XIV: Combate en el Palacio Floral

—¡SÁQUENME DE AQUÍ! —bramó Demián mientras pateaba el agua estancada.

—¿Quieres dejar de renegar así? —le espetó Méredith.

—Es que no le gusta estar en lugares encerrados —intervino Winger a favor de su amigo.

—Gritar no nos sacará de aquí —repuso Méredith, quien estaba tan alterada como el resto de sus compañeros.

Estaban en el fondo de un pozo con paredes húmedas, luz escasa y agua pestilente que les llegaba hasta las pantorrillas. No era arriesgado afirmar que habían caído en el estómago del Palacio Floral.

—¡TÚ! —se dirigió Demián a Luke—. ¿Por qué no haces esa cosa tuya y nos sacas de aquí?

—Porque ya lo intenté y no resultó en nada bueno —replicó el Viajero Regresivo, tumbado en el fango—. Si esquivo la caída, el gordo me atrapa con su lengua larga y pegajosa. Asqueroso. No me apetece volver a pasar por eso.

—Pero ahora estamos en un pozo... —arguyó Winger.

—Esta vez tengo que coincidir con Luke —admitió Méredith, constatando que el agujero por el que habían caído se había vuelto a cerrar—. Recuerden que estamos en un viaje de entrenamiento. Aguardemos. Tal vez esta sea una buena oportunidad para probar los resultados.

—Háganle caso a la Princesa Vampira —comentó Luke y se apoyó contra la pared para limpiarse el barro—. Sigámosle el juego a ese batracio. Y si las cosas se ponen aún más apestosas, regresamos al momento en que empezamos a seguir al perro serpiente. Tal vez así ni siquiera me habré mojado las botas...


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Los cangrejos voladores tenían apresada a Libélula.

Ella miró con preocupación hacia la alfombra que se había tragado a sus compañeros.

—¡Suéltame! —exigió a su captor.

Sapo soltó otra risotada.

—No necesitas mi ayuda para liberarte. Pero si que insistes...

El ángel de los pantanos dio una nueva orden y los crustáceos alados quitaron sus tenazas de la prisionera.

—De acuerdo... —murmuró Sapo con los ojos puestos sobre su semejante—. Hacía mucho que no tenía noticias acerca de ti, Libélula. Es raro verte tan lejos de Entalión y de Arrevius. ¿Qué estás haciendo en unas tierras que te son tan ajenas?

—No pienso responder nada hasta que liberes a mis amigos —reclamó ella con obstinación.

—¡Oh! ¿Ahora tienes amigos? —contestó él, divertido—. Eso es muy raro, siendo que Libélula se jacta de ser el ángel que nunca interfiere... Más bien, casi nunca...

La voz de Sapo fue muy sugerente.

Libélula se sintió incómoda y desvió la mirada.

—Si no tienes intenciones de contarme qué estás haciendo en mis tierras, entonces adivinaré. —El ángel renegado fingió reflexionar, aunque en realidad sabía muy bien lo que diría a continuación—. Libélula es la guía y consejera del guardián del jardín de Arrevius. Si ahora andas sola, eso significa que te has quedado sin jardinero. Y puedo apostar mis fluidos estomacales a que alguno de estos niños que trajiste contigo es tu candidato. ¿Acerté?

—Dije que no hablaría... —titubeó ella.

—¡Blaj! ¡Blaj! ¡Blaj! ¡Blaj! No es necesario que contestes, lindura. Te delatas sola. Si tengo que seguir adivinando, apuesto a que es el niño de la espada. Su olor va muy bien contigo. Ahora, mi duda es... —Sapo volvió a sonar sugerente—. Si ese muchacho tiene la reliquia de Blásteroy, ¿no significa eso que él ya es un guerrero de Riblast?

—¡No...! ¿De verdad tú crees eso? —De repente Libélula se había olvidado de su postura reservada—. Él solo... Él simplemente tiene la espada. No creo que sea un guerrero de Riblast. ¿Por qué insinúas eso?

—Yo no estoy insinuando nada, preciosa. Pero tienes que admitir que es sospechoso —agregó el amo del pantano—. El de la capa roja también huele a guerrero de Riblast. Es una fragancia muy sutil... ¿Potsol, tal vez?

—Tal vez... —masculló Libélula. Ella estaba al tanto de que Winger había sido el portador de la gema, pues siempre había acompañado a Rotnik desde la invisibilidad.

—Pero todo esto no debería afectarte justamente a ti —continuó Sapo—. Después de todo, y si mi memoria no me falla, tú te llevas bien con los aliados de Riblast... ¿Cierto?

