XXV: La serpiente y el gorrión
Soria y Demián fueron arrastrados un largo trecho por las aguas del arroyo agitado. Dejaron atrás las montañas y regresaron al bosque, donde finalmente quedaron encallados en un banco de arena.
La muchacha había perdido el conocimiento por la sacudida constante de la corriente. Lo recuperó cuando sintió que alguien le estaba echando arena en el rostro.
—¡Basta! —exclamó molesta al percatarse de que su atacante era Ronda—. No eras tan ruda cuando te prendiste a mi vestido —la regañó mientras se incorporaba.
Paseó la mirada por los alrededores y halló a Demián no muy lejos de allí. El aventurero había dispuesto todas sus pertenencias de manera ordenada en el suelo y parecía estarlas revisando.
—De nuevo he perdido parte de mi equipo —se lamentó y soltó un resoplido.
—Demián, no sabía que llevabas tantas cosas en tus bolsillos —murmuró Soria al acercarse a ver.
Varias navajas, una cuerda ligera, dos frascos con ungüentos, un trozo de pedernal, un carretel y una aguja eran algunos de los objetos que la joven distinguió a primera vista. Luego se hallaban las tres herramientas que ella sí conocía: la espada de Blásteroy, el escudo que su padre había forjado y la campana de Jaspen.
—Un verdadero aventurero está preparado para cualquier situación —se jactó Demián antes de que su expresión se ensombreciera—. Aunque no creo que pueda decir que estoy muy preparado ahora...
—Vamos, no te desanimes, ¡eres la persona más preparada que conozco! —trató Soria de hacerlo sentir mejor—. ¿Por qué no intentamos llamar a Jaspen? —agregó con los ojos puestos en la campanilla.
—Ya lo he intentado —repuso el muchacho; tomó el instrumento y lo hizo sonar para demostrar que nada sucedía.
—Qué raro... ¿Por qué Jaspen no aparece?
—Dudo que alguien sepa cómo funciona exactamente el vuelo de un guingui de alas blancas —murmuró el aventurero con una mano en el mentón—. Mientras estuve en el monte Mersme hice algunas pruebas. Si lo encierras o lo atas, no puede aparecerse...
—¡Demián! —se escandalizó Soria—. ¿Tú le hiciste eso al pobre Jaspen?
—¡Oye, era con fines experimentales! —se defendió él—. En fin, todo indica que necesita estar al aire libre para poder trasladarse al instante de un lugar a otro. Tampoco debe haber testigos, aunque no sé si esto vale solo para los humanos o también para otras especies. Esto significa que jamás se transportará si hay alguien viajando sobre su lomo.
—¿Crees que sigue volando con Marga?
—Lo dudo mucho —opinó el aventurero, evaluando la posición del sol en el cielo—. Deberían haber llegado al monte Jaffa hace ya varias horas. Se me ocurren tres posibilidades: o están muertos...
—¡¡Demián!!
—¡Bueno, es una posibilidad! O están muertos, o has sido capturados por el enemigo, o quizás la ayuda viene en camino...
En esa tercera posibilidad quisieron creer los dos.
Que en ese preciso momento alguien estaba viajando sobre Jaspen, tal vez con Marga como guía, yendo al encuentro de Winger.
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El muchacho de la capa roja avanzaba con pasos inciertos a través del bosque. Había logrado orientarse gracias al desplazamiento del sol. Sabía que era media tarde, pero no qué tan lejos estaba de villa Cerulei.
Por otro lado, ¿era seguro regresar allí? Tenía que reunirse con sus amigos y averiguar qué había sucedido, pero la reacción del aldeano del rastrillo lo dejó intranquilo. Tal vez lo mejor sería acercarse hasta una distancia prudencial y evaluar la situación desde las afueras del poblado.
Esos eran sus pensamientos cuando una fragancia inusual atrapó su interés. Intrigado, se dedicó a explorar las inmediaciones.
¿De qué podía tratarse? Era un aroma dulce y agradable que lo hacía sentir más relajado. De pronto creyó divisar algo entre los árboles y lleno de curiosidad aceleró el paso.
Llegó entonces a un claro cubierto de flores silvestres. La luz diáfana que se colaba a través de las hojas y el arrullo de una delicada caída de agua lo envolvieron. Pero lo que más llamó su atención fue la hermosa mujer que lo aguardaba en el centro de ese jardín secreto.
