III: Hóaz
A pesar de que los criados se habían encargado de limpiar el regadero de entrañas, la presencia de la muerte aún perduraba en el convulsionado palacio de ciudad Doovati. El olor metálico de la sangre seguía impregnado en el aire, y desde el pabellón de los heridos llegaban los gemidos de las víctimas.
El malestar era generalizado, y aún así era preciso reconocer que había sido una desgracia con suerte. Nadie quería imaginar qué hubiera pasado si el Pilar de Rubí no hubiera decidido retirarse de manera tan repentina.
«Hóaz...», soltó Méredith en un suspiro discreto.
Cuánto le había costado pronunciar ese nombre cuando su majestad exigió información acerca del atacante brutal. La sala del trono había quedado envuelta en un silencio incómodo ante el pedido de la reina Pales, pero ella fue contundente en sus palabras:
Si uno de los Pilares de Catalsia se había aliado con Jessio de Kahani, entonces era también un enemigo del reino, y era imperioso dar con su paradero para continuar con la misión de impartir justicia.
Una expedición de búsqueda ya había partido y regresado. Solo habían sido capaces de seguir un camino de manchas de sangre hasta las inmediaciones del arroyo Lycaia. A partir de ese punto, el rastro se volvía difuso. Sin embargo, había motivos para sospechar que el monstruo había continuado rumbo a la extensa planicie central de Lucerna.
Era por eso que en este preciso momento, el Pilar de Amatista, último bastión de la élite de guerreros mágicos de la Academia de Magia, se disponía a emprender un viaje para resolver el asunto. Su semblante estaba endurecido como el cristal al que su apodo hacía referencia. Sus pasos retumbaban por pasillos como tambores de guerra. Sus ojos irradiaban destellos de resolución. Y sin embargo...
—Veo que te marchas, amiga.
Una persona se cruzó en el camino de la ilusionista justo antes de que esta abandonara el palacio.
Se trataba del guardián de la reina.
—Me encargaré de esto —se limitó a contestar Méredith.
—¿Y sabes por dónde empezar? —indagó Rotnik.
—He hecho algunas conjeturas. Primero debo dirigirme hacia el monte Jaffa. Le prometí a Winger que le informaría acerca de cualquier novedad relacionada con Jessio y los suyos.
—Y el atacante de ayer es uno de los suyos...
La mirada del Pilar de Amatista casi cede por un segundo. Pero se mantuvo firme.
—Es una posibilidad muy factible que Jessio busque asesinar a Gasky, puesto que no lo consiguió la última vez. Entonces el viaje hacia la zona de los montes de Lucerna tiene una doble justificación. Y en caso de que mis sospechas fueran erróneas, nunca está de más pedir el consejo de un anciano tan sabio como Gasky.
—Me parece un plan muy razonable —afirmó Rotnik mientras se paseaba por el zaguán—. ¿Estarás bien yendo tú sola?
—Sé cuidarme —repuso Méredith con un gesto orgulloso—. Además, llegaré más rápido si utilizo mis alas de vampireza.
—Has pensado en todo...
La ilusionista miró hacia el exterior, dando a entender que tenía apuro.
El hombre del desierto, sin embargo, seguía bloquéandole el paso.
—Puede parecerte un comentario impertinente. Pero, ¿podría pedirte que no seas tú quien vaya tras él?
La petición de Rotnik dejó muy sorprendida a Méredith.
—¿Y por qué querrías eso?
—Sinceramente, tengo miedo de lo que pueda ocurrirte. Hemos peleado juntos contra esa criatura que se hizo llamar Legión, y pude sentir que tus sentimientos hacia Hóaz son auténticos. Tengo miedo de lo que puedas hacer al encontrarte con él. Tengo miedo de que confundas a Hóaz con Legión.
El Pilar de Amatista sonrió.
—En verdad aprecio que te preocupes por mí, Rotnik. Hoy parece irónico que nuestro primer encuentro haya tenido lugar en la sala de duelos de este mismo palacio, pues yo también te considero un compañero valioso y alguien digno de admiración. Por eso quiero que no me subestimes y me consideres tu igual. Confía en mí. Yo confiaré en que te ocuparás de mantener a salvo a nuestra reina.
