XXXV: El juicio (I)
Los carceleros despertaron a Winger, le dieron pocos minutos para comer un plato de avena aguada y lo condujeron hasta la entrada de la prisión. Allí lo esperaba una guardia de seis soldados de Lucerna para escoltarlo hasta la sala del palacio donde el juicio se llevaría a cabo.
El día había llegado.
Winger marchaba con la vista clavada en sus grilletes de restricción mientras pensaba en lo que podía llegar a ocurrir durante la jornada.
«¿Alguien testificará a mi favor?», se preguntó una vez más mientras atravesaba las puertas del palacio.
El trecho hasta la sala del juicio fue corto. Cuando levantó la frente, ya caminaba por la alfombra que terminaba en el banquillo de los acusados. Se encontraba en un amplio recinto, con gradas y balcones que el pueblo de Miseto colmaba, y un estrado donde se sentaba el juez. Fue bajo este rol que Winger conoció al rey Milégonas con su melena de león y su presencia imponente. A la izquierda del juez había siete sillas ocupadas por siete ancianos. Y a su derecha, en un estrado menor, se ubicaba la reina Pales.
A Winger le produjo un gran dolor tener que reencontrarse con Pales en aquellas circunstancias. Le había prometido ayudarla a proteger Catalsia, y aunque la situación actual aparentaba lo contrario, jamás había abandonado su palabra. Parado junto a la soberana se hallaba Jessio, quien hablaría por ella durante el proceso. El hechicero lo miró con un rostro carente de emociones.
Finalmente llegó hasta el asiento que le había sido destinado: un taburete de tres patas, viejo, gastado y tambaleante. Allí lo aguardaba su defensor, el viejo Gasky, quien sin dejar de mostrarse recto y firme le dedicó una sonrisa amable y llena de confianza.
Todos los actores estaban presentes. El rey Milégonas dio entonces inicio al proceso:
—Hoy comenzaremos con el juicio que definirá el destino de este muchacho —dijo con su voz gruesa—. Su nombre es Winger de los campos del sur de Catalsia, y entre los crímenes de los que se lo acusa sobresale el asesinato del rey Dolpan de la casa de Kyara, el anterior regente de Catalsia. Su hija aquí presente, la reina Pales de la casa de Kyara, actual soberana de nuestro reino vecino, es quien arroja la acusación sobre esta persona. Su sentido del honor la ha movido a reclamar un juicio justo para el acusado, y es por eso que he convocado a un jurado de notables que decidirá el resultado de este proceso. Yo mismo obraré como juez, y asumiendo esta función me encargaré de que todo suceda conforme a las reglas que han sido preestablecidas. Pronunciadas estas palabras, pido ahora al representante de la parte acusadora que dé un paso al frente y se explaye en la denuncia.
A continuación el gran maestro de la Academia de Magia de ciudad Doovati avanzó hasta el centro de la habitación.
—Honorables miembros del jurado. Mi nombre es Jessio de Kahani y oficiaré como el acusador durante este juicio. A lo largo del mismo, trataré de demostrar que la persona que en este momento ocupa el banquillo de los acusados es culpable del regicidio acontecido durante la doceava luna del año 992 del décimo milenio en el mismísimo palacio real de Catalsia, así como de otros crímenes que se relacionan directamente con este, entre los cuales destacaré la destrucción de la Academia de Magia de ciudad Doovati, el asesinato de dos tutores de dicha institución y de uno de los Pilares Mágicos del reino de Catalsia, el atentado contra la reina Pales el día de su decimosexto aniversario, y el ataque premeditado en varias aldeas y poblados de Catalsia y de Lucerna. Las pruebas que serán presentadas darán cuenta de que todos estos episodios fueron perpetuados por la misma persona, cuyas intenciones oscuras quedarán expuestas a la vista de todos.
Jessio realizó una reverencia y se retiró hacia su lugar junto a la reina. Winger lo observó con una mezcla de ira e impotencia. Si tan solo pudiera saldar cuentas con él personalmente... Sin embargo, sabía que estaba lejos de poder hacerle frente al hombre que había sido un guerrero de Riblast.