—Hola —le dio la bienvenida con una sonrisa—. Acércate.
Cautivado por su imagen angelical, Winger le hizo caso.
La dama se hallaba sentada sobre una roca junto al arroyuelo. Sus dedos jugaban con el agua mientras lo miraba con simpatía. El color de su piel y su cabello eran inusuales, pero Winger no se detuvo en esos detalles. Para él era perfecta.
—¿Quién eres? —pudo decir con fascinación en la voz.
—Mi nombre es Ágape —se presentó ella y se puso de pie—. Te he estado esperando, Winger.
El corazón del muchacho se estremeció al descubrir que ella conocía su nombre. No se preguntó por qué lo sabía. Tampoco por qué lo estaba esperando en ese lugar. La mera presencia de Ágape era suficiente. Sin cuestionárselo, estuvo convencido de que si se quedaba en ese lugar sería feliz para siempre.
—Dame la mano —le pidió ella amablemente y estiró la suya.
De nuevo Winger obedeció. Cuando sus dedos se tocaron, el joven mago sintió que estallaría de la alegría. No reparó en que Ágape empleó su mano libre para arremangarle el sayo y dejar al descubierto su brazal.
—La gema de Potsol —musitó la Doncella del Bosque con ojos codiciosos que a Winger le resultaron encantadores.
Ágape llevó la mano hasta un mechón de su cabello morado y lo agitó suavemente. Miles de partículas sutiles se diseminaron por el aire. Algunas volaron tan cerca de Winger que ingresaron a través de sus fosas nasales. Una sensación muy placentera, como estar ingresando en un bello sueño, recorrió el cuerpo del muchacho.
—Mis maestros han tenido muchos problemas a causa de este artefacto, Winger —musitó la Doncella del Bosque, deslizando sus delicados dedos sobre el brazal de stigmata—. Desconocen su funcionamiento, lo cual les ha causado algunos dolores de cabeza. Por eso te pregunto a ti, querido Winger. —La voz de Ágape se volvió más sensual—. ¿Hay alguna manera de quitártelo por las buenas y sin dañar la gema de Potsol?
El mago habló con una voz perdida y lejana:
—Sí... La hay...
—¿Podrías entregarme la gema, por favor?
Winger asintió y muy despacio llevó la mano izquierda hacia el antebrazo derecho. Sus dedos tocaron el metal. Las facciones de Ágape se volvieron siniestras.
Y un pájaro de fuego resquebrajó la tranquilidad del claro.
—¡¿Qué es eso?! —exclamó la bruja con desconcierto.
El ave picoteó los dedos de Winger, quien por reflejo retiró la mano.
La respuesta a la pregunta de Ágape llegó bajo la forma de una invocación:
—¡Lluvia de Fuegorriones!
Una bandada de pájaros de fuego cayó sobre la Doncella del Bosque. Winger sintió un profundo dolor en el corazón al ver que su amada estaba siendo atacada de esa forma. Quiso intervenir para socorrerla, pero alguien lo tomó entonces por la muñeca y lo obligó a girar.
¡PAF!
Un fuerte bofetón fue suficiente para sacarlo de su embotamiento. Entonces se encontró con un par de ojos almendrados que lo escudriñaban con severidad.
—¿Así que coqueteando con desconocidas?
Aunque su tono era de reproche, el simple sonido de la voz de la pelirroja alcanzó para traerlo de regreso al mundo.
—¿Rupel? —balbuceó con asombro—. ¿Cómo me encontraste?
No había acabado de hacer la pregunta cuando una mandrágora diminuta y temblorosa se asomó por encima del hombro de la muchacha.
—Ya te lo explicaré todo —afirmó la pelirroja mientras tomaba a Marga y la colocaba encima de la cabeza de Winger—. Ahora debo encargarme de esa zorra.
Mientras las piernas de Rupel comenzaban a realizar una danza acalorada, Ágape se hartó del hostigamiento de los Fuegorriones y pasó al ataque:
—¡Lirio Cobra!
La bruja estiró un brazo y una liana con fauces de serpiente arremetió contra el ave más cercana, haciéndola tallar en una voluta de humor. Mientras la Ágape se deshacía de los Fuegorriones uno por uno, la danza de Rupel fue incrementando su velocidad hasta que estuvo lista:
—¡Ritual de Fuego Danzante!
