XXIX: Perdón
Winger se miró las manos. Estaban sucias y lastimadas, al igual que el resto de su cuerpo. Sin embargo, no sentía dolor. Una energía renovada recorría sus venas. Era la fuerza de Potsol. La gema era el canal que lo conectaba al ángel.
Estudió a su oponente. Las facciones de Juxte seguían marcadas por el resentimiento, pero su porte era más precavido.
Luego dirigió los ojos hacia el lugar que concentraba sus inquietudes: Rupel, encerrada en el Domo Azul, asfixiándose lentamente. Ella lo observaba con aflicción. Él la conocía muy bien. Sabía lo que sus ojos almendrados querían transmitirle: "No cometas ninguna locura, sálvate tú". Era un poco irónico, o tal vez no, que ese mensaje fuese justamente lo que lo llevaba a elegir cometer una locura.
Alzó un pie y tocó la suela de su bota con la yema de los dedos. Un resplandor rojizo centelló por un instante.
Tenía un plan. No sabía si funcionaría. Pero tenía que intentarlo.
—¡Flechas de Fuego!
La lágrima de Cecilia se interpuso en el camino de los disparos, neutralizándolos.
Winger se agachó y tocó el suelo con la mano.
Juxte permanecía cauto, atento a los movimientos de su rival.
—¡Flechas de Fuego!
Por segunda vez Winger activó su hechizo mientras se desplazaba hacia la derecha.
—¡Hidro-Lanza!
El agua del lago volvió a recubrir la reliquia de Juxte, que cambió a su forma de aguja. Haciéndola girar con velocidad como lo había hecho antes, el Pilar de Zafiro detuvo las Flechas de Fuego.
Winger de nuevo colocó su mano sobre el manto de tréboles.
—¡Flechas de Fuego!
Esta vez Juxte no utilizó la lágrima de Cecilia como defensa. Esquivó los disparos y, anticipándose a la carrera de su oponente, arrojó la Hidro-Lanza.
Winger frenó antes de ser alcanzado por el arma, que se clavó entre los tréboles.
—¿Crees que no noté que estás tratando de activar un Triángulo de Fuego? —le hizo saber Juxte al mismo tiempo que hacía regresar la Hidro-Lanza—. No te dejaré triangular la zona.
—De hecho, ya lo hice...
Antes de que el Pilar de Zafiro pudiera reaccionar, el mago de la capa roja hincó el talón derecho en la tierra. Las barreras llameantes se elevaron en el acto.
«Eso no es todo.»
Winger volvió a echarse a correr y tocó con la palma de su mano un último punto.
—¡Triángulo de Fuego!
Otras tres barreras se erigieron.
Había activado dos Triángulos de Fuego superpuestos, formando una estrella de seis puntas. La idea se le había ocurrido luego de su primer encuentro contra Dinkens. De esta manera los vértices de los triángulos quedaban protegidos y el prisionero no sería capaz de deshacer el hechizo desde adentro.
Sin detenerse a perder el tiempo, Winger se apresuró a llegar junto a Rupel.
Sus manos se tocaron a través del Domo Azul. Winger la notó agotada.
—Tranquila, encontraré la forma de ayudarte —le prometió en voz alta, a pesar de que ella no podía escucharlo a través del cristal translúcido.
De pronto, el rostro de Rupel se llenó se espanto y señaló con un dedo por encima del hombro de Winger.
El muchacho se dio vuelta rápidamente: dos chorros de agua que manaban de las botas de Juxte lo alzaban por encima las barreras de los Triángulos de Fuego.
—¡Fuerza Espiral Azul!
Desde las alturas el Pilar de Zafiro arrojó tres disparos giratorios. Winger esquivó los dos primeros y bloqueó el tercero con la Imago.
Los chorros que propulsaban a Juxte hacia lo alto perdieron potencia y el Pilar de Zafiro volvió a quedar oculto detrás de las paredes de fuego.
