XXXVII: El juicio (III)


El último día del juicio había llegado. Solo restaban dos testimonios.

Pales y Winger.

Ambos serían interrogados tanto por el acusador como por el defensor. Luego el jurado se retiraría a deliberar acerca de todo lo presenciado durante el proceso, para finalmente dar un veredicto.

Desde el banquillo de los acusados, Winger observaba a Pales, quien ya ocupaba el estrado para brindar su declaración. Sus ojos volvieron a encontrarse, como lo habían hecho en el pasado. Ninguno de los dos pudo adivinar qué pensaba el otro en ese momento.

—Reina Pales de la casa de Kyara de Catalsia —comenzó el rey de Lucerna—. ¿Jura decir toda la verdad en nombre de los seis Dioses Protectores?

—Lo juro —contestó ella.

Entonces Milégonas cedió la palabra a Gasky. El anciano caminó hacia Pales. Un silencio profundo inundó la sala.

—Buenos días, alteza —saludó el defensor con amabilidad—. Lamento mucho que hayamos tenido que conocernos bajo estas circunstancias. Esperemos que todo se aclare pronto y podamos tener una plática más amena. —El historiador hizo una breve pausa. Respiró hondo y prosiguió—. Me gustaría hacerle algunas preguntas referidas a su vínculo con el acusado. ¿Recuerda usted cuántas veces se han visto cara a cara con Winger?

—Dos —contestó Pales, y enseguida se corrigió—: O tres...

Gasky notó la duda, pero no dijo nada y siguió adelante.

—¿Podría relatarnos cómo fue su primer encuentro?

La reina se tomó unos momentos para refrescar su memoria.

—Fue hace poco más de un año. La comisión embajadora de la república de Pillón acababa de llegar a nuestra capital y Jessio acudió al palacio para asesorar a mi padre, como era costumbre.

—¿Jessio era el principal consejero del rey Dolpan? —indagó el anciano.

—Correcto —corroboró Pales—. A diferencia de otras ocasiones, aquella vez lo acompañaba uno de sus discípulos de la Academia. Ese discípulo era Winger. Al parecer estaba cumpliendo una especie de penitencia y por eso asistía a Jessio.

Gasky asintió con un gesto y retomó el interrogatorio.

—¿Y qué impresión tuvo usted de Winger durante ese primer encuentro?

Otra vez Pales se demoró en contestar.

—Me pareció una buena persona. Es más, creí que podía confiar en él y le conté algunas de mis inquietudes.

Hubo comentarios y murmullos en voz baja a través de la sala.

El anciano historiador se permitió reír suavemente.

—Sí, ese es el efecto que Winger genera en los que lo conocemos por primera vez. ¿Y qué hay de los siguientes encuentros, su majestad? Mencionó que han sido uno o dos más. ¿Puede recordarlos?

—La segunda vez fue en la celebración por el aniversario de mi padre.

—¿Y qué sucedió en aquella oportunidad?

—Winger y otra persona se habían infiltrado en el palacio con disfraces de mujer. Cuando el entonces general Caspión los descubrió, el compañero de Winger tomó a mi padre como rehén y le ordenó a él que hiciera lo mismo conmigo.

—¿Y qué fue lo que pasó?

—Nos miramos a los ojos. Lo noté atemorizado, como si... —Un repentino descubrimiento dejó a Pales asombrada—. Como si él estuviera evaluando si yo era una buena persona.

Se hizo una pausa durante la cual nadie en la sala habló.

—Luego su compañero se cansó de esperar y partieron rumbo a las mazmorras —concluyó la soberana—. Winger no me obligó a ir con ellos.

—Ya veo —musitó Gasky, rascándose la barba de chivo con interés—. ¿Y el tercer encuentro? Si es que lo hubo...

—Tuvo lugar el día de mi aniversario, hace casi dos meses —expuso la reina, quien se había quedado enganchada a su reflexión anterior.

—La ocasión en que Winger, presuntamente, la atacó. ¿Cierto?

—Voló directo hacia mí, montado sobre un demonio alado. De no ser por la barrera protectora que mi actual general erigió a mi alrededor, es probable que hubiera sido secuestrada, o algo peor.

—¿Considera que la actitud de Winger durante este último encuentro se parecía a la de los anteriores?

—En absoluto —contestó Pales con certeza.

—¿Tal y como si se tratara de dos personas diferentes? —inquirió Gasky con una voz penetrante.

