VI: Javín Bal
Winger y Demián salieron por una puerta de madera oculta en el bosque. Habían caminado un largo trecho a través de un túnel subterráneo. O eso suponían... ¿Qué distancia habían recorrido realmente? ¿Cuánto tiempo había pasado desde que se separaron de Pery y de Gasky? La oscuridad del pasadizo y la ansiedad en sus cuerpos les hacían sentir desorientados.
Una cosa era segura: los temblores habían cesado. Con inquietud miraron hacia atrás, hacia el cielo, a través de las copas de los árboles.
El pináculo del historiador ya no estaba ahí.
Durante todo ese tiempo, la figura de Gasky había sido un importante sustento para todos ellos. La caída del pilar de roca representaba también la caída de esa seguridad.
Con un futuro incierto por delante, los dos amigos guardaron silencio y encararon hacia el monte Rui. La ausencia de palabras era una muestra de respeto por la pérdida, pero también era una medida de precaución. No tenían forma de saber si se encontraban a salvo, o si sus enemigos estaban pisándoles los talones.
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Mago y aventurero marcharon a paso acelerado durante todo el día.
Llegó la noche y continuaron avanzando.
No había tiempo para descansar.
De vez en cuando los sonidos de los alrededores los llenaban de sobresalto. Sus corazones se aceleraban solo para descubrir que se trata del viento, de un búho o de una ardilla.
Agachaban las cabezas y seguían adelante.
Winger no tenía esa espantosa sensación de estar siendo perseguido desde la huida de ciudad Doovati, tras el incendio de la Academia. Pensar que en aquella ocasión se trataba de un simple hostigador con una máscara de cerdo...
La imagen de la cabeza ensangrentada de Bress lo golpeó de repente.
Y la sonrisa desencajada de su verdugo.
¿Quién era ese sujeto del pelaje pardo? Winger no era capaz de ponerlo en palabras, pero definitivamente algo muy malo pasaba con él. A pesar de haberlo visto solo una vez, estaba convencido de que sería un adversario muy peligroso.
Otro más....
¿Cuántos más...?
¿Por cuánto tiempo más...?
Por eso tenían que encontrar a Lucius. Para emparejar la lucha. Tal vez...
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Con las primeras luces del amanecer, el castillo se hizo visible.
Habían llegado a la morada de Ruhi.
Por algún motivo, la anciana los estaba esperando sobre el puente levadizo de la entrada.
—Queridos míos, qué mal se ven...
—El pináculo ha caído —le informó Winger de inmediato.
—No sabemos cómo se encuentra Gasky —agregó Demián—. Es probable que los enemigos nos estén siguiendo.
La bruja los calló con un gesto calmo.
—Ahorremos las palabras —sugirió Ruhi—. Lo que necesitan ahora es una buena taza de té matinal.
Los dos amigos se miraron con extrañeza pero siguieron a la anfitriona sin protestar. Ingresaron al castillo, atravesaron la sala de las estatuas y llegaron a la sala de estar. Los sirvientes mágicos de la bruja se ocupaban de los quehaceres domésticos y la mesa para el desayuno ya estaba dispuesta.
Ruhi invitó a sus visitantes a tomar asiento mientras ella misma cerraba la puerta tras de sí.
—¿Desean acompañar el té con bocadillos dulces o salados?
—Señora, ¡no tenemos tiempo para esto! —le espetó el aventurero—. ¿No escuchó lo que le dijimos antes...?
—Querido Demián, ¿osas despreciar la generosidad de una pobre ancianita? —repuso Ruhi con tristeza—. Quédate sentado y tómate tu té antes de que se enfríe.
—¡Usted no es una pobre ancianita! Usted... ¡Ey!
Un Sigilaria se había plantado delante de Demián con una tetera en su mano translúcida. Aún con la desconfianza en el rostro, el muchacho alzó su taza para dejar que el sirviente le sirviera la infusión.
Y como Winger supuso que él iba a ser el próximo, hizo lo mismo que Demián pero sin ofrecer tanta resistencia.