Cuatro anillos ígneos apresaron los tobillos y las muñecas de la pelirroja, otorgándole mayor fuerza, resistencia y velocidad. La Doncella del Bosque acabó con el último pájaro flameante y escudriñó a la recién llegada con ojos rencorosos.
—¡Lirio Cobra!
La liana encantada avanzó hacia Rupel. La pelirroja solo tuvo que alzar un brazo para que la mordida de la serpiente se clavara en su grillete de fuego.
—Es una variación muy ingeniosa del Látigo-Cobra —murmuró Rupel mientras estudiaba la liana que trataba en vano de partir su brazalete mágico—. Supongo que esos colmillos afilados secretan algún tipo de veneno.
—Eres bastante lista, intrusa —repuso Ágape con el interés puesto sobre su nueva contrincante—. Se trata de un conjuro combinado de Daltos y Derinátovos. Sin esos anillos de fuego el veneno ya habría paralizado tus sentidos. Es una pena que esa astucia no te haya servido para evitar morder el anzuelo...
Cuando la pelirroja captó el significado de esas palabras, ya era demasiado tarde.
—¡Rupel, cuidado!
Un segundo Lirio Cobra se había acercado reptando a través del manto de flores. La serpiente se abalanzó sobre la pelirroja, y Winger se interpuso en su camino. El muchacho sintió el dolor agudo de los colmillos enterrándose en su pierna. Trató de mantenerse en pie, pero no lo consiguió. Su cuerpo se desplomó y Marga se puso a dar saltos asustados a su alrededor.
—¡Winger! —gritó Rupel, inclinándose a su lado.
—No te preocupes, no ha sido un veneno mortal —se apresuró a aclarar Ágape ante la mirada de espanto de la pelirroja—. No iba a arriesgarme a que sucediera algo como esto. Lo necesito vivo si quiero conseguir la gema de Potsol...
—Entonces era cierto... —Rupel miró a la pequeña Marga, que seguía moviéndose atemorizada en torno a Winger, y recordó las asombrosas deducciones de Gasky sobre lo que había ocurrido en isla Tikki—. ¿Fuiste tú quien robó el corazón de Andrea?
—¡Increíble que sepas eso! —exclamó Ágape, gratamente sorprendida—. Así es. Yo fui quien logró el robo perfecto. Esos estúpidos isleños todavía deben estar lamentando la pérdida de su tesoro nacional.
—No tienes derecho a burlarte así de las costumbres de las personas —la increpó Rupel, sintiendo un gran desagrado por aquella mujer.
—¿Y qué harás al respecto? —replicó Ágape con un tono irreverente.
—Te derrotaré —sentenció la pelirroja al mismo tiempo que se incorporaba y hacía arder sus grilletes de fuego—. Y yo misma me encargaré de devolver el corazón de Andrea al templo de Cerín.
Ágape soltó una carcajada llena de cinismo.
—¡No tienes idea de cuánto estás divirtiéndome! —se burló la bruja—. Lamento informarte que el corazón de Andrea ya no está en mi poder. En cuanto a lo de derrotarme... ¡Tan solo inténtalo! ¡Llanto de Espinas!
Las uñas de Ágape resplandecieron con símbolos alquímicos que se convirtieron en una lluvia de agujas.
Rupel solo tuvo que trazar una patada circular en el aire para incinerar los disparos con uno de sus grilletes. Bajó la mirada justo a tiempo para detectar el movimiento de cuatro Lirios Cobra que se acercaban sigilosamente a ras del suelo. No volvería a caer en esa trampa. Como si se tratara de una filosa guadaña, el empeine de la pelirroja se encargó de decapitar a las serpientes encantadas.
—No dejas de sorprenderme —musitó la Doncella del Bosque, aún sonriente mientras recogía las lianas cercenadas y con quemaduras en los extremos.
—Si tu especialidad son los hechizos de Derinátovos, te has topado con tu peor pesadilla —sentenció Rupel y le devolvió la sonrisa al mismo tiempo que el fuego se revolvía en sus puños—. Ahora es mi turno: ¡Lengua de Fuego!