«¿Nunca se le acabarán los trucos?», se quejó Winger mientras aguardaba la siguiente aparición de su rival.
—¡Hidro-Propulsión! —oyó decir al Pilar de Zafiro.
Y Juxte volvió a elevarse.
—¡Saeta de Fuego!
Winger fue más rápido esta vez y anticipó la maniobra de su oponente. La lágrima de Cecilia formó un escudo para detener el golpe, y de nuevo el Pilar de Zafiro descendió hacia la prisión llameante.
El mago de la capa roja se mantuvo a la espera. Detrás de él, Rupel aguardaba con el rostro contra el cristal.
Pero Juxte estaba tardando demasiado. Y Winger no anticipó su siguiente movimiento:
—¡Presión a Chorro!
Un disparo líquido atravesó con velocidad las murallas ardientes y golpeó a Winger en la boca del estómago. El muchacho trastabilló y cayó golpeando la espalda contra el Domo Azul.
—¡Hidro-Propulsión!
Rápidamente Juxte volvió a impulsarse, y esta vez lo hizo en diagonal, volando directo hacia Winger. La lágrima de Cecilia adquirió la forma de una filosa guadaña que iba en busca del pecho de su enemigo.
«¡No llegaré a esquivarlo!», se alarmó Winger.
Poniéndose de rodillas, improvisó una maniobra de emergencia:
—¡Rosa de los Vientos!
El golpe de aire tomó desprevenido a Juxte, que rebotó y salió despedido con fuerza hacia atrás. Tardó unos segundos en reponerse del efecto de las ráfagas explosivas; segundos que Winger aprovechó para incorporarse y tomar distancia.
—Ese es uno de los hechizos que mi hermano solía utilizar —murmuró el Pilar de Zafiro, aturdido pero sin perder la calma.
—Mikán me lo enseñó —respondió Winger con prudencia—. Él me ha enseñado muchas cosas.
Juxte soltó una exclamación mordaz.
—¿Aún piensas seguir fingiendo?
—No tengo por qué hacerlo —repuso el muchacho de la capa roja. El despertar de la gema de Potsol había renovado no solo sus fuerzas, sino también su espíritu.
El hermano de Mikán guardó silencio. Parecía estar reflexionando. Winger tuvo un atisbo de esperanza.
—La pelea se ha prolongado demasiado —dijo Juxte finalmente—. Es momento de ponerle fin.
El corazón de Winger latió de manera acelerada al percatarse del hechizo que su oponente estaba realizando.
De nuevo, el temible Torrente Pulsional.
«¿Cómo puede emplear un conjuro como ese más de una vez sin fatigarse?», se preguntó mientras planeaba su siguiente movimiento. En realidad, conocía la respuesta: el lago era una fuente de agua que ahorraba el esfuerzo de invocar grandes cantidades de líquido para los hechizos de Yqmud.
Pero ese no era momento para estar elogiando las ventajas de su rival. Winger echó un vistazo a Rupel, tan debilitada por la falta de oxígeno, y estiró los brazos hacia adelante. Sabía lo que tenía que hacer. Había estado esperando esta oportunidad desde el inicio de la pelea. Un punto rojo y luminoso comenzó a encenderse entre sus manos.
—Si planeas usar un conjuro de fuego contra uno de agua, estás cavando tu propia tumba —aseveró Juxte mientras acababa con su invocación—: ¡Torrente Pulsional!
«¡Ahora!»
Winger disparó su hechizo, pero antes de hacerlo giró bruscamente hacia la izquierda:
—¡Meteoro!
Los ojos de Rupel se iluminaron con el color de las llamas al ver la esfera ardiente avanzando directo hacia el Domo Azul.
—¡Imago!
En el último momento Winger logró levantar su barrera mágica.
«¡Vamos, Potsol!», exhortó al ángel que permanecía a su lado, y sintió la emanación de energía vigorosa brotando desde la gema en su brazal.
