XXXVI: El jucio (II)
A pesar del panorama pesimista que había anticipado debido a los testimonios adversos del día anterior, Winger tuvo una sorpresa muy grata al inicio de la segunda jornada del proceso.
Su corazón se llenó de calor al descubrir que varios de los amigos que había hecho en el camino aún lo recordaban y estaban dispuestos a dar la cara por él. Con mucho pudor se tapaba la cara para ocultar las lágrimas cada vez que alguien ocupaba el estrado para declarar a su favor:
—Mi nombre es Grippe y soy oriundo de Catalsia —se presentó el primer testigo del día—. Formo parte del consejo de la reina Pales y tengo un humilde comedor en el distrito comercial de ciudad Doovati.
—¿Qué tan humilde es ese comedor? —lo interrogó Gasky.
—Pues... Supongo que es uno de los más distinguidos de la capital —reconoció el hombre del mostacho mientras esbozaba una sonrisa humilde.
—Cuéntenos, señor Grippe —prosiguió el defensor—, ¿cuál es su relación con el acusado?
—Fue mi empleado durante algunos meses, hasta el día del incendio de la Academia de Magia. Un joven atento y laborioso. Nunca llegaba tarde y era muy responsable con las tareas que se le confiaban. Oh, y poseía un buen olfato para detectar conductas inusuales entre los clientes.
Aún con los ojos humedecidos, Winger soltó una risa nostálgica al recordar la "recolección de datos" del señor Grippe. Cómo echaba de menos la época de "El Buen Provecho"...
—¿Y cómo fue que llegó a emplear a Winger? —indagó Gasky.
—Él era uno de los amigos de mi hijo Markus, quien hubiera deseado estar aquí presente, pero consideré que lo mejor era no involucrarlo en todo esto. Mi testimonio vale por el de ambos —aclaró el comerciante. Observó al acusado en su banquillo y dejó escapar una larga exhalación—. Si debo ser sincero, considero que Winger es un chico excelente. Fue una de las personas más cercanas a mi hijo, y a Markus siempre le costó hacer amigos. Si acepté a Winger en mi restaurante fue, antes que nada, para agradecerle por haber sido tan amable con mi muchacho.
—Señor Grippe, de acuerdo con su parecer, ¿diría que Winger es responsable de haber causado tantos daños en Catalsia y en Lucerna?
La pregunta puso nervioso al padre de Markus. Miró a Jessio y luego a la reina. Finalmente bajó los hombros con resignación y respondió:
—No, señor Gasky. Si quieren saber mi opinión, siempre afirmaré que Winger es inocente.
El señor Grippe compartió con su joven amigo una gran sonrisa, y con eso acabó su testimonio.
La mujer que lo sucedió en el estrado era alta y rubia. Sus movimientos eran suaves y ceremoniosos, y ella también se refirió a Winger con palabras amables:
—Mi nombre es Mara de ciudad Miseto, y soy una sacerdotisa del templo en honor a Derinátovos ubicado en el bosque de Schutt. Solo compartí un día de mi vida con Winger. Él viajaba rumbo al monte Jaffa junto a una niña adorable llamada Soria y un joven muy enérgico llamado Demián. Ellos tres se mostraron gentiles y colaborativos. Winger salvó nuestro templo de ser devorado por las llamas que un atacante enmascarado había provocado. Tal vez mi estilo de vida me mueva a sacar conclusiones guiadas solo por el corazón, pero que una persona ponga sus fuerzas a favor de la paz y luego las utilice para destruir todo a su paso, eso es algo a lo que yo no le encuentro ningún sentido.
—Mi nombre es Bollingen de ciudad Miseto —comenzó con su testimonio el hombre cuya presencia allí asombró mucho Winger—. Nací en esta capital, pero hace muchos años que vivo en villa Cerulei. Soy un maestro perfumista muy respetado, y creo no pecar de soberbia si digo que mi cualidad de genio dará peso a mi declaración. Debo admitir que no conocí a Winger en la mejor de las situaciones, pues su prima, a quien no considero una "niña encantadora" sino más bien una chiquilla endemoniada, destruyó mi laboratorio a partir de un berrinche. Tal vez ese inicio fue negativo, pero lo cierto es que estas personas nos ayudaron a terminar con un problema en nuestra villa que ni siquiera la corona real se encargó de solucionar. —El señor Bollingen puso mucho énfasis en esa sentencia—. A diferencia de la testigo anterior, quien opinó desde la fe y la emoción, yo hablo con la voz de la razón y la lógica. Sin embargo, me veré forzado a llegar las mismas conclusiones que ella, y sostengo que es un disparate pensar que una persona salvaría a todo un poblado solo para intentar destruirlo esa misma noche. Este chico despeinado que vemos en el banquillo de los acusados puede ser algo torpe y muy poco avispado, pero jamás obraría de la manera en la que se lo acusa hoy aquí.
