, la sorpresa sí se reflejó en sus ojos claros.

—Si este elemento es tan valioso, ¿por qué me lo estás entregando? —indagó con desconfianza.

—La verdad es que la conseguimos para ayudar a Rupel —explicó el mago—. Pero ella ya se encuentra bien. No la necesitamos. Y tal vez ustedes, sí...

Aún reticente, el doijien inspeccionó el contenido espeso del frasco.

—¿De qué está hecho este elixir?

—...

Winger tragó saliva.

—Esto... Eh... Contiene propiedades curativas...

Los dos juntos fueron de inmediato a hacerle una consulta al doctor Lapidus. Después de todo, por más milagrosa que fuera una poción, nunca estaba de más la opinión de un profesional de la medicina...

El experto tomó el frasco y lo examinó a trasluz.

—Y dices que a esto lo preparó un ángel... —musitó el médico con una mueca de total escepticismo.

Winger asintió con movimientos rápidos.

Jade aguardaba sin emitir sonido.

Lapidus finalmente soltó un suspiro de resignación.

—No tengo palabras para esto —confesó—. Si creen que puede funcionar, inténtenlo.

La respuesta del médico asombró al mago.

—¿No va a hacerle ningún examen? —indagó.

—Hemos hablado de esto con Jade esta misma mañana —comentó el doctor—. Mi medicina no puede salvar a Crysta. Y como esta clínica se ha convertido recientemente en un espectáculo de proezas insólitas, tal vez valga la pena que se arriesguen. Peor no le hará.

Contando ya con el consentimiento del médico, Winger y Jade regresaron junto a la doijien agonizante.

Su compañero se encargó de darle de beber la poción de Sapo.

Ahora solo restaba tener paciencia.

La noche llegó a Playamar y la habitación quedó sumergida en la oscuridad.

Sentados junto a la cama de Crysta, Winger y Jade oían los sonidos que llegaban desde la plaza mientras esperaban a que la poción hiciera su trabajo.

—Parece que están bailando —comentó el mago, atento a la música de flautas y tambores.

—Puedes irte si así lo deseas —contestó el doijien.

—Prefiero quedarme, gracias —repuso Winger. Si la medicina misteriosa no llegaba a funcionar, no quería quedar como quien se escapa de un problema.

Pasaron algunos minutos durante los cuales ninguno de los dos habló.

Los jadeos de Crysta bailaban acompasados con el festejo de fin de año.

—El individuo que nos ayudó aquella noche... —dijo Jade de pronto.

—¿El conde Milau? —indagó Winger.

—Sí... Él se llevó a tus amigas casi a rastras, en contra de su voluntad. ¿Realmente es alguien en quien puedes confiar?

—El conde es bastante particular... Pero no es una mala persona.

—Ya veo... —El doijien hizo una pausa—. Él mencionó que el final de una guerra está cerca. ¿A qué se refería?

—No es sencillo de explicar... Un grupo de personas busca revivir al dios de la noche. Su plan es muy complejo, llevan años perpetrándolo, y varios países se han visto involucrados. Nosotros estamos tratando de detenerlos.

—¿Quiénes son esas personas?

—Eso mismo quisiera saber yo —soltó Winger con impotencia—. Al principio las cosas eran más simples. Alguien estaba controlando la voluntad del rey Dolpan. Alguien invadió a un país inofensivo para conseguir un libro maldito. El rey fue asesinado. La prisión de los demonios fue abierta. Ellos claramente eran los malos, y nosotros, los buenos. Luego mis amigos empezaron a decirme que tal vez los malos no eran tan malos. Que yo me parecía a alguno de ellos. Que si las circunstancias hubieran sido otras, hoy yo tal vez estaría en el otro bando...

—¿Crees que están equivocados?

—No lo sé, estoy bastante confundido. Me indigna que me comparen con alguien como Jessio de Kahani. Lo cierto es que lo aborrezco. Pero no siempre fue así. Si no fuera por él, yo quizás ni siquiera sería un mago. Incluso hay personas que están dispuestas a dar la vida por su causa...

—Como los enmascarados de la playa.

—Sí...

Hombres convertidos en estatuas de hielo eterno, muertos en una playa desconocida, lejos de su tierra natal y de sus seres queridos. Pero ellos eran asesinos. Habían ido a acabar con la vida de Rupel. Eran despiadados, por lo que no merecían ninguna piedad...

