XXX: Fugitivos


Con la inquietud pesándole sobre las cejas pobladas, Gasky escudriñó el panfleto que el conde Milau le había hecho llegar. En este se apreciaba un bosquejo con los rasgos faciales de Winger. Era un aviso que advertía sobre la peligrosidad de un asesino proveniente de Catalsia que ahora también causaba estragos en los caminos de Lucerna.

Antes de adelantarse a sacar conclusiones, el anciano optó por leer primero el mensaje que el conde había enviado junto a la imagen:


Estimado Gasky:

Panfletos como este han sido despachados desde la capital y entregados a los responsables de cada ciudad, pueblo y comuna del reino. Al parecer, Catalsia finalmente ha logrado un acuerdo con Lucerna para capturar a Winger con vida, y lo ha conseguido gracias a los misteriosos ataques que se han ido repitiendo a lo largo y ancho de Lucerna. Conozco al muchacho y sé que no es el responsable de los mismos, pero todo indica que Jessio ha involucrado a un imitador que es capaz de manejar a los demonios de la Cámara Negra. A partir de ello, no es difícil deducir que se trata de magia del libro de Maldoror.

Un grupo de caza ya ha partido desde ciudad Doovati hace seis días. No hay mucho que podamos hacer por ahora, pero aún así quisiera preguntarte qué crees que pasará cuando capturen a Winger.

Por lo pronto, yo me limitaré a esperar, y apreciaré tus concejos a la hora de decidir qué posición deberemos tomar.

Cordialmente,

Conde Milau de Párima


Gasky dejó la carta a un costado, se puso de pie y se acercó hasta su ventana.

—Un imitador —repitió la palabra que el conde había usado.

El anciano historiador tenía informantes en Catalsia y estaba al tanto de los extraños sucesos que venían ocurriendo en la capital y sus alrededores. Tal vez se había confiado demasiado y por eso no pudo prever que el siguiente movimiento de Jessio implicaría contagiar la suspicacia colectiva hasta Lucerna.

«Jessio se ha adaptado rápido al nuevo escenario y ha sabido sacarle provecho al libro de Maldoror», reflexionó.

Él, por su parte, apenas si había podido deducir el significado de algunos pasajes.

¿Cómo había logrado Jessio avances tan impresionantes en apenas algunos meses? Para Gasky la respuesta era clara como los cristales de sus gafas: Neón. De algún modo, el anciano oculto entre las sombras poseía un método para descifrar el lenguaje arcaico y críptico de un libro dado por perdido durante dos milenios.

—Neón, voy a descubrir quién eres —se prometió.

Por lo pronto, otro asunto más urgente ocupaba sus pensamientos, y era el mismo que preocupaba al conde Milau: ¿Qué pasaría con Winger?

Gritos repentinos provenientes del exterior lo arrancaron de sus cavilaciones. Soltó un suspiro. Sabía de qué se trataba.

—¡De ningún modo te irás por tu cuenta! —oyó Gasky la amonestación de Demián.

—¡No necesito tu permiso, no eres mi padre! —llegó hasta el desván la contestación de Soria.

Los visitantes habían llegado hacía una semana trayendo consigo las malas noticias acerca del extravío de Winger. Desde entonces no paraban de discutir.

La hija de Pericles quería salir en busca de su primo y su amiga Rupel, pues sabía que en algún rincón del extenso bosque cordillerano tenían que estar. Sin embargo, ya habían dedicado largas jornadas a tratar de dar de ellos, tanto antes como después del arribo al monte Jaffa, y todas habían arrojado el mismo resultado negativo. Eso era lo que Demián estaba tratando de hacerle ver a su compañera.

El historiador comprendía las ansiedades de ambos jóvenes, pues para él también había sido una noticia desagradable el enterarse de que Winger se hallaba en peligro. Aún así, tantos gritos no ayudaban en nada; solo entorpecían su concentración a la hora de desentrañar los secretos del libro de Maldoror. Resolvió entonces bajar y entablar una breve conversación con sus huéspedes. Mientras tanto, la discusión continuaba:

—Esta vez Ronda hará su mejor esfuerzo y se reunirá con su hermanita —argumentó Soria—. De esa manera hallaremos a Rupel.

