IV: Los Reyes Locos de Quhón

La luz se filtraba a través de las copas de los árboles del bosque de Schutt, salpicando con claridad los techos del santuario en honor a Derinátovos. Los muros del edificio, dañados durante el atentado ocurrido un año atrás, habían sido reparados y la hiedra fresca empezaba a cubrir los destrozos de aquel incendio.

Habiendo acabado con los rituales matutinos del templo, Mara salió por la puerta principal para meditar entre la naturaleza acerca del acontecer de los hombres en el mundo. Entonces vio a un viajero que se acercaba por el camino. Lo reconoció sin dificultad, y le llamó la atención el armazón de madera que cargaba en la espalda mediante dos correas. Era una especie de asiento sobre el que descansaba un ave de gran tamaño y alas blancas. Cuando el guingui estiró el cuello por encima del hombro de quien lo transportaba, la sacerdotisa confirmó que se trataba de su amigo Jaspen.

—Bienvenidos —los saludó con cordialidad—. ¿A qué se debe esta visita inesperada?

—Hola —dijo Demián a secas—. Vengo a devolvértelo.

El aventurero se arrodilló para quitarse el arnés improvisado y depositar a Jaspen en el suelo. Con cuidado desató las amarras que sujetaban al guingui y desenvolvió la manta que lo cubría.

Mara entonces pudo apreciar el ala vendada de Jaspen.

—Fue mi culpa —confesó Demián sin querer entrar en detalles—. Soy un torpe, y un descuidado. Y por eso Jaspen salió lastimado. No es que esté librándome de la responsabilidad al traerlo aquí. Estuvimos cuidándolo durante una semana en casa de Gasky, pero creo que estará mejor en un lugar como este.

—No hay problema con ello, Demián —aseguró la sacerdotisa—. Sin embargo, no me parece que Jaspen esté del todo de acuerdo con esto...

Mara conocía a Jaspen desde hacía varios años y podía leer en su mirada que no compartía la decisión de su compañero. Eso y los picotazos que el guingui le daba a su cuidador mientras este le revisaba el vendaje una vez más.

Demián se hacía el tonto, pero él sabía perfectamente lo que Jaspen opinaba.

No importaba.

No quería seguir exponiéndolo a más peligros.

—También quiero darte esto —agregó el aventurero y extrajo la campana de Jaspen de su cinturón—. No me la merezco. Es mejor que la tengas tú o se la des a alguien más.

Demián se quedó con el brazo tendido, esperando a que Mara tomara el instrumento dorado.

Pero ella se quedó contemplándolo y luego sonrió con ternura.

—Demián, no tiene sentido que me entregues esto a mí, pues la campana no es mía. Cuando te la hice llegar por intermedio de Soria, fue porque el propio Jaspen así lo quiso. Tal vez llegue el día en que tú también le pases la campana a alguien más. Sabrás cuando sea el momento. Yo cuidaré a Jaspen por ti hasta que sus heridas sanen, pues entiendo que estás pensando en lo más beneficioso para él. Sin embargo, debo pedirte que conserves esa campana. Aún tienen lugares por recorrer juntos.

—Pero, yo... Yo no... —Demián apretaba el mango del instrumento con fuerza.

Desde la hierba, Jaspen trinó suavemente para captar la atención de su compañero.

Los dos compartieron una mirada intensa.

Demián no se perdonaba lo que había sucedido, pero su amigo sí lo había hecho.

Sin mediar palabras, Mara se acercó al muchacho y le dio un abrazo maternal.

Y él se permitió derramar algunas lágrimas.


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La noche ya había caído sobre el monte Jaffa cuando Demián cruzó la barrera mágica que protegía la cima del pináculo de Gasky. Venía meditando acerca de lo que la sacerdotisa le había dicho, y tal vez por eso no se percató de que en la mansión había más movimiento que el habitual hasta que ingresó.

—¡Gluomo, ya volví! —anunció desde la puerta—. ¡Huelo comida! ¡Gordito, más te vale que me hayas guardado algo...! ¡¡Ey!! ¿Qué hacen ustedes aquí?

