II: Una perfecta Bola de Fuego


Jaco cabalgaba tranquilo por la carretera que unía los reinos de Catalsia y Lucerna. El caballo prácticamente se guiaba solo, pues su jinete iba con la nariz metida en el cuaderno que el Pilar de Amatista le había regalado.

—Fau, kiros, pix... —murmuraba Winger en voz baja mientras dibujaba diminutas espirales mágicas con el dedo—. Vaya, un enlace doble y contra-cíclico, nunca había visto uno de estos...

El cuaderno de apuntes de Alrión estaba lleno de anotaciones complejas que Winger apenas alcanzaba a interpretar. Y eso le encantaba. Ahora sabía que no había una única forma de invocar un hechizo; entender la estructura básica de la magia le abría un abanico de posibilidades a la hora de poner en práctica todo lo que había aprendido. Existían artilugios y atajos que simplificaban las ecuaciones alquímicas, volviéndolas más rápidas y eficientes, a la vez que contribuían al ahorro de energía del usuario. Ese era el motivo por el cual los magos más avezados se agotaban menos conforme adquirían conocimiento y experiencia.

La mayoría de las cosas que Alrión había escrito en su cuaderno eran variaciones personales de conjuros conocidos, como los que figuraban en el libro de Waldorf. También había otros que eran más inusuales, y que probablemente Alrión había aprendido durante sus viajes, y otros más que, por lo que Winger había podido deducir, eran creación propia del Pilar de Diamante. Todo eso ya era suficientemente fascinante como para mantener entretenido por bastante tiempo a cualquier aprendiz de mago.

Sin embargo, al dar vuelta cierta página, el muchacho oriundo de los campos del sur casi se cae del caballo al toparse de repente con un hechizo muy especial:

—Esto es... La Corona del Rey de los Cielos.

"El legendario conjuro de Jessio", según las palabras de Mikán.

Por la manera en que estaban hechas las anotaciones, Winger supuso que Alrión había ido descubriendo poco a poco el modo de funcionamiento de la Corona. El desarrollo del mismo se extendía por más de treinta páginas, y finalizaba con una única ecuación tan elegante como sobrecogedora. Tan solo con leer esos símbolos Winger podía sentir el poder arrollador de aquel disparo de aire concentrado. Y no solo eso. De alguna forma extraña, también era capaz de entender un poco más a Jessio. Era casi como si Alrión estuviera contándole con sus propias palabras quién era Jessio de Kahani.

«"No es un mal hombre... Y me recuerda mucho a ti."»

Las palabras de Rotnik seguían resonando en la cabeza de Winger.

¿Que Jessio no era un mal hombre? Le hervía la sangre cada vez que recordaba las atrocidades que había cometido. ¿Qué ellos dos eran parecidos? De solo pensarlo la piel se le erizaba.

Pero a pesar de todo, Winger sabía que el guardián de Pales era un hombre prudente. Por eso decidió tomarse en serio sus palabras. Entender la mente de Jessio era un paso en la dirección de la victoria.

«¿Podré hacerlo?»

Aunque el conjuro supremo que tenía frente a sus ojos le despertaba grandes dudas, aquella no era solo una batalla de fuerza, sino también de astucia. Y nada estaba escrito antes del final...

El mago de la capa roja cabalgaba inmerso en sus pensamientos y recién espabiló al oír a un hombre que lo llamaba a viva voz. Alzó la mirada y se encontró con su tío, quien desde el frente de la herrería sacudía los brazos mientras dos mandrágoras diminutas daban brincos a su alrededor.

—¡El héroe de Catalsia ha regresado! —exclamó Pery con alegría.

Avergonzado por el fervoroso recibimiento, Winger levantó un brazo con timidez para devolverle el saludo.

Había llegado a Dédam.


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Luego de ayudarlo a desmontar y ofrecerle un vaso con agua, Pericles condujo a su sobrino hasta el patio trasero de la herrería. La forja estaba apagada y en la mesa había un bolso abierto.