—Niña, ¿acaso no lo entiendes? —le espetó Demián—. ¡Las mandrágoras no pueden hallarse entre sí! Tan solo son capaces de regresar hasta su cuna. Todo lo demás seguramente fue un invento de Dinkens.

—¡Deja de decirme niña! —se molestó la muchacha—. Y si tú no quieres venir, pues entonces quédate aquí a esperar. Simplemente necesito que me prestes la campana de Jaspen...

—¡Ni pienses que te daré algo tan valioso como la campana de Jaspen! Solo la perderías... ¡O te perderías a ti misma en el bosque!

—¡Ay, Demián, eres un terco, terco, terco!

—¡Claro que no! ¡Tú eres la terca, terca, terca! ¿Crees que no quiero encontrarlos? Pero no tenemos forma de saber adónde están. Es como hallar un clavo en un pajar...

—La expresión es "hallar una aguja en un pajar". Un clavo es más grande, con un poco de paciencia lo encontrarías...

—¡¿Y ESO A QUÉ VIENE?!

—¡Tú eres el de las frases incorrectas, deja de gritarme!

—Pues entonces tal vez podamos dar con un clavo.

La repentina voz de Gasky los tomó por sorpresa y los hizo girar hacia la entrada de la mansión.

—¿Entonces usted me apoya, señor Gasky? —indagó Soria con esperanza.

—No puede ser —protestó Demián—. Desconocemos por completo su ubicación. Ni siquiera sabemos si Winger y Rupel están juntos.

—Ahora tenemos una nueva pista —indicó el historiador alzando la carta del conde Milau.

La pareja de revoltosos y la mandrágora lo miraron con intriga.

—Por desgracia, Winger ahora también es un prófugo perseguido por la corona de Lucerna —les comunicó con pesadumbre—. Y aunque esto sea una tragedia, nos brinda una chance para dar con su paradero. Después de todo, Winger vaga por el extremo sudeste del reino, y eso solo le deja una vía de escape. Si nos movemos con rapidez, quizás podamos llegar antes que él....

—¿De qué está hablando, viejo? —lo interrogó Demián, a quien no le agradaban las pausas de suspenso del historiador—. ¿Hacia dónde se dirige Winger?

Gasky respondió con certeza, pues era algo tan evidente para él como debía de serlo para los presuntos cazadores enviados a capturar al portador de la gema de Potsol:

—Winger viaja rumbo al paso de Prü.


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Las costas del gran Océano bañaban todo el límite este del reino de Lucerna. Hacia el sur, las montañas morían abruptamente y dejaban espacio para un estrecho sendero de arena conocido como el paso de Prü, la puerta de entrada a la parte baja del continente de Dánnuca.

De aquellas tierras lejanas Winger solo había oído hablar en los cuentos y relatos de su tía Bell. Más tarde, desde el pináculo de Gasky en el monte Jaffa, el campesino oriundo de Catalsia había contemplado las remotas cimas nevadas del reino de Quhón. Ahora, siendo un fugitivo, anhelaba con desesperación llegar hasta allí a través del paso de Prü. Alcanzar la libertad. Pero todavía faltaba un largo trecho. Apenas estaban en Hundros, un austero poblado de leñadores a mitad de camino entre villa Cerulei y el Océano.

Rupel abrió con la mayor discreción posible la puerta de la taberna que los lugareños usaban para relajarse al final de la tarde. No querían llamar la atención. Todavía estaban nerviosos, pues habían visto algo alarmante en el poblado anterior: un aviso de recompensa por la captura de Winger, el traidor de Catalsia... y de Lucerna.

—No dejas de sumar títulos, compañero —exclamó la pelirroja mientras tomaban asiento en una mesa alejada del resto de la clientela.