—Cedo ahora la palabra al representante del acusado —dijo el rey Milégonas.
El anciano historiador pasó a ocupar el sitio que antes había pisado su contraparte.
—Estimados señores y señoras del jurado. Mi nombre es Gasky de Quhón, y seré el defensor de este muchacho al que se acusa de manera injusta, tal y como quedará evidenciado al finalizar el juicio. No me explayaré tanto en esta primera presentación. Tan solo diré que mi defendido es inocente, una víctima que ha estado en el lugar equivocado en el momento equivocado, y me alegraré enormemente cuando sea absuelto, pues eso le dará oportunidad a Catalsia y a Lucerna de buscar a los auténticos responsables de tantos pesares, los verdaderos enemigos de ambas naciones.
Winger soltó un quejido de consternación en voz baja. Entendía las razones del anciano para no apuntar directo contra Jessio durante el proceso, pues nadie les creería. Y aunque le gustaría ver a su antiguo maestro con los grilletes de restricción, todavía no era el momento para pensar en eso. Este era su juicio, y el mismo admitía solo dos salidas: era hallado inocente o condenado como culpable.
—Bien —musitó el rey Milégonas—. Comenzaremos entonces con los testigos que presenta la parte acusadora. Que pase el primero...
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Aquel primer día del juicio consistió en una larga procesión de rostros desconocidos para Winger. Todos ellos testificaron en su contra. La mayoría eran aldeanos o campesinos que aseguraban que el acusado era el jinete de los feroces gusanos que causaron estragos aquí y allá a través de Lucerna. Un ingeniero ferroviario corroboró las sospechas de Jessio, quien aventuró que el daño a los rieles pudo haber sido provocado por las mismas bestias demoníacas. Winger se preguntó si Jessio había tenido que sobornar a muchas personas para declarar en su contra, pero comprendía que el hechicero había armado tan bien el escenario que no precisaba falsos testigos. Todos estaban convencidos de que el misterioso atacante que recorría las carreteras de Catalsia y Lucerna era el mismo que ahora se acurrucaba en el banquillo de los acusados.
—Por lo visto —le comentó Gasky durante un receso—, la estrategia de Jessio consiste en hacerte quedar como un verdadero rufián sin escrúpulos frente al jurado. Así mismo, intenta vincular los ataques perpetuados en los pueblos y caminos de Lucerna con el atentado acontecido en ciudad Doovati durante el aniversario de la reina.
—¿Y por qué no ha tratado de desmentir a los testigos? —quiso saber Winger.
El anciano negó con la cabeza.
—Sería su palabra contra la nuestra. Obrando de esa manera solo acabaríamos en un callejón sin salida. Pero hay algo que me inquieta más. —El historiador se llevó una mano a la barba de chivo y miró en dirección al banco de la parte acusadora—. Los ataques a las aldeas y a las vías del tren... Nada de eso confirma la acusación principal en tu contra, que es la de regicidio. Me pregunto qué estará planeando Jessio...
Gasky comenzaría a vislumbrar la estrategia de su enemigo con la declaración de uno de los últimos testigos de la jornada, un joven corpulento y de ojos azules a quien Winger conocía bien.
Se trataba de Rowen.
—¿Juras decir la verdad en nombre de los seis Dioses Protectores? —repitió Milégonas la pregunta que le hacía a cada testigo.
—Lo juro.
Mientras Jessio repasaba las notas para su interrogatorio, Rowen echó un vistazo hacia Winger. Sus ojos mostraban apatía y frialdad.
—¿Puedes informarle a estas personas quién eres y qué relación tienes con el acusado? —habló el representante de Pales.
—Mi nombre es Rowen de Catalsia. Soy un aprendiz de la Academia de Magia de ciudad Doovati. Conozco a Winger porque fuimos condiscípulos durante algunos meses.
Esa última frase capturó la atención del jurado y del pueblo por igual.