Pales clavó los ojos en las gafas del anciano.

—Exacto.

—¡Objeción! —exclamó de pronto Jessio desde su banca—. El defensor está sugiriendo una respuesta a la testigo.

—Mis disculpas, su majestad —se dirigió Gasky al rey Milégonas—. No tengo más preguntas para la testigo.

Dicho esto, el historiador regresó a su silla junto a Winger y le dedicó una mirada que logró transmitirle un poco de tranquilidad.

—Ahora el acusador tiene la oportunidad de interrogar a la testigo —señaló el rey Milégonas.

Jessio aceptó se puso de pie. Las tribunas, que habían vuelto a murmurar cuando el defensor acabó con sus preguntas, de nuevo prestaron interés cuando el acusador contempló con gravedad a la persona a quien representaba durante ese proceso.

—De acuerdo a lo que ha manifestado hasta ahora, reina Pales, usted no está del todo convencida de que el atacante del día de su aniversario haya sido la misma persona que ahora se encuentra en el banquillo de los acusados. Si me lo permite, agregaré otro dato a favor de esta interpretación acerca de un presunto impostor. —El tono con el que Jessio había hablado dejaba en claro que no estaba para nada de acuerdo con dicha hipótesis—. Tanto usted como otras dos personas aseguran que el atacante de la noche de su aniversario tenía los ojos azules, y no marrones como los de este muchacho aquí presente —agregó señalando a Winger con un ademán.

—Así es —confirmó la reina—. Esos dos testigos eran compañeros de Winger durante sus días en la Academia y mi testimonio vale por el de ellos, ya que los tres hemos visto lo mismo: el atacante de aquella noche tenía los ojos de un color azul grisáceo.

—Ahora bien —continuó el acusador—, ¿ha considerado usted, alteza, que hay muchas maneras en las que una persona podría modificar su apariencia física, por ejemplo el color de los ojos, para engañar a los otros?

—Por supuesto que lo he pensado —repuso la soberana—. Pero aún así...

—Lo que me llama la atención, mi reina, es que habiendo tantas evidencias en contra del acusado, tantas situaciones confusas, tantos testigos que aseguran que es esta persona y no otra la que ha causado tantos daños y tanto sufrimiento, usted se empeñe en defenderlo.

Pales se vio acorralada por la actitud inquisitiva de aquel que había sido el primer consejero de su padre.

—¿Qué quieres decir? —lo interrogó ella a él.

—Es una simple duda, alteza. ¿Por qué tiene usted tanto interés en demostrar que este simple granjero no es un criminal?

La reina no soportó la presión y por primera vez en mucho tiempo desvió la mirada.

—Yo... —vaciló, y luego recobró la compostura—. Solo quiero que se haga justicia.

Jessio la escudriñó con la severidad en la frente.

—Claro que sí —musitó—. Y debe haberse sentido muy alagada cuando este muchacho tuvo el noble gesto de dejarla ir en vez de tomarla como rehén. Todo un caballero, ¿no lo cree?

—¿Qué estás insinuando? —le espetó la reina, incómoda con las indirectas de su representante.

—Solo digo que me llama mucho la atención que, siendo usted una persona tan suspicaz, haya decidido abrirse de una manera tan ingenua y confiada ante un completo desconocido durante aquel primer encuentro en los jardines del palacio real de ciudad Doovati. Debo pedir perdón de antemano al confesar que yo, en aquellos días turbios en los que vuestro padre se mostraba enfermo, temí que usted fuera cómplice del muchacho que ahora tenemos aquí en el banquillo de los acusados.

La perplejidad sobrevoló la sala como un pájaro escandaloso cuando Jessio soltó esa sentencia.

—¡Orden! —gritó el rey Milégonas, intentando traer algo de calma al recinto revuelto.

—¡Cómo se atreves! —exclamó Pales enfurecida.

Jessio, sin embargo, continuó mostrándose imperturbable. Esperó que los ánimos se aplacaran para proseguir.

—Le ruego me perdone por mi acusación injustificada, su majestad —se disculpó sin cambiar la entonación—. Lo que trato de decir es que su actitud me resultaba desconcertante... Hasta ahora.

Todos en la sala aguardaban impacientes la conclusión a la que había arribado el acusador:

—Reina Pales, ¿acaso usted está enamorada del acusado?