Dos estruendos sacudieron la superficie del lago oscuro. Primero, el que produjo la colisión del Meteoro contra el Domo Azul. Luego, el generado por el choque del Torrente Pulsional contra la Imago.
La barrera mágica fue más poderosa que en las oportunidades anteriores. El río enardecido arremetía contra el muro invisible, pero no era capaz de quitarlo de su camino. Juxte estaba sorprendido por la evolución de su adversario a lo largo de la lucha. No se limitaba a utilizar estrategias prediseñadas, sino que se amoldaba al devenir de la contienda y aprendía con cada golpe recibido. Pero él era el Pilar de Zafiro y no se dejaría amedrentar por las habilidades de un inexperto. Sus brazos sufrieron intensos calambres cuando incrementó la turbulencia de su hechizo.
Y la Imago acabó por quebrarse.
Winger había sido capaz de neutralizar parte del poder arrasador del Torrente Pulsional, pero aún así fue arrastrado con fiereza por la corriente. De nuevo se halló tendido en el suelo de tréboles, su cuerpo adolorido y su boca sangrante. Esta vez no perdió el conocimiento.
—Eres más duro de lo que pensaba —comentó Juxte con indiferencia mientras se acercaba hacia el muchacho caído—. Pero no entiendo por qué estás sonriendo...
El Pilar de Zafiro dirigió la vista hacia el sitio donde Winger clavaba la mirada.
Su rostro se llenó de asombro.
Sutil, estrecha, innegable, una grieta se había abierto en la superficie del Domo Azul. Rupel y la mandrágora agradecían el escaso pero constante flujo de aire que ingresaba a través de la fisura.
—Casi pierdes la vida por ayudarla a ella —musitó el Pilar de Zafiro con incredulidad—. ¿Por qué?
—A decir verdad, no tengo con qué igualar tu Torrente Pulsional —confesó Winger mientras volvía a levantarse. Se limpió el hilo de sangre que salía de su boca—. Sin embargo, creo que ya no podrás seguir utilizándolo.
Señaló las manos de Juxte, que temblaban de manera involuntaria. Desde el principio Winger notó que su oponente se había dejado llevar por emociones tan violentas que no midió el desgaste que le provocaban los hechizos de alto nivel que estaba utilizando. Por eso él había empleado mayoritariamente conjuros defensivos: pretendía guarecerse, como la oruga en su capullo, mientras su rival derrochaba su poder de una manera innecesaria. Por eso, y solo por eso, ahora Juxte estaba más exhausto que él.
—¡Cállate! —le espetó el Pilar de Zafiro mientras cerraba los puños heridos—. ¿Crees que me importa perder los brazos si con eso consigo vengar a mi hermano?
—Entonces tal vez entiendas por qué no me importa perder la vida con tal de ayudar a las personas que quiero —respondió Winger, que ya se preparaba para el siguiente asalto.
Un poco menos descompensada, Rupel observó a los contrincantes. Los dos se veían muy agotados. Si bien las reliquias que poseían les permitían ir más allá de las capacidades de sus propios cuerpos, no soportarían mucho más. La pelirroja sabía que la pelea se había extendido demasiado. A estas alturas, cualquier hechizo podía ser mortal; incluso para aquel que lo invocó.
«Winger, por favor, no mueras...», rogó en silencio.
Los oponentes de nuevo se separaron. Sus facciones se mostraban serias. Sabían que el final de la pelea estaba próximo.
—No necesito que un asesino como tú venga a hablarme sobre el sacrificio —masculló el Pilar de Zafiro.
Soltó un alarido y alzó las manos entumecidas. Las aguas del lago se alborotaron.
Winger examinó con inquietud las ecuaciones alquímicas en las que Juxte estaba envolviéndose. Cientos de símbolos que usaban su propio cuerpo como canalizador. Era hechicería demasiado peligrosa, aún para alguien de su nivel.