—¿Cómo definirías tu relación con el acusado? —prosiguió Jessio.
Rowen volvió a posar su mirada insensible sobre Winger. Luego respondió:
—Éramos amigos.
Los ojos del muchacho sentado en el banquillo de los acusados se abrieron como platos.
—¿Consideras que el acusado y tú eran amigos cercanos?
—Como dije, solo lo frecuenté durante algunos meses, pero él formó parte de mi grupo de amigos. Creí saber quién era. Hasta que ocurrió lo del incendio de la Academia, claro está.
—Permítaseme refrescar la memoria a los miembros del jurado —acotó Jessio—. Winger de Catalsia también es acusado de haber incendiado la Academia de Magia de la cual soy fundador. Esto ocurrió tres lunas antes del asesinato del rey Dolpan. En aquella ocasión Winger no solo incendió el establecimiento, sino que además acabó con la vida de dos de mis asistentes, presumiblemente porque ellos lo descubrieron realizando operaciones sospechosas. Luego de ese episodio, el acusado se dio a la fuga. Desconocemos cuál fue su paradero durante los meses que conectan ambos crímenes. Volviendo ahora al testimonio —se dirigió otra vez a Rowen—. ¿Cómo definirías al muchacho que llegaste a conocer?
—Era un chico tranquilo, reservado. Supongo que todo ese tiempo estuvo ocultando su verdadera identidad.
—¿Piensas que Winger fue capaz de manipular su personalidad hasta el punto de parecer alguien más?
De nuevo Rowen miró a quien había sido su rival.
—Sí —dijo a secas.
El acusador caminó algunos pasos a través de la sala antes de retomar la palabra. Los murmullos asombrados que poblaban el ambiente eran hermosos pájaros cantores para sus oídos.
—Rowen, hay algo que te diferencia del resto de tus compañeros en relación a Winger —prosiguió—. Fuiste tú quien combatió contra él en el Combate de Exhibición el año pasado. Para quienes no estén al tanto —habló hacia las tribunas—, se trata de un evento que tiene lugar en el palacio real de ciudad Doovati, durante el cual compiten en un duelo mágico los dos aprendices más calificados del nivel inicial de la Academia. En aquella ocasión, el testigo combatió contra Winger, siendo este último el vencedor. Cuéntanos, Rowen, ¿cómo definirías tu experiencia durante aquel combate?
—Fue una pelea difícil.
Jessio se detuvo y apuntó los pies hacia su aprendiz.
—¿Solo eso?
Rowen tardó en contestar.
—Fue una pelea difícil —reiteró, como si esa sola frase resumiera todo lo ocurrido.
—El jurado precisa más detalles, Rowen —lo apremió el acusador—. ¿Qué tan difícil fue ese combate para ti? ¿Cuán grande consideras que fue la diferencia de nivel entre ustedes?
—Objeción, su majestad —intervino Gasky por primera vez en el juicio—. El acusador está forzando una respuesta en el testigo.
—Que el testigo responda —desoyó Milégonas la protesta del defensor.
Todo el mundo aguardaba la respuesta de Rowen. Esta se demoraba. El muchacho mantenía la mandíbula apretada y la vista clavada en los zapatos de Jessio. Winger notó que también cerraba su puño con fuerza.
—Él... me vapuleó —dijo con un tono distante e impersonal—. No pude hacer nada para vencerlo. Él midió cada uno de mis movimientos y supo cómo asestar los golpes decisivos en el momento adecuado. Definitivamente ocultó sus verdaderos poderes y trató de simular un combate parejo. Pero yo sé que jamás habría podido derrotarlo... Jamás...
Con esa palabra acabó la declaración de Rowen.
Desde su asiento, Winger lo observó con estupor. Sabía que ellos dos nunca habían congeniado, pero no pensó que Rowen llegaría hasta el punto de mentir y tergiversar su testimonio para perjudicarlo.
El acusado se volvió hacia su defensor esperando alguna intervención, pero el anciano permaneció callado. Buscó entonces establecer contacto visual con Rowen, pero este le rehuyó y abandonó la sala a toda prisa cuando el rey se lo permitió.