Una violenta ráfaga de hielo congeló la sala del juicio. El juez, el jurado y todo el público en las tribunas fueron absorbidos por un estado de total estupor. Winger quedó completamente atónito, y por lo visto lo mismo le ocurrió a la soberana, pues ni siquiera fue capaz de replicar.

—Es comprensible que una dama joven sienta este tipo de emociones en este período de su vida —continuó hablando Jessio con la voz del mejor educador—. Y eso no le quita ni un poco de su madurez, su inteligencia o su rectitud, majestad. Lo que tal vez sí le quite sea su juicio crítico para con un muchacho a quien no conoce pero se empecina tanto en proteger, hasta el punto de negar la identidad entre aquel que se mostró gentil y bondadoso y este, que acabó con la vida de su padre y atentó contra la suya. El amor nos pone ciegos.

Jessio terminó allí con su exposición. La sala del juicio estaba muda.

Pales, por su parte, apuntaba los ojos hacia el suelo, con el ceño fruncido y una expresión indescifrable en el rostro.

—No más preguntas, su majestad —se dirigió el acusador al rey Milégonas y luego abandonó el centro de la escena.

—Puede usted regresar a su asiento, reina Pales —le indicó el soberano de Lucerna, tan impresionado como el resto de los presentes.

Mientras los rumores empezaban a pulular por el recinto, la joven reina se incorporó y caminó con un andar torpe hacia la banca de la parte acusadora. Ni por un instante cruzó la vista con Winger. Pero él creyó notar un leve rubor en sus pálidas mejillas...

De pronto, el muchacho se percató de que había un guardia de pie a su lado. Comprendió que había llegado la hora dar su testimonio.

El soldado lo acompañó hasta el estrado. Por primera vez se halló de frente a las tribunas. Todos esos semblantes lo acribillaban con desprecio y rencor. Ni siquiera la Lluvia-Horizonte de Juxte lo había lastimado tanto. La hostilidad percibida fue tal que se vio forzado a fijar la vista en los grilletes que lo apresaban.

—Winger de los campos del sur de Catalsia —habló el rey Milégonas—. ¿Juras decir toda la verdad en nombre de los seis Dioses Protectores?

—Lo juro —contestó en voz baja.

Estaba realmente nervioso.

—Respira profundo —le susurró Gasky, quien ya se había acercado hasta el estrado.

Winger alzó los ojos y se encontró con la sonrisa bondadosa del anciano historiador. A pesar del duro cruce que habían tenido la tarde anterior, estaba muy agradecido de contar con el apoyo de Gasky en esa situación tan horrenda. Hizo caso a sus palabras; inhaló con fuerza, soltó el aire despacio y se preparó para el interrogatorio.

Antes de dirigirse al acusado, el defensor se dio vuelta y habló tanto al jurado como a las personas que estaban en las tribunas.

—El joven que está frente a ustedes es Winger —dijo—. Lo que saben acerca de él es por los testimonios que hemos escuchado en estos tres días. Algunos han sido favorables. Muchos otros, funestos. Pero ahora quisiera que todos conozcamos su historia a través de sus propias palabras. Winger, ¿podrías contarnos un poco acerca de tu vida?

El joven mago se halló sorprendido. Gasky no le había avisado que empezaría así. Eso lo puso aún más nervioso. ¡No tenía idea de qué contar primero!

—Bueno... —balbuceó—. Pasé toda mi vida en los campos del sur de Catalsia. Nunca conocí a mis padres. Fueron mis tíos quienes se hicieron cargo de mí.

—¿A qué se dedicaban tus tíos? —preguntó el anciano.

—Eran granjeros —explicó el muchacho, ya un poco más relajado—. Entre los tres nos ocupábamos de las cosechas y del cuidado de los animales.

—¿Y cómo es que acabaste siendo un mago?

—Siempre me sentí atraído por la magia —confesó y se le escapó una sonrisa—. Recuerdo que cuando era pequeño, un hombre solía visitarnos y hacía trucos con luces para mí. Nunca supe el nombre de esa persona.

—El día de ayer, el acusador señaló que hubo un incendio en tu granja. ¿Qué puedes contarnos acerca de eso?

—En la tercera luna de verano del año pasado encontré un manual de hechicería en el sótano de la casa. Traté de practicar algunos conjuros básicos por mi propia cuenta. Una Bola de Fuego se salió de control y... Bueno, fue un accidente terrible.