Los brazos de Rupel despidieron dos torbellinos ardientes que se unieron para avanzar en sentido horizontal. Amedrentada por la llamarada, Marga se refugió en la capucha de la capa de Winger.
Ágape no se inmutó.
—¡Coraza del Erizo!
La Doncella del Bosque alzó sus manos y un escudo de madera se materializó entre ellas. El elemento defensivo poseía numerosas púas en su superficie, como las espinas de un rosal. Sin embargo, lo que realmente desconcertó a Rupel fue la capacidad de aquel conjuro para repeler su Lengua de Fuego.
—¿Sorprendida? —se jactó la bruja. Ni ella ni su escudo habían sufrido el más mínimo daño.
—¿Cómo has podido neutralizar mis llamas? —indagó Rupel con incredulidad—. Se supone que cualquier hechizo de fuego de mediana intensidad debería ser capaz de incinerar un escudo de madera como la Coraza del Erizo.
—No te esperabas esto, ¿cierto? —replicó Ágape con regocijo—. Es el Manto del Bosque.
La bruja alzó una mano y la observó a contraluz. Un leve destello se desprendía de la superficie de su piel.
—Soy una hechicera que se ha vuelto poderosa a través de la unión con las plantas. Es gracias al maestro Neón que soy esta que hoy ves ante ti...
A Rupel le llamó la atención la mención de ese nombre, pero no interrumpió a su adversaria.
—Soy conocedora de los secretos del reino vegetal, así como de sus límites y sus debilidades. El fuego que lo devora todo es una de las principales amenazas de las plantas. Por eso he desarrollado esta capa de cera que me protege de la exposición ante las llamas. Solo un incendio abrasador podría destruir mi barrera protectora. No un fuego infantil como el tuyo. ¡Lirios Cobra!
Dos lianas encantadas volvieron a dirigir sus colmillos venenosos contra Rupel, quien de nuevo logró protegerse con sus brazaletes de fuego.
—¡Llanto de Espinas!
Empleando su mano libre, Ágape aprovechó la oportunidad para volver a arremeter. La pelirroja apenas alcanzó a dar un salto para esquivar las agujas.
«Es como pelear contra un oponente con muchos brazos», pensó mientras desgarraba con un fuerte tirón los Lirios Cobra que la retenían.
No solo era difícil aproximarse a su oponente para asestarle un golpe directo, sino que además sus hechizos de Cerín a distancia resultaban ineficaces contra esa protección anti-fuego.
«Necesito algo más poderoso, pero eso requiere más tiempo...»
Antes de tocar nuevamente el suelo, la pelirroja ya había ideado una estrategia:
—¡Resplandor!
Los anillos ígneos en las muñecas y los tobillos de Rupel irradiaron un fulgor que compitió con los rayos de sol que se colaban entre el follaje. El truco tomó desprevenida a la Doncella del Bosque, dejándola momentáneamente cegada.
Rupel sabía que disponía de apenas unos segundos. Pero las habilidades incrementadas que le otorgaba el Ritual de Fuego Danzante le permitirían realizar una de sus mejores danzas con rapidez.
—¡Veamos qué haces contra eso!
Las caderas y brazos de Rupel se menearon acompasadamente mientras los símbolos alquímicos del fuego revoloteaban a su alrededor.
La Doncella del Bosque recobró la visibilidad cuando el hechizo de su enemiga estuvo listo:
—¡Danza de la Gacela!
Los puños de la pelirroja liberaron un penetrante disparo de fuego que avanzó zigzagueando hacia su enemiga. La gacela incendiaria colisionó contra la Coraza del Erizo, haciendo retroceder a la bruja con la fuerza del impacto.
Sin embargo, eso fue todo.
El conjuro de Rupel acabó desvaneciéndose y las ascuas que se desprendieron al momento del choque pronto se extinguieron.
Sin contar la mancha de hollín que se había formado en la superficie, el escudo de la Doncella del Bosque seguía intacto.
—Tendrás que hacer mucho más que eso si quieres superar mi Manto del Bosque —afirmó Ágape con la confianza plasmada en el rostro.