—Mi nombre es Pericles y soy el herrero de Dédam. —El tío de Winger no necesitaba más presentación que esa, pues la fama por su trabajo en el arte de la forja llegaba hasta la ciudad capital de Lucerna, y más allá—. Este chico acusado de tantos crímenes es mi sobrino. Él acudió a mí en busca de refugio cuando ocurrió el accidente del incendio de la Academia de ciudad Doovati. Porque eso es lo que fue: un trágico accidente. Mi sobrino incendió el edificio, es cierto, pero fue en un acto de defensa personal frente al ataque de asesinos disfrazados de tutores de la institución. Sé que no tengo forma de probar lo que digo, así como también estoy al tanto de que nuestro lazo de parentesco volverá mi testimonio dudoso y poco fiable. Sin embargo, hay algo que todo el mundo aquí puede constatar, y es que mi sobrino no tiene sombra. ¿Cómo rayos explican eso? Winger fue atacado hace dos lunas por un grupo de malhechores. Ellos robaron su sombra, y la fecha coincide con el momento en que empezaron los ataques en ciudad Doovati y sus alrededores. Mientras alguien trataba de manchar su nombre en Catalsia, mi sobrino estaba colaborando con las tareas de la herrería, hecho que pueden confirmar todos los vecinos de Dédam.
—Vecinos de Dédam que no se han presentado aquí a declarar... —musitó Jessio, interrumpiendo el testimonio de Pericles—. En cuanto al tema de la sombra del acusado, es verdad que es un fenómeno atípico. Aún así, no imagino cómo una sombra podría ser culpable de todos los hechos señalados en su contra, siendo el asesinato de un rey el más importante de todo Pero ahora debo agregar algo más. A los miembros del jurado, y también a todos los aquí presentes, quiero confesarles que yo conozco al herrero de Dédam. Fuimos compañeros de viaje durante nuestra juventud, y puedo dar fe de que es un hombre honrado. Sin embargo, ahora me veo en la obligación de ahondar en un tema puntual y concreto. Pericles, has mencionado que Winger acudió a ti el año pasado buscando refugio luego del episodio del incendio. ¿Hacía cuánto no veías a tu sobrino?
La pregunta descolocó al herrero, quien tuvo que hacer un poco de memoria.
—Alrededor de doce años...
—¡Doce años! —exclamó Jessio—. Los lazos familiares son fuertes, ¿pero cómo saber lo que el muchacho puede haber estado haciendo durante todo ese tiempo?
Pery torció la boca en un gesto de rencor hacia Jessio y no contestó.
—Tengo entendido que Winger participó en otro incendio. ¿Lo sabías, Pericles?
—Sí —masculló el herrero.
—Tu hermana y su esposo murieron en esa ocasión. ¿Cierto?
—Cierto...
—Pero tu sobrino debe haberte jurado que todo fue un "trágico accidente" —repitió Jessio las palabras que Pery había empleado anteriormente.
El rostro de Winger reflejaba el más puro horror. No podía creer que Jessio se valiera de un artilugio tan bajo para hundir su reputación. Si le faltaba alguna prueba para convencerse de que su antiguo maestro era un monstruo, ahora ya no la necesitaba más.
En cuanto a Pericles, este estaba a punto de alzar el estrado con ambas manos para partirlo sobre la cabeza del acusador. Llevó la mirada a Gasky, quien con una expresión severa le indicó: "No hagas nada precipitado".
—Sí, eso dijo Winger, y yo creo en su inocencia —aseguró el herrero.
Jessio asintió moviendo la cabeza despacio.
—Ya veo —murmuró el representante de la reina—. No más preguntas.
El día había comenzado de manera favorable para Winger, pero Jessio había conseguido torcer el rumbo de los acontecimientos. A partir de ese momento, las cosas solo continuaron empeorando.
—Señora Ruhi —comenzó Jessio a interrogar a la siguiente testigo—, usted es una meianti.
—Así es —corroboró la bruja.
—Eso significa que siempre tratará de mostrarse imparcial, tal y como la diosa de la naturaleza.