—Además del deceso de tus tíos, ¿qué otras pérdidas ocasionó ese incendio?

—La casa quedó completamente destruida. También gran parte de los cultivos. Y casi todos los animales huyeron. Apenas si pude vender lo poco que se había salvado para reunir algunas monedas de oro. No quedó mucho...

—Imagino que así fue —murmuró el anciano, y de nuevo se volvió hacia el jurado—. Una jugada muy poco astuta por parte de alguien que incendió intencionalmente su propio hogar, ¿no les parece?

Winger creyó entender hacia adónde apuntaba Gasky con sus preguntas. Eso lo envalentonó para seguir hablando.

—¿Qué sucedió entonces? —siguió indagando su defensor.

—Decidí que había llegado el momento de viajar a la capital para aprender magia en la Academia de ciudad Doovati. Después de todo, no había nada más para mí en los campos del sur.

—La Academia de ciudad Doovati es realmente prestigiosa —comentó el anciano—. Así como también lo es su gran maestro —agregó y señaló a Jessio con un gesto cortés—. Un hechicero talentoso y experimentado, sin dudas. Es una pena que tantos conocimientos no le hayan servido a la hora de confundir a un temible mago con un muchacho que no sabía hacer ni una Bola de Fuego.

Hubo algunas risas inquietas en la sala. Gasky le sonrió a Jessio, pero este permaneció inmutable y a la espera de la oportunidad para intervenir.

—Luego ocurrió otro incendio —prosiguió el defensor—. ¿Puedes explicarnos qué pasó ese día?

—Recuerdo que había olvidado mi capa en la Academia. Regresé por la noche a buscarla, y me llamó la atención que la puerta de entrada estuviera abierta.

—¿Había alguien más allí?

—Sí. Se trataba de Mirtel y de Rapaz, dos de los asistentes de Jessio.

—¿Y qué estaban haciendo, Winger?

—Ellos preparaban una pócima para el control de la voluntad. Hablaban acerca de un complot en contra del rey Dolpan.

Las voces de asombro volvieron a elevarse en el recinto.

—¡Objeción! —protestó Jessio desde su banca—. Nada de lo que el acusado refiere ha podido ser contrastado. No entiendo por qué debemos escuchar estas historias sin fundamento.

—Dejaré que el defensor avance un poco más —desoyó Milégonas las quejas del acusador, y le indicó a Gasky que siguiera adelante.

—Gracias, su majestad —dijo el anciano—. Noa hablabas acerca de la noche del incendio, Winger. ¿Qué sucedió entonces?

—Mirtel y Rapaz se dieron cuenta de que yo estaba ahí y me atacaron. Traté de defenderme usando un hechizo de fuego... Y este volvió a salirse de control.

—¡Más accidentes tan oportunos! —exclamó Jessio con un énfasis sarcástico—. Su majestad, por favor, esto no tiene ningún sentido...

—Acusador, ya tendrá tiempo para hacer sus preguntas —lo amonestó el rey y continuó prestando atención al interrogatorio de Gasky.

—¿Qué ocurrió luego, Winger? —indagó el defensor.

—Tuve que huir de la ciudad. Busqué refugio en la herrería de mi tío Pery en Dédam. Él era mi único familiar vivo.

—¿Por qué hiciste eso? —inquirió Gasky—. ¿Por qué no trataste de advertir a las autoridades acerca del complot que Mirtel y Rapaz mencionaron?

Winger se detuvo a observar el rostro de su defensor. Si algo había entendido de todo lo que el anciano le había dicho en relación a ese juicio, era que cualquier intento de inculpar a Jessio solo les traería más problemas. Decidió confiar en la lógica del historiador y únicamente refirió lo necesario:

—Porque nadie me creería.

Gasky asintió con la cabeza.

—Lo comprendo muy bien, Winger. Es arduo demostrar la inocencia de una persona que no posee pruebas.

El defensor interrumpió su interrogatorio en ese punto y caminó por la sala con aire pensativo. Cuando los presentes comenzaban a impacientarse, retomó el discurso:

—Conozco toda tu historia, Winger. Yo y otros creemos en tu inocencia, aún a pesar de no contar con evidencias. Eso es porque hemos tenido el privilegio de conocer a una persona tan admirable como tú. Sin embargo, no podemos esperar que los desconocidos confíen en tu palabra. No tenemos pruebas, es verdad. Formular esta pregunta carece de sentido, pero lo haré de todas formas y con esto termina mi interrogatorio. —El anciano encaró con seriedad a su defendido—. Winger, ¿tú mataste al rey Dolpan?