Winger ni siquiera contestó. Sostenía con manos temblorosas el bosquejo de su propio rostro, esbozado con trazos gruesos y violentos que le daban una apariencia intimidante. Se preguntó si Jessio en persona había aportado la descripción que sirvió de base para elaborar esos panfletos...

Un tabernero se acercó hasta la mesa. De inmediato Winger arrugó la hoja con su retrato y se escondió debajo de su capucha. Rupel, en cambio, esgrimió una sonrisa candente al mismo tiempo que inflaba su pecho agraciado para acaparar toda la atención del encargado del lugar.

Mientras la pelirroja se encargaba de ordenar algo para comer, Winger la contemplaba. A pesar de que ella trataba de mostrarse fuerte, él la notaba enferma. Su tez se había vuelto más pálida y unas ojeras nacientes obnubilaban la belleza de sus ojos almendrados. Estaba muy preocupado por su amiga. Más ahora, con la aparición de los avisos de captura, pues aquel era el último poblado que visitarían antes de atravesar el paso de Prü. El plan era pasar la noche allí, abastecerse de provisiones por la mañana y partir sin demoras. Luego les esperaban varias jornadas de viaje a pie. Winger recordó la última vez que tuvo que huir y buscar refugio en otro reino. Tuvo la desagradable impresión de que toda la vida tendría que estar haciendo lo mismo...

Sin embargo, lo animaba tener a Rupel a su lado esta vez. Ella era su diosa, y él tenía que protegerla. Pensar eso le daba fuerzas.

—De acuerdo, un buen plato de estofado y después a la cama —dijo la pelirroja cuando el tabernero se retiró con la orden—. Mañana a primera hora iremos a la tienda de pociones.

—¿Crees que podrás curarte pronto? —indagó Winger mientras corroboraba que ninguno de los lugareños estuviera fijándose en ellos.

—Difícil saberlo si desconocemos el tipo de veneno que esa harpía usó —murmuró la pelirroja, procurando no sonar demasiado ofuscada—. Pero no pienses en eso. Tenemos problemas más importantes. Ahora Jessio tiene acceso a todo el territorio de Lucerna. Lo cual significa que no necesitará actuar clandestinamente. Lo más probable es que envíe a más asesinos a capturarnos. Y lo peor de todo es que conocen nuestro plan.

—Cruzar por el paso de Prü —puntualizó el muchacho de la capa roja.

La pelirroja asintió.

—No podemos escalar las montañas rocosas del sur, es demasiado peligroso sin el equipamiento adecuado. Tampoco nos arriesgaremos a entrar en alguna ciudad costera para tomar una embarcación. Debemos dar por hecho que ya todos los puertos han sido puestos sobre aviso.

—La cordillera y el Océano forman un embudo... —reflexionó Winger—. ¿Y si nos están esperando allí?

Rupel lo miró con resolución.

—Tendremos que arriesgarnos a que los soldados de Lucerna aún no hayan bloqueado ese camino. Por eso hay que darse prisa.

Marga emergió entre los pliegues de la capa de Winger cuando llegó el estofado. Mientras la mandrágora masticaba un trozo de carne hervida, el muchacho se puso a pensar en el siguiente enviado de Jessio. ¿Sería Caspión? ¿Algún nuevo asesino enmascarado? ¿Tal vez otro de los Pilares Mágicos de Catalsia?


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Alrión y sus hombres atravesaban el territorio de Lucerna en dirección sudeste. La planicie de la llanura permitía el avance veloz de los caballos. Aquel era un país de enormes proporciones y el interior estaba casi despoblado. Por un lado, esto era consecuencia del clima seco de la región, tan diferente al de las zonas boscosas del norte y del sur que lindaban con las montañas. Con la llegada del ferrocarril, que describía un gran óvalo a lo largo y a lo ancho de todo el reino, los asentamientos cercanos a las estaciones fueron volviéndose cada vez más populosos, en detrimento de aquellos del centro del país a los que había que llegar por las vías tradicionales. El resultado era una llanura silenciosa y sin pobladores en cientos de kilómetros a la redonda.