Rupel apretó los dientes con rabia. ¿Acaso se había topado con una rival capaz de anular sus mejores hechizos? Aún disponía de la Joya del Júbilo y el Ave Magnánima de Fuego. Pero, ¿cómo ganar el tiempo suficiente para realizarlos? Y más importante aún: ¿qué pasaría si su ataque más potente no era suficiente para acabar con la protección de Ágape? Sus energías se habrían acabado y ella y Winger quedarían a merced de su enemiga. Tenía que elegir con mucho cuidado su siguiente movimiento...
—Creo que ahora me toca a mí —dijo entonces la bruja.
Y sus dedos se pusieron a tejer una intrincada ecuación alquímica en el aire.
Símbolos de un verde esmeralda se desprendían de las manos de Ágape como hilos de energía natural para entrelazarse sobre su propio cuerpo. Cientos de poros cubrieron la superficie de la piel de la Doncella del Bosque.
—Contempla la belleza de mi nube asesina —profirió al completar la invocación—: ¡Esporas!
Los orificios en el cuerpo de Ágape liberaron un vapor espeso que se arremolinó sobre su cabeza en lentos círculos.
—Millones de partículas que transportan el código de mi propia esencia —comentó la Doncella del Bosque—. Cada Espora es la madre de un efecto perturbador. —La bruja movió un dedo y la nube obedeció el gesto, trasladándose con gracia de un lado a otro—. ¿Será un poderoso somnífero? ¿Una fragancia paralizante? ¿Un veneno mortífero? ¿O el aroma de la sumisión? No lo sabremos si no las probamos... ¡Adelante, Esporas!
La mano de Ágape apunto hacia Rupel y la nube de vapor se desplazó con ligereza y precisión. La pelirroja se valió de la fuerza de sus anillos para impulsarse hacia atrás y esquivar la arremetida. En el instante en que las partículas tocaron el suelo, la hierba y las flores se volvieron de un color enfermizo.
—Oh, fueron las Esporas de Sangre —musitó la bruja—. Te has salvado de uno de mis veneno más letales, causante de una muerte amarga y dolorosa... ¡Ahí va otra vez!
La neblina de Esporas voló otra vez hacia Rupel.
—¡Muro de Fuego!
La barrera se elevó a tiempo para frenar el avance de las partículas. Un sonido crepitante evidenció que fueron consumidas por el fuego, y un olor intenso aturdió los sentidos de Rupel.
«¡No debo inhalarlas!», se advirtió a sí misma mientras se alejaba unos pasos de su propio hechizo defensivo.
—Esas fueron las Esporas del Espanto, capaces de aturdir hasta a un bórax. Es una pena que se hayan desperdiciado de esa manera. —Ágape miró con desagrado el fuego iniciado por Rupel—. ¡Vamos!
El largo brazo de las Esporas se extendió nuevamente hacia Rupel. La pelirroja lo esquivó al mismo tiempo que se cuidaba de no olfatear las fragancias que la nube acarreaba.
A veces las Esporas eran oscuras como la noche; entonces provocaban un efecto somnífero. Por momentos se volvían blancas y pálidas, y Rupel no tardaba en sentir el efecto de la parálisis en la punta de sus dedos. Las Esporas violáceas eran venenosas, siendo lo mejor evadir cualquier tipo de contacto con ellas. Pero las que más preocupaban a la pelirroja eran las partículas rosadas. Esas eran las que habían estado envolviendo a Winger en el momento en que ella llegó al claro.
«Son feromonas», pensó con inquietud. «Si me alcanzan, mi voluntad caerá bajo su control y todo habrá terminado».
Tan concentrada estaba Rupel en el movimiento de las Esporas que ni siquiera podía pensar en aproximarse a su oponente. Mucho menos en vencer su defensa contra el fuego.
Entre esos pensamientos se debatía cuando la cortina de partículas le cortó abruptamente el paso. Dio un salto hacia atrás. Pero más Esporas bloquearon su camino. Con horror Rupel comprendió que Ágape la había rodeado.
La Doncella del Bosque soltó una risa suave y perversa.
—Se acabó el juego —sentenció.
Las Esporas envolvían a Rupel. Y eran rosadas.
«Tengo que aguantar la respiración», se dijo de manera imperativa. Pero, ¿cuánto tiempo podía permanecer así?
Las partículas cubrían todo su cuerpo. Sus pulmones reclamaban oxígeno. Si iba a hacer algo, el momento era ese. No podía seguir postergando su danza suprema.