El acusado se mostró recto y decidido al responder:

—No.

El defensor cerró los ojos y negó con la cabeza.

—Por supuesto que no, muchacho. No más preguntas.

El interrogatorio de Gasky dejó un sabor agridulce en el paladar de Winger. No consideraba que nada de lo que había referido llegara a torcer el rumbo del juicio. Sin embargo, le hizo bien el poder contar su versión de los hechos en voz alta. Él no era el asesino que buscaban. Y si todo terminaba allí, al menos sostendría su verdad con la frente en alto hasta el final.

Gasky le apretó un brazo con afecto y luego se retiró.

Entonces el acusador ocupó su lugar.

Winger y Jessio se volvían a encontrar.

—Ha pasado un tiempo desde la última vez que nos vimos —murmuró el acusador—. Realmente me conmueve tener que hacerlo en una situación como esta.

Winger se mantuvo en silencio y con los ojos puestos en el rostro de su enemigo.

—A lo largo de este juicio, mucha gente ha ocupado este estrado —prosiguió Jessio y giró hacia las tribunas—. Y el peso de las evidencias en contra del acusado es contundente. No digo que no haya quienes te aprecien, Winger —aclaró y se dirigió de nuevo a su antiguo discípulo—. Hemos oído algunos testimonios de personas honestas, realmente convencidas de tu inocencia. Pero los hechos siguen siendo los hechos. Nadie ha podido presentar una coartada sólida para ti. Nadie ha podido comprobar que no fuiste el responsable de la mayoría de los crímenes de los que se te acusa. Creo que a estas alturas los miembros del jurado no necesitan oír más para poder dar su veredicto. Sin embargo, hay otro asunto que ha comenzado a preocuparme... Winger, ¿puedes enseñarnos el antebrazo derecho?

La petición sorprendió al acusado. Todos los presentes se mostraron intrigados por el asunto referido por Jessio. Sin otra opción más que obedecer, Winger expuso el brazal ante la salsa del juicio.

—Esa joya, damas y caballeros —indicó el acusador—, es la gema de Potsol. Se trata de una de las tres reliquias de los ángeles de Riblast, una herramienta capaz de incrementar varias veces las habilidades mágicas de su portador. ¿Es cierto lo que digo?

—Sí, es verdad —contestó el acusado.

—Y nadie ha logrado desprenderte de esa joya tan poderosa. Los guardias de la prisión pueden dar cuenta de ello. Cuéntanos, Winger. ¿Por qué no es posible quitarte ese brazal?

El muchacho eligió cuidadosamente las palabras antes de responder.

—El brazal se halla protegido por un encantamiento que impide que la gema sea robada.

—Un truco admirable, sin duda —reconoció el acusador—. Pero, ¿por qué motivo alguien como tú, cuyas intenciones supuestamente son pacíficas, necesita permanecer atado a una reliquia legendaria?

De nuevo Winger pensó antes de hablar.

—Yo soy el guardián de la gema de Potsol —dijo—. Acepté protegerla de mis enemigos.

—¿Acaso te refieres a la corona real de Catalsia...?

—¡Claro que no!

—Entonces dinos quiénes son tus enemigos.

Winger sentía cómo la temperatura de su cuerpo iba en aumento a causa de la rabia. Miró fugazmente a Gasky, quien se mostraba preocupado por la reacción de su protegido. Sin embargo, Winger sabía que Jessio estaba provocándolo para que diera un paso en falso. Quería que gritara su nombre en voz alta, que lo acusara abiertamente de ser un monstruo, un cobarde, un asesino.

Pero no le daría ese gusto.

—No tengo un nombre para dar —contestó simplemente.

—Ya veo —musitó el acusador—. Enemigos invisibles que incendian edificios, matan sin piedad y destruyen todo a su paso. Muy convincente.

Jessio sacudió la cabeza y caminó por la sala con un andar cansino.

—Comienzo a aburrirme de todo este relato infundado acerca de confabulaciones secretas —exclamó con exasperación—. Encararé una última cuestión y con esto daré por finalizado mi interrogatorio. ¿Cómo conociste a la persona que ahora mismo actúa como tu defensor, quien es capaz de arriesgarlo todo con tal de salvarte? Me refiero, por supuesto, a Gasky el historiador.