—¡Basta! Fue solo una vez. No tuve opción. No podía dejar que...

—Sí, ya lo recuerdo —murmuró Sapo, sumamente entretenido con la conversación—. Fue contra un ángel de Cerín. Nerea. Criatura compleja...

—Ella era un monstruo —repuso Libélula.

—Lo era —coincidió el ángel del pantano—. Y Blásteroy fue la única que se atrevió a tratar de detenerla. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido? ¿Cuatro milenios? ¿Cinco?

—No me hagas volver tan atrás —protestó Libélula y se cruzó de brazos—. Haces que me duela la cabeza.

—Nerea incineró casi medio continente en un frenesí arrebatado. Estaba yendo demasiado lejos. Tuviste que intervenir para socorrer a Blásteroy. Supongo que entonces se hicieron amigas.

—¡No éramos amigas! —protestó Libélula de nuevo, esta vez con más consternación—. Y no tengo favoritismos ni por Riblast ni por nadie. Fue solo una vez. No pude quedarme sin hacer nada...

—Muy comprensible, pues era tu continente —respondió Sapo, y esta vez fue más considerado con sus palabras—. Pero eso ya no importa, ¿verdad? Míranos aquí, hablando acerca de ángeles muertos...

Por un momento hubo silencio en el Palacio Floral. Solo se escuchaban los murmullos de las fantasías escondidas entre los adornos de la sala.

—Solo quedamos unos pocos —comentó el ángel renegado con abatimiento—. Me pregunto si su plan desde el principio fue usarnos para luego descartarnos...

—¡No digas esas cosas! No puedes dudar de ellos... Derinátovos nunca...

—¿Te atreves a defenderla luego de lo que pasó aquella vez? ¡Increíble! No quiero imaginarme cuál fue el castigo de la diosa de la naturaleza ante tu desobediencia.

Libélula no pudo seguir argumentando. Acabó agachando la frente.

—Mira, no puedo a obligarte a que seas como soy yo —dijo Sapo—. Pero quiero que sepas que siempre estoy abierto a tener nuevos aliados. Si te has rebelado una vez, puedes hacerlo dos...

—¿Dónde están mis amigos?

Sapo comprendió que su invitada no estaba dispuesta a seguir con la conversación.

Entonces retornó a su sonrisa socarrona.

—Tienes razón. Basta de charla diplomática. Vayamos a divertirnos.


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—¡Encontré algo! —exclamó Demián, triunfal.

Ahora se hallaba en cuatro patas y tanteaba el agua con las manos.

Para asombro de sus compañeros de encierro, lo que alzó fue un hueso de animal.

—Pensé que habías encontrado una salida —comentó Winger con decepción.

—Hay que prepararse para cualquier cosa —respondió el aventurero mientras cotejaba distintas piezas óseas—. Esto servirá... —musitó con una sonrisa y se incorporó esgrimiendo un par de fémures a modo de garrotes.

Lo que a Winger le impresionó no fueron tanto las armas improvisadas por su amigo, sino más bien el hecho de que en ese lugar yacieran restos óseos de animales.

Comenzaba a preguntarse cuál era realmente la función que aquel pozo húmedo, cuando un círculo de antorchas se encendió sobre sus cabezas

La repentina luminosidad hizo visible la verdadera estructura de la caverna. El espacio era amplio y circular, con generosos balcones tallados en la piedra. Trepar hasta allí arriba hubiera sido una tarea engorrosa para cualquier criatura normal, pero en caso de que alguien osara intentarlo, un anillo de púas volvía imposible la huida.

Los balcones estaban abarrotados por las fantasías, que seguían tan bulliciosas como de costumbre. Y ubicado en el palco central, con Lila sentada a su derecha y el yagua recostado a su izquierda, Sapo dedicó un caluroso saludo:

—¡Mis amadas fantasías! —exclamó con entusiasmo y los brazos en alto—. Hoy tenemos el agrado de recibir a un grupo muy interesante de viajeros. Y como todos ya sabemos, esto no es para nada frecuente... Nuestros visitantes se han enterado de que el ángel del veneno lo cura todo, y por eso han acudido a mí en busca de dos favores. Pero nada es gratis en este mundo. Esa es la ley de la naturaleza —agregó mirando a Libélula, quien estaba muy incómoda por toda la situación en la que Sapo había metido a sus amigos—. Dos pruebas a cambio de dos favores. ¡Justo es lo justo! ¡Demuestren, pues, su bravura ante los campeones del pantano, Svábaloff y Poppol!