Rotnik hubiera querido devolverle la sonrisa, pero solo pudo mostrar un rostro triste.
—Te prometo que seguiré protegiendo a nuestra reina. Cuídate mucho, Méredith.
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Los aliados de Neón armaron un campamento en un bosque discreto y de plantas hostiles, a mitad de camino entre la capital de Catalsia y el puerto de ciudad Miseto. Ese fue el punto de encuentro escogido.
Caspión y Gran Puerco habían zarpado rumbo al continente de Lucrosha junto al anciano maestro, por lo que durante algunos días solo Ágape, Smirro y Blew fueron los ocupantes el asentamiento.
Quadra se les unión poco después. Tras las decapitaciones de Mirtel y Rapaz, el hombre de los cuatro rostros ahora llegaba acompañado por una nueva comitiva de asesinos enmascarados. A los discípulos de Jessio no les simpatizaban los Herederos. Los miraban con desprecio, pues los consideraban inferiores. Sin embargo, esta vez había aparecido uno que era distinto a los demás. El sujeto se hacía llamar Mantis. Vestía una especie de armadura conformada por delgadas láminas de metal, como si se tratara de un vendaje que envolvía su cuerpo entero. La máscara que cubría su rostro era lisa y simple, con tan solo dos hendiduras rasgadas para los ojos. Era el capitán de los Herederos.
—El señor Neón nos ha enviado para acabar con los asuntos pendientes en este continente —dijo el líder de los enmascarados—. A partir de este momento, quedamos enteramente bajo tus órdenes, Jessio.
El hechicero de Kahani había sido el último en unirse al grupo. El resto de los aliados sabía que su esclavo había venido con él, pues a pesar de que no lo habían visto, lo presentían entre las sombras que rodeaban el campamento.
Sentado frente a la fogata, Jessio meditaba acerca de cuál sería la mejor manera de proceder. Mantis estaba en lo correcto al señalar que aún había que atar algunos cabos en Dánnuca antes de seguir al maestro Neón hacia el viejo mundo. Tenían que darse prisa...
Fue en ese momento cuando el monstruo irrumpió.
La llegada abrupta puso a todos en alerta. No se esperaban la intromisión de un visitante inesperado en ese bosque, no solo por lo inhóspito del lugar, sino además porque varias trampas y otras medidas de seguridad habían sido dispuestas en los alrededores.
Cuando comprobaron que el recién llegado sostenía con la mano el cadáver de uno de los becúberos que vigilaban la zona, se hizo evidente que no era un invitado fácil de evitar...
—Legión —musitó Jessio y se incorporó.
El monstruo no respondió de inmediato. Un silencio insano se instaló de pronto en el campamento. En las cabezas de los aliados de Neón solo hubo imágenes de sus propias muertes, y de cómo rehuirlas. La sonrisa de locura de Legión no contribuyó a disipar la desconfianza.
—¡Maestro Jessio! —exclamó el monstruo y avanzó con pisadas de animal veloz hacia el hechicero—. ¡Hemos regresado! —dijo y abrazó a Jessio, manchando la túnica del hechicero con la sangre del becúbero—. No fue fácil seguir su olor hasta aquí, maestro. El rastro era muy débil. Pero lo hemos logrado. Y aquí estamos de regreso. Cuánto tiempo ha pasado...
Aún encimado al cuerpo de quien otrora había sido su primer aprendiz, Jessio no sabía qué decir o cómo reaccionar. El hedor del pelaje pardo que cubría a Legión era tan nauseabundo como el de un campo de batalla un día después.
El resto de los presentes seguía con la guardia en alto. Ágape y Blew intercambiaron expresiones desconcertadas. Cada vez reconocían menos a Hóaz.
—¡Lo hemos traído! —siguió hablando Legión y se separó de su maestro—. ¡El corazón! ¡Lo hemos restaurado!
A continuación clavó las garras en uno de los costados de su propio torso, desgarrando el cuero y la carne. Los aliados de Neón observaban con sensaciones de asco y repulsión. Jessio procuraba mantener la compostura mientras contemplaba como el monstruo hurgaba entre las vísceras.
Con la respiración agitada y sin dejar de sonreír, Legión finalmente alzó la mano y enseñó un objeto ensangrentado. Era una joya roja y radiante, del tamaño de un puño, que parecía estar latiendo con vigor.