«Está pensando inmolarse», comprendió Winger. Quería detenerlo, pero no tenía con qué hacerle frente. Sus hechizos no eran lo suficientemente poderosos. Además, ya casi no le quedaban fuerzas. Una única salida acudió a su mente. Y tenía que actuar precisión... No podía permitirse fallar.
Las aguas continuaban agitándose. Se preparaban para un choque furioso y destructivo. El conjuro de Juxte estaba listo. Solo precisaba dar una orden...
Pero la pose de Winger llamó su atención.
—¿Qué es eso...?
El malherido portador de la gema de Potsol apuntaba sus dedos índices hacia el Pilar de Zafiro. Estiró un brazo hacia atrás y las llamas formaron un arco y una flecha.
—¡Imbécil! ¡Eso no funcionará conmigo! —rugió el Pilar de Zafiro con una mueca sulfurada—. ¡Si eso es lo único que te queda, el resultado de la lucha ya está decidido!
Winger no le prestaba atención. Estaba tratando de reunir sus últimas energías en aquel conjuro. Sintió un súbito mareo y casi se desploma del cansancio. La batalla había sido larga y su cuerpo estaba cobrándose el esfuerzo excesivo.
«¡Potsol, por favor, ayúdame!»
El llamado fue oído por el ángel legendario, quien le brindó parte de su propia fortaleza. La gema de Potsol brilló una vez más, pero con una muda advertencia: no habría otra chance para derrotar a Juxte. Winger comprendió el mensaje y siguió focalizándose en su hechizo. La flecha se encendía poco a poco entre sus manos. Pero había algo más...
—Eso no es solo una Saeta de Fuego... —notó Rupel, intrigada.
La mano derecha de Winger entrelazaba símbolos de Riblast con los de Cerín en la base de la flecha.
—Es un conjuro combinado —murmuró Juxte cuando se percató de aquello.
Jadeante, Winger luchaba por mantenerse erguido y apuntar hacia su adversario al mismo tiempo. Miró de reojo a Rupel. Ella percibió una mueca muy sutil en sus labios. Era una sonrisa. Una sonrisa cansada, pero orgullosa. La pelirroja comprendió.
—¿Acaso lo has conseguido? —se preguntó con admiración.
—¡Se acabó el tiempo! —exclamó Juxte—. ¡Lucha o muere!
Respondiendo al desafío del hermano de su amigo, Winger hizo su última apuesta empleando su hechizo más reciente. Aquel que había desarrollado en soledad, durante los meses de entrenamiento en el monte Jaffa:
—¡Aero-Saeta de Fuego!
La cola de la saeta se enroscó en un remolino, formando una hélice. Winger abrió la mano derecha y el proyectil salió disparado a toda velocidad.
Juxte se mantuvo en alerta y con los ojos puestos en la trayectoria del la saeta incendiaria. Con suma facilidad podría haber detenido un ataque tan previsible.
Pero el disparo se desvió.
Ni siquiera llegó a rozar al Pilar de Zafiro con su calor.
—No... —exhaló Rupel.
Juxte permaneció impasible y severo.
—Se acabó —sentenció. Y luego levantó su puño derecho—: ¡Gran Vorágine Pulsio...!
Se detuvo de repente. Sus ojos se abrieron grandes por la sorpresa.
«¡He caído en una trampa!»
Giró a tiempo para descubrir que la Aero-Saeta de Fuego había hecho un rodeo y volaba de regreso. Directo hacia él. No tenía forma de esquivarla.
Dio una orden urgente a la lágrima de Cecila y esta se concentró en la zona de su espalda, formando una coraza en el punto exacto donde la flecha impactó un instante después.
El ataque había sido detenido.
Y sin embargo...
—¡Puño-Tornado!
—¡¿Qué...?!