Sin prestarle atención a las Esporas, Rupel cerró los ojos y comenzó a girar sobre la punta de sus pies. Los brazos alzados a la altura del pecho y con los codos hacia afuera le daban estabilidad mientras el ritual incrementaba su ritmo. Sus cabellos se agitaban por el movimiento circular. Entonces las llamas brotaron desde sus manos. Primero fue un hilo que formó una espiral a su alrededor. La cadena de fuego pronto se convirtió en una jaula que encerró a la bailarina. Las feromonas a su alrededor retrocedieron espantadas. La danza continuaba. Se había convertido en un capullo de fuego que giraba con rapidez.
Ágape se arrepintió de no haberla detenido cuando tuvo la oportunidad.
—¡Joya del Júbilo!
Rupel emergió de su encierro convertida en un ángel incandescente. Sus ojos brillaban como rubíes y su piel era tersa como el granito. Su cabello era la antorcha llameante de la diosa del fuego.
—Ya veo... —murmuró la Doncella del Bosque, tratando de mantener la calma frente a la apariencia intimidante de su adversaria—. Todas esas danzas de Cerín... ¿Acaso fuiste tú la que me permitió llegar hasta la isla Tikki? —Las cosas comenzaban a cerrar en la mente de Ágape. Un poco más confiada, sonrió—. Claro, por eso sabías lo del corazón de Andrea. ¿Quién eres tú, chiquilla?
Rupel no respondió. Sus facciones endurecidas borraban cualquier gesto vacilante que en otro momento hubiese mostrado frente a tales insinuaciones. Ahora era una guerrera, y solo eso.
—No importa —murmuró Ágape al fin—. Puedes cambiar tu apariencia todo lo que quieras. Eso no modificará el resultado...
La bruja apenas llegó a terminar su frase cuando Rupel se arrojó sobre ella. Sus piernas eran cañones de fuego que la propulsaban como a una bala roja.
Ágape sostuvo con firmeza su escudo. Rupel adelantó su puño.
Y la Coraza del Erizo se partió en dos.
Pasmada, la bruja vio ese brazo ardiente que se le venía encima y no pudo hacer nada para detenerlo. El impacto contra su mejilla la arrancó del suelo.
Los Lirios Cobra reaccionaron a tiempo para detener la inminente caída. Y aunque el impacto no se produjo, Ágape se encontró con que volvía a tener a su rival justo frente a ella. Tampoco alcanzó a reaccionar esta vez y un golpe en la boca del estómago le hizo perder el aliento. Luego llegó una zancadilla y otro puñetazo en el rostro. La embestida era veloz y llegaba desde todas las direcciones. El Manto del Bosque evitaba las quemaduras, pero no impedía que un dolor inmenso hiciera gritar a la bruja.
Una patada en el pecho la arrojó al suelo. Con el cuerpo lleno de contusiones, Ágape intentó incorporarse sin lograrlo. Miró con odio a Rupel, quien se preparaba para asestar el golpe final.
El ángel de fuego arremetió con su puño en alto.
Y en ese momento, el suelo del bosque se sacudió con violencia.
Rupel tomó una distancia prudencial cuando la cuna de las mandrágoras emergió desde abajo con sus tres bocas y se interpuso entre ella y Ágape. La planta carnívora se mostró enfurecida por el maltrato que estaba recibiendo su ama y no vaciló en lanzar sus gruesas ramas contra la enemiga.
La pelirroja consiguió detener el ataque con su antebrazo endurecido, aunque sintió el peso de la brutalidad de la cuna. No sería una pelea fácil.
Las ramas de la planta gigante se estiraron y alzaron a Ágape para posarla encima de su tallo principal. Un misterioso halo fluorescente rodeaba a la Doncella del Bosque como una segunda piel. A Rupel le incomodó aquel detalle repentino.
«Mejor acabar con esto de una vez», resolvió y sus manos formaron un arco de flamas enardecidas.
—¡Saeta de Fuego!
El disparo llameante surcó el aire con velocidad y precisión, pero no alcanzó su objetivo. Las hojas gruesas de la cuna se habían plegado en torno a la bruja, defendiéndola del ataque. Y para consternación de Rupel, su flecha ardiente no había provocado la menor quemadura a la planta.