Mientras avanzaba liderando a su tropa, Alrión fue tomando noticia de que el daño ocasionado por los gusanos solo había afectado los lugares aledaños a las vías del ferrocarril. Eso sugería que el primer objetivo de esas criaturas y su jinete había sido desmantelar el veloz sistema de transporte de Lucerna. Luego sobrevino el ataque en villa Cerulei, el cual no tenía mucho sentido si se consideraba que este poblado poco tenía que ver con el camino de los rieles. Los movimientos de su presa a veces parecían erráticos. Sin embargo, el Pilar de Diamante había aprendido que allí donde el comportamiento de los hombres se vuelve contradictorio, solo hay que mirar con mayor detenimiento. Ahondando se alcanzan tarde o temprano las causas finales, que son lógicas y plenas de sentido.

«Nada es porque sí», repitió las palabras que tantas veces había pronunciado su amigo Hóaz.

Mientras los caballos cortaban el llano con su galope, las alas de la nostalgia se apoderaron del Pilar de Diamante y lo hicieron regresar hasta el día del primer Combate de Exhibición, diez años atrás.

Por aquel entonces la Academia de Jessio era una institución minúscula. Contaba apenas con un puñado de entre quince y veinte aprendices, varios de los cuales estaban a punto de claudicar. El gran maestro en persona impartía las lecciones, procurando armar grupos de acuerdo al nivel alcanzado por sus jóvenes discípulos.

La Academia había contado con mucha oposición en sus inicios. Los miembros del concejo real consideraban que era una pérdida de tiempo y de oro, y que difícilmente una institución como esa podía prosperar en un reino menor como Catalsia. El Combate de Exhibición fue una propuesta creada explícitamente para cambiar esas opiniones y presentar en sociedad las habilidades conquistadas aquellos primeros aprendices. El evento rindió sus frutos y los señores de las familias más acaudaladas de ciudad Doovati pronto comenzaron a enviar a sus hijos a instruirse en el arte de la magia. A pesar de eso, aquella primera muestra no resultó tal y como se la había planeado...

La sala de duelos del palacio estuvo colmada la mañana del Combate de Exhibición. Muchos de los presentes jamás habían visto un acto de magia; mucho menos una pelea entre magos. Por todo esto las expectativas eran elevadas. La ciudad entera quería saber qué era eso de lo que Jessio, la mano derecha del rey Dolpan, venía ocupándose desde su llegada al reino hacía ya cuatro años.

Hóaz y Alrión fueron los elegidos para el representar a su institución, pues Jessio apuntaba a causar una buena impresión y ellos dos eran los aprendices más avanzados de la incipiente Academia.

«Vamos, tú puedes hacerlo», se envalentonó a sí mismo un joven Alrión de dieciocho años de edad.

Desde el otro extremo de la plataforma, su amigo Hóaz le sonreía mientras entre bromas le hacía gestos indicándole que no se dejaría vencer.

—Sean todos bienvenidos al primer Combate de Exhibición de la Academia de Magia de ciudad Doovati... —comenzó Jessio con el discurso de presentación.

Alrión no lo escuchaba. Estaba demasiado nervioso como para reparar en formalidades. Miró hacia la primera fila de las gradas, donde sus condiscípulos ocupaban asientos privilegiados junto a los más distinguidos miembros de la corte y sus familias. Ubicó de inmediato a Ágape, la muchacha más sensual y atractiva de la Academia.

«Espero deleitarte, muñeca», pensó mientras le dedicaba un guiño seductor que ella complacida le devolvió.

La risa estridente y burlona de Blew le lastimó los oídos y lo forzó a volverse hacia otro sector de las primeras filas. Cómo odiaba Alrión a ese buscapleitos. Sentado junto a Blew, aunque sin hablar ni interactuar con nadie, se hallaba un muchacho retraído llamado Smirro que había ingresado hacía poco a la Academia. Alrión sentía que Smirro competía secretamente con él en el manejo de los conjuros de Riblast, y eso le gustaba.