—No es una cuestión de elección, querido —replicó ella—. Es algo que está en nuestra forma de ser. No le pides a una flor que dé su perfume. Simplemente lo hace.
—Comprendo. Siendo ese el caso, quiero preguntarle cómo es que usted conoce al acusado.
—El muchacho es muy cercano a Gasky, a quien estimo y valoro desde hace muchos años. Un chico encantador. Siempre entretiene a mis hijitos cuando viene a visitarme.
—La señora Ruhi considera sus hijos a una colección de criaturas exóticas, como un kássigler y un shatta, por ejemplo —acotó Jessio—. Tal vez el jurado quiera retener el dato de que Winger posee las habilidades necesarias para "entretener" a esta clase de especímenes. Pero retomando nuestro interrogatorio —volvió a dirigirse a la testigo—. Señora Ruhi, ¿sería usted capaz de ayudar al acusado si los motivos de sus acciones fueran deshonestos?
—Creo que ya hemos aclarado qué es ser una meianti —remarcó la bruja—. Lo que es bueno y lo que es malo para los hombres está fuera de nuestro nivel de percepción. Ayudaré cuando sienta que así debe hacerse, y en ninguna otra situación.
—Al igual que una tormenta —comentó el acusador—, que puede traer sosiego a un sembradío sediento, o puede inundar a un poblado de gente humilde.
—No podrías haberlo ejemplificado mejor —señaló la bruja, abriendo sus grandes ojos verdes.
—En ese caso, señora Ruhi, ¿puede usted estar segura de que las intenciones de Winger o las de su amigo Gasky son honestas?
—¿Volveremos una vez más sobre el tema de la honestidad? —repuso la anciana con desgano.
Jessio hizo un momento de silencio.
—No, claro que no —dijo finalmente—. Pero me gustaría que respondiera a esta última pregunta. ¿Sería posible que las acciones de Winger se parezcan a la tormenta salvadora, pero obren en realidad como la tormenta destructiva?
La anciana entrecerró los ojos.
—Sospecho que esa pregunta es muy capciosa, queridito. Sin embargo, tendré que responder de manera afirmativa.
Las voces de desconcierto se alzaron en la sala. Se suponía que la bruja Ruhi era una testigo a favor de la inocencia de Winger. ¿Por qué ahora parecía estar hablando en su contra?
«Justamente, porque es una meianti», comprendió Gasky. La propia naturaleza de la anciana, ajena a las cuestiones mundanas llamadas "bien" y "mal", hacía de su testimonio un arma de doble filo...
—Su majestad, debo protestar—decidió intervenir el defensor—. El acusador está entrando en un terreno demasiado sutil como para tener relación directa con las implicancias de este juicio.
—Coincido —accedió Milégonas a la objeción—. Acusador, esclarezca este punto si desea dar por válida su argumentación.
—Mis disculpas, su majestad —dijo Jessio con una reverencia—. Solo estaba preguntándome si una persona deshonrosa podría disfrazar sus acciones con actos honrados en apariencia...
—En ese caso —intervino Ruhi inesperadamente—, el mismo razonamiento podría aplicarse a ti, ¿no lo crees?
Hubo algunas risas en las tribunas, y Jessio esbozó una sonrisa complaciente frente a lo que había parecido un ataque contra su persona.
—Por supuesto, señora mía —admitió—. Podría aplicarse tanto a mí como a Winger, o a su defensor. No más preguntas.
Mientras la bruja abandonaba el recinto, Gasky escudriñó a Jessio con ojos analíticos. Las preguntas del representante de la reina estaban desviándose en una dirección extraña. Su objetivo ya no parecía ser solo incriminar a Winger...
«Sino también a mí», razonó el anciano. «¿Acaso Jessio busca desacreditarme? ¿O se trata de algo más...?»
Las sospechas aún reverberaban en la cabeza del historiador cuando el último testigo del día avanzó hacia el estrado. Incluso desde la distancia el sombrío alcalde de villa Tanguy despertaba el temor en la mayoría de los presentes.
Quien no se mostró acobardado fue el acusador. Jessio estaba preparado para iniciar el interrogatorio.
—Conde Milau de Párima, como una de las personas más respetadas de Lucerna, usted fue convocado para formar parte del jurado que dictaría una sentencia sobre este juicio. ¿Puede decirnos por qué rechazó esa función?
—Conozco personalmente al acusado —explicó el conde con su voz imperturbable—. Creo en su inocencia, y mi postura no sería lo suficientemente imparcial como para formar parte del jurado.