—Señora Ruhi —trató el mago de intervenir de una manera más diplomática—, lamento si estamos siendo un poco descorteces con usted, pero esto en verdad es una urgencia. Hay muchas cosas que necesitamos contarle. Gasky nos ha enviado porque...
—Comprendo que esto es urgente, querido Winger —aseveró la bruja—. Y créeme que esta vez estoy dispuesta a ayudarlos sin pedirles nada a cambio. Nada, salvo un humilde capricho para esta anciana... ¿Pueden probar mi té y decirme si les ha gustado? Denme esa alegría, por favor.
El mago y el aventurero volvieron a mirarse sin entender nada.
Pero hubo algo en el tono insistente de Ruhi que los hizo ceder. Optaron por olvidarse del apuro por un par de segundos y probaron la infusión caliente.
La anciana sonrió complacida.
Luego giró la cabeza en dirección a la puerta cerrada.
—Ya están aquí.
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El olfato del primer discípulo de Jessio era muy agudo. Tal vez uno o más cazadores formaban parte del pueblo de almas que moraba en su interior. O quizás se había devorado la esencia de un perro y ya no lo recordaba. ¿Qué más daba? Lo importante era que Legión fue capaz de guiar con firmeza a sus dos compañeros a través del bosque de hayas escuálidas hasta dar con el castillo de la bruja.
El monstruo rastreó el aroma de sus presas una vez más.
—Están ahí adentro—aseguró—. Vamos.
Mantis y Reniu lo siguieron sobre el puente levadizo.
Ya en el interior, fueron recibidos por una silenciosa sala con cuatro estatuas. Sus pisadas resonaron sobre el suelo de losas blancas y negras.
Llegaron hasta el extremo opuesto del salón. Un balcón de cortinas aterciopeladas sobresalía por encima de una puerta grande y pesada, la cual les cerraba el paso.
—Ya los tenemos —dijo Legión con regocijo.
Abrió la puerta.
Los tres infiltrados avanzaron.
Y volvieron a aparecer en la misma habitación de las estatuas.
Antes de que pudieran comprender lo que había ocurrido, las cuatro puertas secundarias que había en el salón se abrieron. Una música de feria colmó sus oídos. Desde los cuatro umbrales laterales, una negrura espesa los asediaba.
—Propongo que nos dividamos para explorar —dijo Mantis.
Legión pareció ignorarlo. Torció la cara hacia la derecha. Apuntó con una mano en dirección al umbral más cercano y un tentáculo de energía oscura salió disparado hacia lo desconocido.
El apéndice del monstro reapareció con violencia a través del umbral de la izquierda.
Reniu tuvo que activar la Imago para no ser embestido.
—No creemos que estas puertas nos lleven a ninguna parte —comentó Legión, replegando el tentáculo.
—Ya veo —musitó Mantis, pensativo—. ¿Y qué opinas de aquel lugar?
El asesino de la máscara plateada señalaba hacia el balcón en el extremo opuesto. Las cortinas verdes, antes quietas, ahora se mecían por el efecto de una ventisca sutil que llegaba desde el otro lado. Aquel movimiento era como una invitación a lo desconocido...
Legión esbozó su sonrisa de dientes afilados.
—Si la bruja quiere jugar, entonces juguemos.
Mantis y Reniu obedecieron la indicación de su compañero y se adelantaron hasta el balcón. El monstruo, por su parte, se demoró un poco más.
Se había quedado contemplando la escultura de los arlequines danzantes, quienes lo miraban con gesto burlón.
Entonces, sin previo aviso, la destruyó de un zarpazo.
Sus caras felices se partieron contra el piso.
—Quien encuentre a la bruja primero, la puede matar.
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Winger y Demián reaccionaron con espanto ante el ruido de un derrumbe muy cercano.
—¡¿Qué fue eso?! —exclamó el mago poniéndose de pie.