El aventurero no pudo evitar reír con alegría al toparse con el sorpresivo recibimiento de Marga y Ronda. Las mandrágoras se treparon a sus pantorrillas y lo llevaron hacia el salón comedor, donde Winger y Pery platicaban con Gasky mientras hacían la sobremesa.

Los visitantes había arribado esa misma tarde. Entre todos intercambiaron saludos afectuosos y se pusieron al tanto acerca de todo lo que había pasado en las últimas semanas. Winger habló acerca de la batalla en el palacio de ciudad Doovati y del desenmascaramiento de Jessio en una sala del trono repleta de testigos. Demián contó cómo había sido la pelea contra el Pilar de Amatista y sus hombres, y el motivo por el que había bajado hasta el santuario del bosque ese mismo día. Pericles, por su parte, solo pudo relatar el bochornoso episodio de la detención en el cruce fronterizo. Gasky fue el último en hablar. Se encargó de ponerlos al tanto de su descubrimiento acerca del verdadero plan de Jessio y Neón, y también les enseñó una carta muy breve que Soria le había hecho llegar desde Playamar. La muchacha de los pies ligeros solo les quería transmitir tranquilidad haciéndoles saber que continuaba cuidando de Rupel en el pueblo costero. A pesar de que su situación seguía sin mejorar, tampoco había empeorado, y por esto el tono general del mensaje de Soria era optimista.

De hecho, por un momento todos en aquel comedor se sintieron esperanzados. Winger lo notó sobre todo en los ojos del anciano historiador, brillantes como una flama renovada, en marcado contraste con la expresión ensombrecida que había arrastrado en los meses anteriores debido a los obstáculos con la traducción del libro de Maldoror, sumado al contragolpe recibido al perder el juicio en ciudad Miseto.

Ahora eso había quedado atrás. Los bandos se hallaban relativamente igualados, o al menos ellos habían ganado un buen impulso motivador para detener a los aliados de Neón.

—Amigos, podemos hacerlo —afirmó Gasky con resolución—. Falta poco para que todo esto termine. Pero tomémonos una noche de descanso. ¿Qué les parece si pasamos a la sala de estar?


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Demián protestó y reclamó su parte de la cena, pues Winger y Pery se la habían comido, hasta que Gluomo dijo que le prepararía algo más. El plásmido le hizo unos emparedados improvisados al mismo tiempo que ponía a calentar agua para el té.

—Hace poco recibí un paquete de hebras aromáticas desde Demepokol —comentó el dueño de casa mientras tomaba asiento en uno de los sillones individuales de la sala—. Pery, no te imaginas lo delicada que es la experiencia de probar este té.

—Así que ahora eres el abuelo que cuenta cuentos antes de ir a dormir —murmuró Pery con tono de broma.

El anciano rió por el cumplido.

Sentado junto a Demián, quien estaba concentrado en devorar sus emparedados, Winger paseó la vista por la habitación. Hacía rato que no entraba en ese lugar. Los sofás de terciopelo verde sobre el suelo alfombrado, la estantería con libros y adornos junto al hogar a leña, todo seguía en la misma posición que la última vez que habían estado allí, cuando el historiador les habló acerca de las profecías del fin del mundo. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde esa noche? ¿De qué les hablaría el anciano en esta ocasión?

Gluomo trajo una bandeja con una tetera, cuatro tazas y un poco de azúcar. El aroma discreto y elegante de las hebras de té no tardó en acariciar el ambiente.

—¿El señor Demián desea un poco de agua para acompañar los emparedados? —preguntó el plásmido mientras servía el té.

Demián respondió con gruñidos, la boca llena y señas indescifrables con las manos, a lo que Gluomo decidió dejarle la taza vacía y se retiró de la habitación cerrando la puerta al salir.

—Bien... —exclamó el anciano con regocijo luego de tomarse un momento para saborear la infusión aromática—. ¿Alguna vez han oído hablar acerca de los Reyes Locos de la casa de Ulrike?

El historiador se dirigía principalmente a Winger y a Demián. Por la expresión en el rostro de Pery, era claro que él ya conocía esta historia.