—Dale una patada a esa humildad de vez en cuando, hijo —comentó el herrero mientras disponía sobre un paño algunas herramientas de trabajo—. Bien, creo que con esto ya estamos listos.

—¿Qué estás haciendo? —quiso saber el recién llegado mientras columpiaba a Marga y a Ronda con los brazos.

—Ultimo los detalles para el viaje —respondió su tío y guardó el paño con las herramientas en el bolso—. De hecho, estaba esperando que llegaras para partir lo antes posible rumbo al monte Jaffa. Gasky me envió un mensaje solicitando mis servicios. —El herrero elevó un martillo con solemnidad—. Parece que el viejo tiene un plan.

—Un nuevo plan de Gasky...

—Seh, estoy tan entusiasmado como tú —comentó el herrero con un tono de voz que reflejaba la incomodidad de Winger—. Nunca sabes qué esperar de las misiones del viejo...

Pery estaba dispuesto a retrasar el viaje algunas horas en caso de que su sobrino necesitara descansar. Winger, sin embargo, estaba tanto o más apurado por partir que su tío. Necesitaba con urgencia novedades acerca de sus amigos, y sabía que para conseguirlas, primero tenía que llegar con Gasky.

—Perfecto entonces —dijo el herrero y se echó el bolso al hombro—. Toma, para que te entretengas durante el camino.

Winger reconoció de inmediato el objeto que su tío le estaba ofreciendo.

—¡Mi libro!

En efecto, se trataba de su ejemplar del libro de Waldorf.

—Ha estado aquí todo este tiempo —le contó Pery mientras ponía un candado en la puerta frontal de la casa—. Creo que lo olvidaste el día que forjamos el brazal con la gema de Potsol.

—Es cierto...

Winger abrió el libro y fue directo a la última página. Allí estaba el mapa que Gasky había trazado para indicar la ubicación de la reliquia en la granja de sus tíos. Comprendió que una vez que el brazal estuvo terminado, ese libro pasó a carecer de utilidad. Y a pesar del gran esfuerzo que todos ellos habían puesto, su antebrazo ahora volvía a estar libre...

—Tío, la gema... —Winger se sentía humillado por la mala noticia que tenía que comunicar—. No pude protegerla. Les he fallado a todos, lo siento...

Pericles acabó de oír a su sobrino y se llevó una mano al mentón con actitud meditabunda.

—Ya veo... ¿Quieres decir que regalaste la gema a tu enemigo porque no era algo importante para ti?

—¿Qué? —La pregunta desconcertó al muchacho—. No creo que haya sucedido así...

—¿Entonces entregaste la gema por una buena causa?

Winger clavó los ojos en el suelo mientras reflexionaba sobre ese punto.

Pery no necesitó que su sobrino le diera una respuesta para entender lo que pasaba en su interior en ese momento.

—Si perdiste la gema por actuar conforme a lo que te dictó tu corazón, entonces no tienes por qué disculparte, Winger. Conociéndote a ti, y conociéndolo a Jessio, sé que las cosas deben haberse puesto complicadas en ese castillo. Luego me contarás los detalles de lo que ocurrió. Tendremos mucho tiempo para conversar durante el viaje.

Marga y Ronda seguían jalando de los brazos del mago cuando salieron a la carretera. Él, sin embargo, sentía que su tío le había sacado un enorme peso de encima.


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En Hans, cerca de la estación ferroviaria, había un puesto de mensajería que pertenecía a la milicia de Catalsia, el cual simplemente servía para mantener una comunicación más fluida entre las capitales de ambos reinos.

En ese lugar, Winger se despidió de Jaco.

Los encargados del puesto le informaron que el corcel sería devuelto a las caballerizas del palacio cuando la siguiente comitiva de viaje partiera hacia ciudad Doovati. El muchacho se había encariñado con el caballo y le daba un poco de pena tener que separarse de él. Aún así, comprendía que no podían subir un caballo al tren. Apenas si los trabajadores del servicio ferroviario les habían concedido una pajarera grande para transportar a Marga y a Ronda.