—¡Vino desde la sala de las estatuas! —señaló el aventurero—. ¡Deben ser ellos!
—En efecto, queridito —contestó Ruhi—. Pero ese no es motivo para haber derramado mi infusión predilecta. ¡Miren qué desastre!
Demián giró hacia la mesa y quedó impactado, pero no fue por las tazas caídas.
Winger se había desplomado.
—¡Maldita bruja! —bramó el aventurero, y de pronto sintió un brusco mareo—. ¿Qué rayos nos dio de tomar?
—Están cansados, duerman un poco —les sugirió la meianti—. Yo me ocuparé del resto.
Demián apenas llegó a escuchar las palabras de Ruhi antes de perder el conocimiento.
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Arriba, un cielo rojo de nubes estáticas.
Abajo, un abismo envuelto en tinieblas.
Una estatua gigante con los brazos extendidos y las palmas hacia arriba, con un brazo adicional brotándole de la espalda y otro más saliendo del pecho.
En cada una de las cuatro manos, una puerta.
Mantis, Reniu y Legión habían llegado hasta aquel mundo sobrecogedor al atravesar las cortinas. Y en lugar de hacerlo juntos, cada uno había aparecido por una puerta diferente. Reniu estaba parado sobre la mano derecha del gigante. Legión, sobre la derecha. Y Mantis, sobre la que podía mirar la nunca de la estatua. La única puerta que permanecía cerrada era la que el gigante sostenía frente a su rostro, aunque no podía verla, pues sus ojos de piedra estaban cerrados.
Los tres enviados de Jessio tardaron en reaccionar. Las dimensiones de aquel lugar sumado al paisaje onírico los había dejado desconcertados. Además, había algo raro en el ambiente que ninguno de ellos llegaba a interpretar correctamente.
—Estamos adentro de una ilusión —comentó Mantis.
Legión se propuso corroborarlo. Usando sus uñas filosas se laceró la propia carne en la zona del abdomen. Sus facciones se deformaron en una mueca de dolor.
—No es una mera ilusión mental —advirtió el monstruo a sus compañeros—. El poder de la bruja está alterando el tejido del espacio. Estamos atrapados en una ilusión dimensional.
—Y no creo que sea solo el espacio lo que ha sido distorsionado —agregó el enmascarado—. A esta altura, es evidente que lo que la bruja intenta hacer es demorarnos. Si estamos atrapados en una ilusión temporal, quién sabe cuántas horas han pasado desde que cruzamos la primera puerta...
Legión encontró aquel desafío sumamente estimulante.
—Reunámonos —propuso.
Los tres caminaron sobre los brazos como si se tratara de puentes de roca, en dirección al centro de la estatua. La cabeza del gigante apuntaba serena hacia la cuarta puerta, la cerrada. No se podría decir que la miraba, pues tenía los ojos cerrados.
Habían caminado hasta el codo de sus respectivos brazos cuando Mantis soltó un grito de advertencia.
—¡Cuidado!
El enmascarado apuntaba hacia la coronilla de la estatua, donde había un árbol marchito y carbonizado, con aves posadas encima.
Pero... ¿Realmente se trataba de aves?
—Es un nido de plumas (1) —indicó Mantis.
Lo que descansaba sobre el árbol escuálido no eran pájaros, sino puras y simples plumas blancas, adheridas a un nido de paja renegrida.
La cara del monstruo se iluminó.
—¡Oh! Vaya... Siempre nos hemos preguntado cómo sería un nido de plumas. Ahora lo sabemos...
Los tres infiltrados mantenían la distancia.
Sin embargo, Legión no estaba inactivo.
De la zona de su hígado empezó a brotar carne.
Venas, arterias, músculos, cartílago.
Un tubo de materia vital se prolongó desde el torso del monstruo hasta el piso, como una serpiente despellejada.
El apéndice avanzó dos metros y luego comenzó a crecer, como una planta.
Piernas y tronco. Brazos y rostro.
Lo que Legión estaba elaborando era un muñeco de carne viva.