Como el mago y el aventurero respondieron con gestos de negación, Gasky continuó hablando.

—Una parte de mí se siente agradecida de que las nuevas generaciones desconozcan ese vergonzoso episodio en la historia de mi tierra natal. Me refiero al reino de Quhón. Sin embargo, como historiador me veo obligado a traer de regreso al presente todo lo que ha sucedido, por lamentable que pueda haber sido.

»La línea cordillerana que podemos apreciar desde este mismo pináculo divide al continente en dos grandes mitades. Los países del sur de Dánnuca tienden a ser pobres en comparación a los del norte, con recursos naturales muy escasos y poco desarrollo tecnológico. Se podría decir que los vientos de progreso que nos llegaron desde el continente de Lucrosha se quedaron de este lado de la cordillera.

»Sin embargo, distinto era el caso de Quhón. A pesar de las adversidades, a través de los siglos supo gestionarse de una manera eficiente y sustentable. Fue sobre todo el conocimiento, su capital más preciado, lo que le permitió progresar y distinguirse del resto de los reinos sureños.

Las caras de Winger y Demián revelaban que las palabras del anciano estaban siendo bastante confusas, por lo que el historiador decidió dejar de dar rodeos y ser más directo.

—Una dinastía gobernó Quhón durante muchas generaciones. Les hablo de la casa de Ulrike, entre cuyos representantes se encontraba el príncipe Nicolatías, a quien tal vez conozcan por haber sido el guerrero de Riblast que detuvo a Andrea, ángel de Cerín.

»Pero la historia que hoy nos interesa no versa sobre Nicolatías, sino sobre los descendientes de su hermano menor, el rey Mileneo III, quien gobernó durante casi cincuenta años y fue el último soberano cuerdo de su linaje. Sus nietos Tartalán y Toy lo sucedieron en el trono, convirtiéndose en reyes los dos al mismo tiempo.

—¿Puede haber dos reyes a la vez? —preguntó Winger con curiosidad.

—Estrictamente hablando, fueron reyes por turno, pues resolvieron por decreto rotar la función de monarca cada siete días. —El anciano se encogió de hombros con una mueca de contrariedad—. Como podrán imaginar, esto trajo muchos inconvenientes para el manejo y la comunicación del reino. Lo que un rey dictaminaba era corregido por el otro a la semana siguiente. Y esta fue la primera de las muchas excentricidades llevadas a cabo por los hermanos que pasaron a la posteridad con el penoso apodo de "Reyes Locos".

Gasky hizo una pausa en su relato, dio otro sorbo a la infusión aromática y se acomodó en el sillón. Parecía estarse preparando mentalmente para narrar los bochornosos episodios que involucraron a los dos monarcas.

»Tartalán y Toy decidieron trasladar la capital de Quhón al corazón del reino, construyendo una ciudad perfectamente circular desde sus cimientos. El nombre de la nueva capital fue "Inspiración", y si bien fue edificada con las mejores intenciones, se hallaba colmada de errores de planificación. Primero y más importante, ahora la capital se hallaba lejos del puerto, lo que encarecía el transporte de los productos y generaba un gasto adicional en todo el comercio. Por otra parte, dos grandes castillos gemelos fueron erigidos en el centro de la ciudad circular, construidos con cristal resistente azul. Imaginen la confusión para los ministros del reino; peor aún para las comisiones embajadoras que llegaban para entablar lazos diplomáticos y no sabían a cuál de los palacios acudir para entrevistarse con el soberano de turno. Y si aquello no era problema suficiente, el cristal del que estaban hechos sendos palacios era helado en invierno y candente en verano. Rara vez los Reyes Locos podían ser ubicados en sus propios hogares.