«¿O sí?»

—Entender a tus enemigos y sus circunstancias no implica estar de acuerdo con ellos —reflexionó Jade—. Quizás tus dudas no sean algo negativo. Quizás sean una muestra de humildad y prudencia. La certeza total lleva a la arrogancia. Y la arrogancia puede hacerte perder tu batalla.

—Es una buena forma de verlo —convino Winger.

—¿Conoces al menos los nombres de tus enemigos?

—No de todos —dijo el mago. Y compartió una pregunta que venía elaborando desde la batalla de Vanilla—: ¿Las sombras pueden tener nombre?

—¿Las sombras?

El interrogante quedó sin ser contestado, pues en ese momento los sonidos del poblado cesaron y el silencio se propagó como una marea repentina.

La celebración había tocado su fin junto con el año 993 del décimo milenio.

Los Días Afuera del Tiempo habían llegado.

Y junto con la quietud de la noche, algo más se hizo evidente para Winger y para Jade.

Los jadeos habían cesado.

Los dos se asomaron a la cama.

A pesar de la oscuridad envolvente, pudieron notar que Crysta estaba despierta, y que estaba sonriendo.


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La recuperación de la compañera de Jade fue casi tan rápida y prodigiosa como la de Rupel. El elixir de Sapo funcionó a la perfección y en apenas dos días todos los síntomas de la enfermedad de Crysta se habían desvanecido.

Los hombres y mujeres de la raza azul no eran propensos a la efusividad, y las pertenencias que cargaban consigo solían limitarse a lo indispensable para viajar y nada más. Sin embargo, y a pesar de no tener nada con qué pagarle el favor, Winger supo leer en sus rostros que Jade y Crysta estaban enteramente agradecidos con él.

En el tercer Día Fuera del Tiempo, aún con el poblado inmerso en la quietud y la pausa, la pareja de peregrinos retornó a las carreteras. No revelaron hacia dónde se dirigían, ni hicieron promesas acerca de reencontrarse o regresar alguna vez.

Una vida errante y envuelta en el secreto era el lazo que unía a todos los doijiens esparcidos por los cuatro continentes.

En cuanto a Winger y sus compañeros, cada uno de ellos atravesó aquellas jornadas silenciosas a su modo.

Tal y como había anticipado, Demián estuvo entrenando desde el alba hasta el ocaso, siempre con Lila siguiéndolo atrás. Luke aprovechó para dormir a sus anchas y sin ser molestado. Méredith estuvo callada, tal vez un poco decaída, inmersa en cavilaciones que decidió no compartir.

Winger, por su parte, con el libro de Waldorf en una mano y el cuaderno de Alrión en la otra, pasó largas horas bajo una palmera puliendo su magia, simplificándola, haciéndola más precisa, potente y eficaz.

De vez en cuando dejaba las ecuaciones alquímicas y llevaba la vista hacia el mar.

Pensaba en Rupel.

Y también en algo más.

La charla con Jade le había servido para darle un nuevo giro al asunto de los bandos antagónicos, de ponerse en el lugar de sus enemigos, de conocer cuál era su propio rol en todo aquel entramado. Una idea esperanzadora había brotado en su conciencia. Tenía un plan. Primero necesitaba meterse en la cabeza de su adversario, así como este había estado metiéndose en la suya hasta entonces. La idea todavía era minúscula, poco convincente. Pero si lograra a hacerla crecer y desarrollarse, una sola conclusión se le imponía:

Sería capaz de vencer a Jessio en un duelo final.


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Con la llegada de la primera luna roja, el año 994 del décimo milenio dio comienzo.

Los Días Afuera del Tiempo quedaron atrás y los habitantes de Playamar encendieron una gran hoguera a la medianoche para despedirlos. Era un faro simbólico que buscaba iluminar al año entrante, y cuya luz de guía alcanzó al grupo de cinco viajeros a la mañana siguiente, bajo la forma de una diligencia aparcada frente al sanatorio. Winger y Demián reconocieron al conductor en el acto, por su cara inexpresiva y sus ojos saltones:

—¡Es el cochero de villa Tanguy! —exclamó el mago al verlo.