Y, por algún motivo, el homúnculo tenía la apariencia del antiguo Hóaz.
Cuando el cuerpo estuvo completo, se puso en movimiento hacia el centro de la estatua. Caminaba gracias a la voluntad de Legión, que le llegaba a través del cordón que los conectaba.
El homúnculo dio un paso y luego otro.
Arriba del árbol carbonizado, las plumas se alborotaron.
El muñeco siguió avanzando.
Y los hijos del nido se le abalanzaron.
Hubo un remolino agresivo y vertiginoso, que descendió sobre el homúnculo como un gusano voraz. Las plumas se clavaron como dardos en la carne. En apenas unos segundos el cebo quedó reseco como una fruta pasa. Legión tuvo que cortar el apéndice para no ser devorado por los hijos del nido.
Cuando la faena terminó, las plumas ya no eran blancas, sino rojas.
Volaron de regreso al árbol, vertieron los jugos consumidos en el nido y se posaron sobre las ramas marchitas, tal vez anhelando que algo más sucediera.
Pero nada más sucedió.
—Fascinante —musitó Legión—. No podemos acercarnos más sin arriesgarnos a una muerte segura. En ese caso, primero hay que despejar el camino. ¡Dispara!
La orden fue para Reniu, quien se hallaba ubicado en el brazo opuesto al de Legión. Los dos al mismo tiempo llevaron sus brazos hacia adelante para invocar un punto luminoso de magia roja.
Situado en el brazo que brotaba de la espalda del gigante de piedra, Mantis alcanzó a divisar un detalle llamativo.
—¡No! —gritó a sus compañeros.
Los puntos incandescentes se expandieron junto al sonido de detonaciones atronadoras:
—¡Meteoro!
Los disparos pasaron cerca de la cabeza de la estatua, pero no la tocaron.
La advertencia de Mantis había llegado a tiempo para desviar las esferas abrasadoras, que se perdieron en el cielo y acabaron en un eco de explosiones distantes.
Aún con los brazos extendidos, Legión miró a su compañero con intriga.
—¿Qué ha sido eso? —indagó.
—La nuca de la estatua —contestó el asesino enmascarado—. Desde sus posiciones no pueden verla, pero yo alcanzo a divisar una ranura. Tiene la forma de una cerradura. Intuyo que es la clave para desmantelar esta ilusión.
Legión soltó una carcajada de voces múltiples.
—Estuvimos a punto de destruir nuestra vía de escape, ¡fascinante! —exclamó entre risas desquiciadas—. Y dinos, ¿dónde crees tú que se encuentre la llave?
—Quién sabe... —murmuró Mantis—. En un hueco en el tronco carbonizado, a los pies de esta estatua. Quizás en las manos de la propia bruja. Pero nosotros no la vamos a necesitar... ¡Reconstrucción!
El enmascarado chocó las palmas de las manos. Sus guanteletes soltaron un sonido metálico y un destello de plata recorrió todas las láminas que lo envolvían. Un garfio se formó sobre sus nudillos al mismo tiempo que la forma de su armadura empezaba a mutar.
Entonces se arrojó hacia adelante.
El nido de plumas reaccionó con sedienta agresividad.
Mantis alcanzó la nuca de la estatua e insertó el garfio en la ranura que había visto desde la distancia. Constató que, en efecto, se trataba de una cerradura.
Las plumas giraron en remolino y apuntaron a clavarse en las carnes del intruso. Sin embargo, el revestimiento metálico de Mantis se había transformado en una membrana fina y porosa, de tal forma que cuando las plumas arremetieron, terminaron todas atrapadas en los diminutos orificios y sin llegar a tocarle la piel.
El asesino había perdido gran parte de su movilidad debido al cambio en su armadura, pero al mismo tiempo estaba totalmente protegido. Parecía la escultura de un grotesco hombre emplumado.
Con el garfio incrustado en la nuca del gigante, inició la segunda fase de su plan.