»Otros dos graves errores en el diseño de ciudad Inspiración fueron la pajarera y el canal circular. El rey Toy era aficionado a las aves exóticas e hizo traer las especies más hermosas desde todos los rincones del mundo, construyendo la jaula más grande del mundo para albergarlas. No tuvo en cuenta que muchos de esos pájaros eran territoriales y que una batalla horrenda los enfrentaría desde el instante en que se los pusiera a convivir en el mismo espacio cerrado. El resultado fue un gasto enorme en las arcas del reino para hacer una pajarera que solo sirvió de arena de combate por una semana. Casi todos los pájaros acabaron muertos, y una especie en particular escapó de la jaula y se convirtió en una plaga. Si hay una cosa que hasta el día de hoy caracteriza a la capital de Quhón es el olor a excremento de cotorrejas.
»Tartalán, por su parte, era amante de las carreras, y tuvo la idea de construir un canal náutico que formaba un anillo enorme a través de la capital. El plan era utilizarlo para promover las carreras de hipocampos gigantes.

—Eso suena divertido —comentó Demián.

—Y lo fue al principio —respondió el historiador—. Si bien era un espectáculo pintoresco que los ciudadanos disfrutaban una vez por semana, las aguas del canal artificial pronto empezaron a ensuciarse y llenarse de nuevas plagas, como anfibios y mosquitos. Aquello acabó en tragedia: la población de la capital mermó en un diez por ciento debido a las enfermedades que estos animales transmitían.

—No olvides contar lo de las esculturas —acotó Pery desde su asiento.

—Cómo olvidarlo —dijo Gasky con abatimiento—. Los reyes se consideraban artistas geniales, y empleando su influencia alzaron esculturas gigantescas por todo el país, las cuales a la larga no resistieron los embates del tiempo o las inclemencias climáticas. Además, su mantenimiento requería enormes sumas de oro y mano de obra que bien podrían haber sido utilizados para el avance y la prosperidad del reino, tal y como habían obrado sus antecesores. La gloria de Quhón como una de las naciones más sobresalientes del continente quedó convertida en ruinas en un período de apenas ocho años.

»Poco a poco el humor del pueblo fue agriándose. Los habitantes del reino cada vez toleraban menos las excentricidades de los Reyes Locos, y un rumor de sublevación empezó a crecer en los callejones y las tabernas de la capital.

—¿Pero cómo puede ser que nadie les haya advertido acerca de lo que estaban haciendo? —indagó Winger—. Se supone que los reyes tienen asesores.

—Un rey puede hacer lo que él quiera —repuso Gasky—. Lo que por supuesto va a traer consecuencias, sean estas positivas o funestas. Los Reyes Locos no oían consejos. Solo les importaba la satisfacción de sus caprichos infantiles. Una vez Toy mandó a quemar toda la cosecha de trigo porque él era alérgico al pan. Tartalán se ofendió porque un grupo de eruditos le advirtió que sus decisiones estaban siendo desacertadas y clausuró todas las bibliotecas y casas de estudio. Supongo que con estos ejemplos ya es suficiente para que puedan figurarse de qué clase de insania estamos hablando. Mientras los Reyes Locos se ocupaban de organizar banquetes o aprobar nuevas edificaciones inauditas, sus coroneles no sabían qué más hacer para contener al pueblo insatisfecho.

»Yo mismo fui asesor de los Reyes Locos durante seis años. Jamás me hicieron caso. Con tristeza y resignación terminé aceptando la propuesta del rey de Lucerna de hace dos generaciones, quien me acogió en este reino como uno de sus consejeros y dio mucho valor a palabra, así como sus descendientes continúan haciéndolo.

»Por aquellos años, estoy hablando de medio siglo atrás, yo aún no me había asentado en este monte, sino que vivía en una residencia en ciudad Miseto. Todavía no acababa de acostumbrarme a mi nuevo hogar cuando llegó la noticia de que la revolución en Quhón había estallado. Tartalán fue capturado por la turba cuando intentaba huir de la ciudad en un carruaje y lo sumergieron de cabeza en las aguas turbias del canal artificial. En cuanto a Toy, resbaló de una cornisa cuando trataba de escapar por una ventana del palacio y acabó aplastado contra el suelo. Ese fue el desdichado final de los Reyes Locos.