—¿Y por qué cree en la inocencia del acusado? —indagó Jessio.
Antes de contestar, Milau giró hacia a Gasky. El anciano le sostuvo la mirada por un instante. Luego el conde habló:
—Winger es un joven comprometido con el bienestar de su reino. Eso lo llevó hasta el monte Jaffa para solicitar el consejo de Gasky, quien a su vez sugirió a Winger que mi palabra podría serle de ayuda en relación al conflicto bélico entre Catalsia y Pillón. Después de todo, soy la única persona viva que ha participado en la guerra más sangrienta que ha conocido este mundo...
—Milau de Párima, el héroe de la Gran Guerra —lo elogió Jessio con una sonrisa que el conde no le devolvió—. ¿Y qué le aconsejó usted a Winger?
—Que crea en su causa y luche por detener ese enfrentamiento.
—Sabias palabras —comentó el acusador—. Ahora bien. ¿Puede compartir con nosotros las razones que lo llevaron a confiar en Winger? Después de todo, era un joven desconocido que se presentó ante las puertas de su mansión.
El conde volvió a demorarse en responder.
—Vi a través de sus ojos y estuve convencido de su honestidad —aseguró.
Jessio soltó un murmullo disconforme.
—Ya veo, una corazonada... —balbuceó, poco convencido—. ¿Solo eso bastó para ganarse la protección del eminente alcalde de villa Tanguy? ¿O acaso el contar con el apoyo de Gasky fue lo que envolvió a este joven en un manto de amistad?
—Es probable que eso haya influido a su favor —reconoció el conde Milau.
—Gasky de Quhón, el principal aliado de la persona acusada de traer tantas desgracias a Catalsia y a Lucerna. Señor conde, ¿confía usted plenamente en las buenas intenciones de este renombrado mitólogo e historiador?
Milau acribilló a Jessio con los ojos.
—Por supuesto que sí —aseveró.
—¿Juraría en nombre de su patria, el glorioso imperio de Párima, y de Zacuón, el dios a quien venera con devoción, que Gasky jamás tendría la intención de manipularlo, ni a usted ni a nadie?
Por primera vez en mucho tiempo, una expresión turbada trastocó el rostro gélido del conde Milau. El interrogatorio de Jessio había dado en el blanco.
—No comprendo hacia dónde apunta la pregunta —se excusó el testigo.
—Creo que la pregunta ha sido clara —continuó arremetiendo el acusador—. A partir de los testimonios que hoy hemos oído, tal vez Winger de Catalsia no sea el terrible demonio que muchos creen. Quizás sus acciones no son fruto de su iniciativa, sino que hay alguien más que las dirige desde la retaguardia. Por supuesto que me refiero al hombre que oficia como su defensor. ¿Qué opina usted al respecto?
Los rumores azorados se desperdigaron por todo el recinto. Lo que Jessio venía insinuando sutilmente, ahora lo arrojaba de una manera abierta. Estaba apuntando contra Gasky.
El anciano historiador hubiera querido acercarse hasta el conde para pedirle un poco de calma, pues sus facciones se habían convertido en las de una fiera al acecho.
—Eres despreciable, Jessio.
El rostro del acusador se llenó de perplejidad.
—¿Perdón? ¿Qué ha dicho, señor conde?
—No puedo entender que un hombre que ha sido mi aliado en el pasado, con el que he peleado codo a codo, ahora esté acusando falsamente a Gasky. Sé que las intenciones últimas del historiador a veces son difíciles de discernir. Pero jamás diré que son perniciosas.
—Entiendo —murmuró Jessio—. Y supongo que posee pruebas para injuriarme, ¿verdad?
—No necesito pruebas. Después de haber vivido cinco siglos sé leer a las personas. Por eso confío en Winger. Y por eso no puedo creer que seas la misma persona que una vez conocí. Si en esta sala hay un enemigo, ese eres tú.
Los rumores azorados ahora se transformaron en exclamaciones de incredulidad. Uno de los testigos estaba increpando al acusador, el representante de la reina cuyo padre había sido asesinado, y eso era algo que nadie esperaba que sucediera. Gasky observó los rostros disconformes entre los miembros del jurado. Aquella disputa verbal no los estaba beneficiando en absoluto.