Las fantasías estallaron en ovaciones cuando el agujero en las alturas se volvió a abrir.

Dos criaturas pesadas descendieron de un salto hacia el pozo, agitando las aguas estancadas al tocar el suelo.

Svábaloff y Poppol eran dos ranas tanto y más altas que un hombre. Sus extremidades superiores y sus pectorales lucían una musculatura muy desarrollada, y sus puños eran grandes como los mazos que Demián sostenía.

—Méredith... —balbuceó Winger—. ¿Estas cosas siguen siendo fantasías?

—Por lo visto, las personificaciones del pantano también pueden adoptar formas intimidantes. No bajes la guardia.

Winger sintió que la voz de Méredith había sonado demasiado distante. Volteó para mirarla a los ojos y se llevó la enorme sorpresa al encontrarla sentada en uno de los balcones, convertida en vampiresa.

—¡¿Pero qué estás haciendo?! —atinó a preguntar el mago.

—Yo no voy a participar —le comunicó ella mientras espantaba a las fantasías para disponer de más espacio—. Ya les dije que esta puede ser una buena oportunidad para evaluar sus avances.

Demián ya estaba concentrado en la inminente lucha, y seguía de cerca los desplazamientos de las ranas antropomórficas.

—¡¡Oye!! —gritó Luke hacia el balcón—. ¡¿Y yo qué tengo que ver en todo esto?!

—Gracias a tu ayuda, Winger logró salir ileso del encuentro con su sombra —respondió la ilusionista—. Estoy segura de que ustedes dos harán un buen equipo de combate.

—¡Pues a mí eso me importa una...! ¡Tkj...! ¡Arriba, Remolino de Viento! ¡Ahora! ¡Arriba!

Luke no había terminado de impartir la orden cuando una de las ranas se impulsó con un salto colosal hacia ellos. Sus puños estaban juntos sobre su cabeza, formando un martillo demoledor.

—¡Remolino de Viento!

Winger obedeció al Viajero Regresivo y consiguió hacer retroceder al atacante sorpresivo.

Volvió a armar su defensa y miró a Luke, esperando nuevas indicaciones. No estaba acostumbrado a pelear de aquella manera. Pero si sus probabilidades de éxito se veían incrementadas trabajando en colaboración, entonces lo intentaría.

Entretanto, Poppol se había puesto a lanzar una lluvia de puñetazos contra Demián.

¿Y cómo sabía Demián que ese era el nombre de la rana marrón que tenía enfrente? Pues porque el otro nombre era tan complicado que ya se le había olvidado.

La fuerza de Poppol era arrolladora. Apenas si el aventurero podía repeler los golpes valiéndose de sus armas óseas como defensa. Y eso solo hacía que su emoción por el combate fuera en aumento. De pronto se había olvidado que estaba encerrado en un pozo, pues toda su atención estaba puesta en los movimientos de su rival y en hallar la mejor estrategia para superarlo.

—¡Flechas de Fuego!

Winger continuaba haciéndole frente a Svábaloff, quien era un poco menos fuerte pero mucho más ágil que Poppol.

A pesar de que las Flechas de Fuego lograron alcanzar al objetivo, no le dejaron más secuelas que algunas marcas de ceniza sobre su piel verde brillante.

—¡Ya te dije que no lo ataques con fuego! —le recriminó Luke desde la retaguardia—. ¿No ves que es un anfibio? A menos que lo dejes rostizado, no lograrás nada con eso. ¿No puedes arrojar otro tipo de proyectiles?

—¡Pues perdón por ser un mago de fuego! —contestó Winger con disgusto.

Ahora su capa estaba mojada y entorpecía su movilidad.

Svábaloff lanzó un chorro de agua contundente a través de su boca.

—¡Imago!

Winger consiguió frenar un golpe directo.

—¡Salta! ¡Ahora! ¡A la izquierda!

El aviso de Luke llegó en el momento justo. El disparo de la rana había sido una distracción. Svábaloff arremetió contra Winger con su hombro derecho, embestida que apenas llegó a ser esquivada por el mago.

«No puedo usar fuego, y mis hechizos de viento más potentes requieren tiempo... ¿Qué puedo hacer?»

—¡Flechas de Fuego!

Winger volvió a emplear sus disparos ígneos para atraer la atención de Svábaloff y alejarlo de Luke. Los proyectiles impactaban contra la piel mojada y escurridiza de la rana y se evaporaban.

—¿Quieres dejar de usar esas cosas? —volvió a espetarle el jugador—. ¿Vas hervirlo en una nube de vapor o qué?