—El corazón de Andrea —murmuró Jessio, debatiéndose entre la impresión y el interés.
—Sí, fueron muchos días, tomamos muchas vidas —dijo Legión y volvió a adelantarse para entregarle la reliquia a su maestro—. Un calor insoportable en el cráter del volcán. Era aburrido. Salvo cuando los isleños venían para intentar darnos caza. ¡Sus cuerpos eran despedazados y nosotros nos divertíamos! Incluso conseguimos que algunos de ellos se nos unieran —acotó y se señaló el pecho—. Algunas noches bajábamos a buscar más vidas. No es fácil sobrevivir con ese calor. No, no. Y al final... —La sonrisa del monstruo fue otro monstruo en la boca de Legión—. ¡Y al final destruimos la isla entera! ¡Hexelios ya no existe!
El monstruo rió con su voz múltiple, y fue como si una horda de asesinos estuviera celebrando una masacre.
—¿Destruiste toda la isla? —indagó Jessio, y dejó escapar una gota de aversión en sus palabras.
La risa de Legión cesó.
Sus ojos de locura se clavaron en los del hechicero.
—¿Acaso está mal, maestro? —repuso y lo aferró por los brazos con sus garras—-. ¿No podíamos hacer eso? Nunca se nos dijo. Nosotros estábamos tan aburridos. Nosotros odiábamos ese lugar ya. Y ese calor insoportable...
Los dedos de Legión oprimían y sus dientes seguían siendo una sonrisa afilada.
El dolor pronto empezó a plasmarse en el rostro de Jessio.
«Me quebrará los brazos.»
Nadie se atrevía a intervenir. El horror, el miedo y la confusión se mezclaban en la misma escena. Ese era el efecto que Legión siempre provocaba.
Y de repente, la presión cedió.
El primer discípulo de Jessio retrocedió algunos pasos y se sentó en el piso.
—Díganos, maestro. ¿Hay algo que podamos comer?
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Ágape fue la elegida para servir a Legión. Con labios temblorosos le acercó algunas presas de mángura que habían sobrado de la cena y que el monstruo devoró con gusto. Mientras tanto, Jessio lo contemplaba con discreción desde cierta distancia.
Cada quien había vuelto a sus quehaceres, pero el clima tenso no se había desvanecido.
—Qué raro, cada vez está peor —comentó Quadra, vigilando también a Legión—. ¿No tienes alguna misión suicida a la que enviarlo? Estoy seguro de que se divertirá muchísimo dándose la cabeza contra una roca, o algo por el estilo...
—Sobrevivió casi dos años en el cráter de un volcán —repuso Jessio—. ¿Crees que eso lo matará?
—Nah, es verdad —contestó el hombre de los cuatro rostros con resignación—. Se acabarán las rocas del mundo antes de que se le terminen las vidas.
Quadra se fue hacia la otra punta del campamento, lo más lejos posible de Legión. Jessio permaneció allí, atento a su discípulo, meditando acerca de su condición.
Legión había sido un problema desde el mismo instante en que regresó de la isla Plasma, tres años atrás. Su encuentro con Neón ya se había producido, y había sido bastante particular.
A diferencia de lo que había ocurrido con Blew, Smirro o Ágape, en quienes Jessio había visto potenciales aliados desde sus días en la Academia, la situación con Hóaz había sido más compleja. Este se había convertido en el líder de los Pilares de Catalsia con suma facilidad. Su personalidad carismática y optimista le había ayudado a ganarse la confianza de sus compañeros, incluso en las situaciones más apremiantes. Sin embargo, siempre hubo una rendija que volvía vulnerable a Hóaz, y por donde se lo podía influenciar con relativa facilidad. Hóaz desconocía sus raíces. Toda su vida había estado solo, y no tenía demasiadas pistas acerca de su familia de origen. La búsqueda de esa familia era el punto débil del Pilar de Rubí.
Luego de debatirlo ampliamente con Neón, el anciano convenció a Jessio de probar algo diferente.
"Envíalo a la isla Plasma, dile que has hallado una pista acerca de sus raíces", le había sugerido el anciano maestro en uno de los tantos intercambios que mantenían a través del Lenguaje Remoto. "Yo estaré esperándolo en ese lugar. Confía en mí."