»Una familia noble de Quhón, la que encabezó la revolución, los sucedió en el trono y desde entonces todos sus habitantes se esfuerzan por recuperar la gloria de los tiempos pasados. Sin embargo, este es un claro ejemplo de cómo los errores de algunos pocos hombres pueden ocasionar desgracias a largo plazo. Hasta el día de hoy es posible divisar aquí y allá, esparcidas por los caminos del reino, las esculturas monolíticas que los Reyes Locos erigieron, socavadas por los años, convertidas en meros recordatorios de una época infame.

Con esas palabras Gasky puso punto final a su historia. Dio un último sorbo a su té aromático y dejó que la estela dejada por su relato revoloteara por la habitación un poco más. Luego bajó la taza y se dirigió a sus interlocutores con una entonación diferente.

—Amigos míos, la batalla final está muy cerca. Jessio ha perdido las influencias que tenía en este continente, pero eso ya no le interesa, pues ha conseguido lo que buscaba. Ahora solo necesita una reliquia más, los ojos de Tatiana, los cuales según las palabras de Maldoror se encuentran escondidos en alguna de las cámaras de la torre de Altaria. Entonces podrá revivir a Daltos. Pero nosotros no nos quedaremos de brazos cruzados.

El historiador metió la mano en uno de los bolsillos de su chaleco y sacó una carta.

—El motivo por el que les he contado la historia de los Reyes Locos es porque la misión que les encomendaré toma lugar en ciudad Inspiración, la capital de Quhón, e involucra al último descendiente de la casi extinta casa de Ulrike. Su nombre es Lucius, y posee un don de nacimiento muy especial, una cualidad que nos dará la ventaja que necesitamos para ganar el asalto final. Y de acuerdo a la opinión de nuestra estimada amiga Ruhi —agregó alzando la carta—, lo que tendremos que hacer para conseguir la ayuda de esta persona es ni más ni menos que colocarle un collar.

Demián masticó lentamente el bocado que aún tenía en la boca, quizás tratando de asimilar, igual que sus compañeros, el dato desconcertante que el anciano acababa de revelarles.

—¿Ponerle un collar? —repitió el aventurero después de tragar—. Lo que dijo que suena a...

—Tal vez deba aclarar un poco más el escenario para que comprendan a lo que me refiero —lo interrumpió el historiador con un gesto cortes.

Luego deslizó los dedos con los que sostenía en alto la nota de Ruhi y mostró que en realidad se trataba de dos cartas diferentes.

—Hace poco, un amigo muy querido me escribió para pedirme ayuda por una situación que lo tiene muy angustiado. Su nombre es Magallanes, y resulta que es el tutor de Lucius desde que este era un niño. Mi amigo me cuenta que a pesar de haber puesto todo su empeño en criar a su pupilo como una persona de bien, no ha podido hacer nada para corregir su comportamiento libertino y despreocupado. Refiere en su mensaje que Lucius no tiene ninguna responsabilidad en la vida y que todo lo que hace es apostar, dormir y beber. Pero lo que más me ha llamado la atención de la carta de Magallanes es lo siguiente...

El historiador arqueó las cejas y leyó un pasaje de la misiva que tenía entre las manos:

—"He intentado todo para lograr que el señorito Luke se comporte en consonancia con los grandes antepasados que han traído orgullo a su familia. O por lo menos, de acuerdo con los treinta años que ya tiene... Le he implorado que piense en sus difuntos padres y en cómo se sentirían ellos si vieran a su hijo llevar un estilo de vida tan irresponsable y superficial, pero nada lo conmueve. Y lo peor de todo..." —Gasky acentuó el tono de sus palabras— "...es que nada parece salirle mal. Es como si la suerte del señorito no se acabara nunca, o como si supiera el resultado de absolutamente todo lo que se cruzará en su camino. Por esto es que me resulta tan difícil enderezarlo. ¿Cómo hacer entrar en razones a un hombre cuando todo lo que hace le sale bien?"

Gasky hizo una nueva pausa, dejó la carta a un lado y miró a sus tres acompañantes con interés.

—¿Y bien? —preguntó—. ¿Cuál creen que es el don de Lucius?

—La buena suerte —contestó Demián sin pensarlo demasiado.

—Tal vez tiene la habilidad de controlar lo que sucede a su alrededor —aventuró Pericles, aunque no se mostró muy convencido.