—No entiendo qué móviles pueden haberlo conducido en mi contra, conde Milau de Párima —dijo Jessio con la voz de quien ha sido víctima de un agravio—. Pero mucho me temo que este juicio ha sido pensado para traer claridad a una serie de hechos nefastos a través de pruebas y testigos. Acusaciones injustificadas como la que acaba de hacer solo perjudican la veracidad de su testimonio. Su majestad —volteó hacia el rey Milégonas—, ya no haré más preguntas a este testigo. Solo me resta señalar que no ha respondido a mi pregunta. Eso es todo.
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Soria se acurrucó en el camastro mientras su primo caminaba inquieto por la celda. Gasky lo veía ir y venir mientras trataba de ordenar sus pensamientos y entender todo lo que había sucedido durante esa segunda jornada del juicio. Lo único claro hasta el momento era que a pesar de los testimonios favorables, la situación de Winger era cada vez más espinosa.
—Sabíamos que iba a ser un juicio difícil —comentó el anciano—. Sin embargo, nunca sospeché que Jessio iría más allá de su imputación contra ti. Al parecer, tiene otros objetivos...
—Bueno, tal vez ahora sí se tome mi defensa en serio.
El tono lacerante que había empleado Winger desconcertó al historiador.
—¿Qué quieres decir? —preguntó
—¡Que hasta ahora no he visto que intente detener a Jessio! —estalló el prisionero—. ¿Por qué no está haciendo nada? ¿Por qué le permite manejar a todos los testigos? Es como si no tuviera un defensor...
—Winger, por favor, debes tranquilizarte —le pidió el anciano. Aunque lastimado por las palabras de su defendido, comprendía sus inquietudes, y por eso hablaba con empatía—. Desde el inicio ha quedado claro que sería complicado probar tu inocencia. Ya has visto lo que ocurrió cuando el conde intentó incriminar a Jessio. No poseemos pruebas en su contra.
—¿Entonces qué? —continuó vociferando el muchacho—. ¿Debemos quedarnos sentados y esperar mi condena?
La celda quedó en silencio. Mientras Soria permanecía muda y con la frente apuntando hacia el suelo, Winger esperaba la respuesta de Gasky. El anciano soltó un suspiro y bajó los hombros. Su apariencia de pronto se volvió mucho más senil.
—Sé que no es el mejor de los consuelos —dijo—. Pero ten por seguro que no morirás a causa de este juicio, Winger. La gema de Potsol está en tu poder. Eso te da inmunidad contra nuestros enemigos. Al menos parcialmente. No sé lo que Jessio planea hacer contigo si eres hallado culpable. Pero no dejará que Pales o Milégonas te ejecuten. Él te necesita vivo.
—Qué alivio —soltó Winger con cinismo.
—Lo siento en verdad —se disculpó sinceramente el anciano, y entonces su voz se volvió más severa—. Pero tú elegiste ser parte de esta guerra, Winger. Recuérdalo. Las cosas están mal, pero seguir implicado fue la decisión que tú tomaste.
Winger agachó la cabeza. El historiador tenía razón.
Nadie lo había obligado a participar. El día que entregó a Gasky el libro de Maldoror podría haber elegido desentenderse del asunto y retomar una vida pacífica. Sin embargo, escogió luchar. Ahora estaba enfrentando las consecuencias de esa decisión.
—Soria... Tengo que pedirte un favor.
La muchacha alzó la vista.
—¿Qué necesitas, Winger?
—No sé cómo acabará esto, pero es probable que yo ya no pueda ayudar a Rupel. Debes prometerme que regresarás junto a ella y la cuidarás por mí.
—Pero... ¿Y qué pasará contigo? —Los ojos de Soria desbordaron angustia—. No puedo abandonarte...
—Te lo suplico —insistió Winger, y su ruego era desesperado—. Cuida a Rupel por mí.
De espalda a los dos jóvenes, el anciano estaba llorando.
—Perdóname, Winger —susurró.
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El rey caminó por los pasillos de su palacio hasta un área de acceso restringido. Pasó tres controles vigilados por centinelas, y tras llamar a la puerta ingresó en una habitación para huéspedes.
Una mujer lo estaba aguardando
—Imagino que permanecer día y noche aquí debe ser un poco agotador —murmuró el soberano.
—He soportado cosas peores —repuso ella—. ¿Cómo ha resultado esta segunda jornada?
—El juicio marcha sin inconvenientes. Solo restan los testimonios de la reina y del mismo acusado.
—Entonces mañana será el día...
—En efecto —corroboró Milégonas—. Mañana su reclusión habrá terminado. Finalmente podrá hacer lo que tanto tiempo lleva esperando.
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