Jessio había confiado en Neón y le encomendó a su mejor discípulo.
Pero cuando Hóaz regresó de la isla, ya no era la misma persona.
Su aspecto físico había cambiado de manera drástica. Y no solo se había convertido en un animal por fuera: su mente parecía haberse quebrado en cientos de pedazos. De pronto Hóaz hablaba incoherencias. Luego echaba a reír como un demente. En cierta ocasión, Jessio lo descubrió comiendo carne humana.
Ni siquiera era posible encomendarle misiones, pues su comportamiento era tan errático que acababa atacando a sus propios compañeros ante la más mínima provocación. Lo peor de todo era que la fuerza de Hóaz, de por sí sobresaliente, se había incrementado tanto como su insania mental. Nadie parecía capaz de detenerlo, y la situación apuntaba a salirse de control en cualquier momento.
El hechicero de Kahani le recriminó todo esto a su maestro. El anciano se justificó argumentando que las cosas habían ido más allá de lo que en un principio había previsto. Neón no dio detalles, pero explicó que su estrategia había apuntado a hacer convivir algunas almas impuras en el interior del cuerpo del noble mago. Nunca imaginó que Hóaz acabaría asimilando a cientos de espíritus malignos.
El anciano maestro tranquilizó a Jessio y le propuso una salida. Solo había que encerrar a Hóaz en una habitación aislada, junto con la esfera del Lenguaje Remoto. Él mismo se encargaría de administrarle un influjo mental directo.
A duras penas lograron amarrar a Hóaz y aislarlo bajo las condiciones solicitadas por Neón. Las puertas y las ventanas fueron selladas y un cerco mágico fue colocado en torno a la prisión. La sesión privada con el anciano maestro duró seis días enteros.
La criatura que abandonó el claustro se autodenominaba Legión y hablaba acerca de sí en plural. "Nosotros somos Legión". Por lo visto, aquel denominativo colectivo le servía para mantener cierto equilibrio entre todas las personalidades confinadas en su cuerpo monstruoso. Con otro nombre, ahora era alguien más. En cierta manera, Hóaz nunca salió de aquella habitación.
A pesar de que Legión había conseguido cierta estabilidad gracias a la intervención de Neón, nunca dejó de ser un peligro para los objetivos del grupo y sus integrantes. Fue entonces cuando Ágape retornó de la isla Tikki trayendo el corazón de Andrea. La reliquia estaba partida, y eso le dio a Jessio la excusa perfecta para deshacerse de Legión. Sabía que el ritual de sanación del corazón de Andrea requería setecientas setenta y siete noches en el cráter de alguno de los volcanes sagrados. La misión de Legión pronto fue decidida. Y eso mantuvo al monstruo alejado.
Hasta ese momento.
Ahora Legión estaba de regreso. El aliado más poderoso que tenía. Probablemente, incluso más poderoso que él mismo. Y al mismo tiempo, el más peligroso...
—Veo que te preocupa la presencia de esa criatura entre nosotros.
Quien se le había acercado a hablar era Mantis. El enmascarado era sigiloso, y su voz revelaba cautela.
A la distancia, Legión comía de manera ruidosa.
—¿A ti no? —replicó el hechicero.
—Por supuesto que sí —se sinceró el asesino—. Por eso es mejor que esté rodeado por la menor cantidad de aliados posible.
Jessio escudriñó a su interlocutor. Sabía que la posición jerárquica de Mantis dentro del ejército de Neón era elevada, y por eso le tenía respeto. Lo observó como quien espera oír un consejo.
—Puedes confiármelo —aseguró el capitán de los Herederos—. Como te dije el día que nos conocimos, Neón nos envió para terminar con los asuntos pendientes en este continente. Adelántate hacia Lucrosha. Deja que sea yo quien acompañe a Legión en la tarea que nos encomiendes.
—¿Crees que podrás domarlo? —indagó el hechicero.
—No puedes domar al Océano, pero sí aprovechar su fuerza a tu favor —contestó el enmascarado—. Déjalo en mis manos.