—¿Y si, de alguna forma, es capaz de adelantarse a lo que va a suceder? —arriesgó Winger finalmente—. ¿De ver el futuro?

Frente a esta última contestación, el rostro del historiador se iluminó.

—Eso mismo es lo que yo sospecho, Winger. Piensen en la ventaja de contar con un aliado capaz de anticipar los acontecimientos que vendrán. Por una vez nosotros estaríamos, literalmente, un paso adelante de nuestros adversarios.

—Eso suena muy bien, Gasky —observó Pery—. ¿Pero cómo piensas convencerlo de que nos ayude?

—Eso —coincidió Demián—. Tu amigo dice que a este tipo no le interesan las responsabilidades ni los compromisos.

—Es aquí donde Ruhi interviene —aclaró el anciano—. Hice una copia de la carta de Magallanes y se la envié. Tardó muy pocos días en contestar, y a pesar de que nuestra amiga no se molestó en explicarme cuáles fueron sus conjeturas en relación a las habilidades de Lucius, sí me dio instrucciones muy precisas acerca de lo que debemos hacer. ¿Recuerdan cuando preparamos el brazal para la gema de Potsol? —preguntó mirando a Winger y a Demián—. No se preocupen, esta vez no habrá que recolectar materiales. De hecho, es un proceso de elaboración similar, pero mucho más simple. Sí necesitaré que mañana, Pery —se dirigió ahora al herrero—, te ocupes de forjar un dispositivo metálico capaz de cerrarse alrededor del cuello de una persona. Si el buen clima acompaña, por supuesto.

—Quieres que haga un grillete —especificó Pericles, y su tono era muy sugestivo.

—Más bien yo pensaba en una gargantilla —repuso Gasky—. Pero tú eres el experto aquí. Solo procura que no sea algo demasiado pesado o incómodo de llevar.

—Qué atento... —soltó el herrero con ironía.

—Una vez que el artefacto esté listo —prosiguió el anciano—, Ruhi ha solicitado que se lo llevemos. Ella misma se encargará de grabar una ley en el collar.

—Y esa ley es... —murmuró Winger.

—No lo sé —admitió Gasky—. Como ya les he dicho, Ruhi ha sido muy reservada a la hora de darme detalles acerca del don de Lucius. Aunque parece estar muy segura acerca de cuál es ese don, cómo es que funciona, y de qué manera debemos proceder en una situación como esta. Y eso es todo. Supongo que tendremos que confiar en nuestra querida meianti.

El historiador guardó las cartas de nuevo en su bolsillo. Amagó a tomar de nuevo su taza, y entonces recordó que ya no había más té.

—Una vez que tengamos resuelto ese asunto, deberemos dirigirnos hacia la capital del reino de Quhón y contactar con Magallanes. Estoy seguro de que él podrá orientarnos para dar con Lucius y completar la misión. ¿Alguna pregunta?

Pery se cruzó de brazos, negó con la cabeza y permaneció cabizbajo.

Winger y Demián intercambiaron una mirada. El mago sabía que su amigo pensaba en Soria, pues él estaba pensando en Rupel. Había temido que el anciano volviera a enviarlos a una misión lejana, pues eso significaba que aún tendría que esperar para reencontrarse con la pelirroja. Sin embargo, de momento decidió dejar ese tema a un costado y encarar otro asunto que no dejaba de hacerle ruido desde el instante en que Gasky comenzó a detallar su plan.

—Disculpe, señor... —vaciló el muchacho de la capa roja—. ¿Usted quiere que secuestremos a esta persona?

Pericles se mostró atento ante la pregunta de su sobrino.

Gasky mantuvo la seriedad en el rostro. Volvió a jugar con la taza vacía. Parecía estar eligiendo las palabras con mucho cuidado.

Winger y Demián se prepararon para una extensa justificación.

Sin embargo, la respuesta fue breve.

—Sí, eso es lo que les estoy pidiendo que hagan.