—Vapor...

Aquello le dio a Winger una idea.

¿Funcionaría? Nunca había intentado hacer algo así...

Hincó un talón en el suelo.

—¡Flechas de Fuego!

Y echó a correr alrededor de su adversario.

Desde arriba, rodeada de criaturas extrañas, Méredith evaluaba el desempeño de sus discípulos. Si la situación seguía empeorando, tendría que intervenir. Alzó la vista y miró a Libélula, quien sentada junto a su entusiasmado anfitrión le devolvió una mueca de disculpa.

Luego las dos posaron su atención en Demián.

La pelea del aventurero no marchaba mejor que la de Winger. Poppol lo superaba en fuerza física y en velocidad. Si deseaba salir victorioso, Demián tendría que valerse de toda su astucia como peleador.

—¡Ahí va!

Un golpe de hueso contra la superficie del agua provocó una cortina de gotas.

Poppol alzó un brazo para cubrirse.

«¡Ahora!»

Demián aprovechó la apertura y se arrojó en un feroz ataque frontal contra su oponente. Poppol terminó de espaldas en el suelo y con el aventurero junto encima de él.

—Te tengo... —dijo y levantó sus garrotes improvisados.

No tuvo en cuenta que las poderosas ancas de Poppol no solo servían para saltar.

La rana apoyó sus patas traseras contra el torso del aventurero y empujó.

Demián se vio de pronto aventado directo hacia arriba.

El empujón de Poppol fue tan potente que lo elevó hasta la altura de los palcos y balcones.

Las fantasías soltaron exclamaciones de asombro.

Sapo contempló boquiabierto al aventurero. Libélula, maravillada.

Méredith, por su parte, estaba desconcertada y no sabía cómo interpretar la sonrisa confiada en el rostro de aquel muchacho terco.

Llegó el momento del descenso.

En una fracción de segundo Demián calculó la distancia hasta el suelo y la posición exacta de su rival. Se hizo un ovillo y cayó dando giros sobre sí mismo. Los mazos que sostenía le daban la apariencia de una rueda dentada rodando por una carretera vertical.

Y cuando el camino se cortó, estiró sus piernas y atacó.

El talón del pie derecho del aventurero se hundió en el rostro de Poppol.

La rana se desplomó y quedó inconsciente en el charco putrefacto.

—¡¡SÍÍÍÍÍ!! —rugió Demián con euforia y apuntó con los huesos hacia los balcones—. ¡Esto es para todos ustedes, apestosos bichos imaginarios!

Ubicada entre las fantasías que abucheaban ofendidas al ganador, Méredith lo observó con nuevos ojos.

«Es la incertidumbre de una pelea al límite lo que te motiva para superarte», reflexionó la ilusionista. «Por eso te cuesta tanto mantener el control. Confías en que las situaciones extremas siempre sacarán lo mejor de ti. Tal vez te he prejuzgado, Demián. Sabes lo que haces. Sin embargo, me pregunto si podrás domar al dragón que corre por tus venas si no frenas tus impulsos...»

Y mientras Demián seguía burlándose de los seres etéreos, Winger acabó de rodear a Svábaloff e hincó su bota en el lecho húmedo del pozo por tercera vez.

—¡Triángulo de Fuego!

Aquel conjuro no estaba hecho para ser empleado sobre un suelo inundado.

Los símbolos alquímicos centellaron de una manera inestable. Las barreras llameantes se esforzaron por erigirse, pero lo único que consiguieron fue provocar una fervorosa nube de vapor que invadió la caverna entera.

Con la visibilidad drásticamente reducida, Svábaloff ya no fue capaz de saber la ubicación de sus adversarios. Su única opción era aguzar los otros sentidos. Pero el tacto y el oído solo le permitieron percibir que la circulación del aire en el pozo se estaba volviendo cada vez más agresiva.

El vapor finalmente fue disipado por las ráfagas veloces, y la rana se encontró de cara con uno de los conjuros más poderosos de Winger:

—¡Vientos Huracanados!

El golpe de aire arrastró a Svábaloff con una fuerza vertiginosa y lo arrastró hasta uno de los balcones poblados de fantasías.

A pesar de las quejas y protestas de todos los seres etéreos, el enfrentamiento había tocado su fin.

O no...

Sapo rompió en risas mientras hacía sonar las palmas. El entusiasmo del amo del pantano hizo que las fantasías guardaran silencio para escudriñar al ángel del veneno.

—¡Muy bien, muy bien, muy bien! —exclamó Sapo—. ¡Nuestros invitados nos han brindado un espectáculo asombroso! Pero aún queda una prueba...