Juxte se dio vuelta. Winger estaba encima de él; su antebrazo derecho se alzaba envuelto en una ráfaga de viento. El golpe fue certero: el puño de Winger se hundió en el rostro de del Pilar de Zafiro. La explosión eólica acabó por derribar al Pilar de Zafiro.
Las olas se disiparon y ahora solo había dos jóvenes muy lastimados en el húmedo suelo de tréboles a orillas de un lago. Uno tendido en el suelo. El otro todavía en pie.
«Ha terminado.»
A Winger ya no le quedaban energías. Ni siquiera comprendía de dónde había sacado el vigor para realizar aquel último hechizo. Despacio, tambaleante, se aproximó hasta el sitio donde Juxte había caído. Sus ojos se encontraron. La flama iracunda en la mirada del Pilar de Zafiro continuaba encendida.
—No puede ser... No puedes... derrotarme... —masculló con esfuerzo—. Mi venganza... ¡Mikán...!
Alzó una mano temblorosa hacia Winger. Lenta y agónica, la lágrima de Cecilia se volvió aguda y filosa. El Pilar de Zafiro ya no pudo perseverar. Bajó la mano y su reliquia se retrajo.
Winger aguardó en silencio hasta que su oponente se dio por vencido. Recién entonces empezó a hablar:
—Juxte, tienes razón en odiarme. Yo maté a Mikán. —Los ojos se le llenaron de lágrimas al pronunciar el nombre de su amigo. Hizo una pausa para recuperar la entereza en la voz—. No quise hacerlo. La luz de la Exhorción fue la única salida que encontramos para purgar su cuerpo y salvar su alma. Te pido perdón, Juxte. Yo maté a tu hermano. Él era mi amigo y yo terminé con su vida... Yo maté a Mikán...
Esa fue la confesión de Winger. Todo ese tiempo había estado cargándola sobre sus hombros como una gran roca. Tal vez la muerte de sus tíos había sido producto de un trágico accidente, pero esa noche en el palacio de Pillón se convirtió en un asesino. Ahora, en la vasta llanura de Lucerna, su juez era el espejo de su víctima. Una desagradable sensación de desahogo se confundía con congoja en su cuerpo maltrecho.
El cielo estaba clareando y la última estrella se extinguiría en cualquier momento. ¿Qué sucedería con las emociones enardecidas del Pilar de Zafiro? Tal vez hubiesen seguido el mismo destino que la estrella... Pero algo se interpuso.
Un disparo salido de la nada.
Nadie lo vio venir.
Era una gota densa y veloz que impactó contra la frente de Winger. Sus lágrimas estallaron y sus ojos quedaron en blanco. Horrorizada, Rupel lo vio desplomarse.
Echándose sobre un costado con dificultad, Juxte recorrió la zona con una expresión atónita. ¿Qué había pasado...?
—Lamento interrumpirlos, muchachos. Pero la pelea ya terminó. Los dos pierden.
La voz había llegado desde la superficie del lago. Una silueta se recortaba sobre las aguas. Caminaba sobre las olas.
—¿Quién eres...? —indagó el Pilar de Zafiro.
—Vamos, no puede ser que ya te hayas olvidado de mí —murmuró el atacante con un tono jactancioso que Juxte creyó reconocer.
El desconocido llegó hasta la orilla, donde un hombre y un cuervo lo estaban esperando.
«El cuervo...»
Una impresión muy desagradable recorrió el pecho de Juxte. Lo habían estado utilizando. El cuervo lo condujo hasta allí sabiendo que se encontraría con Winger. Estos hombres así lo habían querido.
Pero lo que ahora más preocupaba a Juxte era la identidad de los recién llegados. A pesar de que sus apariencias habían cambiado, no le costó reconocerlos.
—Blew... Smirro... —soltó con una voz conmocionada—. ¿Cómo es que ustedes dos...?
—¿Seguimos vivos? —completó Blew la frase con diversión—. Pues no todo es lo que parece, mi amigo.