El mago quedó muy impresionado por la contundencia del historiador. Lo miró directo a la cara, y supo que el anciano entendía perfectamente lo que estaba pasando por su cabeza. El semblante endurecido de Gasky le transmitía una única verdad silenciosa: "Así están las cosas". Con una sensación muy desagradable corriéndole por dentro, Winger comprendió que iban a tener que mancharse las manos...

Gluomo ingresó a la sala en ese momento y se puso a limpiar la mesa. Durante un rato, solo se escuchó el sonido de la vajilla y los cubiertos chocando contra la bandeja.

—El día ha sido largo para todos ustedes —comentó Gasky mientras le alcanzaba la taza a su mayordomo—. Tal vez quieran retirarse a descansar ahora.

Los dos jóvenes aceptaron la sugerencia del anciano, saludaron con cierto desánimo y se marcharon hacia sus habitaciones en el piso superior.

Gluomo acabó de recoger las migas que Demián había desparramado y partió de regreso a la cocina.

Entonces Gasky y Pericles que quedaron solos.

El herrero permanecía quieto como una roca y con los brazos cruzados. Y como el historiador supuso que quería decirle algo, simplemente se limitó a aguardar.

—Ha sido un buen relato —comentó Pery después de un rato—. Hacía tiempo que no escuchaba la historia de los Reyes Locos. Es una pena que hayas omitido ciertos detalles. ¿No lo cree, príncipe Picátrix de la casa de Ulrike?

Gasky sonrió con diversión.

—Hacía mucho que no me llamaban de esa manera —susurró—. Si no mencioné que Toy y Tartalán fueron mis sobrinos fue simplemente porque no consideré que esa información aportara nada útil a la misión. Por otra parte, Winger ya está al tanto de que Nicolatías es mi padre. Se lo conté durante los meses que vivió en esta casa, así que debe haber llegado a la conclusión acertada por su propia cuenta. ¿Hay algo más que quieras decirme?

El herrero volvió a tomarse su tiempo y finalmente habló:

—Estuve hablando con Winger acerca de Haisen.

—Grandioso —respondió el historiador—. ¿Se lo has contado todo?

La liviandad en la contestación de Gasky dejó descolocado a Pericles. Realmente le hubiera gustado verlo reaccionar con mayor incomodidad.

—No —dijo el herrero—. Aunque si él hubiera hecho las preguntas indicadas, yo las habría contestado.

—¿Y por qué esperar a que él tome la iniciativa? ¿Por qué no lo haces tú? —indagó el anciano con un tono que insinuaba ser desafiante—. Si te apresuras, tal vez puedas contarle la verdad antes de que se vaya a dormir.

—Yo no... —Esta vez el herrero dudó—. Es solo que...

—Si no tienes nada más que agregar, Pery, entonces regresaré a mi laboratorio. Ya sabes adonde encontrarme. Buenas noches.

Pronunciadas estas palabras, el historiador abandonó la habitación.

Ahora solo, Pericles se quedó pensando. ¿Por qué sentía que la libertad de acción que el anciano le daba era solo un espejismo? Y no se trataba de que alguien fuera a detenerlo si intentaba hablar con su sobrino. Era más bien que Gasky sabía que él no se iba a atrever.

Después de todo, no lo había hecho hasta ese momento. Y había tenido muchísimo tiempo para hacerlo.

Después de todo, ni siquiera había podido comunicarle a su propia hija que era la reencarnación de Blásteroy. Al final, fue el mismo Gasky quien se encargó de eso...

—¡Ow...!

Un mal movimiento hizo que sus costillas le soltaran una descarga de dolor. Era el lugar donde sus huesos se habían roto durante la batalla en el palacio de Pillón.

Sus heridas nunca habían acabado de curarse del todo. Aquel día comprobó que ya no era el joven que había formado parte del grupo que puso fin a la Era de la Lluvia. Y a pesar de que todavía conservaba su fuerza física, temía acabar siendo una carga para los demás.

Su rol ahora se limitaba al de ser el herrero que proveía las herramientas para que otros las utilizaran en los enfrentamientos.

Con los ojos humedecidos por las costillas adoloridas y por el orgullo perdido, Pericles se supo un cobarde que volvía a encomendarse a las decisiones del viejo Gasky.

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