—¿Cómo que otra prueba? —protestó Libélula a su lado—. ¡Dijiste que serían dos combates a cambio de dos favores!

—¡Exacto! —le contestó Sapo y alzó sus dedos gordos—. El primer combate fue contra nuestros campeones, Svábaloff y Poppol. Y ahora ha llegado el momento del espectáculo principal. ¡La fantasía más temible de todo el pantano! ¡La personificación misma de las arenas movedizas! ¡Aquí está, para el deleite de todos ustedes, Ubbert el terrible!

Los seres etéreos recuperaron el buen ánimo y la agitación mientras el agujero en las alturas volvía a abrirse.

Winger y Demián intercambiaron un gesto de mutuo apoyo.

Luke, Méredith y Lila miraban hacia arriba, aguardando.

Con cada segundo que transcurría, la expectativa iba en aumento.

Y entonces algo enorme se precipitó hacia el fondo del pozo. El temblor provocado por el choque sacudió todo el recinto.

¿Y qué era lo que había caído en el campo de batalla?

Al principio los combatientes pensaron que se trataba de una roca gigante. No tardaron en descubrir que era un caparazón circular con cuatro patas cónicas y cuatro cabezas de tortuga mirando hacia los cuatro puntos cardinales.

—¡Baja y ayúdanos! —le exigió Luke a Méredith.

Ella dirigió su atención hacia sus dos discípulos. Los halló prudentes y comprometidos con el combate que se avecinaba. Decidió confiar en ellos e ignoró a Luke.

Winger y Demián se aproximaron con precaución a la tortuga gigante, cada uno siguiendo una dirección diferente. Luke iba algunos pasos detrás del mago.

Quieto y severo, Ubbert seguía los movimientos de sus enemigos diminutos con sus cuatro pares de ojos. Sus cuellos se movían despacio hacia un lado y luego hacia el otro. Era difícil encontrar un punto ciego en su vigilancia...

Demián dio otro paso y se acercó demasiado al monstruo.

Aquella fue la señal de alerta para Ubbert.

Hundió las patas y las cabezas en el caparazón.

Y empezó a girar.

Las aguas estancadas no tardaron en volverse un remolino. La fuerza absorbente no fue suficiente para arrastrar a los humanos, pero sí les dificultó mantener el equilibrio.

Entonces Ubbert se puso en movimiento.

Al principio se desplazaba de manera lenta y pesada, siempre girando sobre sí mismo.

¡PUM!

La tortuga impactó contra el muro de roca. Cambió de dirección y siguió avanzando, ahora con más velocidad.

¡PUM!

De nuevo chocó contra la pared circular.

¡PUM! ¡PUM!

Con cada colisión, más rápido se movía.

¡PUM! ¡PUM! ¡PUM!

Ubbert se había convertido en un trompo grotesco que rebotaba contra los muros para salir disparado con renovado impulso. Su velocidad ya era tal que cualquier golpe frontal hubiera marcado el final para sus adversarios.

—¡AAAARRRGHHH!!

Demián soltó un grito de guerra y saltó encima de la tortuga giratoria.

Trató se aferrarse al caparazón; sus ojos dorados revelaban que se estaba valiendo del mayor de los esfuerzos.

Apretó las muelas, tensó todos los músculos, y no lo consiguió.

La rapidez del giro de la bestia acabó expulsándolo hacia el agua pantanosa.

—¡Demián!

Hasta ese momento, Winger había estado evaluando la situación mientras esquivaba los embates de Ubbert. Decidió que era mejor pasar a la acción antes de que la lucha se saliera completamente de control.

Dio apenas un paso hacia la tortuga cuando sintió la mano de Luke sobre el hombro.

—Has gastado mucha energía en la pelea contra la rana —dijo el Viajero Regresivo con seriedad—. Si planeas utilizar magia avanzada, solo te quedan dos disparos.

La mirada del jugador era la misma que aquella noche en ciudad Inspiración.

—De acuerdo...

Aquella advertencia limitaba mucho las posibilidades de Winger. Alzó la vista hacia Méredith. Se preguntó si sería lo correcto arriesgarse a probar un conjuro que no había empleado jamás.

Pero el tiempo apremiaba, y era la única estrategia que se le ocurría...

—Luke —dijo—. Necesito que uses tu habilidad para anticipar la trayectoria de ese monstruo y me avises cuándo vendrá directo hacia nosotros.