—Por supuesto que mi cuna también se halla protegida por el Manto del Bosque —informó Ágape a su oponente—. ¡Fotosíntesis!
La luminiscencia color esmeralda que envolvía a Ágape se desvaneció en un destello radiante y, sorprendentemente, todas sus heridas habían desaparecido. Las bocas de los Lirios Cobra se prendieron entonces a la corteza de la planta carnívora y las dos unidas en un extraño abrazo que no permitía distinguir dónde acababa la mujer y dónde empezaba el vegetal.
—La pelea reinicia ahora —afirmó la Doncella del Bosque.
Y la cuna se abalanzó sobre Rupel.
«¡No puede ser, no me esperaba esto!», pensó la pelirroja mientras esquivaba los zarpazos de la planta carnívora.
—¡Lluvia de Fuegorriones!
No pensaba terminar la lucha mediante ese hechizo, pero le ayudaría a ganar algo de tiempo y despejar algunas dudas.
Los gorriones parecían águilas debido al efecto potenciador de la Joya del Júbilo. Sus picotazos lastimaban a la cuna y producían leves quemaduras en sus ramas y sus bocas al traspasar el Manto del Bosque.
—¡Fotosíntesis!
Guarecida en la parte más segura de la cuna, la Doncella del Bosque volvió a irradiar su brillo de esmeraldas y las heridas ennegrecidas de la planta se cerraron.
«Lo que sospechaba», pensó la pelirroja mientras esquivaba el azote de una rama. La conexión que Ágape mantenía con la cuna a través de sus lianas le permitía expandir el efecto curativo de su conjuro. «Pero si es así... ¡Esto no tendrá fin!»
Rupel observó las llamas que su cuerpo desprendía, las cuales estaban agitándose sin control. Ese era el efecto adverso de la Joya del Júbilo, y por eso siempre era su último recurso. Una vez activado el ritual, se producía una reacción en cadena entre los símbolos alquímicos que volvía cada vez más inestable su poder. La mejor forma de liberarse de ese efecto era expulsar todo el fuego de una sola vez mediante alguna técnica avanzada, como el Ave Magnánima de Fuego. Si no lo hacía a tiempo, la reacción calórica colapsaría hasta acabar en una explosión que la dejaría a ella misma gravemente herida.
La cuna continuaba arremetiendo con violencia, siendo Rupel incapaz de hallar un hueco para atacar directamente a Ágape. Los Fuegorriones se esforzaban en defenderla, pero no eran capaces de causar daños importantes a la planta antes de que la bruja volviera a sanarla.
«¡Piensa, Rupel, piensa!», se instó Rupel a sí misma.
Frente a un enemigo ordinario, el Ave Magnánima de Fuego sería la solución ideal para terminar con la batalla. Pero eso no funcionaría contra Ágape y su Manto del Bosque. Su hechizo más poderoso a lo sumo destruiría la capa de cera protectora y dejaría lastimada a la bruja y a su cuna. Sin embargo, solo necesitarían usar Fotosíntesis una vez más para recuperarse y regresar a la lucha. Ella, en cambio, habría agotado todas sus energías después de ese último golpe. Y ese sería el final.
«¡Piensa, Rupel, piensa!»
La Joya del Júbilo estaba alcanzando su punto crítico. Los Fuegorriones estaban ya exhaustos mientras que las energías de la cuna seguían siendo renovadas gracias a la Fotosíntesis de Ágape.
—Esto es un círculo interminable... —murmuró la pelirroja con impotencia.
Sin embargo... ¿Realmente lo era?
Rupel se detuvo a observar sus Fuegorriones. En verdad habían incrementado su tamaño de una manera asombrosa. Ella sabía que la Joya del Júbilo lograba expandir sus habilidades. Pero nunca había visto algo como eso...
—¡Bola de Fuego!
La pelirroja encendió una llama en la palma de su mano y la contempló. Era mucho más grande que una Bola de Fuego ordinaria.
—¡Fotosíntesis!
Ágape seguía empleando su magia curativa para fortalecer a la cuna frente al ataque de los últimos Fuegorriones.
—Fotosíntesis... —musitó Rupel. Y una revelación acudió a su mente—. ¡Eso es!
No era cierto que estuvieran atrapadas en un círculo interminable.
Algo en el aire estaba cambiando.