—¡El loco del carruaje! —agregó el aventurero—. ¿Cómo has estado?

El hombre pálido les devolvió una mirada totalmente vacía.

—Mi nombre es Phillip —dijo—. Y estoy bien, gracias.

Sin siquiera bajar de su asiento, el conductor extrajo un sobre y se los entregó.

—Nuestro estimadísimo conde Milau me encargó colaborar con el señor Gasky durante su ausencia. Es por esto que fui enviado a entregarles personalmente esta carta. Ahora les pediré que la lean en voz alta, por favor.

—De acuerdo... —musitó Winger.

Y mientras Luke y Méredith vigilaban a Phillip con cierta desconfianza, procedió a hacer lo que el extraño cochero les solicitaba:

—"Estimados amigos míos:

»Antes de empezar, debo disculparme por la demora de mi respuesta. Tres semanas han transcurrido desde nuestra separación en el monte Jaffa, y muchas cosas han sucedido en este tiempo. De manera resumida y ordenada, estos son los hechos.

»Un día después de la caída del pináculo, el conde Milau arribó a Playamar. Si bien nuestro plan original consistía simplemente en proteger a Soria y a Rupel, la agresividad de los últimos ataques obligó al conde a tomar decisiones drásticas. Contundente como de costumbre, acondicionó su fragata en el puerto de ciudad Miseto y zarpó sin dilaciones rumbo a Battlos, la capital del imperio de Párima. Hubo un segundo motivo para la urgencia de su partida. La puerta de entrada al continente de Lucrosha es el emperador Behemot. Sin su aprobación, solo podremos ver la fatídica ejecución del plan de Jessio y Neón desde el otro lado de la reja. Pero negociar con el gobernador del país más poderoso del mundo no es una cuestión sencilla. Milau lo sabe, y es por esto que se adelantó para preparar ese encuentro clave.

»Yo me enteré de todo esto recién tres días más tarde, por medio de nuestro amigo Phillip, quien estaba esperándome en mi residencia en Miseto. Nuestro viaje a través de la llanura de Lucerna fue lento debido a que evitamos las carreteras principales. Apenas tomé noticia de la estrategia del conde, decidí pasar yo también a la acción, confiando en que ustedes, Winger y Demián, serían capaces de cumplir con su misión mientras tanto.

»Lo primero que hice entonces fue preparar dos cartas y enviarlas de manera urgente a las capitales de Catalsia y Pillón. Lo segundo fue tener una audiencia personal con el rey Milégonas. Si he tardado en ponerme en contacto con ustedes fue porque estaba esperando reunir toda la documentación necesaria. Y ahora por fin lo he logrado..."

Como si hubiera reaccionado a las palabras de Gasky en boca de Winger, el conductor de la diligencia extrajo un pequeño cofre con tres pergaminos lacrados en su interior, cada uno de los cuales lucía la insignia de una de los tres naciones vecinas: Catalsia, Lucerna y Pillón.

—"... Lo que acompaña a este mensaje mío —prosiguió Winger— son tres misivas oficiales firmadas por las autoridades máximas de nuestros tres países amigos. En estas, Charlotte de Pillón, Pales de Catalsia y Milégonas de Lucerna aseguran que todos y cada uno de ustedes son personas dignas de la más alta confianza, abanderados de una misión que busca restaurar el equilibrio entre las naciones del mundo. Estas misivas son la carta de presentación con la que tal vez, solo tal vez, logremos ganar la atención y el favor del soberano de Párima para detener a Jessio y a Neón antes de que sea tarde.

»En caso de que como grupo consideren que es imperioso reunirse conmigo, Phillip puede hacernos el favor de traerlos hasta aquí. Sin embargo, a esta altura del mensaje supongo que es evidente que mi deseo es que sigan al conde Milau con la mayor premura posible. Un navío mercantil zarpará hoy mismo desde Playamar. Si explican la gravedad de la situación y muestran el cofre con las misivas oficiales es probable que les permitan abordar. En caso de que con eso no baste, pueden intentar con el pasaje especial que nuestro amigo Phillip pondrá a vuestra disposición..."

De nuevo actuando en base al contenido de la carta, el cochero le entregó a Demián una bolsa de cuero con una cantidad nada desdeñable de monedas de diferentes metales.