—De acuerdo —respondió el Viajero Regresivo—. No sé lo que estarás tramando, Caperucita, pero aquí vamos... ¡Tkj...! —El dedo de Luke apuntó hacia los pies de Winger—. En diez segundos pasará por ahí.

—Gracias —contestó el mago mientras sus puños se llenaban de símbolos alquímicos.

Los llevó hacia los costados del pecho y continuó concentrando energía.

Dos torbellinos sutiles comenzaron a formarse justo en el lugar que Luke había indicado.

Desde la distancia, Méredith reconoció esa postura tan familiar.

«¡No me digas que piensas usar...! ¡¿Winger, acaso tú...?!»

Ubbert rebotó contra la roca y la caverna entera volvió a vibrar.

Esta vez salió disparado en línea recta hacia Winger y Luke.

El jugador escondió la cabeza entre los brazos.

El mago esperó hasta el último instante.

Y activó el conjuro de Alrión:

—¡Tempestad de Dragones!

Los torbellinos en el agua se transformaron en dos vigorosas columnas de viento que golpearon a Ubbert desde abajo.

La tortuga voló por los aires y acabó aterrizando sobre su caparazón.

Por lo visto, en aquella posición invertida le resultaba muy difícil moverse.

Pero eso no era todo.

A pesar del asombro que seguramente invadió a Ubbert al ser sorprendido con semejante truco, mayor fue el estupor de sus oponentes.

En el vientre de la tortuga, allí donde debería estar la parte del caparazón que hasta entonces tocaba el suelo, había un rostro aberrante.

Mientras Ubbert pataleaba en vano para intentar darse vuelta y sus cuatro cabezas de tortuga soltaban alaridos, el rostro furioso mordía el aire y sacudía la lengua, salpicando baba espesa por todas partes.

La pelea aún no había terminado.

Tal y como Luke había predicho, Winger sintió que sus energías mermaban. Solo le quedaba un hechizo. Y sabía lo que tenía que hacer.

—¡Demián! —gritó mientras corría hacia su amigo con un punto de luz roja creciendo entre sus manos—. ¡Impúlsame!

—¡De acuerdo!

Demián no tenía idea de qué planeaba hacer Winger, pero no vaciló al entrelazar sus dedos para formar un estribo.

El mago brincó sobre el punto de apoyo que el aventurero le estaba brindando, y el aventurero usó la fuerza del dragón para aventar al mago hacia lo alto.

En pleno vuelo, Winger pudo apreciar toda la fealdad del rostro oculto.

Dirigió sus manos hacia la bestia y el punto de luz roja se expandió:

—¡Meteoro!

La gran esfera de fuego ingresó en las fauces de Ubbert.

El monstruo masticó y se escuchó una fuerte explosión. Todos los seres etéreos se quedaron estáticos cuando el humo brotó por cada una de las cinco bocas de Ubbert.

Ya fuera de combate, la personificación de las arenas movedizas se disolvió como barro y acabó mezclándose con los sedimentos putrefactos del pozo.

Demián se acercó hasta el sitio donde Winger había caído y lo ayudó a ponerse de pie.

Los dos amigos sonrieron.

Ahora, sí, lo habían conseguido.


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—¡Blaj! ¡Blaj! ¡Blaj! ¡Blaj! ¡El pobre Ubbert necesitará al menos una semana para recuperar su forma física después de esa paliza! ¡Blaj! ¡Blaj! ¡Blaj! ¡Blaj!

Hacía ya un buen rato que el combate había finalizado y Sapo no podía parar de reírse.

De nuevo se hallaban reunidos en la sala principal del Palacio Floral. El recinto ahora estaba totalmente colmado, pues al parecer todas las fantasías que habían presenciado el espectáculo habían decidido quedarse a interactuar con los visitantes.

Luego de felicitar a sus discípulos por su desempeño, Méredith les propuso curar sus heridas, pero una oruga gigante se adelantó a ofrecerles un brebaje de Sapo exclusivamente preparado para los nuevos campeones. No sin cierta desconfianza los combatientes bebieron la pócima, y una sensación muy reconfortante se propagó por sus cuerpos. Winger comentó que la experiencia le recordó a la vez que Ruhi utilizó su Recuperación para sanarlos, a lo que Luke simplemente acotó que él prefería no arriesgarse a probar líquidos de procedencia desconocida.

Finalmente llegó el momento de concretar el motivo de aquel viaje.

Todos en la sala esperaron a que fuera Sapo quien tomara la iniciativa de la ceremonia.