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Mucha gente desfiló por el púlpito de los testigos. Fue una jornada extensa durante la cual una y otra vez se apuntó contra Winger. La mayoría de los testimonios eran vagos e imprecisos, personas casi anónimas pero que en conjunto formaban un rostro duro y resentido. El jurado de siete ancianos escuchaba con imparcialidad, pero nada parecía estarlo ayudando a demostrar su inocencia. De momento, Gasky se mantenía a la espera. Eso impacientaba bastante a Winger, pero una y otra vez se repitió que tenía que confiar en su defensor.
La última persona en presentar su declaración ese día fue Caspión.
Jessio hizo mucho hincapié en el testimonio del antiguo general de Catalsia, pues solo él estuvo presente cuando el crimen contra el rey Dolpan tuvo lugar.
A Winger le indignaba saber que el verdadero asesino se hallaba ahora frente a todo el mundo, ensalzado por Jessio como un testigo clave, cuando en realidad era el responsable de todo aquel caos.
Caspión dijo la misma mentira que había sostenido desde esa trágica noche en la torre este del palacio de Catalsia, cuando anunció a los gritos que Winger y Demián habían asesinado al rey Dolpan en su camino a rescatar a su cómplice encerrada en las mazmorras.
Winger lo seguía con atención, y con espanto comprendió que las palabras de Caspión eran verosímiles por completo. Después de todo, ¿qué hacían ellos dos infiltrados en el palacio durante el aniversario del rey? Después de todo, ¿por qué habían tomado al rey como rehén?
Mientras el militar acababa con su declaración, Winger se sintió caer en un pozo lleno de desesperanza.
—Entonces, señor Caspión —murmuró Jessio antes de arrojar su pregunta final—: ¿Podría usted asegurar que la persona que asesinó al rey Dolpan se encuentra presente en esta sala?
—Así es —afirmó el testigo, y señaló a Winger con el mismo dedo que había utilizado para disparar la Línea Roja contra la garganta de su rey—: Es el muchacho que ocupa ahora el banquillo de los acusados.
La primera jornada del juicio finalizó entonces. El rey Milégonas anunció que el proceso se reanudaría a primera hora de la mañana, y así las personas congregadas en el recinto se dispersaron.
De momento, el panorama era oscuro para Winger, quien sin oportunidad de intercambiar palabras con su defensor fue conducido de inmediato hacia su celda.
Libre de su función como representante de la reina, Jessio se acercó al último testigo.
—Lo has hecho bien —dijo con discreción.
Caspión no respondió de inmediato.
—Espero que todo este teatro que has montado sirva para algo —replicó con un tono mordaz.
—No tendría que haberlo armado si tú no hubieses asesinado al rey —respondió el hechicero, más filoso que su aliado—. Esperemos que a partir de ahora hagas solo lo que es debido...
—Tú no me das órdenes.
La voz de Caspión había sido un susurro; después de todo, no querían alzar sospechas. Sin embargo, se paró lo suficientemente cerca del rostro de Jessio como para que este comprendiera que había sido una amenaza.
El hechicero no se sintió amedrentado, pero tampoco contestó.
—Tú no me das órdenes —repitió el antiguo general de Catalsia, y luego se marchó.
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El sol volvía a ponerse sobre la capital de Lucerna.
De pie en la terraza de la hostería barata que compartía con sus aliados, Caspión admiraba la ciudad con repulsión. Detestaba ese lugar, pero más aún detestaba Catalsia. Ya eran diez años obrando desde la clandestinidad, al servicio de promesas que nadie le podía asegurar si se cumplirían o no.
Sin embargo, él siempre estuvo al tanto de eso. Al momento de unirse a la causa, fue advertido acerca de las incertezas, obstáculos y dilaciones que surgirían en el camino. Aún así aceptó formar parte, y con el paso del tiempo se había convertido en una pieza importante del gran plan.
«¿Lo soy?»