Ya librados de la amenaza de los hijos del nido, Reniu y Legión se arrimaron hasta el cuello de la estatua. Posados sobre los hombros del gigante, podían oír un discreto tintineo que llegaba desde el interior del cráneo de piedra. Mantis estaba empleando el garfio en sus nudillos como una ganzúa para activar el mecanismo de la cerradura..
—Estén preparados —dijo el enmascarado, concentrado—. No sabemos qué pasará en el momento en que dé con la combinación correcta.
Mientras el cerrajero continuaba con su labor, Legión dirigió la mirada hacia la única puerta que no habían atravesado, la que correspondía al brazo que brotaba del pecho de la estatua. Era de doble hoja, y de un tamaño mayor al de las otras tres. Algunas voces en la cabeza del monstruo le sugerían abalanzarse sobre esa cuarta puerta, pues era evidente que era especial. Otras voces más sensatas lo persuadieron de que lo mejor era ser prudentes y esperar.
Los minutos transcurrieron. ¿Cuántos realmente? Era difícil saberlo desde el interior de ese mundo onírico. Cinco, diez o cien, finalmente llegó el momento en que Mantis logró desentrañar los secretos de la cerradura.
—Lo tengo —musitó.
Y el gruñido de engranajes pesados se hizo sentir desde las entrañas de la estatua.
Lentamente el gigante fue abriendo los ojos. Sus órbitas eran de vidrio cristalino, y mostraban una expresión sosegada.
El mecanismo se detuvo, y sobrevino el silencio.
Solo para eso Mantis había realizado una maniobra tan arriesgada y sacrificado su motilidad.
Entonces una voz inspirada se alzó sobre las demás en el coro siniestro de la mente de Legión:
—Reniu, abre la puerta de doble hoja.
El esclavo obedeció. Se movió con rapidez a lo largo del último de los cuatro brazos y alcanzó la mano extendida. Con precaución destrabó una de las dos hojas. Para su sorpresa, se topó con unos ojos de color azul gélido.
Eran los suyos.
Reniu se había encontrado con su propio reflejo.
Al descorrer la segunda hoja reveló que lo que esas puertas escondían no era más que un gran espejo.
—Córrete de ahí —le ordenó Legión.
Reniu se hizo a un lado y la mirada de cristal del gigante se vio enfrentada consigo misma.
Un súbito temblor sacudió el recinto ilusorio.
La estatua estaba tiritando de miedo.
La rígida musculatura de su rostro luchaba por tensarse en una expresión aterrorizada, lo cual acabó llenando la roca de grietas y fisuras. La conmoción no se detuvo hasta que el gigante consiguió abrir la boca por completo. La mueca deforme con la que volvió a quedar tieso era de espanto y desesperación.
—"Frente al espejo de tu corazón aullarás con angustia y horror" —recitó Legión la línea de un poema que, quién sabe, tal vez alguna de las almas que poblaba su ser había leído en alguna parte.
El monstruo se asomó a la cavidad bucal del gigante para investigar más de cerca. Descubrió una escalera descendente que se perdía en la oscuridad. Una corriente de aire tibio llegaba desde abajo.
—Tal vez este camino nos lleve hasta la salida —comentó—. ¿Qué vas a hacer tú? —se dirigió a Mantis, quien seguía con el puño atascado en la nuca del gigante—. ¿Vas a acompañarnos?
—Adelántense —contestó el enmascarado, con algunas de las plumas aún agitándose en la trampa que les había tendido—. La ilusión se desintegrará cuando la bruja caiga. No perdamos más el tiempo.
Legión no preguntó dos veces. Se dejó engullir por el gigante de piedra y Reniu lo siguió con una Bola de Fuego para marcar el camino.
Los peldaños bajo sus pies eran húmedos y resbaladizos. Descendiendo por aquel pasadizo angosto, la noción del tiempo se les turbó aún más.
En algún momento el túnel se volvió horizontal. Avanzaron hasta llegar a una nueva puerta.
Legión la abrió.