—Bien —comenzó el amo del pantano, mientras acariciaba al yagua y sonreía con satisfacción—. Pequeños humanos, en verdad han brindado un espectáculo memorable. ¡Se han ganado la recompensa acordada! Les pido entonces que me recuerden cuáles fueron sus peticiones.

El primero en dar un paso adelante fue Demián.

—Quiero que repares la espada de Blásteroy.

Sapo asintió con la cabeza.

—Es cierto, la espada —masculló mientras realizaba extraños movimientos con la boca y la garganta—. No tienes de qué preocuparte, niño. La reliquia de Blásteroy estuvo resguardada en mi interior durante todo el tiempo que duró el espectáculo. La emoción por las batallas sin dudas ha servido para segregar los fluidos gástricos con la mejor calidad. Aquí la tienes...

Sapo continuó regurgitando, cada vez con más ímpetu, hasta que abrió la boca y, para horror y espanto de Demián, acabó vomitando la espada.

El arma legendaria se hallaba en perfectas condiciones, nueva y entera, como si jamás se hubiera partido. Un brillo renovado la envolvía, aunque era difícil discernir si eso no se debía a las babas del ángel...

Winger y Méredith miraron a Lila, exigiéndole una explicación.

—Cada ángel posee su propia reliquia —comentó ella—. Pero no siempre se trata de un objeto físico. La reliquia de Sapo son sus propios fluidos estomacales. De ahí provienen sus habilidades regenerativas.

—¡El siguiente! —gritó Sapo.

Y mientras Demián tomaba su espada por la empuñadura con mucho asco, Winger ocupó su lugar en el frente.

Casi tuvo miedo de realizar su petición.

—Mi amiga Rupel está muy enferma —explicitó—. Luego de ser atacada por una bruja experta en venenos, la fiebre fue apoderándose de ella y hasta que ya no la abandonó. En este momento mi amiga se encuentra estable, aunque me han dicho que todavía no recupera la consciencia... ¿Puedes ayudarme a curarla?

—Hm... —murmuró Sapo—. La bruja que atacó a tu amiga puede ser una experta en venenos. Pero nadie iguala al ángel del veneno. A pesar de que no conoces cuál es el mal que aqueja a tu amiga, el espectáculo de hoy me ha motivado tanto que siento que podrás curar cualquier enfermedad del mundo con esto. ¡Tráiganme un frasco!

Los sirvientes de Sapo obedecieron en el acto.

El ángel tomó un pequeño frasco y, sin ningún pudor, escupió directo en su interior.

Si Demián se había espantado al descubrir qué le había pasado a su espada, Winger ahora estaba a punto de desmayarse.

—Entonces... —balbuceó el mago, con el frasco grumoso entre sus manos—. Si queremos que Rupel se recupere... ¿Ella tendrá que beberse esto?

—Hasta el fondo —respondió el ángel—. Tal y como hicieron ustedes hace un rato con mi elixir de sanación. ¿O acaso negarás que tenía un buen sabor?

—...

—...


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El yagua los guió de regreso hasta el borde del pantano.

Luke no paró de reírse durante todo el camino.

—¡No saben cuánto me costó permanecer serio mientras se tomaban esa cosa! ¿Es verdad que las babas de Sapo saben deliciosas? ¿Cuánta gente puede jactarse de haber bebido los escupitajos de un ángel?

—Juro que te daré una golpiza cuando me sienta mejor... —balbuceó el aventurero.

Libélula ayudaba a Demián a marchar, mientras que Méredith hacía lo mismo con Winger. Sus heridas habían sido sanadas, pero pasaría bastante antes de que pudieran recuperarse de la descompostura.

Sin dudas aquella era una anécdota que los dos amigos preferían dejar en el olvido.

Y a pesar de todo, habían tenido éxito.

La espada de Blásteroy parecía un arma nueva.

Y tenían una cura para la fiebre de Rupel.

El viaje hacia el sur había valido la pena.

—Oye, Lila —le habló Winger en cierto momento—. Quiero darte las gracias por habernos llevado hasta Sapo. En verdad significa mucho para mí.

—Es cierto —se sumó Demián al agradecimiento—. Todo fue idea tuya. Eres un poco extraña, ¡pero también eres genial!

Como respuesta a tantos elogios, el ángel solo pudo esbozar una sonrisa triste.

Había vuelto a intervenir en los acontecimientos del mundo.

Y ya no pudo discernir si eso estaba bien, o estaba mal...


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Libélula se quedó varada allí, irresoluta, entre el fuego, la ceniza y los restos calcinados de la selva de Lupú-Lubot.

Alto y a la distancia, vio elevarse a las antagonistas una vez más.