Arrojó una patada al aire y de su empeine siempre mojado brotó un látigo acuoso que ensanchó la distancia entre Winger y Juxte.
—Lo siento, no podemos permitir que ustedes se maten entre sí —dijo con un placer sádico—. Necesitamos su gema tanto como tu lágrima, ¿sabes?
Mientras Blew reía con malicia, mil imágenes pasaron por la mente de Juxte. Eran jirones de una pintura siniestra que recién ahora empezaba a adquirir forma. Miró a Winger, inconsciente y a escasos metros de distancia. Luego se dirigió a sus antiguos condiscípulos:
—¿Jessio sabe que siguen con vida?
—Claro que lo sabe —aseguró Blew—. ¿Quién piensas que nos obligó a desaparecer de este modo?
La escena se congeló para el Pilar de Zafiro. De pronto, todo le pareció una farsa. Una actuación. ¿Qué era real y qué era ficción? ¿Quiénes eran sus enemigos? ¿Cuánto tiempo necesita una persona para modificar la estructura total de sus creencias desde los cimientos?
Mil dudas acribillaron a Juxte. Lo cierto fue que cuando el movimiento regresó, su rostro era diferente. Con gran esfuerzo logró incorporarse.
—Esta reliquia me pertenece —afirmó manteniendo la compostura. La lágrima ahora formaba una gota azul en su puño.
—Hay asuntos más importantes que atender ahora que tu orgullo —intervino Smirro y dio un paso adelante—. Será mejor que nos la entregues por las buenas.
Una mueca derrotada se dibujó en los labios de Juxte. Soltó un suspiro amargo. Luego habló:
—¿Y qué harán si me niego a entregarla?
—Yo mismo me encargaré de hacerte pedazos y recuperarla —le espetó Blew, harto de aquella charla—. Ya me has causado demasiados problemas, imbécil, no pienso quedarme de brazos cruzados dejando que sigas humillándome así.
—Comprendo —murmuró Juxte—. En ese caso...
Un súbito temblor sacudió la tierra bajo sus pies.
El cuervo graznó despavorido mientras Blew y Smirro observaban cómo el lago se elevaba para pasar sobre sus cabezas y formar una muralla líquida entre ellos y el Pilar de Zafiro.
Rupel, quien hasta entonces había estado tratando de entender el cambio en los acontecimientos, sintió que de repente la burbuja estallaba, dejándola libre.
—¡Date prisa, ven por él! —la apremió Juxte mientras sus manos trazaban una intrincada ecuación alquímica.
La pelirroja no tuvo tiempo para recuperar el aliento. Obedeció la orden de quien hasta entonces había sido su captor y corrió hasta el sitio donde yacía Winger.
Lo ayudó a levantarse apoyándolo sobre su hombro. Por encima de ellos, el lago formaba un arco flotante. El espectáculo era sublime e intimidante al mismo tiempo. Al parecer la fuerza de voluntad de Juxte era lo único que lo estaba sosteniendo. La reciente revelación había revivido al Pilar de Zafiro.
—Entrégale esto a Alrión, el Pilar de Diamante —indicó y aventó la lágrima de Cecilia hacia las manos de Rupel —. Es una persona de confianza. Él entenderá mi mensaje.
El suelo temblaba y el lago seguía interponiéndose entre ellos y sus perplejos adversarios. La situación no podía mantenerse así indefinidamente. Juxte se volvió y miró a Rupel a los ojos. Ella se sorprendió al notar que él estaba sonriendo.
—Cuando despierte, dile que me perdone.
Rupel asintió con un gesto y sus ojos se humedecieron. Percibió que la mirada de aquel mago poderoso se había sosegado. Apretando la lágrima con fuerza en el puño, se encaminó con Winger y Marga hacia la espesura del bosque cercano.
Cuando se aseguró de que sus protegidos estaban lo suficientemente alejados, Juxte dirigió la vista hacia el frente. Su semblante desbordaba resolución y algo que hacía mucho tiempo que no sentía: paz.