Y la música de feria volvió a inundar sus oídos.
Habían regresado al salón de las estatuas.
La escultura de los arlequines seguía desparramada por el suelo. Algunos pedazos llegaban hasta los umbrales de las puertas laterales, desde donde cuatro bestias asomaban sus garras y sus fauces: un kássigler, un shatta, un booza y un laguno.
Hacia el fondo del salón, de pie bajo el balcón de las cortinas de terciopelo, dos Sigilarias voluminosos y macizos hacían chocar sus puños.
Ante semejante escenario de encierro y repetición cíclica, cualquier persona hubiera experimentado sentimientos de hartazgo y frustración.
Pero hacía ya varios años que Legión no era una persona.
La cara del monstruo delataba euforia. Su sonrisa era tan ancha que sus ojos parecían sables curvos.
Una risa, discreta al principio, empezó a hacerse oír.
El pelaje del lomo del monstruo se erizó. Su respiración iba haciéndose cada vez más agitada.
La carcajada iba en aumento y amenazaba con salirse de control en cualquier momento.
Con lágrimas en las mejillas y chorros de baba en el mentón, Legión miró a Reniu de reojo:
—Vete —le susurró entre espasmos de insana exaltación—. Abriremos el camino. Encuentra a la bruja. Y mátala.
La sombra de Winger percibió la hostilidad que manaba de la sonrisa de Legión. Retrocedió tres pasos al mismo tiempo que recorría el salón con la mirada. Su instinto de supervivencia le advertía acerca de un peligro inminente.
El monstruo que lo comandaba estaba a punto de desatar su enorme poder destructivo.
El lomo de pelaje pardo se desgarró y los tentáculos emergieron.
Era el prólogo de la locura.
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—¡¡W...g...r!! ¡¡Desp...rta!!
Winger abrió los ojos y se topó con el rostro alarmado de Demián.
No entendía por qué su amigo estaba zamarreándolo con tanta violencia.
El suelo vibraba. Los Sigilarias iban y venían por la habitación, tratando en vano de mantener el orden.
—¿Demián...? —balbuceó—. ¿Qué ocurre?
—¡Ocurre que esta bruja nos ha dormido! —gritó el aventurero apuntando a Ruhi con un dedo.
Un halo luminoso envolvía a la meianti.
El grillete que Pericles había forjado flotaba en el aire, rodeado por cadenas circulares hechas de símbolos alquímicos y gotas de color carmesí.
La bruja sujetaba una navaja con una mano. Y en la palma de la otra, un tajo profundo la manchaba con su propia sangre.
—Espero que hayan tenido una bella siesta —comentó la bruja, mirándolos de reojo—. Terminemos con esto de una vez.
Alzó las manos y el grillete se tornó incandescente.
—"Al momento de cerrarse, este artefacto establece un surco en el tiempo ordinario, dividiéndolo en dos" —recitó con una voz solemne, y los símbolos mágicos se mezclaron con la sangre—. "El portador de este artefacto solo será capaz de utilizar sus habilidades del lado del surco en que ha quedado parado, y será incapaz de extenderlas más allá del surco". —Las ecuaciones alquímicas giraban a gran velocidad conforme se iban impregnando al collar—. "El portador de este artefacto será incapaz de quitárselo hasta que la persona que se lo colocó así lo decida".
El grillete liberó un fulgor intenso y adquirió una tonalidad azul plateada, muy similar a la del brazal que Winger había usado durante un año.
—Está listo —anunció Ruhi.
Avanzó hacia Demián y le entregó el artefacto mágico.
—Intuyo que serás tú quien se encargue de la parte más desagradable del trabajo, querido Demián —le dijo—. Solo tendrás una oportunidad. Si fracasas, todos lo habremos hecho.
El aventurero tragó saliva, asintió con torpeza y aceptó el encargo de Ruhi.
—Y en cuanto a ti —se dirigió la bruja ahora a Winger—. Dejo esto a tu cuidado.
La anciana chascó los dedos y un sobre de papel se materializó.