—"Demián, Winger: Solo tengo palabras de agradecimiento para ustedes por todo lo que han hecho por esta causa. He compartido la comida con leyendas, y puedo afirmarles que con orgullo los invitaría a compartir esa mesa. Soy consciente de cuánto anhelan reencontrarse con Soria y con Rupel. Paciencia, sus muchachas están a solo un viaje de distancia.

»Lila, Méredith: No tengo el gusto de conocer a la primera, y me hubiera gustado conocer a la segunda en otras circunstancias. No olvido el gran favor que el Pilar de Amatista nos hizo al acorralar a Jessio mediante un plan ejecutado a la perfección. Mi gratitud también es para con ustedes por auxiliar, socorrer y cuidar a mis muchachos.

»Lucius: Es comprensible que estés molesto por toda esta situación, y te pido perdón. Pero me gustaría que consideres que lo que estás por hacer puede darle un tinte singular a tu existencia. La recompensa será grande, y no me refiero a objetos materiales que tú podrías conseguir con facilidad. Eres la única persona capaz de cambiar, literalmente, el destino del mundo. Tal vez te conviertas en el reivindicador del nombre de nuestra familia y logres llevarlo de regreso a su época de gloria.

»Imagino que tendrán muchas dudas acerca de lo que sucederá en el viejo continente. Todo depende de la audiencia con el emperador Behemot, por lo que deberán esperar a encontrarse con el conde Milau para obtener más detalles. Mientras tanto, yo continuaré desentrañando los secretos del libro de Maldoror y Neón. Quizás para la próxima vez que nos comuniquemos ya habré llegado a la resolución definitiva del misterio.

»Sin más que agregar por ahora, solo me resta desearles un buen viaje.

»Gasky"

Habiendo terminado Winger con la lectura, el grupo quedó en silencio. Cada quien tenía sus motivos para mirar hacia el futuro con inquietud, interés, esperanza o temor.

—¿Y bien? —cortó Phillip con el momento de reflexión—. ¿Debo llevarlos de regreso con el señor Gasky o se embarcarán en ese nefasto viaje hacia Lucrosha?

Luke le arrancó la carta a Winger de las manos y señaló el fragmento dedicado a su persona.

—¿Qué acaso no entendiste lo que dijo el abuelo? —replicó con irreverencia—. Tengo que ir a salvar al mundo, ¡y el barco zarpa este mismo día!


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Gasky estaba bien informado, como de costumbre, y el navío mercantil del que había hablado en su carta estaba preparándose para abandonar el puerto de Playamar a media mañana.

Los muelles desbordaban movimiento y bullicio debido a que era la primera jornada laboral luego de los días de descanso. Con un descuido y un leve empujón cualquiera podía terminar en el agua.

Méredith se encargó del diálogo con el oficial de cubierta, y una vez que logró un acuerdo, le hizo una seña a Demián para que llevara el equipaje a la bodega.

Mientras tanto, Winger, Lila y Luke aguardaban cerca de la pasarela de embarque, procurando no interponerse en el paso de los marineros y trabajadores portuarios. La imaginación del mago volaba entre los paisajes exóticos del viejo continente, cuando llamado inesperado lo sorprendió:

—¡Ey, chico! ¿No te sobra alguna moneda para este pobre trotamundos caído en desgracia?

Tumbado contra uno de los postes del muelle, un vagabundo lo miraba y sonreía con picardía mientras señalaba su botella vacía.

—Lo que nos faltaba... —masculló Luke con desagrado—. Hoy nos sobra el efectivo, así que ve y dale esto para que se deje de molestar.

Le aventó a Winger una moneda de plata, y el vagabundo soltó una risa al constatar que había triunfado.

—¡JAJA! ¡Muchas gracias! ¡Muchas gracias! Tal vez no lo sepas, pero estás haciéndole un inmenso favor a uno de los héroes del pasado. Quién sabe qué carajo sería de este mundo si no fuera por mí. ¡JAJAJA!

Winger dudaba mucho que aquel individuo tuviera algo que ver con "uno los héroes del pasado"...

Y en el momento de darle la moneda en la mano, se percató de algo:

—¿Nosotros... nos hemos visto antes? —balbuceó.