«El nivel de oxígeno. El conjuro de Ágape trabaja igual que el proceso de alimentación de las plantas. Está consumiendo el dióxido de carbono del ambiente y libera oxígeno. Por eso el fuego es más intenso ahora...»
De pronto Rupel tuvo un plan.
Las llamas a su alrededor se sacudían con alboroto. El tiempo se agotaba.
«Ahora o nunca», se dijo en el momento que la cuna reventaba al último Fuegorrión de un latigazo.
La pelirroja tomó distancia y realizó otra danza ritual:
—¡Danza de la Gacela!
Toda la confianza que Ágape había puesto en su estrategia se desmoronó al observar el incendio que trotaba hacia ella bajo la forma de una gacela enorme. Aquel hechizo era mucho más temible que la primera vez. La Doncella del Bosque alzó todas sus barreras defensivas. La cuna replegó sus ramas y se preparó para la colisión.
La Danza de la Gacela acrecentada por la Fotosíntesis casi había equiparado el nivel del Ave Magnánima de Fuego, y dejaba un camino calcinado tras sus pasos zigzagueantes.
El impacto finalmente se produjo. Luz, humo y calor se propagaron desde aquel claro perdido en el bosque. En esta ocasión el fuego de Rupel fue capaz de arrasar con el Manto del Bosque... Pero Ágape y su planta carnívora seguían en pie.
El ataque no había sido lo suficientemente poderoso.
—La pelea reinicia... —murmuró Ágape con placer.
—No. La pelea termina aquí.
La bruja surcó los alrededores carbonizados hasta dar con su rival. Rupel seguía envuelta en la Joya del Júbilo. La Danza de la Gacela no había agotado sus fuerzas y sus brazos apuntaban de nuevo hacia adelante, con un punto rojo entre las manos.
—¡Meteoro!
Se oyó una estridente detonación al mismo tiempo que una esfera incandescente se materializaba. Si un Meteoro común era un incendio circular, aquel orbe intimidante equivalía a dos incendios. El conjuro de Fuego avanzó hambriento hacia la cuna de las mandrágoras. Esta vez no había barrera que impidiera el contacto con el fuego.
Y la planta carnívora ardió.
La cuna soltó rugidos feroces por sus tres fauces conforme las llamas iban propagándose por el tallo principal. Sacudió con fiereza las ramas y las chispas volaron hacia los árboles cercanos.
En un instante aquel rincón del bosque se había convertido en una pira furiosa.
Ya sin energías, Rupel regresó a la normalidad. Sin embargo, no podía desplomarse aún. Había que escapar de allí. La pelirroja logró dar con el cuerpo inconsciente de Winger y con Marga, que continuaba temblando adentro de la capucha. No sin dificultad tomó al joven mago por los brazos y comenzó a jalar de él hacia un lugar seguro.
Ágape soltó alaridos de angustia al comprobar que el daño que la cuna estaba sufriendo era demasiado extenso para ser contrarrestado con la Fotosíntesis. El fuego era irrefrenable. Carcomida por las llamas, una de las bocas de la planta se desprendió y cayó al suelo. Con los ojos llenos de lágrimas y rencor, buscó a la causante de su tragedia y la encontró tratando de echar el peso de Winger sobre sus hombros.
—Estás muerta —masculló.
Estiró una mano que se transformó en la cabeza de una serpiente. Los símbolos de Derinátovos y Daltos adoptaron la forma de una flor hermosa y letal sobre su muñeca. La ecuación alquímica centelló una sola vez y la boca de la serpiente se abrió, revelando una púa grande en su interior. Ágape apuntó con extrema precisión. Por orgullo y venganza no fallaría aquel disparo.
—¡Pesadilla Silenciosa!
La púa atravesó muros flameantes, ramas ardientes y troncos caídos. Su objetivo era Rupel.
La pelirroja reaccionó a tiempo y vio la espina acercarse con velocidad. Tal vez creyendo que aún se hallaba bajo la protección de la Joya del Júbilo, alzó su antebrazo para cubrirse. La púa mágica se hundió en la carne, produjo un resplandor púrpura y desapareció. Rupel sintió un leve ardor y, sin darle importancia, continuó arrastrando a Winger lejos del fuego.
Desde la distancia pudo oír un último grito desgarrador de la Doncella del Bosque.
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