Winger respondió con prudencia una vez más.

—Cuando Catalsia le declaró la guerra a Pillón, comprendí que el complot en contra del rey Dolpan no había acabado la noche del incendio de la Academia. Los enemigos seguían obrando desde las sombras. Mi tío Pericles es una persona cercana a Gasky, y él fue quien me sugirió viajar hasta el monte Jaffa para pedirle su consejo.

—Entonces afirmas que conociste a Gasky hace apenas un año, en el lapso de tiempo entre el incendio de la Academia y el asesinato del rey Dolpan. ¿Correcto?

—Así es.

—No preguntaré cuáles fueron los sabios consejos que él puede haberte dado. Solo quiero saber si fue Gasky quien ingenió el plan de mantenerte aferrado a la gema de Potsol mediante un encantamiento.

—Él...

—Yo le di a Winger la gema de Potsol —interrumpió el anciano a su protegido—. Si su meta era detener la guerra entre Catalsia y Pillón, necesitaba una herramienta poderosa para defenderse.

—Señor Gasky —intervino el rey—, usted no puede responder por su defendido en este punto del proceso. Le ruego que guarde silencio a partir de ahora.

—Lo siento mucho, su majestad.

Winger se sintió apresado por emociones encontradas. Por un lado, el hecho de no haber sido él quien comprometiera a Gasky le produjo un gran alivio. Por otra parte, ahora le preocupaba la situación del historiador y cómo podría llegar a afectarlo la confesión que acababa de realizar...

—Me pregunto qué otras armas pudo haberle facilitado a Winger su protector —murmuró Jessio con el semblante reflexivo—. Sin embargo, ese no es un tema que ahora nos incumba. Dije que mi interrogatorio terminaría aquí, pero me intriga saber qué sucedió con todo ese asunto de la guerra. ¿Lograste detenerla? ¿Sirvieron para algo los consejos de Gasky, Ruhi y Milau?

—No, no pude hacerlo —dijo Winger—. La guerra acabó sola cuando mis enemigos consiguieron lo que estaban buscando.

—¿Y qué es lo que buscaban? —inquirió el acusador.

—Todavía estoy preguntándomelo —repuso el acusado—. En nombre de qué causa ellos están cometiendo tantos crímenes.

Winger miró fijo a quien había sido su maestro.

Jessio le sostuvo la mirada sin inmutarse.

—No más preguntas —dijo el acusador.

Y así fue como el último testimonio llegó a su fin.

Jessio regresó a su lugar junto a la reina y Winger fue conducido hasta el banquillo de los acusados, donde Gasky le brindó su apoyo como si hubiera regresado de la más dura de las batallas. El clima en la sala se volvió más distendido y los ciudadanos intercambiaban opiniones sobre el debate al que ahora se entregarían los miembros del jurado para definir el destino de Winger, aunque pocos tenían dudas acerca de cuál sería el veredicto.

Los siete ancianos aún no habían abandonado el recinto cuando el rey Milégonas llamó al orden. Eso no estaba previsto. Aparentemente, tenía un anuncio para hacer.

—Los testimonios pautados con anterioridad al inicio de este proceso han concluido —dijo lo que todos ya sabían—. Pero todavía queda una persona que desea brindar el suyo. Acudo a mis facultades extraordinarias como juez para validar esta declaración final.

De nuevo los murmullos poblaron la sala. Nadie se esperaba una intervención tan insólita. Pales escudriñó al rey de Lucerna con desconfianza. Jessio y Gasky escuchaban con suma atención.

—La persona de la que hablo ha sido una de las primeras en responder a los mensajeros que partieron en busca de testimonios—indicó Milégonas—. Fui yo quien resolvió que lo mejor era que permaneciera confinada en este palacio sin revelar su identidad, pues su mera presencia tal vez habría alterado el orden y la diplomacia con la que este juicio viene desarrollándose hasta este momento.Asumo toda la responsabilidad por una decisión tan despótica como esta. —El soberano miró a la reina e inclinó su frente con un movimiento profundo en señal de disculpa—. Ahora ha llegado el momento de escuchar a la última testigo. Considero que su palabra posee un valor que sobrepasa los límites de este proceso, y que colaborará a fortalecer los lazos de fraternidad entre los países del continente de Dánnuca. Por todo lo referido, llamo a declarar a Charlotte de Pillón, primera ministro de su república.



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