—Entrégaselo a Luke luego de que el collar le haya sido colocado. Luego y no antes. Entonces todos comprenderán lo que está ocurriendo.
Las cabezas de los dos jóvenes enviados estaban cargadas de preguntas.
Una explosión repentina las espantó a todas.
Winger y Demián tuvieron que sujetarse entre ellos para no caer.
La porcelana de Ruhi acabó en el suelo.
No sabían desde donde llegaría la amenaza, pero Blásteroy y un hechizo de fuego estaban listos para hacerle frente.
—No hay tiempo para jugar ahora —intervino la bruja—. Síganme.
Ruhi se internó por uno de los corredores de su castillo y sus invitados la siguieron sin entender demasiado. Cuatro Sigilarias los escoltaban.
—¿Podría al menos explicarnos qué está pasando? —le reclamó el aventurero.
Los temblores iban en aumento y la anciana aceleraba el paso.
—Está rompiendo mi barrera desde adentro —respondió Ruhi con voz fascinada—. Pero no se preocupen por eso, queridos. Tengo lista una ruta de escape.
—¿"Está rompiendo"? —indagó el mago—. ¿Se refiere al...?
Desde los pasillos laterales brotaron tentáculos de energía maligna, cortándoles el paso.
Winger y Demián volvieron a prepararse para entrar en combate.
Sin embargo, no fue necesario.
Los sirvientes mágicos de Ruhi se lanzaron sobre los apéndices del invasor para retenerlos por la fuerza.
—¡Gracias, mis valientes servidores! —agradeció la bruja a sus propias creaciones y siguió adelante, con sus dos protegidos siguiéndola de cerca.
El corredor por el que avanzaban se fue internando en el corazón del castillo. Las lámparas del techo se agitaban y los adornos venían abajo. Cada vez que los murmullos de la destrucción parecían haber quedado atrás, estos volvían a hacerse sentir a corta distancia.
Winger y Demián no dejaron de vigilar sus espaldas hasta que arribaron a una habitación circular. Varios caminos del castillo convergían en aquel recinto discreto y silencioso, con una escalera que terminaba en un balcón. Las ramas largas y flacas de las hayas que creían en el bosque llegaban a divisarse a través de los ventanales abiertos.
—Hay una cosa más que me queda por hacer —dijo la anciana al llegar al centro de la habitación—. De hecho, son dos... Pero vamos a lo nuestro. Winger, acércate.
El mago dio un paso adelante. Ruhi lo tomó de la muñeca con gentileza y lo miró con una intensidad inaudita.
Una brisa primaveral recorrió entonces el cuerpo del muchacho. Era como si la meianti estuviera surcando su interior en busca de secretos escondidos.
—Ahí estás...
La bruja abrió grandes los ojos y alzó un dedo.
Tocó la frente de Winger.
Lo que el mago experimentó en ese instante no se pareció a nada que hubiera sentido en toda su vida. Su conciencia se colmó con imágenes y palabras, con información táctil, motora y kinestésica, con fórmulas alquímicas. De repente tuvo la impresión de haber recordado algo importantísimo, algo que jamás debió haber olvidado y que, sin embargo, recién estaba a punto de aprender. Algo que siempre y nunca estuvo allí.
—Javín Bal...
Las palabras salieron de sus labios de forma espontánea.
El rostro de Winger reflejaba estupor.
—Ya está hecho —sentenció Ruhi con conformidad—. Llegó la hora de marcharse. ¡Níckel!
El llamado de la bruja despertó a una criatura que dormitaba en el rellano superior, frente al balcón. Era corpulenta y de patas cortas, con una extraña apariencia perruna y rasgos maravillosos. Apenas el aventurero se percató de su presencia, el rostro se le iluminó con la más genuina fascinación:
—Un cinamoto... —exclamó y se olvidó por completo del apremio de la situación—. El dragón más raro del mundo.