La oferta de Mantis resultó sumamente atractiva para Jessio. Comprendió que el capitán era un hombre sensato que sabía anteponer los intereses del grupo a la seguridad personal. Dejar a Legión obrar bajo su libre arbitrio era como soltar un león en una jaula llena de gacelas. Emparejarlo con un hombre audaz era encauzar el caudal de un río en la dirección más provechosa. Todavía quedaba la cuestión de si Mantis sería capaz de vérselas con Legión en sus malos ratos y salir vivo. Pero el hechicero halló una solución rápida para aquel inconveniente.
Aquella misma noche, cuando terminó de pulir los detalles de la operación, reunió al grupo para comunicar los siguientes movimientos.
—Ha llegado la hora de partir rumbo a Lucrosa —anunció—. Allí nos reuniremos con Neón para cumplir con su designio. Sin embargo, aún quedan algunos cabos sueltos en este continente. —Jessio giró hacia el monstruo—. Legión, te encargarás de tomar la vida de nuestros enemigos. Para eso te acompañarán Mantis y Reniu.
El esclavo emergió de entre las sombras para posicionarse junto a su amo.
Mantis dio un paso al frente.
Legión los miró a los dos con diversión.
—No necesitamos a más gente —respondió—. Solo necesitamos el olor de la presa.
—No puedo darte el olor de tu objetivo hasta que te encuentres con él —arguyó Jessio—. Por eso tus compañeros te auxiliarán en esta misión y estarán a tu servicio. Reniu —señaló a la sombra— es capaz de manipular a los demonios que han sido liberados de la Cámara Negra. Estoy seguro de que pueden serte de utilidad.
Los ojos de Legión iban de Mantis a Reniu y de Mantis a Reniu mientras masticaba un murmullo de disconformidad.
Entonces el lomo del monstruo se abrió y, de repente, dos tentáculos de energía oscura salieron disparados contra sus compañeros asignados
Reniu reaccionó activando la Imago.
Mantis rozó sus antebrazos de metal con un gesto veloz y los transformó en un escudo.
Sin embargo, ninguno de los dos rayos alcanzó a sus víctimas.
Jessio se había interpuesto y los atrapó con las manos desnudas.
—¡¡HE DICHO QUE TE ACOMPAÑARÁN!! —bramó.
Su piel desprendió humo de quemaduras por el solo contacto con aquellos apéndices malignos. Pero el hechicero de Kahani continuó aferrándolos con firmeza.
De nuevo todos en el campamento alzaron la guardia.
Legión respondió con una carcajada enloquecida. Jessio mantuvo una mirada amenazante durante el tiempo que duró la risa.
Y cuando esta cesó, el monstruo replegó los tentáculos.
—De acuerdo —masculló—. Pero que no se metan en nuestro camino.
La tensión volvió a disiparse.
Aclarado el asunto, Jessio especificó los detalles de la misión que el trío tendría por delante. Quizás en otra época el hechicero hubiera apuntado directo hacia Gasky. Pero ahora había alguien más que ocupaba sus pensamientos. Un peón que había subestimado demasiado durante los dos años transcurridos desde su llegada a la capital de Catalsia. No volvería a cometer el mismo error.
El grupo conformado por el líder de los asesinos del continente de Mélila, la sombra adherida a un fragmento de Daltos, y los muchos monstruos que eran un solo monstruo, tenían como meta principal matar a Winger.
Todavía rondaban muchas dudas en relación al origen de aquel muchacho oriundo de los campos del sur. Si el pasado de Hóaz era un misterio, el de Winger no lo era menos. Pero algunas cosas eran seguras: no por nada Gasky lo estaba protegiendo, no por nada le había entregado la gema de Potsol, y no por nada la reliquia había respondido a su voluntad.
Si Jessio dejaba que Winger continuara evolucionando, nadie podía anticipar hasta dónde llegaría.
—Maten a Winger y a toda persona que ose defenderlo —puntualizó el hechicero—. Todo aliado de Winger es nuestro enemigo, y no podemos permitir que nadie interfiera en el plan de Neón. Estamos muy cerca del momento decisivo.
El trío partió entonces a cumplir con su misión. Lo primero que tenían que hacer era dar con el paradero de su objetivo.
Y el mejor lugar para comenzar la búsqueda era el pináculo de Gasky en el monte Jaffa.
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