Chorros llameantes impulsaban a Nerea hacia el cielo. Su risa reflejaba su felicidad.

Explosiones de viento propulsaban a Blásteroy. Su semblante seguía siendo bravo.

El cañón de Nerea descargaba su poder en forma de rayos devastadores.

Ninguno daba en el blanco.

La emisaria de Riblast desgarraba el fuego y la tierra con el filo de su espada.

Tampoco ella era capaz de alcanzar a su enemiga.

Por su parte, Libélula lloraba.

¿Qué podía hacer?

Su diosa fue contundente a la hora de prohibirle intervenir en los acontecimientos del mundo.

Los continentes y el Océano podían estar siendo devorados por los Abismos y Derinátovos se mantendría inconmovible en su firmeza.

Pero Libélula no era Derinátovos.

Su corazón era blando y estallaba de dolor cada vez que era testigo de alguna injusticia.

—La injusticia no existe... —repitió en voz alta la doctrina de la diosa de la naturaleza—. Solo vemos puntos de vista parciales. No somos nadie para creernos capaces de estar en las dos márgenes del río al mismo tiempo.

Pero en ese momento los ojos de Libélula no veían márgenes de ríos alegóricos. Contemplaban la destrucción sin sentido provocada por un ángel insensato.

El fuego era malo...

—El fuego nos da calor cuando tenemos frío —se respondió.

Pero el fuego mata si se expande de manera innecesaria.

—¿Cuál es el límite de lo necesario?

Pero el fuego mata si se expande de manera incontrolada.

—¿Cuál es el límite del control?

Libélula estaba aturdida.

Ya no podía distinguir quién hacía las preguntas y quién las estaba contestando.

Ya no tenía respuestas.

Un solo pensamiento anidaba en su cabeza...

Apagar la fogata.

Blásteroy liberó un grito enardecido y los vientos de Riblast volvieron a dispararla.

Eran las últimas fuerzas que le quedaban.

Con los dientes apretados y su espada por delante, voló directo hacia el ángel de Cerín.

Se había convertido en una saeta arrojada por la voluntad misma del Cisne.

Pero Nerea era ágil y elástica.

Su cabellera enrulada volvió a sacudirse al contorsionar su cuerpo y esquivar la arremetida.

Rió con alegría.

Luego giró sobre sí misma y su pierna se convirtió en un látigo incandescente.

Blásteroy sintió que sus costillas se partían por la violencia del puntapié descomunal de Nerea.

Como un ave extenuada, acabó cayendo del cielo.

La potencia del impacto produjo un cráter en la tierra quemada.

Con mucho esfuerzo consiguió apoyarse sobre una rodilla. Las heridas mancillaban todo su cuerpo. Levantó la mirada y constató que se hallaba en una posición totalmente desventajosa.

Nerea en el aire, riendo a carcajadas, con el cañón irrefrenable apuntando hacia abajo.

Era un cáliz que desbordaba luz y fuego.

Era el último sol destructor...

—¡...!

La risa de Nerea se vio interrumpida por la sangre que colmó su boca.

Bajó la mirada.

Tenía un hueco en el centro del pecho.

Un golpe tan inesperado como certero le había atravesado la espalda.

Quiso volver a reír y tosió más sangre.

El brillo se extinguió en su cañón y en su rostro.

Carente ya de vida, el cuerpo de Nerea se hundió el mar de cenizas que ella misma había creado.

Blásteroy clavó su espada en la tierra y la empleó como sostén para incorporarse.

Recorrió la zona con los sentidos.

Solo viento caliente y olor a humo; los vestigios de un incendio que había durado todo el día.

No encontró a nadie más.

La batalla había sido dura, pero el trabajo estaba hecho.

Otro ángel había abandonado el mundo.

—Gracias... —soltó en voz alta y se retiró.

Libélula la oyó con claridad pero no se mostró.

Permaneció quieta, silenciosa, con la angustia amontonada en la garganta.

Tal vez su máscara podía ocultar su grande vergüenza a los ojos de Blásteroy.

Pero no podía esconderse de ella misma.

Ni de Derinátovos.

Cuando regresó a la montaña Entalión, ya no pudo encontrarla.

La diosa de la naturaleza se había convertido en una estatua de arena que se deshizo con el ocaso.

¿Cuántos milenios habían transcurrido desde entonces?

Sapo había dicho que cuatro. O cinco...

Derinátovos había desaparecido.

Y a pesar de que Libélula estaba segura de que su diosa algún día iba a regresar, en el fondo de su corazón ella sabía que ya nunca más la volvería a ver...

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