«Todos necesitamos una motivación», se dijo mientras echaba un vistazo hacia Hóaz, quien tampoco prestaba atención a Jessio y en cambio se había puesto a saludar con la mano a las personas que lograba reconocer entre la multitud que había en la sala.

Sabiendo que pronto se enfocaría por completo en los movimientos de Hóaz, Alrión se olvidó por un instante de su amigo y trató de volver a galantear con Ágape. Entonces sus ojos se toparon con los de Méredith. Probó una de sus sonrisas seductoras con ella, pero la joven de cabello negro se mostró insensible. Él simplemente rió. Le encantaba molestarla, y se había prometido a sí mismo que alguna vez conseguiría impresionarla.

—Ey, Alrión —le habló Hóaz en un susurro mientras Jessio comunicaba los valores inculcados por la Academia—. ¿Has aprendido algún truco nuevo?

—Que no te quepa la menor duda —replicó Alrión con orgullo—. No sabrás qué fue lo que te golpeó.

—Ya lo veremos —respondió Hóaz al desafío de su amigo.

Los dos intercambiaron una mirada que denotaba el deseo compartido de tener una lucha memorable.

—... Demos pues inicio a este duelo —concluyó el gran maestro a su discurso al fin.

Avanzó hasta el borde de la plataforma y observó a los combatientes, quienes le indicaron con una seña que estaban listos. Entonces dio la señal:

—¡Comiencen!

Hóaz sonrió desbordante de euforia mientras extendía los brazos hacia adelante para invocar de inmediato su primer conjuro. Los ojos de Jessio se llenaron de espanto al comprender lo que su primer discípulo estaba a punto de hacer.

—¡Meteoro!

Con una detonación roja y furiosa el orbe de fuego salió disparado hacia Alrión, quien apenas alcanzó a salir de su estupor para defenderse:

—¡Cortina de Hierro!

El segundo discípulo de Jessio colocó sus manos sobre el piso de baldosas y se preparó para erigir un muro de roca y metal. Su objetivo no era bloquear el ataque (sabía que la fuerza del hechizo de su adversario era superior), sino desviarlo de su trayectoria original. La potencia ascendente de la Cortina de Hierro golpeó al Meteoro desde abajo como un el puño de un gigante enterrado y lo obligó a elevarse hacia el techo. Hubo gritos de desconcierto mientras algunos de los concurrentes cubrían sus cabezas para guarecerse de la lluvia de escombros.

«¡Ha estado muy cerca!», se alarmó Alrión.

Y antes de que pudiera darse cuenta, Hóaz había saltado por encima del muro y estaba frente a él:

—¡Ráfaga de Viento!

Alrión sintió en el pecho un súbito empujón de aire que lo hizo tambalear hacia atrás.

Hóaz avanzó con el brazo en alto:

—¡Puño de Hierro!

—¡Rosa de los Vientos!

El joven seductor pudo contraatacar a tiempo para repeler la embestida de su amigo, quien se vio arrojado hacia arriba por la ventisca expansiva.

Ahora Hóaz se hallaba indefenso y en caída libre, y Alrión no desaprovecharía la ocasión:

—¡Vuelo de Águilas!

Una explosión de aire se produjo en la base de sus botas y salió disparado en dirección vertical con los brazos extendidos.

—¡Crisálida! —exclamó Hóaz y logró amortiguar el golpe con los antebrazos endurecidos por la magia de Derinátovos.

Durante una fracción de segundo sus ojos se cruzaron en el aire. Rivalidad, coraje, dicha y amistad. Todo eso los unió en esa mirada fugaz.

Alrión recordaba cada detalle de aquel enfrentamiento, cada uno de los hechizos desplegados sobre la plataforma, haciendo vibrar las paredes del palacio.

Entonces llegó el momento del choque final. Los oponentes habían tomado distancia. Hóaz sonreía con diversión mientras un vórtice agresivo de símbolos de Zacuón se conglomeraba en el hueco de sus manos. Los símbolos de Cerín y Derinátovos giraban alrededor de Alrión a la vez que una esfera de luz radiante se materializaba a la altura de su plexo solar.

—¡No lo hagan! —les ordenó Jessio con un tono imperativo.