—Mikán... —susurró, pensativo—. Estoy seguro de que él nos traerá justicia a los dos. Tú también lo creíste... ¿Cierto?
Con mucho esfuerzo, Rupel consiguió internarse en la arboleda junto a Winger y subir una loma. Desde allí, la imagen resultaba aún más sobrecogedora. El lago entero había sido arrancado de su asentamiento natural. Ahora giraba en círculos sobre un agujero oscuro, como un dragón acechando a su presa. Entonces el dragón mordió su propia cola.
Era la Gran Vorágine Pulsional del Pilar de Zafiro.
El dragón se deshizo en una explosión atronadora como una tormenta. Las aguas estallaron y una lluvia hirviente salió disparada en todas las direcciones.
Una espesa nube de vapor se propagó por los alrededores.
Cuando la neblina se disipó, el lago había desaparecido. Y junto con este, el Pilar de Zafiro y sus enemigos.
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Las últimas gotas de cálido rocío, resabios de la técnica final del Pilar de Zafiro, aún caían desde las alturas cuando Winger recuperó el conocimiento.
Rupel estaba a su lado. Sus ojos estaban llorosos y surcados por una profunda tristeza.
—¡Tonto! —le espetó afligida mientras lo tomaba por el cuello del sayo—. ¿Cómo puedes pensar que eres culpable por lo que pasó en el palacio de Pillón?
Winger se sorprendió de que ella comprendiera sus emociones durante la pelea sin mediar palabra alguna.
—Rupel, yo...
—¡Échame la culpa a mí si es necesario, pero no quiero que vuelvas a sentirte así nunca más!
Dicho eso, la pelirroja se le abalanzó con un fuerte abrazo. Winger seguía aturdido y no sabía cómo reaccionar. Se limitó a corresponder al abrazo mientras Marga daba brincos a su alrededor.
El sol de la mañana iluminaba la cordillera de Lucerna. El momento de calma duró poco tiempo. Aunque estaban fatigados, no podían detenerse a descansar.
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Una semana más tarde, un mensajero entró al palacio real de ciudad Doovati trayendo una terrible noticia. El Pilar de Zafiro había muerto. Su cuerpo había sido hallado por dos pescadores a orillas de un riachuelo en el reino vecino. Las dudas de Pales se disiparon en ese momento, y un grupo de búsqueda liderado por el Pilar de Diamante partió al día siguiente. Su objetivo: hallar a Winger, darle caza y trasladarlo hasta el palacio real de Lucerna, en ciudad Miseto, donde sería sometido a un juicio por los soberanos de ambas naciones. Era una alianza que buscaba eliminar a un enemigo compartido.
Jessio contempló la partida del grupo de búsqueda desde las escalinatas del palacio, mezclado con el resto de los miembros del concejo real. Una sonrisa de triunfo se disimulaba bajo su rostro serio.
Buscó entre la multitud conglomerada en la plaza de las fuentes y dio con tres figuras encapuchadas. Eran su maestro Neón, Gran Puerco y... Quadra.
El hombre de los múltiples rostros había regresado a ciudad Doovati unos días antes, adelantándose a la noticia del fallecimiento de Juxte. Quadra contó todo lo que había ocurrido durante el enfrentamiento, y cómo tanto él como Smirro y Blew habían sobrevivido milagrosamente a la Gran Vorágine Pulsional. Habían perdido el rastro de Winger y no habían podido recuperar la lágrima de Cecilia.
Pero nada de eso inquietaba a Jessio ya.
Se sentía confiado y tranquilo, pues el hombre que ahora mismo partía en busca de Winger no era otro que Alrión, el Pilar de Diamante. Y si de algo estaba seguro el gran maestro de la Academia de Magia de ciudad Doovati era de que Alrión jamás fallaría en su misión.
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