La pregunta dibujó una mueca de curiosidad en el rostro del hombre, quien entonces observó al joven con renovado interés.

—¿Dices que nos hemos visto antes? —murmuró mientras trataba de centrar la vista en Winger, aunque su borrachera se lo impedía—. ¡Eso significa que somos amigos! ¡Venga otra moneda para celebrar el reencuentro! ¡JAJAJA!

—Olvídelo... —soltó el mago, malhumorado. Ni siquiera entendía por qué había preguntado eso.

De pronto se dio vuelta y descubrió que Luke ya no estaba junto a Lila.

La muchacha de rizos se había quedado mirándolos con una expresión indescifrable, pero el jugador ya estaba en la pasarela llamándolos con las manos.

—¡WINGER! —gritó Demián a viva voz desde la cubierta del navío—. ¡NOS EQUIVOCAMOS CON EL HORARIO! ¡AGARRA A LILA Y SUBAN AHORA MISMO O EL BARCO LOS DEJARÁ!

El mensaje fue lo suficientemente claro como para que el mago reaccione al instante. Tomó a Lila de la mano y juntos corrieron a toda velocidad hacia la rampa de abordaje.

El vagabundo, por su parte, había dejado de sonreír.

—¿Winger...?

El hombre se había puesto pálido de repente.

—¿Winger...?

El hombre se había puesto serio de repente.

Los marineros retiraron la pasarela al mismo tiempo que el mago y su compañera pisaban los tablones de la cubierta del navío.

Lila seguía mirando al vagabundo, quien también la miraba a ella mientras su cabeza trataba de ponerse en funcionamiento como una locomotora oxidada.

—Winger...

La botella vacía se hizo pedazos en el suelo.

—¡¡Winger!!

Con los ojos gigantescos, el hombre gritó desesperado.

—¡¡WINGER!!

El ajetreo del puerto impedía que su voz llegara hasta el navío mercantil que zarpaba, pero las personas a su alrededor empezaron a observarlo con preocupación. Uno de los vigilantes del puerto se acercó a tranquilizarlo.

—Ey, tú —le dijo con tono amenazante y lo sujetó con firmeza por el hombro—. Si no dejas de hacer tanto alboroto voy a tener que sacarte de aquí a patadas...

El vagabundo se lo quitó de encima de un empujón.

—¡¡WINGER!! —siguió vociferando mientras avanzaba por el muelle. ¡¡WINGER!! ¡¡WINGER...!!

Esta vez fueron tres los vigilantes que se le echaron encima. Eran trabajadores fornidos que estaban acostumbrados a lidiar con ese tipo de incidentes violentos.

—¡ROSA DE LOS VIENTOS!

La explosión de aire arrojó a los tres hombres por los aires.

—¡¡WINGER!! —volvió a gritar el vagabundo—. ¡¡WING...!!

Un relámpago inesperado le atravesó las sienes.

Hincó las rodillas en la madera del muelle y apretó las muelas. Las uñas sucias se clavaron a los costados de su cabeza en un intento inútil por retener la luz de la cordura.

¿Quién era él?

¿Qué estaba haciendo en ese lugar?

¿Por qué había gritado...?

Los amarres fueron retirados y el ancla se elevó.

Sobre aquel barco, solamente Libélula seguía la triste escena del puerto.

Pero Rotnik le había advertido que no se entrometiera en esa historia.

En la historia de Winger.

—Winger... Winger... Winger...

Sujetado a esa palabra en medio de la tempestad interior, el vagabundo logró traer su consciencia de regreso.

Pero ahora eran incontables los vigilantes que lo mantenían inmovilizado contra el suelo, y no le quedaban energías para seguir dando lucha.

Las lágrimas se mezclaron con el sabor de su propia saliva nauseabunda, y lo único que pudo hacer fue seguir gritando:

—¡¡WINGER!! ¡¡WINGER!! ¡¡WINGER!! ¡¡WINGER!! ¡¡WINGER!! ¡¡WINGER!! ¡¡WINGER!! ¡¡WINGER!! ¡¡WINGER!! ¡¡WINGER!! ¡¡WINGER!! ¡¡WINGER!! ¡¡WINGER!! ¡¡WINGER...!!




FIN DE LA PRIMERA PARTE.

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