Los aprendices desoyeron el aviso del maestro y dispararon al mismo tiempo:

¡Flujo Intempestivo!

¡Rayo de Luz!

Eran dos bestias hechas de energía corriendo hacia el choque. Una, con los colores opacos de la distorsión de las dimensiones espaciales. La otra, límpida y brillante como un relámpago. Las bestias abrieron sus bocas y mordieron con voracidad. El salón de duelos tembló despavorido por la colisión. Una columna se derrumbó y las personas buscaron refugio bajo sus asientos. Los cristales de las ventanas estallaron y la temperatura del recinto se elevó considerablemente.

Cuando el efecto de los conjuros se disipó, solo había quedado un gran cráter en el centro de la plataforma de combate.

Jadeante, Alrión buscó a su rival con la mirada. No lo vio hasta que fue demasiado tarde:

—¡Pop!

La burbuja de aire le estalló en el rostro. Alrión quedó tan aturdido por el golpe que no pudo mantener el equilibrio y cayó de espaldas al suelo. Con la cabeza adolorida y dándole vueltas, escuchó a Jessio anunciar la victoria de Hóaz. Hubo algunos aplausos, pero los invitados al evento aún estaban demasiado inhibidos como para celebrar nada.

Cuando su cabeza dejó de dar vueltas y el mareo desapareció, Alrión abrió los ojos y se encontró con el rostro brillante de su amigo.

—Eso ha sido increíble —dijo Hóaz mientras le tendía la mano—. En el próximo Combate de Exhibición lo haremos incluso mejor.

Por supuesto que no hubo próximo Combate de Exhibición para ellos dos. Jessio comprendió que un duelo entre dos aprendices avanzados era demasiado riesgoso para la seguridad de los espectadores, por lo que a partir del año entrante el Combate de Exhibición pasó a tener como protagonistas simplemente a los novatos más sobresalientes.

Cabalgando por la llanura de Lucerna, los hombres del Pilar de Diamante miraron extrañados a su líder cuando este se echó a reír de manera repentina. Había recordado la cara encrespada de Jessio al reprenderlos por todos los excesos cometidos durante aquella lejana pelea.

Hóaz y él estaban llenos de anécdotas divertidas de la época de la Academia, y también de los primeros años como Pilares Mágicos del reino. Líder nato y compañero leal, el primer discípulo de Jessio siempre había sabido ganarse la amistad y camaradería de las personas que lo rodeaban. Alrión lo había bautizado el Pilar de Rubí por el color granate de sus ojos. Esos ojos desbordantes de vida y entusiasmo. Ojos que habían desaparecido más de tres años atrás, con el viaje en solitario de Hóaz hacia la isla Plasma.

Alrión mantenía la esperanza de reencontrarse con su amigo algún día. De momento, tenía que focalizarse en la misión que tenía por delante: capturar con vida al prófugo más buscado de Catalsia.

Una vez más se preguntó cómo sería el asesino de Juxte. Pronto lo averiguaría. Estaba seguro. Solo tenían que llegar hasta el Paso de Prü antes que él.

—¡Aceleremos la marcha! —ordenó a su tropa.

Y los caballos echaron a correr.


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Al día siguiente Rupel amaneció con fiebre. No parecía algo demasiado grave; ella aún mantenía su humor y podía caminar y pensar con claridad. A pesar de que no sabían qué era lo que afectaba a la pelirroja, visitaron la tienda de pociones y compraron algunas medicinas que servirían para paliar los síntomas, al menos durante algunos días. El objetivo de la pareja era llegar lo antes posible hasta el paso de Prü y no podían detenerse en Hundros por más tiempo.

Sin más dilaciones, partieron rumbo al este.

La jornada no tuvo mayores sobresaltos y las pociones sirvieron para bajar la temperatura corporal de la pelirroja y aliviar el dolor de cabeza. El clima era soleado y Winger se sintió optimista.

Sin embargo, el segundo día de viaje trajo la fiebre de regreso.

Y esta vez ya no se iría.



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