Ya en el tren y rumbo al sur de Lucerna, Winger y Pericles se pusieron al tanto acerca de lo que cada uno había vivido en los días previos. La charla fue más bien breve. Durante el resto del viaje, Winger se sumergió entre sus dos libros. Ahora que había recuperado el libro de Waldorf, podía usarlo para cotejar las notas personales del cuaderno de Alrión y así rever algunos de sus conjuros más habituales, como la Imago, el Remolino de Viento, o el Meteoro. Incluso se animó a apuntar sus propias opiniones en los márgenes de ambos libros con un pequeño lápiz. Su entendimiento absorbía todo ese saber con el deleite de un erudito, y ya tenía muchas ganas de practicar algunas variaciones alquímicas que de seguro mejorarían su desempeño.

«Si tan solo tuviera la gema...»

El canalizador de los ángeles asociado a Riblast. Una herramienta poderosa que lo había sacado de más de un apuro en el pasado. Realmente había llegado a percibir una conexión con Potsol. Y sin embargo, a partir de ahora tendría que arreglárselas por su cuenta.

Volvió a arremangarse para observar su antebrazo desnudo. Hacía algunas horas que habían montado campamento en la entrada del bosque de Schutt. Marga y Ronda se habían dormido en torno a la fogata y la noche era fresca.

Entonces Winger tuvo una pregunta.

No era nueva. De hecho, ocupaba sus pensamientos de manera bastante recurrente. Si hasta el momento no había podido formularla en voz alta, fue simplemente porque no se había dado la ocasión. Ahora estaban solos, su tío y él, bajo un cielo lleno de estrellas.

—Tío Pery... ¿Quién fue el anterior portador de la gema de Potsol?

Hasta ese momento, el herrero había estado entretenido masticando un trozo de carne ahumada mientras contemplaba las llamas. Y a pesar de que su expresión continuaba siendo serena, un brillo inusual en sus ojos delataba que había estado esperando esa pregunta.

—Su nombre era Haisen. Él fue un guerrero de Riblast.

—Haisen... —susurró el mago—. Creo que recuerdo haber oído ese nombre. Fue en el palacio de ciudad Doovati, cuando Jessio abrió un portal para escapar. Rotnik mencionó que esa era la técnica de Haisen.

—Todavía me cuesta creer que Jessio haya logrado emplear esa técnica —confesó el herrero—. Como sabrás, muchacho, tu tío es un poco torpe a la hora de entender todo el asunto de la magia. Pero si algo me quedó claro en todos estos años, es que viajar a través de las grietas en el tejido espacio temporal es muy peligroso. Haisen era un demente, y supongo que su propia naturaleza osada le permitió aprender a usar ese tipo de magia. Sin embargo, una cosa es abrir un portal, y otra muy distinta es atravesarlo. La conciencia, la mente, el alma, o como quieras llamarle, sufre un daño irreversible cuando lo hace. La gema de Potsol incrustada en su hacha le permitía a Haisen utilizar su magia dimensional sin dejarle secuelas. Pero en la batalla final, la situación se salió de control y... Bueno, digamos que Haisen obró con demasiada imprudencia.

—¿Hablas de la batalla que puso fin a la Era de la Lluvia?

—No. Ese episodio ya había quedado atrás. Me refiero a un conflicto interno que surgió entre los mismos guerreros de Riblast. Jessio ya se había alejado del grupo debido a la influencia de Neón. Y entonces ocurrió otra calamidad cuando Haisen y Seres se enfrentaron. Seres era el líder del clan Balsken y el portador de la espada de Blásteroy.

Winger sintió un súbito estremecimiento al oír eso.

En el pasado, la gema de Potsol y la espada de Blásteroy se habían enfrentado en una batalla a muerte. Eran las reliquias de dos ángeles amparados bajo el Cisne Riblast, y se convirtieron en armas enemistadas por un conflicto de intereses entre miembros de un grupo que salvó al mundo. Le costaba creer que se trataba de las mismas herramientas legendarias que Demián y él habían empleado para pelear codo a codo en más de una batalla.