Los acontecimientos recientes lo hacían dudar. Ya no era el guardián del rey. Había retrocedido hasta el escalafón más bajo, y las sensaciones desagradables que experimentaba en la actualidad solo eran comparables con las vivencias de cuando era un adolescente en entrenamiento, al servicio del imperio de Laconte.
Pero Laconte tampoco era su hogar. Aquel lejano país del norte le resultaba tan repugnante como Catalsia o Lucerna. A fin de cuentas, él era un hombre sin patria...
—Te noto sumamente afligido —susurró una voz a su lado.
Era Neón.
No lo había oído salir a la terraza. El anciano era tan sigiloso...
—Has cumplido con tu deber, muchacho —continuó hablando el mentor.
Caspión soltó una exclamación escéptica.
—Lo he arruinado todo —se sinceró con una sonrisa amarga en los pálidos labios.
No podía permitirse una confesión como esa frente a Jessio o sus otros compañeros. Pero con Neón era diferente. Era el hombre que lo rescató de la miseria en la que vivía, y también de su miseria interior. No tenía por qué ocultarle nada a él.
—De hecho, considero que tu iniciativa nos ha acercado a nuestra meta —opinó el anciano.
Caspión se mostró perplejo.
—¿De qué hablas? —indagó—. Maté a Dolpan. Eso nos ha puesto en una posición muy delicada.
—A veces es necesario arriesgarse para ganar —repuso Neón y acarició la piedra negra de su anillo, ese con el que siempre cargaba—. Jessio es un hombre seguro de sí mismo y con espíritu de liderazgo, pero su perspectiva de las cosas es un tanto conservadora. Él nunca se habría atrevido a quebrantar el estatismo en el que estábamos estancados. Por eso es que tú estás aquí. Eres su contraparte. Tu personalidad sanguínea e impulsiva compensa las flaquezas de Jessio. Odiarás esta expresión, pero pienso que hacen un buen equipo.
Caspión no pudo contener una carcajada que arrojó al viento. El anciano acompañó la risa de su protegido.
—A veces dices cosas graciosas, maestro.
—Tengo que mantener motivados a mis muchachos —bromeó Neón.
Y después guardó silencio.
La tarde avanzaba. La luz ya era escasa y no tardarían en aparecer las primeras estrellas.
—Tengo una misión para ti, Caspión.
El hombre del norte miró a su maestro con interés. Le hizo un gesto para que prosiguiera.
—Gracias a tu intervención los eventos han empezado a precipitarse de una manera vertiginosa. Lo que tal vez hubiese tardado años en suceder, es posible que se concrete en los próximos meses. Debemos adelantarnos a nuestros enemigos y dar el paso siguiente. —Neón hizo una pausa y su rostro se volvió muy serio—. Viajaremos al viejo continente para preparar las condiciones del ritual de liberación.
Caspión retrocedió un paso y se aferró a la baranda para no caer. La impresión que le produjeron las palabras de Neón fue como un golpe en la cara.
—Pero, maestro, aún no tenemos todas las reliquias... Y el libro...
—No te preocupes por esos asuntos —lo interrumpió el anciano—. Jessio se encargará de lo que falta. Él aún tiene cosas que hacer aquí. Pero tu misión en estas tierras ya ha terminado.
Neón perfiló hacia el este. La costa no era visible desde aquel distrito, pero la brisa marítima llegaba mezclada con los ruidosos olores de la capital.
—Laroid dispone de una pequeña flota mercantil asentada en este puerto. Los preparativos ya han sido dispuestos. En diez días zarparemos rumbo a Lucrosha, y tú dirigirás todo desde allí. Jessio y los demás nos seguirán cuando llegue el momento. Y créeme, no tendremos que esperar demasiado.
Caspión buscó el puerto con la imaginación. Después clavó la vista en su maestro, quien le sonreía mientras acariciaba su anillo, y sintió que sus inseguridades se disipaban como las sombras ante la luna llena.
Siempre lo había sabido. ¿Cómo pudo haber dudado?
Su patria era Neón.
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