Demián subió las escaleras de un salto y se aproximó al dragón para inspeccionarlo de cerca. Tenía una gran cabeza y tres pares de orejas planas, las cuales agitaba con gracia. El cinamoto movía el rabo como si estuviera a gusto con el muchacho, quien no paraba de reír como un niño.
—Níckel los llevará más allá de las montañas, hasta Quhón —les comunicó la bruja, acercándose para acariciar el hocico de su mascota—. Ellos serán tus pasajeros, bebé. Cuídalos bien.
Ruhi besó a Níckel con dulzura y este aulló con alegría. Luego unió la punta de sus orejas delanteras y empleó sus cualidades mágicas para formar una burbuja brillante.
Demián estaba cada vez más encandilado con el cinamoto.
La reacción de Winger, sin embargo, fue muy distinta.
—¡Espere! —gritó desde el pie de las escaleras.
Su expresión mostraba una mezcla de emociones: confusión, perplejidad, inquietud, angustia.
—¿Qué es exactamente lo que tenemos que hacer? ¿Cómo es Luke? ¿Cuál es su don de nacimiento? ¿Qué es Javín Bal? —El mago corrió escaleras arriba para enfrentar a Ruhi cara a cara—: ¿Acaso usted piensa quedarse aquí?
La pregunta final hizo que Demián saliera de la nube de admiración y se percatara de que los temblores seguían en aumento. Algo muy malo estaba a punto de echárseles encima.
Ruhi, por su parte, se mostraba ajena al peligro. Su mirada solo transmitía confianza.
—Paciencia, querido —le dijo a Winger—. Todo a su tiempo.
Llevó los brazos hacia adelante y los dos jóvenes se vieron repentinamente arrastrados hacia el interior de la burbuja de Níckel. El cinamoto empezó a batir las orejas como si fueran alas.
La bruja los saludó con una reverencia.
—Adiós y buena suerte.
Winger y Demián soltaron gritos implorantes mientras golpeaban la barrera mágica con sus puños. Querían bajar de allí. Querían pedirle que viniera con ellos.
Querían advertirle que una de las sombras de la habitación circular acababa de separarse de las demás.
Y que tenía ojos de hielo.
Ruhi no les hizo caso. Cerró las cortinas tras el ventanal con un amplio ademán.
Y al volver a abrirlas, solo había un sólido muro de roca.
—Hola, querido —saludó con tranquilidad.
La bruja se dio vuelta.
Ahí estaba el esclavo de Jessio.
Reniu la observó desde el pie de las escaleras. Alzó una mano envuelta en llamas negras.
Trepó las escaleras con un movimiento veloz.
Sus rostros se encontraron.
Y entonces la sombra quedó paralizada.
Sus ojos de hielo ahora delataban desconcierto. Bajó la mirada y constató un fenómeno inusual:
La mano de la bruja se había hundido en su pecho.
No se trataba de una agresión física. No había una herida ni había sangre.
Era como si de pronto sus cuerpos se hubieran unido.
Con el fuego fatuo aún ardiendo en su puño levantado, Reniu logró articular algunas palabras:
—Yo... lo... siento...
Ruhi sonrió con ternura.
—No te disculpes, queridito. No es tu culpa.
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Desde las alturas, bajo la mañana mortecina del monte Rui, Níckel soltó un llanto desolador. De alguna manera, él sabía lo que había pasado.
Atrapados en la burbuja protectora, Winger y Demián presenciaron el fin del castillo de la bruja, que se desmoronó al ser atravesado por cien brazos de energía oscura.
(1) "Se dice que cuando un árbol es quemado con fuego maldito, de los nidos chamuscados sobre sus ramas nacerán hijos completamente hechos plumas. Estas criaturas, huérfanas de padre y madre, nunca se alejarán de su nido, al que custodiarán de cualquier intruso. Y al incauto que ose acercarse le succionarán hasta la última gota de vida, añorando en vano llegar tener sus propios cuerpos y convertirse algún día en aves libres". Esta es una leyenda tradicional del noreste del continente de Mélila.
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