Winger imaginó dos hilos que se cruzaban en el plano eterno del destino, a veces generando roces, a veces marchando alineados, a veces separándose...

Y entonces surgió una nueva pregunta:

—¿Y la reliquia de Jessio? —indagó—. Quiero decir, si Haisen tenía la gema de Potsol y Seres la espada de Blásteroy, supongo que Jessio debe haber contado con su propia reliquia...

—La corona de Pietrabel —reveló el herrero—.Jessio debe conservarla todavía, aunque nunca entendí muy bien cómo era su funcionamiento... La historia de Pietrabel es bastante oscura. Se rumorea que nunca llegó a ser un ángel de Riblast en vida, sino que falleció en el momento de la creación de su reliquia. O mejor dicho, falleció para crear su reliquia. Por eso siempre se representa a Pietrabel como un hálito, un viento sutil sin cuerpo físico. Jessio le tenía miedo a la corona, se le notaba en la cara. La empleaba en contadas ocasiones, y siempre como un mero canalizador mágico. Nunca lo vi con la corona puesta sobre la cabeza.

—Vaya... —murmuró Winger asombrado y se echó hacia atrás. Su frente quedó apuntando hacia el cielo estrellado, y sus ojos también—. Me cuesta imaginar a Jessio con miedo.

De hecho, le costaba ver a Jessio como algo más que un monstruo cruel. Sabía que no siempre lo había sentido así. Su encuentro en el palacio de Pillón marcó un antes y un después. Ahora, sin embargo, ese maestro atento de la época de la Academia se había esfumado...

—Jessio es un hombre, Winger —dijo de pronto Pericles—. Y como tal, tiene todos los defectos y virtudes que puedes encontrar en un hombre promedio.

—¿Por qué últimamente tengo la impresión de que todos están justificando a Jessio? —protestó el muchacho de repente.

Pery negó enfáticamente con la cabeza.

—No se trata de justificar a nadie, hijo. Pero si ves a tu enemigo como un ser despiadado, tarde o temprano tú también te volverás despiadado. Después de todo, si el otro es la encarnación del mal absoluto, ¿qué nos impide desatar toda nuestra furia sobre él?

Winger no respondió con palabras, y en cambio soltó una queja de disconformidad.

Se sorprendió al percatarse de que esa hubiera sido una respuesta muy común de su amigo Demián. ¿Qué respondería el aventurero a la pregunta de Pericles?

«"¡Pues nada! ¡Claro que vamos a descargar toda nuestra furia sobre ellos!"»

Winger sonrió al imaginar a Demián diciendo eso.

Pero Demián no era un buen ejemplo de equilibrio. De hecho, desatar su furia le había traído más de un inconveniente, y aprender a manejar sus emociones era una deuda que el aventurero aún tenía consigo mismo.

Potsol y Blásteroy... Haisen y Seres... Winger y Demián.

Tal vez la historia no fuera más que un ciclo interminable de repeticiones, todas con variaciones sutiles, y en el fondo, el mismo cuento una y otra vez...

Pero si el tercer ángel que complementaba a Potsol y Blásteroy era Pietrabel, y el guerrero que formó una tríada con Haisen y Seres era Jessio, ¿A quién colocaría Winger junto a Demián y él mismo en el cuadro mental que estaba intentando figurarse?

«¿Acaso...?»

Sacudió la cabeza para espantar la idea que le había sobrevenido.

—No puede ser. Él es solo una sombra.

Era evidente que ya estaba llevando sus especulaciones demasiado lejos.

Y un ronquido se lo hizo notar.

El herrero se había quedado dormido de tanto esperar que su sobrino retomara el diálogo.

«¡Perdón, tío!», se disculpó en silencio.

Y no tardó en volver a tomar sus dos libros para sumergirse de nuevo en sus estudios, tanto tiempo como la luz de la fogata le permitió leer. Y cuando las llamas se extinguieron, continuó leyendo un poco más bajo el brillo de una Bola de Fuego.

Una perfecta Bola de Fuego.

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